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© 2003 Juan Marrero

© 2003 Pablo de la Torriente, Editorial


  Calle 11 no. 160 e/ K y L, Vedado, La Habana
Edición: Fermín Romero Alfau
Diseño: Tony Gómez
Emplane: José Quesada Pantoja
Corrección: Gladys Armas y Samuel Paz
A Juan Manuel Márquez y Félix Elmuza, periodistas y
expedicionarios del Granma, quienes dieron sus vidas por la
libertad e independencia de la patria.
A Jorge Ricardo Masetti, director-fundador de la agencia
Prensa Latina, y de quien aprendí que había que ser objetivo,
pero no imparcial, porque no cabe la imparcialidad entre el
bien y el mal, lo justo y lo injusto.
A Blas Roca, con quien trabajé en el periódico Hoy, enseñán-
donos modestia y desprendimiento, además de que el periodis-
mo no está reñido con la organización del trabajo.
A Jorge Enrique Mendoza, capitán de la Sierra Maestra,
locutor y periodista de fibra, director de Granma durante más
de dos décadas, que atesoraba la más hermosa de las virtudes:
ser un revolucionario cabal, un luchador por una prensa
profesional y revolucionaria
A todos los periodistas cubanos que han sido leales a la causa
de la revolución de los humildes, por los humildes y para los
humildes.
«Navegar» por un imaginario museo

Cuando al fin llegué a puerto, tras «navegar» durante varios me-


ses, es decir, al momento en que tecleé en el ordenador el punto
final del trabajo Dos siglos de periodismo en Cuba (momentos, hechos
y rostros), pensé que acababa de hacer un fugaz recorrido por las
salas de un museo, en las cuales, por lo general, está la historia,
pero no toda la historia.
Alguien en esos museos se ha encargado de seleccionar cuadros,
fotos, manuscritos, libros, armas, vestimentas, en fin, piezas o
testimonios diversos antes de colocarlos en vitrinas y paredes. Y
ese mismo alguien ha dado un orden más o menos cronológico a
lo que ha llegado a sus manos, y también ha utilizado unos códi-
gos de señales, de fácil comprensión para todos, indicando y orien-
tando a los visitantes sobre cómo «navegar» frente a tantos y
disímiles objetos...
De igual manera he procedido al hacer este libro que con todo
rigor puedo decir que no es la historia del periodismo y de la
prensa en Cuba, sino que son algunos trazos significativos de
esa historia desde que aparecieron, a finales del siglo XVIII, las
primeras publicaciones hasta los días actuales, es decir, ya en el
ocaso del siglo XX. Lo que se expone en este trabajo, en reali-
dad, es obra de mucha gente. Nos hemos dedicado a recopilar
y ordenar lo que ha aparecido disperso en numerosos libros,
publicaciones y documentos, excepto en el último medio siglo,
donde hay recuerdos y vivencias del autor que se unen a las
fuentes documentales existentes.

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Como el especialista del museo, nuestro trabajo se ha centrado
en colocar, en el lugar más lógico y adecuado posible, la infor-
mación que logramos acopiar. Debo confesar que desde hace
varios años he venido, pacientemente, localizando esa informa-
ción, guardándola como si fuese un tesoro y haciéndole las co-
rrespondientes fichas.
Siete son los capítulos que equivaldrían en un museo a recorrer
siete salas. El primero de ellos, titulado «Amanecer del periodis-
mo en Cuba», presenta las primeras publicaciones que se edita-
ron en La Habana y, de modo particular, se hace énfasis en Papel
Periódico de la Havana y en los periódicos que aparecen a princi-
pios del siglo XIX. Tengo la certeza de que muchos de ustedes se
sorprenderán –porque a mí me ocurrió– saber que tan temprano
como en 1800 se elaboraron las primeras normas técnicas que
debían servir de brújula a los que escribiesen en «los papeles»
(así se conocían entonces los periódicos), o que, como se expone
en el segundo capítulo, hubo tan temprano como en 1812 la
primera asamblea de periodistas en Cuba de que se tenga noti-
cias, efectuada de forma casi clandestina, y de la cual salió el
juramento de defender la justicia y la verdad, y combatir ince-
santemente la tiranía y el despotismo.
En ese mismo capítulo, la presencia de los forjadores de la nacio-
nalidad cubana y la huella independentista en la prensa de prin-
cipios del siglo XIX constituyen también motivo de particular
atención, a la vez que se hace énfasis en el proceso de conversión
de los periódicos en empresas mercantiles.
«De El Cubano Libre a Patria» se titula el tercer capítulo. La
prensa insurrecta, la de Céspedes y Maceo, la surgida en la mani-
gua cubana desde 1868 hasta 1898 ocupa la mayor atención junto
con el significativo papel del periódico Patria, fundado por José
Martí, obra cumbre de su ejercicio periodístico.
La irrupción de nuevas tecnologías, la imposición del modelo de
periodismo norteamericano, la profusión de revistas ilustradas,
de gran calidad tipográfica, el desarrollo de la caricatura política,
el surgimiento de la radio y la televisión, son temas que se expo-
nen en el siguiente capítulo, que comprende los primeros cin-
cuenta años de la república neocolonial.

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De ahí pasamos a señalar hechos, momentos y personajes de
cómo la generación revolucionaria de la década del cincuenta
supo aprovechar cualquier brecha o resquicio en la prensa al ser-
vicio de los grandes intereses políticos y económicos para expo-
ner sus programas e ideas. En particular, lo que hizo Fidel Cas-
tro, entonces un líder estudiantil, en ese camino. La
desinformación sobre los sucesos del asalto al cuartel Moncada,
del desembarco de los expedicionarios del yate Granma y la lu-
cha de los rebeldes en la Sierra Maestra, así como el crecimiento
de la prensa clandestina, son también temas de atención en ese
capítulo.
El penúltimo capítulo está consagrado a mostrar lo que fue la
prensa burguesa en Cuba, la corrupción y sumisión en que cayó
ante los poderosos intereses económicos y políticos de Estados
Unidos y ante el régimen tiránico de Fulgencio Batista. También
a relatar lo que ocurrió luego de que la revolución promulgara la
Ley de Reforma Agraria, y que provocó el alineamiento de esa
prensa tradicional, en particular de sus directivos y de algunos
periodistas bien pagados, a las políticas de agresión contra Cuba
concebidas e instrumentadas por el gobierno de Estados Uni-
dos.
Ni la revolución ni los periodistas honestos se quedaron cruza-
dos de brazos frente a las campañas de propaganda de esos me-
dios y también de la prensa norteamericana. Tomaron acciones
para enfrentarlas, entre ellas la coletilla, algo sin precedentes en la
historia de la prensa mundial, y con la cual los periodistas, y en
general los trabajadores del sector, ejercieron su derecho a tener
libertad de prensa. Los dueños de los periódicos no aceptaron
tal libertad, por supuesto. De eso también se ocupa con alguna
amplitud el referido capítulo, que aparece bajo el título «Perio-
dismo no es negocio».
Como cierre de esta obra, una panorámica del sistema de prensa
creado por la revolución cubana, el enfrentamiento del periodis-
mo al bloqueo norteamericano y a la guerra de desinformación
contra Cuba. La prensa cubana fue duramente golpeada al pro-
ducirse el viraje del campo socialista en Europa y la desintegra-
ción de la Unión Soviética, lo que se ha identificado como un
segundo bloqueo. A toda esta historia, acaecida en la actual dé-
cada, se consagran las páginas finales del libro. Referencias a los

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hechos y personajes significativos de la caricatura y la fotografía
en diferentes épocas también están incluidas.
Queremos agradecer a todos los que, de una manera u otra, han
dado su apoyo a este empeño. A Tubal Páez, presidente de la
UPEC, en primer lugar; a Guillermo Cabrera Álvarez, más que
un «abrecartas», un «abrecorazones»; a Jorge Oller, destacado
fotógrafo por su generosidad de poner en mis manos sus inves-
tigaciones sobre la fotografía periodística en Cuba; a Tomás
Toledo, que me suministró importantes documentos; a Héctor
Ochoa, viejo camarógrafo del cine y la televisión que me orientó
sobre los primeros noticieros en esos medios; a Nicolás de la
Peña, historiador de la prensa holguinera que respondió a mi
reclamo informativo sobre hechos y momentos relevantes para
el periodismo en esa provincia oriental; a Alfredo Viñas, de pro-
digiosa memoria y con el cual precisé algunos datos, fechas y
nombres de personajes; en fin, a todos los que acudí, incluyendo
a autores de libros y artículos, a los que cito en el anexo «Fuentes
consultadas».
Los invito, pues, a «navegar» por las salas de este imaginario
museo sobre dos siglos de periodismo en Cuba.

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AMANECER DEL PERIODISMO EN CUBA

Dícese que la imprenta entró en Cuba en 1724, pero que duran-


te muchas décadas se utilizó exclusivamente para publicar el Al-
manaque anual de la isla y algunos otros trabajos autorizados
por la capitanía general de la colonia. La imprenta significaba
luz, y España no quería que sus rayos penetrasen en la sociedad
cubana. La quería mantener sumida en una noche eterna.
Tras la ocupación y evacuación de los ingleses de La Habana,
en l762-1763, la mentalidad de la metrópoli colonial tuvo algu-
nos cambios. El temor de perder la isla y la circunstancia de hallar-
se España orientada por las ideas del despotismo ilustrado, deter-
minaron el envío a Cuba de gobernantes diferentes en su modo de
pensar y actuar a los anteriores. El primero de ellos fue el conde de
Ricla, quien llegó a La Habana investido de amplias facultades y
rodeado de un grupo de selectos y talentosos funcionarios.
Al conde de Ricla se le atribuye el comienzo del «engrandeci-
miento» de La Habana, la redificación y ampliación del Morro,
la construcción de las fortalezas de San Carlos de la Cabaña y
Atarés, la erección de nuevos hospitales, y junto con ello la intro-
ducción de la prensa periódica en Cuba.
Se asegura que en 1764 se publicó La Gaceta, primer periódico
editado en Cuba, el cual salía los lunes y contenía algunas noticias
políticas y comerciales, y también disposiciones del gobierno de
Ricla. Pero de este periódico no se conserva ningún ejemplar. Como
tampoco del periódico El Pensador, supuestamente publicado poco
después, en la única imprenta entonces existente en La Habana,
la conocida como Don Blas de los Olivos, instalada en la calle

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Mercaderes. También se dice que el primer nacido en Cuba que
ejerció el periodismo fue un historiador que redactaba El Pensa-
dor: Ignacio José de Urrutia.
Es bajo el gobierno de don Luis de las Casas, el 24 de octubre de
l790, cuando aparece Papel Periódico de la Havana, publicación que
despertó gran interés de los habaneros por las letras. «Entonces,
según un historiador de la época, se vieron salir profusamente de las
prensas, proyectos sobre agricultura, comercio, medicina, educa-
ción, policía, filantropía, bellas artes, erección de estatuas [...]».
Según la nota que explica sus propósitos en el número inicial,
Papel Periódico de la Havana no sólo ofrecerá al público «noticias
del precio de los efectos comerciables y de los bastimentos, de
las cosas que algunas personas quieren vender o comprar, de los
espectáculos, de las obras nuevas de toda clase, de las embarca-
ciones que han entrado, o han de salir», sino que anunciaba su
aspiración de «a imitación de otros (papeles) que se publican en
la Europa» ofrecer «algunos retazos de literatura, que procurare-
mos escoger con el mayor esmero».
Los primeros escritos públicos sobre situaciones que enfrenta
la ciudad de La Habana aparecen en ese periódico, entre ellos
uno consagrado a censurar el abuso de los juegos de azar, el cual
lleva como epígrafe un adagio latino, cuya traducción es: «No
nos ha colocado en el mundo la naturaleza para que juguemos,
sino para vivir con seriedad y emplearnos en acciones graves e
importantes». La lectura de ese artículo nos muestra que ya en
época tan remota el vicio del juego había adquirido un incre-
mento extraordinario en Cuba.
En su primera etapa –1790-1793– la dirección de Papel Perió-
dico estuvo a cargo de Diego de la Barrera, y uno de sus redactores
lo fue Tomás Romay, tan interesado por el progreso científico como
por el cultural de Cuba. De la Barrera había sido en 1782 el fun-
dador del periódico Gazeta de la Havana, del cual solamente se
han conservado dos ejemplares, y que vio la luz todos los viernes a
lo largo de dos años. El general venezolano Francisco de Miranda,
precursor de la lucha por la independencia, en ocasión de su visita
a la capital en 1783, escribió un artículo crítico sobre Gazeta de la
Havana, en el cual señalaba a su redactor que «vació las noticias
como se venían a la memoria, o según la iban suministrando los

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colectores, sin atención al parage que debían ocupar». En su en-
juiciamiento, Miranda habla de algo que desde entonces ha acom-
pañado al periodismo: «los defectos de ortografías de que abunda
bastante la Gazeta», es decir, las erratas.
A partir de 1793, Papel Periódico es colocado por decisión de
don Luis de las Casas en manos de la Sociedad Patriótica de la
Havana –más adelante nombrada Sociedad de Amigos del País.
Su publicación se hacía dos veces a la semana, y cada mes el
responsable de edición lo era un diputado de la Sociedad Patrió-
tica. El presbítero José Agustín Caballero, Francisco Arango y
Parreño y Tomás Romay figuraron en una larga lista de los que
asumieron la responsabilidad de la publicación. Tal sistema de
trabajo, sin embargo, no parece haber sido óptimo, pues en 1796
el editor publicó una nota en la que expresaba su queja de falta
de colaboraciones. Tres años después, la Sociedad Patriótica de-
terminó crear una plaza fija de redactor, que tendría a su cargo
todo lo relacionado con la preparación de los números de Papel
Periódico. Ese redactor recibiría «la mitad de lo que se recaudase
por concepto de subscripciones y venta libre de la publicación e
impresión de noticias de particulares, quedando la otra mitad
para la Sociedad».
Tal fue la primera manifestación en Cuba del periodismo como
negocio. El germen apareció junto con Papel Periódico. A la plaza
de redactor aspiraron Manuel de Zequeira y Arango y Buena-
ventura Pascual Ferrer. La obtuvo el primero, por 358 votos con-
tra 241, pero tras ello se inició una guerra literaria entre ambos
candidatos, considerados los dos primeros escritores
costumbristas en Cuba. En la última etapa ambos escritores po-
lemizaron fuertemente, en Papel Periódico y otras publicaciones,
sobre si el contenido principal de los papeles –así se identificaba
a los primeros periódicos– debía ser cultural o científico.

Primer maestro del periodismo

En 1800 vio la luz cada martes, con un formato similar al de


Papel Periódico, ocho páginas pequeñas, El Regañón de la Havana,
cuyo fundador fue el mismísimo Pascual Ferrer, escritor chis-

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peante y de agudo sentido crítico, quien lo hizo no sólo para
ganarse unas pesetas, sino para satisfacer sus aficiones y demos-
trar su calidad periodística frente a Zequeira y Arango. Frecuen-
tes y duras críticas aparecieron en El Regañón de la Havana como
la siguiente que es ilustrativa: «Se suplica a los subscriptores del
Papel Periódico que no se borren tan aprisa de él, porque todavía
no se ha acabado, aunque le falta muy poco».
Fue Pascual Ferrer el primer maestro del periodismo en Cuba,
al menos quien elaboró un conjunto de normas técnicas que de-
bían servir de brújula a los periodistas, y que transcurridos dos
siglos tienen plena vigencia:
1) Que los discursos (así se identificaba entonces a los mate-
riales publicados en los periódicos) sean interesantes y los asun-
tos no sean triviales;
2) que contengan alguna instrucción; 
3) que deleiten y causen gusto a los lectores. Poner preceptos
áridos, frases ininteligibles, estilo hinchado, términos rimbomban-
tes, y períodos oscuros, no pueden jamás causar deleite alguno;
4) que sean cortos. El periódico es una cosa efímera que pasa-
do el primer día de su publicación rara vez se lee;
5) el estilo debe ser claro, popular, lacónico, teniendo presen-
te que se escribe para que todos lo entiendan;
6) las ideas han de ser nuevas o a lo menos raras. Decir lo que
ya está dicho por muchas plumas, no tiene gracia ni interés;
7) no incluir jamás extravagancias ni delirios por andar bus-
cando lo nuevo y raro;
8) que todos los discursos sean útiles.
El Regañón de la Havana cesó de publicarse en 1802, en tanto
Papel Periódico en 1805. En ambos, sin duda alguna, quedaron
volcados y expuestos los anhelos iniciales de una nacionalidad en
proceso de formación. Fueron una luz de civilización en medio
de un ambiente cargado de ignorancia.
En las páginas de Papel Periódico podemos hallar censuras a
actos y costumbres de esos tiempos. Desde el uso de «mala letra
y ortografía» en rótulos colocados en las esquinas de La Habana,
hasta «el uso, o por mejor decir, el abuso, de ajustar los cuerpos
de niños y niñas entre cotillas duras y estrechas, con el fin de

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reducir y enderezar sus talles es uno de los estilos más pernicio-
sos que podemos poner entre la clase de los que destruyen la
salud pública». O desde el dolor de que La Habana careciera de
«un hospicio para mendigos y de un asilo para las niñas huérfa-
nas», hasta la manía de que «en la Havana ha llegado la moda a
ser en todo género de personas un deber, porque una grosería de
entendimiento y una vanidad loca les ha persuadido que el orna-
mento brillante añade algo al mérito esencial».
En las páginas de El Regañón abundaban la crítica literaria,
las diversiones públicas, sobre todo la actividad teatral. Tenía
una sección de variedades tomadas de publicaciones del extran-
jero y otra denominada «Noticias particulares», algo así como
anuncios clasificados de nuestros días, pero de índole muy espe-
cial, pues eran breves alusiones y ataques, muy ingeniosos, casi
siempre contra periódicos y papeles de la época. Pongo un ejem-
plo: «Salud pública. Algunos médicos que han examinado las
enfermedades que reynan en la Havana han descubierto que la
causa es el papel impreso en que envuelven los pulperos las espe-
cias, en el qual, después de disueltos algunos discursos que con-
tenían, se han manifestado muchas partículas de plomo y de otras
materias pesadas muy dañosas para la salud».
O este otro ejemplo, aparecido en ese mismo periódico, refe-
rido a lo que ocurría en el teatro del Campo de Marte, donde se
presentaban actos de pantomimas, comedias de magias y otras
representaciones. Y así, en una nota publicada en 1801, se cuen-
tan las peripecias de los habaneros para llegar allí en tiempos de
lluvia. «Cuando llueve mucho, dice, es indispensable una canoa,
o echarse a nado. Llega uno, por fin, bien o mal como ha podi-
do, entra en la luneta por un callejón casi tan estrecho como el
camino de la virtud, y después de haber dado su peso con el
objeto de divertirse, suele salir perniquebrado con motivo de la
poca distancia que han dejado de banco a banco [...] o quedarse
tullido con la gran humedad del piso, que es capaz de introducirse
hasta los intestinos». Y relata asimismo lo que le ocurrió a un
amigo sentado en un palco, «al que le cayó uno de los tablones
que hay  para sentarse encima de una pierna poco más abajo de
la espinilla, que le levantó un chichón, de tal modo que él entró
en el circo con cuatro tobillos y salió con cinco [...]». Así, de esa

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manera tan chispeante y graciosa, fue el amanecer del periodis-
mo en Cuba.
Y la seriedad también estaba presente en esas publicaciones.
En los primeros números de Papel Periódico hay testimonios de la
existencia de opresores y oprimidos, explotadores y explotados,
aunque sus redactores, por supuesto, respondían al poder eco-
nómico entonces existente. En un artículo aparecido en 1791
abundan las  alabanzas a los dueños de ingenios azucareros: «Sois
la más noble y selecta porción de esta república, los vecinos más
útiles al Estado y a la Patria de toda la Isla, los que fabricáis el
más precioso grano que produce nuestro terreno feraz, los que
cargáis la multitud de embarcaciones que zarpan de esta bahía
para Europa, los que con vuestra industria, inmensos gastos y
sudores de muerte, cubrís de exquisitos, dulces y sabrosos cara-
melos a las mesas de la Corte, los que mantenéis el comercio de
la Habana y dáis movimiento a la rueda mercantil de exporta-
ción e importación [...]»
Y, a la vez, al referirse a la otra cara,  a las crueldades y horro-
res de que eran víctimas los esclavos que trabajaban en esos inge-
nios, el articulista de Papel Periódico ofrecía el remedio de supri-
mir los calabozos y colocar a los esclavos castigados «en cepo
fuerte en parte ventilada». Su interés por la vida de esos infelices
era que los dueños de ingenios conservaran, sin fuerza ni dete-
rioro, la fuerza de trabajo de los esclavos.
Los breves fragmentos reseñados y los que expondremos más
adelante nos permiten apreciar que en este amanecer del perio-
dismo en Cuba, las plumas de la intelectualidad se colocaron al
servicio del poder económico existente en esa sociedad. La aris-
tocracia criolla desarrolló, en fin, una labor tendiente a elevar el
bienestar de su clase, y procuró además el progreso a partir de
peticiones de reforma a la colonia. Los mencionados periódicos
y sus redactores, en definitiva, estuvieron regidos por la estre-
chez mental de una sociedad que oscilaba entre los intereses de la
colonia y los anhelos e intereses de los criollos ilustrados.
A través de la lectura de los ejemplares de esos papeles, no
exentos de combatir vicios y hacer críticas, es posible obtener
una descripción de la situación económica y social de la ciudad
de La Habana en esos finales del siglo XVIII.

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De Papel Periódico es la siguiente nota: «[...] la ciudad de la
Havana no puede florecer por las Artes (refiérese a la artesanía)
porque la escasez de brazos, la carestía de mano de obra y la
aversión declarada de sus hijos por estas ocupaciones dificultan
el que puedan establecerse manufacturas de mucha extensión.
Tenemos los oficios más necesarios, y algunos de los que sirven
para sustantar el luxo: los primeros están en manos de la gente
libre de color, porque los blancos prefieren la vergonzosa ociosi-
dad al honesto y útil trabajo de las artes mecánicas; en los segun-
dos se ocupan algunos blancos con varios de color; entre unos y
otros se hallan hombres de genio y bastante facilidad para la
emulación. ¡Así tubieran los principios científicos de sus respec-
tivas artes, y buenos modelos que seguir! Sin embargo, la multi-
tud de gente ociosa y pobre que la infesta pudiera utilísimamente
aplicarse a ciertos oficios o industria que, cuando no diesen ma-
teria al comercio exterior, servirían en parte para el consumo del
país, y siempre remediarían su indigencia; por exemplo, el texido
de los sombreros y esteras de palma, aplicables a muchos usos, la
limpia, hilaza y texidos toscos de algodón para el uso de los ne-
gros del campo, son objetos que merecen atención [...]».
Sobre el comercio el artículo anterior expresa: «[...] se halla
generalmente en manos de españoles europeos: rarísimo criollo
se ve establecer caso de giro ni dedicar sus fondos a dar circula-
ción a las producciones propias y proveer al país de las extrañas
[...]». La miseria existente en la ciudad también era objeto de
atención por la publicación referida: «Las calles son en los tiem-
pos de las aguas inmundos lodazales tan molestos al piso y a la
vista como dañosos a la salud; en los tiempos secos son un con-
tinuado muladar, de un suelo desigual, hoyoso, y descarnado en
muchas partes por los torrentes; con un polvo envenenado que
elevándose en el aire forma una atmósfera densa y no menos
perniciosa de respirar [...] Las ciudades de Guatemala, Caracas,
San Salvador, Vera Cruz y Puerto Rico han hallado fondos para
empedrar sólida y hermosamente sus calles, ¿y será posible que
la Havana carezca de ellos?».
Sólo hemos querido traer, a modo de ilustración, algunos frag-
mentos de unos pocos trabajos periodísticos –entonces llamados
literarios– aparecidos en Papel Periódico y El Regañón en aquellos

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años. Se trata, sin duda, de auténticos reportajes y crónicas escri-
tos al estilo de esa época. Nadie podrá arrebatarles el mérito de
que figuren en el amanecer del periodismo en Cuba. A quienes
no hayamos sido capaces, en este breve esbozo, de saciarles su
interés, les recomendamos varias obras de Emilio Roig de
Leuchsenring, publicadas en 1962, sobre el Papel Periódico de la
Havana y los continuadores de esa publicación a principios del
siglo XIX.
Papel Periódico, en definitiva, reapareció posteriormente bajo
otros nombres: El Aviso, El Aviso de la Havana y Papel Periódico
Literario-Económico. Su línea editorial se mantuvo en esas publi-
caciones que veían la luz tres veces a la semana. El 1 de septiem-
bre de 1810 La Habana tiene su primer diario. Se llamó Diario
de La Habana, y se publicó hasta 1812.
Todos estos periódicos y los que nacen después estuvieron
regidos por la censura. El impresor no podía insertar los artícu-
los si previamente no habían sido autorizados por las autorida-
des coloniales. «En La Habana nada, absolutamente nada, pue-
de imprimirse sin la firma entera del censor y la rúbrica del Capitán
General [...] hasta los carteles de las funciones de teatros y de
toros que se fijan en las esquinas», escribió el autor teatral José
M. de Andueza. Y el español Jacinto de Salas y Quiroga, en un
libro referido a viajes suyos, contó: «Las trabas de la censura no
tienen límites [...] Me da vergüenza recordar las humillaciones
que allí (en La Habana) sufre el hombre dotado por el cielo del
don de trasladar felizmente sus bellos pensamientos al papel».
Lo cierto fue que desde el amanecer del periodismo en Cuba,
España estableció el tribunal de imprenta bajo la bota del capi-
tán general, y la ley castigaba los supuestos delitos de imprenta
con crecidas multas, y si estas no eran satisfechas a tiempo se
suprimía el periódico. El tribunal podía, asimismo, cuando lo
estimase conveniente, ordenar la prisión de todo acusado desde
un mes a dos años. Dictaba penas de destierro de la ciudad y más
de una vez condenó a la pena de muerte.

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FORCEJEO DE IDEAS E INTERESES

Para algunos historiadores la sociedad en Cuba a partir de 1810


y hasta 1868, sin encasillarla en etapas, es escenario de un gran
forcejeo ideológico y de intereses. Esclavismo o abolición, refor-
mismo o anexionismo, autonomía o independencia, conserva-
durismo o liberalismo son temas y corrientes de pensamiento
que afloran y se enfrentan con colores y matices varios, en este
período de la historia. Los periódicos y revistas que nacen, algu-
nos de ellos con efímera vida, no lo hacen para complacencia y
desahogo de sus redactores, sino que se utilizan como instru-
mentos para la promoción y defensa de diferentes ideas e intere-
ses, en ocasiones contrapuestos.
La promulgación en España de la Constitución de 1812, la
primera en la historia de ese país, que colocaba la soberanía en la
nación y no en el rey, disponía la separación de los poderes del
Estado y la abolición de los privilegios señoriales, a la vez que
reconocía varias libertades, entre ellas la de imprenta, determi-
nante para que en Cuba hubiese, a partir de entonces, un incre-
mento del número de periódicos con una amplia variedad de
posiciones políticas e intereses.
Nuevas imprentas se instalan, y aparecen, en un santiamén,
decenas de nuevas publicaciones que invaden todo el país. Publi-
caciones de diverso tipo: políticas y literarias, científicas y técni-
cas, económicas y mercantiles, humorísticas y satíricas, de mo-
das y recreativas. Sólo de 18l2 a 1832, por ejemplo, aparecieron
más de doscientos periódicos, revistas y boletines en La Habana
y otras ciudades. Las primeras publicaciones de Santiago de Cuba,

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Matanzas, Bayamo, Trinidad, Puerto Príncipe (Camagüey), Vi-
lla Clara y Cienfuegos nacen en este período.
Los nombres de estas publicaciones –añadiendo los que sur-
girían muchos años después– son dignos de un estudio especial.
Desde los de animales como La Abeja, El Alacrán, La Avispa, El
Canario, El Mosquito, El Murciélago, El Panal de Avispas, El Papa-
gayo, La Pulga, El Colibrí, La Cotorra, La Culebra, Trágala Perro,
La Mariposa y El Gavilán, hasta los que hacen pensar en las flores
como La Siempreviva, Cesto de Flores, Lirio Azul, Floresta Cuba-
na, Amapola, Flores del Alma, Flor de Mayo, Jardín Matancero y
Jardín Romántico; o los que están relacionados con el mar, como
El Barco de Vapor, La Lancha, El Marino y Navío Patriota, hasta
los nada comunes o extravagantes como Amante de Sí Mismo,
Cartera de Señora, Tío Bartolo, Canafeo, El Consolador, El Duende
Negro, El Chismoso, El Fantasma de las Elecciones. O los que for-
maron el conjunto de los amigos: Los Amigos de la Paz, Los Ami-
gos de la Juventud, Los Amigos de la Constitución, Los Amigos de las
Leyes, Los Amigos de las Mujeres, Los Amigos de los Artesanos, Los
Amigos de los Cubanos, Los Amigos del Pueblo.
Al referirse a ese período el historiador Jacobo de la Pezuela,
pluma conservadora y al servicio de la colonia, escribió: «Como
movidos por un resorte común rompieron con sus mordazas
todos los periodistas de la anterior época y aun algunos de los
nuevos». Es, precisamente en 1812, cuando tiene lugar la prime-
ra junta general de periodistas en la historia de Cuba, la cual
emite el siguiente comunicado:
«Congregados todos los periodistas de la Habana en lugar
seguro, donde libres de todos los ignorantes, de los partidarios
de la tiranía y de los aduladores sempiternos de los déspotas,
pudiesen tratar de reformas de abusos y de proponer los medios
convenientes para remediar los males que afligen a nuestra pa-
tria, se determinó ante todas las cosas, para el mayor orden de
las ulteriores juntas, elegir un presidente, un vicepresidente y
secretario, y procediéndose a la votación salieron electos, a plu-
ralidad de votos para el primero El Censor Universal; para el se-
gundo El Diario, y para secretario El Lince. Concluida esta cere-
monia juraron todos defender siempre la justicia y la verdad y
combatir incesantemente a la tiranía y despotismo; y acabado el

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acto de juramento, ocuparon todos sus respectivos lugares, y el
Presidente abrió la junta con el siguiente discurso:
»Señores periodistas: Hace ya como un año que gozamos de
aquel eterno e imprescriptible derecho de pensar y de comunicar
nuestros pensamientos a los demás seres por medio de la prensa
libre, y en todo este tiempo no hemos cesado de declamar contra
la arbitrariedad y contra todos los abusos [...] que se han intro-
ducido en todos los ramos de la administración, y de proponer
el remedio que creemos más oportuno y eficaz para curar radi-
calmente la enfermedad que tanto aflige a la sociedad [...]».
Se trata, sin duda, de un documento trascendental porque, en
primer lugar, refleja la voluntad de los primeros que trabajaron
en el periodismo en Cuba de unirse y luchar por determinados
objetivos. No obstante que la Constitución de 1812 en España
constituyó una apertura, los participantes en esa junta general
tomaron precauciones: se reunieron, como expresan, en «un lu-
gar seguro» y, además, se identificaron como publicaciones en-
tonces existentes y con seudónimos como El Presidente, El Ha-
blador, El Reparón, El Patriota, etc. Guió sus pasos, pues, la
desconfianza sobre la vigencia de esa constitución. Lo que ocu-
rrió unos años después les dio toda la razón.
En l823 el periódico El Revisor Político y Literario, que había
ganado fama periodística al publicar la noticia de la venta de la
isla de Cuba a Inglaterra, basándose en una información que le
suministró una fuente eclesiástica francesa, lo cual produjo una
gran repercusión, sacó a la luz pública otra bomba para esa épo-
ca: el debate que existía en las aulas y centros académicos sobre
la independencia de Cuba, influido, por supuesto, por la victo-
riosa lucha de los pueblos de Sudamérica.
Editado por los alumnos del sacerdote Félix Varela en el Se-
minario de San Carlos, El Revisor Político y Literario publica un
artículo de corte independentista que, casi inmediatamente, pro-
voca una réplica de Francisco de Arango y Parreño, ideólogo
de la aristocracia criolla que llevaba en sí el germen de la nacio-
nalidad, pero cuyo pensamiento y acción se dirigió a elevar el
bienestar de su clase y el progreso de la colonia a partir de
peticiones de reformas de libertad comercial y políticas que fo-
mentaran la inmigración blanca de la isla. El Revisor Político y
Literario publicó, en total, 71 números, y su desaparición se

19
consideró un golpe para la cultura cubana y para el calor pa-
triótico del país.

Huella independentista

Félix Varela es, sin duda alguna, una de las figuras más sobre-
salientes de la historia de Cuba. Sus discípulos lo llamaron «el
más sabio y el más virtuoso de los cubanos». Fue el primero que
llegó a la convicción, luego de que viese fracasar los proyectos de
reforma, algunos de ellos presentados por él mismo ante las cor-
tes españolas, de que los políticos de la metrópoli, incluso los
más liberales, no se interesaban por el progreso ni por la felici-
dad del pueblo de Cuba.
En pocos años el liberalismo, que había sido positivo para
Cuba, fue sepultado en España. La restauración al poder de Fer-
nando VII trajo como consecuencia que el sector más conserva-
dor de la clase de los hacendados recobrase su influencia. En
1824 dispuso la creación de comisiones militares para juzgar a
«los enemigos de los legítimos derechos del trono» y a perseguir
«a los que promuevan alborotos o escriban papeles o pasquines
dirigidos a aquellos fines». Varela, a la sazón en España, fue de
los primeros a los que se persiguió, y se vio obligado a refugiarse
en Gibraltar, y de ahí se trasladó a Estados Unidos, donde vivió
desterrado hasta el fin de sus días, en 1853, el mismo año en que
nació José Martí.
Lo primero que hizo Varela al llegar a Estados Unidos fue
publicar en español, en la ciudad de Filadelfia, el periódico El
Habanero, destinado a llamar a los cubanos a «ocuparse de la
suerte de la patria» y «a operar con energía para ser libres». Este
periódico era enviado clandestinamente a Cuba, y su circulación
en el interior del país en los dos años que tuvo de vida contribu-
yó a mantener vivo el anhelo por la independencia. Aunque sola-
mente se publicaron siete números con un total de 200 páginas,
el efecto que causó en Cuba lo revela una declaración de una
autoridad española de la época que calificó el contenido de sus
páginas como opúsculos incendiarios.

20
Ese periódico dejó una profunda huella en el pensamiento
revolucionario cubano. Las ideas esenciales expuestas en El Ha-
banero por Varela eran: a) Ser tan isla en lo político como lo
estamos en la naturaleza; b) obtener la independencia sin ayuda
extranjera; c) luchar por la abolición de la esclavitud; d) buscar
la unidad de todos los componentes del país;  e) los nexos inse-
parables entre los sentimientos americanos, cubano y el amor a
la independencia.
Junto a Varela, mientras editaba El Habanero, estuvo José
Antonio Saco, otra figura grande de la historia, que profesaba
un amor entrañable a Cuba y tenía confianza en el poder de las
ideas. Saco se opuso a la trata de esclavos y al anexionismo, y
desde posiciones reformistas contribuyó a empujar al pueblo
cubano al camino de la independencia.
Se cuenta que Saco viaja a La Habana en 1826, y al regresar a
Estados Unidos convence a Varela de no continuar la publica-
ción de El Habanero. Algunos consideran que la suspensión fue
decidida entre ambos al informarle Saco que los hacendados no
estaban dispuestos a ayudar, y que el mantenimiento de ese pe-
riódico sólo iba a contribuir a derramamientos de sangre de la
juventud cubana.
Varela y Saco deciden poco después iniciar  la publicación
de otro periódico,  también en Estados Unidos, al que dan el
nombre de El Mensajero Semanal, que abandona la propaganda
directa independentista, pero que en sus páginas alienta el desa-
rrollo de la cultura cubana con especial énfasis en sus diferencia-
ciones con lo peninsular y en la reafirmación de lo americano.
También el gobierno colonial español prohibió la circulación de
este periódico dentro de Cuba. El sector más poderoso de la
burguesía esclavista no estaba dispuesto a aceptar ninguna ac-
ción divulgadora del pensamiento de los jóvenes liberales.
Tanto El Habanero como El Mensajero Semanal, pese a la pro-
hibición de su circulación por el gobierno colonial español, sir-
vieron de aportes al contenido político de esa generación de crio-
llos en lucha por hallar luz y, a la vez, de guía para los que
encabezarían la lucha por la independencia y la dignidad de Cuba.
Saco crea en 1831 la Revista Bimestre Cubana, que se convirtió
en la mejor publicación de la época y adquirió renombre univer-

21
sal. La colonia miró esta publicación con aversión por su espíri-
tu eminentemente liberal. Poco tiempo pudo Saco dirigirla, pues
el gobierno colonial dispuso su destierro. Se cuenta que, al
comunicársele esa decisión, Saco fue a ver al teniente general
Miguel de Tacón, capitán general de la isla, y este le dijo que
estaba motivada porque «sus papeles son alarmantes y la juven-
tud sigue con mucho calor sus ideas».

Un periódico político que degeneró en esclavista

En este bosquejo no puede olvidarse el primer periódico de


matiz político definido: El Faro Industrial de la Habana, cuyo
título debió hacerse insospechoso a las autoridades españolas
en una época de persecuciones al pensamiento liberal. Se creó
en 1841 con el perfil de publicar noticias políticas, mercantiles,
económicas y literarias. Su primer director fue José M. Cárde-
nas, un matancero que hizo profunda amistad con Félix Varela
en Estados Unidos, entonces en el destierro. Cárdenas fue el
corrector de pruebas en las famosas Cartas a Elpidio del sacer-
dote cubano. Bajo el seudónimo de Jeremías Docaransa, Cár-
denas publicó en El Faro Industrial excelentes crónicas sobre la
vida colonial en las que se identificaba con los oprimidos y
desheredados.
Casi ocho años después de su fundación El Faro Industrial
pasa a ser dirigido por el norteamericano John S. Trasher, quien
desde l839 residía en La Habana, donde tenía numerosos nego-
cios de carácter comercial. El gobierno colonial, y dada la acti-
tud hostil hacia España de ese periódico, cuestiona que un ciu-
dadano no naturalizado ejerza tal función. Trasher se separa
entonces de la dirección del periódico y explica que sólo atiende
la información extranjera, los cobros y la parte mercantil.
La dirección de El Faro Industrial era esclavista. No era sólo
que utilizase a esclavos para la manipulación de la prensa exis-
tente, sino que, en sus páginas, publicaba anuncios que eran ex-
presión de menosprecio al ser humano, como los siguientes: «Se
solicita comprar negros tabaqueros. Calle de O’Reilly, núm. 25,
tabaquería de La Venus darán razón». «Se desea comprar una

22
criandera, de dos o tres meses de parida, sin cría, que además de
tener buena y abundante leche, sea buena lavandera, sana y sin
tachas: calle de la Merced núm. 86, impondrán».
Tras producirse el desembarco de Narciso López en 185l, El
Faro Industrial publica, debajo de las noticias oficiales sobre el
desarrollo de la campaña para aniquilar a los expedicionarios, un
artículo titulado «La risa». Y seis días después, al reproducir nue-
vos documentos oficiales, insertaba, también debajo de ellos, un
artículo titulado «Monólogo de la sonrisa». Esas sutilezas no fue-
ron soportadas por el gobierno colonial, y el general Gutiérrez
de la Concha dispuso la clausura de ese periódico.
Lo cierto es que Trasher no era ajeno al movimiento en pro
de la anexión de Cuba a Estados Unidos que, a mediados del
siglo XIX se había revivido, y en el cual tomaron parte no pocos
cubanos, en particular estimulados por ricos azucareros. «En
Cuba, ha escrito el historiador norteamericano Philip S. Foner,
el movimiento fue fomentado por la formación del Club de la
Habana [...] del cual formaba parte el norteamericano John S.
Trasher, residente en La Habana y director de El Faro Industrial».
En esos años en Nueva York, Nueva Orleans y los puertos de
la Florida estaban radicados grupos de cubanos que fomentaban
la causa anexionista. El más activo operaba en la ciudad de Nue-
va York. En 1847 se organizó allí el Consejo Cubano, presidido
por Cristóbal Madan, hacendado, comerciante y naviero, en re-
presentación del mencionado Club de la Habana. También inte-
graba ese grupo Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, quien
fundó y dirigió el periódico La Verdad, mantenido en parte por
los subsidios de cubanos ricos y en parte por el apoyo de Moses
Yale Beach, el anexionista director del periódico Sun, de Nueva
York. La Verdad, publicado en inglés y español, editado libre de
gastos en la imprenta del Sun, difundía las opiniones y las noti-
cias de los cubanos anexionistas tanto en Estados Unidos como
en Cuba. Su entrada estaba prohibida en Cuba, pero se introdu-
cía clandestinamente en la isla, traído por los buques mercantes.
Incuestionable es que durante esa etapa el anexionismo arre-
bató el cetro al reformismo. La idea de la incorporación de Cuba
a Estados Unidos la vieron con agrado los hacendados criollos
como una tabla de salvación por lo que ello podía representarles

23
como garantía de sus intereses económicos, el mantenimiento
de la trata y de la esclavitud. Para otros ese camino lo considera-
ban el único vehículo para salir del despotismo español. No
depositaban su absoluta confianza en que el pueblo con sus pro-
pios esfuerzos pudiera obtener su independencia. La propagan-
da lanzada, tanto por los cubanos que no vislumbraban más ho-
rizonte que el de la anexión como por las corrientes anexionistas
estadounidenses que los alentaban y apoyaban, se presentaba,
como regla, dirigida al logro de la independencia de Cuba. Pero,
en el fondo, la palabra independencia no significaba otra cosa que
separación de Cuba de España e incorporación a Estados Uni-
dos. No puede excluirse que gente honesta haya sido atrapada
por esa propaganda. Este aspecto, sin duda, forma parte del for-
cejeo de ideas e intereses que caracterizó este período de nuestra
historia. Y he expuesto estas consideraciones por el hecho que a
renglón seguido les narro.

Primer mártir del periodismo

En 1852 el periodismo cubano tiene su primer mártir: Eduar-


do Facciolo y Alba, un joven de veintitrés años de edad, apresa-
do por las autoridades coloniales en la imprenta donde editaba el
cuarto número de La Voz del Pueblo Cubano, periódico del cual
fue alma y brazo.
Tipógrafo de profesión, nacido en Regla, Facciolo trabajó
junto con el periodista Juan Bellido de Luna, también reglano,
en la elaboración y edición de ese periódico, que en su primer
número consignaba que «este periódico tiene por objeto repre-
sentar la opinión libre y franca de los criollos cubanos; propagar
el noble sentimiento de la libertad de que debe estar poseído
todo pueblo culto».
La tirada de ese número inicial –primer periódico subversivo
editado en plena ciudad de La Habana– se hizo el l3 de junio de
1852. La irrupción de la hoja impresa conmocionó a la ciudad.
Tres semanas después salió el segundo número con un tiraje de
más de tres mil ejemplares. El 26 de julio de l852 se lanzó el
tercer número. Cuando elaboraba el cuarto, en una imprenta de

24
la calle Obispo, Facciolo fue detenido el 23 de agosto de ese
mismo año. Bellido de Luna, quien actuaba de corresponsal en
La Habana del periódico La Verdad, logró eludir la cacería y
marchó, junto a otro inculpado –el poeta Pedro Ángel Castellón–
, a Estados Unidos. Ante sus captores, Facciolo, quien había te-
nido amistad con Trasher, asumió toda la responsabilidad por la
edición del periódico. Y el l3 de septiembre de l852 le fue aplica-
da la pena de muerte en garrote vil, acto que se llevó a efecto en
la Explanada de la Punta (hoy Prado y Malecón).
En los momentos finales de su breve existencia, Facciolo es-
cribió un poema dirigido a su madre, que por su contenido y
belleza lo enaltece: Perdona, sí, perdona, madre mía/ si en cambio a
tus desvelos y ternezas/ te muestro con sarcástica alegría/en lo alto del
cadalso mi cabeza./ No turbes, no, mis últimos instantes;/ no turbes la
quietud de mi conciencia;/ háblame, sí, con gritos incesantes/ de pa-
tria, rebelión, independencia.

Mercantilización de la prensa

La existencia de varios periódicos diarios, servidores del po-


der español, también caracterizó este período. El Noticioso y Lu-
cero de la Habana, su continuador Diario de la Marina, La Prensa
y La Prensa de la Habana alcanzaron gran relieve. Figuraron den-
tro la «gran prensa» de la época, y actuaban como empresas mer-
cantiles con el fin de obtener ganancias que eran invertidas por
sus propietarios, en parte, en la adquisición de nuevas tecnolo-
gías de impresión. A partir de entonces la prensa fue considerada
un negocio más, y quienes dispusieran de mayores recursos iban
a ser  los que se mantendrían en el mercado.
El Noticioso y Lucero de la Habana apareció en 1832, como
resultado de la fusión de El Noticioso y El Lucero. En su número
inicial anunciaba que el nuevo diario «se distribuirá por las ma-
ñanas, y por las tardes saldrá el boletín de anuncios mercantiles,
el cual contendrá, además, las noticias interesantes que haya reci-
bido la redacción, y no se dilatarán hasta el día siguiente las que
se juzguen dignas de interesar la curiosidad pública».

25
Dos años después de su fundación El Noticioso y Lucero de la
Habana hizo ostentación pública del éxito de su empresa: «He-
mos hecho venir de los Estados Unidos una ingeniosa prensa
mecánica, la primera que se ha visto en este país, y tira 1 500
ejemplares por hora».
La Prensa, fundado en 1839, salió los jueves y domingos,
denominándose un periódico de literatura, teatros, ciencias, arte,
agricultura, economía y comercio. Pretendió ser de entreteni-
miento y netamente mercantil. Su única sección específicamente
de información era la dedicada al comercio. Acompañaban a esta
información mercantil  figurines de modas y láminas de paisajes
extranjeros. Más tarde, en pliego aparte, se entregaban retratos
de poetas contemporáneos, reseñas de espectáculos teatrales y
noveletas y poesías. Comenzó publicándose dos veces a la sema-
na, luego lo haría tres.  
Cuatro años más tarde se transforma en La Prensa de la Ha-
bana, pero se hizo menos interesante, pues lo informativo y lite-
rario cedieron espacio a los anuncios. Lo que se mejoró fue su
tipografía con nuevos tipos de imprenta adquiridos en Estados
Unidos. Y al poco tiempo pasó a llamarse Prensa de la Habana,
que sólo se diferenció del anterior en que tenía un servicio tele-
gráfico internacional, y la empresa pasó a ser dirigida por accio-
nistas. Existió como tal hasta 1869. Bajo esos tres nombres fue
un defensor servil de la colonia española.
Diario de la Marina vio la luz en 1844 como una sociedad
anónima, y duró más de un siglo. Dio realce en sus páginas, desde
un inicio, a la propaganda comercial, presentándola atractivamente,
lo que hizo posible que fabricantes, detallistas, comerciantes y pro-
fesionales llegasen a comprender que anunciarse era un buen ne-
gocio, representaba más ventas y más ganancias. Estableció igua-
las y rebajas del precio de suscripción. Ya en 1857 su tirada alcanzaba
7 500 ejemplares. Fue asimismo uno de los primeros en mecani-
zar sus fases de impresión. Y también sobresalió por el uso que
hizo de la caricatura política y de la ilustración. A lo largo de este
trabajo tendremos que referirnos varias veces a Diario de la Mari-
na no por sus innovaciones tecnológicas o profesionales, sino por
el papel nefasto y anticubano que desempeñó desde el primero
hasta su último día de existencia.

26
Aparición de la caricatura política

Se ha establecido que la primera caricatura política cubana


apareció en 1848. Tuvo como título La vaca de leche y relevo de sus
ordeñadores, la cual implicaba una denuncia por la explotación de
que era víctima la población cubana por parte de los gobernan-
tes españoles. No se imprimió en Cuba, sino en Filadelfia, y  fue
distribuida clandestinamente. Los primeros que inician una son-
risa humorística en Cuba son los grabadores costumbristas del
período colonial, casi todos extranjeros, entre ellos el notable
caricaturista vasco Victor Patricio de Landaluze, quien trazó ti-
pos y costumbres de gente del país. La primera revista gráfica de
literatura satírica fue La Charanga (1857), y después entró en
circulación El Moro Muza (1859), ambas con tendencia a defen-
der al colonialismo español. Otras aparecidas años después, en-
tre ellas Don Junípero, empiezan a pregonar las ideas de Céspedes
y Aguilera.
Un acontecimiento tiene lugar en este período. En 1866 una
mujer funda en Camagüey la revista El Céfiro. Se considera a
Domitila García de Coronado la primera mujer que ejerce el pe-
riodismo en Cuba. Su padre era impresor, y con él aprendió el
arte de la tipografía. Años después, en La Habana, Domitila
García también funda y dirige tres semanarios: El Eco de Cuba,
El Correo de las Damas y La Crónica Habanera.
Otro periódico que no puede estar ausente en este recuento
es El Siglo, fundado en 1861 por el movimiento reformista, que
tenía su dirección en el grupo de la burguesía insular que había
formado el Club de la Habana. En su editorial inicial este perió-
dico planteaba el programa que iba a defender: iguales derechos
políticos a los cubanos que a los españoles; representación de
Cuba en el congreso español; la misma ley de imprenta que rige
en España, exceptuando únicamente lo relacionado con las cues-
tiones de la esclavitud, sobre lo cual puede existir la previa cen-
sura; y prohibición absoluta del tráfico de esclavos y de toda
inmigración colectiva que no fuese blanca.
El papel esencial de El Siglo, sobre todo después de 1864,
cuando asume su dirección el habanero Francisco de Frías, con-
de de Pozos Dulces, uno de los hombres más acaudalados de la

27
época, fue tratar de evitar el empleo de la vía armada para la
obtención de la independencia. De ahí que la colonia y sus por-
tavoces, como Diario de la Marina, aunque catalogaban a El Si-
glo de antiespañol, no actuaron para evitar su aparición diaria y
su sistemática prédica reformista.
En 1868, ante el fracaso del programa reformista, El Siglo
desaparece. Uno de sus redactores más prestigiosos, José de Ar-
mas y Céspedes, al separarse de esa publicación e integrarse a
otra denominada El Occidente, reconoce que ya ese órgano refor-
mista no tenía razón de ser, y que ligado para siempre a un pen-
samiento ya muerto, «debió sucumbir como la mujer de Malabar,
arrojándose a la hoguera, después de la desaparición de su espo-
so». En ese momento de nuestra historia, reformismo y
anexionismo quedaron sepultados.

La Aurora, periódico obrero

Hay otro momento del periodismo, en esta etapa, que no


puede pasarse por alto: el surgimiento en 1865 del periódico
semanal La Aurora, el primero dedicado a servir los intereses de
los trabajadores en Cuba. Fue idea de Saturnino Martínez, un
obrero que se pasaba el día torciendo tabacos en la fábrica de
Partagás y por las noches estudiaba por sí mismo en la biblioteca
de la Sociedad Económica de Amigos del País.
La Aurora fue una publicación de cultura general. Materiales
literarios y científicos, junto a análisis sobre los problemas coti-
dianos que afectaban a los trabajadores, aparecían en sus pági-
nas. Denunciaba, asimismo, la tiranía de los dueños de las fábri-
cas de tabaco, las malas condiciones sanitarias de muchos talleres,
los abusos de los capataces y el trato brutal a los aprendices.
Escritos de Antonio y Francisco Sellén, Luis Victoriano
Betancourt, Joaquín Lorenzo Luaces, José Fornaris, Alfredo
Torroella, Felipe Poey y otras prominentes figuras de la
intelectualidad cubana de la época aparecían en La Aurora. Tam-
bién publicaba traducciones de autores extranjeros.
A Saturnino Martínez se debe, asimismo, la iniciativa de lec-
turas en las tabaquerías durante las horas de trabajo. La Aurora

28
figuró entre las primeras publicaciones que se leyeron en las fá-
bricas El Fígaro y Partagás, las primeras que implantaron esa
innovación. Semanalmente en las páginas de La Aurora se publi-
caban informes sobre la marcha de ese movimiento de lectura en
las tabaquerías que se convirtió en atracción nacional e interna-
cional. Muy pronto, sin embargo, el gobierno colonial español
prohibió esas lecturas en las tabaquerías, y el periódico La Auro-
ra fue sometido a continua vigilancia por los censores. Todo esto
sucedió a finales de 1866. El período de existencia de La Aurora
señaló el comienzo de la conciencia de la clase obrera en Cuba.
En octubre de 1868, al estallar la guerra de los diez años, La
Aurora tuvo que desaparecer para siempre por imposición de las
autoridades coloniales.

29
DE EL CUBANO LIBRE A PATRIA

A partir de 1868 unos veinte periódicos se imprimieron en la


manigua. La genuina prensa revolucionaria cubana fue creada y
realizada por los gestores e impulsores de la causa por la inde-
pendencia y la libertad de Cuba. El Cubano Libre, nacido en
Bayamo días después del alzamiento de la Demajagua, ha que-
dado como el exponente principal de esa prensa.
Relata la historia que días antes del alzamiento del 10 de oc-
tubre de 1868 se tomó la decisión por Carlos Manuel de Céspe-
des, el Padre de la Patria, de publicar un periódico que fuera
portavoz del programa revolucionario. Se discutió sobre su nom-
bre, y el poeta y periodista José Joaquín Palma dijo: «¿No vamos
a libertar al cubano? El periódico, pues, debe llamarse El Cubano
Libre».
El periódico vio la luz en la noche del 17 de octubre, en una
vetusta imprenta donde se editó, en años anteriores, un periódi-
co denominado La Regeneración, dirigido por Francisco Vicente
Aguilera. Su primer director fue José Joaquín Palma. En su pri-
mer número publicó bajo el título «Orden del día», un docu-
mento firmado por Céspedes como general en jefe del Ejército
Libertador, en el cual ofrecía al pueblo de Bayamo velar por su
tranquilidad y respetar sus propiedades. También publicó noti-
cias sobre los primeros hechos de armas y una sección poética
donde aparecen las dos primeras estrofas de La bayamesa (hoy
Himno Nacional).  A partir de su segunda semana, y durante
dos meses y medio, El Cubano Libre salió a diario con editoriales
y artículos de fondo, noticias de la guerra, disposiciones oficia-
les, gacetillas y hasta una sección literaria.

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Tras el anuncio de un próximo asalto de la ciudad de Bayamo
por fuerzas del general Valmaseda, los patriotas cubanos deciden
incendiar y abandonar la ciudad. Y entre las cosas que Céspedes
dispone su salvación está la imprenta de El Cubano Libre, la cual se
dice fue llevada a una cueva donde permaneció hasta el final de la
guerra, aunque no volvió a utilizarse en la impresión de periódi-
cos. Hoy, en la casa natal de Céspedes, en Bayamo, se exhibe esa
vieja máquina impresora, fabricada en Estados Unidos. Seis me-
ses dejó de aparecer este periódico y, coincidente con la
promulgación de la Constitución de Guáimaro, el 10 de abril de
1869, lo hace como «periódico oficial de la República de Cuba».

Libertad de imprenta por treinta y cuatro días

La libertad de imprenta se convirtió en un tema de generali-


zados comentarios. El gobierno colonial español remplazó al
general Lersundi por el general Domingo Dulce Garay en el
mando principal en Cuba. Dulce, en un intento por contrarres-
tar la rebelión independentista, dictó algunas medidas de aper-
tura política, entre ellas la libertad de imprenta. El 9 de enero de
1869 emitió el siguiente decreto:
Gobierno Superior Político de la Siempre Fiel Isla de Cuba.
Usando de las facultades que se me han concedido por el Gobierno
Provisional de la Nación, decreto lo siguiente:
Art. primero.-Todos los ciudadanos de la provincia de Cuba tienen
derecho a emitir libremente sus pensamientos por medio de la impren-
ta, sin sujeción o censuras ni o ningún requisito previo.
Art. segundo.-Los delitos comunes que por medio de la imprenta se
cometan, quedan sujetos a la legislación común y tribunales ordinarios.
Art. tercero.-Son responsables para los efectos del artículo anterior
en los periódicos, el autor del artículo y a falta de este el director. En los
libros, folletos y hojas sueltas, el autor, y no siendo conocido, el editor y
el impresor por su orden. Serán considerados como hojas sueltas para
los efectos de este decreto, los periódicos que carezcan de director.
Art. cuarto.-Las empresas de periódicos pasarán a este gobierno
superior político una comunicación en la que ha de constar el nombre
de la persona que dirige el periódico.

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Art. quinto.-Ni la religión católica en su dogma, ni la esclavitud
hasta que las Cortes Constituyentes resuelvan, podrán ser objeto de
discusión.
Como efecto inmediato, este decreto determinó que apare-
ciesen unas ciento cincuenta nuevas publicaciones de todas cla-
ses, gustos y tamaños. Una de ellas fue El Diablo Cojuelo, editado
por Fermín Valdés Domínguez y José Martí, entonces con sólo
quince años de edad. Un solo número vio la luz, el 19 de enero
de 1869. Y en ese número, Martí escribió: «Esa dichosa libertad
de imprenta, que por lo esperada y negada y ahora concedida,
llueve sobre mojado, permite que hable usted por los codos de
cuanto se le antoje, menos de lo que pica; pero también permite
que vaya usted al Juzgado o a la Fiscalía, y de la Fiscalía al Juzga-
do lo zambullan a usted en el Morro, por lo que dijo o quiso
decir [...] Mas volviendo a la cuestión de la libertad de imprenta,
debo recordar que no es tan amplia que permita decir cuanto se
quiere, ni publicar cuanto se oye. Si viniese a Cuba un Capitán
General, que burlándose del país, de la nación y de la vergüenza,
les robase miserablemente dos millones de pesos; y corriesen
rumores de que este general se llamaba Paco o Pancho, Linsunde
o Lersinde, a buen seguro que mucho habría de medirse usted,
lector amigo, antes de publicar noticia que tanto ofende la nunca
manchada reputación del respetable cuanto idóneo representan-
te del Gobierno Borbónico en esta Antilla. Y esto lo digo para
que a mí como a los demás nos sirva de norma en nuestros actos
periodiquiles».
La libertad de imprenta duró treinta y cuatro días. El 12 de
febrero de 1869 el general Dulce dictó un nuevo decreto resta-
bleciendo la censura. El debate sobre esta cuestión llegó incluso
a la prensa insurrecta. La Constitución de Guáimaro estableció
que ciertas libertades, entre ellas la de imprenta, eran inviolables.
Esto provocó contradicciones ante la imposibilidad de conciliar
las exigencias de la guerra con los procedimientos democráticos
consagrados en la constitución. Por ejemplo, la Secretaría de la
Guerra de la República en Armas, la cual dependía del gobierno
civil, se vio obligada a enfrentar la campaña de propaganda men-
tirosa y calumniosa de España en relación con la lucha de los
mambises. No tuvo otra opción que prohibir la circulación de

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periódicos, revistas y proclamas del enemigo español en los cam-
pamentos rebeldes. Se emitió una circular determinando que al
ciudadano que llegase un papel de esa naturaleza, debía entre-
garlo a las autoridades cubanas y que estas lo harían llegar a la
Secretaría de la Guerra, la que decidiría si debía publicarse o no,
o ser objeto de réplica en la prensa mambisa. Esto no se enten-
dió en medios aferrados a un civilismo en extremo. La Cámara
de Representantes rechazó la medida de prohibición como in-
constitucional. El periódico insurrecto El Tínima, que sólo tuvo
cinco meses de duración y publicó 14 números, lo consideró
«un documento fatal» y «de medida improcedente y atentatoria
a las prerrogativas de un pueblo libre».
El periódico El Cubano Libre apoyó, en cambio, la resolución
de la Secretaría de Guerra. «Conque tenemos libertad de imprenta
ilimitada, comentaba en una nota editorial el 15 de diciembre.
Pues entonces pueden salir escritores españoles del seno de los
campamentos enemigos, y fundar periódicos dentro de nuestras
mismas trincheras, proclamar en ellos las doctrinas más disolventes
para nosotros, atacar la causa de nuestra independencia y ser
inviolables sus personas, pues hacen uso de una libertad que les
concede la República de Cuba, la libertad de imprenta [...].»
De tal manera, desde sus mismos inicios, El Cubano Libre
evidenció ser un símbolo de la intransigencia y la combatividad
revolucionarias. Este periódico cesó de publicarse en 1871, lue-
go de que una patrulla enemiga destruyó sus instalaciones en un
caserío de la zona de Florida.

Reaparición en la guerra de 1895

Al estallar la guerra de 1895, Antonio Maceo hizo reaparecer


El Cubano Libre tras ordenar la captura de una imprenta existen-
te en unos almacenes de Nipe. Y en la cueva de Sao Corona,
jurisdicción de Holguín, y luego en Cuabitas, al norte de Santia-
go de Cuba,  se publicó indistintamente este periódico hasta
1898, bajo la dirección de Mariano Corona Ferrer, quien había
sido cajista del periódico santiaguero El Triunfo. Figuras como
José María Heredia, Federico Pérez Carbó, José Miró Argenter

33
y el doctor Joaquín Castillo Duany estuvieron entre sus redacto-
res. En los mil días que duró El Cubano Libre durante esta etapa,
publicó cerca de cien ediciones, incluyendo los suplementos.
Un corresponsal de guerra, puertorriqueño, incorporado a la
lucha por nuestra independencia, dejó escrito en el periódico El
Porvenir, de Nueva York, una crónica sobre una visita que hizo en
compañía de un periodista norteamericano al lugar donde se
imprimía en 1896 El Cubano Libre. Modesto A. Tirado escribió
estas impresiones: «Penetramos en el lugar donde se imprime El
Cubano Libre y encontramos allí la imprenta completa. Desde el
tipo más pequeño hasta la prensa de manos, todo en perfecto
orden. Es admirable y digna de todo encomio la gran voluntad
de estos hombres, encerrados en el corazón de un espeso bos-
que, con el componedor en la mano y al lado el rifle, dedicando
todo su tiempo a la importante tarea de difundir por los ámbitos
de la República y fuera de ella los triunfos de nuestro Ejército y
los errores del enemigo, empecatado y cruel. Iba con nosotros el
director del periódico, Mariano Corona, quien con exquisita ama-
bilidad puso a nuestra vista la colección de El Cubano Libre y un
sinnúmero de trabajos tipográficos ejecutados en el taller que
dirige desde principios de la guerra. Volaron las horas entreteni-
das en la imprenta y en la redacción, curioseándolo todo y recor-
dando mis buenos tiempos en New York. Acompaño como ob-
jeto muy curioso una de las tarjetas que Mariano Corona hizo
imprimir con el nombre del corresponsal norteamericano. Lo
más típico de esa tarjeta es el material en que fueron impresas:
papel de yaguas».
Maceo definió El Cubano Libre como un cuerpo de ejército
compuesto por doce columnas, equivalente para él a un refuerzo
de quinientos hombres, que se batía diariamente y bien por la
causa de Cuba. En otra ocasión lo caracterizó como una pieza de
artillería.
Al finalizar la guerra Mariano Corona continuó en Santiago
de Cuba la publicación de El Cubano Libre, y fue uno de los
críticos más fuertes de la intervención y ocupación militar norte-
americana de Cuba. El 30 de enero de l897, menos de un año
antes de que oficialmente Estados Unidos anunciase que Cuba

34
sería ocupada militarmente por sus tropas, Corona publicó un
artículo de enjuiciamiento a un mensaje sobre Cuba presentado
ante el Congreso de Washington por el presidente Grover
Cleveland.
«Hay en el mencionado mensaje, escribió Corona, informes
desatinados en extremo y que no tienen otra justificación que el
marcado propósito de perjudicarnos, aún a trueque de obscure-
cer la verdad [...]». Y añade: «Cree asimismo el Presidente, que
seamos nosotros capaces, como medio de poner término a la
revolución, de aceptar soluciones que no tuviesen por base la
absoluta independencia de Cuba. Esas palabras, en labios tales,
son la demostración más franca y evidente de que él no desperdi-
cia la ocasión de hacernos blanco de su inmotivada malquerencia
[...] Sépalo de una vez para siempre quien tan mal nos juzga:
Independencia o Muerte es nuestro lema. Con él vinimos al campo
de la guerra; con él volveremos al hogar, quizás deshecho pero
dignificado. Con él abandonamos nuestros más preciados inte-
reses e incendiamos la ciudad donde vivimos largos años de es-
clavitud; con él retamos al déspota, y con él lo venceremos [...]».

Otros periódicos en la manigua

Otros periódicos insurrectos de importancia lo fueron Boletín


de la Guerra, que fungió como órgano oficial del gobierno desde
1873 a 1875; El Mambí, dirigido y redactado por Ignacio Mora
en Guáimaro y que se publicó hasta 1871; La Estrella Solitaria,
que tuvo dos etapas durante la guerra de los diez años y fue
fundado por Rafael Morales, Moralitos; La República, que en 1876
fue órgano oficial del gobierno de la República en Armas y tam-
bién apareció un periódico con ese mismo nombre en Las Villas
durante la guerra necesaria; Las Villas, que comenzó a publicarse
en 1874 en la zona de Sancti Spíritus y que reapareció como Las
Villas, Cuba Libre en 1897; La Independencia, fundado por
Bartolomé Masó en 1895 y que circuló en la zona de Manzanillo
hasta el final de la guerra; y La Sanidad, redactado por seis médi-
cos y que tenía como objetivo informar sobre las medidas de

35
higiene que se adoptaban en la manigua. También aparecieron
otros periódicos como El Boletín Oficial de la División de
Cienfuegos, La Verdad, La Estrella de Jagua, Patria y Libertad y El
Montero Libre. La característica común de estas publicaciones,
además de su contenido ideológico, era la irregularidad de su
aparición. De algunos de los periódicos insurrectos no se conser-
van siquiera ejemplares en los archivos.
Tanto en 1868 como en 1895 los periódicos mambises se
distribuían gratuitamente en la manigua, en las zonas urbanas y
en la emigración. La circulación dentro de Cuba estaba garanti-
zada por las Casas de Posta, el famoso correo mambí que, a jui-
cio de los historiadores, fue tal vez el mejor servicio público or-
ganizado en la revolución. Ese correo mambí actuó con la
eficiencia de aquel que tenían los incas del Perú, y que recibió el
nombre de correo de los chasquis.
En las ciudades, en particular en La Habana, se mantiene a lo
largo de las tres décadas finales del siglo XIX el impulso a una
prensa diaria de naturaleza mercantil que mantiene en esencia su
apoyo a la metrópoli y, a la vez, una turba iletrada que asalta y
denigra al periodismo fundando publicaciones de diferente tipo.
En este último caso, sargentos y voluntarios, típicos mercenarios
de la época, crean  cientos de boletines que, en una gran parte,
se identifican como El Eco de tal cosa o El Eco de tal otra.
A partir de diciembre de 1868 se publica el periódico La Voz
de Cuba, considerado el más reaccionario y extremista del pasa-
do siglo. Propietario y director de ese diario fue Gonzalo de
Castañón, un asturiano que había llegado a Cuba dos años antes
luego de ejercer el periodismo en Oviedo y Madrid.
Este periódico preconizó desde 1870 el exterminio total de
los cubanos para repoblar la isla con españoles. Anteriormente,
ese mismo año, había estado incitando la violencia contra la po-
blación cubana del llamado Cuerpo de Voluntarios, un genuino
escuadrón de la muerte en esa época, organizado y armado por
los peninsulares ricos. Lo integraban jóvenes españoles, carentes
de educación, y que habían cruzado el océano con el propósito
de hacer fortuna a cualquier precio. El Cuerpo de Voluntarios
llegó a tener más de treinta mil efectivos, y La Voz de Cuba se
convirtió en su portavoz, y Gonzalo de Castañón su ídolo. Los

36
voluntarios, siguiendo las instrucciones de los editoriales de
Castañón, protagonizaron en enero de 1869 las matanzas del
teatro de Villanueva y del café de la Acera del Louvre, y también
el asalto al Palacio de Aldama.
Castañón murió a principios de 1871 en Cayo Hueso, Flori-
da, durante un duelo con un cubano, director de un periódico de
ese lugar. Ese duelo se concertó luego de que Castañón, en La
Voz de Cuba, consideró a todas las mujeres cubanas residentes en
Cayo Hueso como prostitutas. Eso ofendió a la colonia cubana,
y el director de El Republicano lo retó a duelo. Castañón, con tal
de aumentar la circulación de La Voz de Cuba, aceptó... y ello le
costó la vida.
Los voluntarios pensaron que el periodista integrista regresa-
ría a Cuba victorioso, no en un ataúd. Le dieron un gran recibi-
miento en La Habana el 2 de febrero de ese año, lo sepultaron
 con «grandes honores» en el cementerio de Espada y, esa mis-
ma noche, en medio de la desesperación, llevaron a cabo una
gigantesca matanza de la población cubana, hecho silenciado por
la mayor parte de los periódicos de la época.
El nicho donde fueron sepultados los restos de Castañón se
convirtió en eje de una página trágica de la historia de Cuba: el
fusilamiento de ocho estudiantes de medicina, acusados de
haberlo profanado. La historia demostró que tal acusación era
una falsedad. Otro periodista, Fermín Valdés Domínguez, lo de-
mostró en un documentado trabajo sobre aquellos hechos.

Tras el Pacto del Zanjón

Hay una etapa que tiene significación para el periodismo ofi-


cial y cuasi oficial en Cuba:  la que se inicia con la firma del
Pacto del Zanjón. Una vez más las autoridades coloniales decre-
tan la libertad de imprenta, tal como lo hicieron en 1812 y en
1869, y ello alienta a la fundación de nuevos periódicos y, a la
vez, a que se ponga de manifiesto nuevamente la inconciliable
pugna de intereses e ideas de dominadores y dominados. Hay,
en esta etapa, un desarrollo del periodismo político. Surgen los
periódicos El Triunfo, en 1878, y su continuador El País, en 1884,

37
como órganos del autonomismo. Destacadas figuras de la
intelectualidad escribieron para estos diarios que han sido consi-
derados como escuelas de políticos y periodistas. Algunas de esas
figuras abrazarían años más tarde la causa de José Martí, entre
ellas Enrique José Varona y Manuel Sanguily.
Un extraordinario periodista, Juan Gualberto Gómez, tiene
un sitial obtenido por derecho propio en este recuento de esa
época. Avalado por una experiencia de ejercicio profesional en
Francia, funda los periódicos La Fraternidad, en 1879, La Igual-
dad, en 1884, y posteriormente se incorpora a las redacciones de
varias publicaciones de La Habana, entre ellas el periódico La
Discusión, fundado en 1889. Alcanzó enorme popularidad cuan-
do un artículo suyo titulado «Por qué somos separatistas», pro-
vocó que el Tribunal Supremo de España declarase que era legal
la defensa de las ideas separatistas en Cuba. Su prestigio llevó a
que Martí le diese la responsabilidad de fijar y transmitir la fecha
del alzamiento del inicio de la guerra necesaria, lo que aconteció
el 24 de febrero de 1895. De Juan Gualberto había escrito Martí
años antes en el periódico Patria: «Él quiere a Cuba con aquel
amor de vida y muerte, y aquella chispa heroica con que la ha de
amar en estos días de prueba quien la ame de veras. Él tiene el
tesón del periodista, la energía del organizador y la visión distan-
te del hombre de Estado».
De igual modo, en este bosquejo se hace imperiosa la presen-
cia del catalán José Miró Argenter, quien llegó a Cuba a media-
dos de 1874, hace suya la causa de los cubanos por su indepen-
dencia, y años después, en Santiago de Cuba, empieza a ejercer
el periodismo en el periódico La Nueva Era. Precisamente un
artículo suyo de denuncia a los abusos cometidos por un alto
funcionario contra un negro, lo lleva a la cárcel, primero, y a un
destierro fuera de Santiago de Cuba, después. Se estableció en
Holguín, donde poco después asumió la dirección del periódico
La Doctrina. Bajo el autonomismo, hizo de esa publicación un
arma para expresar sus ideas independentistas. En un artículo
criticó abiertamente al alcalde de la ciudad, quien, indignado, lo
retó a duelo. Miró Argenter resultó victorioso al herirlo en un
brazo. En ese periódico de Holguín, Miró Argenter censuró con
fuerza al gobierno colonial español por la decisión de expulsar

38
del país a Antonio Maceo, luego de la Protesta de Baraguá. Miró
debió trasladarse a Manzanillo, y allí dirigió el periódico El Libe-
ral. En la guerra de 1895 se integró al Ejército Libertador y
alcanzó los grados de general de división. José Martí dijo de
Miró Argenter que era un hombre «de los que al empuje de la
resolución en momentos críticos, unen la grandeza que jamás
pone precio a su servicio». Terminada la guerra, este catalán diri-
gió el periódico La Democracia, y fue redactor de El Cubano
Libre, desde cuyas páginas arremetió contra la intervención mili-
tar norteamericana. Es autor de varios libros, entre ellos Cróni-
cas de la guerra, sobre la invasión realizada por Maceo, del cual
fue uno de sus principales ayudantes.
La prensa obrera también tuvo su presencia en los años fina-
les del siglo. Mucha significación alcanzó El Productor, publicado
a partir de 1887 por el aporte económico de un industrial pana-
dero. Enrique Roig San Martín fue su primer director. Publicó
artículos de Carlos Baliño y otras figuras  que en esos tiempos
preconizaban las ideas sobre la lucha de clases y el socialismo.
Este periódico se pronunciaba contra el juego, la prostitución y
otros vicios. Criticó fuertemente la mediatización de la prensa
de la época, a la que calificaba «como servil defensora de bastar-
dos intereses, encubierta con el antifaz de la moralidad y del or-
den». A partir de 1889 salió dos veces por semana. Sostenido
por las suscripciones de los obreros se mantuvo hasta el 23 de
noviembre de 1890. En su último número, se despidió diciendo
a sus lectores: «el porvenir les pertenece».
La crítica no agradaba a los gobernantes españoles. Y ello se evi-
dencia en un hecho en que estuvo implicado Julián del Casal, perio-
dista y poeta, tras la publicación en La Habana Elegante de un artícu-
lo donde se refería al contrabando existente, a la persecución a la
prensa y a los malos consejeros que tenía el capitán general, a la sazón
Sabas Marín y González. También criticó fuertemente las «vulgares
recepciones» en el Palacio de Gobierno. Tres días después de la publi-
cación de ese artículo, Sabas Marín ordenó secuestrar todos los ejem-
plares de esa revista, y dispuso la cesantía de Julián del Casal de un
modesto empleo que tenía en Hacienda. De igual modo, el capitán
general planteó que, a partir de aquel momento, cualquier número
de La Habana Elegante solamente podía circular si tenía el cuño del
gobierno colonial. Así era la censura en aquella sociedad. De esta

39
época, en 1889, nace en Guantánamo el periódico La Vanguardia,
fundado por Rafael Gutiérrez Fernández, que algunos consideran el
primero en la región de Oriente de franca tendencia separatista.
A finales de este siglo la caricatura fue muy utilizada tanto por la
prensa al servicio de la colonia como por los patriotas. El Moro Muza
(1859-1875) y Juan Palomo (1869-1874), entre otros, asumieron
una actitud hostil hacia los ideales de la revolución. Publicaciones
de carácter versátil la utilizaron en sus páginas, entre ellas El Álbum
(1887), de Matanzas; Gil Blas (1890-1891); La Política Cómica
(1894) y La Caricatura (1887-1900). En todas estas publicaciones
colaboró Ricardo de la Torriente, un artista cubano que se colocó
junto a las filas de los patriotas. De la Torriente también colaboró
en Cacarajica, un suplemento del periódico Patria que comenzó a
editarse en Nueva York en 1896. Otra publicación que acogió en
sus páginas el dibujo político revolucionario fue la revista Cuba y
América (1897-1898), también editada en Nueva York y que, pos-
teriormente, pasó a publicarse en La Habana.
Marca 1883 un acontecimiento importante: la publicación
de la primera fotografía en Cuba. Hasta entonces lo que la tec-
nología permitía era reproducir los dibujos o apuntes de una
foto. El Museo, un semanario ilustrado de literatura, arte, cien-
cias y conocimientos generales, dirigida por Juan de Armas, pu-
blicó esa primera foto, realizada en un estudio, y que captó a
Nicolás Azcárate, abogado y periodista que era considerado «un
buen autonomista español».
Y ya que hablamos de fotografía, debemos consignar las que
durante la guerra por la independencia, a partir de 1895, fueron
publicadas por la revista El Fígaro, y no dejar de mencionar al
fotógrafo español José Gómez de la Carrera, quien logró traba-
jar tanto junto al ejército colonial español como junto al Ejército
Libertador, y publicó la iconografía más importante de la guerra
de independencia.
Hay un curioso periódico que vio la luz a finales del siglo, a
partir de 1895: Ecos de Cuba, dirigido a la población de la metró-
poli. Salía cada diez días y era enviado por barco a España. Se
publicaron 113 números. Postulaba como línea editorial la sobe-
ranía española sobre Cuba, aunque con el tiempo comenzó a
favorecer la idea de que se le diese mayor autonomía. Ofrecía
informaciones sobre batallas importantes, escaramuzas, condi-

40
ciones económicas, movimientos de tropas, bajas militares, par-
tidos políticos, periódicos, movimientos de barcos. Cumplió un
buen papel informativo en 1898 en ocasión de la explosión del
Maine en La Habana.

Un periódico para juntar y amar

José Martí es el periodista más sobresaliente de todo este pe-


ríodo, y fundó el periódico Patria el 14 de marzo de 1892, que es
la obra periodística cubana de mayor relieve y alcance del siglo
XIX. De los 26 tomos de que constan sus obras completas, la abso-
luta mayoría está compuesta por sus trabajos publicados en la pren-
sa. Comenzó escribiendo para El Diablo Cojuelo y Patria Libre, dos
pequeños periódicos que se editaron en 1869. Luego seguiría co-
laborando en órganos de España, México, Estados Unidos, Vene-
zuela, Honduras, Colombia, Uruguay y Argentina, entre otros
países, hasta llegar a su obra cumbre, periodísticamente hablando,
el periódico Patria, editado en Nueva York. Era Patria el espíritu
de Martí pintado de cuerpo entero: su prosa, su oficio y sus pro-
pósitos liberadores. En sus números está condensado el pensa-
miento del Maestro en los últimos tres años de su vida.
Patria aparecía cada sábado, es decir, era un periódico sema-
nal. Su costo: cinco centavos, y al lado del precio se insertaba la
siguiente aclaración: «Los productos del periódico se destinan a
su mantenimiento». Constaba de cuatro páginas a cuatro colum-
nas, con un tamaño poco usual en la actualidad (52 x 36 cm). Se
distribuía principalmente por correo. Quienes contribuyeron
financieramente para la aparición y sostenimiento de esta publi-
cación fueron los tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso, e intelec-
tuales cubanos y puertorriqueños que vivían en Nueva York.
En su primer número la nota principal es la reproducción de
las «Bases del Partido Revolucionario Cubano», partido funda-
do con el objetivo de alcanzar las independencias de Cuba y Puerto
Rico. Casi un mes después del nacimiento de Patria proclama
Martí formalmente la constitución del partido. También en la
página frontal hay un artículo suyo titulado «Nuestras ideas»,
donde expresa que Patria nace «para juntar y amar, y para vivir
en la pasión de verdad», a la vez que ofrece argumentos sólidos

41
sobre la imperiosa necesidad de alcanzar la independencia y la
libertad mediante la guerra necesaria.
En la página tres de ese primer ejemplar, Martí razona en un
artículo titulado «A nuestra prensa» sobre el papel que le corres-
ponde en la batalla por la independencia y la libertad. Y, en tal
sentido, escribe: «Nace este periódico, a la hora del peligro, para
velar por la libertad, para contribuir a que sus fuerzas sean in-
vencibles por la unión, y para evitar que el enemigo nos vuelva a
vencer por nuestro desorden».
La desunión, la dispersión, la envidia, contribuyeron a la de-
rrota de 1868; por eso Martí trabaja sin descanso por la unidad,
firme, real, creadora, y prosigue describiendo el perfil de esa trin-
chera de papel: «Una es la prensa, y mayor su libertad, cuando
en la república segura se contiende, sin más escudo que ella, por
defender las libertades de los que las invocan para violarlas, de
los que hacen de ellas mercancía, y de los que las persiguen como
enemigas de sus privilegios y de su autoridad. Pero la prensa es
otra cuando se tiene en frente el enemigo. Entonces, en voz baja,
se pasa la señal. Lo que el enemigo ha de oír, no es más que la
voz de ataque. Eso es Patria en la prensa. Es un soldado. Para el
adversario mismo será parco de respuestas, y en vano se le que-
rrá atraer a escaramuzas inútiles, porque cada línea de los perió-
dicos de la libertad es indispensable para fundarla; aun el adver-
sario hallará en nosotros más bálsamo que acero. El arma es para
herir, y la palabra para curar las heridas[...]».
En otro artículo, aparecido en la misma página tres, titulado
«Patria», Martí expresa: «En Patria escribirán el magistrado glo-
rioso de ayer y los jóvenes pujantes de hoy, el taller y el bufete, el
comerciante y el historiador, el que prevé los peligros de la repú-
blica y el que enseña a fabricar las armas con que hemos de ga-
narla. «En Patria publicaremos “La situación política” que refle-
je, de adentro y de afuera, cuanto cubanos y puertorriqueños
necesitan saber del país [...] los “caracteres” de nuestro pueblo,
de lo más pobre como de lo más dichoso de la vida [...] la “gue-
rra” o crónica de ella [...] la Cartilla Revolucionaria donde se
enseñará, desde el zapato hasta el caer muerto, el arte de pelear
por la independencia del país [...]».

42
En este número inicial de Patria también aparece una noticia
sobre la visita que Martí hiciese a Tampa y Cayo Hueso, otra
información sobre la creación de dos nuevos clubes patrióticos
en Filadelfia y Atlanta, y una tercera referida a una sesión del
Club Borinquen, el cual expresó su adhesión plena al Partido
Revolucionario Cubano. Inserta Patria en este primer ejemplar
una sección de anuncios clasificados que incluye fábricas, manu-
facturas de tabaco, artistas, profesores de música, médicos, inge-
nieros, abogados, notarios, comerciantes, periódicos, dentistas,
boticas, colegios y restaurantes de cubanos y puertorriqueños en
Estados Unidos.
Martí fue el primer director de Patria, aunque en su etapa
inicial no aparecía en su machón como tal. Tanto fue su amor
por este periódico, que él mismo corregía sus pruebas y, en oca-
siones, los sábados ayudaba a liar los paquetes salidos de la im-
prenta y a llevarlos a las oficinas de correo para su despacho.
Colaboraron en este periódico Gonzalo de Quesada, y un mula-
to puertorriqueño, patriota, impresor, tipógrafo y buen escritor,
Sotero Figueroa, a quien Martí admiraba mucho por el filo de su
pluma. También lo hicieron otras figuras de la intelectualidad
cubana como Bonifacio Byrne, Diego Vicente Tejera, Manuel
Sanguily, Manuel de la Cruz, Francisco de Paula Coronado, Fe-
derico Pérez Carbó y Rafael Serra.
En el ejemplar de Patria correspondiente al 17 de junio de
1895 (número 166) apareció una nota de última hora: «Al en-
trar en prensa el presente número recibimos la cruel certidum-
bre de que ya no existe el Apóstol ejemplar, el maestro querido,
el abnegado José Martí. Patria, reverente y atribulada, dedicará
todo su número próximo a glorificar al patriota, a enaltecer el
inmortal».
Ocupó entonces la dirección del periódico Enrique José Va-
rona, quien se mantuvo en tal responsabilidad hasta el número
de fecha 23 de agosto de 1897. Luego su editor responsable fue
el periodista santiaguero Eduardo Yero Buduén. No hay cons-
tancia de quién sustituye a Yero al frente de la publicación, aun-
que Tomás Estrada Palma, en su carácter de delegado del Partido
Revolucionario Cubano, había asumido desde tiempo antes la
dirección y administración.

43
En cuanto a su periodicidad, primero fue semanal, y desde el
5 de octubre de 1895 hasta su desaparición, mensual. El último
número de Patria se publicó el 31 de diciembre de 1898. Se
despidió con una nota titulada «Obra terminada». La obra de
Martí no estaba terminada. El siglo XX lo evidenció. Su pensa-
miento antimperialista y de libertad estaba por cumplir.

44
LOS PRIMEROS CINCUENTA AÑOS
DE REPÚBLICA NEOCOLONIAL

Varios periódicos sobrevivieron con la entrada del siglo XX, en-


tre ellos El Nuevo País, La Discusión, La Lucha y Diario de la
Marina. Este último, al producirse la intervención militar norte-
americana en Cuba el 1 de enero de 1899,  había suprimido el
subtítulo Órgano Oficial del Apostadero de La Habana, lo que
motivó que días después los mismos oficiales españoles lo ape-
drearan. Diario de la Marina, pues, entró al nuevo siglo con una
casaca distinta: defendería los intereses de los nuevos dueños de
Cuba, es decir, los norteamericanos.
Sus alegrías por el asesinato de los estudiantes de medicina,
las muertes de Martí y Maceo y el genocidio de 300 000 cuba-
nos por el sanguinario Valeriano Weyler, eran infames  páginas
del Diario de la Marina que de un golpe, con la sencilla acción de
despojarse del título de órgano oficial de la metrópoli colonial,
ese periódico pretendía sepultar en el olvido. A pocos, sin em-
bargo, pudo engañar. Ya Martí lo había dicho muchos años an-
tes: «Diario de la Marina tiene desgracia, lo que él aconseja por
bueno  es justamente lo que todos (los cubanos) tenemos por
más malo».
Cuando el 19 de mayo de 1895 cayó José Martí en Dos Ríos,
Diario de la Marina escribió: «Ha caído para siempre Martí, el
jefe civil, la cabeza pensante y delirante del movimiento separa-
tista [...] Rudo, rudísimo es el golpe que acaba de sufrir la insu-
rrección separatista y que, sin duda, precipitará el advenimiento
de su término». Y concluía en esa nota diciendo: «Por la gloria,
pues, de nuestras armas y por la trascendencia de ese resultado,

45
enviamos a aquellos bravos (es decir, a los soldados españoles
que dieron muerte a Martí), nuestro aplauso patriótico más en-
tusiasta, y a la nación y al país nuestra modesta, pero calurosa
enhorabuena».
De Antonio Maceo, por negro y por patriota, por su viril
protesta en Baraguá, Diario de la Marina brindó con champán
por su muerte, y escribió: «Júbilo ha producido en esta sociedad
la desaparición de aquel por cuya sangre ha corrido tanta sangre
inocente y generosa, y sobre cuyo nombre pesan tan horrendos y
espantosos crímenes».
Sus mensajes de bienestar y esperanzas para la patria, bajo la
intervención militar norteamericana, y sus justificaciones en apoyo
de la república neocolonial instalada a partir de 1902, indicaron
prontamente que Diario de la Marina cambiaba sólo de ropaje,
no de alma. El nuevo siglo no le perdonaría lo que había hecho y
lo que le quedaba por hacer. Con el disfraz republicano, Diario
de la Marina alababa en su edición del 21 de mayo de 1902 el
orden observado por el pueblo en los festejos de la inauguración
de la república formal de escudo y bandera, y aconsejaba: «Por-
que ahora a la democracia cubana conviene en que toda autori-
dad ha de venir de los Estados Unidos».
«Es necesario proclamar, escribió Carlos Rafael Rodríguez en
el periódico Hoy, que así como durante el siglo XIX la marcha
cubana hacia la libertad tuvo que hacerse en pugna ardorosa y
constante contra todo lo que el Diario de la Marina encarnaba
en su prosa nutrida por el odio de los negreros esclavistas y de
los saqueadores de la riqueza patria, también a lo largo de esos
primeros cincuenta y siete años de república trunca, cada paso
por la vía del progreso, cada pulgada de libertad obtenida, hubo
que pelearla a un costo de mucha sangre y de muchos esfuerzos
contra los intereses antagónicos a la patria, nuevos unos, conti-
nuadores los otros del vencido coloniaje [...] y ha sido Diario de
la Marina el principal vocero del coloniaje superviviente [...]».
En su día, por ejemplo, cuando se discutió y aprobó la Cons-
titución de 1940, cuya adopción significaba un avance y procla-
maba un programa para el progreso del país, Diario de la Marina
la combatió con furia y saña. Conquistas como la semana de

46
cuarenta y cuatro horas y el pago de vacaciones anuales, logradas
por las huelgas y demandas de la clase obrera, hallaron una fuer-
te oposición en las páginas de ese diario.

Nuevas tecnologías contribuyen


a un desarrollo del periodismo

Con el siglo XX el periodismo en Cuba tiene un desarrollo


incomparablemente superior a la anterior centuria. Varios he-
chos lo propician. En primer lugar, la irrupción de  nuevas
tecnologías de impresión, como las veloces rotativas que
remplazan a las viejas maquinarias, lo que va acompañado de
sistemas más modernos de composición, esterotipia y
rotograbado. Ya no hay necesidad, por otra parte, de esperar a
que las noticias extranjeras lleguen a las redacciones a través del
correo o de mensajeros que vienen en los barcos. El nacimiento
de las agencias cablegráficas resuelve ese problema, y las em-
presas periodísticas más solventes incorporan ese servicio a las
redacciones. La fotografía es otro elemento que se inserta ma-
sivamente en revistas y periódicos. Con el decursar de los años
hay un perfeccionamiento impetuoso de todos estos recursos
que hacen posible un periodismo de mayor agilidad, actuali-
dad  y mejor presentación. La aviación, la navegación, los
medios de transporte terrestre se desarrollan, y esto, en cierta
medida, influye en hacer un periodismo distinto. El teléfono
también. Estas posibilidades de comunicación determinan que
el periodismo salga de las redacciones. El artículo o el comen-
tario ceden espacio al reporterismo. El surgimiento de la radio,
primero, y de la televisión después, provocan  que el periodis-
mo, en general, gane en dinamismo y amplitud, y obliga, asi-
mismo, a nuevas formas de ver las cosas sobre el ajetreado vivir
del presente siglo. Los periódicos, en general, necesitan más es-
pacio para exponer todo lo que sucede. Las cuatro o seis páginas
que tenían los diarios en el anterior siglo son insuficientes, tanto
para la información como para cumplir los compromisos de
publicidad. Se amplían, pues, a l6, y muchas más. Las revistas

47
ganan en presentación con la utilización de nuevas técnicas de
impresión y el uso de elementos gráficos.
En la primera mitad del siglo nacen decenas de diarios nacio-
nales y provinciales. Algunos de ellos sobreviven largos años. El
Mundo, en 190l, empieza con cuatro páginas y siete columnas, y
pocos años después llega a tirar 44 páginas de ocho columnas.
Un periódico netamente informativo, fundado por Ramón F.
Govín, impreso dentro de una concepción de modernidad, in-
trodujo el grabado y la crónica social diaria, y fue el primero que
presentó tricomías y anuncios en colores en la prensa diaria.
 Manuel Márquez Sterling fue jefe de redacción en su primera
etapa. Juan Gualberto Gómez funda en 1903 el periódico La
República Cubana, de breve existencia, luego de que en una acti-
tud de dignidad renunció como editorialista y jefe de redacción
del periódico La Discusión, cuando su dirección decidió apoyar
la Enmienda Platt, aprobada por el congreso norteamericano
como apéndice a la constitución de Cuba, y que legalizó la inje-
rencia norteamericana en los asuntos internos de la isla. El Parti-
do Liberal y La Nación se crean en 1906. El útimo tiene gran
aceptación, y es donde el propio Márquez Sterling publica un
artículo  que causa mucha roncha, titulado «Contra la injerencia
extranjera, la virtud doméstica».
Márquez Sterling, en ese artículo, censura fuertemente al go-
bierno de Menocal por la respuesta tibia dada a un memorán-
dum injerencista del gobierno de Estados Unidos. «La respuesta
del memorándum, escribió ese periodista, debió ser concebida
en términos de elevada dignidad nacional, que hiciese retroceder
al gobierno de Washington». Y añadía: «A la injerencia extraña
sólo podía responder la virtud doméstica», dando a entender que
esta última no existía. Menocal dispuso de inmediato la clausura
de La Nación.
Márquez Sterling, sin duda, es una de las grandes figuras del
periodismo cubano a principios de siglo. Enalteció la profesión
oponiéndose a la Enmienda Platt y a la política intervencionista
de Estados Unidos en Cuba y demás países de América Latina, y
defendiendo los derechos de soberanía y autodeterminación de
los pueblos del continente. Falleció en 1934, y ocho años des-

48
pués la primera escuela profesional de periodismo establecida en
Cuba se honró con su nombre.
Otros diarios que ven la luz en el primer cuarto de siglo de la
república son El Imparcial y Cuba (1907), este último como con-
tinuador de El Nuevo País; Liborio (1910); El Día (1911), diario
que desapareció bajo el régimen de Machado luego de que fuese
asesinado su director Armando André; Heraldo de Cuba (1913),
también fundado por Manuel Márquez Sterling; La Prensa
(1914); El Mercurio (1917), de carácter financiero y que tam-
bién desapareció bajo el machadato; Diario de Cuba (1917), en
Santiago de Cuba; El Cuarto Poder (1920), creado por Ramón
Vasconcelos El País (1921) y Patria (1925), nombre rescatado
por Juan Gualberto Gómez para combatir al gobierno de Ma-
chado. También a partir de 1931 y hasta 1935, aunque con irre-
gularidad, se publicó el periódico Ahora, en el cual colaboraron
firmas tan sobresalientes como las de Pablo de la Torriente, Juan
Marinello, Raúl Roa, Emilio Roig de Leuchsenring y Regino
Pedroso.
Pablo de la Torriente se inició en el periodismo en 1920 en las
publicaciones Nuevo Mundo y El Veterano. Luego de ser detenido
en 1931 junto a un grupo de dirigentes del Directorio Estudian-
til Universitario escribe y publica en el diario El Mundo sus re-
portajes «105 días de prisión». Después, como corresponsal de
Ahora, trabaja en las áreas rurales y publica en ese periódico sus
artículos «La isla de los 500 asesinatos». Fue, asimismo, corres-
ponsal de The New Masse, de Nueva York, y El Machete, de Méxi-
co. Va a España, en 1936, a defender la república, y allí muere
este extraordinario periodista, en lo profesional uno de los gran-
des que ha tenido Cuba.
Justo es también mencionar a Rubén Martínez Villena que,
además de un excelente poeta, fue un destacado periodista. Rubén
colaboró con las revistas Chic y El Fígaro, y los diarios El Heraldo
de Cuba y El Heraldo. Trabajó como corrector de pruebas y llegó
a ser editorialista y responsable de la página literaria de El Heral-
do. También dirigió la revista Venezuela Libre (1925-1926) y es-
cribió para el Boletín del Torcedor (1929).
Otros diarios se publicarían en La Habana a partir de la déca-
da del treinta, entre ellos Información (1931), El Crisol (1934),

49
Alerta (1936) y Prensa Libre (1941),  los cuales mantuvieron su
salida regular hasta después del triunfo de la revolución cubana.
Frente a esta prensa, que con excepciones como las de Patria
y Ahora respondía a los intereses de la burguesía nacional y era,
como regla, servil y dependiente de Estados Unidos, surgió otra
preocupada por la defensa de los intereses del proletariado y de
los sectores humildes del pueblo. Justicia, Bandera Roja, La Pa-
labra y Línea fueron antecedentes sobresalientes de la publica-
ción Noticias de Hoy, nacida en 1938, y que desempeñó un ex-
traordinario papel como servidor de la causa antimperialista del
pueblo cubano, de la lucha contra la explotación, por el socialis-
mo y la paz. Cuando apareció sus enemigos pronosticaron que
«dentro de tres meses no podrá seguir saliendo». Los augurios
tomaban en cuenta las dificultades que representaba la edición
de un diario revolucionario en medio de la hostilidad de todas
las fuerzas reaccionarias dominantes, sin medios económicos, sin
anunciantes que proporcionasen altos ingresos para la adquisi-
ción de papel, tinta y otros insumos.
El personal de redacción, talleres y administración, trabajan-
do en las peores condiciones imaginables, pasaba semanas sin
cobrar o cobraba cantidades ínfimas, insuficientes para atender a
los más elementales e imprescindibles gastos de la familia. Cada
día para garantizar la salida del próximo número, había que re-
clamar de los trabajadores del país algunos centavos de sus sala-
rios para comprar el papel en que se imprimía Hoy.
Una campaña grandiosa, cuajada de gestos hermosos, de en-
fermeras que dieron su reloj, de esposas que dieron su anillo de
bodas, de trabajadores que empeñaron su traje de domingo, de
campesinos que cedieron su puerquito, de gentes que dieron hasta
los botones de la camisa, permitió levantar los talleres propios
de Hoy, garantizar las condiciones materiales de su salida regular,
con una calidad mejor. Sin interrupción, durante doce años, No-
ticias de Hoy llevó su mensaje de esperanza, su orientación de
lucha, su simiente de redención a todo el país.
Fuera de la capital la situación de la prensa fue, en general,
precaria. Los periódicos tenían una corta vida, preñada de difi-
cultades de todo tipo, que hacían su salida irregular. Entre los
que mantuvieron una regularidad durante los años de república

50
mediatizada están El Fénix (1894), de Sancti Spíritus; La Co-
rrespondencia (1898), de Cienfuegos; La Voz del Pueblo (1899),
de Guantánamo; El Camagüeyano (1900), de Camagüey; y Dia-
rio de Cuba (1917), de Santiago de Cuba.  

Las revistas ilustradas

Las revistas estuvieron entre las mejores expresiones del pe-


riodismo cubano en la primera mitad del siglo XX. Algunas, como
El Fígaro, La Habana Elegante y La Habana Literaria, nacidas en
la últimos años del anterior siglo, se convirtieron en un verdade-
ro orgullo de las artes gráficas cubanas al incorporarse a ellas
ilustraciones y caricaturas de mejor calidad. En la revista El Fíga-
ro aparece, en su número de mayo de 1902, un conjunto de cua-
tro fotos, tomadas por Adolfo Roqueni, sobre el izamiento de la
bandera cubana en el Morro que figuran entre los obras más
relevantes en la historia de la fotografía de prensa en Cuba.
Gráfico (1913) y Social (1916)  no sólo adquieren significa-
ción por insertar en sus páginas diferentes géneros, sino porque
son de las primeras que utilizan el sistema offset. Social ha sido
considerada como el más grande alarde que se ha hecho en Cuba
de revista de alto tono, tanto en el campo literario como en el
gráfico. La presencia de Emilio Roig de Leuchsenring en la di-
rección literaria de esa revista posibilitó la aparición en sus pági-
nas de los trabajos de los más jóvenes escritores de la época,
agrupados a partir de 1923 en torno al Grupo Minorista que
encabezaba Rubén Martínez Villena. Social salía mensualmente,
y se editó hasta 1933, en su primera etapa. Después reaparece en
1936 hasta 1938. Artes, literatura, modas, deportes, política y
otros asuntos se incluyen en sus páginas. Estas revistas ilustradas
fueron obra de Conrado Massaguer, nacido en Cárdenas y quien
se destacó como dibujante especializado en la caricatura «foto-
gráfica». Se le considera una de las figuras cumbres de la carica-
tura cubana. Fue uno de los propulsores del primer Salón de
Humoristas en el país.

51
Otra revista de impacto con características similares a las an-
teriores fue Carteles (1919), fundada por el habanero Alfredo T.
Quilez, la cual se convirtió en la de mayor circulación nacional
hasta la década del cincuenta. También fue de las primeras en
utilizar el sistema offset. En esta publicación trabajaron o cola-
boraron  periodistas y escritores de gran relevancia, entre ellos
Luis Gómez Wangüemert, Emilio Roig de Leuchsenring, Alejo
Carpentier, Andrés Núñez Olano y el dominicano Juan Bosch.
Bohemia y Revista Bimestre Cubana, esta última dirigida por
don Fernando Ortíz, nacieron en 1908 y 1910 respectivamente,
y son expresiones relevantes del periodismo y la cultura de Cuba
en este siglo; también la Revista de Avance, aparecida años des-
pués. En las provincias, aunque no tuvieron larga vida, sobresa-
lieron aquellas de carácter literario como Oriente Literario, de
Santiago de Cuba; El Estudiante, de Santa Clara; Brisas del Yayabo,
de Sancti Spíritus; y Orto, de Manzanillo. Esta última se fundó
en 1912 y mantuvo su salida hasta 1957.

Una revolución en el periodismo cubano

Fundada por Miguel Ángel Quevedo, Bohemia adquirió rele-


vancia en 1943 cuando el periodista Enrique de la Osa, quien
había trabajado para Cuba Libre (1928) y dirigido Alma Máter y
el semanario Futuro, órgano del Partido Aprista Cubano, crea la
sección «En Cuba», que constituyó una revolución en el perio-
dismo cubano.
La sección «En Cuba» era eminentemente informativa. Nadie
la firmaba. La realizaba un pequeño grupo de experimentados y
avezados periodistas, entre ellos Carlos Lechuga, Tony de la Osa,
Mario García del Cueto, Juanillo González Martínez, Benito Novas
Calvo, Ángel Augier y Jacinto Torras, a lo largo de toda su prime-
ra etapa. Otros periodistas colaboraban en ella y se les pagaba de
acuerdo con el interés e importancia de la información que entre-
gasen. La redacción de la sección, que era expositiva, descriptiva y
colmada de interesantes anécdotas e incidencias, junto a antece-
dentes necesarios, es decir, con todos los elementos de periodismo
de investigación, corría a cargo de un pequeño equipo encabeza-
do por Enrique de la Osa.

52
En una entrevista a Luis Báez, publicada en el libro Los que se
quedaron, Enrique de la Osa contó que «los periodistas de la
sección “En Cuba” eran bien pagados. No podían recibir dinero
de nadie. Si alguno caía en ese tipo de falta, inmediatamente lo
sacábamos [...] A Anselmo Alliegro le devolví un cheque con
una nota en la que le decía que sólo estaba acostumbrado a reci-
bir dinero por mi trabajo. Genovevo Pérez Dámara, quien fue
jefe del ejército, me mandó un regalo similar. No sólo lo rechacé,
sino que le dije horrores».

Raúl Roa, expositor de un periodismo superior

En Bohemia colaboró frecuentemente otro gran periodista


cubano, polemista por excelencia, merecedor de unas líneas en
este sucinto bosquejo. Me refiero a Raúl Roa, nieto de un gene-
ral del Ejército Libertador. Roa ejerció el periodismo durante
más de medio siglo. Decenas de publicaciones nacionales y en el
extranjero publicaron sus crónicas y artículos que pueden catalo-
garse de periodismo superior, ricos en lenguaje fértil, elevada
prosa, argumentación profunda e invariablemente de compro-
miso revolucionario. Fue, sin duda, uno de los periodistas cuba-
nos que más fustigaron la farsa que era la política en la Cuba
neocolonial, sin dejar de mostrar, en cada palabra y gesto, un
agradable sabor de cubanía.
Publicaciones como Línea, Ahora y El País recogen sus pri-
meros artículos de combate contra el machadato. Después, en
Frente Único, vocero de la Organización Revolucionaria Cubana
Antimperialista, proclama la necesidad de aglutinar a todas las
fuerzas revolucionarias. Escribe más tarde en Baraguá sobre las
figuras de Mella, Rubén Martínez Villena, Gabriel Barceló y Pa-
blo de la Torriente Brau. Sus polémicas con Ramón Vasconcelos
y Jorge Mañach, figuras de gran talento dentro de la
intelectualidad reaccionaria, son piezas ejemplares para el perio-
dismo revolucionario en Cuba. Reproduzco, a modo de ilustra-
ción, como pieza clásica de periodismo revolucionario, un frag-
mento del artículo de Roa «Tiene la palabra el camarada Máuser»,
publicado en Línea el 10 de julio de 1931:

53
«Estamos no sólo viviendo el resquebrajamiento objeto del
régimen colonial. Estamos en presencia, también, de una revuel-
ta de masas contra el imperialismo yanqui y su verdugo Macha-
do. Ampliarla, darle un contenido agrario y antimperialista, trans-
formarla en revolución democrática bajo la dirección del
proletariado en alianza con los campesinos y la pequeña burgue-
sía radical, es obligación previa e ineludible de las organizacio-
nes que luchan genuinamente por la liberación nacional y social
de Cuba. Por eso, ya sobran la palabra y la pluma. La conciencia
popular está madura para el vuelco redentor. Ahora se hace ur-
gente predicar a balazos. La consigna es única y definitiva: ¡Tie-
ne la palabra el camarada Máuser!».
Dos fotos sobre la etapa de la dictadura de Machado han queda-
do inscritas en la historia de la prensa cubana. Una, la lucha cuerpo
a cuerpo del líder estudiantil Rafael Trejo con un policía que lo hiere
de muerte, símbolo del inicio de la revolución de 1933, cuyo autor
fue Fernando Lezcano (1904-1949) y quien trabajaba para El País y
Carteles. La otra, aquella que muestra a un soldado, con fusil en
alto, luego de haber dado muerte al jefe de la porra el 12 de agosto
de 1933, representativa de la caída de la dictadura de Machado.
Sobre el autor de esta foto hay diferentes versiones.
Volviendo al periodismo de Raúl Roa hay que destacar como
páginas sobresalientes sus polémicas públicas con Jorge Mañach,
columnista de Diario de la Marina, Bohemia y otras publicacio-
nes. Desde muy temprano, en la revista Mediodía, creada por lo
mejor de la intelectualidad revolucionaria en los días de la guerra
civil española, Roa ripostó infamias lanzadas contra él por
Mañach, y reproduzco un fragmento de su artículo «A Jorge
Mañach, por vía directa»:
«Mañach tiene en mí –tendrá siempre en mí, en tanto no va-
ríe radicalmente de postura política y humana– un adversario
irreductible, no un enemigo gratuito al acecho de la coyuntura
propicia para clavarle la puñalada alevosa. Si algún valor político
tienen mis pronunciamientos reiterados contra él es que consti-
tuyen, y seguirán constituyendo, un aporte militante a la lucha
de la revolución contra la reacción, en la que él ha figurado y
figura con acusado relieve».
Sobre el periodismo y  los periodistas, Raúl Roa tenía una
alta valoración. No consideraba el ejercicio del periodismo un

54
subproducto literario, como no pocos han expuesto a lo largo
del siglo que tratamos. Una vez escribió en Bohemia: «La actitud
de menospreciar como un subproducto literario la tarea del pe-
riodista y del periodismo carece de fundamento. Se ha querido
convertir el periodismo en una faena mostrenca por algunos de
los que, mirando despectivamente por encima del hombro a los
periodistas, suelen escribir libros peores que los artículos peores
que pueden escribir algunos periodistas. Y contra eso hay que
reaccionar, hay que luchar y hay que poner las cosas en su
verdadero sitio».

De Liborio y El Bobo a El Loquito

Tanto en los periódicos como en las revistas el humor gráfico


también desempeñó un importante papel. La Política Cómica
(1905-1931) sirvió para que Ricardo de la Torriente desarrolla-
ra la vida de su personaje Liborio, con el cual el caricaturista
estigmatizó una imagen del cubano derrotista e ideológicamente
ambivalente. Liborio era el pueblo cubano y vislumbró, ya a
principios del siglo XX, al imperialismo como el principal enemi-
go de Cuba. Después en La Semana (1925), publicación creada
por Sergio Carbó para defender a la burguesía criolla, nace el
personaje El Bobo, de Eduardo Abela, que combate a la dictadu-
ra de Machado y que apresa, de modo casi espontáneo, el sentir
popular antintervencionista. Las caricaturas de Abela sobre El
Bobo eran mudas, muy sutiles, con un doble sentido, que tanto
a los propietarios de los medios como a los regímenes de turno
les resultaba muy difícil censurar. Tanta significación tuvo este
personaje que varios periódicos de la república neocolonial, in-
cluso reaccionarios,  no pudieron sustraerse a incluirlo en sus
páginas editoriales.
Según el humorista Juan Ángel Cardi, ya desaparecido, tanto
La Política Cómica como La Semana, que tuvieron un papel muy
combativo, con el decursar de los años vendieron sus páginas a
la politiquería y los grandes intereses que dominaban los me-
dios. Después surgió Zig Zag, que durante el gobierno de Batis-

55
ta recibía 2 000 pesos mensuales para que mediatizara su mensa-
je. Las portadas eran sometidas, antes de su publicación, a la
censura del gobierno. Y los ejecutivos del medio también cuida-
ban no apareciese nada que pudiese molestar a sus anunciantes.
«Tengo una anécdota interesante, contó Cardi. Había presen-
ciado por televisión un programa patrocinado por una firma ja-
bonera, en el que una locutora se casaba. Y se casó delante de las
cámaras de televisión, con notario y todas las cuestiones aquellas
de lo que es una boda. Después de firmar los papeles y todas esas
cosas, apareció ante las cámaras un estuche de jabón Camay, y la
propia locutora empieza a decir que “Camay embellece desde la
primera pastilla”, y todas esas cosas. Me causó tanta risa aquello
que escribí un par de cuartillitas sobre eso... El director del pe-
riódico cogió aquel trabajo, lo leyó un par de veces, y me dijo
que estaba muy bien, pero que era una lástima no poder publi-
carlo porque Camay era anunciante de Zig Zag».
Es, en esta época, luego del golpe del 10 de marzo de 1952,
que en Zig Zag aparece otro personaje-caricatura que hace histo-
ria: El Loquito, de René de la Nuez. Su mensaje era chispeante y
a la vez sutil. Siempre, a modo de ejemplo, se ha comentado
aquella caricatura publicada cuando ya Fidel Castro está alzado
en la Sierra Maestra, en que El Loquito está esperando una ruta
30, la que concluía su recorrido en un barrio de La Habana lla-
mado La Sierra.
También en la primera mitad del siglo hay dos caricaturistas
de mucha trascendencia: Hernández Cárdenas, el dibujante de
los negros oprimidos, y Horacio Rodríguez, quien abrazó la causa
de los trabajadores. Ambos, en el periódico Noticias de Hoy y en
otros medios, sobresalen por sus caricaturas antifascistas duran-
te la segunda guerra mundial, y después de denuncia de la guerra
fría, el anticomunismo, la corrupción administrativa y el
entreguismo de los gobiernos de turno a Estados Unidos. Otros
destacados caricaturistas en esa época lo fueron Posada y el
cienfueguero Juan David. Este último fue un maestro en el re-
trato de personajes. La censura de Batista le tachaba las caricatu-
ras que presentaba en el periódico El País, uno de los medios
para los que trabajaba. ¿Por qué? Averiguó, y la dirección del
medio le dio esta respuesta: «El censor es tan bruto que tarda

56
veinticuatro horas como mínimo en darse cuenta de la intención
de sus caricaturas. Al principio no les veía nada de particular,
pero al día siguiente sus jefes le armaban tremenda bronca. En
vista de eso, se hizo cauteloso; y en la duda, todas las caricaturas
de David quedaban fuera».
Dentro de este panorama no podemos soslayar un hecho que
marcó el inicio de la corrupción política en la Cuba neocolonial:
la Ley de Lotería, aprobada por el congreso en 1923, y que al-
guien entonces calificase como «la más perjudicial, más dañina y
más inmoral» de las leyes. Por ella se crearon lo que se denominó
colecturías, unas oficinas de distribución de los billetes de lotería
que recibían comisión por su venta. Estas colecturías se distri-
buían entre partidarios y parientes del director de la Renta de
Lotería, personaje que era nombrado por el presidente de la re-
pública. Algunos de los ejecutivos de los periódicos desde en-
tonces fueron favorecidos por esta ley. Era una manera de silen-
ciarlos y mediatizarlos.
Existe una triste carta, que se conserva en el Archivo Nacional,
enviada como queja por el director del semanario La Política Có-
mica al presidente Gerardo Machado en 1930, que es testimonio
del empleo corruptor de las colecturías. En ella se expresa: «Al ir a
entregarme hoy las colecturías de costumbre veo, con pena, que
me han rebajado dos, según dicen, de orden superior. Nuestro
amigo Viriato siempre me ha dado seguridad de que en su ausen-
cia no habrían de tocarme mis colecturías [...] Yo, creo, mi respe-
table amigo, que ha sido mal elegido el momento de rebajarme
mis ingresos, por haberse intensificado extraordinariamente las
luchas del Partido Liberal, a cuya defensa dedico todo el periódi-
co: que es el único que se ha enfrentado con los nacionalistas a
diferencia de otros semanarios que sólo ocupan sus páginas con
ataques al gobierno. Yo tenía cuatro colecturías de la cámara y 15
colecturías que me asignó el doctor Zayas siendo presidente: que
hacía un total de diecinueve colecturías [...]».
Bajo el machadato desapareció uno de los periódicos que
durante más de cuarenta años tuvieron alguna aceptación entre
la población cubana, por sus amenas secciones y buenas plumas.
Fundado en 1885 por Antonio San Miguel, el vespertino La
Lucha se hizo indispensable para muchos, no obstante tener una

57
época de tropiezos cuando se le supuso en tratos con el sangui-
nario Valeriano Weyler. En la república, sin embargo, entre las
plumas que colaboraron en este periódico estuvieron las de Juan
Gualberto Gómez y Enrique José Varona. Y Máximo Gómez
apreció la valentía política de este periódico.
Durante este siglo no existió población de Cuba, por peque-
ña que fuese, donde no surgiese y en algunas ocasiones se conso-
lidase un periódico diario, semanal o mensual. De igual manera
se publicaron en todo el país gran número de revistas especiali-
zadas y técnicas, de deportes, espectáculos, humorísticas, dirigi-
das a la población femenina y amas de casas, culturales, científi-
cas, etc. Por centenares pueden contarse estas publicaciones. Citar
sus nombres no es el objetivo del presente trabajo.

La radio y la televisión

Cuba fue el primer país de América Latina en establecer la


radio. Ello ocurrió en 1922. La primera emisora fue la 2LC, con
10 W, operada en la banda de 300 m. Su inauguración real se
produjo el 16 de abril de 1923 en la casa de Luis Casas Romero,
destacado flautista y director de bandas. Las transmisiones se
abrían con el cañonazo de las nueve desde la Cabaña. Y la prime-
ra noticia lo fue el pronóstico del tiempo. «Buen tiempo para
esta noche... temperaturas frescas y brisas». Puede decirse, pues,
que el primer noticiero de la radio nació en ese momento: dando
la hora y el estado del tiempo. Luego añadió los resultados de los
deportes efectuados en La Habana y, a continuación, ofrecía
números musicales. Diez años después de su inauguración, en
Cuba ya había 62 emisoras de radio, cuarto lugar en el mundo.
Pero el impetuoso desarrollo de este medio de comunicación
tiene lugar en la década del cuarenta. A finales de ese decenio
existían 156 instalaciones radiales en el país.
Goar Mestre, quien era representante en Cuba de varias fir-
mas comerciales norteamericanas, entre ellas la General Foods y
la American Home Products, que vendían alimentos, pastas den-
tales, insecticidas, etc., entró en contacto con la radio para anun-
ciar esos y otros productos. Y posteriormente le hizo una pro-

58
puesta en Nueva York a Emilio Azcárraga, gran magnate de la
radiodifusión mexicana, de organizar una gran cadena de radio
en Cuba. La respuesta de Azcárraga fue: «Mire, Mestre, estamos
en plena guerra. No se consiguen equipos, no hay nada. Lo que
usted tiene que hacer es comprar una de las dos cadenas existen-
tes. Yo pongo la plata[...]» Así, efectivamente, hizo Mestre. Y
obtuvo que Miguel Gabriel y Ángel Cambó le vendiesen el 50%
de CMQ. Eso ocurrió en 1942. Pocos años después, gracias a
 la radionovela El derecho de nacer, de Félix B. Caignet, que rom-
pió todos los récords de audiencia, el circuito CMQ se convirtió
en la principal emisora de Cuba, la más escuchada, la de mayor
ratings, la privilegiada por los grandes anunciantes, en fin, el
punto de partida del monopolio de los medios que establecerían
los hermanos Mestre en los años posteriores. La creación de Radio
Reloj, en 1947; CMBF y después CMQ-TV o el Canal 6 de la
televisión y el Canal 7, así lo señalan.
Radio Reloj, sin duda, fue algo original: la hora cada minuto,
medio minuto de noticias y medio minuto de anuncios durante
las veinticuatro horas del día. Se convirtió así en la primera emi-
sora en el mundo que transmitía noticias durante todo el día.
Quedó inscrita en la historia de la revolución cubana el 13 de
marzo de 1957, cuando desde su cabina José Antonio Echeverría,
presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, informó al
pueblo sobre el asalto a Palacio Presidencial y lo convocó a parti-
cipar en el derrocamiento de la dictadura de Batista.
Como principales competidores de los Mestre en el negocio
de la radio estuvieron Amado Trinidad, de RHC Cadena Azul y,
en particular, Gaspar Pumarejo, creador del radioperiódico La
Palabra, a través de Unión Radio, quien lo iniciaba siempre con
el saludo «Aló, aló», y separaba las noticias con efectos no usua-
les hasta entonces en noticieros, mediante timbres, cornetas o
campanas. Para Mestre, Pumarejo era «un pirata, tenía un sable
entre los dientes. No le importaba el dolor que podía causar si
ese dolor le daba un peso». De lo que pensaba Pumarejo de Mestre
desafortunadamente no hemos tenido testimonio veraz.
Por CMQ resurgió en 1949 el espacio dominical La Univer-
sidad del Aire, auspiciado por profesores y estudiantes de la

59
Universidad de La Habana. En este espacio se ofrecían confe-
rencias sobre la historia patria, y por él desfilaron prestigiosas
figuras revolucionarias de la cultura cubana como Fernando Ortíz,
Raúl Roa, Carlos Rafael Rodríguez, Salvador Massip, Elías
Entralgo y Vicentina Antuña. También lo hacían figuras de la
intelectualidad con visiones diferentes y hasta reaccionarias. El
lema que Mestre vendía para CMQ decía: «Tribuna libre abierta
a toda opinión responsable». Era una manera de preservar la au-
diencia de esa emisora, mayoritariamente integrada por los sec-
tores populares.
Después del golpe del 10 de marzo de l952 encabezado por el
general Fulgencio Batista, el espacio La Universidad del Aire fue
a veces utilizado por la juventud cubana para denunciar al régi-
men anticonstitucional. Según el formato del programa, una vez
que finalizaban las conferencias, el público asistente podía hacer
preguntas que eran respondidas por los disertantes de turno. El
4 de mayo de 1952 hubo un serio incidente en el estudio-teatro
número 15 de Radiocentro, luego de las conferencias impartidas
por Elías Entralgo, profesor de historia de la Universidad de La
Habana, y Gerardo Canet, profesor también de geografía en cen-
tros de enseñanza media. Un grupo de partidarios de Batista
irrumpió violentamente en el estudio y agredió a la mesa
expositora y a los asistentes. Como resultado de aquel acto de
salvajismo varios líderes y estudiantes resultaron heridos, entre
ellos Armando Hart Dávalos y Faustino Pérez.
Los micrófonos de CMQ también fueron utilizados por Eduar-
do R. Chibás, líder del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo),
para comunicarse con los sectores populares que respaldan su
programa contra la corrupción administrativa y el gangsterismo.
Este programa tuvo durante varios años la mayor audiencia de
los cubanos. Precisamente en los estudios de CMQ pronunció
su última alocución: «Pueblo cubano, despierta. Este es mi últi-
mo aldabonazo». Tales fueron sus últimas palabras, pues segui-
damente se pegó un tiro que lo llevó a la muerte días después.
Chibás había luchado contra Machado y combatió a Batista des-
de su primera dictadura militar. Al frente del Partido Ortodoxo,
creado en 1947, fustigó la corrupción política y administrativa
de los gobiernos auténticos. Se inmoló ante los micrófonos de

60
CMQ al no poder presentar pruebas de las evidentes malversa-
ciones de un ministro del gobierno de Carlos Prío.
Lo ocurrido en el barrio de Orfila, en 1947, fue otro de los
acontecimientos que dieron un gran prestigio a CMQ. Desde el
mismo lugar de los hechos, tirado en el suelo, con un micrófono
en la mano, Germán Pinelli, periodista y locutor, reportó minu-
to a minuto el enfrentamiento que tuvieron durante largo tiem-
po dos bandas en pugna de la policía nacional. También los suce-
sos de Orfila están vinculados con un momento estelar de la
historia de la fotografía de prensa en Cuba. Un danés, Louis
Hamburg, quien vivía en Cuba desde los años de la dictadura de
Machado, arriesgando su vida, captó una foto donde se veía a
Emilio Tro, uno de los participantes en las bandas policiacas en
pugna, saliendo de la casa con la esposa de Morín Dopico. Esa
foto fue utilizada por Eduardo R. Chibás para denunciar ante el
congreso el asesinato cometido.
Entre las figuras del periodismo radial que no pueden olvidarse
en este bosquejo están también Guido García Inclán y José Pardo
Llada. Guido creó el programa El Periódico del Aire, en la emisora
COCO, de La Habana, fundada en 1933. Un espacio que reflejaba
y apoyaba el sentir de los sectores más empobrecidos y golpeados
por el sistema capitalista. Pardo Llada, con un timbre de voz típico
y un mensaje populista, logró una gran audiencia cuando dirigió un
espacio informativo en Unión Radio, utilizado en beneficio de su
carrera política que lo llevó a ocupar un curul en la cámara de repre-
sentantes con una extraordinaria votación. Existió también la emi-
sora 1010, del Partido Socialista Popular, que tuvo un espacio muy
escuchado: El Noticiero 1010. Manolo Ortega fue uno de los locu-
tores de este espacio informativo antes de trabajar en la televisión.
Cuba fue el tercer país de América Latina en tener televisión, tras
México y Brasil. En 1950 Gaspar Pumarejo inauguró Unión Radio
Televisión, Canal 4, establecida en el edificio de Mazón y San Mi-
guel. Poco más de un año después, Goar y Abel Mestre abren el
Canal 6, CMQ. Luego Amadeo Barletta pone en funcionamiento
el Canal 2. Y con posterioridad se crearon los canales 7, 11 y 12,
este último en colores. En los primeros años la televisión en Cuba
tuvo muy escaso alcance: cubría solamente la antigua provincia de
La Habana. El 75% de su programación estaba dedicada al entrete-
nimiento y la publicidad.

61
Los espacios noticiosos eran mínimos y se conformaban, por
lo general, con servicios de Telenews, una empresa norteameri-
cana que suministraba imágenes de noticias internacionales a
CMQ y el Canal 2. Las imágenes de informaciones nacionales,
en los primeros momentos de nuestra televisión, eran captadas
por los camarógrafos de tres empresas cinematográficas dirigi-
das por Manolo Alonso. Eran la Royal News, creada en los días
de la dictadura de Machado, América-El País y Nacional. En
1950 más de setecientas cincuenta mil personas veían semana
tras semana en las pantallas de los cines del país sus noticieros.
Noticiero Royal fue el primer servicio de información cinemato-
gráfica que tuvo Cuba. Años después surgieron otros, como
Cineperiódico y NotiCuba, en cuyas plantillas figuraron los nom-
bres de destacados camarógrafos como Eduardo Hernández
(Guayo), Bebo Alonso y Roberto Ochoa. La aparición de la te-
levisión trajo preocupaciones para los que hacían cine, pero con
el tiempo sus funciones se acoplaron. Y, en un principio, la tele-
visión tuvo que contar con los camarógrafos y técnicos de esas
empresas de cine para la realización de sus noticieros.
Los noticieros de televisión, al igual que los de cine, estuvie-
ron marcados por la publicidad comercial.  Hubo un noticiero
estelar en la televisión patrocinado por una marca de cervezas,
durante cuya transmisión su locutor debía en varias ocasiones,
tras la lectura de algunas noticias, tomar la botella, llenar una
copa y beber de ella, y decir: «La que más gusta. Ni amarga ni
dulce. En su punto. La gran cerveza de Cuba». Los aconteci-
mientos de que se ocupaba ese noticiero eran la política, la eco-
nomía, la cultura y la vida social, y sobre todo aquello que tuvie-
se un filo sensacionalista. Al igual que lo hacía la prensa impresa,
prescindía, como regla, de temas como la explotación, el ham-
bre, la miseria, el analfabetismo, los desalojos y los atropellos de
las fuerzas militares. Lo que más abundaba en la programación
informativa era la realización de entrevistas en los estudios a dis-
tintas personalidades de la vida política, económica y social.
Uno de los espacios informativos con mayor recepción lo fue
Ante la Prensa, ofrecido a través de CMQ, donde comparecían
políticos de turno que eran bombardeados a preguntas por un
panel de periodistas incisivos, entre quienes figuraban Jorge
Mañach, Francisco Ichaso, Eduardo Héctor Alonso y Luis Na-

62
varro. Esto formaba parte de la línea de los Mestre de presentar a
CMQ, tanto en la radio como en la televisión, como una tribuna
abierta a toda opinión responsable. Lo que era responsable, por
supuesto, lo determinaban los ejecutivos de esa empresa.
Utilizando un avión que voló en forma de ocho durante va-
rias horas entre La Habana y Cayo Hueso, los  técnicos cubanos
lograron en 1954 transmitir imágenes en vivo de un juego de
béisbol de las denominadas Grandes Ligas de Estados Unidos,
una verdadera proeza en aquellos inicios de la televisión en Cuba.

63
MICRÓFONOS, IDEAS JUSTAS Y APEGO
A LA VERDAD

La generación revolucionaria de la década del cincuenta supo,


siempre que le fue posible, aprovechar cualquier brecha o res-
quicio en la prensa al servicio de los grandes intereses económi-
cos y políticos para exponer sus programas e ideas, aparte de
darse a la tarea de crear medios de comunicación propios, clan-
destinos por lo general. Fidel Castro pudo en Alerta, Prensa Li-
bre y Bohemia, así como en algunas emisoras de radio, incluir
algunos artículos y comentarios, tanto antes del asalto al cuartel
Moncada como después de su salida de la prisión de Isla de Pi-
nos por la demanda popular de amnistía general, lo que se logró
el 15 de mayo de 1955.
Así, por ejemplo, antes del 10 de marzo, Fidel Castro realizó
una campaña contra el sistema de trabajos forzados a que estaban
sometidos los soldados en las fincas privadas de los altos persona-
jes civiles y militares, aportando datos, fotografías y pruebas de
toda clase para conocimiento del pueblo. Con lujo de detalles re-
velaba la compra por el presidente de la república, Carlos Prío
Socarrás, mediante un intermediario, de vastas extensiones de tie-
rra en las cercanías de Managua. También las adquisiciones de
varias cadenas de fincas en Pinar del Río por el propio presidente
y su hermano con fondos provenientes del tesoro público. Y, de
igual modo, la denuncia sobre el sostenimiento por el gobierno
de Prío de los principales grupos gangsteriles que operaban en
La Habana. Esas denuncias recibieron cintillos de primera página
en Alerta, entonces el periódico de mayor circulación del país.
Los artículos se publicaron los días 28 de enero, 11 de febrero y

64
4 de marzo de 1952. Hubo otros dos artículos que no pudieron
ver la luz, elaborados a partir del hecho de la denuncia de Eduardo
R. Chibás acusando a unos políticos de que tenían fincas en Gua-
temala, lo que no pudo probar y que lo lleva a la determinación de
atentar contra su vida.
Pero donde su pluma estuvo más presente, dentro de la pren-
sa legal, fue en el periódico La Calle, fundado por Luis Orlando
Rodríguez. Este periódico nació en 1952, cuatro meses después
del golpe de Estado de Batista; pero cuando aún no había com-
pletado la tirada de su primer número, por un artículo en me-
moria de Eduardo R. Chibás, líder del Partido del Pueblo Cuba-
no (Ortodoxo), fue clausurado por la dictadura. Después La Calle
reapareció el 24 de febrero de 1955 cuando Batista tomó pose-
sión como «presidente electo», tras una farsa electoral. Pero tam-
bién fue clausurado muy pronto. Volvió a aparecer el 31 de mar-
zo de 1955, y entre sus periodistas más sobresalientes estaban,
aparte de su director Luis Orlando Rodríguez, Raúl Quintana,
Pincho Gutiérrez y Alfredo Viñas (el único que aún vive al mo-
mento de preparar este libro).
«[...] aunque varios órganos de prensa le brindaron la posibili-
dad de columnas fijas, desde su salida del presidio, Fidel había esco-
gido desinteresadamente a La Calle como su principal trinchera
político-periodística de combate contra el régimen», consigna el
investigador y periodista Mario Mencía en su libro Tiempos precurso-
res. «Al hacerlo, prosigue, Fidel renunciaba a beneficios económicos
como los 200 pesos mensuales que le había ofrecido Raúl Rivero,
director de Diario Nacional, para que escribiera en su periódico». Y
añade: «Excepto los domingos, día en que no salía el vespertino de
Luis Orlando Rodríguez, al local de La Calle se veía llegar a Fidel
por las tardes; entrar a una pequeña oficina que se le había asigna-
do, donde estaba aquella máquina de escribir de las que salían más
que cuartillas, golpes y golpes contra la tiranía, y revisaba personal-
mente las pruebas de plana hasta que, ya de noche, aún fresca la
tinta, salía con algunos de los primeros ejemplares en la mano».
Las últimas palabras que pudo escribir en La Calle fue en el
número del 16 de junio de 1955. Decía: «Cuando las plumas
servidoras de los intereses creados escriben editoriales a favor de
la compañía extranjera, nuestra palabra ha de estar de corazón
junto a los trabajadores. Hay hambre de pan y hambre de liber-

65
tad. Para ellos nuestra simpatía de combatientes revolucionarios
que estamos y estaremos siempre junto a toda causa justa, con
los pobres de este mundo». Al día siguiente La Calle fue defini-
tivamente clausurado. Tenía ya una tirada de 50 000 ejemplares.
Este periódico no volvería a editarse hasta tres años y medio
después, cuando la revolución ya había triunfado.
En el Manifiesto Número 1 del Movimiento 26 de Julio al pue-
blo cubano, en 1955, Fidel expresó que «la clausura del periódi-
co La Calle, cuya valiente postura le ganó las simpatías del pue-
blo [...] rubricó la mordaza más o menos disimulada que desde
hace más de tres años mantiene la dictadura sobre la prensa legal
en Cuba». Tras denunciar que se habían utilizado todos los re-
sortes del poder para silenciarlo, en ese mismo documento apun-
taba que «en Cuba sólo tienen derecho a escribir los seis libelos
que sostienen la dictadura [...] en Cuba sólo tienen derecho a
vivir los que se ponen de rodillas».
El 29 de marzo de 1960, en una intervención pública, a tra-
vés de la radio y la televisión,  Fidel también rememoró aquellos
días posteriores a su salida de la prisión de Isla de Pinos y cómo
se le fueron cerrando las puertas de los medios de comunicación
para exponer sus ideas sobre la situación del país:
«Yo me puse a hablar, a escribir en el periódico La Calle; por
otro lado tenía un programa de televisión semanal, y por otro
lado la hora del Partido Ortodoxo, los sábados –no me acuerdo
qué día– [...] A los pocos días empezaron a caer prohibiciones.
Cuando voy a hablar por la estación de televisión, no sé si era
esta misma, creo que estaba en este edificio, todo el mundo po-
día hablar menos yo. Hay una mesa redonda, una discusión, me
habían invitado, todo el mundo puede ir menos yo. Se dio el
caso de un tipo de censura curiosísima, porque no se censuraba
una estación, un programa, se censuraba a un individuo. Un tipo
de censura invento absoluto de Vasconcelos (Ramón Vasconcelos
entonces era ministro de Comunicaciones del régimen de Batis-
ta) y de toda la gente que estaba allí.
»Fui a otro programa del partido Ortodoxo y había una co-
municación donde todo el mundo podía hablar menos yo. Así
no me fue quedando más que Bohemia y publicar un artículo en
el periódico La Calle, pero al fin se decidieron a clausurar La
Calle, el último que quedaba donde podía decir algo. Todas las

66
vías para la lucha cívica estaban cerradas y había que conseguir
demostrar lo que era cierto de que cualquier solución al proble-
ma, cívicamente, era infundado, porque había que entregarse,
había que acoplarse a aquella situación, había que aceptar aque-
lla situación. La tiranía de Batista, como parte de su esquema
politiquero de siempre, permitía la oposición, es decir, una opo-
sición suya sola, hecha a la medida de sus intereses [...]».
Ante tal realidad, de cierre de todas las puertas, incluso se
prohibió la celebración de un acto donde Fidel había sido invita-
do a hablar, el líder de la juventud cubana optó por marchar al
exilio. «Si casi no podía caminar por la calle, ni radio ni televi-
sión, ni periódico, ni mitin, ni nada, no podía hacer absoluta-
mente nada [...]».
En México, como es conocido, Fidel preparó el regreso a Cuba.
«Seremos libres o mártires», dijo, y el 2 de diciembre de 1956, al
frente de 82 expedicionarios, desembarcaba del yate Granma en
costas cubanas. Dos periodistas integraron la expedición: Félix
Elmuza y Juan Manuel Márquez.
Félix Elmuza trabajó como reportero en los diarios La Prensa
y La Discusión, y en 1946 se graduó en la Escuela Profesional de
Periodismo Manuel Márquez Sterling. Trabajó en la radio hasta
1953 como jefe de información de los noticieros de El Progreso
Cubano, hoy Radio Progreso. Cinco días después del desembar-
co del Granma fue asesinado por la dictadura.
Juan Manuel Márquez abrazó el periodismo desde sus tiem-
pos de estudiante, en plena lucha contra la dictadura de Macha-
do. Sus primeros artículos aparecen en las publicaciones El Radi-
cal y La Catapulta, y luego escribe para el periódico El Sol. «Soy
miembro del Ala Izquierda Estudiantil y lucho por la revolución
agraria antimperialista hasta llegar a su más alta y definitiva cul-
minación». Se distinguirá asimismo como periodista por su ora-
toria en la radio. La dictadura de Batista lo asesinó, luego de
torturarlo salvajemente, tras el desembarco del Granma.

Mentira histórica

Los medios de comunicación existentes en Cuba, como regla,


sirvieron a los intereses de la dictadura. La censura, la falta de

67
libertades, las restricciones impuestas desde el 10 de marzo de
1952 poco les importó a los propietarios y editores, agrupados
en el llamado Bloque Cubano de Prensa. Lo único que les im-
portaba era mantener los privilegios, las subvenciones estatales,
las ganancias por la publicidad y el apoyo de los monopolios y
políticos norteamericanos.
Al «informar» sobre el desembarco de Fidel y sus compañe-
ros expedicionarios, esa prensa servil al régimen de turno y al
imperialismo norteamericano ofreció la noticia de que el líder
revolucionario había sido muerto, con el evidente propósito de
desalentar a sus partidarios y al pueblo a que se sumasen a la
lucha. El origen de la mentira estuvo en un cable de la agencia
norteamericana UPI. Diario de la Marina tituló su información
así: «Reitera la United Press que Fidel Castro pereció junto con
el Estado Mayor poco después de desembarcar cerca de Niquero».
Utilizó una tipografía no usual en ese periódico, caracteriza-
da por títulos bien reducidos, a dos columnas cuando más. En
esta oportunidad, el periódico de Pepín Rivero le dio un desta-
que sobresaliente, y también en su primera página, en un osten-
sible intento por ofrecer seguridades a los grandes hombres de
negocios (latifundistas y terratenientes, en particular), decía:
«Barcos de guerra de Estados Unidos hacia Cuba».
El periódico El País, dirigido entonces por Guillermo Martínez
Márquez y cuyo vicepresidente era el ingeniero Cristóbal Díaz,
uno de los más favorecidos en la lista de subvenciones otorgadas
por Batista, de lo cual hablaremos con mayor amplitud en el
siguiente capítulo, dio un enfoque de optimismo sobre el des-
embarco del yate Granma, al titular así la información: «Sofoca-
do el brote; ordenan retirar tropas del campo de operaciones».
El único diario en todo el país que procedió con ética frente a
ese acontecimiento fue Norte, de Holguín, dirigido por Roberto
Llópiz Rojas, el cual desmintió la noticia de la muerte de Fidel
Castro poco después de desembarcar. Publicó entonces un gran
cintillo que decía: «No ha muerto Fidel Castro. Al mando de
cuarenta hombres busca la costa sureste del pico Turquino».
Si nos trasladamos al reflejo de los hechos del Moncada, el 26
de julio de 1953 la manipulación informativa también fue escan-

68
dalosa. Leeremos –y en las hemerotecas están esos periódicos–
que los jóvenes asaltantes son presentados como «unos desalma-
dos que habían recibido pago por esas acciones», y también que
«habían participado en los sucesos para satisfacer ambiciones
personales de lucro». Partes militares, alocuciones y discursos
mentirosos de Batista, Tabernilla, Chaviano y demás gorilas de
la tiranía ocuparon grandes espacios en esos periódicos. La ver-
sión oficial de los hechos fue la única que, en esos momentos,
pudo conocer nuestro pueblo a través de esa llamada prensa se-
ria. Los editoriales llamaban «a la cordura», «al entendimiento»,
«al orden», al mismo tiempo que ocultaban los monstruosos ase-
sinatos cometidos por las tropas militares.
Se reprodujeron en los periódicos y revistas, se transmitieron
por la radio y la televisión, las declaraciones de Batista a los sol-
dados de que Carlos Prío, expresidente de la república, había
dado un millón de pesos a los combatientes. También que los
asaltantes estaban armados «de ametralladoras y granadas de
mano» y «habían degollado a la posta con armas blancas». Los
cintillos de los periódicos estaban tomados de las palabras de
Batista. La foto del sanguinario dictador, en traje de campaña,
rodeado de sus tropas, ilustraba las mentiras proferidas.
Al hablar sobre los participantes en el asalto, una nueva gene-
ración sin vínculo alguno con la politiquería, la corrupción y los
vicios de la república neocolonial, que había reunido fondos para
el asalto desprendiéndose de lo poco que poseían, seguidora de
las ideas, virtudes y pureza de hombres como Céspedes,
Agramonte, Gómez, Maceo y Martí, esa prensa faltó a la verdad.
Vean lo que escribió Diario de la Marina, al siguiente día del
asalto al Moncada: «[...] los muertos, los lesionados y los deteni-
dos en el asalto aparecían fichados en sus respectivas hojas pena-
les, complicados en delitos de homicidio, tráfico de drogas, robo,
asesinatos y otros delitos de gravedad [...]». Y el titular de Diario
de la Marina, en su primera página, dos días después decía: «Re-
portan absoluta normalidad en la capital de Oriente». Nada más
incierto.
A partir del ataque al Moncada, y aun antes, no había norma-
lidad en Santiago de Cuba ni en ningún lugar del país. Termina-

69
do el combate, las tropas de la tiranía y los esbirros se lanzaron
como fieras enfurecidas sobre la ciudad de Santiago de Cuba, y
contra la población indefensa saciaron sus primeras iras. No hubo
un gran periódico capaz de publicar esta verdad. Aunque sí hubo
expresiones aisladas que rompieron la censura, como en Santia-
go de Cuba, donde Gloria Cuadras, que tenía un periódico ra-
dial que se llamaba Cuba Libre en la emisora CMCK, dio infor-
mación al pueblo sobre quiénes eran los jóvenes que habían
atacado el Moncada.
Toda la verdad, en realidad, la conoció el pueblo cubano a
través de un folleto, que circuló clandestinamente muchos meses
después, el cual recogió el alegato de autodefensa hecho por  Fidel
Castro en el juicio por los sucesos del Moncada. En ese docu-
mento, conocido como La historia me absolverá, Fidel relata:
«En plena calle y muy lejos del lugar donde fue la lucha le
atravesaron el pecho de un balazo a un niño inocente que jugaba
junto a la puerta de su casa, y cuando el padre se acercó a reco-
gerlo, le atravesaron la frente con otro balazo. Y si de esa forma
actuaron con los que no habían participado en la acción, ya pue-
de suponerse la horrible suerte que corrieron los prisioneros par-
ticipantes o que ellos creían que habían participado en el asalto
al Moncada».

La fotografía y la lucha armada

Lo ocurrido en el Moncada y numerosos hechos posteriores


relacionados con la lucha armada del pueblo cubano por su libe-
ración propiciaron un trabajo destacado de muchos fotógrafos,
pese a la censura impuesta por Batista. Así, Ernesto Ocaña y
Panchito Cano lograron burlar el secuestro de las fotos que ha-
bían tomado inmediatamente después del ataque al cuartel
Moncada, y las envían a La Habana donde se publican en el
diario Avance. Entre esas fotos está la del asaltante José Luis
Tassende, herido en una pierna, y quien después aparecería como
uno de los muertos en «la acción». También de Ernesto Ocaña es

70
la foto de Fidel en el vivac de Santiago de Cuba con el retrato de
Martí al fondo, todo un símbolo.
Algo similar ocurrió durante el asalto al cuartel Goicuría en
Matanzas, el 29 de abril de 1956. La dictadura anuncia la muer-
te de 10 participantes, pero en la foto tomada horas después por
la prensa aparecen 11. Ese onceno muerto había sido uno de los
asaltantes capturado en los alrededores del cuartel y que el perio-
dista José Ramón González Regueral, del Noticiero Nacional,
había captado con su cámara fotográfica cuando era conducido
amarrado por la escalinata del edificio del cuartel. Ese testimo-
nio gráfico no pudo publicarse entonces en Cuba, pero sí apare-
ció en un reportaje de la revista Life, bajo el título «El misterio
del undécimo cadáver».
Otra foto relevante de aquellos tiempos fue la captada por el
fotógrafo Segundo Caballero, de Diario Nacional, que muestra a
Fulgencio Oroz socorriendo a Fructuoso Rodríguez, uno de los
dirigentes de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), du-
rante una manifestación en San Lázaro e Infanta. Detrás aparece
un policía con garrote y pistola en mano.
También de esta época es notable la foto de José Antonio
Echeverría, máximo dirigente de la FEU, tras su muerte al cos-
tado de la Universidad de La Habana el 13 de marzo de 1957,
minutos después del asalto a Radio Reloj. Esta foto fue tomada
por Tirso Martínez (1915-1991).
Y en este recuento no puede faltar la primera foto de Fidel
Castro en la Sierra Maestra. Fue publicada por The New York
Times en febrero de 1957, y reproducida en Prensa Libre y Bohe-
mia. La imagen demostraba que Fidel Castro estaba vivo y la
revolución en marcha. El autor de esta foto fue el combatiente
René Rodríguez, expedicionario del Granma, y quien tras el triun-
fo de la revolución dirigió la sección fílmica de las Fuerzas Ar-
madas Revolucionarias.
Otra imagen símbolo de la revolución, captada en la Sierra
Maestra, es la de Fidel, Raúl y otros combatientes con sus fusiles
en alto. No es resultado de una fotografía, sino extraída de una
cinta cinematográfica hecha por el reportero norteamericano Bob
Taber.

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Prensa clandestina

Las agresiones y arbitrariedades de la dictadura de Batista no


pudieron impedir que la verdad se abriese paso. Surgieron nu-
merosos periódicos clandestinos que se hacían en imprentas, en
mimeógrafos, e incluso a mano. Antes del asalto al Moncada ya
habían surgido algunos, entre ellos Son los Mismos, que muy pronto
tuvo el combativo nombre de El Acusador, unas hojas
mimeografiadas en las cuales un joven que firmaba como Ale-
jandro publicó un artículo titulado «Yo acuso», donde, entre otras
cosas, decía: «Fulgencio Batista, los perros que lamen tus llagas
diariamente, no lograrán jamás ocultar los fétidos olores que sa-
len de ellas. Tu vida, tu pasado, tu presente, tus mentiras, te pier-
den irremediablemente. [...] Todo cuanto han dicho es mentira,
cinismo refinado, pérfida hipocresía. Hablas de paz y eres la gue-
rra civil, el caos sangriento, el odio abismal y fratricida entre
cubanos, que tardará muchos años en borrarse. Hablas de tu
origen humilde y vives en palacios, rodeado de lujos, repleto de
millones y servido por centenares de criados [...] Hablas de tra-
bajo y hay más desocupados que nunca. Hablas de progreso y te
sitúas junto a los grandes intereses cubanos y extranjeros. Ha-
blas, en fin, de patria y eres un perro fiel del imperialismo, criado
adulón de los embajadores». Este primer número de El Acusador
se distribuyó el 16 de agosto de 1952 en un acto en memoria de
Chibás.  Alejandro, autor de ese artículo, fue el seudónimo usa-
do por Fidel Castro.
Numerosas fueron las publicaciones, en su mayor parte bole-
tines, que se imprimieron y distribuyeron clandestinamente des-
de 1952 a 1959. Aldabonazo, Carta Semanal, Alma Máter, Mella,
Vanguardia Obrera, Revolución, Resistencia, 13 de Marzo, Sierra
Maestra, El Cubano Libre, El Mambí, Surco, Patria, Milicianos y
otros editados en las ciudades y en las zonas de frentes guerrille-
ros. Muchos revolucionarios cayeron en ese trabajo, unos asesi-
nados al descubrirlos la policía mientras confeccionaban esa pren-
sa; otros masacrados al ser sorprendidos cuando distribuían sus
ejemplares o estos pasaban de mano en mano. Sobre la edición
de La historia me absolverá hay un relato muy interesante de Melba
Hernández y Haydée Santamaría, heroínas del Moncada.

72
Melba: Desde el presidio Fidel nos decía cómo debía ser la
portada, los colores que se usarían y aun el tipo de letras y los
espacios que habría entre los párrafos. Nos encomendó una tira-
da ambiciosa. Creo que de cien mil ejemplares...
Haydée: Dijimos: Este hombre ha enloquecido en la cárcel.
¿Cómo vamos a sacar cien mil ejemplares de La historia me absol-
verá? Entonces escribimos para allá: «Fidel, sacar cien mil ejem-
plares no es posible [...]». Y su respuesta fue: «¿Es que no tienen
dinero?». «No, Fidel, le contestamos, hemos logrado una im-
prenta, hemos recogido dinero, es que cien mil ejemplares es
mucho». Y Fidel dice: «Y qué problema hay entre sacar 25 ejem-
plares o 100 000. Es el mismo trabajo. Después que todo esté
hecho sacan 25 en unos minutos y 100 000 en 24 horas». En
definitiva, sólo pudimos sacar 10 000 porque vimos que nos
podían descubrir y podía caer la imprenta. Se lo mandamos a
decir a la cárcel a Fidel, y este nos responde: «Por eso les dije que
sacaran 100 000, porque si les digo que saquen 500 ustedes se
preparan para 500 y no hubieran sacado 10 000».
Durante toda la guerra, el medio de comunicación que tuvo
una mayor trascendencia fue la emisora Radio Rebelde, creada
por el Che Guevara en Pata de la Mesa, y que después pasó a la
Columna 1, en la comandancia general de La Plata, y bajo la di-
rección de Fidel se convirtió en poderoso instrumento de la revo-
lución, en la divulgación de la verdad y de las ideas revolucionarias
La irrupción de Radio Rebelde en 1958 fue un acontecimien-
to. El pueblo en pleno, en las horas de transmisión nocturna, le
volvió la espalda a los grandes espectáculos televisivos, a esa pro-
gramación de entretenimiento de los Mestre y Pumarejo, y a las
lloronas novelas radiofónicas para pegar su oído a esa emisora
rebelde. Se escuchaba en la semipenumbra de las casas, mientras
en las calles aullaban las sirenas de los patrulleros de la dictadura
y por las esquinas merodeaban los chivatos, tal como escribiese
el periodista Joaquín G. Santana en el prólogo al libro La historia
de Radio Rebelde, de Ricardo Martínez, quien fuese uno de sus
locutores en la Sierra Maestra. En su  primera intervención por
Radio Rebelde, el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde Fidel
Castro explicó detalladamente por qué era necesario la aparición
de esa emisora. Decía:

73
«Odiosa como es la tiranía en todos sus aspectos, en ninguno
resulta tan irritante y groseramente cínica como en el control
absoluto que impone a todos los medios de divulgación de noti-
cias impresas, radiales y televisivas.
»La censura, por sí sola tan repugnante, se vuelve mucho más
cuando a través de ella no sólo se intenta ocultar al pueblo la ver-
dad de lo que ocurre, sino que se pretende, con el uso parcial y
exclusivo de todos los órganos normales de divulgación, hacerle
creer al pueblo lo que convenga a la seguridad de sus verdugos.
»Mientras ocultan la verdad a toda costa, divulgan la mentira
por todos los medios.
»No escucha el pueblo otras noticias que los partes del Esta-
do Mayor de la dictadura. Al ultraje de la censura se impone a la
prensa el ultraje de la mentira. Y a estos mismos periódicos y
emisoras, a los que un inquisidor severo y vigilante impide la
publicación de toda noticia verdadera, se le obliga a informar y
emitir todo cuanto la dictadura informa. Se arrebatan al pueblo
sus órganos de opinión para convertirlos en vehículos de la agre-
sión. La tiranía pretende engañar constantemente al pueblo, como
si el mero hecho de negarle toda información que no venga de
fuente oficial no bastase invalidar todas sus informaciones».
Con sus micrófonos, sus palabras, sus ideas justas y el estricto
apego a la verdad, Radio Rebelde logró, a lo largo de los diez
meses finales de la guerra en la Sierra Maestra, suplir el vacío de
información veraz existente en Cuba. E igual papel desempeña-
ron, aunque lógicamente de manera más limitada, la prensa es-
crita clandestina que apareció tanto en las ciudades como en las
montañas.

74
PERIODISMO NO ES NEGOCIO

Con el triunfo de la revolución, excepto los periódicos Tiempo en


Cuba, Ataja, Mañana, Pueblo y Alerta, cuyos dueños y directo-
res eran testaferros de la dictadura de Batista, y las emisoras de
radio Cadena Oriental de Radio, Unión Radio y Reloj de Cuba,
cuyos propietarios eran figuras de la dictadura vinculadas a es-
cándalos y desfalcos públicos, los medios de comunicación tra-
dicionales se mantuvieron saliendo de modo normal.
Tras la fuga de Batista la indignación del pueblo se volcó con-
tra Tiempo en Cuba, un vespertino dirigido por Rolando
Masferrer, quien más que como periodista actuaba como asesi-
no, pues encabezaba una banda especial denominada Los Tigres,
similar a las que años después proliferaron en diversos países de
América Latina conocidas como Escuadrones de la Muerte. No
hubo desmanes ni acciones violentas ni contra Ataja, el periódi-
co de Alberto Salas Amaro, un politiquero de marca mayor den-
tro del Partido Acción Unitaria (PAU), creado por Batista, y un
tarifado plumífero; ni contra el diario del mediodía  Alerta, de
Ramón Vasconcelos, muy reconocido profesionalmente, pero
cuyas ambiciones lo llevaron a ocupar el cargo de ministro de
Comunicaciones bajo la dictadura de Batista e instrumentar
mecanismos de censura; ni contra el vespertino Mañana, de José
López Vilaboy, un desfalcador de fondos públicos. La revolu-
ción únicamente intervino esos periódicos y emisoras radiales
que fueron voceros declarados de la tiranía y justificaban todos
sus actos sangrientos e ilegales.
La victoria de la revolución propició que las principales organi-
zaciones revolucionarias participantes en la lucha contra Batista
tuviesen de forma legal sus medios de prensa. Así, el Movimiento

75
26 de Julio editó como un gran diario su clandestino órgano Re-
volución; el Partido Socialista Popular reanudó la salida del clausu-
rado Hoy, y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo publicó el
periódico Combate. Los dos primeros eran matutinos, el último
vespertino. Un dato no muy conocido: También desde junio de
1959 hasta marzo de 1960, el matutino Diario Nacional fue edita-
do por la célula de periodistas del Movimiento 26 de Julio.
Súmese a ello la reanudación del periódico La Calle (que me-
ses después se convirtió en La Tarde) y en Camagüey apareció, en
los primeros días de enero de 1959, el diario Adelante. En Santia-
go de Cuba, Sierra Maestra, fundado en 1957 como órgano clan-
destino, pasó a la legalidad y empezó a salir como diario. Revistas
genuinamente revolucionarias comenzaron a publicarse, entre ellas
Verde Olivo e INRA, que después tomaría el nombre de Cuba.
En el caso de las emisoras de radio sucedió lo mismo: Radio
Rebelde, fundada en la Sierra Maestra, ocupó un espacio en la
banda. Al propio tiempo se mantuvieron las emisoras naciona-
les, provinciales y municipales fundadas años atrás, la mayoría
con sus mismos nombres, entre ellas Radio Reloj (1947), Radio
Progreso (1929), CMBF (1948), Radio Angulo (1936), Radio
Artemisa (1941), Radio Baraguá (1934), Radio Bayamo (1937),
Radio Cadena Agramonte (1957), Radio Cadena Habana
(1940), Radio Caribe (1958), Radio Ciudad Bandera (1927),
CMCK (1933), Radio Morón (1949), Radio CMHW (1932),
Radio Ciudad del Mar (1936), Radio Libertad (1940), Radio
Majaguabo (1939), Radio Mambí (1934), Radio Nuevitas
(1939), Radio Surco (1952), La Voz del Toa (1953), Radio 8
Segundo Frente (1958) y COCO (1932).
Los primeros días de enero de l959 fueron extraordinarios
para la prensa. Bohemia, por ejemplo, salió a la calle el día 11 de
ese mes con un número extraordinario de 208 páginas y una
cifra récord de tirada: un millón de ejemplares. Era la primera
Edición de la Libertad, que continuaría su segunda parte el 18
de enero y la tercera el 1 de febrero. En el primero de esos núme-
ros se publicó un mensaje de Fidel: «A la revista Bohemia mi
primer saludo después de la victoria, porque fue nuestro más
firme baluarte. Espero que nos ayude en la paz como nos ayudó
en estos largos años de lucha, porque ahora comienza nuestra
tarea más difícil y dura». Revolución, en sus primeras tiradas, so-
brepasó los cien mil ejemplares, cifra que no había sido alcanza-

76
da por ninguno de los diarios publicados a lo largo de la historia
del periodismo en Cuba.
El pueblo, por supuesto, estaba ávido por conocer las particu-
laridades de los sucesos de la lucha revolucionaria. Siete años de
censura y autocensura habían concluido. Amplios reportajes grá-
ficos sobre la lucha guerrillera, el asalto al Moncada, el ataque a
Palacio, las torturas a que fueron sometidos los revolucionarios en
las mazmorras de la dictadura, las manifestaciones en las ciudades,
la toma de las poblaciones por las invasiones encabezadas por Che
Guevara y Camilo Cienfuegos, la presentación de los héroes y már-
tires que habían hecho posible la conquista del poder por el pue-
blo y para el pueblo, se publicaron entonces. Ese papel lo desem-
peñaron con gran acierto los periódicos revolucionarios y, de igual
manera, algunos de los medios que, como Bohemia, llevaban en-
tonces diez meses consecutivos de censura absoluta.

Campañas de desinformación y la Operación Verdad

Antes de que la revolución promulgase la reforma agraria y otras


leyes que significaban cambios de estructuras económicas y socia-
les, se desató una campaña internacional y nacional sobre «violacio-
nes de los derechos humanos» en virtud de la actuación de los tribu-
nales revolucionarios contra los militares batistianos y bandas que
convirtieron el país en un mar de sangre. El 9 de enero, The New
York Times escribió: «Si hay algunas manchas en su récord hasta
aquí (refiriéndose a la revolución cubana que aún no había cumpli-
do sus primeras doscientas horas desde la victoria) es la ejecución
sumaria de antiguos oponentes y los propuestos juicios por críme-
nes de guerra de cientos más». Wayne Hays, un representante nor-
teamericano, declaró indignado: «Le voy a preguntar al Departa-
mento de Estado qué va a hacer para calmar a Castro antes de que
despueble a Cuba». Y seguidamente hablaba de retener los créditos
a la isla, la suspensión de las importaciones de azúcar y otras medi-
das de agresión económica. Del bloqueo, en fin. El senador Homer
E. Capehart se mostró también colérico e insultante:
«[...] la ola de muertes por los rebeldes enloquecidos por su
venganza provoca náuseas en los ciudadanos decentes». El 14 de
enero, la agencia AFP, en un despacho desde Washington, decía:

77
«Mientras crece la indignación por las matanzas en Cuba, el se-
cretario de Estado adjunto, Roy Rubboton, convocó a una re-
unión del subcomité de la Cámara de Representantes a fin de
estudiar la posibilidad de una intervención norteamericana que
ponga fin a la ola de matanzas».
Entonces la revolución no había dictado la rebaja de alquileres,
ni la ley de reforma urbana, ni la reforma agraria, ni las nacionali-
zaciones de minas y empresas, ni proclamado el socialismo, pero
ya en el congreso y en la prensa norteamericana se hablaba de
intervenir militarmente en Cuba para detener «el baño de sangre»,
«matanzas», «crímenes», «ejecuciones en masa» de la revolución.
Y periódicos como Diario de la Marina, Información, El Crisol,
Avance, El País y Excelsior publicaban tales cables venenosos de las
agencias extranjeras sin el menor comentario y, en consecuencia,
se hacían cómplices del inicio de la conjura anticubana.
Lo que no dijeron de las fieras de Batista ahora lo decían de
los revolucionarios cubanos, no obstante que la revolución, des-
de los primeros momentos, actuó con total responsabilidad y
justicia. Organizó los tribunales revolucionarios para juzgar y
sancionar a los acusados de asesinar y torturar; se realizaron cier-
tamente procesos rápidos como lo demandaban las circunstan-
cias, pero en los que se cumplieron las más elementales garantías
procesales, sin que faltasen junto al acusador, el defensor, y junto
al testigo, la prueba. Los juicios contra los criminales batistianos
fueron públicos, y los acusados no fueron ni torturados ni gol-
peados. Se actuó con absoluta limpieza.
¿Qué otra pena que no fuese la de muerte merecía uno de los
torturadores de Santa Clara que confesó, él solamente, 81 asesi-
natos? ¿O el caso de Orlando Vigoa, el segundo del coronel
Menocal, llamado el Chacal de San Cristóbal, quien confesó ante
el tribunal que «en una noche ahorcamos a 31 campesinos»? ¿O
Casillas Lumpuy, asesino del líder obrero Jesús Menéndez, y que
ordenó el bombardeo a Santa Clara, acto salvaje que costó la
vida de más de tres mil personas, entre ellas niños y ancianos? ¿O
Elizardo Nescolardes, cabeza de los Tigres de Masferrer, en
Manzanillo, quien tenía en el patio de su casa un cementerio
particular y que llegó a extremos tales de degradación que hizo
que uno de sus hijos, de sólo trece años de edad, posase ante un
fotógrafo junto a los cráneos de los revolucionarios asesinados?

78
Ante el asomo de esta primera campaña de desinformación
contra Cuba montada por Estados Unidos y secundada por la
prensa en Cuba al servicio de la oligarquía y la burguesía, Fidel
Castro decidió convocar a la Operación Verdad, que reunió en
La Habana a 380 periodistas de Estados Unidos, América Lati-
na y el Caribe, a quienes se les ofreció toda la información y
pruebas sobre los crímenes cometidos por Batista y sus secuaces.
Aunque, ciertamente, al retornar a sus países algunos de esos
periodistas no pudieron publicar esa verdad: los dueños de sus
periódicos no los dejaron.

Nacimiento de Prensa Latina

El 22 de enero, al comparecer ante los periodistas extranjeros


reunidos en La Habana, Fidel expresó: «[...] les digo que la prensa
en América debiera estar en posesión de medios que le permitan
conocer la verdad y no ser víctimas de la mentira». De esa asam-
blea nació la idea de crear una agencia informativa latinoameri-
cana que reflejase con honestidad la realidad de nuestros pueblos
y sus luchas, y que tuviese como divisa decir la verdad, única-
mente la verdad. La dirección de esa agencia fue encomendada al
periodista argentino Jorge Ricardo Masetti, avalado de un exito-
so quehacer periodístico en favor de las causas populares. Había
estado en 1958 en la Sierra Maestra, donde entrevistó a Fidel y
al Che, y escribió un libro de reportajes: Los que luchan y los que
lloran sobre la lucha del pueblo cubano contra la tiranía de Batis-
ta. Masetti se consagró con entusiasmo y decisión en la tarea de
«ventilar al mundo de calumnias y falsedades», y el 16 de junio
de l959 nacía oficialmente la agencia Prensa Latina.
La Habana era la única capital del continente que ofrecía ga-
rantías para el funcionamiento sin cortapisas de este esfuerzo
periodístico y revolucionario. «Nacimos en Cuba, diría Masetti,
porque en Cuba nació la revolución en América Latina, y noso-
tros tenemos la misión de hacer la revolución en el periodismo
de Latinoamérica». Nació como una agencia objetiva, pero no
imparcial. Ese espíritu se lo inculcó su director-fundador con
estas palabras: «Queremos saber quién sufre para tratar de ali-

79
viarlo, y quién ríe para gozar con su alegría; quién es sojuzgado
para ayudarlo a liberarse, y quién sojuzga para combatirlo con
todas nuestras fuerzas».
En la fundación de Prensa Latina participaron un grupo de
relevantes periodistas y escritores de distintos países de  Améri-
ca Latina. Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh, Rogelio
García Lupo, Aroldo Wall, Carlos María Gutiérrez y Gregorio
Selser, entre otros. También estuvieron un grupo de cubanos.
Junto a la experiencia profesional de Ángel Augier, Baldomero
Álvarez Ríos, Francisco Portela, Ángel Boán Acosta, Alfredo
Viñas, Humberto Arenal, José Prado, Vicente Martínez, José
Luis Pérez y Ricardo Agacino, fueron fundadores de la agencia
Gabriel Molina, Joaquín Oramas, Roberto Agudo, Ricardo
Sáenz, José Bodes Gómez, Mario Mainadé, Leopoldo Formoso,
Pedro Seuret, Miguel Viñas, José Ortiz, Armando López
Moosman y el autor de este trabajo.
A ese equipo de trabajo Masetti le daba constantemente con-
sejos profesionales, como ejercitar al mismo tiempo las cualida-
des de exactitud y rapidez en las informaciones, o que el perio-
dista de la agencia no debe asegurar nada que no vea o de lo cual
no tenga pruebas suficientes. «No debe dejarse llevar por “lo que
me dijeron”, sino que debe constatar personalmente que todos
los datos que ofrezca en su crónica o artículo, sean exactos [...]».
El mensaje revolucionario no estuvo jamás ausente en las re-
comendaciones que hacía a los periodistas fundadores de la agen-
cia. Les decía, por ejemplo: «Muchas fallas aparecerán en el mo-
vimiento de esta agencia [...] Esto que estamos creando no será
una criatura perfecta, pero es nuestra y habrá que ganarla y en-
causarla [...] Trabajar en ella no significa ganarse dignamente el
pan, sino ocupar un honorífico puesto de trabajo en defensa de
nuestra querida  patria latinoamericana».
Con el nacimiento de Prensa Latina el modelo de hacer pe-
riodismo de las transnacionales de la información impuesto a la
prensa cubana comenzó a ser cuestionado. Se empezaron a se-
pultar, por ejemplo, trucos como el uso de «fuentes bien infor-
madas aseguraron que ...», o «medios diplomáticos confirma-
ron...», o «funcionarios que pidieron no ser identificados...» y
que, en esencia, no eran otra cosa que la versión del Pentágono,
la CIA, el Departamento de Estado, la Casa Blanca o de todo
aquel que estuviese alineado contra Cuba.

80
Masetti estuvo al frente de Prensa Latina hasta 196l. El fenó-
meno del sectarismo que incursionó en los albores de la revolu-
ción lo llevó a presentar su renuncia. Pero, al producirse la inva-
sión de Playa Girón, vuelve a asumir durante unas semanas la
dirección de ese medio. En uno de los momentos más heroicos
de la revolución integra el grupo de periodistas que interroga
ante las cámaras de televisión a los mercenarios capturados.
Carlos Rafael Rodríguez, entonces director del periódico Hoy,
ha recordado de esta manera aquella participación de Masetti en
el panel: «[...] esclarece entonces el papel de los representantes
de la contrarrevolución al vincularse a los defensores de Ydígoras
Fuentes antes de lanzarse a la aventura contrarrevolucionaria
cubana, mostrando de esta manera la intervinculación de las fuer-
zas reaccionarias de América Latina. Sus claras palabras conde-
natorias hacen ceder al excomandante de la tiranía batistiana
Martínez Suárez. Ridiculiza a los prisioneros que tratan de ocul-
tar su papel contrarrevolucionario disfrazándose de simples “co-
cineros”, pretendiendo así evitar sus responsabilidades. Masetti,
con su palabra certera, hizo confesar a los prisioneros lo diferen-
te que era la Cuba revolucionaria de la Cuba que ellos querían
hacer regresar, y también hizo ver, con su firme interrogatorio,
que al incorporarse a las fuerzas agresoras, el padre Ismael de
Lugo se hacía cómplice de la invasión mercenaria». Luego ocu-
parían la dirección de esa agencia Fernando Revuelta, José Feli-
pe Carneado, Orlando Fundora, José M. Ortíz, Manuel Yepe,
Gustavo Robreño y Pedro Margolles.

Tras la reforma agraria...

Para latifundistas, terratenientes y dueños de los medios de


comunicación privados, al igual que para los imperialistas norte-
americanos, resultaba demasiado que en Cuba se creasen órga-
nos de prensa revolucionarios, pero más inaceptable aún que se
promulgase la Ley de Reforma Agraria, la cual figuraba en el
programa del Moncada.
Treinta días después del triunfo de la revolución, a finales de
enero de 1959, Prensa Libre, un vespertino dirigido por Sergio
Carbó y que se proclamaba liberal, decía en un comentario edi-

81
torial: «Eso de la ley agraria hay que pensarlo más despacio».
Unos días más tarde, el 6 de febrero, ese mismo periódico
escribía: «Ciudadanos, nos estamos pasando peligrosamente
de la raya».
Esas breves líneas, en dos comentarios casi simultáneos, des-
de un periódico en el cual escribían algunos prestigiosos perio-
distas como Mario Kuchilán o Raúl Cepero Bonilla, valientes
defensores de la causa de los desvalidos, con una conciencia pa-
triótica que caracterizaba sus columnas, mostraban con claridad
que los dueños de Prensa Libre estaban asustados ante la revolu-
ción que daba sus primeros pasos y que se disponía a cumplir su
palabra de recuperar para el pueblo la riqueza del país. Prensa
Libre, al igual que el resto de los medios de comunicación tradi-
cionales, no quería tanta revolución.   
El 13 de marzo de 1959 este periódico insistía en su línea de
pensamiento, y escribía con cinismo: «Hermosa revolución lo-
grada en sus comienzos como ninguna otra en América [...]», y
añadía: «Pero quisiéramos verla en una marcha más reposada,
tomándose tiempo para respirar, asentando el pie a cada paso».
Para Sergio Carbó y su hijo Ulises la revolución iba demasiado
aprisa. Para el pueblo, no. Y de ahí que este dijese entonces con
gran fuerza: ¡Vas bien, Fidel!
Y para que se vea más al descubierto cómo pensaban los Carbó,
representantes de la burguesía liberal, reproduzco lo que escri-
bieron el 1 de abril de 1959, en momentos en que la revolución
proclamaba su derecho a mantener relaciones comerciales con
todos los países del mundo, independientemente del sistema so-
cial que tuviesen. «Defendamos lo nuestro, decía Prensa Libre en
un editorial, pero sin vitupear a los norteamericanos, vinculados
a nuestra república por la geografía, por la vocación democráti-
ca, por la historia y porque son nuestros mejores clientes».
Así pensaban los dueños de Prensa Libre. Tenían sus senti-
mientos más íntimos en Washington. Estaban alineados con los
que invadieron a Cuba a finales del pasado siglo e impidieron
que los mambises cubanos obtuvieran la verdadera independen-
cia; con los que impusieron a la constitución de Cuba el apéndi-
ce de la Enmienda Platt; con los que establecieron la base naval
de Guantánamo; con los que compraron por centavos y se apro-

82
piaron de las tierras más fértiles de nuestro país, de los centrales
azucareros, de las minas, de los puertos, de los bancos, de los
servicios eléctricos y telefónicos, de los que ponían y quitaban a
presidentes y les daban órdenes.
Tras la promulgación de leyes de beneficio popular como la
reforma agraria, la reforma urbana, la nacionalización de la ense-
ñanza y la nacionalización de empresas extranjeras, los dueños
de Prensa Libre –que se vieron también afectados– abandonaron
el periódico y marcharon hacia Estados Unidos porque, según
dijeron, en Cuba se había traicionado la revolución y no había
libertad. Sergio y Ulises Carbó se unieron en Miami con los pró-
fugos de la dictadura de Batista, a los mismos que habían com-
batido desde posiciones liberales, a asesinos como Ventura y
Masferrer, a quienes la «democracia» norteamericana abrió sus
puertas de par en par.
Ulises Carbó volvió a Cuba en 1961. Vino como integrante
de la invasión mercenaria que financió, entrenó, armó y apoyó el
imperialismo norteamericano; invasión que el pueblo cubano
aplastó en menos de setenta y dos horas en las arenas de Playa
Girón. Carbó formó parte de la fuerza expedicionaria junto a
antiguos dueños de latifundios, de centrales azucareros y de ban-
cos para tratar de recuperar esos intereses; junto a torturadores y
asesinos batistianos como Calviño y el Chino King. Integró esa
fuerza para intentar recuperar su periódico. Fue uno de los más
de mil mercenarios capturados por el pueblo... y aquí se arrepin-
tió de lo que había hecho, lloró como una dama y culpó al go-
bierno de Estados Unidos de haberlo embarcado.
Luego, Ulises Carbó se benefició del canje de mercenarios
por alimentos para niños. No aprendió la lección, pues apenas
regresó a Miami siguió conspirando y atacando a Cuba. En 1997
andaba en los trajines de asistir a las asambleas de la Sociedad
Interamericana de Prensa (SIP), y allí servir de vocero de los
llamados periodistas independientes dentro de Cuba, recabando apo-
yo para ellos y otros grupos contrarrevolucionarios.
Al triunfar la revolución Diario de la Marina hizo frenéticos
esfuerzos una vez más por «cambiar de atuendo», y se disfrazó de
revolucionario. A nadie, por supuesto, podía confundir. Prometió
entonces ayuda al Gobierno Revolucionario, a los combatientes

83
de la Sierra Maestra, además de brindarles «bendiciones eclesiásti-
cas». Pero cuando empezó a mencionarse lo de la ley de reforma
agraria este periódico mostró sus uñas. Ofreció sus «consejos» a la
dirigencia de la revolución cubana sobre cómo debía hacerse. Pro-
ponía que se le entregasen a los campesinos los marabusales para
que los limpiaran y que, posteriormente, los cultivasen; proponía
también que se les entregasen las ciénagas para que las desecasen y
que, posteriormente, las cultivasen. Y, además, aconsejaba a la re-
volución que no cometiese el error de tocar las tierras que estaban
en producción, es decir, que quedasen como estaban las 250 000
caballerías (más de tres millones trescientas cincuenta mil hectá-
reas) que controlaban y explotaban las compañías norteamerica-
nas y la oligarquía nacional, que eran las mejores tierras del país.
Diario de la Marina decía querer reforma agraria, pero que no
afectase a latifundistas, terratenientes y colonos.
Cuando la revolución cortó los viejos privilegios feudales y
coloniales que alimentaban a Diario de la Marina, este periódico
se situó abiertamente en la trinchera de la contrarrevolución.
Levantó la bandera de las elecciones generales inmediatas para
servir al imperialismo yanki, a la contrarrevolución y a los
plattistas. Inventó que la revolución era intolerante con las ideas
religiosas. Se unió al coro formado desde Washington sobre el
establecimiento de una base comunista en América Latina. Abo-
gó por el restablecimiento de la politiquería y los politiqueros.
Fidel Castro, al comentar esas campañas para desprestigiar la re-
volución, comentó en cierta ocasión:
«Hay que leer las cosas que escribe el libelo ese de La Marina,
hay que leerlas, cómo trata incluso de crear problemas religiosos
donde no los hay. Lo curioso es que siempre están hablando de
que son enemigos de la lucha de clases y, sin embargo, son los
que están instigando unas clases contra otras, son los que están
tratando de enrolar en una legión a determinados sectores eco-
nómicos pudientes del país contra otros; mientras por un lado
dicen que no quieren lucha de clases, están instigando constan-
temente una clase contra otra».
En enero de 1960 el pueblo cubano enterró simbólicamente
el Diario de la Marina y a Pepinillo Rivero, su director en aquel
entonces, uno de los más firmes baluartes de los latifundistas,

84
monopolistas, politiqueros y racistas en el país. Fue el sepelio
más alegre que se haya efectuado en Cuba. El pueblo marchó
tras el simbólico féretro y, parodiando una guaracha muy popu-
lar –la de Papá Montero– cantó y bailó. El coro, bien lo recuerdo
pues estuve presente en ese singular entierro, decía: «A llorar a
Pepín Rivero, zumba, canalla extranjero».
Los dueños de Diario de la Marina también abandonaron el
periódico, y fue entonces que sus trabajadores se hicieron cargo
de él. Entre los mercenarios capturados en Playa Girón también
figuró uno de sus familiares, Felipe Rivero, otro que venía a re-
cuperar sus privilegios.

¿Abolición de la libertad de prensa?

La reforma agraria, promulgada el 17 de mayo de 1959, que


entregó la tierra al campesino, a su productor de siempre, fue
interpretada como la abolición de la libertad de prensa en Cuba
por los dueños de esas y otras publicaciones. Fidel Castro salió a
combatir en este frente. El 7 de junio se reunió con los periodis-
tas de los principales medios de difusión. El Colegio Nacional
de Periodistas organizó el encuentro en el restaurante El Palacio
de Cristal, ubicado en San José y Consulado, en ocasión del Día
de la Libertad de Prensa.
Al encuentro fueron invitados los principales directores de
los medios, pero la mayoría no asistió. Ni José Ignacio Rivero,
de Diario de la Marina; ni Raúl Alfonso Gonsé, de El Mundo; ni
Sergio Carbó, de Prensa Libre; ni Manuel Braña, de Excelsior; ni
Guillermo Martínez Márquez, de El País; ni Jorge Zayas, de Avan-
ce; ni Beto Saumell, de Diario Nacional; ni Miguel Ángel
Quevedo, de Bohemia; ni Renato Villaverde, de El Crisol; ni Goar
Mestre ni Pumarejo, magnates de la radio y la televisión, acepta-
ron la invitación porque la consideraban un peligro, pues, según
expresaron en voz baja, «Fidel Castro intentaba socializar la prensa
durante un almuerzo».
Evidentemente, la agenda de la reunión no fue del agrado de
los dueños de las publicaciones. La cuestión de la libertad de

85
prensa, la defensa de la revolución frente a los ataques de sus
enemigos externos e internos, la gravedad del problema econó-
mico de los periodistas, la dignificación de la profesión eran,
entre otros, temas muy sensibles para esos empresarios que se
habían lanzado a una desfachatada campaña contra la revolución
tras la firma de la Ley de Reforma Agraria. En su discurso ante
los periodistas asistentes al encuentro en el Palacio de Cristal, el
primer ministro Fidel Castro les dijo:
«Es curioso pensar que las campañas que no se hicieron con-
tra los gobernantes vendepatrias, contra los gobernantes sinver-
güenzas, son las campañas que ya hoy comienzan a hacer y que
amenazan con ser cada día más audaces y más furibundas, contra
el gobierno que no se ha robado un solo centavo, contra el go-
bierno que no ha cometido un solo acto de nepotismo, contra el
gobierno que no ha incurrido en uno solo de los vicios de la vieja
política, que no ha cometido un solo acto de violencia contra
ningún ciudadano de la república.
»Lo que no se hizo contra otros gobernantes cuando había
razones más que sobradas para combatirlos y atacarlos, es lo que
se está haciendo contra el Gobierno Revolucionario, cuyas úni-
cas faltas son haber sido leal con el pueblo, no haber temblado
ante los intereses poderosos y que podían contar con muchos
recursos, no haber vacilado en la firmeza de sus ideales [...]».
Los primeros conceptos públicos de la revolución cubana sobre
el tema de la libertad de prensa y de expresión fueron expuestos
por Fidel Castro en ese mismo discurso:
«[...] periodismo no quiere decir empresa, sino periodismo,
porque empresa quiere decir negocio y periodismo quiere decir
esfuerzo intelectual, quiere decir pensamiento, y si por algún sec-
tor la libertad de prensa ha de ser apreciada es, precisamente, no
por el que hace negocio con la libertad de prensa, sino para que
el que gracias a la libertad de prensa escribe, orienta y trabaja
con el pensamiento y por vocación, haciendo uso de ese derecho
que la revolución reconquistó para el país y que la revolución
mantiene para el país, aun en medio de todas las campañas ten-
denciosas que tienden a concitar cuantos enemigos sea posible
contra la obra revolucionaria que estamos realizando».

86
Corrupción de los dueños de publicaciones

Los dueños de publicaciones se sentían agraviados, entre otras


razones, porque la revolución había puesto fin al método de las
subvenciones y dádivas que recibían los periódicos, lo cual en
época de la dictadura de Batista fue escandaloso. En una repúbli-
ca corrupta en todos los terrenos el periodismo no fue una ex-
cepción. Aparte de los ingresos por comercial, los medios de
comunicación recibían jugosas cantidades que produjeron no
pocos casos de autocensura y lacayismo vituperables. Del mis-
mo modo que el anuncio publicitario sometía a la mayoría de las
empresas a una política patronal y antiobrera, la subvención gu-
bernamental convertía, tanto a las empresas de medios de comu-
nicación como a algunos periodistas cercanos a las direcciones,
en parte de un engranaje publicitario-político que evitaba que la
verdad llegase al pueblo. Ese tipo de periodismo, que era una
estafa al pueblo, fue el que funcionó durante décadas en Cuba. Y
la estafa se convirtió en algo peor cuando el engranaje periodís-
tico fue puesto al servicio de la tiranía batistiana.
En 1955 una resolución dictada por Fulgencio Batista y
Zaldívar decía así: «Por cuanto: La Dirección General de la Ren-
ta de Lotería, con la aprobación del Honorable Presidente de la
República, dispone que de los fondos propios de dicha dirección
se destine la cantidad de 125 000 pesos mensuales, durante el
presente ejercicio fiscal 1955-56, situándose esa suma por el Te-
sorero de la Lotería Nacional en la Secretaría de la Presidencia, a
fin de que se distribuyan en el presente mes de enero como con-
tribución a la propaganda y publicidad de la política económica
y social del gobierno».
Esos 125 000 pesos mensuales eran distribuidos entre los pe-
riódicos, revistas y todos los medios de divulgación, según la
importancia de ellos y, naturalmente, según el énfasis que hicie-
ran en exaltar «la obra revolucionaria del presidente Batista».
No era ese, sin embargo, el único emolumento que entraba en
las administraciones de la gran prensa tradicional en Cuba. Existía
también una lista en Palacio y las denominadas botellas, consisten-
tes en puestos en dependencias estatales, plazas que se cobraban,
pero que no se trabajaban. Así, por ejemplo, Diario de la Marina

87
tenía 14 puestos en el Ministerio de Hacienda, 14 en el de Comu-
nicaciones, 19 en el de Agricultura, 21 en Obras Públicas y otros
en Educación, Justicia, Banco Nacional y otras dependencias
estatales.
La nómina del Palacio Presidencial era la más voluminosa. El
30 de enero de 1959 el periódico Revolución, órgano del Movi-
miento 26 de Julio, reveló la lista de Palacio, en la cual figuraban
directores y subdirectores de los principales medios de difusión,
algunos de ellos afamados periodistas. Joaquín Claret (Informa-
ción), 24 000 pesos mensuales (un peso igual a un dólar al cam-
bio de la época); Gastón Baquero (Diario de la Marina), 16 000;
Raúl Alfonso Gonsé (El Mundo), 16 000; Ramón Vasconcelos
(Alerta), 17 000; Alfredo Hornedo (El Crisol), 12 000; Raúl
Rivero (Diario Nacional), 10 000; Cristóbal Díaz (Excelsior-El
País), 20 000; José López Vilaboy (Mañana), 10 000; Rolando
Masferrer (Tiempo en Cuba), 10 000; Octavio R. Costa  y Fran-
cisco Valdés Gómez (Pueblo), 14 000; y Alberto Salas Amaro
(Ataja), 12 000.
Incluso los periódicos provinciales también recibían sus taja-
das. Abril Dumois, director del Diario de Cuba, de Santiago de
Cuba, recibía por Palacio 6 000 pesos mensuales, y Nick Macha-
do, director de La Correspondencia, de Cienfuegos, 400 pesos. Esa
lista arrojaba la cifra de 193 000 pesos mensuales, superior a la
que establecía la Resolución 4 de la Renta de la Lotería Nacional.
La lista de Palacio publicada en Revolución no recogió todos
los nombres que había en ella. Sólo hizo referencia a algunos
de ellos. También aparecían los dueños de Avance con 10 000
pesos; los de periódicos provinciales como La República y El
Imparcial, de Matanzas, El Camagüeyano, Pueblo Santa Clara,
Voz de Occidente con cifras entre 1 000 y 2 000 pesos mensua-
les; revistas como La Voz del PAU, Voz del Cauto, Voz Femenina,
Libertad, Continente, Semanario, Finanzas, Zig Zag, Prensa Uni-
versal y Recortes con subsidios desde 100 a 500 pesos; redacto-
res de periódicos como Mario Castelló, de Mañana; Ramón
Rivero, de Avance; Luis Dulzaides, de Pueblo; Jorge Hortsman,
de El Mundo; José R. Egües, de Excelsior; Otto Meruelo, de la
televisión, o Gabriel Orozco, de Alerta, con 1 000 o 2 000 mil
pesos cada uno.

88
Esa prensa no era subvencionada por Palacio con 193 000
pesos mensuales como sumaba lo publicado por Revolución, sino
con alrededor de doscientos cincuenta mil pesos mensuales, cifra
muy superior a lo que establecía la Resolución 4 de la Renta de
la Lotería Nacional. En conclusión: esa prensa era subvenciona-
da con tres millones de pesos anuales solamente mediante la lista
oficial del Palacio Presidencial, sin incluir las botellas y garrafones
que entregaban los ministerios y dependencias oficiales, en los
cuales aparecían también directores, subdirectores y jefes de re-
dacción y de páginas políticas de los medios,  junto con algunos
reporteros y redactores que aceptaban tales dádivas. No es de
extrañar, pues, que cuando directores y subdirectores de estos
periódicos abandonaban el país, la inmensa mayoría hacia
Miami, tras ellos lo hacían aquellos periodistas que entraron en
tales corrupciones.
Es interesante también apuntar que en la lista de Batista apa-
recía Clara Park de Pessino, ciudadana norteamericana y direc-
tora del periódico Havana Post, publicación en inglés que se
editaba en La Habana. Según la lista, la señora Park de Pessino
recibía 2 000 dólares mensuales de subsidio por parte de la
dictadura de Batista.
Y a propósito de esas plumas tarifadas de la prensa norteame-
ricana, oportuno resulta señalar que Batista contrató para dirigir
una campaña de propaganda en el exterior a favor de su dictadu-
ra al periodista norteamericano Edmund Chester. Por una grue-
sa suma de dinero, Chester se comprometió a evitar que la pren-
sa de Estados Unidos atacase al dictador. Este personaje se hizo
llamar agente de prensa de Batista, e incluso llegó a escribir y
publicar un libro llamado Un sargento llamado Batista, en el cual
se exaltaba la figura del tirano, la figura del «Batista revoluciona-
rio». Este libro fue inicialmente editado en inglés y, más tarde en
español. Se distribuyó gratuitamente en Cuba. La USIS del go-
bierno de Estados Unidos se encargó de hacerlo llegar a todos
los países de América Latina. De manera que, por ello, a nadie
sorprendió que Sergio y Ulises Carbó, Pepinillo Rivero, Claret,
Hornedo, los Mestre... abandonasen el país. Razones de «peso»
tenían para hacerlo.

89
Desempleo y salarios miserables

Los periodistas, en su mayoría, eran parte del pueblo explo-


tado por los poderosos. La pobreza caracterizó a este sector. En
1953, cuando se produjo el asalto al cuartel Moncada, el Cole-
gio Provincial de Periodistas de La Habana hizo un censo de
colegiados sin trabajo. Su número ascendía a casi doscientos.
«Trabajaría de reporter, redactor de mesa, editorialista, titulista
o corrector de prueba –escribía en una planilla del censo el cole-
giado número 1 789, Agustín Alerón–, no obstante deseo acla-
rar que prefiero vender naranjas por las calles a tener que redac-
tar nada en defensa de la dictadura militar o en pro de alguno de
sus personeros».
Eloísa Sánchez se dirigía al Colegio Provincial encareciendo
su valiosa ayuda «con el fin de encontrar un periódico donde
trabajar, pues lo necesito y gestiones que he hecho por mi cuenta
no han dado el resultado apetecido». Al escribir esa nota, la cole-
giada número 493 llevaba cinco años sin trabajar en la prensa.
Antonio Ricardi, colegiado número 143, tuvo trabajo hasta
1947. Era redactor económico. «Me someto a toda clase de prue-
bas de capacidad. Reporter mercantil, editorialista. Dispongo de
14 tomos de recortes en que constan mis trabajos publicados.
Lo único que he podido hacer en los últimos tiempos es susti-
tuir en tres ocasiones al jefe de la página mercantil de El Mundo
cuando ha disfrutado de un mes de vacaciones, y colaborar
esporádicamente con la revista Carteles.»
Muchos otros testimonios de igual corte hemos hallado en
los documentos del desaparecido Colegio Nacional de Periodis-
tas de Cuba. No es nuestro propósito mencionar a todos los
periodistas que no tenían una plaza fija en aquella década final
de la república mediatizada. Justo es, sin embargo, señalar a al-
gunos conocidos como Gonzalo de Quesada y Miranda, estu-
dioso de la obra de José Martí; o Marta Rojas, la periodista que
fue testigo excepcional del juicio por el asalto al cuartel Moncada;
o Evelio Tellería Toca, destacado por sus investigaciones sobre el
movimiento obrero cubano. En 1953 ninguno de ellos recibía
un salario fijo por el ejercicio del periodismo. Les pagaban, de
vez en cuando, algún artículo o reportaje en calidad de colabora-
dores de distintas publicaciones.

90
La gravedad del problema económico de los periodistas, he-
redada por la revolución, fue señalada por Fidel Castro en el
mencionado discurso del 7 de junio de 1959: «[...] sabemos que
están mal porque forman parte de los afectados por la justicia
social, forman una legión en el número de los que pueden espe-
rarlo todo de la revolución, de los que son llamados a ser redimi-
dos también, igual que el campesino, igual que la mayor parte de
nuestro pueblo, porque aunque ustedes vistan guayabera, y no
andan con el sombrero de yarey, aquí el periodista con sus 22
pesos semanales de sueldo bien puede equiparar económicamente
o comparársele económicamente con la situación del campesino
[...]».
La publicación Grito, nacida como órgano del Movimiento
de Reivindicación Periodística, en un editorial aparecido en su
primer número, el 9 de septiembre de 1959, hizo un extenso y
justo análisis sobre la situación por la cual tuvieron que pasar los
periodistas cubanos. Decía:
«[...] la clase periodística sufrió como pocos grupos los em-
bates de la tiranía. Se les vejó, se les obligó a concretarse a lo que
disponía la censura a través de los plegadizos directores de perió-
dicos y se persiguió con saña a muchos compañeros que se unie-
ron a la revolución. Por otra parte, se ha dicho y se repite que el
periodista es un botellero. Esta apreciación es también digna de
análisis. Las empresas, con sus turbios negocios y su influencia
con los regímenes pasados, lograron imponer un salario mínimo
de $22.08 a la semana. Las propias administraciones de los gran-
des rotativos tramitaban puestos para los reporteros, pues en-
tendían que de ese modo nivelaban los ingresos de los periodis-
tas, mientras rebajaban las nóminas de los rotativos. Además,
impedían con ello cualquier intento de luchar por aumento de
salarios. Es verdad que algunos periodistas hicieron de esta reali-
dad un gran negocio. Cayeron en la corrupción. Muchos conta-
ban con infinidad de botellas en distintos departamentos del Es-
tado. Pero estos también eran los menos».
Esa fue la realidad del periodismo y de los periodistas durante
la última etapa de la república neocolonial. Subvenciones a las
empresas, las llamadas botellas, el desempleo, salarios de hambre
para la mayoría, censura de prensa... ¿Qué podía ofrecer la

91
revolución que acababa de tomar el poder a los periodistas ho-
nestos, limpios?  Fidel Castro, en sus palabras en el mencionado
discurso del 7 de junio de 1959, no les anduvo con rodeos, y les
dijo con total transparencia: «Esta revolución no da prebendas,
ni gajes ni ventajas. Lo único que ofrece es trabajo y sacrificio».
Y también: «Ustedes forman parte de legión de los interesa-
dos en que esto no fracase, entre otras razones porque la suerte
está echada, la de los periodistas está echada. Si aquí viniera una
contrarrevolución y triunfara, que no triunfará jamás, aquí hay
mucha gente que no tendría problemas, porque le han echado
con el rayo al Gobierno Revolucionario, no tendrían problemas
con una supuesta contrarrevolución que triunfara [...] al contra-
rio, batirían palmas, sacarían los cintillos y tendrían asegurada
una medalla, porque son los defensores de los intereses
contrarrevolucionarios. En cambio, ustedes, los que han dado
este acto, no sólo perderían la libertad de expresión, sino que
perderían hasta el órgano en que pueden expresar la libertad».

Dignificación del periodismo

Los periodistas honestos, por supuesto, no estaban dispues-


tos a perder la libertad que les daba la revolución. Salieron a
pelear y libraron hermosas y victoriosas batallas a partir de fina-
les de 1959. Lo primero que se hizo fue dignificar la profesión.
Ni los Estatutos del Colegio de Periodistas, ni el Código de Éti-
ca, ni el Reglamento de los Consejos Disciplinarios entonces
existentes, eran suficientes para actuar con la fuerza como se de-
bía contra todos aquellos que habían tenido una actitud corrupta
o de traición a la patria. Se estableció, por ello, un Código Revo-
lucionario de Sanciones por las Juntas de Gobierno del Colegio
Nacional de Periodistas de la República de Cuba y del Colegio
de Periodistas de La Habana.
Este código consideró como delitos e infracciones graves, entre
otros, los siguientes:
• Haber sido miembro del SIM (Servicio de Inteligencia Mi-
litar), del Buró de Investigaciones, del Servicio de Inteli-

92
gencia Naval o del Buró de Represión de Actividades Co-
munistas (BRAC).
• Haber sido condenado por los tribunales revolucionarios.
• Haber asumido cualquier actitud, notoria y pública, en
apoyo de la contrarrevolución.
• Haber sido censor o haber colaborado en la implantación
de la censura de prensa.
• Haber loado en la prensa los crímenes y desmanes de la
tiranía.
• La colaboración con la dictadura de Batista a partir del 10
de marzo de 1952, entendiéndose como tal colaboración
el haber sido miembro del gobierno en funciones ejecuti-
vas y considerando como tales todas las que hubieren in-
tervenido en acciones arbitrarias e injustas, ya en el poder
ejecutivo, legislativo, judicial, o en cualquier organismo
autónomo del Estado, así como haber figurado como can-
didato a cargos nacionales, provinciales o municipales en
la farsa electoral de 1958.
• Haber obtenido beneficios o prebendas por su actitud de
ostensible sometimiento colaboracionista.
• Haberse enriquecido ilícitamente durante el período de la
tiranía o figurar en la relación de confiscados por el De-
partamento de Recuperación de Bienes Malversados.
• Llevar más de un año fuera del territorio nacional sin per-
miso de la Junta de Gobierno del Colegio Nacional de
Periodistas, salvo cuando se encuentren prestando servi-
cios a la causa de la patria.
Como resultado de este Código Revolucionario de Sancio-
nes, periodistas bien conocidos como Miguel Ángel Quevedo,
Lino Novás Calvo, Carlos M. Castañeda, José Luis Massó, Fran-
cisco Ichaso, Jorge Mañach, Leví Marrero, Ramón Cotta, Benja-
mín de la Vega, Eduardo Hernández (Guayo), Rogelio Caparrós,
Jess Losada, Néstor Suárez Feliú, Agustín Tamargo, Gastón
Baquero, Emeterio Santovenia, Juan Amador Rodríguez, Enri-
que Ramón Grau, Ignacio Rivero, Enrique Pizzi Galindo, Ma-
nolo Braña, José Arroyo Maldonado, Jesús López Hermida, Jua-
nillo González Martínez, Miguel Ángel Tamayo, Juan Luis
Martín, Sergio y Ulises Carbó, así como varias decenas más, fue-

93
ron expulsados del Colegio de Periodistas y de la Asociación de
Reporters de la La Habana.
De tal manera, se depuró el periodismo en Cuba. Corruptos,
traidores y vendepatrias no tenían cabida en la nueva sociedad.
El hecho de ser buenas plumas, brillantes investigadores, sagaces
y audaces reporteros, buenos oradores y comunicadores, no bas-
taba para tener espacio en la nueva sociedad, con valores morales
y éticos bien diferentes, los mismos que fueron sueños y prédi-
cas constantes de José Martí.

La coletilla, antecedentes e implantación

Otra gran batalla tuvieron que sostener los trabajadores de la


prensa ya a finales de 1959: enfrentar la conjura de desinformación
sobre Cuba que había ido creciendo día tras día. Esa campaña se
instrumentaba en Estados Unidos y se ejecutaba en Cuba por la
prensa privada existente en la isla. Con el propósito de crear con-
fusiones, provocar la ruptura de la unidad del pueblo y crear las
condiciones para justificar una acción militar contra la revolu-
ción, esa prensa adoptó, como estilo de trabajo, la publicación y
difusión de cualquier material de los servicios norteamericanos –
las agencias UPI y AP, las revistas Life o Time, en particular–
sobre lo que acontecía en Cuba, en lugar de fuentes propias.
Tal situación fue causa de interesantes discusiones en las re-
dacciones de esos periódicos sobre si era conveniente o no la
publicación de cables llenos de veneno contra Cuba o, simple-
mente, con hechos mentirosos e interpretaciones alejadas de la
verdad.
Una nota del boletín Grito consignaba ese debate. «Unos com-
pañeros estiman que el cable debe publicarse al pie de la letra.
Algunos sostienen que hay cables que no deben publicarse porque
su contenido es lesivo a los intereses de Cuba. Un tercer grupo se
afilia a la idea que todo se puede publicar, pero ajustándolo a la
verdad cubana». Y la misma nota presentaba una tesis como solu-
ción para ese debate de los periodistas que tenía lugar en medio
del trabajo de redacción y confección de las publicaciones:

94
«Ahora mismo, los cables que son despachados por la UPI y
la AP sobre la incursión aérea a Cuba no hablan de
ametrallamiento a la ciudad de La Habana. (Refiérese a los he-
chos ocurridos el 21 de octubre de 1959 durante la Convención
de Agentes de Turismo.) No debemos secuestrar la noticia, y
junto a su expresión “lanzamiento de volantes”, poner por nues-
tra cuenta “ametrallamiento”, que es lo que realmente sucedió.
En tales casos debemos consignar que el cable no hace mención
alguna del ametrallamiento de la ciudad. Es decir, no servir de
vehículo a la parcialidad interesada de las agencias extranjeras, y
dar al lector, radioyente o televidente una información correcta».
De ese debate nace la coletilla. Los periodistas, trabajadores
gráficos y locutores de la radio y la televisión, decidieron insertar
una nota aclaratoria en aquellas informaciones cablegráficas o
reproducciones de artículos procedentes del exterior donde se
expresasen datos falsos o insidiosos con el fin de dañar a la revo-
lución o lesionar los intereses de la nación. Y concibieron este
texto: Esta información se publica en uso legítimo de la libertad de
prensa existente en Cuba, pero los periodistas y obreros gráficos (o
locutores, en el caso de la radio y la televisión) de este centro de trabajo
expresan también en uso de ese derecho que el contenido de la misma
no se ajusta a la verdad ni a la más elemental ética periodística.
Los propietarios de los medios pusieron el grito en el cielo
ante el uso de la coletilla. El 16 de enero de 1960 hubo un fuerte
incidente en el diario Información, el cual insertó en sus páginas
cables de las agencias UPI y AP que no sólo falseaban la reali-
dad, sino que, más grave aún, contenían implícitas amenazas de
agresión contra Cuba. El Comité de Libertad de Prensa, consti-
tuido en cada medio por periodistas y obreros gráficos, exigió
que al pie de esos cables se colgase la coletilla anteriormente
mencionada. Los dueños del periódico ofrecieron resistencia y
amenazaron con dejar en blanco esos espacios bajo el alegato de
que se había establecido en Cuba una especie de censura de prensa.
Lo cierto era que no se negaba a las direcciones de los perió-
dicos la posibilidad de incluir lo que quisieran en sus páginas,
incluso cables difamatorios y amenazadores. Sólo que, a partir
de ese momento, los periodistas, trabajadores gráficos y locuto-
res tuvieron en Cuba el derecho a dejar expuesto su criterio. Se

95
producía de tal manera un resquebrajamiento en el poder omní-
modo que tenían los dueños de publicar lo que quisiesen o silen-
ciar lo que no respondía a sus intereses. La libertad de prensa
dejó de ser en Cuba libertad de empresa.
Tal libertad de prensa, por supuesto, no fue aceptada por los
dueños de los medios, agrupados en el llamado Bloque Cubano
de Prensa, ni tampoco por la Sociedad Interamericana de Prensa
(SIP), que reúne a los propietarios de las principales publicacio-
nes del continente. Tergiversándolo todo y presentando a la re-
volución cubana una vez más como violadora de la libertad de
prensa, armaron un gran escándalo internacional.
Algunos propietarios de los medios presentaron un recurso
ante el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales, el cual
lo declaró improcedente en consideración a que la acción de los
periodistas y trabajadores gráficos no ofendía la libertad de pen-
samiento y de expresión, ya que consagraba simplemente una
forma de derecho de réplica frente a cualquier información foránea
que amenazase la independencia de Cuba u ofendiese la digni-
dad nacional.
Otra fuerte batalla librada por los periodistas cubanos en 1959
fue obtener un aumento en sus miserables salarios. En los me-
dios revolucionarios, no creados con el propósito de que con
ellos se enriquecieran sus directivos, el problema del salario de
los periodistas se resolvió de inmediato utilizando distintas va-
riantes. Prensa Latina, por ejemplo, fijó un salario mensual de
300 pesos a sus redactores. Pero los propietarios de los medios
privados ofrecieron resistencia a la demanda de sus periodistas
de recibir un salario decoroso. En Diario de la Marina, Informa-
ción, El Crisol y El Mundo se produjeron conflictos entre sus due-
ños y los periodistas por esta cuestión. Las demandas de los pe-
riodistas de aumentos salariales eran anteriores al triunfo de la
revolución. Ya en julio de 1958, por ejemplo, el Colegio Nacio-
nal de Periodistas había planteado ante el Ministerio del Trabajo
un pliego de demandas que incluía, además, un aumento salarial
del 30%. La dictadura de Batista engavetó tal expediente.
El 12 de junio de 1959 el Colegio Nacional de Periodistas
presentó ante el Ministerio del Trabajo del Gobierno Revolucio-
nario una propuesta de que las empresas suscribiesen convenios

96
colectivos de trabajo en las que se fijase 70 pesos semanales para
todos los periodistas. Las empresas, si bien aceptaron en princi-
pio negociar los convenios, impusieron condiciones y diferen-
ciaciones que fueron causa de conflictos. Los dueños de los me-
dios, en definitiva, alegaban que tenían merma en los ingresos y
que estaban siendo incosteables por el descenso de la publicidad.
Llegaron, incluso, a plantear, como lo hizo Jorge Zayas, director
del vespertino Avance, en una reunión de la SIP en San Francis-
co, Estados Unidos, que el asunto de los salarios de los periodis-
tas cubanos era un factor de amenaza a la libertad de prensa.
Esto también determinó la decisión de los propietarios de los
medios de abandonarlos y marcharse hacia el exterior, la mayo-
ría hacia Estados Unidos.
El único caso que, en realidad, sorprendió fue el de Miguel
Ángel Quevedo, director de Bohemia. Un día de 1960, sin razón
alguna, se asiló en la embajada de Venezuela en La Habana. Na-
die lo perseguía ni hostigaba. Bohemia y él, en particular, tenían
toda la confianza de la revolución. El 24 de julio de 1960 Bohe-
mia publicó la siguiente nota: «En la mañana del lunes, de ma-
nera enteramente sorpresiva para el personal de Bohemia, su di-
rector Miguel Ángel Quevedo, abandonó la revista y se acogió al
asilo en la embajada de Venezuela. Ante tan insólita y lamentable
situación, el personal de esta revista –periodistas y obreros por
igual– ha decidido seguirla editando por su cuenta, y no tanto
por mantener abierto este centro de trabajo, sino para que conti-
núe siendo, como hasta hoy, un baluarte de los mejores intereses
y aspiraciones nacionales, vinculados al destino de la revolución
que orienta y representa íntegramente Fidel Castro. Las defec-
ciones personales, por importantes que sean, no pueden afectar
la tradición de invariable y honesta cubanía que cimentó siem-
pre el prestigio y la circulación de Bohemia [...] Sepa el pueblo de
Cuba que los soldados de Bohemia recogen la bandera y nunca la
dejarán caer».
Al llegar a Venezuela publicó Miguel Ángel Quevedo un lar-
go manifiesto diciendo que «la revolución ha sido traicionada y
entregada». Se hizo eco, en definitiva, de las tempranas campa-
ñas contra Cuba concebidas y lanzadas desde Washington. Se-
gún Quevedo, la revolución cubana había sido «un diabólico plan,

97
hábilmente proyectado y sorpresivamente desenvuelto, para ins-
taurar en medio del continente americano un régimen organiza-
do por la dirección y estrecha vigilancia de Moscú». Quevedo
demostró con ese absurdo pronunciamiento que había quedado
atrapado en las redes de la guerra fría alentada por el gobierno
de Estados Unidos. Influyeron más en él las ideas del
anticomunismo que los principios y valores proclamados y de-
fendidos por la revolución cubana desde el asalto al Moncada: la
independencia, la soberanía, la justicia social y la dignidad.
Triste, en verdad, fue el final de Quevedo. Allá en Venezuela,
con dinero de la CIA, publicó la Bohemia Libre. Y si alguien
dudase que la financió la CIA sólo tiene que remitirse al Informe
del Inspector General de la CIA, Lyman Kirkpatrick, sobre la
Operación de Bahía de Cochinos, que dejó de ser secreto en
1998. En ese informe se dice: «Bohemia Libre, una revista sema-
nal, tenía un presupuesto de $300 000, pero en realidad costaba
$35 000 el número. Desde el principio había tenido poca suerte
para encontrar anunciantes, y por esa razón en una ocasión dejó
de salir. Varias veces hubo que buscarle fondos adicionales». Bo-
hemia Libre fue un fracaso y Quevedo se suicidó en Caracas. La
auténtica Bohemia, la hecha en Cuba, jamás dejó de editarse.
Luego de Quevedo, sus directores han sido Enrique de la Osa,
Ángel Guerra, José Arias, Magaly García Moré, Caridad Miran-
da y José A. Fernández.
Otro periódico que pasó a ser operado por sus trabajadores al
ser abandonado por sus propietarios fue El Mundo, que años
más tarde pasó a convertirse en taller para la formación de perio-
distas. En 1968 la contrarrevolución le prendió fuego y destruyó
esas instalaciones. Las redacciones y talleres de publicaciones
como Información, Diario Nacional, Excelsior y El País se pusie-
ron en manos de la Imprenta Nacional para la edición de gran-
des tiradas de libros de todo tipo, el primero de ellos, El Quijote
de la Mancha, de Cervantes. En Prado y Teniente Rey, donde
tenía su redacción y talleres el Diario de la Marina, comenzó a
editarse el periódico Hoy. Y el nuevo edificio de Prensa Libre, de
los Carbó, en la actual Plaza de la Revolución, fue ocupado por
los periódicos Revolución y el vespertino La Tarde que fue un
continuador de La Calle, bajo la dirección de Ernesto Vera.

98
En la batalla por la libertad de prensa los periodistas cubanos,
al disentir de las ideas de los empresarios, lejos de ofender la
dignidad de estos, lo que hicieron fue afirmar su propia libertad,
y dejaron al juicio de la opinión pública quién defendía la verdad
y quién se aferraba a la mentira. La práctica de la coletilla, que
cesó de insertarse el 26 de mayo de 1960,  fue original ciento
por ciento de los cubanos. Se aplicó en las condiciones específi-
cas y en un momento de la realidad del país. Abrió el camino
para que en Cuba floreciera un periodismo bien diferente, carac-
terizado por el apego a la verdad y a la fidelidad hacia los intere-
ses de la nación y el mundo.

Varias fotos históricas

De los primeros años de la revolución hay varias fotos símbolos:


1) Fidel y las palomas. La entrada de Fidel en La Habana el 8
de enero de 1959 culminó en el campamento militar de Colum-
bia con su primer discurso en la capital luego del triunfo revolu-
cionario. Mientras hablaba unas palomas se posaron en el hom-
bro del jefe de la revolución, y un fotógrafo del periódico El
Mundo, que después se convertiría en un contrarrevolucionario,
recogió ese significativo e inesperado momento.
2) Estallido del barco La Coubre, en el puerto de La Habana. El
4 de marzo de 1960 explotó este barco como resultado de un
sabotaje de la CIA. El momento en que se produjo una segunda
explosión fue registrado por la cámara de José Agraz (1909-
1982), del periódico Revolución. Agraz, que anteriormente tra-
bajaba para la revista Carteles y otros medios, utilizando una cá-
mara de secuencia, es autor de otra gran foto: la de un aparatoso
accidente ocurrido en una carrera de automóviles en La Habana,
en 1958, un día después del secuestro por el Movimiento 26 de
Julio del argentino Juan Manuel Fangio.
3) Che en el sepelio de las víctimas de La Coubre. El 5 de marzo
de 1960, durante ese acto, el fotógrafo Alberto Díaz Korda (1928)
capta la foto del Che, que es uno de los retratos más conocidos
en el mundo.

99
4) Fidel desciende del tanque en Playa Larga. Después de diri-
gir las operaciones combativas y hundir el barco Houston, en
Playa Girón, en abril de 1961, Fidel salta del tanque que lo llevó
a ese lugar. Esa foto fue tirada por Mario Collado, fotógrafo de
La Tarde.

Laboratorio de frivolidades y superficialidades

La prensa de propiedad privada en Cuba fue en la década del


cincuenta, además, un laboratorio de experimentación de un
modelo de circulación de la información en función de las leyes
de oferta y la demanda, más que en función de las leyes de la
verdad o de la ética. Es decir: la información fue considerada,
desde entonces, como una mercancía. Lo que valía era la infor-
mación que generase audiencia o lectura, no importaba si era
útil o no, porque una mayor audiencia o lectura significaba ma-
yores ganancias.
De ahí que escribir o hablar de la politiquería, de la crónica
social, de las fiestas de los clubes de la aristocracia, de los depor-
tes profesionales, como el béisbol o el boxeo, de las carreras de
caballos o de perros donde se hacían fuertes apuestas, de la cró-
nica roja, de la economía que alentase el consumo de los produc-
tos importados desde Estados Unidos, de los chismes y los es-
cándalos de Hollywood y, en fin, de cualquier frivolidad,
constituía el plato fuerte de los espacios en los medios de difu-
sión. Con ello, al mismo tiempo, se tendía un manto de silencio
sobre la dramática realidad económica y social del país.
Si en aquellos años  hubiese ocurrido un hecho como el jui-
cio en Estados Unidos por doble asesinato contra el futbolista y
actor O.J. Simpson, ocurrido en la década final del siglo XX, con
todos sus elementos de una truculenta telenovela, es casi seguro
que la televisión de los Mestre, los periódicos y revistas, los espa-
cios radiales, habrían dedicado sus espacios estelares a ese acon-
tecimiento de la misma manera que lo hicieron los medios de
comunicación en ese país vecino. Porque copiar ese modelo de
prensa es lo que hacía esa gran prensa en Cuba, sin pensar con
cabeza propia, sin meditar si era o no conveniente al interés na-

100
cional, a la preservación de la identidad cultural u otros auténti-
cos valores.
Y citamos ese ejemplo porque es ilustrativo de cómo se ha
manipulado a la opinión pública con hechos que tienen una rela-
tiva importancia o que no tienen ninguna. Lo atractivo, lo que
genera ratings, lo que atrae lectores ha sido desde hace muchos
años el motor que mueve, aunque no deseamos ser absolutos, a
las empresas privadas de comunicación en todo el mundo. El
combustible para tal funcionamiento lo ha suministrado Esta-
dos Unidos. Ahí nació y se desarrolló ese genio y demonio que
se ha dado en llamar la cultura del infotainment, una simbiosis de
la información con el entretenimiento.
En la Cuba prerrevolucionaria ese genio y demonio también
actuó, aunque por supuesto no con la misma fuerza que muestra
hoy en el mundo. La aparición de platillos voladores, la existen-
cia de vida en Marte o el casamiento o infidelidad de una prince-
sa o rey, el peregrinar del Caballero de París o las adivinaciones
de Clavelito frente a su vaso de agua, eran muchas veces aconte-
cimientos más relevantes e importantes que la situación de la
vivienda, el analfabetismo, la insalubridad, las enfermedades, la
falta de trabajo, la discriminación racial, la opresión de la mujer,
el hambre y la miseria en Cuba. Tocar esta última tecla era aten-
tar contra el sistema de dominio establecido por los grandes in-
tereses económicos, en su mayoría norteamericanos.
La ignorancia y el oscurantismo en que vivía la inmensa ma-
yoría del pueblo facilitaba la labor de los medios de comunica-
ción en esa cultura del infotainment en aquellos años. Recuerdo
el caso de Guillermito (El Niño Prodigio), que ocupó páginas
de la prensa y espacios en la radio y la televisión a partir de 1953.
Era un niñito entonces de cuatro años de edad cuando era pre-
sentado como enviado a la Tierra por el Señor para curar y salvar
vidas, y también como un adivino de grandes acontecimientos,
entre ellos el asalto al Moncada y el triunfo de la revolución. No
era más que un niño con buena memoria, al cual preparaban
previamente sobre lo que debía decir. De él se aprovecharon eco-
nómicamente familiares y dueños de publicaciones. La cultura
del infotaiment, pues, no es un fenómeno de la globalización de
la cual se habla mucho hoy. Nació mucho antes. Y en Cuba se
puso en práctica, aunque de modo incipiente.

101
UN PERIODISMO ENFRENTADO AL BLOQUEO
Y A UNA GUERRA DE DESINFORMACIÓN

La revolución cubana creó un sistema de prensa que cubría toda


la nación. Existieron en unos pocos años 19 diarios y casi dos
millones de ejemplares para unos siete millones de lectores. Ha-
bía otras 600 publicaciones de otro tipo: revistas semanales y
mensuales de interés general y especializadas. La radio y la tele-
visión entraron prácticamente en todos los hogares, en razón,
por una parte, de que el 94% de ellos, gracias a la revolución,
tuvo el beneficio de la electricidad, y, de otro lado, por la impor-
tación y desarrollo del ensamblaje en el país de equipos de radio
y televisión.
La característica de ese sistema ha sido que los órganos de prensa
son de propiedad estatal o social, coherente con las transformacio-
nes estructurales que han tenido lugar en la sociedad cubana y con
el criterio de que la información, en tanto que bien público, no
debe estar sujeta a intereses privados o prácticas comerciales.
La propiedad estatal o social no significa que los medios en
Cuba pertenezcan a una sola entidad. Son decenas las organiza-
ciones políticas, sociales, juveniles y profesionales, así como diver-
sos organismos, los que auspician los diferentes órganos de prensa
del país. Cada una de estas instituciones, en correspondencia con
los intereses sociales que representa, vela por la idoneidad de los
dirigentes de la prensa, así como por la política editorial, en su
sentido más amplio, del órgano que se trate. Mencionamos en el
anterior capítulo algunos de los medios creados tras el triunfo de
la revolución en 1959, entre ellos Prensa Latina. De modo
cronológico nos toca ahora hablar de muchos otros.

102
En 1961 nació Radio Habana Cuba, también con el propósi-
to de contrarrestar la campaña de desinformación de los enemi-
gos de la revolución. Poco antes de la invasión mercenaria de
Playa Girón se empieza a escuchar, identificada sólo como «onda
corta experimental cubana». En tal carácter difunde los ataques a
los aeropuertos, el desembarco mercenario y los partes de guerra
ofrecidos por el Gobierno Revolucionario. Esas transmisiones
cubrían entonces un amplio panorama del Caribe, norte y sur de
América. Pasada la etapa experimental, Radio Habana Cuba se
instaló oficialmente, con derecho propio y mediante observancia
rigurosa de las normas internacionales, el 1 de mayo de 1961.
Las dos horas iniciales, en español y en inglés, se convertirían
en poco tiempo en un acreditado y poderoso aparato de difusión
con una enorme y variada programación de sesenta y seis horas
diarias en ocho idiomas: español, inglés, francés, portugués, ára-
be, creole, quechua y guaraní.
Innecesario es decir que a los enemigos de la revolución, tan
defensores de la libertad de expresión y de prensa, no les agradó
en lo absoluto la aparición y desarrollo de Radio Habana Cuba,
como tampoco desde meses antes la existencia de Prensa Latina.
Contra esta última podían actuar más fácilmente, cerrando ofici-
nas o impidiéndole usar los canales telegráficos controlados por
los monopolios estadounidenses, tal como lo hicieron en numero-
sos países, pero contra Radio Habana Cuba tales acciones represi-
vas eran casi imposibles. No han podido, pues, impedir que desde
el primer día de su aparición esta emisora, con la verdad de Cuba,
entre, por onda corta, a los hogares de millones de hombres y
mujeres, sobre todo en América Latina. Baldomero Álvarez Ríos,
Adrián García (traidor), Marcos Behmaras, Orlando Fundora,
Alfredo Viñas, José Caíñas Sierra, Pedro Rojas y Milagros
Hernández, han estado al frente de esta emisora internacional.

La UPEC

Otro momento importante en la historia de la prensa revolu-


cionaria cubana fue la constitución de la Unión de Periodistas de
Cuba (UPEC), el 15 de julio de 1963, resultado de la unión de

103
los profesionales de la prensa agrupados hasta entonces en el
Colegio Nacional de Periodistas, la Asociación de Reporters de
La Habana y las asociaciones de camarógrafos de cine y televi-
sión. Es una organización social y profesional que tiene, entre
sus fines, la defensa de la libertad de prensa, la protección de la
profesión periodística, el trabajo en favor de la superación técni-
ca y profesional, el reconocimiento social del periodista y velar
por la preservación de una ética laboral, social y moral acorde
con la tradición, vocación y principios patrióticos y revoluciona-
rios del pueblo cubano en su lucha desde 1868 por la indepen-
dencia, la defensa de la soberanía, la autodeterminación, la justi-
cia social y la dignidad plena del hombre.
Al pronunciar el discurso inaugural del Primer Congreso de
la UPEC, efectuado en el hotel Habana Libre, el presidente de la
república, Osvaldo Dorticós Torrado, señaló que por la misma
complejidad de la situación se requería de una prensa con más
depurada técnica periodística e identificación más íntima con las
tareas esenciales de la revolución. «Debemos procurar, expresó
el presidente Osvaldo Dorticós, una prensa que cada día gane
más en jerarquía literaria, que cada día gane más en técnica, que
cada día gane más en sabiduría». Y agregaba:
«Cuando reclamamos una prensa seria y sobria no pretende-
mos una prensa gris, sin frescura, sin vida, sin iniciativas, sin
espíritu creador. Pero entendemos absolutamente conciliable la
seriedad y la sobriedad con la frescura de estilo, con la iniciativa
creadora y con la amenidad periodística [...] La temática perio-
dística revolucionaria es infinita e inagotable: la vida de nuestros
trabajadores, el héroe anónimo, el esfuerzo productivo, la inven-
tiva obrera, el acontecer colectivo del proletariado; todo cuanto
ocurre en este gigantesco esfuerzo popular en que estamos em-
peñados, es cantera inagotable para la curiosidad y para el im-
pulso creador del periodismo [...] Nunca nuestra prensa debe
regresar, sino avanzar».
La UPEC cumplió treinta y cinco años de vida en 1998. Al
frente de esta organización social y profesional creada por la re-
volución han estado en ese tiempo los destacados periodistas
Honorio Muñoz, Ernesto Vera, Julio García Luis y Tubal Páez.

104
Unión de todos los recursos

Para la prensa revolucionaria, 1965 es otro momento trascen-


dental. El 3 de octubre culmina el proceso de unidad de las princi-
pales fuerzas revolucionarias que participaron en la lucha contra la
tiranía de Batista. Se constituye el Partido Comunista de Cuba y,
como órgano de su Comité Central, surge el periódico Granma.
Desaparecen Revolución y Hoy, hasta entonces órganos del Movi-
miento 26 de Julio y el Partido Socialista Popular, respectivamen-
te. Poco antes había cesado de publicarse Combate, órgano del
Directorio Revolucionario 13 de Marzo. Los recursos humanos,
las maquinarias, las instalaciones se concentran en un nuevo y único
periódico de carácter político que se editaría cada mañana. «Unir
todos esos recursos y hacer un nuevo periódico que llevará el nom-
bre de Granma, símbolo de nuestra concepción revolucionaria y
de nuestro camino», apuntaría Fidel  Castro al hacer el anuncio.
Granma ha sido el principal vocero de la revolución desde en-
tonces. Isidoro Malmierca, Jorge Enrique Mendoza, Enrique
Román, Jacinto Granda y Frank Agüero han estado al frente de
esa nave insignia de la prensa cubana. La presencia de Fidel Castro
en ese periódico ha sido permanente. Son numerosas las batallas
políticas y de solidaridad libradas por la revolución que han teni-
do su Estado Mayor en Granma. Vale la pena recordar algunas de
ellas: la caída en combate del Che, los acontecimientos de Checos-
lovaquia de 1968, la zafra de los diez millones, el terremoto del
Perú y la campaña de donaciones de sangre del pueblo cubano
para los damnificados, los sucesos del Mariel, los ataques a los
pacíficos pescadores cubanos por la contrarrevolución de Miami.
Como en los tiempos del periódico La Calle, Fidel Castro ha esta-
do en la redacción de Granma orientando trabajos a sus periodis-
tas, escribiendo él mismo editoriales y secciones, sugiriendo títu-
los y caricaturas, revisando artículos y cables, leyendo las pruebas
finales y retirándose ya avanzada la madrugada llevando consigo
los primeros ejemplares de la tirada.
Granma se convirtió en el periódico de mayor tirada en la
historia de Cuba. Durante muchos años de sus máquinas salían
700 000 ejemplares diarios. Se hicieron ediciones especiales que
alcanzaron cifras superiores al millón de ejemplares.

105
Son muchos los periodistas que han dejado una huella en
Granma. Entre los ya desaparecidos está ese maestro de perio-
distas que fue Elio E. Constantín, un profesional integral, que
durante más de medio siglo puso su talentosa pluma al servicio
de la causa del pueblo. Su trayectoria trascendió la crónica de-
portiva, en la cual era todo un especialista. Trabajó como correc-
tor de pruebas en Carteles y redactor en Diario Nacional antes
del triunfo de la revolución, y después como redactor-reportero
en los periódicos Revolución y Granma, donde ocupó altas res-
ponsabilidades. Elio E. Constantín es todo un símbolo de la pren-
sa revolucionaria al igual que otros periodistas fundadores de
Granma, entre ellos Félix Pita Astudillo, Juan Antonio Salamanca
y Santiago (Chago) Armada, fallecidos; y Marta Rojas, Evelio
Tellería, José Antonio Benítez, Santiago Cardosa Arias, Jorge
Oller, Liborio Noval y muchos otros.
En ese mismo año 1965, apenas tres semanas después, se pro-
duce la salida de Juventud Rebelde como vespertino, bajo la di-
rección de la Unión de Jóvenes Comunistas. Miguel Rodríguez,
Ángel Guerra, Jorge López, Jacinto Granda, José R. Vidal, Je-
sús Martínez Beatón, Bruno Rodríguez, Arleen Rodríguez  y
Rogelio Polanco  han sido sus directores. Posteriormente, en
1970, surgiría el periódico Trabajadores como órgano oficial de
la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), dirigido inicialmen-
te por  Jaime Gravalosa y posteriormente por José M. Ortíz,
 Magaly García Moré, Frank Agüero y Jorge Luis Canela.
Nuevos diarios provinciales remplazan tras el triunfo revolu-
cionario a los escasos periódicos que se publicaban, exceptuando
a Sierra Maestra, fundado en 1957, en Santiago de Cuba. Nacen
Adelante (1959), en Camagüey; Ahora (1962), en Holguín; Van-
guardia (1962), en Villa Clara; Girón (1962), en Matanzas; Ven-
ceremos (1962), en Guantánamo; Victoria (1967), en Isla de la
Juventud; El Socialista (1962) y que luego cambió el nombre
por El Guerrillero, en Pinar del Río; La Demajagua (1977), en
Granma; Periódico 26 (1978), en Las Tunas; Escambray (1979),
en Sancti Spíritus; Invasor (1979), en Ciego de Ávila; 5 de Sep-
tiembre (1980), en Cienfuegos; Tribuna de La Habana (1980),
en Ciudad de La Habana; y El Habanero (1987), en La Habana.
Estos periódicos provinciales llegaron en conjunto a tirar medio
millón de ejemplares diarios antes de 1990.

106
No puede faltar en este este recuento Granma Internacional
(inicialmente llamado Resumen Semanal de Granma), surgido en
1966, en un momento en que Estados Unidos cerraba aún más
su cerco informativo sobre Cuba. Comenzó a publicarse en tres
idiomas –español, inglés y francés–, y luego sumó a ellos sus
ediciones en portugués y alemán.
No sólo reproduce algunos de los materiales aparecidos en el
Granma diario, sino que posee su propia redacción y elabora
distintos materiales exclusivos dirigidos, en lo fundamental, a
lectores extranjeros. Sus editores principales han sido Alberto
Rubiera, en la etapa inicial, y Gabriel Molina Franchossi. Granma
Internacional tenía una tirada de 60 000 ejemplares en 1998 y
reimpresiones en Alemania, Canadá, Argentina y Francia. En
1999 esta publicación estaba dando pasos para hacer una edi-
ción en italiano.

El Che y Verde Olivo

La revista Verde Olivo, fundada en 1959 como órgano de las


Fuerzas Armadas Revolucionarias, contó con la entusiasta cola-
boración de Ernesto Che Guevara, quien escribió regularmente
en ella sus relatos «Pasajes de la guerra revolucionaria», que lue-
go se recogerían en un libro, y numerosos artículos bajo la firma
de El Francotirador.
El Che Guevara, que había fundado en la Sierra Maestra la
Radio Rebelde y el periódico El Cubano Libre, en medio de sus
múltiples tareas y altas responsabilidades como uno de los prin-
cipales dirigentes del proceso revolucionario, siempre dejó algún
espacio de tiempo para redactar un artículo o una nota, donde la
agudeza, la fina ironía, el humor, el choque de ideas, la polémi-
ca, no dejaron de estar presentes. El Che también había sido
inspirador de la fundación de la agencia Prensa Latina.
Luis Pavón, quien fuese director de Verde Olivo, ha contado
que todo lo que escribió el Che para esa publicación «lo hizo de
noche, buscando tiempo entre sus múltiples responsabilidades.

107
En ocasiones grababa el artículo, su secretario, Manresa, lo pasa-
ba a máquina, y el Che le hacía modificaciones con esa letra tan
suya. Desafortunadamente esos originales no se conservan, unos
por el deterioro de los años, otros porque se le devolvieron».
Muy ligados al perfil de la revista fueron los «Consejos al
combatiente», destinados a instruir a los jóvenes soldados, una
sección que el Che creó y redactó. El último de los trabajos que
entregó a Verde Olivo, antes de partir del país, fue «El socialismo
y el hombre en Cuba», que escribió para la publicación urugua-
ya Marcha, y con la instrucción de que luego se reprodujera en la
revista de las fuerzas armadas de Cuba.
Dedicadas a las mujeres –con informaciones sobre modas,
recetas culinarias, consejos de belleza, pero también con cuen-
tos, novelas, poesías, artículos de interés cultural y otros de pro-
moción sobre las nuevas tareas que la revolución encomienda a
la Federación de Mujeres Cubanas–, nace la revista Mujeres
(1961); y asume una nueva tónica, alejándose de las frivolidades
femeninas, la revista Romances, que había sido fundada en 1936.
Esta última derivaría años después en la revista Muchachas (1980)
con un perfil dirigido a la mujer joven.  
Mucha aceptación, sobre todo en el exterior, ha tenido la re-
vista Cuba Internacional (1960), editada por la agencia Prensa
Latina. Fue sucesora de Cuba que, a su vez, había sustituido a
INRA, dirigida por Antonio Núñez Jiménez y que publicaba el
Instituto Nacional de la Reforma Agraria. También Prensa Lati-
na emprendió la publicación de la revista Prisma (1974).
Otro medio importante creado por la revolución fue la Agen-
cia de Información Nacional (AIN), nacida en 1974, para ofre-
cer información actualizada a medios nacionales y extranjeros, a
través de una red electrónica. Tiene corresponsales en todas las
provincias del país. Ofrece servicios de radio, fotográficos y es-
peciales en los diversos géneros periodísticos. Publica boletines
sobre distintas temáticas. José Arias, Fausto Suárez y Roberto
Pavón han ocupado la dirección de esta agencia.
Moncada, órgano del Ministerio del Interior; Alma Máter,
del estudiantado universitario; Cuba Socialista, revista teórica
destinada a difundir las experiencias de la revolución cubana y

108
del movimiento obrero y comunista internacional entre los mili-
tantes y cuadros revolucionarios; La Gaceta, de la Unión de Es-
critores y Artistas de Cuba; LPV y El Deporte, Derecho del Pueblo;
El Caimán Barburdo, Juventud Técnica, Zunzún, Pionero, Somos
Jóvenes y otras para niños y adolescentes; Con la Guardia en Alto,
de los CDR; Islas, de la Universidad Central de Villa Clara; San-
tiago, de la Universidad de Oriente; Revolución y Cultura, del
Ministerio de Cultura, integraron las casi seiscientas publicacio-
nes que vieron la luz en los primeros años de la revolución y que
alcanzaron un tiraje de más de ochenta y cinco millones de ejem-
plares anuales.
Son pocos los países del tercer mundo que hayan podido al-
canzar un sistema de prensa impresa tan amplio como el que
tuvo Cuba durante las décadas que antecedieron a 1990. La re-
volución, que desde 1961 emancipó al pueblo de la ignorancia
propiciándole la alfabetización masiva y garantizando la supera-
ción educacional, técnica y profesional, a la vez abrió las puertas
para que tuviese una prensa plural y que respondiese a los intere-
ses de todos los sectores de la sociedad.
Igual sucedió con la radio, la televisión y el cine. Se llevó a los
más apartados hogares del país. Esos medios han tenido una
comunicación permanente con la población, la cual está protegi-
da en su derecho de expresar sus opiniones, tanto a través de los
medios de difusión como de sus organizaciones sociales, sindi-
cales y profesionales.
Tras el triunfo de la revolución se crearon numerosas emiso-
ras de radio, nacionales, provinciales y municipales, entre ellas
Radio 26 (1959), Radio Enciclopedia (1962), Radio Mayarí
(1968), Radio Santa Cruz (1968), Radio Siboney (1968), Ra-
dio Banes (1969), Radio Florida (1969), Radio Guáimaro
(1969), Radio Guamá (1969), Radio Ariguanabo (1970), Ra-
dio Jaruco (1970), Radio Güines (1970), Radio Maboas (1970),
Radio Metropolitana (1971), Radio Camoa (1972), Radio Lla-
nura de Colón (1974), Radio Victoria de Girón (1977),  Radio
Ciudad de La Habana (1978), La Voz del Níquel (1979), Radio
Sandino (1981), Radio Cubitas, Emisora Estudiantil (1981),
Radio Taíno (1985), Radio Juvenil (1986), Radio Grito de Baire
(1990) y Radio Trinidad (1998).

109
El segundo bloqueo

La situación de la prensa cubana se vio afectada a partir de


1989 al producirse el derrumbe del campo socialista y la desinte-
gración de la Unión Soviética. Más de las dos terceras partes de
los suministros externos del país se perjudicaron sorpresivamente
por los cambios acontecidos en esas naciones de Europa. Al blo-
queo norteamericano, establecido en los primeros años del triunfo
revolucionario, se sumó este segundo bloqueo. Cuba perdió casi
totalmente los mercados. Las puertas de los créditos se cerraron.
Las importaciones tuvieron un descenso brutal, y entre ellas es-
taban el combustible y el papel, materias primas esenciales para
el trabajo de la prensa.
En los años de publicación de tal número de periódicos dia-
rios y revistas, Cuba importaba de la Unión Soviética un total de
41 000 toneladas de papel gaceta, 25 000 de las cuales se utiliza-
ban en el trabajo de la prensa. También maquinarias de las im-
prentas, tintas, rollos fotográficos, papel y sustancias químicas,
planchas galvanizadas, en fin, todo el material indispensable para
el trabajo de la prensa. Eso desapareció de la noche a la mañana.
Al producirse el viraje hacia el capitalismo de los países del socia-
lismo en Europa oriental y la Unión Soviética, se cancelaron los
créditos y los convenios de intercambio económico y comercial
justos con Cuba.
La prensa impresa fue la más fuertemente golpeada. En sep-
tiembre de 1990 la dirección del país informó al pueblo, en una
nota aparecida en Granma, que la impresión de los periódicos
diarios, así como revistas y otras publicaciones, se verían afecta-
das. La nota señalaba que «la incertidumbre respecto a los abas-
tecimientos de papel para periódico con que podremos contar
en el futuro próximo, y algunas inestabilidades en las entregas de
este papel durante 1990, que han creado un déficit respecto al
formato específico requerido, hicieron inevitable adoptar una
decisión, con sentido previsor y aun antes de que se creara un
estado de crisis».
Tras exponer que las medidas se adoptaban para evitar «un
colapso en el sector de la información» y que se esperaba fueran
de carácter transitorio, la nota también hacía referencia a la si-

110
tuación existente en cuanto a la producción de papel nacional,
destinado a la edición de libros, revistas y otras publicaciones.
«En este momento, añadía, las dos industrias papeleras del país
se encuentran paralizadas, por la falta de pulpa y cloro proceden-
tes igualmente de la Unión Soviética, lo que añade otro elemen-
to de indefinición e incertidumbre sobre los recursos con que
podamos contar en lo adelante».
Las decisiones adoptadas, que entraron en vigor el 1 de octu-
bre, luego de que la dirección del país consultó con las organiza-
ciones e instituciones que auspician los órganos de prensa, así como
con la Unión de Periodistas de Cuba, fueron las siguientes:
1) Mantener a Granma como único diario nacional de lunes a
viernes, con su tirada actual (700 000 ejemplares) y ocho pági-
nas. El sábado circulará sólo en Ciudad de La Habana, con seis
páginas y 250 000 ejemplares.
2) Juventud Rebelde y Trabajadores se editarán como semana-
rios, los domingos y sábados respectivamente.
3) Bastión (órgano de las Fuerzas Armadas Revolucionarias,
diario fundado en 1987), dejará de editarse mientras prevalez-
can las actuales circunstancias.
4) Continuar editando la revista Bohemia semanalmente, a
partir de ahora con 64 páginas.
5) Mantener la publicación de los 15 diarios provinciales que
utilizan un papel que, por su medida, no afecta la cobertura de la
prensa nacional. En el caso de Tribuna de La Habana, se editará
como vespertino, de lunes a viernes.
6) Recesar la edición de todos los demás diarios, revistas y
publicaciones periódicas del país.
Los tiempos que siguieron fueron muy duros. Objetivamen-
te el país no pudo cumplir siquiera con esas seis medidas, sobre
todo cuando los costos de papel y otros insumos (rollos fotográ-
ficos, sustancias químicas, planchas galvanizadoras, tintas, etc.)
se dispararon en el mercado internacional. Hubo, en consecuen-
cia, que variar el contenido de algunas de esas medidas.
Así, Granma quedó publicándose sólo cinco días a la semana, y
redujo sustancialmente su tirada de 700 000 ejemplares a 430 000.

111
Su formato pasó a tabloide, y durante muchos meses se editó con
sólo cuatro páginas de ese tamaño reducido. Bohemia, en lugar de
hacerlo semanalmente, pasó a publicarse cada quince días y, ade-
más, en un tamaño reducido. Su tiraje se redujo de 300 000 ejem-
plares semanales a 100 000 quincenales. Trabajadores, de 300 000
ejemplares diarios pasó a 250 000 semanales. Los diarios provin-
ciales pudieron mantenerse poco tiempo como diarios. Pasaron a
ser semanarios y también redujeron el número de sus páginas. Se
cambió también el día de salida de los periódicos Juventud Rebelde
y Trabajadores para domingo y lunes, respectivamente.
La utilización de papel sin la óptima calidad produjo afecta-
ciones bien serias. Durante un largo tiempo, al agotarse las exis-
tencias en los almacenes del papel gaceta importado de Rusia, las
publicaciones tuvieron que utilizar un papel hecho en Cuba y
que en las redacciones se denominó mulata por su color oscuro.
La impresión en tal papel dificultaba la lectura de textos o apre-
ciar detalles en las fotográfias, gráficos y otras ilustraciones.
La existencia de menos publicaciones, tiradas menores, re-
ducción del espacio y no empleo de materiales de calidad, causó,
por supuesto, efectos negativos en el trabajo del periodismo.
Común se hizo oír en las redacciones a los jefes de ediciones o
páginas decir a sus reporteros o redactores: «Tienes solamente
15 líneas para decirlo todo, no hay espacio». El desarrollo con
cierta amplitud de un reportaje o artículo de opinión se convir-
tió en algo excepcional. La profusión de fotografías o ilustracio-
nes también. El ejercicio del diarismo en la prensa impresa dejó,
prácticamente, de existir, excepto en Granma, pero en este últi-
mo caso, al no existir la competencia, en el mejor sentido de la
palabra, sus periodistas o la dirección del medio podían darse el
lujo de dejar para el día siguiente una información exclusiva.
En marzo de 1992, diecisiete meses después de la entrada en
vigor de las medidas restrictivas sobre la prensa impresa, el país
tenía, en relación con 1989, «el 58% menos de publicaciones» y
«un 78% menos de ejemplares». Para Granma las reducciones
significaron un 41,2% de su tirada, y para Juventud Rebelde, al
pasar a semanario, un 87%.
El reto para los periodistas y el periodismo fue gigantesco.
Tanto los dirigentes del país como los de los medios y la Unión
de Periodistas de Cuba afrontaron con mucho realismo la nueva

112
situación. No hubo desaliento, sino la decisión de tratar de su-
plir con un trabajo más inteligente y creativo los avatares de la
nueva situación. En primer lugar, trabajar para lograr que la prensa
no dejara de publicarse. Y, al igual que ni una escuela ni un hos-
pital cerró sus puertas durante el llamado período especial, pese a
las fuertes restricciones señaladas, la prensa impresa en Cuba ha
visto la luz cada día desde 1990. Un solo diario, ciertamente,
hasta el 14 de marzo de 1999, cuando Juventud Rebelde volvió a
una periodicidad diaria.
En esos años los trabajadores de la prensa han tenido una
elevada conciencia revolucionaria que la han volcado en esfuer-
zos diarios y soluciones inteligentes para vencer dificultades y
carencias. Alrededor de trescientos periodistas quedaron, en un
primer momento, sin ubicación laboral ante el cierre obligado
de publicaciones o la reducción de los espacios en aquellas que
sobrevivieron. Se hizo un estudio sereno para lograr su
reubicación laboral.
Como primera acción se impulsó un proceso de revitalización
de la radio y, de modo particular, su programación informativa.
Una buena parte de esos trescientos periodistas de la prensa ex-
tinta o reducida pasaron a prestar servicios en la radio. Este paso
fue acompañado por la organización de talleres, cursos y todo
un programa de entrenamiento sobre las características de ese
medio. La mayoría de los periodistas que siguieron ese rumbo
lograron, con el decursar del tiempo, adaptarse al nuevo medio,
y algunos de ellos, años después, al ser llamados a reincorporarse
a la prensa impresa, prefirieron permanecer en la radio. Todo
este proceso transcurrió sin violentar las reglas de la comunica-
ción, teniendo en cuenta que cada medio tiene exigencias técni-
cas y de lenguaje que demandan una elaboración específica.
Otros periodistas procedentes de la prensa impresa pasaron a
integrar equipos de investigación en distintas instituciones –Ins-
tituto de Historia de la Revolución Cubana, universidades, cen-
tros de estudios, etc.–, y no pocos se dedicaron a la docencia, en
particular en las facultades de Comunicación Social. Aquellos
periodistas que no pudieron ser reubicados de inmediato –los
menos– se les garantizó el 70% de su salario hasta tanto encon-
trasen trabajo.

113
Como nunca la radio creció en importancia. Al ser el medio
menos afectado, asumió la mayor responsabilidad en la informa-
ción a la población. Diversas iniciativas fueron puestas en mar-
cha en la medida en que resultaban viables. De tal manera, por
ejemplo, en algunas redacciones de periódicos, particularmente
en las provincias, fueron instaladas cabinas de radio, y desde ellas
los periodistas de esos medios ofrecían informaciones y comen-
tarios a las emisoras municipales, provinciales y nacionales. Un
periódico nacional –Juventud Rebelde– recorrió ese camino. Creó
el espacio informativo radial Rebelde en Rebelde, transmitido
cada domingo a través de Radio Rebelde. Nueve años después
del inicio del período especial, el sistema de la radio cubana lo
integraban 64 emisoras que transmitían novecientas dieciocho
horas diarias. El 34% de su programación es informativa, antes
de 1989 era de un 23%.
Símbolo del periodismo en la radio lo fue, en estos años,
Orlando Castellanos, conductor del programa Formalmente In-
formal, que durante quince años transmitió Radio Habana Cuba,
y que era retransmitido por varias emisoras nacionales. Entrevis-
tador por excelencia, Castellanos –quien falleció en 1998– buscó
siempre en su trabajo alejarse de toda chabacanería, lograr que
los oyentes creyesen sus mensajes. Para eso él diría, al pasar de
entrevistador a entrevistado, que no podía tratar al oyente como
un ser anormal. «Tienes que darle datos, hacer que piense. Pero
se lo tienes que dar bien hecho. Tampoco es empezar a hablar
tonterías. A nadie le interesa cuál es el sombrero que se puso la
reina de tal país o si iba vestida de organdí. El problema es otra
cosa: por qué estaba allí, qué hizo bueno o qué no hizo».
No se piense, sin embargo, que los medios electrónicos –ra-
dio, televisión y cine– han podido navegar sin contratiempos en
estos años difíciles y complejos. También ahí los vientos han sido
adversos. Las dificultades con el suministro de combustible, que
venía totalmente de la Unión Soviética, obligaron en los prime-
ros años del período especial a reducir las transmisiones de tele-
visión. La programación se redujo de doscientas trece horas a
ciento treinta y cinco semanales. La radio también redujo en casi
cien horas diarias su programación. Y aparte de eso, los frecuen-
tes apagones o cortes de energía eléctrica se convirtieron en obs-

114
táculos insalvables para la recepción de las transmisiones. De otra
parte no puede desconocerse que las dificultades para la impor-
tación de baterías para los aparatos de radio también afectó.
El periodismo cinematográfico, del cual era señero exponen-
te el Noticiero ICAIC Latinoamericano –1 500 ediciones hasta
1990–, de gran prestigio en Cuba y el exterior, quedó práctica-
mente liquidado. Aún en 1999 las ediciones de este noticiero no
han podido restablecerse. Santiago Álvarez, fallecido en 1998 a
la edad de setenta y nueve años, fue su alma. No sólo fue un
maestro del cine documental, sino también del periodismo. De
todas sus obras, ninguna fue tan alta como la creación y sosteni-
miento durante casi tres décadas del Noticiero ICAIC Latino-
americano. Creado en 1960, el noticiero fue un camino nuevo.
El uso de la gráfica, la tipografía, los collages, junto a efectos
musicales, constituyeron fórmulas innovadoras. Cada semana,
Santiago Álvarez lograba un noticiero reflexivo, alejado del abor-
daje simplista o meramente informativo. «A cada golpe del im-
perio, el contragolpe certero y oportuno, profundizando en las
masas el concepto filosófico marxista que irremediablemente
conlleva esta lucha.»
Camarógrafos como Iván Napoles, Raúl Pérez Ureta, Dervis
Pastor, Julio Simoneau y Arturo Agramonte se formaron en esa
escuela de Santiago Álvarez. Formó un equipo también integra-
do por editores, sonidistas, trucaje y animación, que trabajó con
cabeza propia y renovó hábitos de hacer un noticiero de cine que
ha recogido la epopeya del pueblo cubano y también de su lucha
por la justicia y la dignidad en el mundo. Por algo se ha dicho
que ha sido un cronista de su tiempo.
Antes de dejarnos físicamente, Santiago Álvarez resumió su
trabajo como periodista y documentalista con estas palabras: «Fue
una necesidad ética que sentía dentro de mí, de expresar mi do-
lor y angustias ante la triste realidad de un mundo convulsiona-
do. Mediante el contagio permanente de una revolución creado-
ra que nos estimula, nació y se desarrolló también un espíritu
estético y creador que hubo de concretarse en centenares de no-
ticieros y documentales que comencé a realizar cuando había
cumplido ya la edad de cuarenta años [...]».

115
Cierto respiro con la reanimación económica

De 1990 a 1995 la economía cubana cayó un 34%. Eso tuvo


efectos muy fuertes en la prensa cubana en el orden material. La
reanimación económica del país, iniciada en 1995 con un 2,5%
de crecimiento y que, al siguiente año, fue ya de un 7,8% permi-
tió un cierto respiro.
Las medidas económicas adoptadas por la dirección del país
–que incluyen el desarrollo del turismo, inversiones extranjeras,
despenalización de la tenencia de divisas, descentralización del
comercio exterior, entre otras– abrieron la posibilidad de que la
prensa cubana garantizase algunos recursos esenciales y, a la vez,
recorriese caminos diferentes, sin abandonar sus principios y va-
lores éticos.
Así, por ejemplo, Granma Internacional decidió insertar pu-
blicidad en sus ediciones en español y cuatro lenguas extranjeras.
Juventud Rebelde creó la publicación Opciones, semanal, sobre fi-
nanzas, comercio y turismo, también con similar manera de cap-
tar divisas. Bohemia acometió la publicación de una edición men-
sual dirigida al exterior. También el semanario humorístico
Palante. Editadas por Prensa Latina, Prisma y Cuba Internacio-
nal asumieron un perfil algo diferente con vistas a ampliar su
comercialización en el mercado de divisas, externo e interno. Ré-
cord, una revista deportiva que remplazó a las dos deportivas
existentes antes de 1990, ha hecho igual. En Holguín nació en
1995 la revista quincenal Behíque, en inglés, con perfil comercial
y publicidad para el turismo.
Nacieron igualmente otras publicaciones como Habanera, del
ICAP; Negocios en Cuba y Avances Médicos, de Prensa Latina;
Sendas, del Ministerio de Transporte; Cañaveral, del Ministerio
del Azúcar; La Edad de Oro en Nosotros y la Revista del Libro Cu-
bano, editadas por el Instituto Cubano del Libro; Correo de Cuba,
que trata asuntos sobre la comunidad cubana en el exterior; Mar
Caribe, Opus Habana, Sol y Son, Tropicana Internacional, Cuba
Foreing Trade, Cuba en el Ballet, Contracorriente, Business Tips in
Cuba y muchas otras para su venta en divisas y moneda nacio-
nal, aunque su número era  insuficiente para satisfacer la de-
manda popular al cierre de 1998.

116
De igual modo, con la reanimación económica del país, aún
lenta, reaparecieron otras publicaciones que cesaron de publicarse
en 1990 o tuvieron dificultades para mantener una regularidad,
entre ellas Cómicos, Economía y Desarrollo, Mar y Pesca, Cuba So-
cialista, Educación, Revista Cubana de Ciencias Sociales y Temas.

Los telecentros

La actividad de los ocho telecentros de la televisión cubana,


creados en su mayoría a mediados de la década del ochenta, se ha
mantenido. La situación del período especial truncó el camino
de expansión de los telecentros, pero no su ímpetu, aunque bien
cierto es que la salida al aire, para cada territorio, se limitó prác-
ticamente a una hora al día entre semana, la tecnología envejeció
y la escasez de recursos materiales precipitó un reajuste radical
de los planes de desarrollo.
Durante el período especial el quehacer de Sol Visión
(Guantánamo), Tele Turquino (Santiago de Cuba y Granma),
Tele Cristal (Holguín y Las Tunas), Tele Camagüey (Camagüey
y Ciego de Ávila), Tele Cubanacán (Villa Clara, Sancti Spíritus y
Cienfuegos), CHTV (Ciudad de La Habana y La Habana), Isla
Visión (Isla de la Juventud) y Tele Pinar (Pinar del Río) ha teni-
do gran importancia en el reflejo, tanto local como nacionalmente,
de la información acontecida en esas regiones. Desde 1998 Sancti
Spíritus cuenta con un moderno telecentro: Tele Yayabo.
En medio de condiciones económicas adversas, la revolución
 ha seguido trabajando para el futuro. Ilustrativa es la siguiente
noticia aparecida en Granma en 1997, enviada por su corres-
ponsal en Guantánamo: «Instalan transmisores de radio y televi-
sión en montañas de Imías. Forman parte del equipamiento del
mayor centro de radiocomunicaciones que se construye hoy en
Cuba». Miles de serranos de varias comunidades del macizo
montañoso Sagua-Moa-Baracoa, donde hay una zona de silen-
cio, se han beneficiado con esa obra. Ellos han podido desde la
instalación de esos transmisores contar, por vez primera, con
señales de televisión y de radio.

117
El sistema de la televisión ha estado integrado por dos cana-
les tradicionales: Cubavisión y Tele Rebelde. Tiene asimismo
Cubavisión Internacional y una televisión por cable para el turis-
mo, el cuerpo diplomático y residentes extranjeros en Cuba, que
transmite dieciocho horas diarias de lunes a domingo. Sus emi-
siones son en VHF y a través de varias frecuencias según el terri-
torio, principalmente por los canales 2 y 6. Su principal espacio
informativo lo ha sido el Noticiero Nacional de Televisión, de
8:00 a 8:30 p.m., cada día, y a través de Cubavisión y Tele Re-
belde. Este noticiero aparece desde 1961. Muy posteriores son
el Noticiero del Mediodía (resurgido en 1996), Hoy Mismo,
espacio estelar en Tele Rebelde, Dominical de NTV y Revista de
la Mañana (resurgida, aunque con otro nombre –Buenos Días–,
el 8 de marzo de 1999). La programación informativa también
ha tenido durante muchos años el Noticiero Nacional Deporti-
vo, todos los días; programas de entrevistas como Agenda Abier-
ta, y culturales como Hurón Azul, típicamente informativo.
A fin de que se vea con claridad las tremendas dificultades
enfrentadas por los periodistas cubanos en estos años, reseño
algunos testimonios expuestos en las asambleas provinciales de
la UPEC, efectuadas en enero de 1999, previas al VII Congreso
de esa organización:
• «No tenemos una cámara profesional. El año pasado nos
quedamos con una sola reproductora en nuestro estudio.
Tenemos que poner un locutor en pantalla durante veinti-
cinco segundos cada vez que hay que hacer un cambio de
casete. A veces hacemos radio en la televisión, por teléfo-
no y una foto del entrevistado en la pantalla. Aún así no
hemos dejado de salir un minuto» (periodista de Sol Vi-
sión, de Guantánamo).
• «Tenemos cuatro grabadoras, pero no pilas recargables. Es
como si no tuviéramos grabadoras. Tenemos problemas
con el papel, pues en la radio también lo necesitamos.
Usamos las hojas por las dos caras. Los casetes los tene-
mos que borrar constantemente. Todo eso afecta nuestros
archivos. Estamos hacinados. Hay malas condiciones de
trabajo. Las carencias materiales son muchas. Pero aquí

118
estamos luchando, de pie...» (periodista de Radio Granma,
en Bayamo).
• «Tenemos zonas de silencio. Cuando un transmisor se rom-
pe, una de sus válvulas cuesta 12 000 dólares. Pasar a FM
es otro problema, porque los receptores existentes en esta
zona, en su mayoría, no captan la FM» (periodista de Ra-
dio Granma, Bayamo).
• «Ni agenda tenemos los periodistas. A veces a uno se le cae
la cara de vergüenza cuando saca cuatro papeles presillados
y escritos por detrás como libreta de apuntes» (periodista
del periódico La Demajagua, de Bayamo).
No obstante, los periodistas cubanos, tanto en la radio, la
televisión como en la prensa impresa, en medio de las circuns-
tancias difíciles y complejas, han logrado avanzar en la misión de
hacer un mejor periodismo, dejando atrás, como regla, el triun-
falismo, el lenguaje retórico y apologético, el hipercriticismo y
otras deformaciones que han pasado, junto con el sensacionalis-
mo y las frivolidades del pasado capitalista, al museo de lo inser-
vible. Se ha llegado a comprender que el mejor antídoto a la
propaganda de desinformación de Estados Unidos y de todos
los que actúan para destruir a la revolución cubana, es hacer un
periodismo que una la información veraz, la argumentación y el
análisis, a la pasión por la causa patriótica, antimperialista, revo-
lucionaria y socialista a la que se ha comprometido el pueblo
cubano. En 1997, en ocasión del Día de la Prensa Cubana, Fidel
Castro transmitió un mensaje de reconocimiento al trabajo de
los periodistas cubanos:
«Nunca antes como hoy el país contó con tantos profesionales
del periodismo, motivados y comprometidos con el destino de su
pueblo y con la obra que construimos y defendemos con pasión.
»La sensible reducción a la que se vio obligada la prensa des-
de el inicio del período especial significó un reto extraordinario
al que ustedes respondieron con renovado espíritu y firmeza.
Cabe afirmar que entre los pilares que han hecho posible la resis-
tencia del pueblo en estos tiempos difíciles, está nuestra prensa
con su permanente mensaje esclarecedor, de aliento y defensa de
nuestros irrenunciables principios.
»Disponemos de un sistema de medios de difusión masiva de
extraordinarias posibilidades y arraigo en la población por su

119
veracidad y servicio eficaz, cuya muestra más reciente fue la la-
bor realizada en el país y hacia el exterior para informar y fijar la
firme posición del pueblo y el gobierno cubanos sobre los he-
chos ocurridos el pasado 24 de febrero (se refiere a las elecciones
generales efectuadas). Ninguna ejercitación periodística en estos
tiempos ha sido más argumentada, integral y efectiva que la
materializada en esos días.
»Apreciamos altamente el desempeño de los dirigentes de la
prensa a todos los niveles, y confiamos en el destacamento in-
vencible de profesionales y trabajadores que ustedes constitu-
yen. Los momentos que vivimos nos convocan a prepararnos
más, a alistar nuestras probadas fuerzas para vencer en la lucha
ideológica que se acrecienta con la acción del enemigo, a trabajar
mejor para que los órganos de difusión nacionales y provinciales
sean un reflejo fiel de los logros y las deficiencias, y provean una
cabal respuesta a las necesidades informativas y recreativas de la
población.
»En ocasión del Día de la Prensa Cubana, cuando conmemo-
ramos también la fundación del periódico Patria, les transmito
mi felicitación, convencido de que, como hasta hoy, ustedes
mantendrán en alto la ética que los ha caracterizado, continua-
rán llevando a planos superiores el periodismo cubano, y defen-
derán invariablemente los intereses del pueblo, de la revolución
y de nuestro socialismo».

Prioridades para la inserción en las nuevas tecnologías

Pese a las dificultades materiales, las direcciones de los medios


de comunicación en Cuba, la Unión de Periodistas de Cuba y el
país han trabajado intensamente desde finales de la última década
del siglo XX para insertarse en un mundo de colosal desarrollo de
las tecnologías comunicacionales. Incorporación de modernas
computadoras en las redacciones, digitalización de las señales de
la televisión, modernización de la red telefónica, preparación de
personal capacitado y la entrada a Internet, han sido algunos de
los pasos iniciales que se han dado con vistas a no vivir de espaldas
al fenómeno de la globalización en la esfera de la información.

120
Granma Internacional fue el primer medio de comunicación
cubano que se insertó en Internet, en 1996, y en algo más de dos
años su sitio Web tuvo más de cinco millones de impactos. Ju-
ventud Rebelde creó una redacción para un periódico electrónico
diario. Trabajadores, Sierra Maestra, 5 de Septiembre, Radio Re-
belde, Radio Reloj... también entraron a Internet. El país creó
asimismo Cubahora, una publicación electrónica impulsada por
el Centro de Información para la Prensa de la UPEC.
Quiero significar el caso del periódico 5 de Septiembre, de
Cienfuegos, que con escasos recursos logró entrar en Internet en
1998, y colocar 24 ediciones en ella, con 229 artículos periodís-
ticos. Ese diario cienfueguero, y Sierra Maestra, de Santiago de
Cuba, registraron 20 000 accesos o impactos durante l998 en
Internet. Tales acciones forman parte de la lucha de Cuba y sus
periodistas para enfrentar la guerra de desinformación e ideoló-
gica contra ella, un episodio de una serie de alcance universal,
concebida por quienes se han adueñado de la industria y la
comercialización de las tecnologías de almacenamiento, repro-
ducción y difusión de signos e imágenes.
La producción y circulación de información, bien sea en las
columnas de los periódicos y revistas, en libros, en películas o
programas de televisión, en bancos de datos o cables de agencias
noticiosas, en los más sofisticados soportes electrónicos, cada
vez está en menos manos: grandes y poderosas empresas
transnacionales, en su inmensa mayoría de Estados Unidos. El
proceso de concentración y monopolización de la prensa en Es-
tados Unidos y en el mundo se acelera año tras año. Sépase, a
modo de ilustración, que en 1983 eran 28 las megacorporaciones
que controlaban el sector de la información; cuatro años des-
pués su número descendió a 23, y en 1993 eran sólo 20. Para el
año 2000 se pronosticaba que serían sólo 10.
Prácticamente todos estos conglomerados transnacionales, a
su vez, están controlados o tienen estrechos vínculos con las gran-
des corporaciones productivas y financieras, fundamentalmente
del complejo militar-industrial de Estados Unidos. Según el in-
vestigador cubano Enrique González-Manet, «se ha producido
una interconexión estrecha entre los elementos financieros, ma-
teriales e informativos que determina un poder real», y que, como
una consecuencia, «desata un proceso que tiende a la concentra-

121
ción de estos conglomerados, mediante fusiones, absorciones y
otras formas de asociación».
Y esto ha provocado ya que la gran prensa de Estados Unidos se
haya transformado en el gran fiscal de la humanidad. «Su incompa-
rable posibilidad tecnológica, escribió la revista Contrapunto, un
medio alternativo que se publica en Miami, provoca que con su
enorme influencia llegue al mundo entero. Sólo los temas de su
elección son objeto de debate internacional. Nadie se entera de un
asunto si ella opta por callarlo. Las crisis mundiales se inflan o des-
inflan en las redacciones de Nueva York, Washington o California.
El nombre de Somalia o Haití sólo existe cuando ella lo reconoce.
El golpe de Estado de Eltsin es diferente al de Fujimori porque ella
lo dice. Su defensa de los derechos humanos nunca alcanza al ham-
briento, al enfermo, al desempleado, al sin viviendas. La falta de
objetividad es inmoral en los demás, pero no en ella.»
Esa gran prensa, en fin, impone conciencia, moralidad y gus-
tos al tercer mundo, donde vive la inmensa mayoría de la pobla-
ción mundial, donde se ve con mucha preocupación la nueva
evangelización que se le quiere imponer, que no se hace precisa-
mente con la cruz y con la espada como la realizada por España
hace cinco siglos. Se hace con el poder de los medios de comuni-
cación, con la más colosal revolución tecnológica del siglo XX,
operada en la cibernética, la microelectrónica, las comunicacio-
nes, la información y la difusión.
Con el coloniaje y dependencia de las mentes se pretende arre-
batar a los países del tercer mundo su independencia, soberanía,
autodeterminación e identidad cultural. El escritor uruguayo
Eduardo Galeano ha representado este reto con estas palabras:
«[...] los medios dominantes están monopolizados por los pocos
que pueden llegar a todos. Nunca tantos han sido tan incomuni-
cados por tan pocos. Cada vez son más los que tienen el derecho
de escuchar y de mirar, pero cada vez son menos los que tienen
el privilegio de informar, opinar y crear». Y agrega: «Los dueños
de la información en el tiempo de la informática llaman comuni-
cación al monólogo del poder. La universal libertad de expresión
consiste en que los suburbios del mundo tienen el derecho de
obedecer las órdenes del centro que emite, y el derecho de hacer
suyos los valores que el centro impone. No tiene fronteras la

122
clientela de la industria cultural, en este supermercado de di-
mensión mundial [...]».
Una de las tragedias de Cuba ha sido la conjura de esos medios
contra ella, excepto algunos trabajos de profesionales honestos,
que a veces han logrado insertar notas en esos grandes medios
pintando a Cuba como lo que es, con sus éxitos y dificultades, con
sus aciertos y errores. La imagen general que se ofrece sobre Cuba
en la gran prensa es negativa. Cuba es mostrada como un infierno,
una sociedad sin democracia, una sociedad represiva, una socie-
dad en que se violan los derechos humanos, una sociedad intole-
rante, una sociedad donde no hay libertad de prensa.
Pocos pueblos en el mundo han tenido que enfrentar un ver-
dadero diluvio de mentiras, distorsiones e infamias como el cu-
bano desde 1959 a la fecha. Particularmente, tras el derrumbe
del socialismo en Europa, todos los recursos materiales y finan-
cieros de Estados Unidos, junto con los «cerebros» de sus cam-
pañas de propaganda, se pusieron en función de atacar y difamar
a Cuba. Si fuésemos a recoger todo lo negativo que se ha dicho
sobre la revolución cubana, sus dirigentes y su pueblo por esa
gran prensa transnacional, tendríamos que escribir centenares de
miles de páginas.
Incluso se trata de escamotearles sus triunfos. Recuerdo que
cuando los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, la gran pren-
sa transnacional de Estados Unidos solo destacó los éxitos de los
atletas norteamericanos, y cuando algún país arrebataba alguna
medalla a Estados Unidos, ni lo mencionaban siquiera. De las
cinco medallas de oro en boxeo y béisbol obtenidas por Cuba,
nadie se enteró en Estados Unidos ni tampoco en el mundo a
través de los canales de televisión vía satélite y las agencias noti-
ciosas norteamericanas. Tan escandaloso resultó, que la agencia
española EFE comentó que los medios de comunicación norte-
americanos «se ganaron por méritos propios el honor de ser los
más parciales» durante esa olimpiada.

Agresión radial y televisiva

Cuba no sólo ha tenido que enfrentar los mensajes


distorsionadores de esa gran prensa transnacional. También una

123
permanente agresión radial y televisiva, organizada, financiada y
dirigida por los distintos gobiernos de Estados Unidos. Las trans-
misiones radiales contra Cuba se iniciaron a principios de la re-
volución. Antes de Girón, la CIA montó la estación radial cono-
cida como Radio Swan, en una islita de ese mismo nombre
existente cerca de Centroamérica. Desde ella se incitaba a la rea-
lización de acciones terroristas y a la desestabilización de la revo-
lución. Los programas de esa emisora eran elaborados por em-
pleados de la CIA. Durante la invasión de Girón fue utilizada
para la desinformación, incluso de las fuerzas mercenarias que
llegaron a creer, al escuchar esas transmisiones, que una vez pisa-
sen tierra cubana iban a contar con el apoyo masivo del pueblo.
A partir de 1981, la administración Reagan comenzó a dar
los pasos para crear la llamada Radio Martí, y financió y facilitó
la operación de otras plantas radiales anticubanas. Pretexto utili-
zado: que la falta de libertad de expresión, de prensa, de infor-
mación en Cuba obligaba a Estados Unidos a crear una emisora
especialmente dirigida a ese país, capaz de brindarle «informa-
ción veraz y objetiva».
La reacción contraria de Cuba a tal acción norteamericana
fue inmediata. Cuando solamente era un propósito expresado
públicamente por los gobernantes de Washington, Fidel Castro,
en el acto de clausura del II Congreso de los Comités de Defensa
de la Revolución (CDR), expresó: «Hay que ser cínicos, hay
que ser inmorales, hay que ser descarados, para plantear la idea
de establecer una estación en territorio de Estados Unidos, para
hacer campaña contra la revolución. No se concibe una forma
más vulgar, más brutal de intervención en los asuntos internos
de otro país. Dicen que para que nuestro pueblo esté informado,
siendo nuestro país hoy un país que lucha por el noveno grado,
capaz de leer, de escribir, de pensar. Compárese la información
que tenía nuestro país con un pueblo de analfabetos y
semianalfabetos, cuando estaba controlado por los imperialistas
yankis, con la información y la conciencia que tiene hoy nuestro
país [...]».
Y añadió: «[...] para colmo del cinismo han bautizado la emi-
sora como Radio Martí, como una ofensa, como un insulto a nues-
tro pueblo [...] ¿Cómo le vamos a pedir a Reagan, a Bush, a Haig,

124
a toda esa gente, que se hayan leído a Martí? ¿Cómo van a saber
que Martí dijo que conocía el monstruo porque vivió en sus entra-
ñas? ¿Cómo van a conocer que Martí, unos días antes de su muer-
te, dijo que todo lo que había hecho toda su vida y haría, era para
impedir que el dominio de Estados Unidos se extendiera sobre
nuestros pueblos de América? ¿Cómo estos desvergonzados van a
usar el nombre de Martí tan cínica y descaradamente?».
Radio Martí, en definitiva, comenzó sus transmisiones el 20
de mayo de 1985. No se trataba de un hecho aislado, sino que
formaba parte de un plan general de agresión contra Cuba. Na-
cida como repetidora de la emisora oficial estadounidense La
Voz de las Américas (VOA), se trataba de un nuevo instrumento
de Estados Unidos para crear tensiones en relación con Cuba.
Semejante acción era, y así lo calificaron muchos en el mundo,
«una virtual declaración de guerra radial contra Cuba». Ese paso
constituyó una prueba del odio aberrante, zoológico, del impe-
rio frente al ejemplo insobornable de Cuba.
Varios años después, con la misma justificación de posibilitar
acceso a información verdadera al pueblo cubano, el propio go-
bierno de Estados Unidos diseñó y puso en ejecución la también
mal llamada TV Martí. Ello aconteció en 1990, y ha sido uno de
los más grandes fiascos de la política de Estados Unidos hacia
Cuba. Ha sido la única televisión en el mundo que no se ve.
Hasta 1997, esta emisora de televisión anticubana no pudo
emitir su señal durante quinientos noventa y siete días –casi dos
años– por dificultades técnicas con los globos cautivos como
retransmisores que situaron sobre uno de los cayos de La Flori-
da, y, además, las más de novecientas cuarenta horas de progra-
mación contra Cuba a lo largo de unos mil novecientos setenta y
tres días no se pudieron ver jamás en la isla caribeña. Tampoco el
paso a UHF, dispuesto a finales de 1998, les ha dado resultados.
El ingenio de los técnicos de telecomunicaciones de Cuba y la
utilización de escasos recursos financieros ha imposibilitado la
visión de esa señal dentro del país.
Pero esos instrumentos no han sido los únicos empleados en
la guerra del éter contra Cuba. En los primeros años de la década
del noventa también transmitían hacia territorio cubano cinco
plantas de radio de onda media, l2 de onda corta, incluyendo a

125
Radio Martí, y una de FM que en conjunto operaban 33 fre-
cuencias durante más de mil setecientas horas semanales. En 1998
los horarios de transmisiones se habían ampliado a casi mil no-
vecientas horas. Estados Unidos ha dedicado alrededor de tres-
cientos millones de dólares en ese empeño desde 1985. Bloqueo
y agresión electrónica han cabalgado juntos en el propósito de
destruir la revolución cubana.
Casi todos esos medios han tenido su base de operaciones en
la Florida. Entre las emisoras radiales de onda corta figuran La
Voz del CID, La Voz de la Brigada 2506, La Voz de la Funda-
ción, Radio Caimán... Y en onda media la CMQ, WQBA (La
Cubanísima), la WRHC, Radio Mambí, Radio Fe y muchas otras
de propiedad privada, y con una fachada de comerciales que trans-
miten desde Miami. Y no olvidarnos de las ediciones en español
del Miami Herald y Diario de las Américas, que todos los días en
sus páginas ofrecen instrucciones de qué debe hacerse en Cuba
para acabar con Castro. Algunos ejemplos de la «información»
que transmiten hacia Cuba esas emisoras:
Voz de la Fundación, 19 de noviembre de 1991: «El único
camino que debemos tomar: la desobediencia civil».
Voz de Cuba Independiente y Democrática, 12 de enero de 1990:
«Hay que paralizar la zafra y hacerle la guerra total a la tiranía
para precipitar el entierro, interrumpiendo transporte ferrovia-
rio a lo largo y ancho de la isla, y saboteando consistentemente
el aparato productivo se desorganiza y paraliza el país y otros
sectores se sumarán a la huelga no declarada. La candela es un
arma muy útil en esta guerra subterránea. Los cañaverales, los
equipos, las instalaciones, almacenes y oficinas [...] son objeti-
vos apropiados para el uso de la tea».
WRHC Cadena Azul, 30 de julio de 1990: «Hay que estimu-
lar toda la acción interna de la disidencia, o de la participación en
sabotajes, resistencia, ausentismo y todo lo que signifique en-
frentamiento».
WQBA, La Cubanísima, 20 de noviembre de l990: «Tú pue-
des formar una célula con dos amigos de total confianza... Haz
algo aunque sea pequeño, pero hazlo ahora. ¿Cómo? Rompien-
do, paralizando, saboteando, confundiendo... El acto más insig-
nificante es importante. ¿Dónde? En los talleres, almacenes, in-

126
dustrias, comercios, oficinas, tiendas en el campo, cañaverales,
en los servicios públicos, guaguas, cines, restaurantes [...]».
Esos ejemplos son de 1990 y 1991, primeros años del perío-
do especial, cuando desde Miami se apostaba al seguro sobre la
caída de la revolución, y muchos tenían ya preparadas sus male-
tas para retornar a La Habana. Pero podrían citarse miles de
mensajes similares difundidos desde entonces. Todas las emiso-
ras, incluyendo Radio Martí y los periódicos en español editados
en Miami, no han dejado de participar en ese juego peligroso de
incitación al terrorismo y al derrocamiento por la fuerza del pro-
ceso revolucionario en Cuba; y, de igual manera, estimulando las
deserciones, las salidas ilegales, la delincuencia y todo aquello
que pudiese causar desunión y desestabilización interna.

Prensa de oposición en Miami

Nadie como Luis Ortega, un periodista cubano emigrado que


reside en Nueva York, se ha burlado de esa prensa de oposición a
Cuba que existe en Miami. En todos sus artículos queda alguna
alusión al papel miserable que juegan. Esto lo escribió a principios
de 1996: «En el Herald del pasado domingo uno de los más furi-
bundos y agresivos locutores de la radio de Miami propuso, en un
largo artículo, un plan muy ingenioso para tumbar a Fidel Castro.
Lo que yo no me explico es por qué a nadie se le había ocurrido
una cosa semejante. Es muy sencillo. Vamos a crear células secre-
tas en toda la isla. Cada cubano, por ejemplo, reúne otros diez y
constituyen una célula. De este modo, miles de células se organi-
zan en todo el territorio. Y todas las células se intercomunican
para desarrollar una estrategia común. De este modo será posible
sabotear todas las comunicaciones, militares y civiles, sabotear las
actividades de la zafra, organizar huelgas de brazos caídos, lanzar
consignas falsas para confundir a las gentes del gobierno, disemi-
nar información falsa [...]». Las incitaciones al terrorismo, en fin,
no fueron cosas solamente de los días posteriores al derrumbe del
socialismo en Europa. Luis Ortega también comentaba, en otro
artículo aparecido en el diario La Prensa, de Nueva York, la mani-
pulación existente en esa prensa de Miami:

127
«Hace algunos días oía yo un programa de radio, en Miami...
Se trataba de una de esas tertulias diarias en las cuales un locutor
conversa con un invitado y discuten temas de actualidad. Lo de
“discuten” es un gesto de cortesía de mi parte. En los programas
de radio de Miami nunca se debate nada. Locutores e invitados
siempre están de acuerdo. Lo que hacen es rascarse la espalda
mutuamente. Elogiarse mutuamente.
»“Usted es el dirigente anticastrista más importante de Miami”,
suelen decir los invitados. “Y usted es un ilustre jurisconsulto”,
responde el locutor. Después de hablar invitan a los oyentes a
opinar por teléfono. A partir de ese momento, el programa se
convierte en un espactáculo asombroso, donde se glorifica la
chusmería. Lo curioso es que el locutor conoce a todos los que
llaman y sabe sus nombres.
»“Te habla Cheo”, dice el opinante telefónico. “Ah, si Cheo,
adelante”. Y allá va eso. El interlocutor telefónico está siempre
de perfecto acuerdo con lo que han estado diciendo los dos pa-
triotas, el locutor y el invitado. Y si alguna vez ocurre que Cheo
discrepa es en la cantidad. El locutor insiste en que es necesario
conceder tres días para salir a las calles de La Habana a matar
culpables y regar con sangre la libertad, y Cheo discrepa. “De-
ben ser siete días”, dice.
»Ocurre a veces que en la lista de llamadas telefónicas se cuela
alguien que opina de otro modo... Entonces el locutor empieza a
tartamudear y se apresura a cortarlo. “Debe ser un agente de
Castro”, explica».
Y añade Luis Ortega: «Dos ideas sobresalieron en el pinto-
resco diálogo. La primera, por supuesto, es que hay que organi-
zar la propaganda para que el mundo llegue a conocer la trage-
dia que vive Cuba. Y la otra: hay que unir los 567 grupos que
componen el anticastrismo. Después de llegar a esta sabia con-
clusión, el locutor y su ilustre invitado se despidieron. El prime-
ro fue a meterse los 16 vodkas que toma después de cada progra-
ma, de dos en dos. Y el invitado fue otra vez al médico para
chequearse las arterias, algo endurecidas».
Miami es el centro donde se tejen las más inverosímiles histo-
rias sobre Cuba. Ahí nacen campañas de todo tipo. Algunas tie-
nen vida efímera, otras son permanentes. De esas historias de

128
mentiras no pocas veces se hace eco la gran prensa transnacional.
Y el mundo se inunda de toda esa bazofia. Desde 1992, tras la
aprobación de las leyes Torricelli y Helms-Burton, nuevos pasos
para recrudecer el bloqueo contra Cuba, el gobierno de Estados
Unidos ha ejecutado distintas acciones para promover cambios
de forma en su propaganda anticubana. Pero los cambios de dis-
fraces y máscaras no han modificado la esencia de su política.
Así, instruyó a grupúsculos disidentes a que fomentasen la crea-
ción de asociaciones, buroes y oficinas de prensa, las cuales ten-
drían todo el apoyo del gobierno de Estados Unidos, de organi-
zaciones internacionales, regionales y actuantes en el ámbito de
los derechos humanos, y contarían, además, con espacios en Radio
Martí, los medios de prensa de Miami y diversos países del mun-
do para que difundiesen sus informes sobre Cuba.
Nació, de tal manera, lo que denominaron periodismo inde-
pendiente. De modo ilegal se constituyen dentro de Cuba la Aso-
ciación de Periodistas Independientes, el Sindicato de Periodis-
tas Independientes, el Buró de Prensa Independiente, las agencias
Havana Press y Cuba, y otras muchas, integrantes en su inmensa
mayoría por gente que no ha ejercido el periodismo de manera
profesional. Por el hecho de convertirse en fuentes de informa-
ción y de opinión, especialmente de Radio Martí y de los medios
de Miami, se les disfrazó de periodistas. Ese calificativo de inde-
pendiente se lo vendieron al mundo de igual manera que les han
impuesto marcas de un tubo de pasta dental, un jabón, un cham-
pú o un automóvil.
La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que si de algo
no puede blasonar es de ser independiente, fue la primera
abanderada en la defensa de los «periodistas independientes» en
Cuba. La historia de la SIP la descalifica totalmente para asumir
ese papel. Se trata de una organización nacida en los días de la
guerra fría, integrada por los dueños y editores de los principales
diarios y revistas del continente, y que ha sido agresiva e intole-
rante ante la creación y desarrollo de uniones, sindicatos, asocia-
ciones o colegios de periodistas en nuestro continente. ¿Cómo
entonces entender que haya mostrado tanto entusiasmo hacia
esas organizaciones supuestamente independientes fomentadas
en Cuba? Lo ha sido, sin duda, su tradicional hostilidad y odio
hacia el proceso revolucionario cubano.

129
La SIP no ha sido el único apoyo con que ha contado esta
especie de quintacolumna de Estados Unidos dentro de Cuba.
Otras organizaciones internacionales y regionales han estado en
la misma cuerda. Reporteros sin Fronteras, en particular su filial
en Francia; Amnistía Internacional; la fundación Freedom House,
con sede en Nueva York; la Fundación Nacional Cubano Ameri-
cana del contrarrevolucionario Mas Canosa; y todo el tinglado
de organizaciones movidas por la CIA en diversas partes del
mundo, entre ellas las que ha creado su agente en España, Carlos
Alberto Montaner, quien ha trabajado activamente en los últi-
mos años por hacerse una imagen de político moderado, liberal,
que haga olvidar su pasado terrorista, por el cual fue sentenciado
en Cuba a principios de la revolución. Esas organizaciones les
dan premios y dinero a minúsculos grupos ilegales que con sus
acciones han intentado desunir al pueblo y destruir la revolu-
ción. Y también esos mal llamados independientes ordeñan dóla-
res de la oficina de intereses norteamericanos en Cuba.
La violencia no se ha empleado jamás con esos «periodistas
independientes» que ofenden cuando se convierten en defensores
del fortalecimiento del bloqueo que busca matar de hambre y en-
fermedades al pueblo cubano. Se ha tenido estricto respeto por la
integridad personal de esos individuos, pues ello ha sido, es y será
una línea de principios inviolable de la revolución cubana.
A ninguno de ellos se les impidió establecer comunicación con
las emisoras de Miami o con la Radio Martí, las cuales abrían sus
micrófonos para dar a conocer sus ataques a la revolución y asu-
mir el triste papel de convertirse en defensores de los que han
intentado matar de hambre y enfermedades a todo el pueblo por
medio de un bloqueo económico, financiero y comercial a lo largo
de cuarenta años. Durante varios años lo que más hicieron nues-
tras autoridades fue citarlos y requerirlos por sus actividades ofen-
sivas y deleznables al servicio de una potencia extranjera que pre-
tende apoderarse de Cuba, advertirles que se habían conver-tido
en instrumentos pagados de las fuerzas derechistas de Estados
Unidos y de la mafia anticubana de Miami. Sus «informaciones» y
artículos han ocupado espacio en El Nuevo Herald y otros periódi-
cos y, por lo general, han tenido un tono irrespetuoso. Pero aun-
que sus mensajes atentan contra la nación cubana, ninguno ha
sido desaparecido ni torturado, algo bien diferente a lo que ocurre

130
en América Latina, donde han sido asesinados o desaparecidos
desde 1970 a 1998 más de quinientos cincuenta periodistas por
protestar por la injerencia norteamericana, los gobiernos despóticos
y antidemocráticos apoyados por Estados Unidos o la imposición
de esquemas como el neoliberalismo.
En su Artículo 53 la Constitución de la República de Cuba
establece que «la prensa, la radio, la televisión, el cine y otros
medios de difusión masiva son de propiedad estatal o social, y
no pueden ser objeto, en ningún caso, de propiedad privada». La
creación de una oficina de prensa o de un buró de prensa por
ciudadanos cubanos con carácter privado constituye claramente
una violación de ese artículo constitucional.
No quiere decir que en Cuba no puedan existir oficinas de
prensa o buroes de prensa de entidades privadas extranjeras. Las
ha habido y las hay por decenas. Oficinas de importantes agencias
noticiosas como AFP, EFE, Reuter, Notimex, IPS, DPA, ANSA y
otras operan con corresponsales propios desde La Habana. Tam-
bién periódicos y revistas importantes como El País, Cambio 16,
de España; Excelsior, El Nacional y Proceso, de México; el Daily
Telegraph y Morning Star, de Gran Bretaña, han tenido acredita-
ción y oficinas en Cuba. Emisoras de radio y televisión como BBC-
TV Radio; de Gran Bretaña, Televisión Española, y CNN, de Es-
tados Unidos, están o han estado radicadas en Cuba.
Al concluir 1998 había acreditados en Cuba 146 correspon-
sales de publicaciones extranjeras en representación de 116 me-
dios de 31 países. Ese mismo año habían pasado por Cuba,
acreditándose en el Centro de Prensa Internacional –una de-
pendencia del Ministerio de Relaciones Exteriores–, un total de
4 093 periodistas en representación de 717 medios de 58 países.
Raúl Rivero fundó la ilegal agencia Cuba Press. Es de los
pocos «periodistas independientes» que ejerció la profesión en
medios cubanos. Desde 1989 su modo de pensar cambió. Se
puso contra el pueblo y a favor de los que en Miami hacían sus
maletas esperanzados en que a la revolución cubana le quedaban
unas horas de vida. En 1991 fue uno de los firmantes de una
titulada Declaración de los Intelectuales Cubanos, maniobra or-
ganizada y dirigida desde el extranjero por Carlos Alberto
Montaner, agente de la CIA.

131
En 1995, en una asamblea de la SIP que se celebró en San
José, Costa Rica, fue leída por Ulises Carbó –nada menos que
uno de los mercenarios que estuvieron en la invasión de Playa
Girón– una carta de Raúl Rivero, en la cual, tras lanzar furiosos
ataques contra la revolución, presentó como paradigmas del pe-
riodismo cubano a Salvador Díaz Versón y a Guillermo Martínez
Márquez. «Un acto de justicia histórica, escribió, es recordar en
un momento como este al periodista Salvador Díaz Versón, eterno
luchador porque la verdad imperara en nuestras publicaciones, y
también la lucha tenaz de uno de los fundadores de la SIP, que
emprendió desde esta misma asamblea, año tras año, una infati-
gable campaña porque el periodismo cubano –el verdadero– tu-
viera en esta organización reconocimiento y atención. Me refie-
ro a Guillermo Martínez Márquez, guía indiscutible de varias
generaciones de periodistas cubanos y de cuyo legado profesio-
nal –y sobre todo ético– nos sentimos herederos».
Colocar a estos dos personajes, ya fallecidos, como ejemplos
del periodismo cubano es algo que expresa ignorancia, ingenui-
dad o, quizás, los efectos de la ingestión de una botella de whis-
ky. Porque Salvador Díaz Versón fue director de Relaciones Pú-
blicas nada menos que del Buró de Represión de Actividades
Anticomunistas (BRAC), creado por la embajada norteamerica-
na en La Habana para perseguir a todos los revolucionarios y
demócratas en los días de la guerra fría. Y Guillermo Martínez
Márquez fue uno de los jerarcas de aquella prensa corrompida
que existió en Cuba antes del triunfo revolucionario. El periódi-
co que él dirigió recibía de la dictadura 10 000 dólares mensua-
les de subsidio. ¿Es de ese legado ético del que se sienten herede-
ros Raúl Rivero y los llamados periodistas independientes?  Otra
vez es oportuno citar un artículo de Luis Ortega, referido en ese
caso al «periodismo independiente». Escribió en La Prensa, de
Nueva York, en enero de 1997:
«[...] vengo a caer en el tema actual de esos periodistas inde-
pendientes que han surgido en Cuba, calorizados por el Miami
Herald y por la misma SIP que se entendió tan admirablemente
con Batista y sus 20 000 muertos. ¿Son periodistas? Es posible...
¿Pero son independientes? Ahí es donde empiezo a discrepar. El
mejor recurso para conseguir una visa en la Sección de Intereses

132
de Estados Unidos en Cuba es, precisamente, empezar por de-
clararse disidente o periodista independiente. Usted va a la sec-
ción, dice que es periodista independiente perseguido, y enton-
ces le dan, si tiene suerte y cae simpático, un subsidio, y le dan
algunos alimentos y periódicos y revistas, y hasta soporte moral.
Al cabo de un cierto tiempo, usted cuenta con que la persecu-
ción se ha vuelto insoportable y entonces le tienen que dar la
visa. Y usted cae en Miami y se inscribe en las mafias cubanas
locales. Eso explica por qué casi todos los periodistas indepen-
dientes terminan berreando por radio en Miami [...]».
Y este mismo Luis Ortega, del cual nadie podría sospechar de
ser un «agente de Castro», comentó, en otro artículo, las denun-
cias contra Cuba por faltar a la libertad de expresión al no darle
cabida en los medios de comunicación de la isla a esa prensa de
oposición:
«Denunciar la falta de libertad de expresión en Cuba es un
disparate. Es algo peor. Es una idiotez. El régimen cubano, por
su misma naturaleza, excluye la libertad de expresión tal como se
entiende en Estados Unidos. Un país que lleva casi cuarenta años
acosado por la potencia militar más poderosa del mundo, some-
tido a un bloqueo implacable, donde no hay papel, ni tinta, ni
petróleo, y donde se le amenaza constantemente con una inva-
sión, y donde unos pilotos amparados por Estados Unidos se
pasan años sobrevolando la isla en forma amenazadora, ¿cómo
se puede esperar que sean tan estúpidos como para tolerar una
prensa independiente y privada?... No se le puede negar al Esta-
do cubano el derecho a defenderse y protegerse [...]».
Y añade: «Todo juicio que se formula sobre Cuba, sobre su
prensa, sobre sus periodistas... debe estar precedido, si hay bue-
na fe, de un reconocimiento cabal de la situación excepcional
que vive Cuba [...] Hay que ser un canalla o un idiota para no
entender esto. Los americanos que se niegan a entender debe-
rían recordar las razones que alegara Estados Unidos al comien-
zo de la segunda guerra mundial, para internar y confiscar a los
japoneses y sus descendientes que vivían en California».
Y, en otro artículo posterior, el periodista emigrado Luis Or-
tega diría eso mismo de una manera diferente: «El día que se
restablezca la paz y Estados Unidos su política de agresión hacia

133
Cuba, y renuncien a intervenir en los asuntos de la isla, todos
tendremos derecho a protestar contra el gobierno de Cuba. Yo el
primero. Mientras exista la situación actual, a mi me daría ver-
güenza hacerlo. Durante los años de la segunda guerra mundial
a nadie se le ocurrió protestar en Estados Unidos contra las res-
tricciones informativas».
Hay un caso ilustrativo de aquellos años. John L. Clair, pe-
riodista, profesor y ayudante de la International Telephone
Company, escribía a favor de Japón, y de hecho contra Estados
Unidos en los días de la segunda guerra mundial. Clair redacta-
ba una columna titulada «Observaciones y pronósticos», que se
publicaba en casi doscientos periódicos. Fue detenido por el FBI,
y la Corte Federal de Nueva York lo juzgó en 1943. Lo halló
culpable de haber servido como agente de la propaganda pagado
por el gobierno de Japón durante tres años, hasta poco antes de
Pearl Harbor.
¿No han hecho eso mismo esos «periodistas independientes»
pagados por la Oficina de Intereses de Estados Unidos o a través
de la Fundación Freedom House, o varios miles de dólares de la
SIP disfrazados como premios en favor de la lucha por la liber-
tad de prensa, o galardones con premio metálico como el conce-
dido por la Federación Internacional de Editores de Periódicos a
uno de esos sujetos?

Los mercenarios en apuros

Frente a tales hechos al pueblo de Cuba no se le puede negar


el derecho a adoptar las medidas y acciones necesarias para de-
fender y garantizar la independencia, la soberanía y la dignidad
de la patria. Eso es lo que hizo la Asamblea Nacional del Poder
Popular (parlamento) cuando aprobó en su sesión del 24 de
diciembre de 1996 la Ley de Reafirmación de la Dignidad y la
Soberanía Cubanas, respuesta categórica a la Ley Helms-Burton
puesta en vigor por Estados Unidos. En el Artículo 8 de la
legislación cubana «declara ilícita cualquier forma de colabora-
ción, directa o indirecta, para favorecer la aplicación de la Ley

134
Helms-Burton», y específica claramente que: «Se entiende como
colaboración, entre otras conductas, difundir, diseminar o ayu-
dar a la distribución, con el propósito de favorecer la aplicación
de la Ley Helms-Burton, de informaciones, publicaciones, do-
cumentos o materiales propagandísticos del gobierno de Esta-
dos Unidos, de sus agencias, o dependencias, o de cualquier
otro origen; colaborar de cualquier forma con emisoras de ra-
dio o televisión u otros medios de difusión y propaganda con
el objetivo de facilitar la aplicación de la Ley Helms-Burton».
En una intervención ante el Parlamento, el presidente de la
Unión de Periodistas de Cuba, Tubal Páez, expresó:
«En la prensa escrita, la radio y la televisión, mis colegas rea-
lizan cotidianamente su trabajo en condiciones materiales muy
duras, con el difícil reto de tener y querer decir más cuando dis-
ponen de menos papel y horas de transmisión.
»El enemigo imperialista, con su política de bloqueo, no es
ajeno a esta situación. En sus criminales proyectos contra nues-
tro pueblo han estado también sus sueños de silenciar las voces
de la revolución.
»Paralelamente, ha estimulado, organizado, financiado y am-
plificado las plumas de aquellos colaboracionistas que con placer
pretenden acomodarnos el cuerpo para hacer más fácil el hacha-
zo del verdugo.
»La Ley Helms-Burton hiere profundamente la dignidad de
los cubanos. Pisotea símbolos sagrados que el pueblo ha ido ate-
sorando, con muchos sacrificios durante varias generaciones.
Intenta humillar la memoria venerable de nuestros antepasados.
Ofende a toda la nación y desprecia valores que son el resultado
de una evolución secular, del pensamiento universal.
»Mientras a nuestros niños, mujeres y ancianos se busca casti-
garlos despiadadamente por vivir en su patria, y ponerlos de ro-
dillas mediante el hambre y las enfermedades, la Sección 109 a)
y sus párrafos 1), 2) y 3), del Título 1 de la Ley de la Esclavitud
–refiérese a la Ley Helms-Burton– se destinan a preservar de los
sufrimientos del bloqueo a los grupos y agentes que en Cuba
defienden los intereses del gobierno norteamericano.
»Se trata de la autorización para excluir del cuerpo de medi-
das contra Cuba, aquellas exportaciones, hacia nuestro país, con-

135
sistentes en medios técnicos, financieros y publicitarios destina-
dos al plan de recuperación de antiguas propiedades de
torturadores, asesinos, mafiosos y explotadores.
»De todos es conocido que como parte del andamiaje
anticubano, durante años se ha ido cerrando, alrededor de la isla,
un cerco de agresión propagandística, integrado en lo funda-
mental por periódicos y estaciones de radio y televisión radica-
das en Estados Unidos.
»Desde nuestro territorio, en los últimos tiempos, un grupo
de vendepatrias ha estado enviando informaciones a esos me-
dios, estableciendo, de paso, una alianza repugnante con expo-
nente del viejo periodismo anticomunista y con los patronos
agrupados en la Sociedad Interamericana de Prensa.
»Unos pocos son desertores de nuestros órganos de comuni-
cación. A otros, muy escasos también, los disfrazan de periodis-
tas. Todos se funden en una amalgama de frustraciones, flojera,
holgazanería, gula, fracasos, deseos de emigrar o excesivo apego
a símbolos tan poco patrios como el dólar y el whisky.
»Ninguno es miembro de la UPEC. Apoyamos decididamente
todo el texto del proyecto presentado hoy como respuesta a la
Ley de la Esclavitud, y de manera muy particular el Artículo 8,
donde con todo derecho se declara ilícita la colaboración, directa
o indirecta, con la aplicación de la Ley Helms-Burton.
»Sería irresponsable dar la espalda a un caballo de Troya que
el enemigo pretende engordar ante nuestros ojos como si fuése-
mos tontos. En la infame legislación, Estados Unidos contem-
pla el apoyo a esa quintacolumna. Por eso, es deber insoslayable
defender la patria con firmeza.
»Nuestras contramedidas provocarán reacciones en algunos.
A ellos y a todos, Martí nos recuerda desde las páginas de Patria
que «una es la prensa, y mayor su libertad, cuando en la repúbli-
ca segura se contiende [...], pero la prensa es otra cuando se
tiene en frente al enemigo».
Semanas después de la aprobación de esta ley por el parla-
mento cubano y ante la acción de los Comités de Defensa de la
Revolución de darle lectura en las cuadras de residencia de estos
vendepatrias, se provocó una nueva andanada de la SIP contra
Cuba durante una asamblea que efectuaba en Panamá. Se trata,

136
dijo la SIP, de «una feroz campaña de hostigamiento en contra
de los periodistas independientes», y llegó al extremo de asegu-
rar algo bien mentiroso: que contra estos vendepatrias se habían
hecho amenazas y advertencias de muerte.
El periódico El Nuevo Miami Post reveló el 5 de marzo de
1997 que «desde el Miami Herald se maneja una vasta red de
agentes dentro de Cuba para derribar a Castro con noticias fal-
sas, y señalaba como hecho interesante que un grupo de corres-
ponsales extranjeros en Cuba había efectuado en secreto un estu-
dio de las noticias enviadas al Herald por «los independientes»
para determinar el grado de veracidad del material reportado.
«El grupo, apuntaba El Nuevo Miami Post, valiéndose de las
publicaciones en el Herald, hizo una evaluación de la calidad
informativa de lo publicado durante los últimos cinco meses,
desde septiembre hasta enero, y se llegó a la abrumadora conclu-
sión de que un 95,4% del material era propaganda política, sin
base en la realidad. Se analizó la conducta de los «periodistas
independientes» durante esos meses, y se descubrió que un 60%
de sus integrantes ya no permanecen en Cuba, sino que han ob-
tenido visas para viajar a Estados Unidos. Aprovechando el he-
cho de que la Sección de Intereses de Estados Unidos solamente
concede visas a los que dan pruebas de estar contra el régimen de
Castro, se ha desarrollado la costumbre de hacerse pasar por «pe-
riodista independiente» perseguido para tener acceso a una visa.
Esto explica el hecho de que la actividad de estos agentes dura
poco tiempo. Se inscriben en la Sección de Intereses como «in-
dependientes», mandan algunos despachos... y al poco tiempo
simulan que se les ha hecho un acto de repudio y piden la visa
para salir del país [...]».
El 17 de febrero de 1999 la Asamblea Nacional del Poder
Popular aprobó la Ley de Protección de la Independencia Nacio-
nal y la Economía de Cuba, que instituyó un sistema de penas
que sancione a los comisores y cómplices de hechos encamina-
dos a apoyar, facilitar o colaborar con los propósitos de la Ley
Helms-Burton, el bloqueo, la guerra económica, la subversión y
otras medidas que dañen o pongan en peligro la soberanía, inte-
gridad e independencia de Cuba.
Esa ley considera como delitos el suministro, búsqueda u
obtención de información con tales fines; la introducción, re-

137
producción o difusión en el país de materiales subversivos, y la
colaboración directa o mediante terceros con emisoras de radio
o televisión, periódicos, revistas u otros medios de difusión rea-
lizada con tal propósito. «Para nosotros, explicó Fidel Castro
durante una intervención en esa reunión del parlamento cuba-
no, es vital defendernos con armas limpias, legales, sin viola-
ciones a la ley, como hemos hecho siempre, y no nos van a
obligar a renunciar a eso; utilizaremos todas las medidas para
defendernos».
En los ríos de palabras que algunos medios internacionales
dedicaron a la Ley de Protección de la Independencia Nacional y
la Economía de Cuba, pocos señalaron con el rigor necesario las
razones por las que Cuba decidió aprobar esa normativa. Estaba
en España en los momentos en que se aprobó esa ley, y pude ser
testigo de cómo, en un instante, se montó en la gran prensa una
guerra de desinformación sobre Cuba por adoptar tal ley que iba
dirigida, según ellos, contra el periodismo independiente. El
periódico El País tituló que la ley era para impedir la crítica pe-
riodística. Pero ningún medio hizo referencia a la Ley del Presu-
puesto Federal de Estados Unidos del período fiscal l998-1999
que destinó dos millones de dólares como mínimo para realizar
actividades contrarrevolucionarias dentro de Cuba; ni a los nu-
merosos testimonios existentes sobre la ayuda material de la Sec-
ción de Intereses de Estados Unidos en La Habana, la SIP y
Reporteros sin Fronteras a los «periodistas independientes» den-
tro de Cuba; ni a los vínculos que sostienen con organizaciones
terroristas y vinculadas a la CIA en Miami. De eso no se entera
nadie por la gran prensa.

Modelo de prensa en crisis

La pretensión de Estados Unidos de continuar su apoyo a esa


quintacolumna del periodismo dentro de Cuba se puso clara-
mente de manifiesto el 28 de enero de 1997 cuando el presiden-
te William Clinton, en un informe ante el congreso, bajo el rim-
bombante título de Apoyo para una transición democrática en Cuba,

138
hizo dos referencias al periodismo en la isla: la primera, que en
una Cuba posrrevolucionaria «se entregarían recursos para capa-
citar a los periodistas en métodos comunicativos y responsables
para informar a la ciudadanía», y la otra diciendo que «podrá
otorgarse asistencia técnica y financiera para ayudar a establecer
empresas privadas de radio y prensa escrita».
En su momento, y de un extremo a otro del país, los periodis-
tas cubanos denunciaron esta nueva maniobra de Estados Uni-
dos que busca insertar a Cuba dentro de una de las mayores
tragedias de esta época: la concentración, control y dominio de
los medios de comunicación por los grupos económicos más
poderosos. Restablecer una prensa corrupta y servil como la que
conoció Cuba durante más de medio siglo, imponer en Cuba
«métodos comunicativos» de un modelo de periodismo, cuyos
pilares son la superficialidad, los crímenes, el sexo, la pornogra-
fía y las frivolidades, que hoy en día causa preocupación dentro
del mismo Estados Unidos y en el mundo entero.
Ese modelo de periodismo está en crisis en este mundo
unipolar bajo la hegemonía de Estados Unidos. Le Monde
Diplomatique publicó a finales de 1998 un trabajo de investiga-
ción muy revelador. De un lado, periodistas norteamericanos
preocupados por «el fin de las noticias»; del otro, los consumi-
dores de información asqueados por la avalancha de noticias frí-
volas y superficiales; retroceso de la circulación de la prensa en
más de dos de cada tres países; bajo interés de los jóvenes por las
noticias que se les ofrecen; degradación, en fin, de la prensa es-
crita, radial y televisiva en la misma medida en que sus páginas y
espacios se llenan de historias anodinas, chismes, escándalos sexua-
les, crímenes y accidentes, y se sacrifican las informaciones serias
e importantes.
Según esa investigación, «entre 1970 y 1997, la proporción de
adultos que leen regularmente un diario en Estados Unidos pasó
de 78 a 59 %. En lo que respecta a las personas, de entre veintiún
y treinta y cinco años, las cifras son aún más crueles: 67% de
lectores regulares en 1965, 39% en 1990, 31% en 1998». Este
decrecimiento de la lectura de la prensa escrita en Estados Unidos
se atribuye al desarrollo de la televisión. Pero la investigación arro-
ja que la información por televisión también anda mal. «Si en

139
1980, 37,3% de los televidentes estadounidenses miraban cada
noche los noticiarios de CBS y ABC, esta proporción ya no era
más que de 24,3% en 1997». Un periodista norteamericano ex-
plica este descenso con estas palabras: «Los grandes noticiarios de
la noche ya sólo nos proponen rumores de escándalos sexuales;
clips con ruinas, cadáveres y padres llorando; comunicación de
empresas (es decir, publicidad)».
El Centro de Medios y de Asuntos Públicos de Washington,
agrega la propia investigación, analizó el contenido de 13 noticie-
ros en diferentes ciudades durante tres meses. Resultado: el desa-
rrollo de las noticias es casi idéntico de Boston a San Antonio. En
un boletín informativo de media hora, los crímenes, la meteorolo-
gía, los accidentes, los desastres, las celebridades y la publicidad
acumulaban en promedio un total de veinticuatro minutos con
veinte segundos. Lo que deja, cada noche, cinco minutos con cua-
renta segundos para tratar todos los demás asuntos locales, el ex-
tranjero, la salud, la educación, la ciencia, el medio ambiente...
Ese periodismo de frivolidades y superficialidades, más sinto-
nizado con las leyes de la oferta y la demanda de la sociedad de
consumo que con las leyes de la verdad y de la ética, unido a la
manipulación, distorsión y hasta el ocultamiento de la informa-
ción de utilidad social, es el gran reto que tiene no sólo Estados
Unidos, sino el mundo dentro de la globalización.
El periodismo en Cuba, desde hace muchos años, busca su
propio camino que le permita a la vez que cumplir con su papel
de informar y educar, orientar y formar a sus ciudadanos dentro
de valores y principios humanos, dignos y solidarios, en lo na-
cional y universal; patrióticos, revolucionarios y socialistas capa-
ces de hacer crecer, no disminuir ni degradar.
Como hemos visto, dentro del periodismo que hemos tenido a
lo largo de más de dos siglos, hay muchas experiencias autóctonas
de gran valor para copiar. Patria es un ejemplo. Lo que no ha
servido, al cesto de la basura. Y entre las cosas inservibles, sin
duda, está ese modelo de periodismo norteamericano que se le
impuso a Cuba luego de la ocupación militar norteamericana a
finales del pasado siglo. Modelo que no tiene retorno, menos aún
en estos tiempos de globalización neoliberal en que ha demostra-
do su total vulnerabilidad, papel nefasto e ineficacia.

140
El modelo por el que luchamos es una prensa seria y respon-
sable que, abrazada a las ideas de la revolución, a los intereses del
pueblo, a la defensa de la independencia y la soberanía, jamás
manipule, tergiverse o mienta sobre la realidad. Que siga la con-
ducta que ha tenido la revolución desde 1959 a la fecha.
A principios de la revolución Fidel dio este consejo al pueblo:
«Aprende a leer y escribir, lee, infórmate, medita, observa, pien-
sa. ¿Por qué? Porque ese es el camino de la verdad». El pueblo
cubano ha seguido ese buen consejo, y halló la verdad que, como
decía Martí, es como el regocijo que se siente cuando se ve nacer
un hijo.
La prensa cubana ha ayudado a hallar esa verdad. Y si alguien
quiere saber cuál es el secreto de que la revolución no haya podi-
do ser aplastada a lo largo de cuarenta años, resistir agresiones y
campañas de desinformación de todo tipo, está en eso: en que
no se le ha ocultado ni escamoteado la verdad al pueblo. Un
pueblo bien informado jamás será derrotado. No es sólo una
frase, es algo que se practica todos los días en Cuba, por sus
dirigentes y por su prensa al servicio del pueblo.

141
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147
Índice

«Navegar» por un imaginario museo  5

Amanecer del periodismo en Cuba  9


Forcejeo de ideas e intereses  17
De El Cubano Libre a Patria  30
Los primeros cincuenta años de república neocolonial  45
Micrófonos, ideas justas y apego a la verdad  64
Periodismo no es negocio  75
Un periodismo enfrentado al bloqueo y a una guerra
 de desinformación   102
Fuentes consultadas  143

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