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19/03/2002 - 00:00

Un camino para el crecimiento


Una política económica alternativa se basa en la inmediata
promoción de inversiones prioritarias para expandir la demanda, la
producción y el empleo.

En plena crisis, existen dos circunstancias que permiten la rápida


recuperación de la economía argentina. Por una parte, la capacidad
instalada y mano de obra desocupadas que pueden ponerse inmediatamente
en producción. Por otra, la disponibilidad de divisas debido a la
postergación de parte de los servicios de la deuda y el superávit esperado en
el balance comercial

En tales condiciones, el despegue descansa en el aumento de la demanda


agregada de bienes y servicios. Esto, como sabemos desde Keynes,
depende, en primer lugar, de la expansión de la liquidez, el crédito y el
gasto. Es decir, de la conducción de la economía.

Ahora, es posible recuperar el control de los principales instrumentos de la


política fiscal, monetaria y cambiaria. El default reduce transitoriamente la
carga de la deuda sobre el Presupuesto y el balance de pagos. A su vez, la
pesificación y la flotación del tipo de cambio le permiten al Banco Central
recuperar sus funciones de prestamista de última instancia y orientador del
crédito.

En resumen, están dadas todas las condiciones para lanzar inmediatamente


una política de expansión de la demanda agregada, la producción y el
empleo.
Sin embargo, previamente debe resolverse el dilema que plantea la
desconfianza y la fuga desde el peso al dólar. Es decir, existe el riesgo de
una devaluación exagerada del peso, con su repercusión sobre la inflación.
El modo en que se resuelva este dilema determinará el curso de la economía
argentina. Las ideas económicas y su interpretación de la realidad resultan
así esenciales.

El Gobierno y el dilema cambiario

El Gobierno no ignora que es preciso expandir la demanda pero hace lo


contrario. Pretende deprimir la fuga hacia el dólar manteniendo el corralito
y reduciendo el gasto público. El resultado es que se prolonga la recesión y
aumenta el déficit fiscal, porque la recaudación cae más que las
erogaciones.

En este contexto, el Gobierno deposita su esperanza de reactivación en dos


factores. Por un lado, una ayuda internacional masiva que permita expandir
la liquidez. Por otro, el superávit del balance comercial y su impacto
positivo sobre la demanda agregada.

Lamentablemente, ambos factores, son insuficientes. El primero, porque el


monto del apoyo externo está aún por verse y va normalmente acompañado
por condicionalidades que suelen ser incompatibles con el crecimiento. El
segundo, porque el superávit comercial esperado este año sería alrededor
del 2% del PBI, magnitud insuficiente para una economía en la cual mas
del 90% de la demanda agregada depende del mercado interno.

Mi pronóstico sobre el comportamiento previsible de la economía argentina


bajo tal estrategia es la prolongación de la recesión, con ascenso del déficit
fiscal y una depreciación del peso e inflación moderados. En tales
circunstancias, cabe esperar un aumento del desempleo y la pobreza, que no
son solucionables por ningún programa de asistencia social. Por eficaz y
generoso que éste sea, no puede compensar las consecuencias de una
estrategia que es una fábrica de pobres y excluidos.

Otra política económica es posible. Un planteo alternativo requiere vincular


la esfera real de la producción y el empleo a la financiera. La disponibilidad
de recursos reales, la ausencia temporaria de la restricción en el balance de
pagos y la recuperación del comando de la política económica, permiten
ejecutar ya una estrategia de expansión del gasto, el crédito y la liquidez.

Es preciso eliminar de inmediato el corralito y que el BCRA extienda líneas


de redescuento para inversiones prioritarias y, en primer lugar, un programa
en gran escala de viviendas. Casi la totalidad de éstas utilizan bienes y
servicios producidos en el país y son generadoras de empleo. El aumento
consecuente de la demanda agregada, sumado al superávit comercial,
movilizaría la capacidad productiva y mano de obra desempleados,
aumentaría la producción, el empleo y la recaudación tributaria. La oferta
respondería al incremento de la demanda sin presiones adicionales sobre los
precios y el Presupuesto tendería al equilibrio.

Esta estrategia requiere resolver el dilema cambiario sobre bases distintas


de las actuales. Dada la desconfianza prevaleciente, cabe suponer que la
mayor liquidez impulsaría al alza el tipo de cambio. El desvío respecto de
una paridad razonable no tiene porqué ser exagerado si el conjunto de la
política macroeconómica sostiene los equilibrios fundamentales del
sistema. En particular, el del Presupuesto amenazado por la baja de la
recaudación, no por el nivel del gasto. De todos modos, el riesgo existe y
debe resolverse.

Política cambiaria para la estabilidad


El tipo de cambio es un determinante principal de los costos, los precios
relativos y los salarios reales. El que resulta de las condiciones
excepcionales actuales de la economía argentina no transmite señales
consistentes con el crecimiento y la equidad. Debe aislarse transitoriamente
el tipo de cambio libre y fluctuante de los precios relativos, fijando una
paridad para el comercio exterior consistente con la competitividad de la
economía argentina, actualmente en torno de pesos 1.40 por un dólar. El
resto lo absorbería una retención móvil. Cuanto mayor fuera el desvío del
tipo de cambio respecto de la paridad competitiva del peso, mayores serían
los ingresos fiscales y las fuerzas que tienden al equilibrio.

La retención se aplicaría a la totalidad de las exportaciones. Aquellas de


mayor contenido tecnológico y valor agregado seguirían contando con el
apoyo tradicional de reintegros. Las importaciones dispondrían divisas al
tipo de cambio flotante y las esenciales recibirían subsidios especiales, con
absoluta transparencia y control. En este escenario, la producción
sustitutiva de importaciones recibiría un fuerte impulso y sería un agente
adicional de la expansión de la demanda, la producción, el empleo y la
recaudación tributaria.

Más que en otros países, el tipo de cambio es una cuestión explosiva en la


Argentina. Los exportadores y, en primer lugar, los del sector agropecuario,
han sufrido en el pasado grandes pérdidas por el manipuleo irracional de las
paridad cambiaria.

Debería realizarse un pacto entre el Gobierno y los exportadores,


garantizando una paridad realista y ajustable por la evolución de los costos
internos y otras variables relevantes. Caso contrario, si los exportadores
pretenden la totalidad del tipo de cambio libre y flotante y el Gobierno
insiste en controlarlo restringiendo la liquidez y el gasto, se prolongará la
recesión actual y se perderá una oportunidad histórica de resolver la crisis y
crecer.

Confianza, FMI y política social

Tres comentarios finales. El primero, sobre la confianza. Afortunadamente,


los mercados tienen mala memoria histórica. Atienden más al presente y las
perspectivas que al pasado. Esta es una de las razones de la vitalidad de las
economías de mercado. La experiencia mundial sugiere que la confianza se
recupera rápidamente si la política económica es consistente y las señales
claras.

El segundo, acerca de la negociación con el FMI y los acreedores. Un


programa argentino sólo es viable si se sostiene sobre los propios recursos
del país, que están disponibles. La negociación debe basarse en este
criterio. Entonces, la cooperación externa puede ayudar a ampliar la
recuperación y, sobre todo, normalizar la situación con los acreedores. El
tercero, referido a la política social. Su éxito reclama una condición
necesaria: el aumento de la producción y el empleo.

¿Qué es lo que impide una estrategia asentada en la confianza del país en


sus propias fuerzas, su dignidad y en la movilización de sus recursos? El
predominio de la mala doctrina. Esta refleja, aquí y en otras partes, la
influencia de intereses puntuales pero, también, la insensatez humana que
suele provocar desatinos.

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