Una política económica alternativa se basa en la inmediata promoción de inversiones prioritarias para expandir la demanda, la producción y el empleo.
En plena crisis, existen dos circunstancias que permiten la rápida
recuperación de la economía argentina. Por una parte, la capacidad instalada y mano de obra desocupadas que pueden ponerse inmediatamente en producción. Por otra, la disponibilidad de divisas debido a la postergación de parte de los servicios de la deuda y el superávit esperado en el balance comercial
En tales condiciones, el despegue descansa en el aumento de la demanda
agregada de bienes y servicios. Esto, como sabemos desde Keynes, depende, en primer lugar, de la expansión de la liquidez, el crédito y el gasto. Es decir, de la conducción de la economía.
Ahora, es posible recuperar el control de los principales instrumentos de la
política fiscal, monetaria y cambiaria. El default reduce transitoriamente la carga de la deuda sobre el Presupuesto y el balance de pagos. A su vez, la pesificación y la flotación del tipo de cambio le permiten al Banco Central recuperar sus funciones de prestamista de última instancia y orientador del crédito.
En resumen, están dadas todas las condiciones para lanzar inmediatamente
una política de expansión de la demanda agregada, la producción y el empleo. Sin embargo, previamente debe resolverse el dilema que plantea la desconfianza y la fuga desde el peso al dólar. Es decir, existe el riesgo de una devaluación exagerada del peso, con su repercusión sobre la inflación. El modo en que se resuelva este dilema determinará el curso de la economía argentina. Las ideas económicas y su interpretación de la realidad resultan así esenciales.
El Gobierno y el dilema cambiario
El Gobierno no ignora que es preciso expandir la demanda pero hace lo
contrario. Pretende deprimir la fuga hacia el dólar manteniendo el corralito y reduciendo el gasto público. El resultado es que se prolonga la recesión y aumenta el déficit fiscal, porque la recaudación cae más que las erogaciones.
En este contexto, el Gobierno deposita su esperanza de reactivación en dos
factores. Por un lado, una ayuda internacional masiva que permita expandir la liquidez. Por otro, el superávit del balance comercial y su impacto positivo sobre la demanda agregada.
Lamentablemente, ambos factores, son insuficientes. El primero, porque el
monto del apoyo externo está aún por verse y va normalmente acompañado por condicionalidades que suelen ser incompatibles con el crecimiento. El segundo, porque el superávit comercial esperado este año sería alrededor del 2% del PBI, magnitud insuficiente para una economía en la cual mas del 90% de la demanda agregada depende del mercado interno.
Mi pronóstico sobre el comportamiento previsible de la economía argentina
bajo tal estrategia es la prolongación de la recesión, con ascenso del déficit fiscal y una depreciación del peso e inflación moderados. En tales circunstancias, cabe esperar un aumento del desempleo y la pobreza, que no son solucionables por ningún programa de asistencia social. Por eficaz y generoso que éste sea, no puede compensar las consecuencias de una estrategia que es una fábrica de pobres y excluidos.
Otra política económica es posible. Un planteo alternativo requiere vincular
la esfera real de la producción y el empleo a la financiera. La disponibilidad de recursos reales, la ausencia temporaria de la restricción en el balance de pagos y la recuperación del comando de la política económica, permiten ejecutar ya una estrategia de expansión del gasto, el crédito y la liquidez.
Es preciso eliminar de inmediato el corralito y que el BCRA extienda líneas
de redescuento para inversiones prioritarias y, en primer lugar, un programa en gran escala de viviendas. Casi la totalidad de éstas utilizan bienes y servicios producidos en el país y son generadoras de empleo. El aumento consecuente de la demanda agregada, sumado al superávit comercial, movilizaría la capacidad productiva y mano de obra desempleados, aumentaría la producción, el empleo y la recaudación tributaria. La oferta respondería al incremento de la demanda sin presiones adicionales sobre los precios y el Presupuesto tendería al equilibrio.
Esta estrategia requiere resolver el dilema cambiario sobre bases distintas
de las actuales. Dada la desconfianza prevaleciente, cabe suponer que la mayor liquidez impulsaría al alza el tipo de cambio. El desvío respecto de una paridad razonable no tiene porqué ser exagerado si el conjunto de la política macroeconómica sostiene los equilibrios fundamentales del sistema. En particular, el del Presupuesto amenazado por la baja de la recaudación, no por el nivel del gasto. De todos modos, el riesgo existe y debe resolverse.
Política cambiaria para la estabilidad
El tipo de cambio es un determinante principal de los costos, los precios relativos y los salarios reales. El que resulta de las condiciones excepcionales actuales de la economía argentina no transmite señales consistentes con el crecimiento y la equidad. Debe aislarse transitoriamente el tipo de cambio libre y fluctuante de los precios relativos, fijando una paridad para el comercio exterior consistente con la competitividad de la economía argentina, actualmente en torno de pesos 1.40 por un dólar. El resto lo absorbería una retención móvil. Cuanto mayor fuera el desvío del tipo de cambio respecto de la paridad competitiva del peso, mayores serían los ingresos fiscales y las fuerzas que tienden al equilibrio.
La retención se aplicaría a la totalidad de las exportaciones. Aquellas de
mayor contenido tecnológico y valor agregado seguirían contando con el apoyo tradicional de reintegros. Las importaciones dispondrían divisas al tipo de cambio flotante y las esenciales recibirían subsidios especiales, con absoluta transparencia y control. En este escenario, la producción sustitutiva de importaciones recibiría un fuerte impulso y sería un agente adicional de la expansión de la demanda, la producción, el empleo y la recaudación tributaria.
Más que en otros países, el tipo de cambio es una cuestión explosiva en la
Argentina. Los exportadores y, en primer lugar, los del sector agropecuario, han sufrido en el pasado grandes pérdidas por el manipuleo irracional de las paridad cambiaria.
Debería realizarse un pacto entre el Gobierno y los exportadores,
garantizando una paridad realista y ajustable por la evolución de los costos internos y otras variables relevantes. Caso contrario, si los exportadores pretenden la totalidad del tipo de cambio libre y flotante y el Gobierno insiste en controlarlo restringiendo la liquidez y el gasto, se prolongará la recesión actual y se perderá una oportunidad histórica de resolver la crisis y crecer.
Confianza, FMI y política social
Tres comentarios finales. El primero, sobre la confianza. Afortunadamente,
los mercados tienen mala memoria histórica. Atienden más al presente y las perspectivas que al pasado. Esta es una de las razones de la vitalidad de las economías de mercado. La experiencia mundial sugiere que la confianza se recupera rápidamente si la política económica es consistente y las señales claras.
El segundo, acerca de la negociación con el FMI y los acreedores. Un
programa argentino sólo es viable si se sostiene sobre los propios recursos del país, que están disponibles. La negociación debe basarse en este criterio. Entonces, la cooperación externa puede ayudar a ampliar la recuperación y, sobre todo, normalizar la situación con los acreedores. El tercero, referido a la política social. Su éxito reclama una condición necesaria: el aumento de la producción y el empleo.
¿Qué es lo que impide una estrategia asentada en la confianza del país en
sus propias fuerzas, su dignidad y en la movilización de sus recursos? El predominio de la mala doctrina. Esta refleja, aquí y en otras partes, la influencia de intereses puntuales pero, también, la insensatez humana que suele provocar desatinos.