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LA HERENCIA AFRO: LA MÚSICA COMO RESISTENCIA

Tras años de esclavitud, violencia, racismo, intolerancia, y una historia marcada por
baños de sangre, la cultura afrodescendiente ha logrado lo que pocas culturas han
podido: sobrevivir, mantenerse. Uno de los factores que han sido sumamente relevantes
para dicha supervivencia, es la música.
El latido africano
El fenómeno que se produce es realmente extraordinario. El puente cultural de la música
africana con respecto a América en general es tan grande que, a veces, perdemos el
foco y no podemos realmente apreciarlo como tal. En la África subsahariana,
encontramos pueblos y naciones con características muy particulares, que, si bien se
diferencian entre ellos dependiendo de la zona geográfica del continente, tienen
elementos en común. La música, al igual que sucedió en el resto del mundo, apareció en
África ya en época prehistórica. Y es que a partir del año 1100 aparecieron unos rasgos
musicales más o menos comunes y una miríada de localismos diferentes. Entre los
primeros la utilización de elementos rítmicos similares, el uso de instrumentos de viento,
percusión (en una asombrosa y exuberante diversidad) y cuerdas, además de la
utilización de la voz como elemento expresivo de primer orden.

Parece ser que en el centro de África la música tuvo siempre una presencia mayor en la
vida de los habitantes de reinos e imperios que en otros lugares del mundo. La música
era antes un elemento integral de las actividades sociales y rituales que una actividad
puramente cultural: su carácter esencialmente funcional se evidencia en la constante
utilización que de ella se hacía durante la realización de actividades tales como las
labores agrícolas, la celebración de nacimientos, matrimonios, cacerías y celebraciones
religiosas (el alejamiento de los malos espíritus, el rendimiento de pleitesía a los
ancestros). Había un gran número de rituales que contaban con sus particulares
manifestaciones instrumentales y vocales, y la función social de la música se traducía en
el hecho de que todos los miembros de la comunidad participaban activamente en su
creación.

La voz era un elemento esencial de la música africana, y alcanzó un altísimo grado de


sofisticación expresiva que incluía técnicas como el canto melismático (en que una sola
sílaba de texto recorre una sucesión de notas musicales consecutivas, provocando un
efecto a menudo hipnótico) y el yodel (el mantenimiento de una nota vocal larga mientras
se salta bruscamente del registro normal al de falseto, provocando un efecto grave-
agudo-grave-agudo muy característico), así como todo tipo de efectos vocales que
incluyen gritos, chillidos y aullidos. Un elemento habitual de la música africana eran los
efectos de llamada-respuesta, en que una voz digamos “solista” era respondida, o
reforzada, por las intervenciones del resto de participantes, convirtiendo la música
resultante en una actividad tan colectiva como los cantos en unísono; este particular
elemento africano tuvo una influencia esencial en la música que los afrodescendiente
crearon más adelante en América.

De todos modos, la característica más peculiar de la música subsahariana era el ritmo.


Los ritmos africanos estaban a menudo conformados por varios sonidos que se fundían
en un complejo y fascinante proceso rítmico. A menudo el ritmo “central” permanecía
fundamentalmente oculto tras una melodía percusiva, y se dejaba sentir de manera
implícita sin ser realmente discernible. Y es que el elemento rítmico de percusión en
África servía para la comunicación entre comunidades.
La música cruza el Atlántico: “Prefiero la tumba a vivir como esclavo”. Jimmy Cliff

Pues bien, la esencia de todo ese sustrato musical logró sobrevivir en América a pesar
de la sistemática deshumanización de que los esclavos fueron objeto. La polirrítmia, las
voces de llamada-respuesta y la componente fundamentalmente espiritual de la música
persistieron; no obstante, aspectos menos genéricos como los instrumentos, los estilos
musicales y las situaciones sociales en que la música era utilizada fueron reinventados
por completo, o directamente sucumbieron al trauma de la esclavitud.

Continuaron utilizando instrumentos fundamentalmente similares a los que habían


utilizado en su continente de origen, como los tambores y bongos, instrumentos
constituidos por piezas de madera huecas y agujereadas al estilo de las actuales flautas,
rudimentarios instrumentos de cuerdas. A menudo, herramientas destinadas a otros usos
fueron utilizadas para producir música, dada la escasez de medios de que contaban los
esclavos en las plantaciones; un ejemplo de ellos es el uso de cucharas como elementos
percusivos para golpear entre sí o contra el propio cuerpo. También los golpeteos en el
cuerpo con las manos (ya empleado en África) se utilizaron con frecuencia; el golpeteo
alternativo de las manos sobre el pecho, los muslos.

Con el transcurso del tiempo gran parte del sustrato africano se fue diluyendo, al tiempo
que sucesivas generaciones de afrodescendientes se iban adaptando a su nuevo
entorno social y creando una cultura nueva, propia, mestiza y la esclavitud. La traumática
transformación de las condiciones en que se hacía música y la prohibición de casi todas
las manifestaciones religiosas y rituales, fueron determinantes en el devenir de la música
de los esclavos, que tendieron a expresar cada vez más quejas, lamentos,
rememoraciones de la vida en África y resignados cantos de trabajo, permitió a los
esclavos expresar con cierta libertad, eludiendo la censura blanca, tanto sinceros
lamentos como procaces chiflas y vanos anhelos de fuga y libertad. Curiosamente,
aunque en muchos lugares ese mestizaje integró elementos africanos y europeos, pero
también nativos de América, en las zonas que más influencia tuvieron en el futuro fue en
Cuba, Jamaica, Brasil y Colombia.
Desde los siglos XIV al XVI, Portugal transportaba esclavos a Sudamérica provenientes
de África occidental. A finales de siglo, Portugal recibía una media de 12.000 esclavos
por año provenientes de Guinea, Angola, Mozambique y demás regiones africanas.
Estos africanos trajeron sus tradiciones culturales y religiosas consigo al Nuevo Mundo,
pero la guardia esclavista tenía prohibido a los esclavos ejercitarse de una forma distinta
a cualquier trabajo forzado, pero no se preocuparon en intervenir sus rituales culturales.
Fue así como surgió la capoeira, como una forma de resistencia a la opresión, una forma
de disimular el hecho de que los esclavos se estaban entrenando para pelear (contra sus
dueños), ocultándola bajo el ritmo musical de tambores, flautas y una alegre coreografía.

Si hablamos de ritmos africanos, tenemos que empezar por Cuba. Entre 1522 hasta fines
del siglo XIX, más de medio millón de esclavos fueron transportados a la isla para trabajar
en las plantaciones. En los muelles de La Habana y Matanzas nació la rumba, cuando
los trabajadores aprovechaban sus ratos libres para cantar y bailar, expresando su deseo
de libertad y lucha, tocando complejos ritmos sobre los cajones que llegaban de los
barcos.

Para el pueblo jamaicano, que recién había ganado su independencia de Gran Bretaña
en 1962, los años sesenta fueron un periodo muy turbulento trastocado por movimientos
poblacionales internos, una creciente desigualdad socioeconómica y la represión
gubernamental hacia los sectores marginados. Como parte de este escenario social, la
música se convirtió en una manera de desahogo para los sectores desposeídos del país,
dando origen al reggae, un género musical con raíces rítmicos de percusión africanas.
No es casualidad que muchas de las canciones de reggae de los años sesenta y setenta
hagan referencia a la pobreza y a la crítica situación sociourbana que experimentaba el
país, como Bob Marley, Peter Tosh, Jimmy Cliff y Lincoln Thompson.
Música del Caribe y Pacifico colombiano: “No le pegue a la negra”. Joe Arroyo

En Colombia la influencia africana se combinó rápidamente, en gran armonía con las


melodías europeas y la sensibilidad indígena. Pero África fue la base misma de la música
en el caribe y en el pacífico colombiano, el ritmo colombiano que, a través de los años,
contagió al resto del continente americano. Hay quienes encuentran una relación directa
entre la palabra cumbia y el baile cumbe, proveniente de Guinea. Un poético, e
irresistible, simbolismo que compara el quiebre salteado de la cumbia con la memoria de
los esclavos que intentaban bailar, aunque sus pies estaban amarrados por cadenas y
grilletes.

El máximo representante de la raíz africana en la música colombiana fue Joe Arroyo,


quien comenzó su carrera de adolescente, cantando en los bares de Cartagena. Arroyo
se enamoró del funk de James Brown, el reggae de Bob Marley y los calipsos de Mighty
Sparrow. Su éxito más rotundo, “Rebelión”, es una narrativa que evoca la historia de la
colonización, y que estalla en el contundente estribillo: “no le pegue a la negra”. En la
región del Atlántico, también encontramos el Porro y el Mapalé, este último, posee una
connotación específica en cuanto a los tambores, según el biólogo afrodescendiente
Manuel Cuero.

Y es Manuel Cuero, un docente de la Universidad del Tolima, quien, según él, es 100%
afro-tolimense, pues es hijo de un chocoano y vive en el departamento del Tolima hace
años. Él afirma, que en el Pacifico colombiano, actualmente, en Quibdó, se encuentra el
conservatorio de música del Chocó, que sigue manteniendo la tradición musical, donde
se destaca ritmos conocidos como chirimía chocoana, que es una música con clarinete
y platillos, o el currulao, cuyo ritmo se basa en la marimba, un instrumento artesanal
elaborado a partir de la palma de chonta. Además, que otros instrumentos artesanales,
son los tambores y los bombos, que son muy representativos debido a que permite darles
fuerza a los diferentes ritmos afros.

El Magister Cuero, además, comentó sobre el folclore de esta región, informándonos que
en cuanto a la gastronomía, las carnes saladas son una comida típica, porque en estas
regiones no contaban con sistemas de refrigeración, por lo que son servidas con arroz
atollado, un plato muy famoso en la ciudad de Cali. También, hay diferentes platillos que
se obtienen a partir de pescados y mariscos del mar, o productos a base del coco, el
chontaduro y el borojó. Hay algunas comidas específicas como son los pasteles
chocoanos, que son como un tipo de tamal. Las bebidas tradicionales, hay un
aguardiente que se llama el biche, un licor artesanal destilado de caña.

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