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Los judíos entendían con claridad el término “Evangelio” pues en el hebreo la palabra
“ָ ”בבשְּרׂרהera una buena noticia que debía ser proclamada. En el Segundo libro de
Reyes 7:9 leemos: “Luego se dijeron el uno al otro: No estamos haciendo bien. Hoy
es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos
alcanzará nuestra maldad. Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa
del rey.”
Hermanos, no hay mejor noticia para un judío que escuchar que su Mesías
prometido ha llegado, y que ha llegado para reinar. En el libro del Profeta Isaías 52:7
se lee: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas,
del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del
que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!”
Para la mente judía, el evangelio era una buena noticia que debía de ser compartida
pues el Mesías había llegado.
Así que para los griegos, hablar del evangelio era proclamar las victorias de su
Emperador y dios.
Pero en medio de densa oscuridad, brilló la luz. Y cuando no había esperanza nació
la gracia de Dios.
Dios resolvió en su corazón venir por nosotros y rescatarnos del problema en el que
estábamos hundidos.
El evangelio de Jesús es la buena noticia, de alguien que ya pagó por usted todo lo
que usted le debía a Dios. Cada blasfemia, cada ofensa, cada mentira, cada pecado
fue cargado en la cuenta de aquel que no hizo maldad ni se halló pecado en su boca.
Para que entendamos qué es el evangelio y cómo debemos vivir cada buena noticia
de Jesucristo en nuestras vidas, es necesario que primero nos remontemos a
nuestros orígenes.
- La pregunta de Dios es legítima ¿Dónde estás tú?... ¿Es acaso que Dios
omnisapiente no sabía dónde estaba Adán? Por supuesto que sabía dónde
estaba el hombre, pero la pregunta de Dios no es para saber dónde se
encuentra geográficamente sino para que el hombre entienda hasta dónde
había caído espiritualmente. Podría ver en esta hora el rostro de Dios, mirando
con misericordia al hombre y diciéndole: ¿No te das cuenta en dónde estás?
¿Mira hasta dónde has caído?
b) La generación de Noé
“Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo
designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el
mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su
corazón. Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he
creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo;
pues me arrepiento de haberlos hecho.” (Gn.
6:5-7)
- No hay dolor más grande para el creador del universo que ver a sus criaturas
yendo a lo más hondo del pecado. No hay dolor más grande en el corazón de
Dios que ver a sus criaturas perdidas en el mar de la maldad.
- Escuchar de los labios del Creador la frase “me arrepiento de haberlos hechos”
puede llevar a la mente humana en pensar que el Perfecto Dios se equivocó.
Sin embargo, esa frase muestra que Dios aún tiene un remanente en medio del
pecado. Porque cuando el pecado abundó, sobreabundó también la gracia. Por
ello termina esa sección con la gracia de Dios en Noé. Dios no se equivocó, él
sabía qué tenía que hacer.
c) La generación de Babel
“Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje;
y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado
hacer. Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que
ninguno entienda el habla de su compañero.” (Gn. 11:6-7)
d) La generación de Moisés
“Él es la Roca, cuya obra es perfecta, Porque todos sus caminos son rectitud;
Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; Es justo y recto. La corrupción no
es suya; de sus hijos es la mancha, Generación torcida y perversa. ¿Así pagáis
a Jehová, Pueblo loco e ignorante? ¿No es él tu padre que te creó? Él te hizo y
te estableció.”
(Dt. 32:5-6)
“Y dijo: Esconderé de ellos mi rostro, Veré cuál será su fin; Porque son una
generación perversa, Hijos infieles. Ellos me movieron a celos con lo que no es
Dios; Me provocaron a ira con sus ídolos; Yo también los moveré a celos con un
pueblo que no es pueblo, Los provocaré a ira con una nación insensata. Porque
fuego se ha encendido en mi ira, Y arderá hasta las profundidades del Seol.”
(v. 20-22)
- No existen calificativos más puntuales que los usados por Dios para describir a
su pueblo Israel. Realmente eran una nación torcida y perversa, pueblo loco e
ignorante. Porque a pesar de haber recibido la adopción, las promesas, el
pacto y la Ley seguían a dioses extraños, imaginación de hombres hechos por
manos humanas.
- Israel se volvió en hijo infiel y rebelde. El profeta Isaías dice sobre Israel:
“¿Cómo te has convertido en ramera, oh ciudad fiel? Llena estuvo de justicia,
en ella habitó la equidad; pero ahora, los homicidas.” (Is.1:21) ¿Cómo es
posible que un pueblo escogido que recibió la Ley de Dios, se convirtiera en
una ramera de fornicaciones? El Escritor de Hebreos menciona: “si ese primer
pacto hubiera sido perfecto, no habría lugar para un segundo pacto. Pero Dios,
reprochándoles sus defectos, dijo: «Vienen días —dice el Señor—, en que haré
un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá.” (Heb. 8:7-8 NVI)
El problema no estaba en la Ley de Dios sino en los corazones no regenerados
de esa nación de Israel.
- Por ello se enciende el fuego de la ira de Dios sobre los pecadores y durará
eternamente en el infierno, como señal de que somos una raza caída y
perversa.
- Hermanos, ¿Cuál sería la mejor respuesta ante tal pregunta tan desafiante? En
aquel momento, el profeta Isaías respondió con denuedo y gallardía pero
vamos a ver este pasaje con los ojos del Señor. Vemos al Padre movido a
misericordia por el género humano, lleno de ira por sus pecados y dándoles
una oportunidad de salvación. Pero ¿quién de los tres sería el que venga a la
tierra a dar la salvación a la raza humana? Entonces como eco majestuoso
resuena la voz del Hijo de Dios: Heme aquí, envíame a mí.
b) La decisión divina:
“Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y
expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo,
oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí.”
(Heb. 10:5-7)
- Vemos en este pasaje que los sacrificios prescritos por Dios perdieron su
sentido en las manos judías. El profeta Isaías le dice al Pueblo: “No me traigáis
más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo,
el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas
solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene
aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas.” (Is.
1:13-14) La santidad de las ofrendas había sido manchada por la perversidad
del corazón del hombre, por ello resuena nuevamente la voz del Hijo diciendo:
“Vengo para hacer tu voluntad”.
b) Humillado en todo:
“sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a
los hombres” (Fil. 2:7)
- ¿Qué dejó Cristo en el cielo? Riquezas, fama, gloria, poder, majestad, honor,
honra, y todo lo que la mente humana pueda imaginar en la exaltación. Se
despojó de todo ello para parecer uno de nosotros.
-
- Vemos por tanto al Hijo del hombre nacido como un ser humano. Pudo escoger
nacer en un palacio real sin embargo eligió un pesebre en Belén. Pudo escoger
nacer rodeado de magistrados y nobles pero eligió la compañía de los
animales del pesebre. Pudo escoger nacer entre sábanas de lino fino blanco y
resplandeciente, sin embargo eligió la tela más humilde para ser envuelto por
los hijos de los hombres. Pudo escoger elogios humanos hechos por los reyes
de la tierra en su nacimiento, sin embargo eligió la visita de tan nobles pastores
que velaban por las ovejas a las afueras de Belén. Pudo escoger entre la fama
y la realeza pero eligió el anonimato y la pobreza para demostrar que
realmente era como tú y como yo.
c) Obediente al Padre:
“y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”
(Fil. 2:7)
- Somos tan duros de corazón como para sentirnos humillados por otros
¿Cuánto más será humillarnos nosotros mismos? Jesús se humilló a sí mismo
para demostrarnos que delante de su Padre, el primer paso es la humillación.
- Jesús fue obediente antes de venir, estando en la tierra y al volver al cielo. ¡qué
gran ejemplo de obediencia al Padre es la existencia entera de Jesús!
Conclusión: Somos tan sucios delante de la santidad de Dios, que Jesús vino por
nosotros. Si hay algo que debe aprender de Jesús es esto, el evangelio del
nacimiento de Jesús. ¿Quiere vivir el evangelio (la buena noticia) del nacimiento de
Jesús en su vida? Humíllese delante de Dios, porque “Dios resiste a los soberbios, Y
da gracia a los humildes.”