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Acabo de leer en un libro que se publicará en breve y que llevará el título “El ego
docente', esta significativa historia: «En un Congreso sobre Educación Superior,
un ponente brasileño empezó su discurso comunicando al auditorio un logro
impresionante: He enseñado a hablar a mi perro, y lo tengo ahí fuera. Los
asistentes murmuraban, ante la originalidad de la propuesta y la importancia de la
cuestión.
Todos tenían deseos de ver lo que parecía imposible: Le enseñé a hablar, y está
esperando fuera, reiteraba el comunicante, muy seguro de sí mismo. Finalmente,
salió de la estancia, y entró inmediatamente con un perro. El ponente colocó
sobre una mesa al animal, visiblemente asustado.
Ella (él) explica con gestos idénticos para todos, como si todos estuviéramos
igualmente interesados, sin importar que entre los pasajeros esté un piloto o un
analfabeto. Da igual que haya personas sordomudas o ciegos de nacimiento. El
mensaje es el mismo para todos. Da igual que haya niños o personas adultas. El
mensaje (y la fortuna de transmitirlo) es el mismo. Para colmo, al terminar,
muestra un folleto y sugiere que en el respaldo del asiento el pasajero tiene otro
igual en el que puede consultar aquello que no haya entendido. Nunca he visto a
nadie echar mano al manual de instrucciones. ¿Qué sucedería si, al final,
exigiesen a los pasajeros que demostrasen el resultado del aprendizaje como
requisito para continuar en el avión?
Lo que los pasajeros entiendan no es cosa suya. ¿Cuántas veces nos han
explicado cómo ha de colocarse el salvavidas en caso de accidente aéreo?
¿Cuántos lo sabríamos colocar adecuadamente llegado el caso de intentarlo? ¿Por
qué este fracaso reiterado?
Otra cosa muy distinta sería que cada uno manejase su chaleco e hiciese prácticas
con él, colocándolo y quitándolo aunque sólo fuera un par de veces. Otra cosa es
que la azafata se acercase al que tuviera alguna duda o alguna dificultad. Otra
cosa sería si los que sabe ayudan a los que no saben. Lo que pasa es que lo más
importante es que la azafata explique, no la pagan por dar la explicación,
independientemente de su utilidad y de la repercusión real en el aprendizaje.