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Coleccionar: ordenar, manipular

y re-escribir

...Ondina Rodríguez
Coleccionar es una de esas cosas que hacemos. Suele parecer un hacer cotidiano, de casa
habitada, de armario y de cofre; un producto de coincidencias, de herencias, de placer, pero también
un modo de vida, un negocio, una práctica, un oficio, una institución, y en este caso, tema. Distinto
al “reunir”, sus mecanismos operan en la ambivalencia y por tanto son difíciles de sancionar, tienen
algo de mentira, falsedad, secreto y verdad; así, algunas colecciones resultan más secretas o
misteriosas, o más falsas o verdaderas que otras. Esto tiene que ver, en parte porque coleccionar
además de un hacer, genera una práctica —que a mi modo de ver— es axiológica, es decir,
presenta abiertamente la problemática de los valores, y esto tiene sin duda una desvinculación
directa con las cargas semánticas y las sombras de valor que se crean alrededor de los objetos o
que son creadas por ellos; esta práctica manifiesta de igual modo, la conciencia de postular un
cierto orden a los objetos, por tanto termina siendo un quehacer de carga intencional; pero además,
por otra parte, esta práctica —entiendo— trata sobre un modo de reescritura del sujeto, gracias a
un desplazamiento semántico que se da en la relación sujeto-objeto, y que por supuesto tiene un
tinte más pasional. Estas ideas de las cuales parto y estructuran este texto, me permiten referirme
aquí a la relación primaria de los tres términos implicados, la acción (coleccionar) el sujeto que
ejecuta la acción (el coleccionista) y el objeto que certifica este hacer, como objeto coleccionable
(de posibilidad) y como objeto coleccionado (realizado); poco después puede entenderse que la
presencia del “otro” es importante, el que conoce de colecciones, el que da vigencia a la posición
de un objeto dentro de las colecciones, pero también el otro que tiene lo que no tenemos, el otro
que posee el objeto que nos falta, o el otro que es precisamente el objeto único, el objeto deseado,
el que queremos tener. Paso entonces a considerar cada una de estas cuestiones.

MANIPULAR VALORES

Decía que del coleccionar deriva una práctica axiológica y esto me lleva a pensar que la historia de
este hecho o de su derivado —“el coleccionismo”— puede contribuir de alguna forma a la construcción
de una teoría de los valores, o a ilustrar en todo caso, lo que ha sido la historia del gusto y por ende
de la crítica; y esto es así, en primer lugar porque en efecto esta acción y esta práctica,
implícitamente muestran algunos asuntos que se han venido tratando en el tiempo hasta llegar a la
moderna axiología, y en segundo lugar porque cada objeto de colección es un rastro, una huella del
gusto y entonces una forma o figura mediante la cual han quedado registrados gran parte de
nuestros juicios.

Todo en el coleccionar y en el coleccionismo pareciera girar en torno a un eje, conformado por una
relación en primera instancia de tres, los sujetos, los objetos y los valores y, dependiendo del orden
jerárquico o de la posición que pueda tener cada uno de estos elementos de la relación, las lecturas
que resultan de la práctica y del coleccionar son distintas, algunas llegan incluso a coincidir con
las reflexiones que algunos filósofos y teóricos han realizado en torno al problema específico de los
valores. Tal es el caso, si pensamos la relación objeto-valor desde el sujeto, o si pensamos desde
el objeto la relación entre sujeto y valor o si pensamos desde el valor, la relación entre sujeto-
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objeto. De forma que, aparentemente no habiendo modo de salir o bien de una perspectiva subjetiva
u objetiva (ambas posiblemente insertas ya dentro del marco del relativismo), o bien de una
perspectiva absolutista, se ha llegado con razón a afirmar que el error de tales perspectivas o
doctrinas habría radicado en la oposición visceral de sus argumentos, o en el hecho mismo de
creer que el valor debe reposar en algún lugar. Es decir, tanto o más se afirma que no existe el valor
sin la valoración, tanto o más se afirma que tal cosa no es suficiente y así mismo, que los estados
prescritos en la valoración no pueden excluir la existencia de elementos de carácter objetivo. Una
suerte de arribo nos lleva a pensar que el valor es realmente el resultado de una relación de tensión
entre el sujeto y el objeto y que por tanto presentaría estas dos caras. De cualquier manera pensar
hoy las cosas, parece menos complicado que siglos atrás, en nuestro contexto del coleccionismo
cualquier decisión que tomemos en este momento, estaría entonces más ligada en cada una de
sus prácticas específicas, a algunos rasgos de identificación que prevalezcan y por ejemplo, es
posible que una sanción negativa del coleccionismo desde la práctica artística podría estar anclada
o derivarse tanto de una revisión del sujeto pasional y pulsional, como de la crítica al estatuto de los
valores de las instituciones creadas en torno al arte, como de la posibilidad de una crítica al objeto
artístico, ese objeto que se construye en la teoría, como aquel que vemos en salas de exposición
o fuera de ellas.

Voy a tratar brevemente de instalarme en estas tres instancias con el único fin de agrupar las
consideraciones que vienen al caso al reconsiderar preguntas comunes que suelen hacerse en
este contexto y que algunos autores como Frondizi (1991) han intentado responder:

La primera corresponde al objeto y plantea si los objetos poseen valores intrínsecos a sus
condiciones y cualidades de objeto.

La segunda corresponde al sujeto y plantea si el sujeto construye valores, crea e instituye los
valores y los deposita en los objetos que actúan como recipientes. En este caso son los objetos
los que portan los valores del sujeto y son éstos los únicos valores del objeto.

La tercera corresponde a la autonomía del valor y plantea el hecho de la posibilidad de pensar los
valores lejos del sujeto y del objeto.

Cuando se defiende la objetividad, el primer caso, el sujeto simplemente establece los mecanismos
y estrategias para reconocer ciertos valores que posee el objeto y que proviene del objeto se vuelve
posible, coleccionable por los valores que posee y ni siquiera por el reconocimiento por parte del
sujeto. De forma que, independientemente de los cambios del sujeto, epistémicos, teóricos,
prácticos, el objeto no ve amenazado su valor. Un contra-argumento válido para esta posición y he
aquí la relatividad del asunto, estaría acaso en el establecimiento primero de un objeto como objeto
y su “instalación en el mundo de los objetos”, que se suma a su origen, tales cosas inconcebibles
sin el hombre. En el segundo caso el sujeto otorga valor a los objetos y por tanto los transforma
inmediatamente en objetos coleccionables, pareciendo obvio que se trata de las sombras de valor
que se crean en torno a los mismos objetos y que en el fondo parten del sujeto. Se trata de todas
las cargas semánticas o no que se le han conferido paulatinamente o de la historicidad o aval
histórico del que habla Benjamin. Aquí, el objeto se convierte en algo deseable, en algo valioso y se
le introducen además de valores de cambio, valores modales interesantes, es decir, valores que al
final reposarán en la figura del sujeto: reconocimiento, saber, hedonismo, etc.

Se trata aquí del coleccionista y lo suyo como dice Holz (1979 pp. 84-89), recordando a Benjamin
con su triple línea generacional (buscador de oro, avaro, nigromante). El sujeto y su tesoro, el
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sujeto que atesora y goza individualmente de su posesión, pero también el sujeto como dice este
autor, “cultiva la magia de la nigromancia, que somete lo vivo por medio de lo muerto”; y “el fetiche
se le convierte en valedor de su poder.” El sujeto que se reconoce en los valores que ha creado, que
establece en su hacer una suerte de placer inmediato y que no se desliga de sí mismo, “suerte de
codicia”, “naturalezas muertas”, “alegoría de vanidades.” Esto es ya de por sí el contra-argumento
de esta teoría.

Y en el tercero de los casos, lejos del objeto, entonces sería posible llegar a una colección de
valores, es decir que pudieran los objetos, entre otras cosas, funcionar como detonantes o dispositivos
a través de los cuales el sujeto cree poseer valores, tal y como ocurriría en el anterior caso, pero no
poseería los valores creados por él, sino valores cuya existencia es tan legítima como la del sujeto
y del objeto mismo, y cuyo origen no es precisamente ninguno de éstos.

Creo que el punto neurálgico de estas tres perspectivas, es decir en el punto en el cual el arte no
opta por ninguna consideración subjetivista ni objetivista, ni absolutista, entraría a jugar entonces,
un rol importante la repetición, la desmaterialización, intentando disolver esta dura barricada que
viene de siglos atrás.

ORDENAR BAJO PRESIÓN

Me gustaría ahora tratar brevemente el segundo de los aspectos, el de la ordenación, es decir, ya


entrando en el supuesto de que un objeto sea coleccionable y que en efecto, puede ser aprehendido
como tal, es decir, con este otro valor que se suma a los otros.

El coleccionista busca, selecciona, ordena sus objetos, les da un lugar preciso, un espacio, y con
esto, construye una historia para sus objetos, reconoce el valor de sus colecciones y establece
finalmente a este objeto como coleccionado, es decir, lo pone a circular para efectos de conjunción
y disjunción de los otros coleccionistas. Esta idea de orden, en el caso del arte, está muy vinculada
al origen y desarrollo de espacios expositivos y por supuesto a la ruptura también de estos espacios.
De hecho, la incorporación de valores a los objetos fue desarrollando la idea de ordenación de lo
cotidiano y lo más directo, los fines específicos de la ostentación de ellos obligó la institución de
espacios más cercanos al público. El interior de los palacios y villas es hoy análogo con el interior
de un autobús que se condiciona para mostrar colecciones de arte, pero también están los espacios
urbanos los parques de esculturas, las plazas, las iglesias, los museos, las galerías, los pasillos
de la calle.

El aumento de colecciones ha variado sin duda la estructura rígida del almacén, la incidencia de lo
arquitectónico, las cronologías, han establecido uniformidad, el diálogo, el contrapunto de obras
también, la coexistencia, la ruptura de los marcos límites etc., son ordenaciones que han sido
pensadas, teorizadas. Con orden se busca narrar, con orden se busca fragmentar la narración, con
orden se busca desatender también la linealidad del relato. Pero son ordenaciones al fin. Pequeños
y grandes montajes dependientes o no de la institucionalidad, de los proyectos macro de la cultura
de un lugar. Más complejidad para todos los sentidos que han adquirido estos órdenes, vigilados
por curadores expertos, críticos, espectadores y habitantes. Estructuras móviles que garantizan
momentáneamente la estabilidad del objeto en su posición, ese objeto inserto en una serie cerrada
o abierta, hecho proyecto para detonar (¿denotar?) la ortodoxia y la domesticación del espacio.
Las colecciones de arte sufren de este modo, los destinos de cualquier orden propiciado para su
muestra. Los objetos insertos en un orden que los hace ya partícipes de una colección pequeña,
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seleccionada, elegida, con visos de autenticidad y originalidad curatorial. Y esto es interesante


porque ha fortalecido por ejemplo, otra práctica de la crítica.

Coleccionamos finalmente órdenes, puesto que a veces recordamos más el cómo han sido mostrados
los objetos, pareciera que el valor se traslada de los objetos a estos órdenes que el objeto
continuamente está cuestionando y de allí los resultados, se ordena bajo la presión del objeto.

La última de las cuestiones apuntadas al inicio, termina este texto y la he intitulado a modo de
epílogo:

RE-ESCRIBIR: EL OBJETO-RECUERDO

Estas ideas que siguen se acercan más a una poética del derecho de coleccionar, de las colecciones
y en fin de los coleccionables, que en resumidas cuentas y a mi juicio, permiten una reescritura del
sujeto. Re-escribir sobre el objeto la historia del sujeto implica tratar con otro tipo de valores, los
pasionales. Valores que se superponen al objeto o que se disuelven en él. Digamos que los
coleccionables son la forma por lo pronto, que adquiere el recuerdo y la memoria. Se releen pequeñas
historias y surgen pequeñas mitologías objetuales que llegan a la repetición, a la síntesis, a la
abstracción. Cada objeto ostenta la presentación inmediata de un tiempo vivido, anulando el tiempo
presente. Son los coleccionables otros, en los cuales el sentido de la avaricia disminuido, da paso
a una exploración del pathos y del ethos en el sujeto. Volver a los años ’20, a los ’30, a los ’40, a los
’80 a través de objetos es fácil, la reproducción, o el objeto coleccionado se insertan en el espacio
cotidiano como un dispositivo neofigurativo, como un mecanismo que permite identificar algo cuyo
relato parece haberse disuelto... envuelto quizá en toda una enciclopedia de la curiosidad y del
consumo, la situación viene a sumarse y propone incluso como algo coleccionado la evocación, la
emoción, los estados y cada cual con su historia que contar. Detrás, una nostalgia disimulada
vestida de materia, ha logrado en parte sustituir la vivencia y la nueva huella permite en todo caso
permanecer anclado a algo.

Cuando la codicia coleccionadora se desvirtúa como dice Holz y cito: “El recuerdo se aferra a una
cosa, que sirve de catalizador para crear asociaciones. Como cosa no tiene valor, pero como
indicio está lleno de significado. En su objetividad menor se convierte en metáfora, en objeto alma
que debe cobijar perpetuamente en sí una dicha momentánea y fugaz” (1979, p. 85)

Se trata entonces de la intimidad. La imagen del armario tratada por Bachelard (1986) por ejemplo,
la del cofrecito, la del cajón. Espacios donde los ordenes que se establecen no suelen sino
desplegarse en la relación íntima del sujeto y objeto hasta lograr una topología casi tímica o una
topología de la foria, que se describe por los objetos colocados de la forma en que están. El
recuerdo se aferra a las cosas y los sujetos se aferran a los recuerdos y a las cosas. Esta carga
semántica que no se puede diluir del todo con las últimas trasgresiones, corresponde tal vez a ese
terreno que llamamos perversión. Dice Bachelard, “cuando se da a los objetos la amistad que les
corresponde, no se abre el armario sin estremecerse un poco.” El museo como cofrecillo, con
cerradura para ser violada, con el aviso de secretos guardados, obras y recuerdos memoriales de la
historicidad, con etiquetas de manejo, con seguros impagables, con las colecciones de todos.

Una vida sin recuerdos y sin objetos-recuerdos, ha sido tema de algunas propuestas cinematográficas
recientes, como el caso de ese personaje que escribe sobre su cuerpo utilizando pasteles, tatuajes,
cintas, etc., lo que vive en cada segundo de lucidez, porque inmediatamente cae en un estado de
amnesia y lo escrito, que como la única certeza posible que tiene para iniciar el siguiente instante
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de la vida. Esto es en cierta forma una poética sobre el coleccionismo, coleccionar información,
datos de experiencia que nos permite reconocer el día a día pareciera, así, que somos una crítica
entera a la memoria y el recuerdo, ya lo único coleccionable entonces es el cuerpo aunque tan
finito.

Baudrillard habla de la colección como un sistema marginal y dice: “reconozcamos que nuestros
objetos cotidianos son efecto, los objetos de una pasión, la de la propiedad privada, en la que la
inversión afectiva no cede en nada a las demás, que a veces reina sola en ausencia de las demás,
que a veces reina sola en ausencia de las demás. Pasión templada, difusa, reguladora, cuyo papel
fundamental en el equilibrio vital del sujeto y del grupo, en la decisión misma de vivir no sabemos
apreciar bien. En este sentido, los objetos son, aparte de la práctica que tenemos, en un momento
dado, otra cosa más, profundamente relativa al sujeto, no sólo a un cuerpo material que resiste,
sino un recinto mental en el cual yo reino, una cosa de la cual yo soy el sentido, una propiedad, una
pasión (1990, p. 97).

Siguiendo a este autor, pensamos que los objetos permiten al sujeto reconstruir un mundo, una
totalidad privada, y pueden ser poseídos además de utilizados, en este sentido, el objeto toma un
status subjetivo, se convierte en objeto, en magnífico objeto, y allí, estamos de acuerdo, uno solo
basta. Resultado de esto que Baudrillard (1990) llama “totalización abstracta del sujeto” es acaso
la organización de los objetos, que siendo más o menos compleja los remite unos a otros y hace
de cada objeto una abstracción suficiente para que pueda ser recuperado, en esa otra abstracción
que significa el objeto de posesión. “Esta organización es la colección, —dice— lugar donde la
empresa apasionada de la posesión, donde la prosa cotidiana de los objetos se vuelve poesía,
discurso inconsciente y triunfal, y donde resurge un nuevo objeto, el objeto amado.”

Este juego pasional, hace que cada objeto sea la sustitución del sujeto y esto se da al infinito. Ese
objeto entendido como el “animal doméstico como excelencia”, proporciona reenvíos de lo deseado,
es a fin de cuentas una huída apasionada que regula la vida y desaparece la neurosis, y forman “la
decoración de una mitología tenaz, la decoración ideal de un equilibrio neurótico.” El objeto se
vuelve singular, su rareza, su unicidad en la subjetividad es posible y alcanzable.

Esta sucesión de términos que es la colección termina en la persona del coleccionador. Encerrado
en los celos de la posesión se satisface con el valor que puede tener el objeto para los demás y en
frustrar al otro por no tenerlo, equivalentes narcisistas del yo o como quiera pensarse parece que la
fragilidad de una colección está amenazada continuamente por el mundo real, un fin lógico o ilógico
de toda esta pasión, ha permitido la destrucción de colecciones enteras. Suerte de perversión, la
regresión que se presenta en el hecho de coleccionar permite vivir y convertir al otro en objeto
deseable, una colección que erotiza el sí mismo e incluso hace de la relación amorosa un discurso
sobre el sí mismo que se cuenta a través del fragmento, del cuerpo, del objeto. De este discurso
que parece lo bastante transparente, viene el auto engaño que produce tener los significantes y la
garantía de que el significado último de estos significantes sea el sujeto mismo. Visto así, el
coleccionismo sigue siendo entonces —como afirma Braudillard (1990)— un proyecto que de alguna
forma se mantiene condenado al fracaso.
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Bibliografía

BACHELARD, GASTON (1986) La poética del espacio. México: Fondo de Cultura Económica.
BAUDRILLARD, JEAN (1990) El sistema de los objetos. México: Siglo Veintiuno Editores.
FRODIZI, RISIERI (1991) ¿Qué son los valores? México: Fondo de Cultura Económica.
HEINZ HOLZ, HANS (1979) De la obra de arte a la mercancía. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.
RICO, JUAN CARLOS (1996) Montaje de Exposiciones. España: Sílex Ediciones.
Maurizzio Cattelan
“La Nona Ora” 1999
Olaf Beruning
“Dead Lock”

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