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JAN KONEFFKE, «Escribir, recordar, inventar» (fragmentos)

(Fuente: revista Tsé-tsé Nº 18-19, Buenos Aires, 2008)

Yo recuerdo cuando escribo. Sólo lo recordado habla, antes todo era silencio. Hace falta distancia
en el tiempo para que lo sucedido, visto, percibido pueda transformarse en experiencia. Se
transforma en recuerdo, nunca es lo que fue. Está consciente de eso, no insiste en la «autenticidad».
Al contrario, le parece ingenua la creencia del escribiente según la cual lo acontecido es lo que es.
Es siempre otra cosa antes de coagularse en lenguaje.

La inmediatez sólo se da cuando las imágenes y las palabras en el caleidoscopio de la memoria


«componen un orden en el desplome». El recuerdo distancia la realidad, esta es irreal, onírica y
podría ser también diferente. El mundo que sólo es lo que es se descompone en pedazos que se
pueden recomponer. El recuerdo que siempre gira alrededor de lo efímero volatiliza lo empírico sin
hacerlo desaparecer. Su estado de agregación cambia. Cuando despierta de la rigidez letal permite
casi serenidad. Pero serenidad que se debe a la memoria, sigue siendo irreal, no perdura.

Recuerdo cuando escribo. Un recuerdo que pone en marcha la escritura, que la mantiene en
movimiento, ya no puede ser inocente. Su efecto es reconstructivo. El procedimiento lo separa de la
felicidad que le atribuyen. La reconstruye. Debajo de escombros de palabras, escorias del yo,
vestigios de sueños, busca sus huellas. El recuerdo persigue a la felicidad y al sentido como al autor
de un crimen que ya no se puede comprobar.

Yo recuerdo cuando escribo. ¿Pero quién es ese «yo»? Una palabra que apenas puede ser más
abstracta. El recuerdo recuerda el yo, busca en las capas petrificadas huellas digitales y del alma. Lo
que encuentra siempre es inventado, un yo interpretado de forma arqueológica. La historia
alrededor del yo sigue siendo ficticia. Eso permite, más bien requiere ficción; donde la cuentan, un
conjunto de personajes entra al escenario.

Yo me acuerdo del lenguaje cuando escribo. El recuerdo lo relativiza, aniquila los significados fijos.
Las palabras empiezan a tropezar. El recuerdo no busca un lenguaje que podría romper el muro
hacia lo real. La tradición no ofrece ninguna reserva de verdaderas palabras originales. Y el
lenguaje no es un muro opaco que cubre lo real. Hace rato la crisis del lenguaje se agravó, hasta
convertirse en una crisis de la cosa. Eso distingue la nueva experiencia de la crisis, de la de
Hofmannsthal. El lenguaje es todo y todo está transformado en lenguaje. La selva de mediaciones
crece de modo exuberante, mientras la selva primitiva desaparece. Las palabras corresponden a las
cosas como los conceptos de la zoología a cada uno de esos animales que solo han sobrevivido en
los zoológicos. El recuerdo del lenguaje reconoce su ilusión, su afasia, gira constantemente
alrededor de la nada en el lenguaje.

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