Vous êtes sur la page 1sur 5

Peter Zumthor

(1943/04/26 - Unknown)

Arquitecto suizo

 Obras: Termas de Vals, Casa Räth, Bruder Klaus Kapelle...


 Premios: Premio Pritzker (2009), Premio de Arquitectura Contemporánea Mies van
der Rohe (1998), Praemium Imperiale (2008)...
 Cónyuge: Annalisa Zumthor-Cuorad

Nació el 26 de abril de 1943 en Basilea, Suiza.

Hijo de un fabricante de muebles. Se formó como ebanista antes de pasar a


la arquitectura, que estudió en Suiza y Nueva York.

En el año 1979 se radica en la región suiza del Grisón.

La esencia de su arquitectura está en la experiencia de las texturas, el juego de la luz, la


celebración de la manualidad y la kinestesia de los espacios.

Entre sus obras destacan los lujosos baños termales de Vals, que abrieron sus puertas en
1996 tras diez años de trabajo, y que es considerada su obra maestra.

En 1999 fue galardonado con el Premio Mies van der Rohe de Arquitectura Europea por
su Museo de Arte de Bregenz, en Austria. Además ha recibido otras distinciones y
premios; la Medalla de Oro Heinrich Tessenow (1989), Premio Calberg
Architecture (1998), miembro honorario del Royal Institute of British Architects (2000) y
el Premio Imperial de Japón (2008).

Aunque Zumthor desarrolló la mayor parte de su trabajo en Suiza, también ha diseñado


proyectos en Alemania, Austria, Holanda, Inglaterra, España, Noruega, Finlandia y EE UU.

Fue el ganador del Premio Pritzker de 2009, el máximo galardón en el mundo de la


arquitectura y con el que el jurado rinde honores a su extraordinaria destreza. Se
convierte en el tercer arquitecto suizo que recibe el Pritzker, considerado el 'Premio
Nobel' de la Arquitectura.

El presidente del jurado del Premio Pritzker, Lord Palumbo, ha dicho sobre Zumthor:
"Tiene una gran habilidad para crear lugares que son mucho más que un simple edificio.
Su arquitectura expresa respeto por la primacía del lugar, el legado de la cultura local y las
lecciones imposibles de valorar de la historia de la arquitectura".

En 2012, fue galardonado con la Medalla de Oro RIBA.

Casado con Annalisa Zumthor-Cuorad, tuvo tres hijos.

Obras seleccionadas

1983 Escuela elemental Churwalden, Churwalden, Cantón de los Grisones, Suiza.


1983 Casa Räth, Haldenstein, Graubünden, Suiza.
1986 Edificio para albergar restos arqueológicos romanos, Chur, Cantón de los Grisones,
Suiza.
1986 Estudio Zumthor, Haldenstein, Cantón de los Grisones, Suiza.
1989 Capilla de San Benito, Sumvitg, Cantón de los Grisones, Suiza.
1990 Museo de arte de Chur, Chur, Cantón de los Grisones, Suiza.
1993 Residencia para la tercera edad, Masans, Chur, Cantón de los Grisones, Suiza.
1994 Casa Gugalun, Versam, Cantón de los Grisones, Suiza.
1996 Spittelhof housing, Biel-Benken, Cantón de Basilea-Campiña, Suiza.
1996 Termas de Vals, Vals, Cantón de los Grisones, Suiza.
1997 Museo de Arte de Bregenz, Bregenz, Vorarlberg, Austria.
1997-2000 Pabellón de Suiza para la Exposición 2000, Hannover, Alemania.
1997 Villa en Küsnacht am Zürichsee Küsnacht, Suiza.
1997 Lichtforum Zumtobel Staff, Zürich, Suiza.
1997-2000 Museo diocesano de Kolumb, Colonia, Alemania.
1999 Cloud Rock Wilderness Lodge Moab.
2007 Bruder Klaus Kapelle

Pensar la arquitectura
IDALIA SAUTTO
“Antes de conocer siquiera la palabra arquitectura, todos nosotros ya la hemos vivido. Las raíces de
nuestra comprensión de la arquitectura residen en nuestras primeras experiencias arquitectónicas: nuestra
habitación, nuestra casa, nuestra calle, nuestra aldea, nuestra ciudad y nuestro paisaje son cosas que
hemos experimentado antes y que después vamos comparando con los paisajes, las ciudades y las casas
que se fueron añadiendo a nuestra experiencia.”
Peter Zumthor
Pensar la arquitectura es un libro que habla sobre recuerdos, sensaciones y experiencias que ha vivido
Peter Zumthor. Su escritura es honesta porque no trata de llevar a cabo un ensayo sesudo de la arquitectura,
no trata de impostar conceptos y aplicarlos al trabajo del arquitecto. Ensayo, viñeta, reflexión se mezclan
en una estructura fragmentada de la escritura que no molesta al lector y le brinda pausas para pensar cada
escena descrita. Es un libro que está escrito en momentos diferentes en donde a veces hay continuidad de
una reflexión y otras son simplemente pequeños pasajes que hacen habitar al lector en los recuerdos del
propio Zumthor.

¿Qué estoy haciendo y por qué lo hago? Son preguntas clave de la reflexión que hace Peter Zumthor a lo
largo del libro. El proceso creativo de un arquitecto se remonta a la propia experiencia que cada quien ha
tenido en su vida. Todas las personas hemos vivido la arquitectura sin reflexionar sobre ella. Y es
justamente esta pregunta la que hace que el lector se pregunte por su propia experiencia con la arquitectura
¿cómo era la luz que entraba a la cocina de nuestra casa?, ¿qué veíamos al abrir una ventana?, ¿cómo eran
las puertas?, ¿tenían rechinidos?, ¿cómo era el piso?, ¿qué nos evoca?, ¿qué sentimos? Hay que recordar
cómo vivimos la arquitectura: “hablar de todos los picaportes que vinieron después de aquel picaporte que
abría la puerta del jardín de mi tía” escribe Zumthor.

“¿Dónde encuentro la realidad a la que tiene que apuntar mi fantasía cuando intento proyectar un edificio
para un lugar y un fin determinados?” A lo largo del libro hay diferentes preguntas sobre los resortes que
activan la creación del arquitecto, cómo integrar los materiales que existen en un lugar, cómo se configura
un espacio en una montaña, cuáles son las necesidades de los que habitarán ahí, y posteriormente cuál es
el resultado final. A veces, una vez realizado el edificio se puede revelar inhóspito, experimentar
atmósferas que el arquitecto no tenía contempladas que pueden ser por los materiales ocupados o por el
tipo de muros.

A lo largo del libro Zumthor hace descripciones de los lugares que ha disfrutado, recorrido y que muchas
veces no han sido construidos por arquitectos pero que han captado un sentido del espacio que quieren
habitar como sucede con la casa de Mathias Goeritz en Cuernavaca. Zumthor hace referencia a sus propias
experiencias y cómo éstas se han reflejado en su trabajo como arquitecto. Los recuerdos de alguna
arquitectura lejana que pudo quedarse en la memoria quizá por su olor o tal vez sólo porque perteneció a
una película. El arquitecto tiene que captar las atmósferas que genera una arquitectura más que ser un
observador meticuloso. Tener en el recuerdo una arquitectura que ha generado una sensación. Recuerdos
que traen a la mente del arquitecto un espacio deseado que nunca existió pero que conducen a lo que busca
y creará en un futuro: “mediante mis obras no intento querer producir emociones, sino dejar que las
emociones se expandan”.
En los proyectos de Zumthor siempre está la pregunta por lo que se quiere sentir cuando se entra a una
casa o a un edificio pero también qué uso tendrá ese edificio o esa casa. ¿Qué contiene un edificio?, ¿cómo
se vive la arquitectura? “La buena arquitectura debería acoger al hombre, dejarle que viva y habite allí, y
no abrumarle con su charla […] en los edificios hay un estar callados”. Hay que pensar cómo se vivirá ese
edificio en unos diez años, qué devendrá de esa arquitectura. Hay arquitectura que contiene un pedazo de
historia, edificios que nos gusten o no, han logrado establecer un lazo con el pasado: “Edificios que parecen
enraizados a su lugar, un espacio que ya no se concibe sin ese edificio. Edificios que intervienen una
situación histórica”. Se puede hablar de una época a partir de un edificio. Escribir una historia de la vida
cotidiana desde las casas del siglo xviii es una tarea que ha fascinado a varios historiadores del arte pero
¿cuál es el alma de un edificio?, ¿para qué necesidades se construye?, ¿cómo se tiende el puente entre un
edificio que pertenecía al siglo xviii y se interviene para que funcione en el siglo xxi? Hacer que en un
mismo edificio coexistan dos lenguajes que pertenecen a dos épocas diferentes es un desafío que un
arquitecto tiene que analizar para no terminar haciendo edificaciones restauradas, imitaciones de una época
que no son y que no responden a las necesidades de sus nuevas funciones: “Para que lo nuevo pueda
encontrar su lugar nos tiene primero que estimular a ver de una forma nueva lo preexistente”.

“Proyectar significa inventar, entender y ordenar” ¿Cómo se comienza el proyecto de un edificio? ¿El
arquitecto va del plano hacia un resultado final que ya se tiene determinado? ¿Qué pasa cuando no se tiene
un dibujo final? Construir desde los conceptos, ir del espacio a la construcción en un proceso que no
siempre tiene que tener un dibujo final al que se quiere llegar sino completamente lo contrario: una
arquitectura que se va dibujando con base a las necesidades que requiere o exige cada proyecto. Materiales,
utilidad, elementos que no tienen una representación determinada pero que después configuran el espacio
arquitectónico. A veces sucede que no es necesario tener las formas estilísticamente preconcebidas.
Zumthor piensa la arquitectura como se concibe un cuadro o una novela, no siempre es necesario
concentrar todo el proyecto en un final establecido, es por ello que pone tanto énfasis en el proceso
arquitectónico de cada casa u obra, hay que buscar “una arquitectura que ponga a disposición el espacio y
que me deje habitar”.

“La construcción es el arte de configurar un todo con sentido a partir de muchas particularidades”. Si
entramos a una casa, la recorremos y nos sentimos a gusto, la utilidad de la casa es ideal no necesitamos
si quiera cuestionar si esa casa reúne todas las cualidades para ser una obra maestra, es suficiente sentir
que el espacio nos acoge, nos permite estar, habitar, residir. El espacio es creado por las personas, a veces
la arquitectura está abierta al diálogo, una arquitectura que configura un espacio según las personas que la
habitan. Las situaciones espaciales, nos dice Zumthor, deben concordar con el lugar y hace hincapié en la
importancia de la utilidad del objeto arquitectónico en la vida práctica. Hay espacios que necesitan generar
una atmósfera de hospitalidad como una casa de huéspedes, ahí son necesarios lugares en los que las
personas puedan encontrar rincones con luz y sentarse a leer un rato. Hay también espacios en los que se
puede crear cierta teatralidad, que las personas entren al lugar como si se tratara de un escenario, por
ejemplo, el lobby de un hotel en donde los huéspedes pueden ser espectadores desde una terraza: “los
detalles, cuando sale bien, no son decoración. No distraen, no entretienen, sino que conducen a la
comprensión del todo, a cuya esencia necesariamente pertenecen”.
Pensar la arquitectura es un libro, pero más que un libro es una experiencia, que invita a reflexionar sobre
el espacio que nos rodea, un libro que nos lleva a pensar en nuestros propios recuerdos encerrados siempre
entre atmósferas y arquitecturas que siempre nos han acompañado y nos han dado la dimensión de un
mundo, nuestro mundo, sin haberles prestado atención. Zumthor se permite hablar de absolutamente todo
lo que esté relacionado con la arquitectura y no tiene prejuicio en mezclar sus experiencias personales con
su visión de la arquitectura. Sus viñetas a veces quedan abiertas, a veces las vuelve a retomar, pero quizá
lo que se puede disfrutar es la claridad de sus apreciaciones. Podemos pensar en la filosofía en términos
abstractos, la historia del arte apela a lo conceptual, las cosas esconden su verdadero signo y hoy en día
cualquier objeto cotidiano puede tener múltiples significados si se le coloca dentro de un museo. Para
Zumthor la arquitectura es aquello que opone resistencia en un mundo en donde todo puede ocultarse. La
arquitectura tiene que ser concreta, tiene que tener un espacio en el mundo: “La realidad de la arquitectura
es lo concreto, lo convertido en forma, masa y espacio, cuerpo. No hay ninguna idea fuera de las cosas”.

Al terminar de leer el libro hay que subir la mirada e interrogarnos por el espacio que estamos viviendo
en este momento. ¿En dónde estamos leyendo?, ¿estamos cómodos?, ¿qué espacio nos acoge? Después de
leer a Peter Zumthor hay una parte del cuerpo que se queda sensible al espacio. Pensar la arquitectura lo
leí sentada en la mesa de mi comedor y cada vez que hacía una pausa veía la sala. Entonces me di cuenta
que desde que me había cambiado a este departamento había algo de la sala que siempre me incomodaba.
¿Por qué no estoy en un sillón leyendo? ¿Por qué llevo horas sentada en el comedor leyendo un libro?
Observé el piano, demasiado corrido hacia la derecha, casi como si quisiera huir de ese espacio. Entonces
recordé cuál era el espacio que tenía ese piano. La historia del espacio del piano se me vino de golpe, y a
pesar de que era la primera vez que reflexionaba al respecto, me sorprendí de recordar con tanto detalle
cada lugar que había ocupado.

Cuando tenía once años mi mamá decidió comprarme un piano porque tenía cerca de tres años tomando
clases y tocaba muy bien. Antes de que llegara el piano mi mamá, mi papá y yo decidimos mover todos
los muebles de la sala para que el piano ocupara el centro de la sala. Los muebles se acomodaron alrededor
de un espacio vacío y después de tres días el piano llegó. Hubo una comida de bienvenida a donde fueron
invitados mis abuelos y yo toqué el piano para todos. El piano ocupó su lugar en mi casa y en mi vida
también. Después mis padres se divorciaron y el piano volvió a cambiar de lugar, siguió siendo el centro
de la sala pero ahora estaba en un lugar en donde le daba más el sol, cerca de la ventana. Después mi mamá
compró un departamento y el piano subió a un tercer piso, ocupando igualmente el centro de la sala pero
ahora ya no había nadie que lo tocara, lo había abandonado por completo. Pasaron unos años y mi mamá
compró una sala que orilló al piano a una especie de “no lugar” entre la sala y el comedor. Me cambié de
casa y decidí que el piano, como ya no lo tocaba, lo dejaría en casa de mi mamá. Pero después hubo una
parte de mí que me hizo regresar por el piano y llevarlo a mi nuevo hogar. Con Alberto y con Esteban
movimos todos los muebles de la sala y el piano volvió a tener un lugar en el centro. Esteban comenzó a
tocarlo pero también lo abandonó. En la última mudanza el piano quedó “adentro” de la sala, pero la sala
nunca pareció sala, los sillones aislados y esta atmósfera medio inhóspita la sentí con toda su fuerza al
terminar de leer a Zumthor. Me entraron unas ganas enloquecidas de querer reacomodar todos los muebles,
cambiar la alfombra por la del cuarto, traer otro sillón que estaba en el estudio. Hice memoria y me di
cuenta que en todo lo que llevo viviendo en este departamento mis visitas siempre se han quedado sentadas
en el comedor, la sala no tenía alma para las reuniones. Hablé con Gabriela, porque ella me prestó el
libro Pensar la arquitectura, y le dije: he terminado de leer el libro de Zumthor, y ahora más que escribir
la reseña del libro quiero cambiar los muebles de mi sala y comedor de lugar. Soltó una carcajada y le
conté con detalle mi experiencia con el espacio. Nos vimos al día siguiente para mover todo de lugar. El
piano otra vez es el centro de la sala y creo que he logrado una atmósfera acogedora en donde uno pueda
sentarse a leer un libro o tomar un vodka-time.

Vous aimerez peut-être aussi