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El conflicto en Colombia tiene una historia de larga duración, tan extensa que casi

consideramos haber vivido siempre en él. Las cifras del conflicto muestran
población afectada en todas las direcciones, resulta en particular preocupante la
violencia contra niños, niñas y jóvenes, la violencia contra la mujer y la agresión
a población indígena y afrodescendiente. Frente a ello, el psicólogo presenta
grandes desafíos, entre ellos romper las fronteras de su práctica tradicional,
abordar el conocimiento de su realidad y rescatar el valor y el poder de las
poblaciones para agenciar su cambio. La formación de profesionales que
enfrentarán en el inmediato futuro este desafío, deben ser educados a la altura
del desafío, con nuevas prácticas, mayor contacto con la realidad y mayor
pertinencia y espíritu crítico en los contenidos.

El conflicto armado en Colombia lleva 43 años en su último periodo. Esta ubicación


reconoce el nacimiento de las FARC-EP y del ELN, como un momento clave en la
historia del conflicto en el año 1964. Un conflicto de tan larga duración que ha
sido catalogado como uno de los más antiguos del planeta. Para los colombianos,
la violencia siempre ha existido, no ha habido nunca propiamente tiempos de paz,
de tal suerte que todas las violencias de todos los tiempos parecen ser una y la
misma. En el conflicto en Colombia hemos sido testigos de cómo se han deteriorado
y acabado comunidades enteras gracias a la violencia que se presenta, es aquí
donde empieza el desafío para las ciencias comunitarias Ya que en este sentido
tanto psicologos como trabajadores sociales y otras organizaciones han tratado de
llegar a las partes más alejadas de Colombia para ayudar y apoyar a las víctimas
del conflicto armado que son en gran número y con diferentes vivencias. El reto
representa llegar a las comunidades y apoyarlas hacer un seguimiento con una
creatividad y de una manera diferente para que la población se sienta acompañada
y no se sienta sola, se debe trabajar individualmente y en conjunto Social para que
todos y cada uno pueda reconstruir su vida y tratar de tener un mejor presente ya
que las secuelas del conflicto armado son grandes y dejan familias disfuncionales
problemas en la salud, tanto físicas como mentales. Péchate (2001) al respecto
señala: “La memoria de la violencia sigue siendo, en efecto, singularmente fuerte.
Una memoria compleja, como lo ha sido La Violencia misma (…) Esta memoria no
es extraña en la reiniciación de la violencia a fines de los años setenta. Ella ha
forzado el imaginario social que incita a pensar que las relaciones sociales y
políticas son regidas constantemente por la violencia, y que esta puede invadir de
nuevo toda la escena” (p. 110).

¿Qué tipo de sociedad somos habiendo crecido y creído que la violencia nos
constituye y es parte de nuestra realidad? El colombiano naturaliza su escena, se
comporta y transita por su vida lidiando con la existencia de la violencia y sólo en
breves instantes se libra de lo que llamaría Martín-Baró el fatalismo. Blanco& Díaz
(2007) señalan al respecto: “ (…)Consuelo, por su parte, es el vivo ejemplo de
reactancia: confronta esa honda actitud de pasividad conformista y resignada ante
lo que la vida tenga a bien depararle e intenta abrirse camino hacia la rebeldía
(fatalismo reflexivo le podríamos llamar con la ayuda de Beck) para salir de la
“ruta marcada por las generaciones pasadas””. Quizás así vivimos los colombianos,
en medio de la incertidumbre, la inseguridad, la resignación, la conformidad, la
apatía, diversas formas, que nos recuerdan Blanco & Díaz (2007), son el amparo
contra la posibilidad de desaparecer que siempre trae consigo la violencia. Es aquí
cuando el colombiano se enfrenta con las barreras de acceso al estudio, a un
trabajo se encuentra con la polarización de que sólo las grandes élites las personas
de apellido sólo pueden acceder. eso Y está tan acostumbrado a ver eso que se
prefiere hacer caso omiso Y tratar de salir adelante de otras formas posibles.

Los efectos devastadores de 43 años de confrontaciones sobre variedad de


poblaciones ha intentado calcularse, especialmente en las últimas décadas con la
ayuda de entidades del Estado o no gubernamentales, regionales, nacionales, e
internacionales como, Human Right Watch, UNICEF, Consultoría para los derechos
humanos y el desplazamiento (CODHES), Cruz Roja Internacional, Agencia de la
ONU para los refugiados (ACNUR), Amnistía Internacional, Fundación País Libre,
colegio colombiano de psicología. entre muchas otras. Estas organizaciones
cuentan con observatorios de violencia, redactan informes, realizan denuncias,
atienden llegan a la comunidad de una manera creativa para ayudar y disminuyen
los impactos del conflicto sobre todos los actores, tomando como base cifras que
colectan con rigor y constancia para producir estadísticas. Estas cantidades
profusamente almacenadas y analizadas han ayudado a visualizar la situación por
poblaciones, por regiones, por tipo de lesiones, por actores y en líneas de tiempo.

La violencia en Colombia abarca muchos perfiles y para que el profesional en la Salud Mental
tenga una mejor visión y pueda ayudar Mejor a la comunidad se debe tener más especialización en
el campo del conflicto armado porque eso es lo que está viviendo Colombia en este momento y
necesita más profesionales que lleguen a las comunidades a transformar, a contribuir de manera
positiva a las personas para que puedan tener un presente mejor. El conflicto armado es algo qué
ha estado en los colombianos desde mucho tiempo atrás y ahora con el tratado de paz se puede
evidenciar un cambio y un esfuerzo por tratar de reparar a estas víctimas. Porque para que haya
un perdón y las comunidades puedan salir avanzar se necesita que se hable con la verdad. La
verdad de cómo ocurrieron las cosas y de cómo ha sido el conflicto en Colombia hace que esto no
se repita en un futuro.

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