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trabajo social
Gustavo parra
Introducción: El desafío de la reconstrucción
histórica
La elaboración del presente trabajo es el resultado
de un particular recorrido que es necesario destacar.
Originalmente nos habíamos propuesto estudiar el
desarrollo del movimiento de reconceptualización en
Argentina, movimiento que cronológicamente lo ubi-
camos entre 1965 y 1976, expandido por toda Lati-
noamérica y que le cupo al Trabajo Social argentino
ser uno de los pioneros del mismo, -junto a Brasil,
Uruguay y Chile-, llevando adelante una renovación
profesional tanto a nivel teórico como en su inserción
práctica.
En el camino metodológico de reconstrucción histó-
rica, fuimos descubriendo serias dificultades para
nuestro emprendimiento. El estado del arte sobre es-
ta temática presenta, entre otras, las siguientes ca-
racterísticas: escasa producción teórica que ubique la
profesión en Argentina inserta en las relaciones socia-
les del modo de producción capitalista y que realice
un análisis crítico de sus matrimonios y divorcios con
las diferentes matrices teóricas de las Ciencias Socia-
les, escasa producción de bibliografía que se detenga
a analizar la historia del Trabajo Social argentino des-
de una perspectiva que considere- los determinantes
económicos, políticos y sociales en los cuales surgió y
se desarrolló la profesión; escasa información sobre
los espacios profesionales donde se insertaron los
trabajadores sociales a lo largo del desarrollo de la
profesión; escasa o inexistente información cuantita-
tiva en relación al número de escuelas, tipo de de-
pendencia y egresados. Por último, podíamos recurrir
parcialmente a investigaciones realizadas desde una
perspectiva crítica e histórica en otros países de Lati-
noamérica, utilizando su método de abordaje y de
análisis pero debiendo considerar las particularidades
del caso Argentino.
Es en este sentido, que al intentar reconstruir los
principales rasgos de la profesión previos a la recon-
ceptualización, nos deparamos con perspectivas de
análisis y producciones teóricas que poco nos permi-
tían aprehender la dinámica histórica y social en la
cual surgió y se expandió la profesión en Argentina.
Por un lado, los estudios sobre la profesión en el país
han priorizado el análisis instrumental de la misma,
señalando especialmente el carácter “auxiliar” y “sub-
sidiario” con relación a otras disciplinas (derecho,
medicina, sociología, etc.). Por otro lado, existen va-
cíos de información, -tanto a nivel de análisis teórico
como de datos estadísticos-, no siempre de fácil acce-
so, ni de fácil resolución.
Fue de este modo que aquello que sólo tenía la in-
tención de ser una breve referencia al proceso históri-
co previo al período 1965-1976, se transformó en el
centro de nuestro análisis. Allí se presentaba nuestro
desafío, la reconstrucción histórica de los oríge-
nes y la expansión del Trabajo Social argentino,
no en cuanto una mera cronología enunciativa sino
como proceso social e histórico construido en la com-
pleja trama de las relaciones sociales, políticas, eco-
nómicas y culturales.
Desde esta perspectiva, cobraba vigor la dimensión
política de nuestro estudio. Examinando por un lado,
el actual contexto nacional e internacional, marcado
por procesos de globalización, neoliberalismo y políti-
cas de ajuste, -generando un considerable aumento
de la pobreza y, sobre todo, del fenómeno de exclu-
sión social-; y por otro lado, que el Trabajo Social
como profesión, es expresión de diversos proyectos
sociopolíticos, y consecuentemente, produciendo di-
versas prácticas ante los procesos sociales; creemos
que aquellos profesionales comprometidos con los
sectores populares, debemos tener la capacidad teó-
rica y práctica de buscar caminos singulares que nos
permitan superar prácticas cristalizadas, rutinarias y
burocratizadas. Características estas que parecen
atravesar las prácticas profesionales y el ideario del
colectivo profesional, marcado en muchos casos por
una “inacción” preocupante. Desde esta posición con-
sideramos que desentrañar el complejo tejido de rela-
ciones en tomo a las cuales se institucionalizó la pro-
fesión en el país y su posterior desarrollo puede brin-
darnos elementos para una comprensión más acaba-
da sobre qué es el Trabajo Social en la Argentina de
fin de siglo.
Fue entonces que nos propusimos realizar una re-
construcción de los principales rasgos de la tra-
yectoria histórica de la profesión en Argentina.
Reconstruir la historia del Trabajo Social argentino
nos colocó ante el desafío de superar un conjunto de
fechas y acontecimientos desconectados entre sí y
descubrir, desentrañar en ese pasado, las determina-
ciones históricas, sociales, económicas y políticas que
le dieron origen.
En un primer momento, la perspectiva de Walter
Benjamín sobre la historia, nos brindó elementos
orientadores para nuestro trabajo. No se trataba
pues, de alcanzar una cronología basada en un tiem-
po lineal, ni de acumular una sumatoria de hechos, ni
retratar una imagen estática del pasado, sino rescatar
la “unicidad” del mismo, su carácter singular que
permite construir ese otro concepto de tiempo, el
“tiempo-ahora”, esa otra historia. Este tiempo pasado
lo consideramos no como un tiempo vacío y homogé-
neo, sino como un tiempo en movimiento, como un
tiempo sido que se encuentra en relación dialéctica
con el tiempo ahora, como un tiempo saturado de a
horas.
Pero aprehender la dinámica de la profesión nece-
sariamente nos condujo a aprehender la dinámica so-
cial más amplia del país, en la cual adquiría significa-
do y relevancia el estudio del Trabajo Social, en rela-
ción dialéctica entre el todo y las partes y entre las
partes y el todo, necesaria relación para el avance del
conocimiento2. La comprensión de la profesión no se
hallaba contenida únicamente en sí misma, sino como
parte de un conjunto mayor que tiene como referen-
cia una particular problemática social, económica y
política.
Asimismo, las prácticas sociales no se comprenden
a través de sujetos aislados, ni por el pensamiento de
un sujeto, sino que el sujeto de la acción es un grupo,
un “nosotros”, al mismo tiempo que su pensamiento
hace referencia a esta totalidad3. Es de este modo
que a través de la reconstrucción histórica de la pro-
fesión, intentamos rescatar la memoria del colectivo
profesional, la memoria de ese “nosotros”, trabajado-
res sociales.
Así se encontraba planteada nuestra tarea, no un
mero contemplar pasivo del pasado, no una simple
descripción de hechos aislados, sino un diálogo, un
encuentro, una experiencia que permitiera recuperar
todo el dinamismo, toda la potencialidad, todas sus
contradicciones y debilidades, en síntesis que nos
permitiera llegar a comprender la esencia del surgi-
miento del Trabajo Social argentino.
El desarrollo histórico del Trabajo Social
Ya hemos expresado que los estudios sobre la pro-
fesión en el país presentan serias dificultades para un
análisis crítico e histórico del Trabajo Social. Para que
esta afirmación no quede como un simple discurso re-
tórico, creemos prudente exponer y clarificar estas
distintas perspectivas, -analizando los límites y posi-
bilidades que estas producciones nos brindan-, ade-
más de ampliar nuestra visión de análisis con otros
estudios realizados sobre el desarrollo histórico del
Trabajo Social.
Ander-Egg, ya en el prólogo a la segunda edición de
su libro sobre la historia del Trabajo Social en 1975,
señalaba la necesidad de aclarar que el mismo "sigue
siendo un conjunto de notas, apuntes y guía de refe-
rencias para una ‘Historia del Trabajo Social' que al-
gún día algún historiador deberá escribir”, para con-
cluir el mismo diciendo: “Y, una vez más lo reitera-
mos estas notas son sólo una invitación a que se es-
criba la ‘Historia del Trabajo Social en América ‘lati-
na’. "(1985: 22-23)
Pero el conjunto de notas y apuntes acabaron en un
extenso y voluminoso compendio (más de 500 pági-
nas en su última edición), donde el autor utilizando el
concepto de “ayuda social” realiza una exhaustiva
descripción de sus diferentes formas a lo largo de la
historia de la humanidad, partiendo del Código de
Hammurabi (2100 a.C.) hasta llegar a nuestros días.
La descripción de estas “protoformas” le permiten al
autor, la explicación de la institucionalización y profe-
sionalización del Trabajo Social a fines del siglo XIX e
inicios del XX.
Por otro lado, en las “advertencias al lector” de su
tercera edición, Ander-Egg plantea que el “encuadre
general” que brinda en cada uno de los capítulos es
sólo una información básica para permitir la compren-
sión del contexto en que ocurrieron estas diferentes
formas de ayuda social. Para inmediatamente agre-
gar: ‘‘En relación a toda esto no nos cansamos de re-
petir y de destacar el siguiente hecho; las prácticas
sociales están condicionadas por situaciones contex-
túales; al mismo tiempo, la situación contextual pue-
de ser influida por las prácticas sociales. (...) Ciñén-
donos al ámbito del Trabajo Social, lo que acontece
como consecuencia de su acción, es que éste puede o
no ayudar a transformar una realidad, al mismo
tiempo que siempre es transformado por esa realidad’
1985:19).
El posicionamiento del autor ante la dinámica de la
realidad social presenta un eclecticismo irrefutable, si
bien reconoce que las prácticas sociales son condicio-
nadas por el contexto y que a su vez las primeras in-
fluyen sobre el mismo, luego hace una apreciación de
la realidad como un ente con vida autónoma indepen-
diente de los sujetos sociales, cabe pues la pregunta:
¿quiénes son, en definitiva, los que construyen esa
realidad?
Coherentemente con esta postura, el autor presen-
ta en cada uno de los capítulos un conjunto de datos
sociales, económicos y políticos de cada período, -
tarea que a su entender “ya la han hecho con mucha
competencia historiadores, economistas y sociólogos”
(1985:17)-, junto a los cuales presenta los distintos
tipos de “ayuda social” y hasta el mismo desarrollo de
la profesión, como hechos autónomos e independien-
tes entre sí.
También el autor, en el prólogo de la segunda edi-
ción (1975), llama la atención sobre la falta de estu-
dios sobre las protoformas del Servicio Social en el
contexto Latinoamericano, al mismo tiempo que criti-
ca el “Manual del Servicio Social” de Valentina Mai-
dagán de por casi no tener referencias a América La-
tina.
En relación al primer punto, el autor había incluido
en dicha edición un capítulo escrito por Ethel Cassine-
ri denominado “Bienestar Social en Indomérica y en
América postcolombina”, donde la autora se detiene
principalmente en estudiar las formas de ayuda social
en el imperio incaico. En esta línea, -y aparentemente
respondiendo a esta necesidad de una historia del
Trabajo Social
Latinoamericano planteada por Ander-Egg-, Jorge
(1987) en su historia del Trabajo Social, denomina a
la primera parte “Prehistoria del Trabajo Social” y de-
dica un capítulo a la asistencia social en América Lati-
na, en la etapa precolombina y durante la conquista
española. Asimismo este autor, partiendo del concep-
to de “asistencia social”, realiza una trayectoria simi-
lar a la de Ander-Egg, cayendo en el etapismo evolu-
cionista pero presentando un análisis interesante so-
bre las metodologías de la profesión así como datos
descriptivos del proceso de profesionalización lati-
noamericano.
Con relación al segundo punto, buena parte del tra-
bajo de Ander-Egg se sitúa en un análisis de las pro-
toformas históricas en el transcurso de la humanidad,
y especialmente, en el desarrollo de la profesión en
Europa y Estados Unidos, no dando cuenta tampoco
él de sus reclamos a elementos latinoamericanos.
Nuevamente en el prólogo de la tercera edición, -
1985-, nos encontramos con afirmaciones tajantes
del autor, quien plantea que de nada sirve insertar el
análisis histórico de la profesión en la historia de la
lucha de clases, al cual denomina de reduccionismo
científico, ni tampoco contextualizar el Trabajo Social,
-puesto que ya lo han realizado otros profesionales-.
Cabe entonces preguntamos: ¿qué queda por hacer?.
He aquí la respuesta que Ander-Egg nos plantea: Hay
que comenzar con la modesta tarea de acumular ma-
terial, luego integrarlo, más tarde interpretarlo. No
comenzar diciendo cómo se interpreta la historia, con
lo cual no damos ni siquiera un paso para la historieta
" (1985:17).
Evidentemente, si indagamos sobre interpretación
en su texto no hallamos vestigio alguno de la misma,
pero sí, -y es necesario reconocerlo y valorizarlo-,
una interesante, rica y nada despreciable acumula-
ción de material, aunque totalmente desvinculada de
su base material y real.
Al abordar el proceso de institucionalización y pro-
fesionalización del Trabajo Social en América Latina,
el autor distingue tres etapas: asistencia social, servi-
cio social y trabajo como momentos particulares de la
profesión, con un dado padrón de conocimientos y
una concepción diferencial en sus prácticas. En el
primer caso basado en una concepción benéfico-
asistencial, con fuerte influencia europea (especial-
mente francesa, belga y alemana); el segundo con
una concepción tecnocrática-desarrollista marcada
por la influencia del Trabajo Social norteamericano;
por último la etapa del Trabajo Social con una con-
cepción concientizadora-revolucionaria, principalmen-
te influenciada por la teoría de la dependencia y bus-
cando un desarrollo autónomo de la profesión en el
contexto latinoamericano (1985: 255).
Juan Barreix por su lado, propone para abordar el
desarrollo y la interpretación de la historia del Trabajo
Social, utilizar el método dialéctico (perspectiva apro-
piada del aporte de Herman Kruse, según señala en
nota a pie de página), del cual en realidad hace un
reduccionismo, utilizando sólo las categorías de tesis,
antítesis y síntesis, realizando un forzoso encuadra-
miento del desarrollo de la profesión dentro de este
esquema.
Al mismo tiempo, plantea su oposición a considerar
que las formas de acción social hayan evolucionado a
lo largo de la historia hasta llegar al actual Servicio
Social. Muy por, el contrario considera que estas son
“diversas formas de acción social, es decir, modos en
que la sociedad y la organización social imperante en
cada momento, dio (o intentó dar) respuestas a las
situaciones de necesidad y vulneración (...) Y el Ser-
vicio Social.(o Trabajo Social) es la última y más
desarrollada forma de acción social que la humanidad
ha creado’ ”(1971:18) Y lógicamente inicia su análisis
titulando el capítulo primero “Del Servicio Social en
General”.
A lo largo de este capítulo, el autor presenta la evo-
lución del Servicio Social europeo y norteamericano
en una inescrupulosa sucesión de tesis, antítesis y
síntesis. De este modo partiendo de la caridad y la fi-
lantropía, llega a los Pioneros, a Mary Richmond, a la
Escuela Sociológica, a la Escuela Psicológica, a la Es-
cuela Ecléctica (Padre Bowers), a los Métodos de
Grupo y Comunidad (Newstetter, Gisella Konopka,
Caroline Ware) y al Metodologismo Aséptico (Emest
Greenwood), en una permanente y mecánica afirma-
ción, negación y síntesis; hasta que inesperadamente
realiza un viraje en su presentación, abandona el
campo del Trabajo Social norteamericano y salta a
América Latina con el desarrollismo, la Generación del
65, el Grupo ECRO y un nuevo profesional (denomi-
nado ahora trabajador social) formado en “escuelas
cambio-resistentes "(1971:13-31).
En su esquema dialéctico de la historia del Trabajo
Social, Barreix, -al igual que Ander-Egg, si bien con
algunas diferencias, y en este punto desconociendo
de quien es la autoría-, divide esta evolución del Tra-
bajo Social en tres etapas: la asistencia social, orien-
tada por el ajuste y ubicando en ella la caridad, la fi-
lantropía y los pioneros de la profesión; el servicio so-
cial, orientado por la ¡idea de reforma y ajuste y den-
tro de él ubica desde Mary Richmond hasta el Meto-
dologismo Aséptico y la última etapa, denominada
Trabajo Social, orientada por la transformación y ubi-
cando allí la Generación del 65 y el Grupo ECRO.
Ya en el segundo capítulo, denominado “Del Servi-
cio Social en Latinoamérica”, Barreix abandona el uso
de la tríada dialéctica, parte de la fundación de la es-
cuela Dr. Alejandro Del Río en Chile y caracteriza el
surgimiento de la profesión con funciones para-
médicas y para-jurídicas, ubicándolo en la etapa de
asistencia social y, a su entender, sin presentar modi-
ficaciones hasta fines de la década del 50, cuando la
denominada etapa del servicio social, lógicamente
norteamericano, llegó a estas latitudes. En ese mo-
mento, el autor plantea que va a dejar de lado el aná-
lisis de Latinoamérica, -al que consideramos que en
ningún momento abordó-, para centrarse en el caso
argentino, "pero dejando constancia de que, con lige-
ras variantes de forma y de años, el proceso fue simi-
lar en la mayoría de nuestros países "(1971:40).
De ahí en más el autor realiza una descripción de la
misión de Valentina Maidagán de Ugarte en Argentina
y analiza la fundación del Instituto Nacional de Servi-
cio Social en 1959, considerado el impulsor del poste-
riormente denominado “movimiento de reconceptuali-
zación”
Por último, Norberto Alayán es el único que realiza
un estudio particular centrado en la historia de la pro-
fesión en el país14; pero el mismo no pasa de ser una
sucesión enumerativa de hechos, y principalmente,
instituciones, desvinculados de la realidad socio- his-
tórica en la cual se desarrollaron. El autor parte de
una descripción de la Sociedad de Beneficencia en el
siglo pasado (1822-1947), continúa con la Asistencia
Social Pública (1898-1966), la Fundación Eva Perón
(1948-1955), la fundación de las primeras escuelas
(1924, 1930, 1941), el Instituto de Servicio Social
(1959-1969) y la Federación de Profesionales (1967-
1972). Nuevamente, y al igual que en Ander-Egg, en-
contramos en la introducción y en las consideraciones
finales una justificativa de ello:
"El presente trabajo no es ni pretendió ser una cróni-
ca completa de los antecedentes del Trabajo Social
argentino; debe ser simplemente considerado como
un punto de partida que requiere, obviamente, pro-
fundización en la información, y fundamentalmente
en el análisis. "(1992:5)
"Las circunstancias históricas concretas por las que
atravesó el país y las condiciones materiales de vida
de cada período, fueron modelando inexorablemente
las características y el desarrollo del Trabajo Social. El
presente estudio no pretendió abordar de manera ca-
bal, tal perspectiva de análisis. Pero sí procurar esta-
blecer, aun balbuceantemente, bases y puntos de
partida para concretar posteriormente ese cometido.
"(1992:139)
Una lectura del trabajo de Alayán permite concor-
dar con la justificación que él mismo presenta, el aná-
lisis o interpretación de estas instituciones es suma-
mente acotada. De todos modos es indudable el apor-
te realizado y el alto valor descriptivo que tiene esta
recopilación de datos para abordar el estudio de la
profesión en el país.
Aparte de estos estudios, existe una investigación
realizada por Estela Grassi13 (1989) centrada en el
estudio del papel de la mujer en las políticas sociales
argentinas y particularmente en el terreno de la asis-
tencia social, que si bien no tiene como objeto de es-
tudio la profesión específicamente, brinda considera-
bles referencias para reconstruir el recorrido histórico
de la profesión.
Más allá de haber sido nuestra intención poner de
manifiesto las limitaciones reales ante las cuales nos
enfrentamos, consideramos pertinente agregar algu-
nas reflexiones sobre los estudios citados.
En primer lugar, tanto Ander-Egg, Barreix como
Alayón, fueron protagonistas del movimiento de re-
conceptualización, y de algún modo abrieron un deba-
te al interior del Trabajo Social latinoamericano y ar-
gentino sobre el estudio de la propia profesión. Por
otro lado, sus abordajes realizados desde diferentes
posturas teóricas, también permitieron un tránsito
entre las Ciencias Sociales y el Trabajo Social. En este
sentido, y más allá de todas las fragilidades descrip-
tas, es necesario destacar el intento de Barreix por
acercar el pensamiento marxista al Trabajo Social.
Por otro lado, es interesante señalar que Sergio An-
tonio Carlos (1993), al estudiar la génesis del Servicio
Social brasileño, inicia su tesis discutiendo la produc-
ción teórica en tomo a la historia del Trabajo Social
latinoamericano y particularmente brasileño, encon-
trando en este análisis algunas perspectivas atrayen-
tes - coincidiendo con algunas y disintiendo abierta-
mente con otras-, y que consideramos pertinente
presentar.
Este autor ubica los estudios ya mencionados de
Ander-Egg y Barreix, agregando además los estudios
de Boris Lima, Faleiros y Mojica Martínez, dentro de
los primeros tiempos de la reconceptualización, criti-
cando la manera de ser del Trabajo Social latinoame-
ricano y buscando una forma “pura” del quehacer
profesional propio de los países latinoamericanos.
Carlos considera que "estas críticas hechas a partir de
una realidad específica eran generalizadas para todo
el continente, sin tener en cuenta las peculiaridades
del Trabajo Social en cada país ” (1993:16-18).
Si bien coincidimos en que muchos de los análisis
han presentado estas características de generalidad, -
tanto Ander-Egg como Barreix cuando escriben sobre
la historia del Trabajo Social tienen en mente la parti-
cularidad argentina-, creemos que generalizar sobre
estos cinco autores, es justamente no considerar la
particularidad de los mismos, es decir sus diferentes
posturas y referencias teóricas. De todos modos, Car-
los presenta cuatro características sobre los estudios
mencionados, que salvando las diferencias entre los
autores y con algún grado de abstracción, permiten
comprender con más claridad la intencionalidad de los
mismos.
Es así que señala que estos estudios tuvieron la in-
tención de: a) trazar un análisis crítico de la profe-
sión, b) dicho análisis histórico apuntaba a una trans-
formación o superación profesional, y de este modo,
c) al criticar la dependencia del Trabajo Social norte-
americano y la institucionalización de la profesión, d)
se buscaba construir un Trabajo Social específicamen-
te latinoamericano (1993:20).
Creemos que estas características se encuentran
manifiestas en los análisis de Ander-Egg y Barreix
que ya hemos abordado, acercándonos a la intencio-
nalidad de la época. Asimismo el estudio de Juan Mo-
jica Martínez presenta una crítica a estos autores
mencionados, justamente por no considerar las rela-
ciones entre la profesión y las coyunturas político-
económicas latinoamericanas, siendo su propuesta la
de “ligar la Historia del Trabajo Social con la historia
social de los procesos económicos de las clases socia-
les y de las propias ciencias sociales" (1977:6). Y en
este sentido, con un alto nivel de generalidad, su es-
tudio intenta acercar algunos de los Procesos comunes
vividos en América Latina (conservadurismo, popu-
lismo, desarrollismo, etc.) con el desarrollo de la pro-
fesión.
Pero de todos modos podemos coincidir con Carlos
que no se puede hablar de un Trabajo Social Lati-
noamericano, salvo en un nivel muy alto de generali-
dad, dado que “se deben considerar las particularida-
des regionales en términos socio-políticos, económi-
cos y culturales. Es preciso comprender la génesis y
el proceso de estructuración del mismo en cada
país”(1993:20).
Ya cuando el autor entra en el caso particular de
Brasil, nuevamente realiza dos agrupamientos entre
aquellos autores que realizan una historia de tipo glo-
bal, al estilo de la latinoamericana y sin considerar las
particularidades regionales; y aquellos que han reali-
zado un análisis sobre situaciones específicas tales
como formación, fundación de primeras escuelas,
pioneros, etc. Al igual que anteriormente, el autor no
realiza distinciones al interior de estos grupos, ubi-
cando en el primero, y en un mismo nivel, a los estu-
dios de Balbina Ottoni Vieira, Marilda Iamamoto y
Raúl de Carvalho, Maria Lúcia Martinelli y el abordaje
de la historia mundial del Trabajo Social, -según la
clasificación utilizada por Carlos-, realizada por José
Paulo Netto18. En el segundo grupo, entre otros, men-
ciona los estudios de María Carmelita Yazbek, Arlette
Alves Lima (sobre las primeras escuelas), Rosa María
Ferreiro Pinto (sobre formación), y Ana Augusta Al-
meida (sobre el desarrollo del Servicio Social en Rio
de Janeiro).
Consideramos, -y sin la intención de entrar en una
polémica en tomo de la historia del Servicio Social
brasileño, sobre la cual contamos con conocimientos
rudimentarios-, que existen diferentes matrices teóri-
cas y de análisis dentro de los autores agrupados por
Carlos,
quien hace tabla rasa de estas diferencias; a nuestro
entender, muchos de los trabajos citados en el primer
grupo, lejos de intentar una historia global sobre La-
tinoamérica, brindan diferentes elementos de aproxi-
mación a la profesión, con diversos niveles de abs-
tracción y de generalidad, y en muchos de ellos, de-
limitando claramente su extensión. Es así que consi-
deramos que el estudio de Iamamoto y Carvalho
(1984) no sólo brindan elementos fundamentales pa-
ra el análisis de la dinámica histórica del Servicio So-
cial brasileño, sino que además se constituye en un
hito histórico en el desarrollo teórico de la profesión,
incorporando en el colectivo profesional latino-
americano una perspectiva crítica de análisis del Tra-
bajo Social.
Por otro lado, la reconstrucción histórica y el análi-
sis realizada por Martinelli (1995) en tomo a la identi-
dad profesional, además de incorporar esta discusión
desde una particular perspectiva al colectivo profesio-
nal, realiza aportes sustanciales para comprender y
desvendar la trayectoria alienante, alienada y aliena-
dora de la práctica profesional aprisionada en una
identidad atribuida, al mismo tiempo que coloca el
desafío del movimiento y reconstrucción permanente
de la auténtica identidad. Por último, el estudio de
Netto (1992) lejos de constituirse en una historia
mundial del Trabajo Social, nos permite aproximamos
a un análisis histórico de la profesión en las comple-
jas relaciones económicas, sociales, políticas, teóricas
y culturales que permitieron la instauración de su es-
pacio socio-ocupacional y de su emergencia como
profesión.
Asimismo, cuando el autor se refiere al trabajo de
Manrique Castro (1982), lo ubica dentro de aquellos
que han realizado un estudio global sobre la historia
del Trabajo Social en América Latina; a nuestro en-
tender, este estudio apunta a un análisis histórico de
la génesis y primeros años de desarrollo del Trabajo
Social chileno, buscando elementos comunes con el
desarrollo de la profesión en Brasil, Perú y Uruguay.
Por otro lado, es interesante comprobar que Manri-
que Castro en su estudio sólo realiza algunas alusio-
nes superficiales al Trabajo Social argentino; a nues-
tro entender, esto evidencia algunas consideraciones:
en primer lugar, marcar significativamente el distan-
ciamiento de los análisis realizados por Ander-Egg y
Barreix, -lo cual lo realiza explícitamente-, cuyos es-
tudios partieron de la particularidad argentina. En se-
gundo lugar, su análisis es realizado desde otra pers-
pectiva, privilegiando las vinculaciones entre la profe-
sión y la dependencia con el pensamiento doctrinario
de la Iglesia. Y en este sentido, sugeriría que el reco-
rrido de la profesión en Argentina presentó particula-
ridades que no permitió realizar las relaciones que el
autor efectúo con los países ya mencionados.
Retomando a las consideraciones presentadas por
Carlos, creemos acertada su ponderación valorativa
de los estudios y análisis específicos y particulariza-
dos para abordar el recorrido histórico de la profe-
sión, pero de modo alguno consideramos que por ello
se invalide un abordaje más amplio o con un mayor
nivel de generalidad o abstracción.
Hallamos que el estudio de Maria Carmelita Yazbek
resulta paradigmático de este tipo de abordajes. A
causa de nuestro desconocimiento de los otros estu-
dios citados por Carlos, únicamente nos centraremos
en considerar esta investigación. La autora limita su
análisis a la Escuela de Servicio Social de San Pablo
en el período 1936-1945; es decir, la primera escuela
fundada y durante el momento de institucionalización
y expansión de la profesión en el Brasil.
Es interesante señalar que si bien Yazbek utiliza
como referencia el estudio de Ander-Egg (1975), y en
este sentido también distinguiendo diferentes fases
en la evolución del Servicio Social, estas diferentes
etapas se encuentran directamente ligadas a la diná-
mica política, social y económica del Brasil y del pro-
pio desarrollo de la profesión. Es así que considera la
primera fase desde la fundación de la escuela en
1936 hasta 1945, fin de la dictadura de Getulio Var-
gas, influenciada por el pensamiento europeo, idealis-
ta y confesional; la segunda, de 1945 a 1958, marca-
da por la influencia norteamericana, seguida del pe-
ríodo 1958-1965, con predominio de la influencia nor-
teamericana desarrollista; y la última fase, desde
1965 en adelante, caracterizado por el movimiento de
reconceptualización y la búsqueda de un modelo teó-
rico-práctico para la realidad latinoamericana
(1977:16-17).
Si contraponemos las tres etapas que Ander-Egg
presenta, encontramos la siguiente división: la asis-
tencia social, desde 1925, - fundación de la escuela
chilena-, a 1940; el servicio social, de 1940 a 1965 y
el trabajo social a partir de 1965 (1985:254). Pero
este autor no profundiza en la razón de estos perío-
dos, a excepción de señalar que a partir de 1940 se
produce una mayor influencia norteamericana, -plan-
teando intercambios y becas de estudios en este país-
, tesis totalmente opuesta a la planteada por Barreix,
quien plantea que hasta 1965 no hubo modificaciones
en el servicio social latinoamericano y que además
considerando el contexto argentino de ese período no
se ajustaría a la periodización de Ander-Egg. La fecha
de 1965 es compartida por todos los autores como
inicio de la reconceptualización.
Muy claramente el estudio de Yazbek, si bien no se
detiene en las otras tres fases planteadas, ya presen-
ta algunos datos significativos que justifican la divi-
sión en estas fases. Ejemplo de ello es que la autora
menciona pasantías y estudios en los Estados Unidos
de alumnas y profesoras de la Escuela de San Pablo
durante la década del 40. En Ander-Egg, quizás por el
grado de generalidad de su trabajo, la fundamenta-
ción de sus afirmaciones aparecen de forma vaga e
incompleta.
Por último, queremos señalar que en la misma línea
de investigación de Yazbek, si bien con perspectivas
diferenciales, se encuentran: el estudio mencionado
de Carlos (1993) centrado en comprender la génesis
y el proceso de estructuración del servicio Social bra-
sileño en el período doctrinario y el de Alcina Martins
(1993) que se detiene en el análisis de la instituciona-
lización del Servicio Social portugués en sus relacio-
nes con las coyunturas sociohistóricas y las corrientes
de pensamiento en la sociedad portuguesa, particula-
rizado en la Escuela Normal Social de Coimbra.
Por último, siguiendo el planteo de Netto, debemos
considerar que al Trabajo Social previo al movimiento
de reconceptualización, en Latinoamérica, le cabe la
denominación de “tradicional”, distinguiéndose del
Trabajo Social “clásico”. Este autor caracteriza a este
último como un ejercicio profesional basado en un
mínimo de sistematización, además de presuponer
para su intervención la existencia de una red de
agencias sociales, interactuando con el Estado y la
sociedad civil. Mientras que el Trabajo Social tradicio-
nal lo caracteriza como la práctica empirista, reitera-
tiva, paliativa y burocratizada que los agentes reali-
zaban y realizan efectivamente en América Latina
(1981.44). Si bien señala que ambos se basan en una
ética liberal-burguesa y atendiendo a la corrección,
desde una perspectiva funcionalista, presuponiendo la
inevitabilidad del orden capitalista.
Todo este camino no ha tenido otra intención que la
de particularizar algunas de las reflexiones realizadas
para el caso específico argentino, y en especial, pre-
sentar los motivos que nos llevaron a tomar diferen-
tes decisiones en tomo a la investigación.
A pesar de todo lo expuesto, si bien las referencias
de Alayón, Barreix y Ander-Egg a las funciones para-
médicas y para-jurídicas de la profesión poco nos
permitían aprehender la dinámica histórica y social en
la cual se desarrollaron estas concepciones, constitu-
yen un dato cierto y de relevancia: el carácter resi-
dual de la profesión ante otras disciplinas -estigma
que hasta hoy debemos enfrentar por ser considera-
dos por otros profesionales como pragmáticos, inter-
vencionistas y hasta ateóricos-, y de una dependencia
mayor del racionalismo higienista que del pensamien-
to doctrinario católico.
Esto carácter técnico e instrumental del Trabajo So-
cial se evidencia en la inclusión de la formación aca-
démica dentro de las universidades de Medicina o De-
recho, -para el caso de las universidades-,o en la
propagación de institutos de nivel terciario que otor-
gaban una acreditación a nivel técnico (Grassi,
1995:62-63). Además es indudable que esta visión
instrumental del Trabajo Social se encuentra en con-
sonancia con un determinado modelo de sociedad y
de desarrollo económico, social y cultural, así como
con la dependencia hegemónica del positivismo en
sus formas conservadoras y/o funcionalistas.
Por otro lado, queremos remarcar que existe una
carencia de estudios o análisis particularizados sobre
múltiples aspectos de la profesión en Argentina, -al
estilo de los ya citados en la literatura brasileña-, y
esto unido a una débil tradición investigativa de la
profesión en Argentina por causas estructurales.
Creemos que los siguientes aspectos valen como
ejemplo de la necesidad de investigar estas particula-
ridades: desarrollo histórico de las escuelas de Traba-
jo Social, especialmente las del interior y los institu-
tos terciarios; relación entre el Trabajo Social y la
Iglesia; la formación profesional, tanto estudios sin-
crónicos como diacrónicos; las organizaciones de la
categoría: colegios profesionales, federación de es-
cuelas, federación de estudiantes; el carácter feme-
nino de la profesión, etc.
A los efectos de organizar la reconstrucción históri-
ca, los etapismo de Ander-Egg o Barreix, nos daban
pocos elementos para abordar esta tarea; tampoco
poseíamos elementos, como los que señalamos del
estudio de Yazbek, para delimitar fases o períodos.
Evitando caer en una periodización inescrupulosa, op-
tamos por señalar tres momentos (y anticipar un
cuarto) suficientemente flexibles y abarcativos, que al
mismo tiempo dieran cuenta de la dinámica y las mo-
dificaciones sociales más amplias, como de las ocurri-
das al interior de la profesión. No ha sido nuestra
preocupación fechar rigurosamente estos momentos,
muy por el contrario definirlos por el criterio de sus-
tancialidad, entendiendo que cada uno, en cuanto to-
talidad posee una temporalidad y que esta temporali-
dad es única dentro de la particular dinámica social y
económica del país, y consecuentemente, particulares
relaciones en tomo al bloque hegemónico de poder,
las clases sociales, la Iglesia, el movimiento obrero,
los partidos políticos, así como en el desarrollo de las
políticas sociales, el papel del Estado, etc.; y por lo
tanto intentando en todo momento, referimos a procesos
y no meramente a hechos datables.
Nuestra intención lejos de constituirse en una histo-
riografía o en un conjunto de datos e informaciones,
fue la de aprehender, desde una perspectiva crítica, y
por lo tanto histórica, la particular dinámica de la so-
ciedad argentina en la cual surgió y se desarrolló la
profesión, y en este sentido analizar las formas de
enfrentamiento a la cuestión social, sea a través del
Estado, las políticas sociales o la sociedad civil ,al
mismo tiempo que reconstruir los principales rasgos
que la profesión fue adquiriendo. Claramente, como
hemos expresado, esto nos llevó también a realizar
una lectura crítica existente sobre el tema.
Así, enfrentados a la necesidad de realizar una re-
construcción de la trayectoria de la profesión, recu-
rrimos principalmente a fuentes bibliográficas y do-
cumentales, abordando tanto los estudios publicados
sobre el desarrollo histórico del Trabajo, argentino y
latinoamericano-, así como la producción de diserta-
ciones de maestría o tesis de doctorado de la
PUC/SP y otras universidades que nos brindaran ele-
mentos para el análisis. Asimismo recurrimos a inves-
tigaciones que tienen como objeto de estudio aspec-
tos sociopolíticos del estado a través de las políticas
sociales, a los efectos de aprehender la dinámica so-
cial, política y económica de Argentina. Además fue-
ron realizadas algunas entrevistas a trabajadores so-
ciales argentinos, que si bien tenían por objetivo pro-
fundizar sobre la reconceptualización, momento de la
profesión que no abordaremos en este trabajo, nos
permitieron aproximarnos a la dinámica del país du-
rante la década del 60 y particularmente a las modifi-
caciones ocurridas en el trabajo social.
Era nuestra intención completar el estudio con al-
gunos datos estadísticos en relación a número de es-
cuelas de servicio social, dependencia de las mismas,
número de profesionales egresados, pero la carencia,
casi absoluta, de datos sistematizados o la difícil ac-
cesibilidad a los mismos imposibilitó que pudiéramos
hacer referencia a ellos. Algunos datos significativos
que hemos podido rescatar, tienen que ver con la
cantidad de alumnos, -acotado a algunos años y es-
cuelas-, y a la producción teórica en Trabajo Social a
partir de la década del 50.
De este modo en el primer capítulo denominado
“Hacia una caracterización del Trabajo Social” procu-
ramos acercarnos a un análisis de la profesión que
considere sus particulares relaciones con el proyecto
de la modernidad y el conservadurismo, así como las
relaciones con la cuestión social, el Estado y las políti-
cas sociales en el marco del modo de producción ca-
pitalista. Consideraciones éstas que encontramos
fundamentales tanto como perspectiva de análisis
como de posicionamiento teórico y metodológico para
aproximamos al Trabajo Social. A través del recorrido
por algunas de los múltiples determinantes de la pro-
fesión y de su análisis llegamos a desentrañar el ca-
rácter “antimoderno” con el cual surge la profesión.
A lo largo del segundo capítulo, “Antecedentes del
Trabajo Social en Argentina”, analizamos las principa-
les formas que la asistencia social tuvo a lo largo del
siglo XIX e inicios del XX, rescatando las diferentes
alternativas que se fueron construyendo como en-
frentamiento a la cuestión social, con la participación
de diversos actores sociales y políticos. De este modo
abordamos el análisis de la Sociedad de Beneficencia
y de la Asistencia Social Pública, entendiendo que en
la estructuración de esta última, participaron diferen-
tes actores sociales y rescatando para nuestro análi-
sis el papel jugado por los médicos higienistas, el ca-
tolicismo social y el movimiento obrero, teniendo en
cuenta la dinámica social, económica y política del
país durante ese periodo.
En el tercer capítulo, “La Institucionalización del
Trabajo
Social”, nos detenemos en una aproximación a la par-
ticularidad que presentó este proceso en Argentina.
Además de recurrir a la bibliografía existente sobre el
mismo, avanzamos en el estudio de este proceso en
otros países, lo cual nos permitió problematizar el
análisis clásico de la institucionalización. Es así que
construimos dos matrices generadoras del proceso de
institucionalización de la profesión: el racionalismo
higienista y el conservadurismo católico, estas matri-
ces se encuentran en la génesis de la profesión en
América Latina, en una particular relación con los di-
ferentes actores sociales y políticos, y según el papel
hegemónico que estos actores tuvieron en las dife-
rentes coyunturas. Esta perspectiva de análisis nos
permitió avanzar sobre algunas hipótesis de la parti-
cularidad argentina.
En el último capítulo denominado “Expansión y
Desarrollo del Trabajo Social Argentino” nos aboca-
mos a analizar las características que presentó el en-
frentamiento a la cuestión social en el país, desde la
década del 30 hasta los inicios de la década del 60. El
estudio de este periodo nos permitió analizar las po-
sibilidades que se fueron presentando para el Trabajo
Social profesional, así como las modificaciones socia-
les y políticas del país. Partiendo de la creación de las
primeras escuelas hasta los inicios del desarrollismo,
construimos un análisis que sigue de cerca la dinámi-
ca política, económica y social del país, signado como
momentos de cambios, fracturas y/o continuidades.
Y es así que con este último capítulo dejamos plan-
teadas algunas inquietudes sobre otro momento de la
profesión en Argentina, el movimiento de reconcep-
tualización. La complejidad de este movimiento, su
heterogeneidad pero al mismo tiempo su dinamismo
e importancia dentro del colectivo profesional argen-
tino y latinoamericano, requiere un abordaje minucio-
so y profundo, constituyéndose de este modo en el
centro de atención de un próximo trabajo, necesaria
continuidad del presente estudio.
Así pues se encontraba planteada nuestra tarea:
superar visiones y perspectivas de análisis meramen-
te cronológicas y descubrir el complejo tejido de rela-
ciones en que se dio el surgimiento y desarrollo e a
profesión en Argentina. Abrir nuestra mirada para
nuestro real y verdadero desafío: construir nuestro
presente profesional como único, singular, compro-
metido con los sectores oprimidos de la sociedad, pa-
ra efectivamente construir una sociedad justa e igua-
litaria.
Capítulo 1
Entendemos que el Trabajo Social en cuanto profe-
sión y práctica institucionalizada constituye una tota-
lidad histórica y socialmente determinada20, al mismo
tiempo que inscripta en una totalidad más amplia que
la contiene; por lo tanto hallamos que el camino para
aproximamos a una caracterización de la profesión es
a través del abordaje de algunas de las múltiples de-
terminaciones que la constituyen. Con ello también
queremos señalar que no estamos agotando la com-
plejidad de la profesión, y sí, tan sólo seleccionando
algunos de los aspectos que a nuestro entender son
fundamentales y esenciales para el conocimiento del
Trabajo Social en cuanto fenómeno histórico y social;
no como un producto acabado, sino en su desarrollo,
procesualidad y movimiento.
Dentro de estos determinantes consideramos que
abordar la temática del proyecto de la modernidad, su
contrapartida en el pensamiento conservador y las re-
laciones que esto tiene con el Trabajo Social, -un as-
pecto poco explorado por la categoría profesional en
Argentina-, puede ser un buen inicio para alcanzar
una comprensión más amplia de la profesión.
Asimismo, en segundo lugar, nos resulta imprescin-
dible aproximamos a las relaciones entre el Trabajo
Social y el modo de producción capitalista, dentro del
cual la profesión alcanza su concreticidad práctica y
su legitimación política e institucional, particularizan-
do en sus relaciones con el Estado, y especialmente,
con las políticas sociales.
1.1. MODERNIDAD, CONSERVADURISMO Y
TRABAJO SOCIAL
En tiempos dominados por un discurso sobre la
posmodemidad, donde todo se presenta como “relati-
vo”, sin unidad ni totalidad, valorizando el fragmento
y lo discontinuo, y además se presagia el fin de las
ideologías, de la historia, del trabajo, de las grandes
teóricas explicativas de lo social; consideramos indis-
pensable y preciso retomar una discusión que aborde
la temática de la modernidad, y especialmente anali-
zar las relaciones que podemos establecer con el Tra-
bajo Social.
Es decir, ¿es qué el Trabajo Social tiene algo que
ver con la modernidad? Este es el interrogante que
nos guio tanto para profundizar sobre el proyecto de
la modernidad y analizar su contracara expresada en
el conservadurismo, y de este modo, desentrañar las
conexiones que la profesión estableció con ambos.
1.1.1. Iluminismo y Modernidad
Existen múltiples abordajes sobre el tema de la
modernidad y no es nuestra intención abordarlos a
todos, ni mucho menos realizar una síntesis de la
problemática; simplemente analizaremos a través de
algunos autores rasgos característicos sobre la mo-
dernidad que nos permitan construir una primera
aproximación al tema.
Rouanet ubica el proyecto civilizatorio moderno
dentro de un concepto más amplio, al cual denomina
“Iluminismo” y que define no como una época o un
movimiento, sino como un “ens rationis”. Considera el
Iluminismo una construcción conceptual que abarca
diferentes corrientes de ideas que florecieron en siglo
XVII y continúan su desarrollo hasta nuestros días,
habiendo, tanto la ilustración, el liberalismo y el so-
cialismo, realizado una incorporación selectiva de al-
gunas categorías, llevando adelante la cruzada ilus-
trada por la emancipación del hombre"(1993:13).
Si bien el autor aclara que la idea iluminista es una
construcción teórica, a semejanza del “tipo ideal” we-
beriano, a diferencia de éste, no sólo tiene una di-
mensión heurística, que permite el conocimiento de
configuraciones empíricas, sino que también posee
una dimensión práctica, el uso normativo de la idea
iluminista que deriva de los hechos históricos y por el
cual mantiene su vínculo con la realidad.
“Por haberse originado en la historia, ese paradig-
ma no es arbitrario; y por ser una constricción ideal,
trasciende la historia y escapa al relativismo. ’’
(Rouanet^ 1993:41).
Realizada esta aclaración sobre su significado teóri-
co y práctico, el autor presenta las tres categorías
principales sobre las que se fundamenta la moderni-
dad: universalidad, individualidad y autonomía; las
cuales son examinadas en su funcionamiento en la
Ilustración, el Liberalismo y el Socialismo, por ser
consideradas expresiones sobresalientes de la mo-
dernidad. De este modo, construye la idea iluminista.
...la idea iluminista propone extender a todos los in-
dividuos condiciones concretas de autonomía en todas
las esferas. En otras palabras, ella es universalista en
su amplitud, -atraviesa todos los hombres sin limita-
ciones de sexo, raza, cultura y nación; individualizan-
te en su focalización, -los sujetos y objetos del proce-
so de civilización son individuos y no entidades colec-
tivas-; es emancipadora en su intención, -esos seres
humanos individualizados deben acceder a la plena
autonomía en el triple registro de pensamiento, políti-
ca y economía". (Rouanet, 1993:33).
Así presentadas las tres categorías fundamentales
de la modernidad es necesario acercamos al significa-
do y a las características de cada una de ellas.
Al mencionar la universalidad, se refiere "al hori-
zonte de emancipación humana de la" especié”
(1993:34);la universalidad tiene un carácter transna-
cional, superador de todas fronteras, nacionalismos
acerbados y teniendo como objetiva los intereses de
la humanidad como un todo; al mismo tiempo tiene
un carácter transcultural, si bien reconoce la variedad
de culturas, existe una uniformidad dada por la uni-
dad de la naturaleza humana y por lo tanto un carác-
ter igualitario en relación a sexo, raza o religión, ba-
sado en la misma condición humana de los indivi-
duos.
La segunda categoría que presenta, el individualis-
mo, es uno de los aspectos más importantes de los
procesos liberadores de la modernidad, significa pen-
sar el hombre independiente de su comunidad, su
cultura, su religión, es reconocer el individuo en sí
mismo, con sus derechos intransferibles a la felicidad
y la autorrealización .En este punto es necesario acla-
rar la diferencia del individualismo iluminista del indi-
vidualismo asocial; el primero tiene un fuerte compo-
nente social, y decir que el individuo es social, signifi-
ca reconocer que su liberación pasa por un proceso
social de individuación, por el cual los individuos salen
de sus guetos privativos y se comunican con otros in-
dividuos, siendo reconocidos como individuos y con-
firmados en su individualidad"(1993:35). En clara
oposición al individualismo asocial donde cada indivi-
duo se convierte en sí mismo en el inicio y fin de su
propia historia.
Por último la categoría de autonomía, la cual debe ser
Que ver con los derechos y la capacidad con el poder
efectivo de ejercerlos, no podemos hablar de auto-
nomía si uno de estos aspectos está ausente. Dentro
de la categoría de autonomía podemos encontrar tres
dimensiones: la intelectual, la política y la económica.
La autonomía intelectual es el ideal Más irrenunciable
del Iluminismo, es la posibilidad del individuo de utili-
zar la razón autónoma, libre de dogmatismos y tute-
las. La autonomía política reconoce en el individuo su
libertad civil en el espacio privado y su libertad políti-
ca en el espacio público. La autonomía económica,
atiende a la libre participación de los individuos en la
esfera de la producción, circulación y consumo, es
decir, tanto la posibilidad de producir como de con-
sumir bienes y servicios.
Encontramos también en el análisis realizado por
Eagleton, confrontando la modernidad a las corrientes
posmodernas, elementos que refuerzan la dimensión
liberadora del proyecto de la modernidad. Este autor
plantea que "la universalidad significa simplemente
que, cuando se alcanzan la libertad, la justicia y la fe-
licidad, todo el mundo debe estar presente en el acto”
(1997:171-172); remarcando además que no existe
enfrentamiento entre universalidad y diferencia, la
universalidad no diluye la individualidad y su diferen-
cia, muy por el contrario, igualdad no significa iguali-
tarismo sino un trato igualitario basado en la univer-
salidad del género humano y en el reconocimiento de
la individualidad y la diferencia como inherente al ser
social.
Esta rápida recorrida por la idea iluminista nos
muestra claramente el carácter emancipador que la
misma tiene para el hombre; la posibilidad de su do-
minio sobre la naturaleza y su capacidad libertadora
ante la sujeción, tanto sea económica, política o inte-
lectual de otros hombres. Por ser ésta una construc-
ción conceptual, si bien con un carácter histórico, no
la podemos encontrar en toda su magnitud en ningu-
na sociedad. Pero nos resulta sumamente útil para
aprehender el movimiento de las ideas de la moder-
nidad, al mismo tiempo que su relación con las Cien-
cias Sociales.
En este sentido, la razón dentro del proyecto de la
modernidad, en cuanto autonomía intelectual, tiene
múltiples implicancias para el proceso de emancipa-
ción. Es a partir de la razón moderna que el hombre
logra despojarse de la dependencia y el dogmatismo
de concepciones religiosas y que se abren nuevas po-
sibilidades de concebir el mundo. Esta racionalidad
tiene un marcado carácter antropocéntrico, ya las ex-
plicaciones no se encuentran atadas a causalidades
divinas o metafísicas, es el hombre quien puede dar
explicaciones de los fenómenos naturales y quien a
través de este conocimiento puede también intervenir
sobre la naturaleza.
El dominio de la naturaleza, -ligado a los descubri-
mientos de Copérnico (s.XVI), Galileo (s.XVII), la teo-
ría newtoniana (s.XVII), los .avances en la física y en
la técnica, etc.-, permitieron separar hombre de natu-
raleza, sociedad y naturaleza, como instancias distin-
tivas, aunque interrelacionadas. Esta distinción entre
hombre y naturaleza, junto a la superación de una
dependencia de “designios divinos”, permitió el desa-
rrollo de la razón en su carácter instrumental y opera-
tivo, es decir, en cuanto dominio y posibilidad de in-
tervenir sobre la naturaleza. Pero al mismo tiempo in-
trodujo la perspectiva de la razón emancipadora, que
permite pensar al hombre en su relación con otros
hombres en una sociedad regulada. Fueron estas po-
sibilidades de la razón moderna, las que dieron lugar
al surgimiento de la teoría social (las Ciencias Socia-
les) como parte del proceso de autonomía intelectual,
económica y política.
Ahora bien, las ideas de la modernidad alcanzan
concretización empírica ligadas al movimiento de la
burguesía. Dentro de este movimiento debemos dife-
renciar dos momentos, uno relacionado al carácter
progresista de la burguesía, que abarcaría desde los
pensadores renacentistas hasta Hegel y otro denomi-
nado de la decadencia de la burguesía, unido a un
pensamiento conservador que se extiende a partir de
1830.
Fue la burguesía en su movimiento revolucionario,
el portavoz del progreso y la emancipación del hom-
bre, representando los intereses de la totalidad del
pueblo, en combate al absolutismo y al feudalismo y
ubicando en el centro de la escena la razón moderna,
de este modo subordinando la realidad a un sistema
de leyes racionales que fueran capaces de ser
aprehendidas por el pensamiento.
“Ese carácter objetivamente progresista del capita-
lismo permitía a los pensadores que se colocaban
desde el ángulo de lo nuevo a la comprensión de lo
real como síntesis de posibilidades y de la realidad
como totalidad en constante evolución. Sin compro-
misos con la realidad inmediata, los pensadores bur-
gueses no limitaban la razón a la clasificación de lo
existente, sino que afirmaban su ilimitado poder de
aprehensión del mundo en permanente devenir”.
(Coutinho, 1972:12)
El pensamiento de la burguesía revolucionaria
apuntó a modificar las relaciones de dominación im-
perantes en el feudalismo, dando un protagonismo
inusitado a la participación del pueblo, desterrando
todo oscurantismo y dogmatismo, para pensar el
hombre y sus relaciones, tanto con la naturaleza co-
mo con otros hombres, a través del prisma de la ra-
zón. Como nueva clase representante del capitalismo,
estuvo presente tanto en los economistas clásicos in-
gleses como en los pensadores del iluminismo fran-
cés. Su lucha contra el oscurantismo feudal y el abso-
lutismo de las monarquías se evidenció en las revolu-
ciones burguesas, adquiriendo su punto supremo en
la Revolución Francesa de 1789.
El capitalismo representó una verdadera revolución
en el plano económico, social, político y cultural, que
se demuestra en las siguientes características: la des-
trucción de la división feudal del trabajo, -el capita-
lismo presupone un “trabajador libre”-, lo cual signifi-
có un avance importantísimo en el camino emancipa-
torio del, hombre: la libertad del género humano de
la subordinación del poder feudal. Por otro lado, el
desarrollo de la industria, implicó la ruptura con el
trabajo artesanal e individual y la generación de un
nuevo tipo de cooperación, a partir de la organización
del establecimiento fabril, así como una integración
orgánica en base a la producción y el mercado, listos
cambios posibilitaron pensar la acción humana inter-
viniendo en el proceso de la historia al mismo tiempo
que como forma de objetivación social. El capitalismo
y el desarrollo del mercado mundial universalizaron
las relaciones sociales y permitiere “comprender l0
real a partir de una perspectiva de una humanidad
objetivamente unificada" (Coutinho, 1972: 19-20).
La burguesía revolucionaria encuentra en Hegel su
máxi representante como síntesis de toda la tradición
progresista burguesa Coutinho (1972:14-15) resume
las categorías fundamentales de Hegel en tomo a tres
núcleos: el humanismo, por el cual se comprende al
hombre como producto de su actividad; el historicis-
mo concreto, afirmando el carácter ontológico históri-
co de la realidad, y por lo tanto el progreso del géne-
ro humano; y por último, la razón dialéctica, tan o
como una razón objetiva inmanente al desarrollo de
la realidad, como de categorías que permiten
aprehender subjetivamente dicha racionalidad objeti-
va.
Es a partir de 1830, cuando la burguesía revolucio-
naria totalmente instalada en el poder político y ex-
tendido el capitalismo como modo de producción do-
minante -, abandona las categorías propuestas por
Hegel; las cuales fueron aprehendidas y enriquecidas
Por el análisis teórico de Marx y pasando de este mo-
do a la nueva clase revolucionaria representada por el
proletariado. La burguesía deja de lado su papel revo-
lucionario y comienza a justificar, una consolidado, el
statu quo del modo de producción y de todas las rela-
ciones sociales que de allí derivan.
“De crítica de la realidad en nombre del progreso,
del futuro, dé las posibilidades reprimidas, el pensa-
miento burgués se una justificación teórica de lo exis-
tente". (Coutinho, 19 U. t)
Pero sin lugar a dudas, si bien hasta aquí remar-
camos el carácter revolucionario de la burguesía, -
representando-las ideas progresistas dentro del mo-
vimiento del proyecto de la modernidad no podemos
dejar de señalar que el capitalismo en sí mismo cons-
tituye un régimen de explotación y que por lo tanto
atenta contra los mismos ideales del iluminismo. En sí
mismo conlleva las contradicciones fundamentales a
las categorías de universalidad, individualismo y au-
tonomía, colocándolas, por lo tanto, en tensión per-
manentemente.
Desde el planteo de Berman (1995), para la tradi-
ción moderna del siglo XIX, la modernidad significaba
una revolución permanente, una contradicción diná-
mica, una lucha y un progreso dialéctico. El hombre
ubicado en el centro de la escena, mediado por la ra-
zón, se convierte en un haz infinito de posibilidades,
pero al mismo tiempo marcado por la fragilidad, por
la revolución de las experiencias, por el movimiento y
el dinamismo. Un mundo moderno, en el cual, según
Marx y Engels, “todo está preñado de su contrario” y
"todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Un mundo moderno, que por lo tanto, lleva en sí
mismo las contradicciones fundamentales, es decir,
las ilimitadas posibilidades del hombre, como ser on-
tocreador, como camino emancipador del género hu-
mano, y al mismo tiempo la consecuente enajena-
ción, alienación y antagonismo que el desarrollo del
modo de producción capitalista contiene, acompañado
de un dominio hegemónico de la razón instrumental.
En este sentido, el análisis de Jameson (1995), so-
bre la Posmodernidad, nos permite comprender que
la misma no es más que una manifestación más sofis-
ticada de las contradicciones, que la modernidad po-
see en el ámbito del capitalismo; es decir, en cuanto
el posmodernismo se corresponde con el actual esta-
dio de desarrollo del capitalismo -multinacional, glo-
balizado o mundial-, continúa expresando esta rela-
ción conflictiva y tensa entre el carácter explotador
del eterna y la dinámica emancipadora de la moderni-
dad.
En síntesis, el proyecto de la modernidad, en cuan-
to camino emancipada del hombre, representado en
las categorías de universalidad, individualismo y au-
tonomía, conserva vigencia y requiere aun, de una
necesaria urgencia para su total concretización.
Conservadurismo y Positivismo
Si en el apartado anterior nos detuvimos en anali-
zar la modernidad, enfatizando por un lado su carác-
ter emancipador y por otro la Posibilidad que abrió al
conocimiento del hombre en cuanto ser social, es
nuestra intención abocarnos a considerar algunas ca-
racterísticas del pensamiento conservador y su rela-
ción con el pensamiento positivista. Pero antes de in-
troducimos en el tema queremos hacer algunas refe-
rencias a las Ciencias Sociales en general.
De algún modo ya expresamos que es en el marco
ideológico y político de la modernidad, que pudo dife-
renciarse entre mundo natural y mundo social y que
permitió el estudio del ser social, -en cuanto tal-, y
sus relaciones más amplias. Dentro de este marco
podemos identificar tres matrices fundantes y funda-
mentales (podríamos denominar tres paradigmas) del
pensamiento moderno, buscando explicación de lo
social, ellas son: el positivismo, el marxismo y la so-
ciologia comprensiva de Weber.
Mientras que el primero se constituyó como una es-
cuela de Pensamiento buscando justificar el orden so-
cial burgués desde una perspectiva racional-
naturalista, el marxismo se constituyó en una tradi-
ción de pensamiento, en su crítica al orden burgués y
con un carácter intrínsecamente revolucionario. En
tanto el pensamiento weberiano, introduce el estudio
del carácter significativo de los fenómenos sociales,
resaltando los aspectos culturales, en una crítica al
capitalismo, que Cohn (1979) califica de “crítica re-
signada”.
Cada una de estas matrices de la teoría social tuvo,
y tiene, un desarrollo teórico-práctico particular que
no es nuestra intención historicizar; simplemente nos
introduciremos en el análisis del pensamiento conser-
vador y su interlocución con el positivismo, matriz
teórica fundante en el momento de profesionalización
del Trabajo Social.
El conservadurismo surge como un “contramovi-
miento” a los ideales de la Revolución Francesa. Es
una crítica a la modernidad y a sus representantes: la
burguesía revolucionaria, así como al modo de pro-
ducción capitalista; basado en la recuperación del pa-
sado, del estamento feudal y de los valores y creen-
cias de la Edad Media. A inicios del siglo XIX se desa-
rrolló este movimiento, siendo sus principales repre-
sentantes Burke, Bonald y De Maistre -algunos auto-
res incluyen también a Hegel, en su fase conservado-
ra-. Ante la creciente alienación, atomización de la
sociedad, inseguridad, vacío moral que la excesiva
racionalización del mundo y el desarrollo económico y
social habían provocado en Europa, estos autores
proponían un regreso al pasado como modo de vida
social, económico y político que permitiera el orden,
la seguridad y la moral de los pueblos.
Si bien muchos pensadores de la burguesía revolu-
cionaria tenían noción de las consecuencias del capi-
talismo, éstas no eran vistas más que como estados
transitorios hasta alcanzar el pleno desarrollo y la su-
peración de los lastres del feudalismo.
Las ideas conservadoras defendían una concepción
de sociedad entendida como una entidad orgánica con
leyes internas propias de desarrollo: “La 'sociedad es,
parafraseando a Burke, una asociación de los muer-
tos, los vivos y los no nacidos” (Nisbet, 1981; 66).
Las instituciones habían sido creadas por Dios y por lo
tanto antecedían al hombre; se recupera el concepto
de comunidad, familia y pequeño grupo, como míni-
ma expresión de la sociedad; existe un rescate de
elementos irracionales (religiosidad, costumbre, tradi-
ción, etc.) como constitutivos de la sociedad, en claro
rechazo a la “racionalización total del mundo” y la vi-
da “moderna”. Se reafirma el concepto de “particula-
ridades”, a partir de una noción de que los hombres
presentan necesidades y capacidades diferenciadas,
rechazando la noción de igualdad externa y justifi-
cando tanto el status como la jerarquía; así como
afirmando que la legitimidad de la autoridad no pro-
viene de la razón y el derecho, sino de los hábitos y
las costumbres.
“La ‘comunidad’ es colocada contra la 'sociedad'
(usando la terminología de Toennies), la familia con-
tra el contrato, la certeza intuitiva contra la razón, la
experiencia espiritual contra la experiencia material”.
(Mannheim, 1981:95)
Esta constituye, sintéticamente, una aproximación
al pensamiento conservador tradicional, a partir de
aquí realizaremos un recorrido por el pensamiento
positivista y su relación con el conservadurismo, lo
cual nos permitirá posteriormente avanzar en el aná-
lisis de esta matriz de pensamiento con el Trabajo
Social.
El positivismo surge a fines del siglo XVIII como
una utopía crítico-revolucionaria, dentro del movi-
miento iluminista y ligado a la fase revolucionaria de
la burguesía. En sus precursores, - Condorcet y Saint
Simón-, hay una búsqueda en el modelo de las Cien-
cias Naturales que permita una explicación de lo so-
cial; al utilizar el método científico de las ciencias na-
turales hay una idea de caminar hacia la emancipa-
ción del hombre, en cuanto ser social y de desentra-
ñar las “pasiones e intereses” de las clases dominan-
tes. El cientificismo positivista es aquí un instrumento
de lucha contra el oscurantismo clerical, las doctrinas
teológicas, los argumentos de autoridad, los axiomas
a priori de la Iglesia, los dogmas inmutables de la
doctrina social y la política feudal.
Si a través del desarrollo de las Ciencias Naturales
se había posibilitado el dominio del hombre sobre la
naturaleza, sería también a través de este método
que se podría emancipar al hombre de estas viejas
ataduras, la “naturalización” de la vida social tiene
“una función eminentemente crítica y contestataria”
(Lówy, 1994:21).
Fue a partir de Auguste Comte que el positivismo
cambia su visión del mundo y de su papel revolucio-
nario se convierte en el defensor del orden estableci-
do. El positivismo pasa de ser una utopía revoluciona-
ria a constituirse en una ideología37. Es en este punto,
donde las ideas conservadoras planteadas por Burke,
Bonald y De Maistre entran en contacto con el positi-
vismo y donde el orden burgués realizó una extraor-
dinaria absorción de este pensamiento, si bien no im-
plicó un retomar al feudalismo; es un conservaduris-
mo moderno, impregnado de racionalidad.
"Evidentemente, el orden al que aspira Comte no es
el de antes de 1789, 'que los doctrinarios del absolu-
tismo querían restaurar. Se trata de un nuevo orden,
un orden industrial que contiene el progreso, es decir
el desarrollo de la industria y de las ciencias.
Para Comte la ciencia, copiada de los moldes de las
Ciencias Naturales, debía ser el principio organizador
de la sociedad, del mismo modo que el catolicismo
fue el gran organizador del feudalismo- Su interés en
fundar una física social y la utilización del método
científico dista del carácter revolucionario de sus an-
tecesores, a quienes critica por tener una visión utó-
pica y revolucionaria de la realidad social. Si Condor-
cet y Saint Simón proponían una ciencia libre de pre-
conceptos, entendiendo por éstos los dogmas irracio-
nalistas, políticos y religiosos, Comte también conti-
núo defendiendo la necesidad de liberarse de los pre-
conceptos, sólo que ahora estos se refieren a las
ideas revolucionarias o transformadoras buscan alte-
rar el orden social. El gran mérito de Comte fue haber
realizado una traducción del pensamiento conserva-
dor dentro de los moldes de la racionalidad. En él la
referencia a “leyes naturales”, defendidas por la bur-
guesía revolucionaria en contra del dogmatismo cleri-
cal adquirió un carácter de justificación de lo estable-
cido y por lo tanto no susceptible de ser modificado.
La nueva ciencia que Comte pretendía fundar debía
ser neutra y libre de prejuicios al igual que la física o
la astronomía.
Es interesante remarcar esta absorción de las ideas
conservadoras de parte del positivismo dentro del
concepto de racionalidad de la modernidad, de tal
modo que se construyó una nueva visión del mundo,
lo que se designa como “rapto ideológico”.
Y si bien Comte dio las primeras bases para el pen-
samiento positivista, fue Le Play quien le otorgó una
metodología y un conjunto de técnicas empíricas y
que realizó una investigación en campo utilizando los
conceptos desarrollados por el conservadurismo mo-
derno (Nisbet, 1981.73).
Pero sin lugar a dudas, fue Emile Durkheim quien le
imprimió el carácter científico al positivismo brindán-
dole base empírica y donde evidenciamos con claridad
la relación entre el pensamiento conservador y el es-
tudio contemporáneo de las relaciones humanas.
"Nuestro método no tiene, pues, nada de revoluciona-
rio. En cierto sentido es hasta esencialmente conser-
vador, pues considera los hechos sociales como co-
sas, cuya naturaleza, por flexible y maleable que sea,
no es, sin embargo, modificable a voluntad".
(Durkheim, 1991:8)
Con estas palabras presentes en su introducción a
Las Reglas del Método Sociológico, Durkheim no deja
lugar a duda que su método y el trato científico de los
hechos sociales no apuntan a una modificación del
orden establecido, antes que ello, a una conservación
del mismo. Para él, la sociedad precede al individuo y
por lo tanto se encuentra regida por leyes sociales, a
semejanza de las leyes naturales, no susceptibles de
transformaciones. La necesidad de utilizar un método
similar al de las ciencias naturales, objetivo, neutro,
libre de todo preconcepto, lleva a Durkheim a la “na-
turalización” de las relaciones humanas, claramente
expresado en su primera regla del método:
“La primera regla y la más fundamental es el conside-
rar los hechos sociales como cosas” (Durkhei m,
1991:31)
Tratar los hechos sociales como elementos de la na-
turaleza y sujetos a leyes, se convierte en reducir la
acción humana a una legalidad externa a sí misma, y
que por lo tanto da lugar a distinguir entre lo normal
y lo patológico (como desvío de las leyes sociales). La
desigualdad social se justifica en el carácter organicis-
ta de la sociedad y de esté modo es legitimada. La
búsqueda de la verdad del conocimiento es objetiva y
neutra, negando la existencia de los preconceptos y
de la propia visión del mundo del investigador.
"Como A. Comte, Durkheim no vio ninguna contra-
dicción, ninguna incompatibilidad entre la tendencia
conservadora de su método (que él reconoció) y la
neutralidad o imparcialidad científica (que él reivindi-
caba) (...) " (Lówy, 1994:31)
El carácter de exterioridad de la sociedad, la natu-
ralización de los hechos sociales, la racionalidad del
control social, la “moral” como base de la organiza-
ción social, son rasgos fundamentales del pensamien-
to durkheimiano y que lo permiten ubicar dentro del
pensamiento conservador.
Para finalizar consideramos importante presentar la
siguiente síntesis del pensamiento positivista realiza-
da por Lówy, que muestra con justicia su estructura:
“1. La sociedad es regida por leyes naturales, esto es,
leyes invariables, independientes de la voluntad y la
acción humana; en la vida social, reina una armonía
natural.
2. La sociedad puede, por tanto, ser epistemológica-
mente asimilada a la naturaleza (lo que clasificamos
como 'naturalismo positivista ’) y ser estudiada por
los mismos métodos, modos y procesos empleados
por las ciencias de la naturaleza.
5. Las ciencias de la sociedad, así como las de la na-
turaleza, deben limitarse a la observación y a la ex-
plicación causal de los fenómenos, de forma objetiva,
neutra, libre de juicios de valor o de ideologías, des-
cartando previamente todas las prenociones y los
preconceptos ”.(1994:17)
1.1.3. Conservadurismo y Trabajo Social
Si por un lado el surgimiento del Trabajo Social co-
mo profesión institucionalizada lo ubicamos como
respuesta a la “cuestión social”, inscripto en la divi-
sión social y técnica del trabajo, -y siguiendo la tesis
de Netto-, en relación genética con las peculiaridades
de la sociedad burguesa en su organización monopó-
lica (1992a: 14); por otro lado, su práctica y justifica-
ción teórica-ideológica estuvo vinculada a los com-
promisos sociopolíticos con el conservadurismo (Ia-
mamoto, 1995:17).
El desarrollo y la expansión del modo de producción
capitalista, así como el mantenimiento del poder he-
gemónico de la burguesía, requerían esconder o disi-
mular los antagonismos de clase y las contradicciones
inherentes al mismo, en una suerte de ardid que
permitiera ocultar el carácter explotador del sistema y
resaltara los principios de libertad y justicia ligados
indiscutiblemente a un individualismo de carácter ne-
gativo.
“De acuerdo con la moral burguesa era preciso, por el
contrario, generalizar la imagen del capitalismo como
un régimen irreversible, como un orden social justo y
adecuado, en fin, como un punto, terminal de la his-
toria de la humanidad. Mantener intocable la sociedad
burguesa y el orden social por ella producido era un'
verdadero imperativo para la burguesía. Para lo cual
se tornaba indispensable recurrir a estrategias más
eficaces de control social, capaces de contener el vi-
gor de las manifestaciones operarías y la acelerada
diseminación de la pobreza y del conjunto de los (
problemas asociados a ella". (Martinelli, 1995:61)
Es de este modo que la burguesía, habiendo aban-
donado su papel revolucionario, establecida como po-
der dominante y asumiendo ahora un fuerte papel
conservador, recurrió a formas asistenciales precapi-
talistas, transformándolas y convirtiéndolas en ins-
trumentos tanto de control social como de legitima-
ción de su poder y del sistema.
"Al aproximarse a los agentes que estaban desarro-
llando las acciones filantrópicas en aquel momento,
teniendo .en cuenta la racionalización de la asistencia
y su normalización, la burguesía quería apropiarse de
la práctica social para someterla a sus designios. Al
‘despotismo de la fábrica', como llamaba Marx a las
condiciones que marcaban la vida del obrero en el in-
terior de la fábrica, la burguesía quería sumar el ‘des-
potismo social utilizando para ello de la práctica social
como una ‘fuerza represora generada en el interior de
las fuerzas productivas " (Martinelli, 1995:63)
Curiosamente, y no casualmente, fue en Inglaterra,
sede la Revolución Industrial y de las primeras orga-
nizaciones proletarias, donde encontramos los ante-
cedentes de la profesión con la creación de la London
Charity Organization Society en 1869, caracterizada
por ser el primer intento de una sistematización y
tecnificación en tomo a la intervención asistencial. De
algún modo, esta institución sintetizaba la labor desa-
rrollada por los denominados “reformadores sociales”,
que desde inicio del siglo XIX, pregonaban una inter-
vención social ante el avance de la “cuestión social”
generalmente asociados a motivaciones religiosas (ya
sean católicas o protestantes). Ejemplo de ello es la
actividad desarrollada en Inglaterra por Thomas
Chalmers, Florence Nightingale, William Booth, Octa-
via Hill; en Francia por Federico Ozanam, y la imple-
mentación del Sistema Elberfeld en Alemania. Alcan-
zando la profesión en el período de transición entre el
siglo XIX y XX, a través de los estudios y los trabajos
de Mary Richmond, una estructuración, sistematiza-
ción y metodología de intervención.
El proceso de institucionalización de la profesión en
Europa y los Estados Unidos presentan como rasgo en
común su carácter conservador, mediado por una
alianza entre burguesía, Iglesia y Estado y teniendo
por objetivo no sólo la aceptación del modo capitalista
de producción como hegemónico, sino también la im-
posición del modo capitalista de pensar; su práctica
priorizó las necesidades y dificultades individuales so-
bre las colectivas, en un discurso que acabó cristali-
zado en la expresión: “cada caso es un caso”, al
mismo tiempo, y por la misma actividad, se negaba la
condición individual de la persona humana a través
de una práctica tutelar, normatizadora y moralizadora
de comportamientos y conductas.
“Burguesía, Iglesia y Estado se unieron en un com-
pacto y reaccionario bloque político, intentando cohi-
bir las manifestaciones de los trabajadores eurocci-
dentales, impedir sus prácticas de clase y de sofocar
su expresión política y social. En Inglaterra, el resul-
tado material y concreto de esa unión fue el surgi-
miento de la Sociedad de Organización de la Caridad
en Londres en 1869, congregando los reformistas so-
ciales que pasaban ahora a asumir formalmente, de-
lante de la sociedad burguesa constituida, la respon-
sabilidad por la racionalización y por la normatización
de la práctica de la asistencia. Surgían así, en el es-
cenario histórico los primeros asistentes sociales, co-
mo agentes ejecutores de la práctica de la asistencia
social, actividad que se profesionalizó bajo la deno-
minación de “Servicio Social", acentuando su carácter
de práctica de prestación de servicios”. (Martinelli,
1995:66)
Ahora bien, si por un lado el pensamiento conser-
vador constituye la base ideológica común del proce-
so de institucionalización de la profesión, es necesario
destacar que su desarrollo en Europa, principalmente
continental, y en los Estados Unidos presentan parti-
cularidades que deben ser consideradas. Netto
(1992a) distingue al conservadurismo europeo como
restaurador y al norteamericano como modernizador.
Esta distinción se justifica en las condiciones históri-
cas, sociales y políticas en que el capitalismo se desa-
rrolló; mientras que en Europa Occidental existía una
experiencia de procesos revolucionarios, una presen-
cia sociocultural de restauración y un fuerte peso de
la tradición católica, en los Estados Unidos no existían
resistencias precapitalistas a la instalación del capita-
lismo competitivo.
De este modo, el Trabajo Social europeo tuvo como
base el anticapitalismo romántico, y su intervención
direccionada a una restauración, principalmente en el
orden ético-moral, negando las vinculaciones con las
instituciones estatales y buscando soluciones inter-
medias (tercera vía). Martinelli (1995:115) señala,
que el Trabajo Social europeo priorizaba una com-
prensión de la estructura de la sociedad y de sus pro-
blemas; más que actuar sobre los individuos para
ajustarlos a la sociedad, era preciso actuar sobre ésta
para evitar su desestabilización. Mientras que el Tra-
bajo Social norteamericano, con ausencia de formas
precapitalistas de intervención social y de experien-
cias revolucionarias, y una débil tradición católica, es-
tuvo anclado en un movimiento reformista y moderni-
zador, privilegiando la acción individual y teniendo
como objetivo la real integración al sistema, el cual
de modo alguno es cuestionado, ni siquiera de mane-
ra indirecta como lo hace el anticapitalismo románti-
co, basado en una restauración del pasado. En este
sentido, también se dio una importante integración
entre la profesión y las instituciones públicas, consi-
deradas éstas necesarias para el desarrollo social. Pa-
ra Mary Richmond el Trabajo Social, era una acción
eminentemente reintegradora y reformadora del ca-
rácter. La asistencia social era concebida fundamen-
talmente de manera individual y a través de la visita
domiciliaria. Mientras que las corrientes europeas, re-
chazaban la perspectiva de asistencia y proponían la
acción social, entendida como un proceso de promo-
ción, prevención y cura de los procesos sociales en
sus múltiples aspectos44.
“El desarrollo profesional del Trabajo Social, se dio
simultáneamente con la imbricación de esas dos lí-
neas evolutivas y con sus modificaciones particulares.
O sea, se operó en un campo cultural-ideológico que
registraba un movimiento entre las dos tradiciones y
otro, situado en la relación entre cada una de ellas y
las nuevas configuraciones cultural-ideológicas que
surgían en sus respectivas periferias. ” (Netto,
1992a: 117)
En cuanto a las relaciones entre el pensamiento
conservador y el Trabajo Social en Latinoamérica, el
mismo ha sido objeto de estudio en varios países; ba-
sándonos en ellos presentaremos algunos de los ras-
gos característicos de esta relación, principalmente
siguiendo el desarrollo realizado por Iamamoto para
el caso brasileño y de Manrique para el caso chileno y
peruano.
Según Iamamoto:
“El Trabajo Social surge como parte de un movimien-
to social más amplio, de bases confesionales, articu-
lado a la necesidad de una formación doctrinaria y
social del laicado, para una presencia más activa de la
Iglesia Católica en el ‘mundo temporal en los inicios
de la década del 30". (1995:18)
Ante el proceso de secularización del mundo capita-
lista y su consecuente pérdida de hegemonía, la Igle-
sia intentó recuperar poder junto al Estado; fueron
retomados conceptos tales como: familia, comunidad
y nación; y se buscaba, mediante diferentes acciones,
armonizar las relaciones contradictorias de clase, an-
tes que el conflicto. A través de las encíclicas papales
“Rerum Novarum” (1891) y “Quadragesimo Anno”
(1931 ) se realizó un llamamiento universal a todos
los católicos y se presentó una programática para
atender a los problemas sociales, entendiendo la
“cuestión social” como un problema moral y religioso
antes que económico-político. El comunitarismo cris-
tiano fue presentado como una forma de enfrenta-
miento al crecimiento del movimiento obrero y del
socialismo en las primeras décadas del siglo XX.
“A partir de ese soporte analítico y de esa estrategia
de acción, la Iglesia deja de contraponerse al capita-
lismo, y pasa a concebirlo a través de la ‘tercera vía',
que combate vehementemente al socialismo y substi-
tuye el liberalismo por el comunitarismo cristiano".
(Iamamoto, 1995:19).
Por otro lado, Sposati nos plantea que el surgimien-
to del Trabajo Social “no ocurre de la constitución de
un saber especifico sino de una toma de posición de
determinados sectores y segmentos sociales domi-
nantes frente a la necesidad de construir una res-
puesta a una situación coyuntural puesta en el orden
capitalista” (1992:7). Este posicionamiento intenta
extender el concepto de persona humana a todos los
hombres, pero lógicamente dentro de los padrones de
la sociedad capitalista.
Su constitución como movimiento no directamente
ligado al Estado, ni tampoco a los reclamos de la cla-
se trabajadora, lo ubica como una forma alternativa y
paralela, fundada en el modelo solidarista de colabo-
ración y por lo tanto ajeno al modelo democrático ba-
sado en los derechos sociales. El predominio del prin-
cipio de subsidiariedad de la Doctrina Social de la
Iglesia, hace “que el Estado sólo entre en escena si el
individuo, la familia y la sociedad no resuelven la si-
tuación” (Sposati, 1992:9).
Estos elementos presentes en la génesis de la pro-
fesión marcaron y acompañaron su desarrollo históri-
co: un humanismo que priorizaba al individuo y la
familia, como solución de los problemas estructura-
les; un posicionamiento ideológico, más preocupado
por identificar “virtudes” y “vicios” públicos que
por la profundización teórico-científica de las situacio-
nes ante las cuales debían intervenir; una legitima-
ción de la práctica profesional que provenía, no de
quienes recibían su intervención, sino de las clases
dominantes.
En este pensamiento ideopolítico el Trabajo Social
surge de la iniciativa de fracciones dominantes, ex-
presado principalmente a través del movimiento laico,
como una alternativa profesionalizante a las activida-
des del apostolado social, especialmente de sus re-
presentantes femeninas. Cabe destacar aquí dos ca-
racterísticas fundamentales que se encuentran en el
proceso de institucionalización de la profesión: por un
lado el carácter vocacional de la misma y por otro su
constitución como una profesión femenina.
En relación al primer punto, las relaciones entre la
profesión y la dependencia directa o indirecta del
pensamiento doctrinario de la Iglesia, remarcaron el
"carácter misional de la actividad profesional” (Ia-
mamoto, 1984:87). Junto a los procesos de racionali-
zación y tecnificación de la intervención profesional,
coexistían valores éticos, morales y religiosos que los
profesionales debían poseer; la opción por el Trabajo
Social tenía un profundo sentido “vocacional” y volun-
tario, concebido más como un “llamamiento” divino y
una misión a desarrollar, que como una profesión ins-
cripta en la división social y técnica del trabajo. De
algún modo esta característica fundante perdura en el
tiempo, produciendo en los profesionales una imagen
mistificadora de su intervención.
“Las cualidades personales, la vocación, la disposición
para servir continuaban presentes como elementos
esenciales, a los cuales era preciso acrecentar la pre-
paración técnica-científica para el adecuado ejercicio
de la práctica social". (Martinelli, 1995:121)
Por otro lado, significativamente, la profesión nace
con un marcado carácter femenino, continuando la
tradición de la caridad y la filantropía, -clásicamente
ejercida por mujeres-; en el momento de la profesio-
nalización fueron también mujeres quienes se incor-
poraron a la misma, como una manera de participa-
ción -social, política y/o religiosa- de las mujeres de
la clase dominante. Asimismo Netto (1992a:84) des-
taca que en este carácter femenino de la profesión,
además de expresar formas de participación de la
mujer, y en este sentido con un fuerte componente
voluntario en la génesis del Trabajo Social, podemos
encontrar también una relación con la subalternidad
técnica y social a la que se destinaba la fuerza de tra-
bajo femenina; y si bien el carácter voluntario es par-
cialmente abandonado al institucionalizarse la profe-
sión, su relación de subalternidad técnica permaneció
como un trazo constitutivo de la misma.
Dentro de este contexto el Trabajo Social presentó
las siguientes características: una formación doctrina-
ria y una profundización sobre los “problemas socia-
les” a partir de un contacto directo con el ambiente
obrero, de las militantes, especialmente femeninas,
del movimiento católico; una acción de alivio moral
de la familia obrera actuando preferentemente con
mujeres y niños; una acción individualizada entre las
masas atomizadas social y moralmente confrontando
las influencias anarco-sindicalistas en el proletariado
urbano. La acción no se limitó a la caridad, sino a una
forma de intervención ideológica en la vida de la clase
trabajadora: el encuadramiento de los trabajadores
en las relaciones sociales vigentes, reforzando la mu-
tua colaboración entre capital y trabajo, diferencián-
dose de la caridad tradicional, vista como mera re-
producción de la pobreza, y proponiendo una acción
educativa, en una línea preventiva antes que curati-
va, si bien con un carácter individualizante en la pro-
tección legal, desconociendo los antagonismos de cla-
se y realizando un tratamiento de cuño doctrinario y
moralizador. Las bases de la organización social fue-
ron consideradas dadas y por lo tanto no cuestiona-
bles, la solución se limitaba a la “reforma del hombre
dentro de la sociedad” y por lo tanto se promovía la
individualización de los “casos sociales” en detrimento
del reconocimiento de la situación común vivida por
los segmentos sociales atendidos por el Trabajo So-
cial, siendo los individuos considerados como únicos y
particulares con capacidades y potencialidades que
debían ser desarrolladas. La formación social, moral e
intelectual de la familia adquirió una relevancia fun-
damental puesto que era considerada la célula básica
de la sociedad. Todo esto remarcó una tendencia em-
piricista y pragmática, que buscaba la investigación y
la clasificación de la población atendida, tanto para el
otorgamiento de subsidios y auxilios como para la
prevención de riesgos sociales.
Esta rápida recorrida por el Trabajo Social en su fa-
se de institucionalización nos demuestra de forma
más que evidente la fuerte presencia del pensa-
miento conservador, fortalecido por la dependencia
doctrinaria con la Iglesia Católica y legitimada por
el Estado, como matriz fundante del mismo. Asimis-
mo cabe señalar que existió un proceso de expansión
de Escuelas de Trabajo Social promovido dentro de
los padrones del comunitarismo católico.
En sus inicios el Trabajo Social recibió principalmen-
te la influencia del pensamiento conservador franco-
belga y, especialmente a partir de los años 40, entró
en contacto con la sociología conservadora norteame-
ricana, acompañado por un crecimiento de institucio-
nes socioasistenciales estatales, paraestatales o au-
tárquicas, producto del proceso de industrialización.
Dentro de esta influencia el Trabajo Social incorporó
la noción de comunidad, "como matriz analítica de la
sociedad capitalista y como proyecto norteador de ac-
ción profesional y el principio de solidaridad "como di-
rectriz ordenadora de las relaciones sociales, en ten-
sión con sus fundamentos históricos concretos” (Ia-
mamoto, 1995:26-2
El conservadurismo católico que caracterizó el sur-
gimiento de la profesión, comenzó a ser secularizado
y tecnificado a partir de la incorporación de los méto-
dos desarrollados por el Trabajo Social norteameri-
cano, -caso, grupo y comunidad-, sin por ello perder
su carácter conservador.
“El Trabajo Social mantiene su carácter técnico-
instrumental vuelto para una acción educativa y or-
ganizativa entre el proletariado urbano, articulando -
en la justificación de esa acción -, el discurso huma-
nista calcado de la filosofía aristotélica-tomista, a los
principios de la teoría de modernización presente en
las Ciencias Sociales.” (Lamamoto, 1995:21)
1.2. RELACIONES SOCIALES, POLÍTICAS SO-
CIALES Y TRABAJO SOCIAL
Desde nuestra perspectiva de análisis ubicamos el
surgimiento y desarrollo del Trabajo Social en cuanto
profesión y práctica institucionalizada, dentro del mo-
do de producción capitalista y por lo tanto determina-
do por la relación entre capital y trabajo. El Trabajo
Social, como una totalidad históricamente determina-
da, -y por lo tanto en clara oposición a visiones evo-
lucionistas de la caridad y la filantropía se encuentra
inserto dentro de las relaciones sociales que este mo-
do de producción impone, tanto a los agentes profe-
sionales como a los sectores con los cuales trabaja.
“Este modo de producción no debe considerarse so-
lamente en cuanto es la reproducción de la existencia
física de los individuos. Es ya, más bien, un determi-
nado modo de la actividad de estos individuos, un de-
terminado modo de manifestar su vida, un determi-
nado modo de vida de los mismos. Tal y como los in-
dividuos manifiestan su vida, así son. Lo que son
coincide, por consiguiente, con su producción, tanto
con lo que producen como con el modo
Cómo producen. Lo que los individuos son depende,
por tanto, de las condiciones materiales de su pro-
ducción”. (Marx-Engels, 1982:19)
El modo de producción capitalista, que tiene como
objetivo la reproducción ampliada del capital, deter-
mina una sociedad de clases dividida entre aquellos
que son dueños de los medios de producción (capita-
listas) y aquellos que sólo poseen su fuerza de traba-
jo para sobrevivir y que deben venderla en el merca-
do como mercancía (trabajadores). Es esta contradic-
ción fundamental la que permite la reproducción del
capital a través de la extracción de plusvalía que la
clase burguesa realiza a la clase proletaria58. La cate-
goría de trabajo es la que nos permite comprender el
proceso de producción, dado que es el trabajador
quien produce y reproduce el capital y al hacerlo re-
produce la explotación y la dominación de parte de
los capitalistas. Pero este proceso de reproducción no
es meramente económico, sino que fundamentalmen-
te es social. Una forma histórica de producción y de
reproducción material determina, al mismo tiempo, la
reproducción de las relaciones sociales que permiten
esa producción. Es así como la reproducción de las
relaciones sociales del modo de producción capitalista
satura todos los espacios y formas de la vida social.
Entendiendo por lo tanto, que la reproducción de las
relaciones sociales es: la reproducción de la totalidad
del proceso social, la reproducción de determinado
modo de vida que envuelve lo cotidiano de la vida en
sociedad: el modo de vivir y trabajar, de forma so-
cialmente determinada, de los individuos en sociedad.
"(Iamamoto, 1984:78).
Todo esto nos permite señalar que al referimos al
Trabajo Social no podemos hacer abstracción de la
profesión como una realidad ahistórica o externa a las
condiciones estructurales y a las particulares coyuntu-
ras históricas, económicas y políticas en las cuales lo-
gro su profesionalización. Es decir, el Trabajo Social,
como una forma de especialización profesional, se
ubica dentro de la división social y técnica del trabajo
y su ejercicio delimitado por las contradicciones, los
antagonismos y la reproducción de las relaciones so-
ciales inherentes a este modo de producción.
"El origen del Trabajo Social como profesión tiene la
marca profunda del capitalismo y del conjunto de va-
riables subyacentes, - alienación, contradicción y an-
tagonismo-, pues fue en ese vasto caudal que él fue
engendrado y desarrollado." (Martinelli, 1995:156)
De este modo, como agentes profesionales inscrip-
tos en la división social y técnica del trabajo, su ejer-
cicio profesional conlleva las contradicciones del capi-
talismo, participando "tanto de los mecanismos de
dominación y explotación como también, al mismo
tiempo y por la misma actividad da respuesta a las
necesidades de sobrevivencia de la clase trabajadora
y de la reproducción del antagonismo en esos intere-
ses sociales, reforzando las contradicciones que cons-
tituyen el móvil básico de la historia. " (Iamamoto,
1984:80).
Con lo cual, y siguiendo la tesis de Martinelli, la
profesión surge en el escenario histórico con una
identidad atribuida, es decir, respondiendo al proyec-
to político de la burguesía y a los intereses del capita-
lismo, determinando un recorrido alienado, alienante
y alienador de la práctica profesional. Sus compromi-
sos genéticos con la alianza que le dio origen, (Esta-
do, Iglesia y Burguesía), no permitieron que la misma
se constituyera como una típica profesión “liberal”,
muy por el contrario, subordinó permanentemente su
práctica profesional a los proyectos hegemónicos y
asegurando de este modo la reproducción de las rela-
ciones sociales, el control social y el disciplinamiento
moralizador de la fuerza de trabajo.
"El Trabajo Social ya surge, por lo tanto, en el esce-
nario histórico con una identidad atribuida, que ex-
presaba una síntesis de las prácticas sociales precapi-
talistas -represoras y controladoras -, y de los meca-
nismos y estrategias producidos por la clase domi-
nante para garantizar la marcha expansionista y la
definitiva consolidación del sistema capitalista.” (Mar-
tinelli, 1995:66-67)
En síntesis, podemos afirmar que el surgimiento de
la profesión y su desarrollo se encuentra íntimamente
ligado al desarrollo del capitalismo, y en especial a las
consecuencias que este modo de producción genera.
En otros términos, el Trabajo Social se constituye en
una de las respuestas ante la cuestión social.
1.2.1. La “cuestión social” y el Trabajo Social
Es un hecho altamente reconocido dentro del colec-
tivo profesional, vincular el surgimiento del Trabajo
Social como una de las formas institucionalizadas de
enfrentamiento a la “cuestión social”. En este sentido,
consideramos que antes de introducimos en el análi-
sis de las relaciones mutuas entre la cuestión social y
la profesión, resulta imprescindible clarificar el con-
cepto de “cuestión social” que utilizaremos.
Los abordajes y explicaciones teóricas y socio-
históricas sobre la cuestión social, presentan una gran
diversidad de perspectivas que van desde la justifica-
ción del status quo hasta el carácter revolucionario de
la misma. Pero de hecho podemos afirmar que duran-
te la primera mitad del siglo XIX, con el desarrollo de
las fuerzas productivas, los procesos de industrializa-
ción y urbanización y cuando la burguesía luchaba por
alcanzar su hegemonía política y económica, aparece
de manera clara y explícita la cuestión social tanto
como amenaza al orden establecido, así como mani-
festación irrefutable de las desigualdades estructura-
les del capitalismo. Su manifestación concreta se dio
en tomo a la organización del movimiento obrero, las
huelgas, las condiciones laborales y sus reclamos, las
condiciones de vida del ejército industrial de reserva,
de las mujeres y niños, de los ancianos, etc.
Desde la perspectiva de Castel, la cuestión social es
considerada “una aporía fundamental, una dificultad
central, a partir de la cual una sociedad se interroga
sobre su cohesión e intenta conjurar el riesgo de su
fractura. Es, en resumen, un desafío que cuestiona la
capacidad de una sociedad de existir como un todo,
como un conjunto ligado por relaciones de interde-
pendencia". (Castel, 1996:2-3)
Esta definición, si bien posee un alto grado de abs-
tracción, nos permite realizar algunas reflexiones. En
primer lugar, comprender que la cuestión social, si
bien colocada de forma explícita en el siglo XIX, no se
limita, en cuanto fenómeno social únicamente al
desarrollo del capitalismo; lo cual permitiría hablar de
una cuestión social feudal o de una cuestión social co-
lonial. En segundo término, al presentarse como una
amenaza fundamental a la existencia de una sociedad
como un todo organizado, como un orden social esta-
blecido -cuestionando la cohesión de la misma-, con-
trapone una organización político- jurídica que asegu-
ra los derechos a todos los ciudadanos con un siste-
ma económico que genera miseria y pobreza. Es de-
cir, coloca el problema en tomo a la organización so-
cial y, por lo tanto, hace referencia a la necesidad de
estrategias para su superación y para el manteni-
miento de las relaciones de interdependencia en la
misma. Como ya hemos expresado, el nivel de abs-
tracción y generalización que posee esta definición
sólo nos resulta de utilidad como camino indicativo
para un primer planteo sobre el tema.
Ya en el análisis realizado por Ianni (1996), particu-
larizando la cuestión social en el Brasil, encontramos
que para este autor la misma es la manifestación de
las desigualdades, -económicas, políticas y culturales-
, así como de los antagonismos, -de clase, raciales o
regionales-, de significación estructural, es decir liga-
do al desarrollo del capitalismo. En la base de las de-
sigualdades y antagonismos que constituyen la cues-
tión social, se encuentran procesos estructurales del
desarrollo capitalista, que como una gran fábrica jun-
to al desarrollo económico y del abarato estatal, fa-
brica las desigualdades y antagonismos sociales.
“De acuerdo a la época y el lugar, la cuestión social
mezcla aspectos raciales, regionales y culturales, jun-
to con los económicos y políticos. Es decir, el tejido
de la cuestión social mezcla desigualdades y antago-
nismos de significación estructural (Ianni, 1996:92)
Asimismo el autor nos plantea que históricamente
la cuestión social, al tomar un estado público y cla-
ramente externo, pasó de ser considerada una cues-
tión de policía para una cuestión política, sin que por
ello lógicamente se hayan abandonado las técnicas
represoras y de violencia, pero abriendo posibilidades
para la protesta social y la negociación, sugiriendo
“tanto la necesidad de reforma como la posibilidad de
revolución" (1996:88). Históricamente, y de acuerdo
a las particulares coyunturas políticas, sociales, eco-
nómicas y culturales, la cuestión social tuvo un carác-
ter predominantemente represor y violento, o asis-
tencial y preventivo, y en muchos casos combinando
estas diferentes técnicas o produciendo una incorpo-
ración selectiva de algunos derechos sociales que
ampliaron la base de la participación ciudadana.
Pero el reconocimiento de la existencia de la cues-
tión social, no siempre implicó el reconocimiento de
que el propio desarrollo del proceso productivo y de
las diversidades sociales eran las causas reales de su
existencia, y muy por el contrario en muchos casos se
“naturalizó” la cuestión social, transformándola en
problemas de la asistencia social o en problemas de
violencia y caos social. Es decir, la justificación de las
desigualdades y los antagonismos, como problemas
de Índole individual, como características universales
propias de la humanidad o como desviaciones patoló-
gicas que requerían una determinada intervención. Si
bien diferentes grupos hegemónicos reconocen la
existencia de la cuestión social, niegan sus verdade-
ras causas de aparición, justificando por lo tanto el
sistema y ubicando el problema como un asunto de
“ajuste y adaptación”.
“Cuando se criminaliza al 'otro” esto es, a un amplio
segmento de la sociedad civil, se defiende, una vez
más, el orden social establecido. Así, las desigualda-
des sociales pueden ser presentadas como manifesta-
ciones inequívocas de fatalidades’, ‘carencias’, ‘heren-
cias ’, cuando no ‘responsabilidades’ de aquellos que
dependen de medidas de asistencia, previsión, segu-
ridad o represión." (Ianni, 1996:101)
Por último queremos señalar que al interior de la
profesión, es clásica la definición que hace Iamamoto
sobre la cuestión social, y si bien la misma tiene el
mérito de haber incorporado al colectivo profesional
esta discusión, encontramos que la misma limita el
análisis a la organización y movilización del movi-
miento obrero y su participación en los reclamos polí-
ticos ante la burguesía; desde nuestra perspectiva, y
como venimos expresando, la cuestión social adquie-
re rasgos particulares y concretización en el desarro-
llo del capitalismo, y se funda en la relación entre ca-
pital y trabajo, pero no por ello la agota y, siguiendo
el análisis de Ianni, presenta rasgos culturales, políti-
cos, regionales y raciales que también la constituyen
y son necesarios considerar.
En síntesis podemos decir que la cuestión social
como manifestación de las desigualdades y antago-
nismos políticos, económicos y culturales anclada en
las contradicciones propias del desarrollo capitalista y
poniendo en jaque el poder hegemónico de la burgue-
sía, atentando contra el orden social establecido ge-
neró
Múltiples estrategias del poder instituido para enfren-
tarla, callarla, naturalizarla, disminuirla o incorporar-
la. Es en este sentido que podemos afirmar que el
surgimiento del Trabajo Social, en cuanto profesión
dentro del orden capitalista, se constituyó en una de
esas tersas formas de enfrentar la cuestión social,
tanto como una cuestión de policía como una cuestión
política.
A partir de esta perspectiva, las relaciones entre la
cuestión social y proceso profesionalización del Traba-
jo Social se presentan sumamente complejas, y de
ninguna manera pueden ser caracterizadas como uni-
lineales. Con lo cual queremos señalar que las conse-
cuencias de la cuestión social acompañaron, -y acom-
pañan-, el recorrido de la burguesía, y que fue en el
interjuego de fuerzas presentes y ante una manifes-
tación creciente de los procesos de pauperización que
el Trabajo Social se constituyó como una alternativa
de intervención ante la misma, frente a las cre-
cientes amenazas que representaban el movi-
miento obrero organizado y los sectores azota-
dos por los procesos de pobreza.
“Inglaterra, en función de sus circunstancias históri-
cas y de la larga convivencia con la miseria generali-
zada, fue el primer país de Europa en crear no sólo
una legislación específica para la atención de la 'cues-
tión social' sino un organismo encargado de racionali-
zar y normatizar la práctica de la asistencia. Ya en
1869, momento de agravamiento de las crisis socio-
económicas que precedieron a la Gran Depresión,
miembros de la alta burguesía habían creado la So-
ciedad de Organización de la Caridad, uniendo esfuer-
zos de la Iglesia Evangélica y de la clase dominante.
(...) Apoyados en una legislación de las más brutales
que se tiene noticia, los modelos visualizaban la asis-
tencia como una forma de controlar la pobreza y rati-
ficar la sujeción y la sumisión de los trabajadores. Se
apoyaban esencialmente en tres grandes estrategias:
la intimidación, la represión y la punición". (Martinelli,
1995:83-84)
Asimismo la profesión, sustentada en su base doctri-
naria conservadora, se fue constituyendo como una
forma alternativa, marcando su particularidad ante
otras formas existentes de enfrentamiento a la cues-
tión social. Al respecto, Verdés-Leroux analizando el
proceso de institucionalización de la profesión en
Francia plantea:
"Frecuentemente interpretada como una de las
formas de la caridad o confundida con la asistencia
pública, la asistencia social se define por el contrario,
a partir de una crítica a las dos formas existentes de
asistencia. A la beneficencia cristiana se la censuraba
por no haber servido para nada, a no ser mantener la
pobreza, reproducirla, y haber sido incapaz de opo-
nerse a la lucha de clases y contribuir para la disten-
sión social. En relación a la asistencia pública, se con-
sidera que ella no sólo es impotente, sino nociva, ya
que se basaba en el reconocimiento de los derechos
sociales. Al dar a entender que la noción de derecho
es ciega y, sobre todo, estrecha, la asistencia social
camufla su queja real: es peligroso considerar los de-
rechos, pues ello equivale a admitir, al mismo tiempo,
que las dificultades sociales no son apenas fenómenos
singulares y aleatorios ('los designios de la Providen-
cia'), sino que son la consecuencia de procesos eco-
nómicos y sociales”. (1986:12-13)
En este mismo sentido resulta interesante señalar,
que si bien los emprendimientos de institucionaliza-
ción de la profesión tuvieron un claro enraizamiento
religioso, en su constitución confluyeron tanto la bur-
guesía, que como clase dominante promovía y alen-
taba estas formas de asistencia, al igual que un Esta-
do, -si bien en ese momento no centralmente preo-
cupado por estas manifestaciones- que participaba
indirectamente, justificando y permitiendo esta inter-
vención, dado que la misma tenía como objetivo cen-
tral la consolidación y expansión del modo de produc-
ción capitalista. De este modo, Sposati nos plantea
que el Trabajo Social surge como una forma histórica
de regulación social, anterior al modelo de políticas
sociales públicas, al Welfare State y al keynesianis-
mo. Esta forma histórica de regulación social se cons-
tituye en una forma alternativa y paralela tanto a la
intervención directa del Estado como a los intereses
de los trabajadores. Su fuerte contenido humanista
reduce las contradicciones propias del modo de pro-
ducción capitalista a causalidades personales e indivi-
duales. Su intervención tiene como "referencia al ser
humano/persona humana y no el ser social/sujeto co-
lectivo” (Sposati, 1992:9).
El fuerte componente ideológico del pensamiento
conservador produce un desplazamiento de la contra-
dicción capital-trabajo hacia la dualidad riqueza-
pobreza, área privilegiada de intervención del Trabajo
Social. La población objetivo de la intervención del
trabajador social fueron (¿o son todavía?) los “po-
bres”, definidos conceptualmente como “seres huma-
nos”, pero políticamente por ser portadores de una
carencia (hambre, falta de vivienda, etc.) y por lo
tanto poco interesados en construir derechos a una
vida humana y preocupados sólo en dar respuestas
inmediatas e individuales a esa situación de carencia.
",Se constituye, pues, el Trabajo Social, primero co-
mo un movimiento, después como profesión, cuyo
significado para sus protagonistas, es construir una
propuesta de acción humanista, que contenga de los
efectos nefastos a los seres humanos, de la contra-
dicción inherente a la relación capital-trabajo, pensa-
da a partir de la óptica de los sectores dominantes y
no de los trabajadores. ” (Sposati, 1992:9-10)
Por último queremos resaltar que la intervención
profesional del Trabajo Social no adquiere legitimidad
de los sectores con los cuales trabaja o que reciben
su atención, muy por el contrario su legitimidad pro-
viene de los sectores dominantes que demandan sus
servicios, la alianza generadora de la profesión: Igle-
sia, Burguesía y Estado66. Progresivamente la legiti-
mación de la intervención profesional provino casi ex-
clusivamente del Estado quien realizó una incorpora-
ción de este profesional dentro de su estructura y or-
ganización gubernamental.
“Menos por razones éticas y sociales y más en defen-
sa del régimen, a lo largo del tiempo, la burguesía se
vio obligada a rever sus estrategias de asistencia a
los pobres. El pauperismo, como polo opuesto de la
expansión capitalista, creció tanto en Europa durante
el siglo XIX que su atención ya no podía más restrin-
girse a las iniciativas de particulares o de la Iglesia;
era preciso movilizar al propio Estado, incorporando
la práctica de asistencia y su estrategia operacional -
el Trabajo Social- a la estructura organizacional de la
sociedad burguesa constituida, como un importante
instrumento de control social. ” (Martinelli, 1995:86)
1.2.2. Estado, Políticas Sociales y Trabajo So-
cial
Ahora bien, si por un lado hemos planteado las re-
laciones entre el surgimiento del Trabajo Social, el
pensamiento conservador y la cuestión social, por
otro lado esta intervención “profesional” no es ajena
al estadio de desarrollo del capitalismo. Netto profun-
diza este análisis planteando que esta incorporación
de un nuevo profesional se da en el momento que el
capitalismo competitivo da lugar al capitalismo mono-
pólico:
“las conexiones genéticas del Trabajo Social profesio-
nal no se entretejen con la ‘cuestión social', sino con
sus peculiaridades en el ámbito de la sociedad bur-
guesa fundada en la organización monopólica”.
(1992a: 14)
Si por un lado el avance del proceso de industriali-
zación y de urbanización profundizaron la cuestión
social colocándola en el centro de la escena y deman-
dando una intervención; por otro lado, una nueva ló-
gica comenzó a regir las relaciones del capital: la
búsqueda del crecimiento de las ganancias capitalis-
tas a través del control de los mercados. El capitalis-
mo monopólico requería entonces mecanismos de in-
tervención económicos y extraeconómicos para alcan-
zar sus objetivos. El Estado fue redimensionado, ad-
quiriendo roles, funciones y un protagonismo que
hasta fines del siglo XIX no había tenido. Sus funcio-
nes económicas se entrelazan con sus funciones polí-
ticas. El estado se convierte en el árbitro de las con-
tradicciones del capitalismo y necesita, -para llevar
adelante su nuevo papel-, legitimarse y obtener con-
senso, razón por la cual hace una incorporación de
otros actores sociopolíticos y una extensión de dere-
chos civiles y sociales.
(…) el Estado -como instancia de política económica
del monopolio-, es obligado no sólo a asegurar conti-
nuamente la reproducción y el mantenimiento de la
fuerza de trabajo, ocupada y excedente, sino que es
competido (y lo hace mediante los sistemas de previ-
sión y seguridad social principalmente) a regular su
pertinencia a niveles determinados de consumo y su
disponibilidad ara la ocupación ocasional, así como a
instrumentalizar mecanismos generales que garanti-
cen su movilidad y ubicación en función de las nece-
sidades y proyectos del monopolio." (Netto,
1992a:23)
Al mismo tiempo que el Estado adquirió nuevas
funciones en el orden monopólico, el movimiento
obrero alcanzaba organización y estructuras en sus
luchas y reivindicaciones, junto al surgimiento de Par-
tidos de masas. Esto implicó que el Estado también
tuviera que dar apuesta a estos sectores, si bien den-
tro de los límites del monopolio. El proyecto burgués
monopólico fue una combinación de conservadurismo
con reformismo, el primero para asegurar la Preser-
vación del sistema de explotación, afirmando el fin de
la historia cerrando el camino a la “utopía” revolucio-
naria del Proletariado y a través del segundo, abrien-
do la posibilidad a las reformas y dando respuestas a
las demandas de los sectores Populares.
"Es solamente en estas condiciones que las secuelas
de la ‘cuestión social’ se tornan -más exactamente se
pueden tornar objeto de una intervención continua y
sistemática por parte del Estado. Y sólo a partir de la
concretización de las posibilidades económico-sociales
y políticas segregadas de la orden monopólica (con-
cretización variable del juego de las fuerzas políticas)
que la 'cuestión social’ se pone como objetivo de polí-
ticas sociales". (Netto, 1992a:25)
Las políticas sociales entendidas como una inter-
vención sistemática y estratégica del Estado en las
relaciones sociales generadas por el modo de produc-
ción sólo nacen a partir de las movilizaciones popula-
res del siglo XIX. Las formas de enfrentamiento a la
cuestión social desde el Estado, durante el capitalis-
mo competitivo se encontraban limitadas a asegurar
el orden y el normal funcionamiento de la producción,
pero con un marcado carácter exterior a la misma;
durante el capitalismo monopólico, es desde el inte-
rior del sistema de producción que el Estado realiza
una intervención sistemática ante la cuestión social,
apuntando a la preservación y el control de la fuerza
de trabajo. El Estado interviene ante la cuestión social
a través de políticas sociales, las cuales adquieren un
carácter público, pero al mismo tiempo con un mar-
cado carácter de subsidiariedad, el cual marca la res-
ponsabilidad individual del sujeto.
En este sentido, y como ya hemos expresado, el
Trabajo Social surgió como una forma de regulación
social diferente de las políticas sociales, basado en
una intervención individualizada y en el principio de
subsidiariedad, no buscando la extensión de la base
de los derechos sociales y hasta oponiéndose a la in-
tervención estatal. Pero el Estado en el capitalismo
monopólico necesitaba de un profesional de carácter
ejecutivo que llevara adelante la instrumentalización
de las políticas sociales, al mismo tiempo que su in-
tervención se debía basar en el problema individual y
no en las contradicciones propias del sistema. De este
modo, el Trabajo Social que en sus prolegómenos se
presentaba como una forma alternativa y paralela al
Estado, se ajustaba perfectamente a los requerimien-
tos puestos en el nuevo orden monopólico, quien
realizó la incorporación de este profesional, con un
estatuto dentro de la división social y técnica del tra-
bajo y una dependencia salarial, institucionalizando y
legitimando su práctica a la vez que sancionándola
legalmente.
“La asistencia social se constituye como práctica, co-
mo saber y como poder. Asume desde formas más in-
tuitivas (en general cara a cara) hasta formas racio-
nalizadas, colectivas e institucionales, donde se cons-
tituye como política social. En esta perspectiva, la
asistencia social pasa a representar una responsabili-
dad social del Estado y a operar a través de un apara-
to técnico-científico, jurídico- administrativo, de re-
cursos presupuestarios y de un agente profesional
específico en la división socio-técnica del trabajo: el
trabajador social". (Sposati, 1988:39)
Por un lado, las políticas sociales del monopolio
quieren un carácter sectorial, atomizando la “cuestión
social”, marcadas por un proceso de deseconomiza-
ción, -y por lo tanto de deshistorización de las conse-
cuencias propias del desarrollo del capitalismo-, lle-
vando al terreno de lo individual y psicologizando los
problemas sociales. De esta manera, las respuestas
dadas por el trabajador social se ubican, aparente-
mente fuera de la lógica del mercado y exteriores a la
relación capital-trabajo; basado en el pensamiento
conservador reformista, adquieren significatividad los
conceptos de ajuste, sociopatologías, integración y
adaptación. Por otro lado, las políticas sociales en el
orden monopólico se convierten en terreno de conflic-
to entre las demandas de los sectores proletarios y
las reservas de la burguesía que únicamente busca a
través de estas medidas alcanzar sus objetivos y
aminorar las consecuencias del proceso de explota-
ción.
Es así como las políticas sociales adquieren un fuer-
te carácter compensatorio, no dirigidas a asegurar los
derechos universales, sino fundamentalmente como
formas de regulación de la relación capital- trabajo,
formas indirectas de salario -ubicadas fuera de la ló-
gica del mercado y adquiriendo el status de beneficio
o dádiva-, que permitan el mantenimiento y la repro-
ducción de la fuerza de trabajo; así como una forma
de legitimación del Estado y de moralización de las
clases subalternas.
Ante esto, el profesional actúa como un alter Esta-
do, adquiere un rol tutelar, se convierte en juez de
los méritos de los individuos en recibir “ayuda”. No se
garantiza un derecho, sino que sólo se legitima un
“acto de voluntad”. La lógica de intervención del tra-
bajador social, busca el “mejoramiento social”, lo cual
tiene como contrapunto la idea de lo “peor socialmen-
te”, se mejora quien está peor, atendiendo situacio-
nes tangenciales de la vida y, por lo tanto, no bus-
cando la elevación del padrón de la mayoría.
(…) el Trabajo Social es una alternativa histórica de
regulación social incorporada por el Estado, pero cuya
lógica de acción contradictoriamente substituyó la es-
fera pública de regulación social por la orientación de
la Doctrina Social de la Iglesia, que está fundada en
la solidaridad y adopta el principio de subsidiariedad.
Esta lógica reduce la dimensión colectiva y social del
proceso de explotación a condiciones personales e in-
dividuales en que ‘cada caso es un caso'; fortalece
así, un proceso de regulación ad hoc pautado en el
mérito del ‘ser humano bajo la defensa de la justicia
social y los derechos de la persona humana, lo cual
no alcanza la perspectiva de los derechos sociales del
trabajador. "(Sposati, 1992:17)
Es así como la pobreza deja de ser considerada un
problema económico, y se constituye en un problema
social y político, para lo cual el Estado generó servi-
cios en el campo de la asistencia social, marcados por
un carácter de transitoriedad, compensación, norma-
lización y moralización de las relaciones sociales, no
apuntando al efectivo ejercicio de los derechos socia-
les, sino cargado de paternalismos, clientelismo polí-
tico, dádiva y bondad de quien otorgaba el beneficio.
Para lo cual, el trabajador social se constituyó en un
profesional idóneo para llevar adelante estos objeti-
vos, tanto seleccionando quienes resultaban benefi-
ciarios de los servicios como también, desde una po-
sición pragmática, mantener y conservar el orden so-
cial.
De todo esto podemos comprender que el Trabajo
Social en su momento de profesionalización no crea
las condiciones, ni los espacios de inserción profesio-
nal, muy por el contrario, es en la dinámica del capi-
talismo monopólico que se dan las condiciones histó-
rico- sociales para la emergencia de un espacio socio-
ocupacional. El nuevo profesional que el orden mono-
pólico necesita, -tanto como una forma de legitima-
ción y una manera de asegurar las ganancias del ca-
pital-, se inscribe dentro del modo particular, que en
este período, es enfrentada la cuestión social; a tra-
vés de políticas sociales que requieren profesionales
que las diseñen y profesionales que las ejecuten.
Por lo tanto, la profesionalización del Trabajo Social
no es una mera evolución de sus protoformas; si bien
la nueva intervención requerida por el orden monopó-
lico se construye sobre estas formas previas, -las ins-
tituciones creadas por la caridad y la filantropía-, ad-
quieren un carácter esencialmente distinto. Y esto por
la condición de asalariado del agente profesional y su
incorporación en la división socio-técnica del trabajo y
por lo tanto, una situación de subordinación del pro-
fesional que se constituye en el “ejecutor” de políticas
sociales. Aquí vemos por un lado una continuidad y al
mismo tiempo una ruptura en el Trabajo Social. Con-
tinuidad que significa que la profesionalización se
construyó sobre instituciones, prácticas y un pensa-
miento de corte conservador anterior a los requeri-
mientos del Estado monopólico; pero ruptura que pa-
sa por una resignificación de estas instituciones y
prácticas, marcada por la incorporación del trabajador
social al mercado de trabajo, -su condición de asala-
riado-, su subordinación al aparato estatal y su acción
dirigida a la reproducción de las relaciones sociales
del modo de producción capitalista en su fase mono-
pólica, así como la búsqueda de una sistematización y
calificación técnica del profesional. En la conjunción
de la lógica económica y social del monopolio y del
proyecto conservador reformista (impulsado por la
Iglesia y la clase burguesa) se genera el espacio so-
cio-ocupacional del trabajador social, acompañado
por un paulatino proceso de laicización de sus prácti-
cas.
“El camino de la profesionalización del Trabajo Social
es, en verdad, un proceso por el cual sus agentes, -
aunque desarrollando una autorepresentación y un
discurso centrados en la autonomía de sus valores y
de su voluntad-, se insertan en actividades interven-
tivas cuya dinámica, organización, recursos y objeti-
vos son determinados más allá de su control.” (Netto,
1992:68)
13. EL TRABAJO SOCIAL COMO “ANTIMODERNI-
DAD”
Haber realizado todo este recorrido sobre el Trabajo
Social considerando tanto su sustento teórico-
ideológico, su relación con la cuestión social, su arti-
culación con el Estado en su fase monopólica y el pa-
pel adquirido por sus profesionales como ejecutores
terminales de políticas sociales, nos coloca en condi-
ciones de avanzar sobre algunas reflexiones, que en
ningún modo pueden ser consideradas conclusiones
definitivas y cerradas, y sólo representan las primeras
aproximaciones a un tema que creemos que es nece-
sario investigar y analizar mucho más.
En primer lugar, si el proyecto de la modernidad lo
hemos definidos por las categorías de universalidad,
individualidad y autonomía, resulta evidente^ atri-
buirle al Trabajo Social en su surgimiento un claro ca-
rácter “antimoderno”.
Ante la universalidad de la modernidad, que permi-
te pensar al hombre con un carácter igualitario basa-
do en su condición humana, el Trabajo Social desa-
rrollaba su actividad en función de hacer aceptar las
desigualdades de clase, de género, de raza, ubicán-
dolas en el terreno de lo individual, cuando no en el
de lo patológico, como disfuncionalidades a ser corre-
gidas. Su intervención apuntaba a una regulación ad-
hoc, es decir caso a caso, basada en la polaridad ri-
queza/pobreza y buscando las causas en el terreno de
lo individual77. Ajuste, adaptación y disciplinamiento
son conceptos que nada tienen que ver con el recono-
cimiento universal de los derechos del hombre.
Ante la individualidad del hombre, capaz de ser
pensado en sí mismo, con sus derechos a la felicidad
y la autorrealización, el Trabajo Social tomó la función
de homogeneizar a los sectores dominados, encua-
drándolos dentro del disciplinamiento necesario a la
fuerza de trabajo, que asegurara la reproducción de
las relaciones
sociales en el modo de producción capitalista, aislan-
do aquellos individuos considerados “anormales” y
reuniéndolos por categorías, - huérfanos, dementes,
ancianos, madres solteras, pobres miserables, etc.-,
con lo cual apuntaba más a la segregación y la dis-
criminación que a su integración o autorrealización.
De este modo, el destino de los individuos era “pre-
establecido”, según su pertenencia a determinada
clase social, etnia, cultura, la posesión de ciertas en-
fermedades o conductas que atentaran contra el or-
den establecido, y en muchos casos hasta por sus
rasgos físicos, sin posibilidad de cambios y lógica-
mente sin derecho a la felicidad.
Ante la autonomía política, entendida como libertad
civil en el espacio privado y libertad política en el es-
pacio público, el Trabajo Social se introdujo en el es-
pacio privado de los sectores dominados, en vistas a
controlar y organizar la vida cotidiana de los mismos.
No era suficiente el disciplinamiento en la producción,
era fundamental imponer el modo capitalista de pen-
sar e intervenir abarcando los múltiples aspectos de
la cotidianeidad de estos sectores. Mientras que por
la misma actividad, se limitaron y cercenaron las po-
sibilidades de actuación en el espacio público, en vir-
tud de mantener el “orden” necesario a la sociedad,
un dado padrón de civilidad y evitando los disturbios
y manifestaciones populares.
Ante la autonomía económica, entendida como la
posibilidad de producir así como de consumir bienes y
servicios, el Trabajo Social se abocó a la tarea de ca-
pacitar y disciplinar para la producción y el trabajo,
imponiendo un estilo de vida que reprodujera la nor-
matización de la producción. Mientras que como con-
trapartida, hacía aceptar resignadamente la imposibi-
lidad del consumo, ya sea justificado en los designios
de la providencia o haciendo hincapié en las caracte-
rísticas psicosociales de estos sectores, -reforzando
las ideas de vagancia y mendicidad-, como problemas
de tipo individual a ser corregidos. El consumo debía
limitarse y restringirse al salario, -para lo cual los
trabajadores sociales eran formados en economía
doméstica-, mientras que los servicios sociales que
estos sectores recibían -formas indirectas de salario-,
eran presentadas como formas benefactoras y pater-
nalistas del Estado y las clases dominantes.
Ante la autonomía intelectual, la razón autónoma
libre de dogmatismos y tutelas, el Trabajo Social
asumió una perspectiva científica para hacer uso de la
razón instrumental, -es decir, establecer procedimien-
tos, realizar tipologías y clasificaciones, reconocer so-
ciopatologías-, orientados principalmente al control,
subordinación y manipulación de los sectores con los
cuales trabajaba, utilizando la moral y la obediencia
como sustento de su discurso y reduciendo su inter-
vención a procesos burocráticos-administrativos. Con
lo cual negaba la posibilidad de acceder a la razón
emancipadora, entendida como el camino para la li-
beración de la sujeción de los hombres por otros
hombres.
Todo esto demuestra que el Trabajo Social, en
cuanto profesión y en cuanto práctica, en su emer-
gencia e institucionalización se opone radicalmente al
proyecto de la modernidad, entendido el mismo como
proyecto emancipador del hombre y comprometido
con la libertad de todos los individuos. Por lo tanto, el
Trabajo Social surge con un carácter conservador y
antimoderno en sus propuestas.
"Tal vez sea preciso recordar que la génesis y el
desarrollo del Trabajo Social de origen católica (que al
final parámetro largamente nuestro Trabajo Social)
fueron decididamente antimodernos: la profesión na-
ció y se desarrolló como parte del programa de la an-
timodernidad, reaccionando ante la secularización, la
laicización, la libertad de pensamiento, la autonomía
individual, etc.; no por casualidad, la dirección social
estratégica dominante en su interior se vincula a un
proyecto social y político que rechazaba el liberalismo
y el socialismo (proyectos claramente modernos); se
vinculaba a un conservadurismo que, en la perspecti-
va del anticapitalismo romántico, jamás colisionó con
ingenierías sociales ‘orgánicas’, de carácter corporati-
vo". (Netto, 1996:118)
En segundo lugar, queremos remarcar que el Tra-
bajo Social se nos presenta como una forma histórica
de regulación social, del conflicto capital-trabajo; ba-
sado ideológicamente en un posicionamiento conser-
vador reformista, subsidiado por la Doctrina Social de
la Iglesia, y como hemos expresado, con un fuerte
contenido “antimoderno”. Un posicionamiento que
ubica las contradicciones y las consecuencias del capi-
talismo fuera de la lógica propia del sistema de explo-
tación, promoviendo a través del principio de subsi-
diariedad el protagonismo y responsabilidad del indi-
viduo y la familia. De este modo, legitimando una
forma de “ayuda” ante situaciones de "necesidad”,
antes que un "deber” frente a un “derecho” de los
ciudadanos. La población objeto del Trabajo Social se
define en cuanto poseedora de una “carencia”, una
“falta” a ser complementada, lo cual le imprime legi-
timidad a sus demandas, y por lo tanto no definidos
en cuanto sujetos sociales e históricos. Las respues-
tas de la profesión no sólo se desplazan al polo rique-
za/pobreza, sino que también se encuadran dentro de
la lógica necesidad/ayuda, y por lo tanto no conside-
rando la relación justicia/injusticia asentada en los
derechos sociales.
El surgimiento de la profesión tampoco puede ser
comprendido sin considerar las características del
desarrollo del capitalismo en el cual aparece, las rela-
ciones de fuerza entre Iglesia, Burguesía y Estado, así
como la participación y organización del movimiento
obrero. Las condiciones históricas y sociales para la
emergencia del Trabajo Social como profesión dentro
de la división social del trabajo se dan en el momento
que el capitalismo competitivo da lugar al capitalismo
monopólico y cuando el Estado requiere de un profe-
sional con características ejecutivas para la imple-
mentación de Políticas sociales que permitan el en-
frentamiento de la “cuestión social”. La profesionali-
zación implicó que el trabajador social pasará a tener
una condición de asalariado, una dependencia del
aparato estatal y dirigiendo su intervención a la re-
producción de las relaciones sociales del capitalismo.
En síntesis, es en la dinámica del capitalismo mo-
nopólico y en el sustento ideológico político del con-
servadurismo que encontramos los elementos consti-
tutivos y constituyentes del proceso de profesionali-
zación del Trabajo Social, concebido como una forma
de regulación social, obstaculizando con su interven-
ción las posibilidades emancipadoras del género hu-
mano y afirmando con ello su carácter “antimoderno”.
CAPÍTULO 2:
ANTECEDENTES DEL TRABAJO SOCIAL ARGEN-
TINO
Si bien el Trabajo Social, como profesión institucio-
nalizada y legítimamente reconocida surge en la dé-
cada del 30 en Argentina, existieron un conjunto de
prácticas e intervenciones que se desarrollaron en el
terreno de la asistencia y de los problemas sociales
desde el siglo XIX, los cuales se constituyeron en an-
tecedentes de la profesión. Estas acciones, más allá
de su carácter estatal o privado, se caracterizaron por
ser actividades concretas y sistemáticas de enfrenta-
miento a la “cuestión social”, realizadas en el terreno
de la asistencia, es decir, el ámbito privilegiado de in-
tervención, del más tarde Trabajo Social instituciona-
lizado.
Las relaciones entre estas formas previas de inter-
vención en lo social y el proceso de surgimiento de la
profesión son complejas: en algunos casos incitando
a la institucionalización de la misma, en otros convir-
tiéndose en espacios de inserción laboral de los pro-
fesionales, pero en todos los casos influyendo tanto
en las bases teóricas de la formación como en el tipo
de práctica desarrollada, en un juego dialéctico, don-
de se transformaban las instituciones al mismo tiem-
po que se construía una identidad y una práctica pro-
fesional.
El ideario de estas formas previas de intervención y
del período de institucionalización de la profesión, si
bien con sus particularidades, se encuentra claramen-
te descripto en el siguiente texto de Marx de 1847:
“Luego sigue la escuela humanitaria, que toma
a pecho el lado malo de las relaciones de pro-
ducción actuales. Para su tranquilidad de con-
ciencia, se esfuerza en paliar todo lo posible los
contrastes; deplora sinceramente las penalida-
des del proletariado y la desenfrenada compe-
tencia entre los mismos burgueses; aconseja a
los obreros que sean sobrios, trabajen bien y
tengan pocos hijos; recomienda a los burgueses
que moderen su ardor en la producción. Toda la
teoría de esta escuela se basa en distinciones
interminables entre la teoría y la práctica, entre
los principios y sus resultados, entre la idea y su
aplicación, entre el contenido y la forma, entre
la esencia y la realidad, entre el derecho y el he-
cho, entre el lado bueno y el malo.
La escuela filantrópica es la escuela humanitaria
perfeccionada, niega la necesidad del antago-
nismo; quiere convertir a todos los hombres en
burgueses; quiere realizar la teoría en tanto que
se distinga de la práctica y no contenga antago-
nismo. Ni qué decir tiene que en la teoría es fá-
cil hacer abstracción de las contradicciones que
se encuentran a cada paso en la realidad. Esta
teoría equivaldría entonces a la realidad ideali-
zada, por consiguiente, los filántropos quieren
conservar las categorías que expresan las rela-
ciones burguesas, pero sin el antagonismo que
es su esencia y que le es inseparable. Creen que
combaten firmemente la práctica burguesa, pe-
ro son más burgueses que nadie”. (Marx,
1987:80-81)
Consideramos que estas reflexiones de Marx sobre
la escuela humanitaria y filantrópica muestran de
modo claro y fehaciente el espíritu que animó a las
instituciones que se desarrollaron desde el siglo XIX y
la primera mitad del siglo XX, y consecuentemente
durante los primeros años de institucionalización de la
profesión. Centradas en una negación de los antago-
nismos de clase del propio sistema capitalista, busca-
ron una armonización “ideal” de las relaciones socia-
les, desde la limosna caritativa, pasando por el en-
cuadramiento filantrópico que buscaba evitar los dis-
turbios en la sociedad y corregir los males morales de
los pobres y hasta en la visión higiénica y científica
que intentaba adaptar el individuo a la sociedad, tu-
vieron siempre como objetivos calmar las conciencias,
mantener el orden social, y ante todo Justificar las
desigualdades.
Teniendo como objetivo aprehender el movimiento
histórico en el cual se gestaron y se desarrollaron es-
tas diversas formas de enfrentamiento a la cuestión
social y de regulación social en
Argentina, analizaremos el período que va desde el
último cuarto del siglo XIX hasta las primeras tres dé-
cadas del siglo XX, -momento en el que se produce la
institucionalización de la profesión-. Debido a las par-
ticularidades y la importancia que tuvo una de estas
instituciones creada en las primeras décadas del siglo
XIX, comenzaremos por una caracterización de la So-
ciedad de Beneficencia, para luego abordar la Asis-
tencia Social Pública, entendiendo que en su dinámica
se estructuraron diferentes respuestas a las múltiples
facetas que presentaba la cuestión social, sea a tra-
vés de organizaciones, instituciones y/o legislaciones.
La incorporación del país al capitalismo mundial
como proveedor de productos agroganaderos y con-
ducido por un Estado de fuerte contenido liberal, res-
trictivo y limitado en su intervención, hace necesario
que en el análisis de las formas de enfrentamiento a
la cuestión social reconstruyamos la dinámica de di-
versas fuerzas sociales instigadoras de las mismas.
En este sentido, consideramos fundamental detene-
mos en el movimiento de los médicos higienistas, el
movimiento de los católicos sociales y la organización
y demandas del movimiento obrero, como fuerzas
significativas que confluyeron en la construcción de
diferentes estrategias de regulación social, presio-
nando sobre el Estado, al mismo tiempo que directa o
indirectamente influyeron en la constitución de la pro-
fesión.
2.1. LA SOCIEDAD DE BENEFICENCIA
Tanto los estudios realizados sobre la historia del
Trabajo Social en el país como los que tienen como
objetivo analizar la evolución de las políticas sociales
parten de mencionar a la Sociedad de Beneficencia
como la primera institución dedicada a la intervención
en lo social, -superando la vieja caridad cristiana indi-
vidual y personal-, con características muy particula-
res y significativas dentro del contexto nacional y la-
tinoamericano. Por otro lado, si consideramos que su
actividad se extendió desde 1823 hasta 1947, pode-
mos afirmar que se constituyó en parte del mercado
laboral de los profesionales, marcando significativa-
mente al Trabajo Social, en el momento de su institu-
cionalización.
Hasta 1822, la asistencia estaba directamente vin-
culada a la Iglesia Católica y conformando un modelo
asentado sobre tres pilares: a) el Estado colonial, a
cargo de cuestiones sanitarias; b) la orden de los
Bethlemitas; c) la hermandad de la Santa Caridad.
Además de tener que considerar la labor desempeña-
da por los jesuitas hasta su expulsión a fines del siglo
XVIII. (Thompson, 1995:21-22).
En 1820, a cuatro años de declarada la indepen-
dencia y luego de un período de guerra civil entre el
interior y Buenos Aires, llega a la Gobernación de
Buenos Aires Martín Rodríguez, nombrando éste a
Bernardino Rivadavia como Ministro de Gobierno y
Relaciones Exteriores.
"Rivadavia representaba, en las ideas, al libera-
lismo positivista del 'progreso y el orden ’, y en
lo político, a la burguesía comercial nacida al
amparo de las políticas librecambistas que sig-
nificaban el enriquecimiento de Buenos Aires y
la ruina de las economías del interior. Los ojos
puestos en el progreso europeo, Rivadavia se
propuso incorporar a Buenos Aires al nuevo sis-
tema económico mundial, de la mano del libre
cambio’’. (Grassi, 1989:37)
Prontamente Rivadavia introduce una serie de mo-
dificaciones en la vida política, económica y social de
Buenos Aires. En 1822, es
Sancionada la ley de reforma del clero, expulsando a
las órdenes religiosas del terreno de asistencia y limi-
tando el poder y la participación de la iglesia en la po-
lítica; el 2 de enero de 1823 por decreto firmado por
el gobernador Rodríguez y refrendado por el ministro
Rivadavia es creada la sociedad de beneficencia. Esta
sociedad tomara a su cargo las instituciones expro-
piadas a las órdenes religiosas, y si bien considerada
como una actividad del poder público, presenta la
particularidad de “ delegación” del estado, constitu-
yéndose en una asociación filantrópica privada con
autonomía tanto en las decisiones como en la admi-
nistración de los fondos, aunque sostenida por el
aporte estatal.
“Cuando Rivadavia le quita a la hermandad de la
santa caridad la administración de los hospita-
les no transfiere directamente esta actividad al
área de poder público, sino que crea una nueva
corporación dotada de una gran autonomía para
disponer de los fondos públicos.”
Es claro que la creación de la Sociedad de Benefi-
cencia implicó un proceso de secularización dentro del
poder político argentino, no exento de conflictos por
ello en su relación con la Iglesia. Rivadavia buscó en-
tre las damas de la elite porteña ligadas a la clase
dominante, a la comisión organizadora de la Socie-
dad, -esta característica se mantendrá a lo largo del
funcionamiento de la institución, siendo constituida
por esposas o hijas de gobernadores, diputados, te-
rratenientes, militares, etc.-; pero además tuvo en
cuenta las características “morales” y “religiosas” de
las mismas, las cuales debían ser intachables, de mo-
do de balancear el conflicto con las autoridades ecle-
siásticas.
En el discurso de inauguración, Rivadavia “se refirió
a los tres objetivos primordiales que habían llevado al
gobierno a constituir la Sociedad: la perfección moral;
el cultivo del espíritu en el bello sexo; la dedicación
del mismo a lo que se llama industria, y que resulta
de la combinación y ejercicio de aquellas calidades”
(Alayón, 1992:10).
Para Rivadavia el “orden”, y en su perspectiva mo-
ralizante racional, constituye un prerrequisito para la
implementación del capitalismo en estas tierras, es
dentro de este ideario, que adquiere significado la
fundación de la Sociedad de Beneficencia, los objeti-
vos propuestos, así como las acciones desarrolladas
por esta institución.
Una de las características fundamentales de la So-
ciedad de Beneficencia es su carácter eminentemente
femenino, Rivadavia organiza la Sociedad dirigida a
las mujeres: “a las delas clases dominantes y a las de
los sectores populares. A las primeras se encomenda-
ba la vigilancia y la educación de las segundas”
(Grassi, 1989:38).
Rivadavia en su discurso de inauguración de la So-
ciedad de Beneficencia remarca la convocatoria a la
mujer, principalmente en su papel moralizador:
“...la necesidad de que las mujeres se aplicaran
a muchos destinos desempeñados comúnmente
por los hombres, y para los que seguramente
tienen las primeras más aptitudes que los últi-
mos: hizo ver que esta necesidad es tanto más
atendible, cuando es indudable que ocupados
los hombres en atenciones que ciertamente le
son propias, los productos de sus trabajos eran
incomparablemente menores, que los que de-
bían esperarse en caso de ser desempeñados
por las mujeres aquellas mismas atenciones y
de contraerse los hombres exclusivamente a los
trabajos análogos a la fuerza de su sexo: es de-
cir, a todos aquellos que demandan empresa y
conquista. Este ejercicio (dijo) de la industria en
las mujeres hacía que ellas mismas dieran el
producto que no dan ahora, y que adquieran por
sí mismas los medios de su subsistencia (...)
(Además las mujeres podían contribuir) a la
grande obra de terminar la revolución, (porque)
podían valerse hábilmente del poder e influjo
que tienen sobre el corazón del hombre (para
hacer que) sofoquen de una vez esos resenti-
mientos (y pongan) fin a la revolución. ”
En cuanto a la posición de la mujer en la Sociedad
de Beneficencia hay diferencias significativas entre los
autores consultados. Passanante considera que el pa-
pel conferido a las mujeres argentinas por Rivadavia,
constituyen ideas de avanzada para su época, en una
concepción “casi feminista” y que apuntaba al prota-
gonismo político de la mujer, tanto la de las clases
dominantes como la delos sectores dominados, con-
vocándolas al progreso social del país y a la participa-
ción activa en el mercado laboral. Para Tenti, en
cambio, la participación de la mujer en la Sociedad de
Beneficencia está relacionada al papel “moralizante”
adjudicado a la mujer en ese momento histórico. Esta
actividad de moralización apuntó a una estrategia de
dominación, conjugada con la división del trabajo en-
tre los sexos, y que debía ser acompañada de educa-
ción e ilustración. Es así como las mujeres de la elite
gobernante representan el “espíritu” para tamaña
empresa. Por otro lado, serán las mujeres, -en princi-
pio-, las destinatarias de la beneficencia, pero con un
papel subordinado a las clases dominantes en su pro-
yecto de orden y moral. Para este autor, la beneficen-
cia se inscribe dentro de una intencionalidad negati-
va, no se interviene en función de capacitar fuerza de
trabajo, sino en tomo a una idea de peligrosidad.
Además agrega el carácter extraeconómico de la po-
blación atendida por la Sociedad (mujeres abandona-
das, viudas, ancianos, enfermos, etc.) no definidos
por su posición en el proceso de producción, sino por
su incapacidad de satisfacer sus necesidades vitales.
Esta posición se contrapone directamente a la plan-
teada por Passanante, quien encuentra en las pala-
bras de Rivadavia una convocatoria a capacitar fuerza
de trabajo femenina; nosotros consideramos, que te-
niendo en cuenta el desenvolvimiento del capitalismo
en el país, la estrategia de la beneficencia se dirigió
más al control y a la moralización que a una convoca-
toria a la mujer al mercado de trabajo.
Por último, Grassi plantea una diferenciación entre
el rol atribuido a las mujeres de las clases dominantes
y de los sectores populares. Para las primeras era una
posibilidad de ejercer la caridad laica, ganando pres-
tigio social y una participación subordinada en la vida
política. Mientras que para las mujeres de los secto-
res populares, encuentra en el proyecto rivadavino un
interés por la capacitación y el aprendizaje de las
mismas, con posibilidad de ejercer una acción morali-
zante sobre los hombres (calmar los ánimos y termi-
nar la revolución), así como para proveerlas de estra-
tegias de subsistencia.
En sus primeros cincuenta años de existencia,
1823-1876, -a excepción del período rosista 1838-
1852, en el cual la institución funcionó en la clandes-
tinidad-, la principal acción desarrollada fue hacia la
educación de las niñas pobres siguiendo la programá-
tica planteada por su fundador: “el cultivo del espíritu
en el bello sexo”. Estas acciones tenían un fuerte con-
tenido moralizante, como lo demuestran estas pala-
bras presentes en la reseña de la Sociedad de Benefi-
cencia:
“...sin educar e instruir a la madre, en vano se-
ría exigir a los hijos las virtudes de buenos
ciudadanos gobernados por instituciones li-
bres.”
Y al hacer referencia al saber administrado, el mismo
se limitaba:
“a la sana moral, doctrina cristiana, lectura, es-
critura, cuatro primeras reglas de sumar, restar,
multiplicar y partir, y en costura, aquello que
pertenezca saber a una joven pobre para ayu-
darse a las necesidades de la vida”.
Demás está agregar que la capacitación recibida,
además de su componente moralizante, apuntaba a
un rudimentario conocimiento que permitiera a las
mujeres subsistir, sin convertirse en una carga para
la sociedad.
A lo largo de su desarrollo, la Sociedad de Benefi-
cencia, será criticada por sectores del propio Estado,
quienes buscaban limitar sus funciones y su poder y/o
ejercer un mayor control sobre sus
Actividades; pero la vinculación entre el poder político
y las damas de la Sociedad era genética, de tal modo
que durante mucho tiempo lograron superar estos in-
tentos de subordinación.
En el último cuarto del siglo XIX, la situación en el
país se había modificado: el fin de los conflictos inter-
nos, la consolidación del gobierno nacional, el proyec-
to modernizante de la denominada Generación del 80,
imponiendo el desarrollo agroexportador en el país
incorporado al capitalismo mundial y abriendo las
fronteras a los inmigrantes europeos. En este contex-
to, Sarmiento impulsó una modificación en el régimen
educativo, por el cual todas las escuelas pasaban a
ser responsabilidad del Estado. La Sociedad de Bene-
ficencia, aunque resistiendo, entregó en 1876 a la Di-
rección General de Escuelas de la provincia todos sus
establecimientos educativos. A partir de ese año y
hasta 1947, la Sociedad modifica su eje de actuación,
ahora orientada a la atención de huérfanos, ancianos,
madres desamparadas y pobres vergonzantes, crean-
do numerosos hospitales, asilos, institutos de meno-
res, etc...
A comienzo de siglo, con la plena inserción de la
Argentina en el sistema capitalista mundial, el creci-
miento urbano, los movimientos anarquistas y socia-
listas, la Sociedad de Beneficencia se convierte en ra-
dical defensora de los valores tradicionales, “Sólo el
hogar con Patria y la escuela con Dios pueden preve-
nir el mal en las generaciones de argentinos”. Ante
los cambios sociales, la Sociedad reivindica la estra-
tegia filantrópica, de la dádiva y el ejemplo morali-
zante.
En ese momento también, dado el crecimiento de la
demanda, la Sociedad comenzó a delegar algunas de
sus instituciones en manos de órdenes religiosas, si
bien continuando dependiendo administrativa y finan-
cieramente de la primera.
La visión de la pobreza que permeó toda la acción
de la Sociedad, estuvo encuadrada y limitada, en
considerarla causada por el azar (muerte, accidente,
enfermedad), o por la inmoralidad o en una combina-
ción de ambos. Es por ello que las acciones de la So-
ciedad buscan la regulación de la vida cotidiana de los
sectores populares y tienen un carácter moralizador
dirigido especialmente al orden social ante la “peli-
grosidad” de la pobreza.
La misión “moralizante” encomendada a la Sociedad
de Beneficencia se ve claramente reflejada en los
“premios a la virtud”. En 1823, Rivadavia instituyó los
premios, los cuales consistían en una recompensa en
dinero a aquellas mujeres pobres, atendidas por la
Sociedad, que se destacaran por sus virtudes. Anual-
mente, en una ceremonia fastuosa, se reunía la elite
porteña para premiar la “moralidad”, la “industria”
(honradez y tesón para la subsistencia por medio del
trabajo) y el “amor filial” de las clases dominadas; se
premiaba la abnegación y el sacrificio acompañado de
la aceptación de la pobreza. Dentro de los criterios de
selección consideramos que el siguiente muestra
fielmente el espíritu de la Sociedad:
“La pobreza llegada a su extremo por sólo no
gravar a la Sociedad; sostener sin más que su
trabajo y, cuando éste no basta, deshacerse de
lo que posee, y mirar con resignación lo que la
Providencia le destine, es sin duda lo que llena
el espíritu de la ley, y es nuestro deber” .
La entrega de los premios era la “fiesta de los ricos
y los pobres”, la oportunidad de hacer público las ac-
ciones “desinteresadas” realizadas por las mujeres de
la aristocracia porteña, lo cual otorgaba prestigio y
reconocimiento social, además de invertir en la “sal-
vación eterna”; por otro lado, era el momento de pre-
sentar ejemplos de conductas moralizantes a los sec-
tores populares.
En cuanto a los recursos financieros, -si bien ya fue
mencionado, consideramos necesario remarcarlo-,
aunque existían donaciones y legados particulares el
mayor aporte provenía del Estado.
A partir de 1943, se comenzó a limitar la acción de
la Sociedad de Beneficencia, pasando a depender de
diferentes organismos del estado nacional. En 1947,
siendo Perón presidente, intervino la institución, pa-
sando luego a depender de la Dirección Nacional de
Asistencia Social, expropiando todos sus bienes,
muebles e inmuebles, así como personal, derechos y
obligaciones, que pasaron a depender del Estado.
Lejos de ser nuestra intención realizar un estudio
comparativo, hallamos interesante señalar algunas
similitudes y diferencias con el desarrollo de la asis-
tencia social en el Brasil, y en particular con la ciudad
de San Pablo.
Sposati (1988) realiza un minucioso análisis de las
formas que la asistencia social tuvo durante el perío-
do colonial e imperial, marcando la presencia de dife-
rentes cofradías y hermandades que asumían la aten-
ción a la población pobre, como intervención indirecta
de la Iglesia asumida como iniciativa legal. Este mo-
delo se basaba principalmente en la limosna y las do-
naciones, las cuales, curiosamente, eran reglamenta-
das y fiscalizadas por el poder público, para luego ser
repartidas especialmente por la Hermandad de la Mi-
sericordia.
Esta organización era sumamente aristocrática y el
hecho de pertenecer a la misma era sinónimo de sta-
tus social, además de ser necesario ciertos requisitos
para su ingreso. A principios del siglo XIX, y fruto de
los cambios económicos y sociales y del crecimiento
urbano, esta hermandad comenzó a institucionalizar
su intervención frente a los pobres, principalmente
niños huérfanos, leprosos, enfermos e inválidos y ge-
neralmente mujeres, creando hospitales, casas de in-
ternación y casas de expósitos.
Es interesante observar que esta institución, que
aún tiene permanencia en el Brasil, si bien limitada su
intervención ahora al área médico-asistencial con los
hospitales filantrópicos denominados Santa Casa,
asumió la asistencia social con un carácter delegativo
del Estado, y curiosamente también delegado por la
Iglesia; todo esto la presenta en el ambiguo terreno
de lo público y lo privado, lo religioso y lo laico.
Hasta aquí podemos demostrar por un lado un ras-
go distintivo con la Sociedad de Beneficencia, la cual
tuvo un fuerte carácter laico- liberal, separando Igle-
sia de Estado; en la Hermandad de la Misericordia, no
se produjo esta división, muy por el contrario como
ya hemos expresado, se confunden el ámbito público
y privado, religioso y lego. Pero por otro parte, tanto
el carácter delegativo de parte del poder público, la
dependencia financiera del Estado, las actividades y
la población objeto de las mismas son por demás si-
milares.
En este mismo sentido, así como la Sociedad de
Beneficencia organizaba la fiesta del 26 de mayo, la
Hermandad de la Misericordia, en el día de la Visita-
ción, 2 de julio, promovía una fiesta donde eran ex-
puestos al público los niños huérfanos y las jóvenes
que estaban institucionalizadas, y que debían encon-
trar esposo.
Esta institución basada en la idea de caridad cris-
tiana, -y por lo tanto con una fuerte presencia de la
limosna-, se fue confundiendo con una intervención
disciplinadora y apuntando al control social y la tutela
propios de la filantropía higiénica. Por esto mismo, el
pobre que era atendido debía reunir ciertos requisi-
tos:
“Sólo que no bastaba el 'deseo de la limosna se
hacía necesario también una forma de recolec-
ción, ejercida históricamente por el limosnero
con función designada por el rey y con la con-
trapartida de exención al servicio militar, y la
organización de criterios y
Formas para su distribución. Aquí, por los crite-
rios burgueses, no bastaba ser pobre, hay que
ser pobre avergonzado de su situación, pues al
final el rico es el ‘dios visible capaz de tener y
dar. El pobre avergonzado no se debía dedicar a
la mendicidad. "(Sposati, 1988:83)
A modo de síntesis y queriendo remarcar algunas
de las características más significativas de la Socie-
dad de Beneficencia, podemos señalar lo siguiente.
Por un lado, esta institución surge como parte del
proyecto rivadavino de incorporación del país al capi-
talismo mundial, basado en los principios de “orden y
progreso” y apuntando a un desarrollo comercial, el
cual resulta frustrado y sólo en las últimas décadas
del siglo XIX se efectivizó. Dentro de este contexto, el
carácter secularizado de la Sociedad, construido con
un sentido filantrópico y limitando el papel de la Igle-
sia, implicó un avance considerable a la mera aten-
ción caritativa cristiana. El contenido moralizante de
las actividades de la Sociedad se funda en una moral
moderna y racional. Si bien, dado el carácter incipien-
te del desarrollo capitalista, el peso dominante de la
elite terrateniente y la fuerte presencia de elementos
tradicionalistas, encontramos una vinculación indirec-
ta con la Iglesia; en gran parte esta moral se define
por su relación con las virtudes cristianas.
Otro rasgo característico es el hecho de ser una ac-
tividad pública, sustentada por el Estado, pero en
manos privadas, esta acción de delegación de parte
del Estado se fundamentaba en que era considerada
una actividad secundaria. Se busca ligar a las muje-
res de la clase dominante a un proyecto ideológico-
político de dominación105, con una estrategia morali-
zante, a través de modelos o de segregación. La
atención no se define en base a la relación capi-
tal/trabajo, sino por las necesidades para la sobrevi-
vencia, teniendo en cuenta más el carácter de peli-
grosidad de estos sectores, - y por lo tanto estable-
ciendo un estricto control sobre la vida cotidiana y las
necesidades, en una relación de tutela-, antes que
buscando su transformación para insertarlos en el
proceso productivo. La relación en la beneficencia
“.ve define como un deber del que da, y no como un
derecho del que recibe " (Tenti, 1989:37).
Por lo tanto encontramos en la Sociedad de Benefi-
cencia rasgos característicos del pensamiento conser-
vador, pero con una fuerte ambigüedad que no nos
permite ubicarlo ni como tradicionalista, ni como re-
formista. Si por un lado encontramos ideas de moral
racional, una fuerte laicización de la asistencia, ligado
a la idea de “orden y progreso”; por otro lado, y te-
niendo en cuenta el desarrollo de las fuerzas produc-
tivas en el país, encontramos elementos tradicionalis-
tas, que consideraban al necesitado, al pobre, como
aquel que debe su situación a la “inmoralidad”, -en
un sentido estrictamente religioso-, resaltando la ne-
cesidad de retomar a valores tradicionales, la acepta-
ción de la situación de indigencia como “providencial”
y una marcada diferenciación de la posición de clase
entre quienes dan y quienes reciben, dirigido más a
mantener la obediencia y subordinación de los secto-
res dominados que a una estrategia de incorporación
de fuerza de trabajo.
"Mediante esta estrategia se tendía a erigir y
conservar un orden social que prescribía y deli-
mitaba las conductas de los componentes de la
sociedad en función de un eje organizador cons-
tituido por la oposición dominante-dominado”.
(Tenti, 1989:26)
2.2. LA ASISTENCIA SOCIAL PÚBLICA
A partir de 1853, año de declaración de la Constitu-
ción Nacional Argentina, se inició un largo proceso en
tomo al establecimiento y consolidación del Estado
nacional; la continuidad de las luchas internas, la se-
paración del estado de Buenos Aires de la Confedera-
ción, la carencia de un gobierno centralizado y
Representativo, marcaron a este período como de in-
certidumbre e inestabilidad.
Fue recién a partir de la década de 1870, que el Es-
tado argentino logró su consolidación atendiendo a la
unidad nacional, como aparato de represión y control
y, al mismo tiempo, como poder hegemónico. Las
ideas de “orden y progreso” ingresaron nuevamente
en escena dirigidas a la incorporación del país al sis-
tema capitalista mundial; un orden que debía asegu-
rar la regulación de las relaciones sociales, económi-
cas y financieras que las nuevas formas de produc-
ción exigían y al mismo tiempo diera muestras de
confiabilidad para el fomento de las inversiones ex-
tranjeras. Y un progreso, con infinitas posibilidades
en un país que contaba con las condiciones materiales
y los elementos fundamentales de la producción: tie-
rra, capital y trabajo.
Dentro de este período, marcado por la inserción
dentro del capitalismo mundial como país agroexpor-
tador -y convertido en el sector dinámico de la eco-
nomía-, el Estado tuvo una participación activa pro-
moviendo la unidad nacional, ejerciendo el control y
la represión, así como generando estructuras que
permitieron el desarrollo económico. Ejemplos de ello
son: la creación un sistema de administración nacio-
nal; la realización de obras de infraestructura básica
(caminos, puentes, ferrocarriles, etc.); la consolida-
ción de un ejército nacional; la promoción de la inmi-
gración europea; al mismo tiempo que se nacionalizó
la educación, la justicia, las cárceles y la provisión de
ciertos servicios para el disciplinamiento de la fuerza
de trabajo.
“El estado nacional se había convertido en el
núcleo irradiador de medios de comunicación,
regulación y articulación social cuya difusión
tentacular facilitaba las transacciones económi-
cas, la movilidad e instalación de la fuerza de
trabajo, el desplazamiento de las fuerzas repre-
sivas y la internalización de una conciencia so-
cial.
El proyecto modernizador de Argentina, que implicó
su inclusión en el orden capitalista mundial, fue lleva-
do adelante por la denominada Generación del 80.
Generalmente la misma ha sido asociada casi exclusi-
vamente con el ideario liberal y positivista, pero en
realidad contuvo una gran heterogeneidad de tenden-
cias y posiciones. Si bien basadas en el ideal de un
‘‘progreso” ilimitado e irreversible, encontramos den-
tro de esta Generación expresiones que van desde la
ortodoxia liberal, el catolicismo social, el racionalismo
romántico y el eclecticismo espiritualista. Sin lugar a
dudas el proyecto de la Generación del '80 modificó
esencialmente la dinámica de la sociedad argentina;
desde el punto de vista político, consolidando un “or-
den conservador”, que aseguraba la sucesión presi-
dencial y la continuidad de las instituciones; desde la
perspectiva económica generando un “orden neocolo-
nial”, basado en la producción agroganadera que
otorgaba rasgos característicos a la producción, circu-
lación y acumulación; por último, un fuerte impacto
demográfico y cultural producto de las inmigraciones
extranjeras .
En este contexto, el Estado argentino centralizó su
atención en tres áreas principales: las políticas de mi-
gración, sanitarias y de educación; resultaba funda-
mental promover la inmigración europea para poblar
el país, tanto por la “supuesta” incapacidad para el
trabajo que presentaba la población nativa como por
la escasez de mano de obra; en este sentido, la edu-
cación adquiere una relevancia fundamental como
medio para homogeneizar y alcanzar el ansiado pro-
greso. Por último las políticas sanitarias apuntaron a
asegurar que los países europeos compraran la pro-
ducción agroganadera, brindando confiabilidad en los
productos. Todo otro tipo de intervención quedo en
manos de instituciones privadas (filantrópicas o reli-
giosas) que eran generalmente subsidiadas por el fis-
co. Si bien, a lo largo del período estudiado, fueron
creciendo las críticas desde diferentes posiciones re-
clamando una intervención más activa del Estado en
los asuntos sociales.
A partir de la década de 1890, producto del creci-
miento urbano, de la incipiente industrialización, las
crisis laneras de la década anterior y la polarización
en la apropiación del excedente por parte de la oli-
garquía terrateniente, apareció una significativa preo-
cupación por la “cuestión social”. Ya desde la década
de 1870, tanto los médicos higienistas como los cató-
licos sociales habían manifestado su preocupación an-
te la misma, pero fueron las primeras huelgas obre-
ras, el crecimiento del movimiento obrero, -con fuer-
tes elementos anarquistas y socialistas producto de la
inmigración- y la organización de un nuevo partido (la
Unión Cívica Radical), donde se manifestaron las fisu-
ras de la hegemonía terrateniente.
“Si hasta entonces 'orden y progreso' habían
constituido los términos complementarios de
una fórmula de organización social relativamen-
te exitosa, su propio éxito se constituía ahora
en el origen de profundas contradicciones. (...)
Ausencia de participación política y marginali-
dad social fueron los resultados naturales de la
aplicación de un (este) ‘proyecto’’ (...) Pero ese
mismo proyecto daba origen ahora, por su con-
tradictorio contenido, a la cuestión de la ciuda-
danía y a la ‘cuestión social’. “(Oszlak,
1982:224)
Pero fue sólo en las primeras décadas del siglo XX
que se concretizaron algunas de estas modificaciones.
La sanción de la ley Sáenz Peña (1911), sobre el voto
secreto y universal, abrió la posibilidad de acceso al
gobierno al partido de la Unión Cívica Radical (inte-
grado por sectores medios, hijos de inmigrantes, pro-
fesionales liberales, pequeños comerciantes y algunos
sectores populares), quebrando la tradición hegemó-
nica terrateniente. Así como la sanción de las prime-
ras leyes de protección laboral impulsadas principal-
mente por el Partido Socialista.
El período comprendido entre 1870 y 1930, presen-
ta una complejidad y un dinamismo que no nos per-
mite profundizar en todos sus aspectos, es por ello
que presentaremos los rasgos más destacados de tres
movimientos que influyeron en generar respuestas
ante la cuestión social, si bien con diferentes inten-
cionalidades y posicionamientos teórico-ideológicos,
pero que sin lugar a dudas, actuaron en el ámbito es-
tatal o privado produciendo diferentes formas de in-
tervención y de respuestas ante los conflictos sociales
y las desigualdades que el capitalismo generaba en
estas tierras. Ellos son: el movimiento de los médicos
higienistas, el catolicismo social y el movimiento
obrero. Esta división tiene un mero carácter analítico
y expositivo, pues las relaciones entre estos movi-
mientos, además de ser simultáneos, en muchos ca-
sos se presentaron imbricadas entre sí, como con el
Estado.
Desde la perspectiva de Cortés y Marshall
(1991:28), la intervención social del Estado durante
este período fue la resultante de tres factores: la es-
casez de fuerza de trabajo; las demandas de una le-
gislación social de parte de los trabajadores, acompa-
ñada de fuertes enfrentamientos; y, por último, una
ideología modernizante y secularizadora que llevó a
implementar la educación pública y obligatoria, como
un instrumento de homogeneización de la fuerza de
trabajo. En este sentido, la intervención del Estado
fue sumamente fragmentaria y circunstancial, en
especial en tomo a la cuestión social, y generalmente
asociada a las presiones que diferentes grupos reali-
zaron sobre el poder público. Tanto los católicos so-
ciales como los médicos higienistas, muchos de los
cuales formaban parte de la clase dirigente y ocupa-
ron importantes cargos públicos, desde sus diferentes
posiciones coincidían en señalar formas de enfrenta-
miento a la cuestión social que superaran el tradicio-
nal recurso a la represión. Desde otra posición, el
movimiento obrero, con la heterogeneidad de tenden-
cias que tenía en su interior, presionaba directa o in-
directamente sobre el Estado por el mejoramiento de
las condiciones salariales y laborales. Consideramos
que es en la interrelación de las acciones de estos
grupos que podemos reconstruir las diferentes formas
en que fue enfrentada la cuestión social en la transi-
ción entre el siglo XIX y XX en Argentina.
2.2.1. Los médicos higienistas
Desde el último cuarto del siglo XIX los médicos hi-
gienistas desarrollaron una intensa actividad no sólo
en el campo sanitario sino también social. Más allá de
la heterogeneidad ideológica de este movimiento, los
higienistas fueron uno de los primeros grupos en ad-
vertir las consecuencias de la cuestión social en el
país y de proponer medidas concretas para enfrentar-
la. Sus propuestas se basaban en un amplio progra-
ma de profilaxis sanitaria, social y moral, privilegian-
do la prevención -aunque no descartando medidas
compulsivas- y demandando del Estado la interven-
ción y responsabilidad mediante acciones concretas.
Los crecientes procesos de urbanización e industria-
lización fueron los motivadores de las preocupaciones
de los higienistas. El aumento de la población urbana,
fruto de las inmigraciones, y el incipiente crecimiento
industrial, hizo que los higienistas dirigieran su aten-
ción a las condiciones de vida -vivienda y alimenta-
ción-, así como a las condiciones de trabajo -jomada
de trabajo, salario, descanso, condiciones de higiene
y seguridad en las industrias-, además de preocupar-
se por los hábitos y costumbres. Detrás de estas in-
quietudes se hallaba el riesgo que representaba para
la salubridad general y para el mantenimiento del or-
den social las condiciones de las clases populares.
“...los dos tipos de peligros que estos médicos
tuvieron permanentemente en cuenta... la fábri-
ca y el conventillo los preocuparon por el efecto
que tenían sobre sus ocupantes, aunque tal vez
haya sido mayor su inquietud por los riesgos a
los que exponían al resto de la población. Se
trataba de amenazas físicas,
Morales y sociales: enfermedades, ‘vicios’ y pro-
testas masivas y tumultuosas. Estaban en jue-
go, por consiguiente, la salud, los valores y los
intereses político-económicos de los grupos di-
rigentes, lo que motorizó su preocupación ante
las carencias más evidentes de los pobres.
"(Recalde, 1997:19)
Las relaciones que muchos de los médicos higienis-
tas mantuvieron con el poder público, en muchos ca-
sos ocupando diversos cargos públicos o demandando
la intervención del Estado, hace que la misma sea
vista como parte de la política estatal.
Siguiendo el análisis de Recalde (1997:48-51), este
autor distingue tres etapas en el desarrollo del higie-
nismo en el país. La primera, que abarca las décadas
de 1870 y 1880, estuvo marcada por una adhesión de
los médicos higienistas al ideario liberal y seculariza-
dor, y consecuentemente a las ideas de progreso y
civilización. Las principales preocupaciones giraron en
torno al peligro de las epidemias y las enfermedades
exóticas, para lo cual resultaba fundamental la defen-
sa sanitaria marítima y el saneamiento interno.
En la década de 1870, los médicos argentinos co-
menzaron a preocuparse por las consecuencias de la
pobreza, influenciados por el desarrollo del higienis-
mo, especialmente en Francia, y motivado por las
grandes epidemias que azotaron Buenos Aires, (de
fiebre amarilla en 1858, 1870 y 1871 y de cólera en
1856, 1867/1869, 1873/1874). De algún modo las
epidemias y el riesgo de enfermedades exóticas
(principalmente por causa de las inmigraciones) re-
querían una atención especial y una intervención es-
pecífica, principalmente respondiendo a las demandas
sanitarias del principal comprador de productos agro-
ganaderos, Gran Bretaña.
En 1873 fue creada la cátedra de Higiene Pública en
la Facultad de Medicina de Buenos Aires, por iniciativa
del Dr. Guillermo Rawson, desde donde se llevó ade-
lante una difusión de los principios higienistas, priori-
zando las relaciones entre condiciones ambientales y
sociales y estados de enfermedad, el papel de la pre-
vención y la responsabilidad del Estado. Fue a partir
de este foco irradiador que se concretizaron diferen-
tes acciones, organizaciones o reclamos ligados a una
intervención activa ante los efectos de la cuestión so-
cial.
CAPÍTULO 3:
LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL TRABAJO SO-
CIAL
Capítulo 4
EXPANSIÓN Y DESARROLLO DEL TRABAJO SO-
CIAL ARGENTINO
El período comprendido entre el momento de insti-
tucionalización de la profesión, -1930 con la primera
Escuela de Servicio Social en el Museo Social Argen-
tino-, y los primeros indicios del movimiento de re-
conceptualización a comienzos de la década del 60,
es un momento histórico que tanto desde el punto de
vista económico, social, político y cultural está mar-
cado por profundos y significativos cambios estructu-
rales en el país. Este período es sumamente dinámi-
co, tanto por el protagonismo adquirido por el Estado
para enfrentar la “cuestión social” como por la emer-
gencia de nuevos actores sociales y políticos.
Si en el momento de institucionalización de la pro-
fesión, el trabajador social era absorbido principal-
mente por servicios sociales y asistenciales de carác-
ter privado (al estilo de la Sociedad de Beneficencia)
podemos inferir, y dada la intensiva intervención del
Estado, que la mayor demanda laboral se concentró
en la esfera estatal, sin que por ello queramos signifi-
car que se produjo una ampliación real de los dere-
chos sociales, -de hecho hubo avances importantísi-
mos-, o que se haya superado totalmente el ideario
de la dádiva, la limosna o el ajuste del período ante-
rior.
Nuevamente en este punto nos encontramos con
serias dificultades y limitaciones de estudios y de in-
formación, tanto para conocer los espacios profesio-
nales en los cuales se insertaron los trabajadores so-
ciales, como datos precisos sobre el crecimiento de la
profesión. De todos modos intentaremos reconstruir
este período de expansión de la profesión conside-
rando los cambios estructurales y coyunturales del
país, marcados por la dinámica social, económica y
política y las respuestas dadas a la “cuestión social”
en ese momento; agregando, cuando sea posible, re-
ferencias directas a la profesión.
A los efectos de organizar nuestra exposición, abor-
daremos primeramente el período comprendido entre
1930 y 1945, es decir, la “década infame” y el surgi-
miento del populismo. Seguiremos con el desarrollo
de los gobiernos peronistas, deteniéndonos especial-
mente en la Fundación Eva Perón. Para luego abordar
el golpe militar de 1955 y señalar algunas primeras
características de la alternativa desarrollista; y por úl-
timo presentar algunas consideraciones sobre el pro-
ceso de expansión del Trabajo Social.
4.1. LA DÉCADA INFAME Y EL SURGIMIENTO
DEL POPULISMO
El período comprendido entre el golpe militar de
1930, -el derrocamiento de Yrigoyen-, y la masiva
manifestación popular del 17 de octubre de 1945 a
favor de Perón, es un momento histórico de reorien-
tación, y en algunos casos de ruptura, del proceso
económico, político y social que se venía desarrollan-
do en el país.
La relativa estabilidad democrática que se había ini-
ciado en
1916, -poco después de la sanción de la denominada
ley Sáenz Peña sobre el voto secreto, universal (mas-
culino) y obligatorio-,
Permitiendo el acceso de la Unión Cívica Radical (pri-
mer partido de masas) llegar a la presidencia se vio
interrumpido por el golpe militar de 1930 que devol-
vía el poder a la oligarquía terrateniente del país. De
algún modo el liberalismo democrático de Yrigoyen
asustaba a la élite dominante.
La década del 30 es históricamente reconocida co-
mo la “década infame”, tanto por que fue una suce-
sión de gobiernos militares y civiles que basaron su
dominio en el fraude electoral, así como por la co-
rrupción política de los más variados actores sociales
que detentaban el poder.
Dos acontecimientos externos repercutieron sobre
la estabilidad económica del país, primero la crisis
mundial de 1929 y posteriormente el desarrollo de la
Segunda Guerra Mundial. Argentina que se había con-
solidado como un país agroexportador en el mercado
mundial desde 1880, sufrió las consecuencias de la
crisis viendo disminuir los precios de los productos
agrícola-ganaderos y las dificultades para mantener el
nivel de las importaciones de productos manufactura-
dos. El profundo deterioro de los términos de inter-
cambio llevó a una serie de medidas proteccionistas y
a la reducción de las importaciones, lo cual alentó un
incipiente proceso de industrialización.
En un primer momento el gobierno quiso recuperar
la estabilidad económica y social anterior a 1916, pe-
ro lógicamente las condiciones internas y externas se
habían modificado radicalmente y el Estado debió
comenzar a tener una intensa injerencia en la econo-
mía nacional, la cual ya no podía basarse únicamente
en la exportación de productos agroganaderos.
“En 1933 el presidente Justo comenzó a imple-
mentar una política económica al estilo ‘new
deal ’. El Estado tomó un papel activo en la re-
gulación de las fuerzas del mercado, en general
para beneficio de las clases acomodadas, cuya
suerte no podía ya confiarse a los dictados de la
‘mano invisible’. ” (Plotkin, 1993:28)
El Estado adquirió un rol intervencionista en lo eco-
nómico sin perder su ligazón con la oligarquía terra-
teniente. En principio a través del tratado Roca-
Runciman suscrito con Gran Bretaña en 1933 que
aseguraba las exportaciones de carnes a ese país y
daba un conjunto de beneficios a las inversiones in-
glesas y posteriormente mediante una serie de medi-
das proteccionistas a la industria nacional, que
desembocaría en el Plan Pinedo. El Estado consolida-
ba su poder en una alianza de clases con participa-
ción de los sectores industriales, si bien éstos limita-
dos en su actividad al mercado interno, a los bienes
de consumo y a los dictados del sector agropecuario.
“El Estado asumió la función de arbitraje y regu-
lación de intereses no siempre armónicos, y lle-
gó a adquirir una independencia tal respecto de
ellos que pudo defender los objetivos superiores
de la clase aún a riesgo de afectarla en sus in-
tereses inmediatos”. (Rofman y Romero,
1973:143)
A lo largo de este período y teniendo como telón de
fondo las consecuencias de la Gran Depresión y el
desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, -siendo
Gran Bretaña el principal comprador de carnes y ce-
reales y también el principal importador de productos
manufacturados-, comenzó un intenso proceso migra-
torio interno, - dado tanto por las limitaciones y crisis
en la producción agropecuaria como por la creciente
demanda industrial-, dirigido hacia las grandes ciuda-
des (Buenos Aires, Córdoba, Rosario, La Plata, Santa
Fe).
Este proceso migratorio interno, y teniendo en
cuenta que a partir de 1930 y a causa del creciente
desempleo se produjeron severas restricciones hacia
la inmigración europea, fue alentado por un desorde-
nado proceso de industrialización, cuya característica
principal fue la incorporación intensiva de fuerza de
trabajo, dado que la importación de maquinarias es-
taba sumamente limitada por la posición de neutrali-
dad del país ante la guerra.
Durante el período comprendido por la “década in-
fame”, el movimiento obrero fue atravesado por dos
procesos concomitantes; por un lado la reorganiza-
ción sindical, su papel político y sus reclamos de le-
gislación obrera y por otro, como ya hemos mencio-
nado, un creciente proceso de proletarización produc-
to de las migraciones internas, que se desarrollaba a
la luz del proceso industrial sustitutivo de importacio-
nes.
En relación al papel jugado por los sindicatos, en
1930 se creaba la primera CGT (Confederación Gene-
ral del Trabajo), a donde concurrieron sindicalistas,
anarquistas, comunistas y socialistas pertenecientes a
la USA (Unión Sindical Argentina) y a la COA (Confe-
deración Obrera Argentina), quedando fuera los anar-
quistas de la FORA (Federación de Obreros de la Re-
pública Argentina). La CGT recién creada tomó una
actitud indulgente, y hasta podríamos decir cómplice,
ante el golpe militar de 1930 y la política conservado-
ra de Uriburu y Justo. En el período 1930-1935, la
capacidad negociadora del sindicalismo se vio fuerte-
mente limitada por las consecuencias de la crisis: el
mantenimiento de altas tasas de desocupación y por
la implementación de medidas represivas.
“A pesar de haber contribuido a la caída del go-
bierno de Irigoyen, el Partido Comunista y los
restos del otrora poderoso movimiento anar-
quista, como así también los dirigentes obreros
de los sindicatos llamados autónomos, pasan a
ser blanco de la represión del gobierno. Solo se
respetan los sindicatos ‘amarillos’ que dirigían
fundamentalmente los socialistas. '(Levenson,
1996:92)
Hacia 1935 la situación comenzó a modificarse, se
produce una recuperación económica y un sostenido
aumento de la ocupación. La CGT expulsó a su ante-
rior dirección y su nueva dirección adoptó una posi-
ción más reivindicativa. En 1937, se constituyó nue-
vamente la USA (Unión Sindical Argentina) integrada
principalmente por sindicalistas autónomos, los cuales
trataron de diferenciarse de la CGT con predominio de
socialistas, intentando deslindar las acciones de tipo
gremial de las acciones de las agrupaciones políticas.
La USA no adquirió la relevancia anterior y su papel
fue tangencial ante el desarrollo del movimiento obre-
ro. Por otro lado, la FORA, anarquista, sólo represen-
taba algunos sindicatos de oficios, quedando despla-
zada por el desarrollo de la industria fabril.
A partir de 1935, y alcanzando mayores dimensio-
nes en 1942, comenzó una intensa movilización obre-
ra, con un número creciente de huelgas y sobre todo
de huelguistas, pese a que la mayor parte de los
Reclamos nunca alcanzaron sus resultados. Asimismo
a partir de 1936 se produjo un paulatino y constante
aumento de afiliaciones sindicales llegando a un salto
cuantitativo en 1947.
“Todo el período que arranca desde 1939 -año
en que a raíz de la guerra mundial el proceso de
industrialización sustitutiva adquiere nuevos
impulsos- se caracteriza por un aumento soste-
nido de los niveles de ocupación, mientras el sa-
lario real se mantiene estancado o crece muy
poco. Esto lleva a una agudización de los con-
flictos y de la movilización obrera hasta llegar
en 1942 a cifras topes. ” (Murmis y Portantiero,
1971:89)
Por otro lado los partidos políticos obreros adopta-
ron posiciones diferentes durante la “década infame”.
El Partido Socialista asumió una posición doble, la de
complacencia y complementariedad al conservadu-
rismo mientras propugnaba la implementación de la
legislación obrera.
El Partido Comunista por su lado, a partir de las de-
cisiones del VII Congreso Internacional Comunista,
impulsó un frente único antiimperialista, organizando
comités contra el monopolio del transporte, agua y
electricidad, disolviendo el sindicato comunista “Co-
mité de Unidad Clasista” e ingresando sus militantes
gremiales en la CGT, desde donde conformaron algu-
nas federaciones gremiales; en 1937, ante el llamado
a elecciones, se abandonó el frente antiimperialista y
se abrió el frente único antifascista, apoyando al radi-
calismo y la candidatura de Alvear a la presidencia.
Obviamente Justo ya se había asegurado la continui-
dad conservadora y las elecciones fueron ganadas por
Ortiz a través del fraude electoral.
En 1943, nuevamente la CGT se divide en dos, la
CGT nro. 1 encabezada por José Domenech, socialista
y representante de la burocracia “amarilla”, que bus-
caba la independencia del gremio de los partidos polí-
ticos y la CGT nro. 2, integrada por sindicatos contro-
lados por comunistas y socialistas.
Asimismo, a lo largo de la década del 20 se había
gestado un significativo movimiento nacionalista, sin
unidad, con profundas divisiones y sin capacidad de
organizarse en un partido político, pero al mismo
tiempo generando un fuerte impacto en el Ejército,
depositario del sentimiento nacional.
“Los nacionalistas eran esencialmente antilibe-
rales, profundamente anticomunistas, en gene-
ral ultracatólicos, y tenían una desconfianza vis-
ceral hacia la democracia. ''(Plotkin, 1993:24)
Durante la década del 30 se profundizó este nacio-
nalismo, el cual atacaba directamente al liberalismo
como culpable de los males que sufría la Argentina y
en especial al imperialismo británico y norteameri-
cano. Para estos grupos el liberalismo estaba llegando
a su fin y las ideas de tipo “corporativistas” comenza-
ban a tener su influencia sobre el pensamiento de la
época. Sus referentes estaban en el pensamiento de
Charles Maurras, y algunos no ocultaban su admira-
ción a Mussolini. Este movimiento se manifestó en di-
versas fracciones, desde aquellos nacionalistas autori-
tarios de ultraderecha, con una fuerte participación
del ejército, y una tendencia más populista represen-
tada por FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la
Joven Argentina) dentro de la Unión Cívica Radical.
También durante la década infame se da un acer-
camiento entre el Estado y la Iglesia Católica, una de
cuyas manifestaciones fue la celebración del Congre-
so Eucarístico Internacional en Buenos Aires en 1934.
La Iglesia, desde su posición conservadora reformista,
empezó a tener una mayor injerencia en el campo po-
lítico, haciendo un llamado a la participación política
de sus fíeles, rechazando el liberalismo, combatiendo
el comunismo y el anarquismo, al mismo tiempo que
popularizando el catolicismo.
Los nacionalistas tendrán en común su posición de
neutralidad ante la guerra y la adopción del término
“justicia social” que comenzaba a estar presente en
sus discursos, ante la escasa intervención social del
Estado.
Durante este período, el Estado tuvo una intensa
intervención en lo económico aunque no así en lo so-
cial. El enfrentamiento a la “cuestión social” fue su-
mamente segmentado, como veremos a continuación,
y recién a fines de la década comenzó una preocupa-
ción mayor por otro tipo de intervención.
Podemos señalar que por un lado se recurrió a ac-
ciones de tipo represivas, como ya fue señalado al re-
ferimos al ataque directo de las organizaciones de iz-
quierda y la escasa respuesta ante las huelgas obre-
ras. Por otro lado, se impulsaron algunas leyes labo-
rales, - principalmente propuestas por el Partido So-
cialista y que el conservadurismo aceptó para mante-
ner una alianza de poder-, obteniendo algunos logros
parciales como la indemnización por despido, vaca-
ciones pagas para algunos gremios, organización de
algunas cajas jubilatorias. Por último, las consecuen-
cias sociales de la crisis del 30 y los reclamos que los
médicos higienistas venían realizando desde la déca-
da pasada hizo que el Estado tomara algunas iniciati-
vas en torno a la asistencia social pública, las cuales
se dirigieron principalmente a ejercer la función de
contralor de los subsidios otorgados pero continuando
delegando las funciones asistenciales a organizacio-
nes privadas al estilo de la Sociedad de Beneficencia.
En 1932 se creó el Fondo de Asistencia Social, re-
glamentando el otorgamiento de subsidios, así como
exigiendo condiciones y requisitos para el otorga-
miento e instalando formas de control. A tales efectos
se organizaron Comisiones Auxiliares de Señoras ad
honorem en la Capital Federal y cada una de las pro-
vincias, cuya función era la fiscalización externa sobre
los subsidios al mismo tiempo que incentivar en la
comunidad la sustitución del aporte del Estado por
donaciones y legados particulares.
En este sentido, Sposati plantea que a comienzos
de la década del treinta en el Estado de San Pablo,
Brasil, se estableció una Comisión de Asistencia So-
cial, formada por hombres de la aristocracia y la elite
gobernante, quienes tenían la función de decidir so-
bre asuntos de asistencia social y ante la cual las ins-
tituciones particulares debían brindar información,
con el riesgo de perder los subsidios del Estado. Pos-
teriormente esta comisión fue transformada en el De-
partamento de Asistencia Social, apuntando al control
de la filantropía privada dentro de las normas técni-
cas así como la orientación hacia acciones asistencia-
les disciplinares (1988:110-115).
Podemos ver entonces, que tanto en el caso de Ar-
gentina como en el de Brasil, se dio una mayor inter-
vención del Estado frente a la “cuestión social” pero
principalmente ligada al control de las acciones filan-
trópicas privadas y manteniendo su carácter subsidia-
rio de las mismas.
En 1933, el gobierno argentino convocó a la Prime-
ra Conferencia Nacional de Asistencia Social, la cual
se abocó a discutir algunos aspectos centrales de la
intervención en el campo social. En la misma se re-
marcó, la obligación del Estado en asegurar la repro-
ducción de la población y no sólo la atención humani-
taria de las clases pudientes. Tenti realiza una sínte-
sis de los argumentos expuestos, y consideramos im-
portante rescatar los siguientes:
"Existe un consenso generalizado en considerar
a la Asistencia Social como orientada a lograr el
‘ajuste del individuo a la sociedad’. A su vez, el
'mejoramiento social del individuo y de la fami-
lias alcanzará mediante una acción de difusión e
inculcación de ‘todos aquellos medios y conoci-
mientos que aconsejan la higiene física y men-
tal’. (...) La formación de personal especializado
para las labores del campo social es un tema
que ocupa a toda una Comisión. Ahora ya no se
trata de los médicos, sino de los nuevos profe-
sionales de la acción social, tales como las visi-
tadoras de higiene social, asistentes sociales,
superintendentes de usina, personal técnico au-
xiliar para las obras de asistencia social, etc. ”
(1989:73)
En base a las conclusiones, en 1934 fue presentado
un proyecto de ley sobre Asistencia y Previsión Social,
en el cual se planteaba el reconocimiento del derecho
del ciudadano a recibir atención gratuita ante situa-
ciones de desamparo ligadas a la minoridad, la vejez,
la enfermedad y el desempleo. También planteaba la
necesidad de formación del personal abocado a la
asistencia social, así como realizar estudios sobre la
asistencia social en el país y la elaboración de un plan
anual de coordinación de los servicios. Pero lógica-
mente esta ley no fue aprobada.
En 1937 fue creado el Registro de Asistencia Social
y Fichero Central donde se debían registrar todas las
instituciones de asistencia social y que apuntaba a
coordinar los servicios de asistencia social tanto a ni-
vel nacional, provincial, municipal y privado.
Significativamente en 1938 encontramos que en
Brasil fue creado el Consejo Nacional de Servicio So-
cial (CNSS), como órgano consultivo del gobierno fe-
deral y teniendo a su cargo la centralización y coordi-
nación de informaciones sobre entidades privadas y
públicas, si bien su actividad fue fundamentalmente
formal no teniendo casi injerencia sobre las institu-
ciones asistenciales. La coordinación desde un orga-
nismo de carácter nacional ocurrió posteriormente,
cuando el Brasil ingresó en la Segunda Guerra Mun-
dial y se fundó la Legión Brasileña de Asistencia
(LBA).
Retomando para Argentina, en 1940 se organizó
este registro pasando a denominarse Registro Nacio-
nal de Asistencia Social, dirigido a registrar todas las
instituciones asistenciales y a centralizar información
sobre las mismas; asimismo tanto los individuos y
familias que eran asistidos tenían un carnet que de-
bían presentar para ser atendidos tanto en el Registro
como en las diferentes instituciones privadas, el cual
tenía como objetivo el control de la pobreza para evi-
tar la mendicidad y la explotación de la caridad.
Posteriormente, en 1941 se creó la Dirección Gene-
ral de Subsidios, que tenía a su cargo el otorgamiento
y control de los subsidios a las instituciones de asis-
tencia social.
A comienzos de la década del 40, un grupo de mili-
tares nacionalistas se reunió en una logia, posterior-
mente denominada GOU, la cual sostenía la posición
de neutralidad frente a la guerra y por otro lado pre-
sionaba sobre el gobierno para la producción de ar-
mamentos, de algunos productos importados y la ex-
plotación de minerales. En junio de 1943, este grupo
de militares nacionalistas tomó el poder, derrocando
al presidente Castillo y poniendo fin a la década infa-
me.
“...el sistema político corrupto y fraudulento ha-
bía perdido legitimidad, y el Ejército se había
convertido en un importante factor de poder po-
lítico. Fue en ese contexto que ocurrió el golpe
de junio de 1943 que motorizaría el ascenso de
Perón. ” (Plotkin, 1994:36)
El régimen militar comenzó por un lado con una serie
de
Medidas para nacionalizar el sistema económico,
mientras por otro se implementó la enseñanza católi-
ca obligatoria en las escuelas públicas, se separó de
sus cargos a los profesores que se manifestaban tan-
to liberales como de izquierda, se suspendieron las
elecciones, se prorrogó el estado de sitio, se intervi-
nieron los sindicatos y la CGTnro.2, dirigida por co-
munistas y socialistas, fue disuelta y sus dirigentes
detenidos o perseguidos.
Cabe señalar que al interior del grupo militar que
tomó el poder, no existía homogeneidad y que poco a
poco las diferencias internas fueron apareciendo. La
posición de neutralidad ante la guerra fue mantenida
y Estados Unidos comenzó a presionar significativa-
mente para que Argentina declarara la guerra al Eje.
Se estableció un bloqueo económico y el no recono-
cimiento del gobierno militar; ante el intento fallido
de conseguir armamentos de los Estados Unidos, -y
teniendo en cuenta que Chile, Uruguay y Brasil esta-
ban recibiendo armamentos de este país-, el entonces
presidente Ramírez intentó un acercamiento a Alema-
nia, lo cual agudizó el bloqueo con Europa y los paí-
ses latinoamericanos, llevando a Ramírez en febrero
de 1944 a entregar el poder al General Farrell, alcan-
zando Perón el cargo de vicepresidente.
En 1943 fue creada la Dirección de Salud Pública y
Asistencia Social, que paso a tener bajo su responsa-
bilidad la salud pública y la asistencia social de todo
el país y que absorbió tanto el Registro Nacional de
Asistencia Social como la Dirección General de Subsi-
dios.
En noviembre 1943, el coronel Perón se hizo cargo
del Departamento Nacional del Trabajo, transformán-
dolo en Secretaria de Estado. Desde la Secretaria de
Trabajo, Perón inició una intensa actividad con los
sindicatos, quienes encontraron por primera vez un
interlocutor dentro del aparato estatal.
En primer lugar derogó el control y la prohibición de
actividad política en los sindicatos; mantuvo contac-
tos con dirigentes comunistas y socialistas e intentó
ganarse su confianza. Sobre lo que era la CGT 1 y la
USA principalmente, y algunos de los sindicatos per-
tenecientes a la CGT 2, se iniciaron estas relaciones
entre sindicalismo y Estado. Durante el año 1944 Pe-
rón elaboró una serie de leyes y decretos que modifi-
caban profundamente la legislación laboral, se firma-
ron numerosos convenios que regulaban los salarios,
las vacaciones, duración y condiciones de trabajo, se
creó el fuero laboral, los distintos regímenes jubilato-
rios, el estatuto del peón de campo, etc.
Para llevar a cabo su organización de los obreros,
Perón usó tanto la cooptación como la coerción, esta
última en el caso de los sindicatos más inflexibles,
principalmente los dirigidos por comunistas que eran
intervenidos o creados sindicatos paralelos. Al mismo
tiempo se iban creando nuevos sindicatos en otras
ramas de la producción.
En 1944, dependiente de la Secretaria de Trabajo y
Previsión se creó la Dirección General de Asistencia
Social quien tomó a su cargo todo lo referente a be-
neficencia, hogares y asistencia social, permanecien-
do lo referente a hospitales, sanidad e higiene depen-
diendo de la Dirección Nacional de Salud Pública y
Asistencia Social. En el mismo año fue creada la Co-
misión de Servicio Social, bajo la dirección de Perón,
encargada de impulsar la implementación de estos
servicios en las diferentes empresas incluyendo aten-
ción médica gratuita, suministro de alimentos y ropas
a precio de costo, cocina y comedor para uso del per-
sonal y campañas preventivas de accidentes de tra-
bajo.
Por otro lado, dependiente del Ministerio del Interior
se creó la Dirección Nacional de Salud tomando a su
cargo la organización de los hospitales, de la sanidad
y la higiene y de los subsidios a entidades privadas.
También fue creado el Instituto Nacional de Previsión
Social encargado de la recolección de las contribucio-
nes obligatorias de trabajadores y empleadores para
el sistema jubilatorio. En 1945, dependiente también
de la Secretaria de Trabajo y Previsión, se creó la Di-
rección de Servicio Social tomando a su cargo las fun-
ciones del Registro Nacional de Asistencia Social,
creado en 1940, teniendo a su cargo la organización y
contralor de la asistencia social privada, así como un
registro de los asistidos.
En ese año también fue promulgada la Ley de Aso-
ciaciones Profesionales, mediante la cual el Estado
tenía la posibilidad de ejercer el papel de contralor de
los sindicatos, pero al mismo tiempo otorgaba perso-
nería a un único sindicato por rama de producción lo
cual obligaba a los empleadores a negociar con una
única representación obrera, a la vez que permitía la
participación política de los mismos.
“La Secretaria de Trabajo se transformó en el
eje de la nueva política social del gobierno, es-
tableciendo un fluido diálogo con los dirigentes
gremiales y en el cual la palabra de Eva Perón
pasaría en poco tiempo más a constituir un ele-
mento casi decisivo en la solución de los pro-
blemas. "(Levenson, 1996:102)
Es claro señalar que a partir del régimen militar de
1943, y especialmente con la actividad desarrollada
por Perón desde la Secretaria de Trabajo y Previsión,
el Estado adquiere protagonismo en una intervención
más sistemática ante la “cuestión social”, situación
que se profundizó durante los gobiernos peronistas.
La centralización de los servicios y la diferenciación
en áreas específicas de atención (salud, educación,
asistencia social) apuntó a la reproducción de la fuer-
za de trabajo y a su calificación para insertarse en el
creciente aparato industrial.
A comienzos de 1945, y ante las presiones de Esta-
dos Unidos y Gran Bretaña, Farrell declaró la guerra a
Alemania y Japón; a partir de ese momento se res-
tauraron las relaciones con los países aliados. Al inte-
rior, se inició un proceso de normalización de las uni-
versidades, reincorporación de profesores liberales
cesanteados en 1943, movilizaciones de estudiantes y
protestas de los miembros del Poder Judicial y de los
distintos partidos políticos pidiendo el llamado a elec-
ciones.
En junio de 1945, diferentes organizaciones patro-
nales realizaron una protesta por las medidas sociales
que el gobierno estaba implementando, especialmen-
te contra la Secretaria de Trabajo y contra Perón. An-
te esta manifestación la CGT se movilizó defendiendo
los derechos adquiridos y la actividad de la Secretaria
a cargo de Perón. Al poco tiempo algunos sindicalis-
tas, de extracción socialista fundamentalmente, solici-
taron la desafiliación de ciertos gremios de la CGT,
por considerarla “colaboracionista” con el gobierno
militar. Fue renovado el Comité Central Confederal y
en algunos casos se generaron sindicatos paralelos.
En setiembre de 1945 se realizó una manifestación
reclamando la entrega del poder a la Corte Suprema
de Justicia y el llamado a elecciones, la marcha de-
nominada “De la Constitución y la Libertad” reunió
desde los sectores más conservadores hasta el Parti-
do Comunista. Reunidos en la Unión Democrática,
conservadores, liberales, socialistas y comunistas se
unían contra el fascismo del régimen militar y defen-
diendo la democracia198.
“La marcha fue un éxito rotundo y contó con la
participación de entre 65.000 y 250.000 mani-
festantes (según la fuente), incluyendo líderes
políticos que iban desde el conservador doctor
Antonio Santamarina hasta el comunista Rodol-
fo Ghioldi. "(Plotkin, 1995:52)
El desarrollo de estos acontecimientos generó pro-
fundas divisiones al interior del ejército, quienes re-
clamaban también por el llamado a elecciones y el
alejamiento de Perón de la Secretaria de Trabajo. De
algún modo la actividad desarrollada por Perón en re-
lación a los sindicatos y los derechos obreros preocu-
paban tanto a los sectores dominantes, los clásicos
terratenientes o los nuevos industriales, como a los
partidos políticos tanto los izquierdistas obreros como
los conservadores o radicales que veían en Perón el
peligro del fascismo.
Perón renunció el día 9 de octubre a sus cargosy el
12 fue encarcelado con destino a Martín García. A
partir de ese momento se produjeron dos movimien-
tos hasta el 17 de octubre. Por un lado el gobierno
militar sufrió una profunda reestructuración interna,
generando un vacío de poder y buscando en los parti-
dos tradicionales alianzas para conformar un nuevo
gabinete.
Por otro, los sindicatos recibieron el impacto de la
detención de Perón apareciendo dos posturas en la
CGT: la de negociación con el nuevo poder político
militar o la convocatoria a una huelga general. Simul-
táneamente, algunos activistas sindicales o personas
ligadas a Perón, -como es el caso de Eva Perón, Ci-
priano Reyes y Mercante-, comenzaron a incitar a la
movilización más allá de las decisiones de la CGT. Pa-
ra ese momento los obreros también sintieron los
efectos del alejamiento de Perón de la Secretaria de
Trabajo, “cuando al reclamar por el descuento del fe-
riado del 12 de octubre recibieron un sugestivo con-
sejo: ‘vayan a cobrárselo a Perón "(Calello,
1986:139)
El 16 de octubre, la CGT declaró paro general para
el día 18. Pero ya en la madrugada del 17 los prime-
ros grupos obreros llegaban a la capital, paralizando
todas las actividades del país e innumerables colum-
nas de obreros desde el Gran Buenos Aires se dirigían
a la Plaza de Mayo.
"Cientos de activistas y delegados habían pues-
to en pie de guerra a las fábricas y barriadas
porteños. La misma Evita había sido portadora
de la consigna de la movilización(...) Sin embar-
go, en lo sustancial, las masas se habían adelan-
tado a los dirigentes, rebasando los cuadros or-
gánicos de la estructura gremial y substituyen-
do la forma de la organización general por las
improvisaciones que giraban en torno a los or-
ganismos de fábrica.Calello, 1986:141)
Ante la Plaza de Mayo colmada por los obreros, Fa-
rrell debió liberar a Perón quien fue obligado por la
multitud a presentarse en el balcón de la Casa de Go-
bierno.
“Bajo estas circunstancias, la conducción de Pe-
rón adquirió un doble significado. De una parte
resultó ser la fórmula inevitable de un movi-
miento signado por la contradicción entre el ca-
rácter proletario de su base y el contenido bur-
gués de su programa, y de la otra, fue la conse-
cuencia de un equilibrio, dentro del cual las
fuerzas progresivas avanzaron hasta cierto pun-
to, pero dejaron intactas las bases sociales del
orden oligárquico-burgués”. (Calello, 1986:9)