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El Tiempo Histórico

Eddy Romero Meza (Investigador)

Según A. Trepat, dentro de la epistemología histórica de principios del siglo XXI, el tiempo histórico puede
ser definido como la “simultaneidad de duraciones, movimientos y cambios diversos que se dan en una
colectividad humana a lo largo de un periodo determinado” (1). Mientras para, R. Koselleck, el tiempo
histórico es el núcleo epistemológico de la historia. Según este autor está conformado básicamente por
dos componentes: cronología (historia estática), y la periodificación (historia dinámica).

Por su parte Neri, nos habla acerca del origen de este: “…el tiempo histórico se construye a partir de los
conceptos de sucesión y duración, y después otros conceptos requieren ser enseñados más
específicamente: periodización, cronología, cambio y permanencia, simultaneidad, etc.”.

En ese sentido se puede concluir también que el tiempo histórico es una construcción mental que los
historiadores desarrollan a partir de sus investigaciones e interpretaciones. Así el tiempo histórico es el
tiempo de la historia (subjetivo e interpretativo)

Pero también el tiempo histórico es un metaconcepto que se utiliza de distintas formas, entre otras
causas, por las diferentes concepciones historiográficas.

Tiempo histórico no es el mismo que el físico, sino que corresponde al tiempo subjetivo. Es el tiempo que
nace a partir de la interpretación que hacen los historiadores de los hechos, del pasado de las sociedades.
El tiempo histórico es en definitiva aquel que permite conocer y explicar las sociedades a través del
tiempo.
Dos grandes líneas interpretativas del pasado humano son el modelo positivista y el modelo
estructuralista, estos conciben el tiempo histórico desde sus distintas visiones.

(1) C. A. TREPAT y P. COMES: El Tiempo y el espacio en la didáctica de las ciencias sociales. Barcelona:
Graó-ICE Universitat de Barcelona. 1998.

Publicado por Eddy Romero Meza en 8:41

Tiempo histórico
El tiempo que estudia la Historia se percibe como cambiante, multiforme y confuso (como el presente) pero el
historiador procura saber de la época más cosas de las que sabían quienes las vivían (entre otros motivos porque
conoce el desenlace de los hechos), no en los detalles, sino en las explicaciones generales que identifican y
definen la época. De ahí la dificultad de hacer Historia de los hechos vividos. El defecto de la historia local es que
es excesivamente exclusivista. No es más exacto un testimonio por estar más cerca de los hechos. Pero tampoco
debemos considerar que la Historia no pasa por los particularismos de cada uno. Una historia local, perfectamente
explicada y coherente con las grandes líneas generales, arroja mucha luz acerca del presente y del pasado.
El tiempo es inseparable de la Historia, pero el tiempo histórico no es el mismo que el físico. Para los
historiadores el tiempo es el principio y el fin de sus investigaciones. El tiempo histórico no es unidimensional. El
tiempo de los historiadores es el que viven los individuos, el de su organización social y económica. La
permanencia de unas determinadas estructuras es lo que determina los períodos históricos y su evolución.
Permanencia y movimiento en el tiempo es lo que interesa a los historiadores.
La permanencia y evolución de unas estructuras en un espacio es lo que determina las categorías
temporales que delimita el historiador. El tiempo histórico no tiene un valor universal, ni incide de la misma manera
en todas las sociedades, ni simultáneamente. Existen períodos de tiempo en los que el número de acontecimientos
importantes, o al menos conocidos, es mayor que en otras, y parece que tienen más importancia. Son los períodos
de cambio. En general, los hechos más lejanos abarcan más años y se consideran menos importantes que los
más cercanos, en el creer popular.
Para Braudel existen tres categorías históricas: el tiempo corto, medio y largo. El tiempo corto es el que afecta a
los acontecimientos, a la medida de los individuos, a la vida cotidiana. Es el tiempo del cronista y del periodista.
Esto, independientemente de la transcendencia histórica que tengan. La caída del muro de Berlín, por ejemplo. Es
la historia de los acontecimientos, que no suelen tener en cuenta las estructuras económicas y sociales en las que
tienen lugar. Eltiempo medio es la duración de la coyuntura. Este tiempo está plagado de acontecimientos. Sin
embargo, es también un lapso breve caracterizado por el movimiento, y que se desarrolla durante la vida de una
persona. Como por ejemplo una crisis económica, la transición española o una guerra. La variedad de duraciones
efectivas es mucho mayor. El tiempo largo es el que corresponde a las estructuras, aquellas realidades históricas
que permanecen por debajo de los acontecimientos y de las coyunturas y que no se modifican con un sólo
acontecimiento. Permanecen durante varias generaciones. En estas condiciones se crean Estados, países, etc.,
como el franquismo, el comunismo en Rusia, pero también modos de entender la sociedad, la política y las
relaciones económicas. Los cambios de una estructura a otra son lentos y afectan a multitud de acontecimientos
importantes, por lo que no es fácil determinar con exactitud y definitivamente cuándo comienzan y cuándo acaban.
También son de larga duración los modos de producción y las edades históricas. Estas estructuras permanecen por
debajo de cambios de Estado y creaciones de países. Son los tiempos del Antiguo Régimen, la Edad Antigua o la
época capitalista. El movimiento es muy lento, si bien está determinado por situaciones coyunturales. En realidad
instituciones creadas en otras épocas pueden perpetuarse más allá de ellas: como la familia, laIglesia, el Ejército,
etc. Aunque cambian su naturaleza para dar respuesta a los nuevos tiempos. Parece que lo que más lentamente
cambia son las estructuras mentales, y las formas de interpretar y comprender el mundo, que incluye desde la
religión a la filosofía, pasando por los mitos, la literatura, el arte, etc. Los diferentes enfoques de las estructuras que
definen las distintas épocas han tenido como consecuencia la creación de numerosos modelos de periodización
histórica.

Hecho Histórico

La mayoría de los historiadores que, desdeLeopold von Ranke (1795-1886), pusieron los fundamentos de la profesión
histórica lo tenían muy claro, fueran los historicistas en Alemania o los historiadores empíricos en Gran Bretaña. Un
hecho histórico era algo que había sucedido en el pasado y que había dejado huella en documentos para que
pudieran ser reconstruidos por el historiador. Esa historia empírica y científica había encontrado desde finales del
siglo XIX sus principios básicos: el examen riguroso de las pruebas históricas, comprobadas por una investigación
imparcial libre de creencias “a priori” y de prejuicios; y un método inductivo de razonamiento, de lo particular a lo general.

Implícitos en esos principios, había también una teoría del conocimiento. El pasado existía independiente de la mente de
los individuos y el historiador debía ser capaz de representar el pasado objetivamente y con precisión. La verdad de una
explicación histórica residía en su correspondencia con los hechos. En eso consistía el “noble sueño” de la profesión
histórica, en la búsqueda de la objetividad. La “teoría ideológica”, declaró Sir Geoffrey Elton (1921-1994), “amenaza
el trabajo del historiador sometiéndolo a esquemas explicativos predeterminados y forzándolo así a acomodar
sus pruebas para que a su vez encaje en el paradigma impuesto desde fuera”. Quitarse de encima todos los
prejuicios y preconcepciones, leer el material dejado por el pasado “en el contexto del día que lo produjo”, mantener
alejado el presente del pasado. Esos eran los principios que debían guiar en todo momento al historiador según la
difundida e influyente posición de Sir Geoffrey Elton.
Nacido en Alemania en 1921, Geoffrey Elton había estudiado en Praga y completó su tesis doctoral en la universidad de
Cambridge sobre el gobierno de los Tudor en la Inglaterra del siglo XVI. En ese trabajo, una investigación ejemplar de
historia administrativa, Elton anticipó algunos de los rasgos que le iban a convertir en uno de los más conocidos
defensores del empirismo como teoría del conocimiento. El libro que salió de la tesis se titulaba England under the
Tudors (publicado por primera vez en 1955), pero en realidad era la historia de una dinastía identificada, confundida en la
narración, con la historia nacional. Como el mismo Elton declaró frente a sus críticos, su interpretación del gobierno de
los Tudor le surgió no porque él tuviera una mente naturalmente autoritaria que buscaba las virtudes en los gobernantes,
sino porque “las pruebas” encontradas le llevaron a ello.

Ya a principios del siglo XX, varias décadas antes de que Elton formulase esa defensa neo-rankeana de la historia,
basada en las fuentes más que en las teorías y en las ideas del historiador, uno de su predecesores como “Regius
Professor” de historia en la universidad de Cambridge, John Bagnell Bury (1861-1927) había acuñado aquella sentencia
famosa de que“la historia es una ciencia, ni más ni menos”. Una ciencia debido a su “minucioso método de
análisis de las fuentes” y a su “escrupulosamente exacta conformidad con los hechos”. No había habido
historiador desde el principio de los tiempos, decía Bury, que no hubiera profesado ese único objetivo de
presentar a sus lectores “la verdad sin mancha ni pintura”.

Tanto Bury como Elton, por lo tanto, creían que utilizar el método histórico correcto era la clave para revelar la
verdad sobre el pasado. Ambos compararon la creación del conocimiento histórico con la construcción de un
edificio con ladrillos y mortero. Cada trabajo de investigación publicado representaba un ladrillo, sin
preocuparse demasiado, según ellos, de cómo se acabaría el edificio. En realidad, nadie podía saber cómo
acabaría. El edificio, al final, sería el resultado de la labor de incontables historiadores, artesanos cualificados,
que eso es lo que eran en definitiva los historiadores.

Con la información factual e irrefutable situada en el corazón de la investigación histórica, el método de establecer la
veracidad de las pruebas se convirtió en algo esencial desde Ranke. Pero esos criterios para valorar los documentos
comenzaron a mostrar sus límites cuando los historiadores, entrado ya el siglo XX, expandieron su foco de atención más
allá de las elites gobernantes. La mayoría del material documental había sido creado y guardado por las elites de la
sociedad y para reconstruir las vidas y experiencias de los de abajo, el historiador debía encontrar otras fuentes
y técnicas. Se ampliaba el foco y se ampliaban las fuentes, y eso significaba que, en la mayoría de las ocasiones,
resultaba virtualmente imposible para cualquier historiador moderno controlar y leer todas las fuentes existentes sobre su
investigación. Surgió así el “relativismo”, la creencia de que la verdad absoluta es inalcanzable y de que todas las
afirmaciones sobre la historia están conectadas con (o son relativa a) la posición de quienes las hacen.

Una de las primera manifestaciones de esa crítica a la objetividad la abanderó el historiador norteamericano Charles A.
Beard (1874-1948). El historiador, escribió Beard, no podía ser un “espejo neutral” del pasado: “Nosotros no adquirimos
la mente neutral, sin color, porque declaremos nuestra intención de hacerlo así. Lo que hacemos, más bien, es clarificar
la mente al admitir sus intereses y las normas culturales –intereses y normas que controlarán, y estorbarán, la selección
y organización de los materiales históricos”.

La crítica relativista subió años más tarde de tono, y ganó en profundidad, con la aparición del afamado e influyente
libro What is History?, publicado en 1961 por Edward Hallett Carr(1892-1983). Carr argumentó que un hecho pasado
no llegaba a ser hecho histórico hasta que no era aceptado como tal por los historiadores. Desafió así la creencia
de que la historia constituía simplemente una materia de hechos objetivos y su obra resultó, y así fue utilizada por
generaciones posteriores, el ataque más enérgico surgido en el mundo británico frente al empirismo y la “falsa
objetividad”. Los hechos, venía a decir Carr y repitieron muchos historiadores sociales durante los años sesenta y
setenta, no se captan “objetivamente” por el observador, ya que éste sólo ve aquello que está interesado por ver y sus
intereses se hallan condicionados por su vida entera.

Los hechos históricos, de acuerdo con Carr, proceden en buena medida de testimonios personales, por lo que han
sufrido otra refracción más al pasar a través de las subjetividad del testigo o transmisor original. En palabras
suyas, “los hechos de la historia nunca nos llegan a nosotros en estado ´puro´, puesto que ni existen ni pueden existir en
una forma pura: siempre hay una refracción al pasar por la mente de quien los recoge”. De ahí procedía la definición de
historia de Carr tantas veces repetida: “un proceso continuo de interacción entre el historiador y los hechos, un
diálogo sin fin entre el presente y el pasado”.

La obra de Carr, y la respuesta de Geoffrey Elton en The Practice of History, representaban muy bien esas posiciones
acerca de la objetividad y los hechos históricos. Como ha señalad0 Richards Evans, “mientras Carr abanderaba una
aproximación sociológica al pasado, Elton declaraba que cualquier trabajo histórico serio debería tener una espina
dorsal narrativa de acontecimientos políticos”. Era un debate entre la herencia del positivismo decimonónico y el
relativismo que dudaba de la aplicación de la noción de objetividad a la historia. Era un debate también entre la
historia política tradicional y la emergente historia social.

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