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El posicionamiento editorial de los diarios Clarín, La Nación y La Prensa frente a la caída

del gobierno de Onganía (1970)


María Paula Gago
• DNI: 27759368
• Institución de pertenencia: CONICET/IIGG
• E-mail: maria_paula_gago@hotmail.com/mariapaulagago@gmail.com
• Palabras claves (tres): prensa gráfica; Revolución Argentina; análisis del discurso
• Eje temático 3: Historia y comunicación

Dentro del período de la Revolución Argentina liderado por Juan Carlos Onganía, el
estudio del posicionamiento de los medios de prensa no se encuentra tratado de manera
sistemática; existen en cambio algunos trabajos centrados en ciertos acontecimientos
puntuales de esos cuatro años, esto es: el golpe militar que derrocó al presidente Arturo H.
Illia, el “Cordobazo” y el secuestro y posterior asesinato del teniente general Pedro Eugenio
Aramburu.
Este trabajo se enmarca en un proyecto de investigación UBACYT más amplio,
dirigido por Jorge Saborido, sobre el rol de los medios de prensa gráficos de circulación
nacional frente al período 1966-1970. Y su objetivo es muy acotado: analizar el
comportamiento enunciativo de los diarios La Prensa, Clarín y La Nación frente a la caída
del gobierno de Onganía (1970). Si partimos de la tesis central de la influyente obra de
O’Donnell (1982) respecto de la caracterización de dicho gobierno como el caso típico de
conformación de un “Estado Burocrático-Autoritario”, destinado a garantizar y organizar la
dominación de una burguesía “altamente oligopólica y transnacionalizada”, la pregunta-
problema que va a orientar la presente ponencia puede formularse de la siguiente forma: ¿de
qué manera los medios considerados analizaron el fracaso del régimen de Onganía que, por
lo menos en su enunciado, había “prometido” terminar con la crónica inestabilidad política
del país subordinando a las clases populares, a la vez que apostaba a la modernización
económica?
Para ello tomamos los editoriales de los medios antes mencionados desde el secuestro
de Aramburu conocido el 2 de junio hasta el 9 de junio de 1970, momento en el que Onganía
renuncia a su cargo.
Desde nuestro marco conceptual, consideramos a los medios como agentes
privilegiados de producción y circulación discursiva que, con su accionar, por supuesto
condicionado por su posición ideológica y por sus intereses empresariales, contribuyen a la
conformación y modificación de los marcos de referencia -histórica y socialmente
construidos- a través de las cuales las sociedades se piensan a sí mismas, elaboran sus
experiencias pasadas y establecen para sí horizontes de futuros posibles. En la situación
específica objeto de nuestro estudio, es factible suponer que la actuación de los medios y sus
discursos cumplieron su rol de perfilar la visión respecto de un gobierno que en muchos
aspectos constituía una novedad para la política argentina.
El criterio de selección de los medios elegidos – Clarín, La Nación y La Prensa – se
debe a su circulación nacional y su ámbito de influencia. Si bien La Nación y Clarín son los
dos grandes diarios de “referencia” de la Argentina con circulación nacional -a pesar del
liderazgo que este último impone en términos de circulación en el mercado- consideramos
que todos los medios seleccionados cumplen con el rol de instaladores de opinión en la
sociedad, en las instituciones y en los demás medios masivos de comunicación.

La “Revolución Argentina”
El gobierno de la autodenominada Revolución Argentina (1966-1973) ha sido objeto
de un amplio tratamiento, a partir de la significación que tuvo la experiencia militar, diferente
en sus objetivos respecto de las intervenciones anteriores, pero sobre todo por las
consecuencias que acarreó su fracaso, abriendo paso al período más dramático de la historia
contemporánea argentina.1
Dentro de este período de gobierno, los escasos cuatro años en los cuales el teniente
general Juan Carlos Onganía estuvo al frente del Poder Ejecutivo fueron fundamentales en
cuanto marcaron el fracaso del intento de fundar un régimen no democrático permanente y
estable. Como han insistido varios especialistas con argumentos matizados pero
convergentes, ese intento contó inicialmente con apoyos variados, ante el fracaso de la
“democracia limitada” que había caracterizado la realidad política desde 1955. Ese consenso

1
El texto de importancia e influencia es el de O’Donnell (1982), pero también deben consignarse Perina (1983),
Selser (1986), De Riz (2000), Ollier (2005); textos generales como James (2003), Cavarozzi (2006), Novaro
(2010), y obras centradas sobre todo en el accionar de los militares como Rouquié (1982), Potash (1994) y
Mazzei (2012).
permitió inicialmente la implementación de un Estado autoritario que apuntaba al
disciplinamiento de la sociedad (O’Donnell, 1982), aboliendo los partidos políticos e
imponiéndose por medio de la represión y la censura; proyecto liderado por un general adepto
a las fórmulas corporativas que aspiraba a hacerse obedecer por su sola presencia, mientras
ponía en marcha un proceso de modernización económica favorable al capital extranjero y a
los grandes grupos nacionales.2
Este “Estado burocrático-autoritario” (Ibidem), pese a su intención de cancelar sine
die la vida política, sólo logró transformar el consenso inicial en un rechazo generalizado,
incluso de sectores militares, que terminó generando el estallido social conocido como el
“Cordobazo” a fines de mayo de 1969, primero de una serie de episodios que se sucedieron
en los meses siguientes. A partir de ese momento, el intento inaugurado por Onganía se fue
agotando y el desenlace se produjo cuando los mismos militares, aun sin coincidir en la forma
de resolver la crisis institucional, decidieron desplazarlo del poder el 8 de junio de 1970.

El posicionamiento de Clarín, La Nación y La Prensa frente a la caída del gobierno de


Juan Carlos Onganía
En los parágrafos que siguen nos ceñiremos sobre el comportamiento enunciativo de
los medios aquí analizados frente a la caída del presidente de facto Onganía.

Clarín: “Del consentimiento nacional a la emergencia económica y social”


Para Clarín el proceso de deterioro del teniente general Onganía ante sus pares,
especialmente el ejército, había comenzado a producirse a fines de 1969 pero su punto
culminante “se produjo el miércoles 27 de mayo último”3. Ese día el general Onganía reunió
en Olivos a todos los generales en actividad, en total cuarenta y siete para exponerles su plan
político.
Según narraba el matutino, durante una larga disertación, y ante el asombro de los
generales, el ex presidente habría desarrollado en forma no muy clara su filosofía política, de
neto corte corporativista, cuya puesta en marcha demandaría en “quince a veinte años”4.

2
Sobre el proyecto económico liderado por el ministro Krieger Vasena, véase Gerchunoff y Llach (2003).
3
Clarín, 09/06/1970, “Historia final del Proceso”, Información, p. 12.
4
Ibidem
Esa afirmación más el hecho de evidenciar el Presidente el firme propósito de resolver
tan trascendente aspecto de la futura vida institucional del país basado solamente en sus
personales estudios y conclusiones, despertaron en la gran mayoría de los generales presentes
serias inquietudes.
Esas inquietudes fueron motivo de sucesivas consultas efectuadas ante la más
allá autoridad del Ejército, teniente general Alejandro A. Lanusse. Se
comprobó entonces el profundo desagrado causado por las acusaciones
políticas de Onganía, generalizándose la impresión de que ya era inadmisible
permitir una conducción del país tan autocrática y mucho menos permitir que
se continuara elaborando la salida política sobre una base filosófica que no es
compartida por la mayoría de los altos mandos de las tres fuerzas5.

Comenzaba a precipitarse aceleradamente el deterioro de Onganía. Nuevas y


nerviosas reuniones, hasta llegar al tradicional mensaje del Día del Ejército, que de unos años
a esa parte había sido siempre motivo de singular expectación.
El viernes 29 de mayo de 1970, en la formación realizada en el Colegio Militar, el
teniente general Lanusse pronunció “su esperado mensaje en el que fue dable observar el
especial énfasis que puso al comandante en jefe del Ejército para destacar el apoyo de esa
fuerza a la Revolución Argentina”6, sin que mencionara en ningún momento al gobierno
nacional.
Asimismo se destacó el énfasis puesto en las soluciones democráticas y en la
condición de las Fuerzas Armadas como garantes naturales de las mismas. Mientras se
desarrollaba en El Palomar el acto central del Día del Ejército, llegó a la calle la noticia del
“insólito, desconcertante y tan repudiado secuestro del teniente general Aramburu”7.
En quienes estaba madurando la decisión de desencadenar el proceso que culminó el
8 de junio, esa noticia produjo inicialmente serias vacilaciones.
En primer lugar, a Clarín le preocupaba seriamente que ante la opinión pública
aparecieran confundidos como causas de un mismo efecto el secuestro y el relevo de
Onganía.
Pero ya había avanzado demasiado. La situación creada (…) se hacía
insostenible. Reiteradas conversaciones de cada uno de ellos con Onganía y
las mantenidas en las últimas reuniones del CONASE8, imponían la adopción

5
Ibidem
6
Ibidem
7
Ibidem
8
Consejo Nacional de Seguridad
de una decisión sin más demoras, aun corriendo el apuntado riesgo. Una nueva
y decisiva reunión se realizó el sábado pasado en la quinta que el Comando en
Jefe del Estado posee en campo de mayo. Esa reunión de la que participaron
todos los generales del Estado Mayor General del Ejército y algunas
personalidades civiles, presididas por el teniente general Lanusse (…) En ella
quedó sellada la suerte de Onganía. Unánimemente, se acordó provocar en
total acuerdo con las otras dos armas, el relevo de quien “había olvidado y
reiteradamente manifestado desconocer que el poder que ostenta le había sido
otorgado el 28 de junio de 1966, por la Junta de Comandantes en Jefe”9.

Para el matutino, el tenso proceso que venía soportando el país, y que se había
agravado en las últimas semanas, “ha tenido ayer el desenlace que era previsible”10.
Los motivos que precipitaron la decisión de deponer al teniente general Juan Carlos
Onganía habían quedado claramente expuestos – según Clarín- en los diversos documentos
producidos durante la jornada.
“La carencia de una definición sobre la salida política de la Revolución –dice
uno de ellos–, con la participación de la ciudadanía cuando fueran alcanzados
los objetivos de la misma, ha sido el punto decisivo de discrepancia entre el
teniente general Juan Carlos Onganía y la Junta de Comandantes en Jefe”.
“Salir es la palabra y salida la necesidad”, decíamos editorialmente hace tres
días. Sentíamos – frente a los acontecimientos que desbordaban la capacidad
de asimilación de todos los sectores – que era impostergable11.

Ahora la aspiración de “todos los argentinos” era la institucionalización de la


República, regresando al orden político, “es decir a la vigencia real de los derechos y
garantías constitucionales que aparecían postergados”12.
Es por eso que la reafirmación de los principios de la democracia representativa que
habían formulado las tres Fuerzas Armadas, con expresiva unanimidad –recordaba el
matutino- a través de sus Comandantes, había dado al país una intensa sensación de alivio,
en una hora singularmente difícil.
Era indispensable, de acuerdo al análisis que hacía Clarín, corregir cualquier rumbo
que amenazara no sólo las tradiciones del país sino las únicas soluciones que podían hacer

9
Ibidem
10
Clarín, 09/06/1970, “En la etapa decisiva”, Editorial, p. 18.
11
Ibidem
12
Ibidem
posible “el reencuentro de los argentinos”13 y alcanzables los objetivos del desarrollo
económico y la integración nacional.
Según Clarín, los cuatro años que habían transcurrido desde el pronunciamiento de
1966
autorizan que el tema político –y más que el tema, su instrumentación y
quehacer –recuperen la prioridad que les es natural. Para un pueblo como el
nuestro, con una larga tradición democrática, y habituado a la conducción de
sus propios asuntos –equivocándose en ocasiones, pero acertando en muchas
y aprendiendo en más – no pueden improvisarse fórmulas extrañas. La
realidad nacional, fundada en una experiencia que no puede desecharse y que
se inspiró en lo que ha producido de más noble la cultura occidental, es
incompatible con la autocracia y con el paternalismo14.

El diario remarcaba que la grandeza del país se había hecho apoyándose en: la
democracia representativa, el sufragio universal, el equilibrio de los poderes, el parlamento
en funciones de control y los partidos políticos, otros de los “tantos instrumentos sin los
cuales los argentinos no pueden pensar en una convivencia armónica” 15.
Tampoco podían concebir sin ellos el ejercicio de todo cuanto constituyera la razón
de ser de la comunidad política. De todos modos, Clarín aclaraba que
esas premisas no suponen de ninguna manera, aferrarse a fórmulas del siglo
XIX o rendir culto a lo que suele a veces calificarse de “liberalismo
trasnochado”. Es, simplemente, señalar el hecho evidente de que el desarrollo
económico, la justicia social, la participación de todos en el acceso a la cultura
y a la salud, es decir, todos los grandes ideales de nuestro tiempo, requieren
de un sistema político del que se excluya el arbitrio unipersonal y se reconozca
en cambio a todos el derecho a hacer oír su voz y su opinión16.

La Revolución Argentina tuvo, al producirse, el consentimiento del país. En este


sentido, el diario recordaba que sus enunciados tradujeron en su momento “las aspiraciones
de un pueblo trabado en su crecimiento económico, desorientado respecto de su destino. Tuvo
el mandato de superar los rencores del pasado, reconciliar a todos los sectores y acometer

13
Ibidem
14
Ibidem
15
Ibidem
16
Ibidem
una transformación de estructuras necesarias para hacer de la Argentina una potencia de
gravitación mundial”17.
Infortunadamente, al cabo de cuatro años, la situación se acercaba a un punto
peligrosamente próximo al caos. El orden que “había sido posible por el crédito de confianza
que se le acordara”18, fue desplazado por una serie de episodios que se sucedieron en los
últimos meses de 1970 y que culminaron con el secuestro de Aramburu. Simultáneamente,
la tensión social y la ausencia de vida política, desembocaban nuevamente en aquel proceso
de frustración que se trataba de corregir.
Por eso, sostenía Clarín, lo ocurrido debía ser reflexionado cuidadosamente por los
miembros de la Junta de Comandantes que habían asumido a los ojos del pueblo “la tremenda
responsabilidad de encauzar el país, iniciando la que habrá de ser una etapa de decisiones, o
lo que es lo mismo, una etapa decisiva”19.
Pero no todo estaba perdido. Había aún disposición para abrir un nuevo crédito de
confianza y “acaso de esperanza que puede convertirse en un apoyo generalizado”20. Pero
era indispensable que esa confianza fuera robustecida cada día; que se afrontaran con
decisión los problemas económicos, que se abrieran cauces a la opinión; que las tensiones
sociales determinadas por los mayores costos de vida fueran interpretadas como tales y no
como acto de provocación; que los instrumentos políticos en esos días inanimados y sin
términos de liberación volvieran a tener vigencia en todo el ámbito de la República. En suma:
que se aspire al aplauso en los aciertos, pero que se admita la crítica de los
errores; que se comprenda que todos somos argentinos y que todos – este
ciudadano y aquél y el de más allá- ansían igualmente el bienestar de la
Patria21.

Las fórmulas, sentenciaba Clarín, no eran demasiado complejas: estaba siendo


despejado el horizonte político y se estaba avanzando hacia el ideal de que “el pueblo pueda
saber de qué se trata y encuentre oídos que le oigan y voces que le respondan”22. Es decir,
que hubiera información, comunicación y comprensión.

17
Ibidem
18
Ibidem
19
Ibidem
20
Ibidem
21
Ibidem
22
Ibidem
Por eso, la primera preocupación de la Junta de Comandantes debía ser la de preparar
un plan que asegurara el retorno a la vida institucional.
En los recientes amargos días los argentinos de las tendencias más opuestas
han manifestado que su voluntad de convivencia supera cualquier rencor. Ese
signo de madurez que constituye un imponderable capital espiritual permite
pensar que buena parte de las condiciones requeridas para volver al juego libre
de las instituciones ya están dadas. Por lo demás – y confiando siempre en la
acción y decisión democrática de las Fuerzas Armadas-, es necesario que así
como se ha llegado a afrontar la emergencia política, debe afrontarse la
emergencia económica social23.

Pero allí también hacía falta un programa inmediato que reasumiera los grandes
objetivos de la Revolución y ponga fin a las peligrosas tensiones que se han generado a la
presión fiscal, a los quebrantos comerciales y a la crisis y desnacionalización empresaria.
El pueblo espera y confiar, que el camino que hoy queda abierto conduzca al
restablecimiento, a corto plazo, de una democracia ejercitada sin limitaciones y sea en el
marco político de una Nación desarrollada y en el goce pleno de su soberanía.

La Nación: “La culminación de un proceso conflictivo”


Para La Nación, la caída de Onganía daba cuenta de la culminación de una crisis
larvada desde hacía tiempo24.
El diario señalaba que los documentos conocidos indicaban al 2 de junio25 de 1970
como la fecha de iniciación de una colisión de tendencias; sin embargo, el proceso conflictivo
tenía una extensión mucho más larga.
En cierto modo para La Nación era factible encontrar el punto de partida más que en
una fecha en una actitud: cuando, tras la designación del general Onganía como presidente
de la República, éste entendió concluidos los poderes de la Junta de Comandantes con
respecto a la autoridad presidencial.
Ha de decirse que en este aspecto el general Onganía fue rotundo desde el
principio. En diversas ocasiones puntualizó que el ejercicio del Poder
Ejecutivo no estaba subordinado al organismo militar que el 28 de junio de
1966 había actuado en calidad de poder constituyente. Por cierto que no era
esa una opinión compartida en el más alto nivel militar, lo recordaron

23
Ibidem
24
La Nación, 09/06/1970, “Culminación de un proceso conflictivo”, Editorial, p. 2.
25
La fecha remite al secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu.
diferentes episodios, entre ellos la desinteligencia a través de la cual fue
sustituido en su oportunidad el general Alsogaray26.

En el análisis realizado por el diario, la teoría de que la Junta de Comandantes, en su


carácter de poder constituyente ad hoc, mantenía en reserva la virtualidad del mando, tuvo
siempre el tácito favor de las esferas castrenses con genuino poder de decisión. Todo lo
ocurrido desde hacía una semana y, particularmente, los rápidos sucesos del 8 de junio,
confirmaban esa aseveración.
“De tal manera se concretó el enfrentamiento –cuyo caldo de cultivo pareciera haber
sido la falta de diálogo entre el general Onganía y los altos mandos y con él una variedad de
perspectivas que se abrieron en abanico desde las dos posibilidades menos alentadoras”27:
que la permanencia en el Gobierno por parte del general Onganía significara la concentración
absoluta de poderes por un tiempo indeterminado, aunque presumiblemente largo, o que la
asunción del Gobierno por parte de la Junta de Comandantes, en condiciones de excesiva
fluidez de opiniones derivara como un período de incertidumbre y conmoción interna.
Por encima y por debajo de esos extremos el diario consideraba otra circunstancia de
primer orden: los efectos de la crisis en la unidad de las Fuerzas Armadas. Esa unidad no era
algo que interesara sólo al gobierno “de ayer o al de mañana”28. Estimaban que era primordial
para el país mismo:
pues no pueden ignorarse las amenazas que sobre él se ciernen. Los
desagraciados acontecimientos de las últimas semanas, desde robos de
explosivos hasta el secuestro del general Aramburu, se insertan en tono de
advertencia en una realidad cargada de alarmas29.

Se había llegado a una espinosa coyuntura política “por un múltiple juego de


equívocos que pretendieron pasar por sobreentendidos”30. La Junta de Comandantes había
esbozado los lineamientos generales de un plan político que al decir, señala La Nación, debía
ceñirse a las pautas institucionales del sistema representativo, republicano y federal, no
porque experimentara la necesidad de oponer una definición a otra en abierta discusión sino,
simplemente, “porque la ausencia total de un plan con respecto al funcionamiento del país ha

26
Ibidem
27
Ibidem
28
Ibidem
29
Ibidem
30
Ibidem
creado, ostensiblemente, un estado de ansiedad pública, en el cual es harto difícil encontrar
terreno firme para asentar la paz social”31.
Es que el general Onganía, sostenía el matutino, en el período previo no había
expuesto un programa válido en calidad de guía para conocer el rumbo político del gobierno,
al difundirse la decisión militar optó por desconocer la autoridad de la Junta para formular
aquella preocupación en términos conminatorios.
Por eso, había de pensarse que la Junta de Comandantes tuvo presente todas las
derivaciones de su actitud y sopesó con serenidad los factores psicológicos capaces de jugar
en una situación nueva.
Por lo pronto, resolvió darse un plazo de diez días antes de designar a la
persona que habría de sustituir al general Onganía. Es evidente que se previó
un paréntesis en el cual la reflexión habrá de influir a fin de no adoptar ninguna
medida que, en su improvisación, llevará en el seno el germen de los errores
graves32.

Por eso, el acierto estaría en salvar lo permanente, lo inmutable de la vida institucional


argentina, es decir, “el estilo de vida republicano, con todo lo que eso significa”33.
El error, decía La Nación, provendría de actuar sobre la base de plazos desprovistos
de elasticidad, como si de pronto la premura obligara a echar por tierra todas las
proposiciones sobre las cuales articuló sus fines el movimiento que depuso al gobierno de la
Constitución.
En días como estos, la impaciencia suele ser tan mala consejera como siempre
lo es la creencia en el providencialismo de algún elegido. Lo importante, en
suma, es que haya claridad en los objetivos, pues sobre los medios para
alcanzarlos deberá discutirse en los días venideros. Si hay claridad suficiente
y energía como para cerrar las puertas al desorden se podrá marchar con
firmeza y evitar este tipo de estremecimiento volcánico, cuyos temblores
deterioran la economía del país y atraen desconfianzas internacionales34.

La Prensa: “Razonable desenlace de una crisis política peligrosa”


El diario de Gainza Paz sostenía que la crisis interna del poder revolucionario erigido
en 1966 había llegado a su razonable desenlace con cuatro años de retardo.

31
Ibidem
32
Ibidem
33
Ibidem
34
Ibidem
Poco tiempo después del 28 de junio se había advertido el primer síntoma de una
amenazadora disparidad entre las Fuerzas Armadas que habían derrocado al gobierno
constitucional y la persona a quien designaron para ejecutar sus designios.
Ello demostraba, por lo menos para La Prensa, que se había incurrido en un error de
elección, ya fuera por falta de un previo y agudo examen de coincidencias ideológicas ya por
defecto de claridad en las especificaciones de los “documentos de la revolución”, “al parecer
oscurecidos en su contexto original por enmiendas de procedencia e intención equívocas”35.
Sin embargo, se estaba todavía a tiempo de repararlas, antes de que las dificultades
crecieran. Los promotores de la revolución se habían empeñado, precisamente, en trazar un
sistema que, teniendo en cuenta la experiencia de anteriores gobiernos de facto, deslindara
exactamente la indeclinable subsistencia del régimen constitucional con el ejercicio de
atribuciones indispensables para el cumplimiento de los fines revolucionarios. Estos fueron,
por eso, enunciados limitativamente, junto con la organización de las autoridades que los
ejecutarían, dejando a salvo la independencia judicial como garantía suprema en toda la
esfera no comprometida por aquellas exigencias inmediatas.
El “Acta de la Revolución”, su “Estatuto” y sus “Objetivos Políticos” son los
tres pilares del mencionado sistema y entre estos últimos figura el de
“restablecer” la democracia representativa. Restablecerla, o sea, volver a
establecerla, significa el ulterior mantenimiento de sus principios tal como los
define la Constitución Nacional. En el marco de los documentos que hemos
citado, y que son los únicos firmados por los tres comandantes en jefe que
asumieron la representación de las tres Fuerzas Armadas, debía y debe
moverse la actividad gubernativa36.

Pero la Junta, poder originario, sostén de todo el régimen, no había querido ejercer el
Poder Ejecutivo y dispuso confiarlo a “el ciudadano que con el título de Presidente de la
Nación Argentina designe esta Junta Revolucionaria”.
“Tratábase, pues, de un poder delegado. Los tres comandantes participarían en su
composición por derecho propio, en virtud de llevar ese título anterior, como secretarios de
Estado de sus respectivas armas”37: vale decir en condiciones de excepción, porque seguían

35
La Prensa, 10/06/1970, “Desenlace razonable de una crisis política peligrosa”, Editorial, p. 4.
36
Ibidem
37
Ibidem
poseyendo la facultad de designar presidente de la Nación, de común acuerdo, en los casos
en que el cargo quedara vacante por incapacidad, muerte o renuncia.
De acuerdo al análisis que efectuaba La Prensa, los tres comandantes, reunidos en
junta, continuaban siendo así la autoridad suprema y permanente. Ante ellos juró el
presidente elegido en 1966, comprometiéndose a desempeñar con lealtad y a “observar
fielmente los fines revolucionarios, el Estatuto y la Constitución de la Nación Argentina”. Lo
haría, pues, en representación de sus mandantes, tácitamente facultados para vigilar su
desempeño y reclamar su dimisión si fuera necesario.
Esto es lo que, para el diario, no quiso entender desde el primer momento el presidente
cuya renuncia acaba de ser aceptada.
Lo puso de manifiesto por primera vez cuando determinó el relevo del
comandante en jefe del Ejército, el mismo ante quien había jurado y de quien
había recibido su nombramiento. Llevó más lejos su extralimitación cuando
en agosto de 1968 relevó y reemplazó a los tres comandantes en jefe, a la
totalidad de esa junta militar de la que era mandatario. Pasado ese trance
prosiguió ejerciendo el poder como si fuese su único dueño y así lo afirmó por
repetidas veces. Pero fue todavía más allá cuando tomó resoluciones no
autorizadas por los documentos revolucionarios ni por la Constitución
Nacional, lo mismo que cuando anunció reformas institucionales de fondo,
extrañas a la democracia representativa, y se negó a fijar término para el
cumplimiento de sus planes, que en su imaginación parecían ya poder medirse
por décadas y no por años38.

Para La Prensa se trataba de un poder personal tan absoluto, sin precedentes en las
naciones occidentales de esos días. Hitler, aparte, el diario consideraba que los propios
totalitarismos tenían contrapesos que, sin negar su carácter dictatorial, distribuían
aparentemente las responsabilidades y experimentan transiciones reveladoras de una
diversidad de fuerzas que suponen el derecho a disentir.
A esa situación anómala, contra la que reaccionaba crecientemente la opinión pública,
era a lo que los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas habían dado término. Pero no
lo habían hecho en silencio.
Han puntualizado los errores cometidos; han puesto en claro, ya sin lugar a
dudas, que estaba en cierne todo un plan destinado a quebrar el régimen
institucional, abriéndole brechas que, como tantas veces lo hemos dicho
comentando los discursos del ex presidente, nos habrían conducido a un

38
Ibidem
corporativismo manejado por el poder sin reatos de su iluminado propulsor.
Han denunciado también los comandantes en jefe la existencia de operaciones
y tramitaciones administrativas de carácter dudoso39.

El diario señalaba que al mesianismo subyacente en la enorme “masa de iniciativas


aventuradas”, cuya consecuencia habría sido poner al revés todo lo que estaba al derecho o
podía enderezarse, se había unido la desigualdad de trato con las agrupaciones políticas, de
las que sólo subsistía como legítima, al parecer, “la de los comités y gremios dirigidos desde
Madrid, muchos de cuyos hombres desempeñaron y desempeñan funciones públicas”40.
Para La Prensa, fervientemente antiperonista, nadie podía ignorar que, en medio de
tantos alardes autoritarios, el alma de ese régimen era la demagogia con favores y sin votos
que crecía como un contagioso delirio en distintos países “de nuestro continente y que está
poniendo en peligro, junto con su libertad, el bienestar que sólo aseguran la riqueza y la
disciplina del trabajo”41.
Por eso ahora el país podía detenerse ante el abismo, como autorizaban a pensarlo las
acciones y las palabras de los comandantes en jefe.

A modo de cierre
No caben dudas respecto a que a priori, los medios de prensa aquí analizados, tanto
por su historia como por su posicionamiento ideológico y empresarial estaban, a pesar de las
obvias diferencias existentes entre ellos, en favorable disposición para encolumnarse detrás
de esa enunciación general del proyecto42. Creemos entonces que es posible formular la
hipótesis de que las serias contradicciones existentes en el equipo gobernante -que se fueron
agudizando con el transcurrir del tiempo- colocaron a los diarios objeto de nuestro estudio

39
Ibidem
40
Ibidem
41
Ibidem
42
Clarín, La Nación y La Prensa se producían y se producen en Buenos Aires y cubrían el 70% de la tirada
total de diarios. Dos de los diarios tenían 100 años de antigüedad y pertenecían a familias de la aristocracia
patricia: los Mitre, vinculados a La Nación; los Gainza Paz, relacionados con La Prensa y con el grupo United
Press y con el comercio internacional del papel. La historia de Clarín arranca el 28 de agosto de 1945. Fue
fundado por Roberto Jorge Noble, un abogado, político y periodista argentino. De acuerdo con Ulanovsky
(2005: 109) en su primer editorial el matutino declaraba ser un diario informativo e independiente sin
vinculaciones con las agrupaciones políticas tradicionales, sin embargo, desde finales de la década del 50, y
hasta inicios de los años 80, Clarín concretó una alianza política, ideológica y financiera con el MID, partido
político que aglutinó al pensamiento desarrollista nacional (Borrelli, 2010: 64). Véase Borrelli, 2010; Díaz et
al, 2010; Llonto, 2003; Ford y Rivera, 1987; Sidicaro, 1993; Sivak, 2013.
en una situación ambigua en la que el apoyo a la gestión del equipo económico liderado por
el ministro Krieger Vasena era acompañado por críticas a las medidas políticas que apuntaban
a la postergación del retorno a una vida política “normal”, solo viable en la posición oficial
tras la concreción de un “tiempo económico” y un “tiempo social”.

Por otra parte, las posiciones inequívocamente reaccionarias que jalonaron los años
de gobierno de Onganía sin duda contribuyeron a condicionar el accionar de medios de
prensa que no podían menos que comentar críticamente actitudes y decisiones que mostraban
las contradicciones entre un discurso modernizador en el campo económico con un
antiliberalismo rancio y desactualizado en el terreno político y cultural.

Fuentes primarias

Clarín – junio 1970 (selección de artículos)

La Nación – junio 1970 (selección de artículos)

La Prensa – junio 1970 (selección de artículos)

Bibliografía

Baczko, Bronislaw (1999), Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas.


Buenos Aires, Nueva Visión. (Edic. orig. en español, 1991).

Botana, Natalio R.; Braun, Rafael y Floria, Carlos A. (1973), El régimen militar 1966-1973.
Buenos Aires, Ediciones La Bastilla.

Borrat, Héctor (1989). El periódico, actor político, Barcelona, Gili.

Borrelli, Marcelo (2010), Por una dictadura desarrollista: el diario Clarín frente a la política
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