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1.

Introducción a la filosofía de Descartes (WEBDIANOIA)

La renovación de la filosofía y el problema del método

La idea de que es necesario un método para dirigir bien la razón y alcanzar el


conocimiento no es estrictamente hablando una elaboración propia y exclusiva de
Descartes. Al menos debe compartir el mérito de tal creación con Bacon y Galileo.
No obstante, es tan particular el uso que Descartes hace del método, y tal la
influencia que ejercerá en la constitución de su pensamiento filosófico, que la
asociación del problema del método con la filosofía cartesiana está plenamente
justificada. A continuación se exponen algunas características de la época,
necesarias para comprender la constitución de la filosofía cartesiana.

¿Cuál es la situación con la que se encuentra Descartes al comenzar a desarrollar su


pensamiento filosófico? Fueron numerosos los cambios sociales y políticos que se
produjeron en Europa hacia el final de la edad media y que han sido profusamente
estudiados hasta la actualidad. Entre ellos debemos señalar la emergencia de una
nueva clase social, la burguesía; el progresivo abandono del modo de producción
feudal; la constitución de los Estados nacionales; la renovación de las relaciones
entre dichos estados y la iglesia. Todos ellos contribuyeron a modificar
sustancialmente el panorama social y político de la Europa del siglo XVI, a finales
del cual nace Descartes. Estos cambios sociales y políticos hay que añadir los
cambios culturales que se produjeron correlativamente: el desarrollo del
humanismo, el neoplatonismo, la aparición de una nueva ciencia que se ocupa del
estudio de la naturaleza, y la extensión del pirronismo que, de una u otra manera,
influirán en el desarrollo de la filosofía cartesiana.

El humanismo había conseguido imponer una nueva percepción del hombre


asociada a la necesidad de recuperar el saber clásico. Sin entrar en una
confrontación frontal con la iglesia, y sin desmarcarse de los principales elementos
del dogma, había resaltado el papel del hombre y la necesidad de considerarlo el
objeto fundamental de la creación. Erasmo y Tomás Moro, entre otros, como el
español Luis Vives, difundieron estos ideales por toda Europa. El renacimiento de
saber clásico va acompañado de una gran efervescencia filosófica y científica en
Italia sobre todo, pero también en el resto de Europa; el neoplatonismo de Marsilio
Ficino y Pico de la Mirandola provocarían en Italia la renovación de la filosofía a la
que se sumaría posteriormente, pero desde una perspectiva no ya platónica,
Giordano Bruno; más importante, por lo que a Descartes respecta, será el desarrollo
de la nueva ciencia representada por los filósofos especulativos o experimentales
que, partiendo de una nueva concepción de la naturaleza, van a modificar
sustancialmente el panorama intelectual de la Europa del XVII. Especialmente los
científicos experimentalistas, quienes concebían la naturaleza como una realidad
dinámica de cuerpos en movimiento organizados según una estructura matemática.
El desarrollo del escepticismo representado fundamentalmente por Montaige,
suscitará un debate crítico en torno a la capacidad de investigación y de
conocimiento de la Escolástica que culminará en una crítica generalizada a todo
saber, de la que también será un buen exponente el español Francisco Sánchez en su
obra "Que nada se sabe". Es conocida la reacción de Descartes contra este
escepticismo generalizado, y que estará en la base de la elaboración de su método.

A todo ello hay que sumar el hecho de que la filosofía comienza a hacerse de un
modo distinto. Frente a la a preeminencia de los teólogos nos encontraremos con
filósofos que no son teólogos en el sentido en que lo podían ser santo Tomás o San
Buenaventura; no porque desconozcan las cuestiones que plantea la teología natural
o revelada, o porque prescindan de la discusión del tema, sino por no ser
especialistas en teología. Si la filosofía medieval había sido ejercida
fundamentalmente por teólogos y profesores, tampoco los filósofos modernos serán
fundamentalmente profesores: ni Descartes, ni Galileo, ni Espinosa, ni Leibniz, ni
Hume (aunque intentará conseguir una cátedra hacia el final de su vida) serán
profesores ni pertenecerán a las estructuras académicas oficiales. Tampoco el modo
de hacer filosofía es el mismo: frente al comentario como forma de trabajo
fundamental de la escolástica, nos encontramos ahora con filósofos que realizan
obras personales, mediante la actividad individual (aunque sea compartida pública y
colectivamente con otros filósofos o con el público interesado en las cuestiones
filosóficas), y no mediante una actividad o una reflexión colectiva, como era el
método propio de trabajo de la escolástica. A todo ello hay que añadir la progresiva
utilización de las lenguas vernáculas, frente a la preeminencia del latín a lo largo de
toda la edad media como vehículo de expresión cultural y filosófica.

Todos estos cambios son conocidos y asumidos por los filósofos de finales del XVI
y principios del XVII, de tal modo que hay una clara conciencia de ruptura con
respecto a la tradición medieval. Hablar de ruptura no significa necesariamente que
el pensamiento filosófico pretenda surgir de la nada; aunque no demasiado
abundantes sí habrá elementos propios del pensamiento medieval que serán
asumidos y aceptados por los filósofos modernos.

Por lo demás, ya desde Santo Tomás se había considerado necesario distinguir la fe


de la razón y atribuir a cada una de ellas un campo específico y limitado. Esta
distinción inicial que realiza santo Tomás será convertida en separación por
Guillermo de Occam y, dada la influencia que ejercerán los nominalistas en Europa,
progresivamente aceptada como un presupuesto indiscutible. Esta idea, asociada a
los cambios anteriormente citados, prepara el camino para la exigencia de una total
autonomía de la razón, que será reclamada por todos los filósofos modernos.

La ciencia renacentista y el problema del método

La idea de que el método que utilizaba la escolástica había fracasado se había


extendido poco a poco por toda Europa. El modelo silogístico de conocimiento se
consideraba una forma inadecuada para la investigación, y quizá un procedimiento
sólo apto para establecer vanas disputas o para poner a disposición de los demás
algo que ya se conocía. Esta opinión la compartían también aquellos que se
ocupaban de investigar la naturaleza. El fracaso de la física aristotélica se hacía cada
vez más patente: recurrir a fuerzas ocultas o desconocidas, apelar a esencias
imposibles de formular empíricamente se consideraba ya inaceptable en el estudio
de la naturaleza. La naturaleza era interpretada como una realidad dinámica
compuesta por cuerpos en movimiento y sometida a una estructura matemática.
Quizá comience con Copérnico esta interpretación: recordemos que en el prólogo al
"De Revolutionibus" presentaba su hipótesis heliocéntrica como una hipótesis
matemática. Posteriormente los copernicanos acentuaron la importancia de las
mediciones astronómicas para defender sus hipótesis, de modo que, en relación con
el cambio de paradigma del universo, el carácter estructuralmente matemático de la
realidad se iba poniendo de manifiesto.

La idea de que es necesario un nuevo método para abordar el estudio de la


naturaleza aparece ya de una manera clara y decidida en Bacon. En el "Novum
Organum", luego de la "pars destruens", en la que Bacon analiza los ídolos (idola),
es decir, los elementos o aspectos del conocimiento que interfieren en el
conocimiento de la verdad y que recogen el conjunto de errores más comunes en la
investigación de la naturaleza, se dedica en la "pars construens" a presentarnos un
método de carácter inductivo que tiene por objeto la investigación de la realidad
natural. El método escolástico ha fracasado y se necesita un nuevo método que sea
capaz de ofrecernos un conocimiento real de la naturaleza. A pesar de la oscuridad y
de la retórica todavía existente en la obra de Bacon la formulación del método
inductivo está inequívocamente formulada.

Lo mismo ocurre en el caso de Galileo. Su búsqueda de la objetividad en el


conocimiento de la naturaleza le llevará a rechazar los procedimientos escolásticos
inspirados fundamentalmente en Aristóteles. Galileo está convencido de que el
conocimiento de la naturaleza es posible pero, que al estar escrito en un lenguaje
matemático, requiere del conocimiento de dicha ciencia para ser interpretado así
como de su aplicación correcta al ámbito del conocimiento. Sin embargo, es
necesario recurrir a la experiencia para contrastar las hipótesis matemáticas que se
formulan sobre la realidad, por lo que el carácter de su método es hipotético-
deductivo. Además, la interpretación matemática de Galileo se orienta hacia la
cuantificación, dirección que seguirá la física moderna con Newton y que se
continuará hasta nuestros días.
Descartes optará por una interpretación distinta del método. Comparte la idea de que
la naturaleza es una realidad dinámica con estructura matemática. Comparte
también la necesidad de la existencia del método dado el fracaso de los métodos
anteriores en el conocimiento de la verdad. Pero tiene una interpretación distinta del
significado de las matemáticas. Para Descartes el éxito de las matemáticas radica no
en su estructura que hoy denominaríamos axiomática, sino en el método que utiliza.
Y ese método es un método deductivo. Si el conocimiento de la naturaleza es
posible gracias a las matemáticas es pensable que utilizando el método que utiliza
las matemáticas se pueda alcanzar la verdad y la certeza en el conocimiento de los
otros aspectos de la realidad.

Descartes, por lo tanto, comparte con Bacon y con Galileo la necesidad del método
para conocer la realidad. Las críticas que Bacon y Galileo realizan a la escolástica
son similares a las que realiza Descartes. El fracaso de los métodos silogísticos, el
fracaso de la física aristotélica, hacen necesario un nuevo método para interpretar la
realidad. Ello supone la confianza en la razón que ha ido ganando su autonomía en
el paso del siglo XVI al XVII. El nuevo método además ha de tener capacidad para
descubrir, no basta un método que tengan carácter meramente explicativo, que sirva
para exponer o para comunicar un conocimiento. No se trata de transmitir un saber
acumulado a través de la historia, sino de descubrir, de inventar. Dado que para
Descartes el éxito de las matemáticas radica en la utilización de un método, parece
quedar claro que el conocimiento de la verdad debe ir asociado a la utilización de un
método.

El racionalismo

Frente a otras soluciones al problema del conocimiento y de la constitución de la


"ciencia" que surgirán en la época, como el empirismo, Descartes optará por la
solución racionalista. El racionalismo se caracterizará por la afirmación de que la
certeza del conocimiento procede de la razón, lo que va asociado a la afirmación de
la existencia de ideas innatas. Ello supondrá la desvalorización del conocimiento
sensible, en el que no se podrá fundamentar el saber, quedando la razón como única
fuente de conocimiento.

Paralelamente, los modelos matemáticos del conocimiento (en la medida en que las
matemáticas no dependen de la experiencia) se ven revalorizados. Las explicaciones
del conocimiento basadas en la abstracción serán igualmente rechazadas, ya que la
abstracción se produce a partir de la captación de las sustancias por medio de la
sensibilidad (la explicación del conocimiento de Aristóteles y santo Tomás) que ya
ha sido rechazada como fuente de conocimiento.

Por el contrario, el racionalismo afirmará la intuición intelectual de ideas y


principios evidentes, a partir de las cuales comenzará la deducción del saber, del
mismo modo que todo el cuerpo de las matemáticas se deduce a partir de unos
primeros principios evidentes e indemostrables. La relación de estas ideas con la
realidad extramental será afirmada dogmáticamente, lo que planteará no pocos
problemas a los racionalistas. Todo ello conduce al racionalismo al ideal de una
ciencia universal, aspiración de la que la filosofía cartesiana es un buen exponente.

2. Razón y método en Descartes

El modelo matemático en Descartes.


La reacción cartesiana contra el escepticismo sumada a su interés por la ciencia va a
significar en Descartes el afianzamiento en el rechazo del error y en la búsqueda de la
verdad. Tanto en la primera meditación como en la primera parte del Discurso del
método Descartes insiste reiteradamente en la necesidad de rechazar el error, lo que
va asociado inevitablemente a la búsqueda de la verdad. Reacio a aceptar los
argumentos de los escépticos que afirman la imposibilidad de que haya algún
conocimiento verdadero, Descartes se dispone a investigar con el fin de determinar
algo con certeza: incluso si ese algo es que no puede haber conocimiento verdadero
alguno.

Ya en su juventud, cuando abandona el


colegio de la Flèche, se muestra descontento
con lo aprendido, excepto con las matemáticas. Frente a todas las demás enseñanzas
recibidas, a las que considera cuando menos confusas, si no falsas, Descartes sólo
encuentra verdad en los conocimientos matemáticos. De ahí que, nos confiesa en el
Discurso, desarrolla una especial dedicación hacia esas ciencias. ¿Qué es lo que hace
que los matemáticos sean capaces de demostrar la validez de sus proposiciones, que
consigan un conocimiento cierto, mientras que los metafísicos se pierden en vanas
disquisiciones y disputas escolares? La razón se ha equivocado en numerosas
ocasiones hasta el punto de que Descartes considera necesario reconstruir el edificio
del saber sobre bases firmes y seguras, si es que esto es posible. Descartes considera
que lo que hace verdaderos los conocimientos matemáticos es el método empleado
para conseguirlos. No es que haya en las matemáticas una estructura que hace
inevitablemente verdaderos sus conocimientos sino que es el método que utilizan los
matemáticos lo que permite conseguir tan admirables resultados.

A la idea de que es necesario un método para alcanzar el conocimiento Descartes


añade la precisión de que ese método tiene que elaborarse de acuerdo con el que
utilizan los matemáticos en sus investigaciones. Y ello, porque lo que hace
verdaderos los conocimientos matemáticos es el método utilizado. No es que las
matemáticas sean un tipo de saber distinto del resto de los saberes. Si la razón es
única, el saber es único, y debe haber un único método para alcanzar la sabiduría. Es
en esta época (1618-1619) cuando Descartes concibe la idea de un saber o de una
ciencia universal, la "Mathesis universalis" (Regla I). Descartes se encuentra en su
fase físico matemática, manteniendo una intensa relación con el físico holandés
Beeckman. Es también la época de los sueños reveladores que le orientarán de una
manera definitiva hacia la filosofía, sueños en los que un espíritu le indica el camino
a seguir para alcanzar la verdad. Descartes nunca abandonó ese ideal de un saber
universal, que se debe considerar al menos de dos maneras: a) como fundamento
único de todos los saberes; b) como la adquisición plena de la sabiduría. Pero para
ello necesita un método.
El método cartesiano

¿En qué obras se encuentra el método que nos propone Descartes? El método lo
encontramos en el "Discurso del método", y en las "Reglas para la dirección del
espíritu", el primero editado en el 1637 y las segundas, desconocidas para sus
contemporáneos, editadas en 1701, pero comenzadas a redactar en 1629. (A la muerte
de Descartes el embajador de Francia en Estocolmo, H.P. Chanut, se encarga de
recoger sus papeles y documentos, que envía a Clerselier, cuñado y amigo de
Descartes, y que había traducido al francés las objeciones y respuestas a las
Meditaciones metafísicas. La edición de Amsterdam de 1701 permanece como la
única fuente de las Reglas, dado que los manuscritos de Descartes se perdieron).

¿Qué es el método? Por método entiendo, dice Descartes, "una serie de reglas ciertas
y fáciles, tales que todo aquel que las observe exactamente no tome nunca a algo
falso por verdadero, y, sin gasto alguno de esfuerzo mental, sino por incrementar su
conocimiento paso a paso, llegue a una verdadera comprensión de todas aquellas
cosas que no sobrepasen su capacidad".

¿Sobre qué se construye, o a qué se aplica el método? Deberá aplicarse, lógicamente,


al modo de funcionar de la razón. ¿Pero cuál es el modo de conocer de la razón?
Descartes nos propone aquí la intuición y la deducción como los dos únicos modos de
conocimiento y, por lo tanto, como aquellos elementos sobre los que se debe construir
el método, ofreciéndonos su definición en la Regla III: "Entiendo por intuición, no la
creencia en el variable testimonio de los sentidos o en los juicios engañosos de la
imaginación -mala reguladora- sino la concepción de un espíritu sano y atento, tan
distinta y tan fácil que ninguna duda quede sobre lo conocido; o lo que es lo mismo,
la concepción firme que nace en un espíritu sano y atento, por las luces naturales de
la razón."

La intuición es pues el elemento básico del


conocimiento; unas líneas más adelante nos
dice que no puede ser mal hecha por el
hombre. Efectivamente se reclama como
característica de la intuición la sencillez, que va asociada en Descartes a la claridad y
distinción de lo conocido. La intuición establece, necesariamente, una relación directa
con el objeto, de tal manera que debe destacarse su carácter de inmediatez. Con esto
quiere dejar Descartes bien clara su separación del aristotelismo y de la teoría de la
abstracción de la forma; algo que ya había rechazado con anterioridad Guillermo de
Occam, aún manteniendo que la intuición nos ofrecía un conocimiento directo basado
en la experiencia. No aceptará Descartes este carácter experimental de la intuición, es
decir, la relación directa e inmediata con la experiencia. El objeto conocido, como
sabemos, será un contenido mental y no un elemento de la experiencia. Pero el hecho
de que la relación establecida con el objeto sea directa e inmediata, no significa que
estemos hablando de una relación instantánea. Hablar de relación instantánea
equivaldría a situar el fenómeno del conocimiento fuera de la temporalidad, lo que
rechaza Descartes de una manera clara y sin ambigüedades (al menos según la
opinión de G. Rodis-Lewis, que cita a Descartes en las conversaciones con Burman).

Efectivamente, la intuición remite a un contenido simple, pero no exento de


relaciones. Cuando capto la idea de triángulo, comprendo que es una figura de tres
lados, que está compuesta por tres líneas que se cortan en el mismo plano, que forma
ángulos etc., y todos estos elementos que encontramos en la intuición son
necesariamente captados como elementos correlacionados, es decir, no en el mismo
instante, sino en el transcurrir de la temporalidad. De ahí que la intuición nos lleve de
una manera inevitable a la deducción, que consistirán en una serie sucesiva de
intuiciones, apoyadas en la memoria. La deducción "consiste en una operación por la
cual comprendemos todas las cosas que son consecuencia necesaria de otras
conocidas por por nosotros con toda certeza". Y más adelante nos dice que
distinguimos la intuición de la deducción en que en esta se concibe un movimiento o
cierta sucesión y en aquélla no, ya que la deducción no necesita como la intuición una
evidencia presente, sino que, en cierto modo, la pide prestada a la memoria. En
definitiva, la intuición nos ofrece el conocimiento de los principios y la deducción el
de las consecuencias lejanas, a las que no se puede llegar de otro modo.
De esta forma, nos encontramos en el Discurso del método las cuatro reglas o
preceptos del mismo: la regla de la evidencia, la del análisis, la de la síntesis, y la del
recuento.

...en lugar del gran número de preceptos que componen la lógica, creí
que tendría bastante con los cuatro siguientes, con tal que tomase la
firme y constante resolución de no dejar de observarlos ni una sola vez.
- El primero era no recibir jamás por verdadera cosa alguna que no la
reconociese evidentemente como tal; es decir, evitar cuidadosamente la
precipitación y la prevención y no abarcar en mis juicios nada más que
aquello que se presentara a mi espíritu tan clara y distintamente que no
tuviese ocasión de ponerlo en duda.

- El segundo, dividir cada una de las dificultades que examinara, en


tantas parcelas como fuere posible y fuere requerido para resolverlas
mejor.
- El tercero, conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los
objetos más simples y más fáciles de conocer para subir poco poco,
como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos, incluso
suponiendo un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los
unos a los otros.

- Y el último, hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones


tan generales que quedase seguro de no omitir nada.

Las dos primeras conforman lo que se ha dado en llamar la parte analítica del
método; y las dos segundas la parte sintética. El método estaría compuesto así por dos
operaciones básicas: el análisis y la síntesis. Por lo que respecta al análisis,
representaría lo que podríamos llamar un "ars inveniendi", es decir, una forma de
conocimiento propia para el descubrimiento y la investigación; nos permitiría separar
lo accidental, y establecer el orden corrector en la secuencia analítica, afirmando la
primacía de lo simple (reglas V y VI). La síntesis sería un "ars demostrandi, es decir,
una forma de conocimiento útil para exponer, explicar, o enseñar lo que hemos
conocido a través de la investigación o del descubrimiento, así como la constitución
del saber como sistema.

Los elementos constitutivos del método pues, tópicos o paradigmas, serían el orden,
la simplicidad, y el matematismo. El orden nos lo explica Descartes con todo detalle
en las reglas X y XI, asociado a la capacidad de descomponer y simplificar,
tratándose por supuesto del orden del conocer y no del orden del ser. La simplicidad
se convierte en el hilo conductor del método, no siendo susceptible de definición
(Descartes dice de ella que es "per se nota", utilizando la terminología escolástica), es
indubitable, por lo que se convierte en garantía de verdad, es objeto de intuición, y
representa el carácter absoluto del saber (todo ello se desarrolla en las Reglas V, VI,
XII y XIII). El matematismo explicita el anti-aristotelismo de Descartes, y supone la
afirmación de la confianza en el saber de la razón; se opone también al animismo y al
finalismo y representa el ideal científico de certeza; recordemos que para Descartes
las matemáticas representan el saber del orden y la medida (Reglas II y IV)

Rene Descartes, el filósofo del método


Si preguntamos quién es el padre de la filosofía moderna y quién marca el final del
pensamiento antiguo y medieval, el noventa y nueve por ciento de los consultados
responderá: Rene Descartes. Descartes fue uno de los grandes talentos de la humanidad en
disciplinas tan distintas como la matemática, la ciencia y la filosofía. Probablemente, su
aportación no ha sido concluyente, pero podemos decir que se dedicó a abrir caminos antes
que a recorrerlos por completo. Su primera vocación fueron la matemática y la geometría.
Dos temas que dan la tranquilidad de estar pisando terreno seguro, porque cuando se dice
que algo es matemáticamente exacto y cierto, tenemos pruebas que lo demuestran. Por lo
tanto, eliminamos las dudas respecto a lo que sabemos y cuanto no sabemos. Cuando
estamos alcanzando una conclusión podemos estar seguros de que llegamos a ella de
manera adecuada. Lo mismo ocurre con un teorema geométrico. Descartes se preguntó si
esto mismo era aplicable a todos los campos. Sabemos que existe la verdad, que habrá
cosas, situaciones y opiniones que corresponden mejor a la realidad que otras. Pero ¿cómo
tener la certeza de que lo que nosotros creemos que es verdad lo es auténticamente?
Creemos que alguna cosa es verdad, pero ¿cómo tener la certeza de que lo es? ¿Cómo
sabemos que no nos engañamos? El problema no es que exista la verdad, sino que nosotros
podamos reconocerla, que en nuestro pensamiento lleguemos a tener una visión, opiniones
y doctrinas que respondan y que nos tranquilicen dándonos la verdad de una manera
indiscutible. Esto fue lo que buscó Descartes a lo largo de su vida, y lo hizo recorriendo
Europa, desde sus reflexiones como un pensador privado, no como profesor, ya que nunca
tuvo cátedra. Fue una persona que anduvo por la vida con discreción, se supone que por
miedo a despertar la peligrosa atención de la Inquisición. Vivió pensando por sí mismo y
para sí mismo. Su legado nos enseña que no nos podemos fiar de las autoridades, ni de la
tradición, ni de lo que nos cuentan. Tenemos que buscar la certeza a partir de lo que
nosotros mismos podemos desarrollar. Ninguna de las opiniones establecidas, por
venerables y respetables que sean quienes las sostienen, nos puede dar dicha certeza. Los
medievales se contentaban citando opiniones de Aristóteles y les parecía un argumento
suficiente decir «Lo dijo el maestro» o incluso «Lo escribió el filósofo». Descartes,
inaugurando la época moderna, dice: No. No basta la autoridad, no basta con la tradición.
Hace falta que a partir de mi propio pensamiento yo llegue a descubrir la certeza.

La clave es el método

La filosofía moderna, de la mano de Descartes, aparece con un propósito aparentemente


modesto: conocer cuál es el camino que se puede seguir para llegar al conocimiento y a la
verdad. No empieza, como otros filósofos, preestableciendo verdades, ni definiendo qué es
el mundo, qué es el ser humano, qué es el alma, sino intentando buscar una ruta para llegar a
conclusiones fiables. La clave de su búsqueda es el método, que proviene de la palabra
griega methodos, que quiere decir camino, que es lo primero que busca Descartes. Un
sendero que nos lleve a ideas que nos resulten claras y distintas. No aquellas que están
confusas, que más o menos aceptamos al tuntún, sin verlas con precisión. Descartes, que
estaba reflexionando sobre muchos temas: físicos, astronómicos, fisiológicos, y
matemáticos por supuesto, organiza un discurso del método. Crea un planteamiento para
estar seguros de que hemos encontrado la verdad.
Descartes protagoniza una de las anécdotas más celebres de la historia de la filosofía. Estaba
sentado dentro de una estufa —en aquella época las estufas eran una especie de lugar
cerrado en torno a un fuego central—, durante una de las campañas militares en las que
participó. En un momento dado se para y empieza a dar vueltas y se cuestiona: «Bueno...
¿Cuál puede ser la seguridad, qué seguridad puedo tener yo de algo? Puedo dudar de lo que
me han dicho, puedo dudar de lo que veo y de lo que toco, puesto que existen los espejismos
y las alucinaciones. Si puedo dudar de todo, ¿de qué cosa puedo estar seguro? De la única
cosa que puedo estar seguro —concluye— es de mi duda misma, de que yo estoy aquí
dudando y si dudo, existo». Si dudo, tengo unas capacidades intelectuales, pienso, y si
pienso, entonces existo. De esa certeza paradójica, la certeza de la duda, nace el
pensamiento moderno.

¿Por qué Descartes plantea la necesidad de un método? 
Descartes reconoce y diferencia dos tipos de conocimiento. El primero es un conocimiento
tradicional que se funda en la experiencia sensible que nos llega por medio de los sentidos y
el segundo es un conocimiento de tipo universal y verdadero, que no da lugar a dudas. Del
conocimiento tradicional, al ser producto de la experiencia sensorial, no puede decirse que
sea verdadero dado que los sentidos nos engañan. Por ello, Descartes elabora un método que
permita articular el conocimiento de tal manera que se despejen todas las dudas respecto de
su veracidad y que a la vez logre llegar a la verdad irrefutable que muchas veces se esconde
en el conocimiento tradicional o aparente. El método para Descartes es, por consiguiente,
una forma de racionalizar la realidad y de encontrar certezas que no admitan dudas. Por lo
tanto, el método se hace necesario en la medida en que permite definir un camino
compuesto por una serie de reglas que permiten "purificar" el conocimiento para así llegar a
una verdad irrefutable y universa

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