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SOCIOLOGÍA Y CAMBIO CONCEPTUAL


Margarita Olvera Serrano

NOTA INTRODUCTORIA
El propósito de este trabajo es plantear un esbozo de los elementos que
consideramos indispensables para elaborar el cambio conceptual como un
objeto de investigación sociológica; la pertinencia de este objetivo reside en el
hecho de que una de las prácticas más frecuentes de nuestras comunidades
disciplinarias es la constante redefinición, resemantización, revisión y
reinterpretación de las categorías y conceptos que forman parte del patrimonio
de conocimiento de las ciencias sociales en general y de la sociología en
particular. Esta práctica mantiene un importante vínculo con el peso que han
tenido los llamados clásicos de nuestra disciplina en la delimitación -siempre
móvil y precaria- de su campo cognitivo, así como de los problemas y temáticas
que cada generación de practicantes de la sociología ha considerado relevantes
(Alexander, 1998). No está de más recordar que suele ocurrir que cada
generación de sociólogos tiene que construir su identidad en relación con la
anterior y desde un horizonte temporal distinto que hace que cambien sus
criterios de significación. En consecuencia, cualquier reflexión sobre el cambio
de los instrumentos conceptuales de la sociología necesita del examen de la
cadena intergeneracional1 a través de la cual se transmite/recibe el
conocimiento producido por los antecesores a los sucesores y lo que éstos
hacen con él.

La recepción de un legado intelectual por una generación más joven entraña


siempre fisuras, tensiones, desgarrones y/o rupturas alrededor de las cuales
surgen identidades nuevas que, con el paso del tiempo, también están sujetas a

1
Usamos aquí el concepto de generación en su acepción fenomenológica, esto es grupos de individuos
que se encuentran dentro de un campo social intersubjetivo en el que comparten coordenadas de
significación similares, así como experiencias intelectuales, sociales y políticas comunes que, no obstante,
pueden ser procesadas diferencialmente. Esto último da lugar a la posibilidad de distinciones
nosotros/ellos dentro de una misma generación. Schutz, 1972.
confirmación, redefinición o incluso negación2. Algunas disciplinas tienen
condiciones que les permiten suturar estos desgarrones y representarse su
propio desarrollo como un proceso acumulativo; tal es el caso de las ciencias
naturales, en las que los nuevos practicantes se socializan en un patrimonio de
conocimiento que no necesariamente está en continua revisión, sino que se
considera como una referencia estable que no requiere discusión constante, por
lo que su formación da comienzo en lo que podríamos llamar la frontera o los
“últimos desarrollos” de la disciplina (Lakatos, 1987). El caso de las ciencias
sociales es otro: por contener una especie de “excedente” de interpretabilidad
mantienen una relación con sus legados mucho menos suave, por lo que la
discusión sobre sus herramientas conceptuales, sus fundamentos y su propia
historia es más frecuente. Esto es así, no sólo por razones internas a la
disciplina, sino también externas, como veremos más adelante.

De todas las ciencias sociales ha sido la sociología la que ha construido con


mayor fuerza su identidad alrededor de un conjunto diverso de conceptos,
categorías, teorías y procedimientos a partir de los cuales delimitó un campo
cognitivo propio (Burke, 1997). La historia de nuestra ciencia cuenta ya más de
cien años a través de los cuales pasó del ideal fundacional de homogeneidad
epistemológica propio de la modernidad inicial (Guitián y Zabludovsky, 2004) a
la realidad de la diversificación del espectro analítico en su situación
contemporánea, ligada ya no tanto al optimismo del ideal de racionalización,
como a la asunción de las posibilidades y límites del conocimiento a la luz de
sus consecuencias no intencionales. Sabemos más que hace cien años, tanto
de la experiencia de nuestra disciplina, como de la propia experiencia social, por
lo cual las expectativas actuales de nuestra ciencia no son las mismas en una
modernidad que está nuevamente sujeta a crítica y revisión. Nuestro presente
disciplinar es el tiempo futuro de los fundadores de la sociología y su perfil no
coincide con la representación que de él se hicieron en su momento, ni con los
propósitos que animaron su proyecto de ciencia. La necesidad de abordar el

2
Dejamos intencionalmente de lado, por representar por sí mismo un vasto campo de estudio, el tema de
la fluidez de las identidades intelectuales dentro de una misma generación de practicantes de la
sociología. Este problema se profundiza en las condiciones de la modernidad contemporánea, dada la
ausencia de puntos de referencia estables, la ampliación del espectro analítico y de las posibilidades de
análisis, la multiplicación de los lugares de observación social, así como la “densificación” de los
intercambios informacionales y de la circulación de las ideas a nivel global.
pasado/presente conceptual de la sociología nace de esta diferencia y de los
requerimientos de autoorientación disciplinar e histórica que supone.

Del planteamiento anterior obtenemos una conclusión parcial que es, al mismo
tiempo, nuestro punto de partida analítico: consideramos que la constitución del
cambio conceptual como un objeto de investigación pasa, necesariamente, por
el reconocimiento de la historicidad del mismo, así como de la delimitación de
las diversas coordenadas espacio/temporales en las que una categoría es
construida, recibida y aplicada por una comunidad de conocimiento. El
abordaje de esta dimensión temporal requiere de una perspectiva sociológica
interpretativa, abierta a los saberes teóricos y empíricos, tanto de nuestra propia
disciplina, como de la historia social y cultural. Pensamos que el estado actual
de desarrollo de la sociología sienta condiciones para que profundice su
intercambio con otros patrimonios intelectuales, sin que en este proceso vaya de
por medio, necesariamente, la disolución de su identidad disciplinar.

I. HACIA UN MARCO DE INTERPRETACIÓN SOCIOLÓGICO DEL CAMBIO


CONCEPTUAL
Generalmente la reflexión y el debate sobre las mutaciones de los patrimonios
conceptuales de las disciplinas científicas han tenido lugar dentro de los límites
de la filosofía post-positivista de la ciencia y tomado como eje el examen de las
ciencias naturales. Las ramificaciones de dichas discusiones alcanzaron en las
últimas décadas del siglo XX al conjunto de las ciencias histórico-sociales,
estimulando la crítica, la revisión y, en algunos casos, la redefinición de sus
respectivos campos disciplinares. Conceptos tales como tradición, paradigma,
comunidad, ciencia normal, crisis, etc., habiendo sido elaborados al calor de las
discusiones de los filósofos de la ciencia, llegaron al campo de las ciencias
sociales donde fueron utilizados para una autorreflexión que contribuyó a la
pluralización de su espectro analítico y estimuló las discusiones teóricas de los
años setenta y ochenta (Hacking, 1985).

Sin desconocer la importancia de esta veta de análisis, nos proponemos la


discusión de otra posibilidad para el examen de la modificación de las
herramientas conceptuales de nuestras disciplinas: la perspectiva histórica3
como una vía de autoaclaración de una serie de cuestiones centrales en el
análisis sociológico: ¿qué se mantiene y qué cambia en nuestro patrimonio
conceptual? ¿qué se reinterpreta, qué se olvida, qué se abandona, cómo y por
qué? ¿qué relación existe entre la elaboración conceptual y los desplazamientos
del propio horizonte societario? ¿por qué cada cierto tiempo los sociólogos
vuelven a plantearse su relación con las herramientas conceptuales que le han
dado identidad a su campo de conocimiento? ¿por qué en los últimos lustros la
reflexión teórico—conceptual de la sociología ha tendido a ser transdisciplinar?
¿qué modificaciones en lo real han constituido un estímulo para una nueva
ronda de reflexión teórica entre los sociólogos? Consideramos que, en el caso
de la sociología mexicana, habría que agregar al menos una cuestión adicional
que resulta especialmente significativa para la comprensión de nuestras
prácticas unidad de conocimiento: ¿cómo se modifica el contenido semàntico
de un concepto cuando atraviesa el tiempo y llega a horizontes diversos a los de
su propio contexto de enunciación? ¿cómo modifican las expectativas y
proyectos intelectuales, sociales y políticos?
Nuestro punto de partida para intentar trazar un marco analítico desde el que
estas preguntas puedan obtener respuesta, en algún momento, son cuatro
supuestos centrales: 1) todo concepto es producto de una historia efectual4 en
la que se va retejiendo continuamente una relación dialógica entre el presente y
el pasado, entre los predecesores y los sucesores de una comunidad de
conocimiento que es, también, una comunidad de interpretación; 2) lo que
podríamos llamar el pasado/presente conceptual acumulado como patrimonio
intelectual de una disciplina no habla solo, requiere de selecciones y preguntas

3
Llamamos histórica a esta veta de análisis por razones de economía expositiva. Pensamos que la
hermenéutica (en las vertientes despsicologizadas de Hans G. Gadamer y Paul Ricoeur), la
fenomenología sociológica de Alfred Schutz, la propuesta de historia conceptual ligada a R. Koselleck,
así como el individualismo metodológica de Max Weber ofrecen herramientas que contienen un amplio
potencial para el análisis de la construcción, difusión, variación y usos de los patrimonios conceptuales de
la sociología.
4
Usamos la noción de historia efectual en el sentido propuesto por Gadamer: conciencia de la posición
hermenéutica del intérprete frente a lo interpretado. Esta posición implica una situación que delimita las
posibilidades de “ver”. A este concepto le es intrínseca la noción de horizonte como ángulo de “visión
que abarca y encierra todo lo que es visible desde determinado punto”. Podemos así hablar de horizontes
amplios, estrechos, cambiantes, de su apertura, (Pappe, 2000) etc. Llevadas estas nociones al estudio de
los conceptos, habría que considerarlos en primer término como “textos a comprender”, como
inscripciones escriturarias que contienen la sedimentación del conjunto de sus efectos en el tiempo:
acciones, lecturas, interpretaciones, olvidos, omisiones, etc. Cf. Gadamer, 1987, especialmente la parte II.
que parten de coordenadas espacio/temporales específicas que han vuelto
nuestras prácticas intelectuales tendencialmente reflexivas; 3) en las
condiciones societarias de la modernidad contemporánea (tardía, radicalizada,
líquida, postradicional, etc.) no sólo los marcos de interpretación que orientan
las formas de vida cotidianas son relativamente inestables, sino también las
construcciones conceptuales de los científicos sociales que encuentran
distancias importantes entre las posibilidades de las teorías y conceptos que
utilizan para hacer inteligible la realidad social y el propio curso empírico de
dicha realidad, volviéndose problemático el uso pre-reflexivo de aquéllos y
estimulando un continuo examen de sus herramientas conceptuales; 4) todos
los supuestos anteriores implican una temporalidad compleja en la que se
entrecruzan presente, pasado y futuro en una relación que incluye tanto
tradición como innovación, tanto preservación como cambio.

1. La sociología como disciplina científica ha acumulado a lo largo del tiempo un


conjunto de saberes, de procedimientos, teorías, técnicas, conceptos etc. que
constituyen un patrimonio de conocimiento potencialmente disponible para los
sociólogos contemporáneos bajo la forma de textos. Como tales, gracias a la
inscripción escrituraria, atraviesan el tiempo y llegan a lectores que no son los
destinatarios originales; por otro lado, su status como escritos implica un
distanciamiento entre la intención del autor en sus propias coordenadas
espacio/temporales y la significación que pueden adquirir en otras (Ricoeur,
2001), lo que supone necesariamente continuos procesos de reinterpretación
para nuestra ciencia. En otras palabras, el hecho de que un patrimonio
cognitivo esté organizado textualmente significa que su recepción potencial se
llevará a cabo en un espacio no psicológico, puesto que como texto ha cortado
los lazos que lo unían a la intención de su autor y por ello, es una entidad
objetiva. Desde este punto de vista cualquier concepto sociológico puede ser
analizado como una huella, como una marca material que designa la
exterioridad de lo que se ha recibido del pasado a partir de una cadena de
interpretaciones acumulada intergeneracionalmente. En tanto huella, es
simultáneamente, un índice de las realidades sociales (experiencias,
expectativas, proyectos, acciones) que hicieron posible su formulación inicial y
su recepción en distintos tiempos.
La distancia temporal implicada aquí no es propiamente un obstáculo para la
comprensión de un patrimonio conceptual, sino su condición de posibilidad. No
es un abismo a franquear (Gadamer, 1987: 367), sino el espacio que permite
que el practicante de una disciplina pueda interrogar al texto del pasado a partir
de su adscripción a una comunidad de conocimiento, de su pertenencia a
determinada situación de observación y a determinados juicios previos y
tradiciones. Sin esta relación de pertenencia no tendríamos un criterio de
selección que nos permitiera discriminar, entre todo un corpus de conocimiento
disponible, qué es lo importante y qué no lo es, qué categorías, qué conceptos
han de ser rescatados o reinterpretados y cuáles no, etc. La comprensión
contemporánea de un concepto en consecuencia, ha de partir del hecho de
que, dado su status como parte de un patrimonio recibido5, está “saturada” de
los efectos que ha producido en la historia de la disciplina y en sus comunidades
de practicantes. El principio gadameriano de la historia efectual quiere decir que
cualquier escrito está expuesto a la historia, al tiempo y ello supone que con el
transcurso de las generaciones se modifica su status, ya que cada una de ellas,
a su tiempo, recoloca, reinterpreta y modifica lo recibido. La historia efectual de
un concepto surge de la fusión de los diversos horizontes históricos y culturales
de sus autores, de los compiladores y de todos los lectores que los han recibido
(Pappe, 2000). Como tal, la historia efectual supone la renuncia a la búsqueda
de un contenido unívoco y original en los conceptos6; en su lugar, se propone la
reconstrucción de los horizontes que se ponen en contacto en la reinterpretación
de los mismos para ganar un ángulo de visión más amplio, que nos permita una
comprensión contemporánea tanto del pasado como del presente disciplinar, así
como de sus probabilidades futuras.

Esto no quiere decir que un proceso de revisión y resignificación conceptual


tenga, necesariamente, que desarrollar una reconstrucción puntual de las
discusiones, debates, conflictos, lecturas, interpretaciones, olvidos, omisiones,

5
La recepción del pasado supone una herencia que puede pensarse a través del concepto de tradición
pensado más como un legado del pasado potencialmente abierto a la interpretación, más que como un
esquema determinante y unívoco (Pappe, 2000).
6
Distanciándose así de la hermenéutica de la recuperación que postula como tarea central la restauración,
a partir de las huellas, de un pasado original perdido. Los representantes más importantes de la
hermenéutica de la recuperación son Schleiermacher y Dilthey.
proyectos, expectativas, acciones, etc. implicados en el uso de un concepto a lo
largo del tiempo7. Se trata sólo de reconocer la necesidad de un mínimo de
conciencia temporal en el estudio de la categoría en caso, al menos la necesaria
para entender que nuestra propia lectura/reescritura supone implícitamente
criterios de selección y la adscripción a un determinado círculo de juicios
previos, a un horizonte temporal finito y específico. En otras palabras: se trata
de reconocer la diferencia entre el horizonte de enunciación del contenido del
concepto y el propio como presente en constante formación, así como asumir
nuestras prácticas como índices y factores de dicha historia efectual.

2. Los sociólogos frecuentemente hablamos de los conceptos y categorías que


forman parte de nuestro patrimonio de conocimiento como si éste fuera algo fijo
y estable. En realidad no lo es. Pensemos por ejemplo en las selecciones y
recortes implicados en nuestra idea de los clásicos. Operamos como si fueran
algo autoevidente, algo que podemos dar por sentado para entendernos acerca
de un problema teórico o empírico y que, por lo tanto, no es necesario aclarar.
Ningún sociólogo tiene por qué argumentar frente a sus pares el status de Émile
Durkheim o Max Weber como autoridades intelectuales, aunque no siempre lo
fueron en el pasado ni sabemos si lo seguirán siendo en el futuro. O pongamos
el caso de los planes y programas de estudio que guían la formación profesional
de sociólogos. Aparentemente contienen todo lo que es nuestra disciplina y que
ha de ser transmitido a la siguiente generación de practicantes de la misma. En
realidad, planes y programas de estudio son construcciones intersubjetivas que
se elaboran selectivamente a partir de lo que una comunidad disciplinar piensa,
en determinado momento, lo que es el mapa básico de su ciencia.

Desde el punto de vista de la acumulación de conocimiento como un proceso


que supone el crecimiento constante de un corpus textual, podemos pensar en
uno de los principales problemas a los que se enfrenta un practicante de la
sociología o cualquier disciplina histórico-social: ¿cómo orientarse frente a un

7
“La afirmación de que la historia efectual puede llegar a hacerse completamente consciente es tan
híbrida como la pretensión hegeliana de un saber absoluto en el que la historia llegaría a su completa
autotransparencia y se elevaría así hasta la altura del concepto” (Gadamer, 1987: 372). Lejos de ello, la
conciencia de la historia efectual es sólo un momento del estudio de lo que se ha recibido del pasado, pero
un momento crucial: el que permite obtener la pregunta que vertebrará nuestro “diálogo” con la tradición
que hemos recibido de nuestros antecesores.
vasto y creciente conjunto de saberes potencialmente disponibles que sería
imposible agotar, incluso a lo largo de una vida dedicada a su estudio? ¿cómo
identificar qué porciones de dicho conjunto tiene pertinencia contemporánea?
¿cómo encontrar una guía mínima que permita dar un sentido a lo que, sin ella,
sería un conjunto caótico de singularidades? La rutinaria práctica de seleccionar
determinados segmentos del conocimiento disciplinar para su estudio y/o
aplicación empírica supone un conjunto de criterios que vienen dados por el
objeto a investigar, por la especialidad, por la perspectiva, por los recortes que
consideramos pertinentes. Estos criterios se reciben del pasado a través de
complejos procesos de socialización intelectual y son perceptible o
imperceptiblemente reinterpretados a la luz de las situaciones móviles en las
que llevamos a cabo nuestro trabajo como practicantes de la sociología.

Los ejemplos citados ilustran el carácter plástico y temporal de nuestros


patrimonios conceptuales, así como la selectividad de las prácticas a través de
las cuales nos apropiamos de ellos. El corpus conceptual de la sociología
supone una experiencia acumulada, potencialmente transmitible a través de una
intersubjetividad en el tiempo en la que se vinculan predecesores,
contemporáneos y sucesores (Schutz, 1972). La realización de este potencial
sería imposible sin la aplicación de los criterios de inclusión/exclusión que nos
vienen de nuestra adscripción a un horizonte intelectual y temporal específico y
de las preguntas que extraemos de él. Este rasgo de nuestro quehacer
disciplinar tiende a incrementar su complejidad en la modernidad
contemporánea, como puede verse en el hecho de que las comunidades
sociológicas son cada vez más especializadas y fragmentadas, así como en la
constatación de que esto ocurre en una situación en la que tiene lugar un
incremento explosivo de lo escrito (sea en su dimensión impresa o electrónica)
que es imposible abarcar, ni siquiera de manera colectiva. Esto profundiza la
exigencia de efectuar rutinariamente inclusiones/exclusiones capaces de definir
un universo textual manejable. Nos hemos vuelto lectores intensivos (Chartier,
1995) que nos confrontamos con un corpus limitado de conceptos, de obras, de
autores, de perspectivas que recolocamos a la luz de los intereses y objetos de
investigación en caso.
3. Lo anteriormente expuesto supone el reconocimiento de una constante
mutación de nuestras herramientas conceptuales. Si esto es así, habría que
preguntarse por qué en ciertos momentos este proceso de cambio parece
acentuarse, acelerarse, hacerse más urgente. Si observamos diacrónicamente
el itinerario disciplinar de la sociología, ya sea a nivel mundial o local, podemos
darnos cuenta de que existen cuestionamientos, replanteamientos, críticas y
modificaciones de sus referentes teórico-conceptuales a lo largo de toda su
historia, por lo que difícilmente podríamos decir que este es un rasgo novedoso.
Desde sus etapas fundacionales la sociología se ha visto inmersa en un
continuo proceso de recepción y resignificación de lo anterior que ha continuado
en sus fases de institucionalización, expansión y profesionalización, a un grado
tal que podemos afirmar que su acervo conceptual se ubica en el inestable
punto de cruce del pasado y el presente. ¿Qué es entonces lo que ha
cambiado? Nuestra hipótesis en este punto es que lo que se modifica es el
horizonte societario mismo y no sólo la situación disciplinar desde la cual se le
explica y comprende y que ello tiene impactos internos profundos en la disciplina
sociológica. Cambio societario y cambio conceptual están íntimamente
imbricados, aunque el uno no se deriva automáticamente del otro.

Es evidente que la dialéctica conservación/innovación se explica no sólo por


razones disciplinarias de orden teórico o metodológico, sino que involucran
también un sustrato que podríamos llamar provisionalmente ontológico: si las
sociedades mismas se desplazan, el tipo de saber que se produce acerca de
ellas sufre también modificaciones. No son semejantes, por ejemplo, los
recortes y criterios de selección de los sociólogos decimonónicos8 plenamente
convencidos de los potenciales de la razón y del conocimiento, que los de los
practicantes contemporáneos de esta disciplina, conocedores de la experiencia
acumulada en el siglo XX (revoluciones sociales, crisis económicas, dos
guerras mundiales, una guerra fría, la división del mundo en bloques y su
posterior disolución, desastres ecológicos, el terrorismo y la guerra como
amenazas globales, el encogimiento de la idea de futuro, la desterritorialización

8
Este optimismo no desmiente el hecho de que, por ejemplo, clásicos como Durkheim o Weber tuvieran,
también, clara conciencia de los límites y dificultades que la ciencia misma planteaba. La afirmación
tampoco supone desconocer la sobrecarga de expectativas que la propia sociedad depositaba en la ciencia.
del capitalismo, la intensificación de los procesos migratorios a nivel global, la
multiplicación de los marcos de significación y los modos de vida, por mencionar
sólo sus rasgos más notables ) y la distancia que la separa de las expectativas
9
de las generaciones precedentes.

Partamos de que los patrimonios conceptuales de las disciplinas histórico-


sociales son, válidos hasta nuevo aviso, como lo son también los acervos de
conocimiento del sentido común (Schutz, 1972). El “aviso” puede tener un
origen interno, referido a los propios desarrollos teóricos, metodológicos y
empíricos de la disciplina, o bien, externo, vinculado al hecho de que hay algo
en lo real que ya no puede ser procesado con las herramientas anteriores y que,
en consecuencia, representa un problema, un obstáculo que fractura el curso de
la experiencia o el pensamiento. Cuando ocurre esto, una tarea disciplinar
primaria consiste en reflexionar sobre la distancia entre el concepto y el
segmento de la realidad que trata de hacer inteligible, a fin de establecer (así
sea provisionalmente) qué es lo nuevo, qué es lo que se ha de replantear, qué
es lo que es procesable con el patrimonio analítico anterior y qué es lo que
habría que revisar, recolocar, reinterpretar o, incluso, rechazar. Esta labor
supone la identificación de una dimensión temporal sin la cual la comparación es
imposible.

Para poder hablar de que algo cambió requerimos de un mínimo de distancia


en el tiempo, al menos la suficiente para comparar qué aspectos del patrimonio
de conocimiento en el que nos hemos socializado como practicantes de las
ciencias sociales mantienen significación contemporánea, qué franjas del mismo
han perdido pertinencia, cuáles se han rescatado del olvido, qué elementos
pueden ser identificados como nuevos (si existen) y cómo y de dónde surgen.
Desde una perspectiva diacrónica podemos observar que, tanto en la vida
ordinaria como en las disciplinas sociales, los plazos de adaptación a los
cambios societarios se han recortado cada vez más, dislocando los marcos de

9
Espacio de experiencia y horizonte de expectativas son los conceptos que hemos tomado de Reinhard
Koselleck para aplicarlos al caso de la mutación de los conceptos. Esta pareja conceptual designa la
diferencia temporal entre el antes y el después y la extrañeza que deriva de ella. Cf. Koselleck, R. 2001,
especialmente el último capítulo.
interpretación a través de los cuales los actores y los observadores, en cada uno
los ámbitos señalados, tratan de “seguir adelante”10.

Para los primeros esto significa continuar con sus vidas y, para los segundos,
dar continuidad a la producción de un conocimiento válido y significativo sobre lo
social. Lograr esta continuidad es una tarea cada vez más complicada tanto
para los actores, como para las comunidades de conocimiento, dada la
aceleración creciente de los cambios en la sociedad y el consecuente recorte de
los plazos en los que ha de tener lugar la adaptación/adecuación a ellos. La
expectativa de “vida” de un marco de sentido en la vida cotidiana o de un marco
analítico para una disciplina es cada vez más corta (frecuentemente menor a la
duración de una vida individual) lo que supone una exigencia constante de
revisión y reflexividad tanto para los actores como para los observadores a fin
de que el conocimiento respectivo mantenga su capacidad de orientación de la
experiencia.

La sociología se ve impactada, como el resto de las disciplinas, por un conjunto


de cambios que trazan sus límites y posibilidades actuales. Entre ellos podemos
mencionar brevemente los más significativos a la luz del tema que nos ocupa: la
profundización de la hiperespecialización y sus consecuentes costos en
términos de dispersión y fragmentación; la pluralización del espectro analítico en
ausencia de un punto cero de observación a partir del cual se puedan
jerarquizar, inequívocamente, diversas interpretaciones y explicaciones sobre lo
social; la multiplicación del ritmo de “circulación” de las ideas y las informaciones
en las condiciones establecidas por el efecto acumulativo de las
transformaciones que han experimentado las tecnologías de la información en
los últimos lustros. No es ocioso mencionar, por ejemplo, el indudable impacto
que ha tenido en las prácticas sociológicas el que podamos acceder, a través de
textos virtuales que ya no tienen un soporte material sino electrónico, a lo más
reciente de las elaboraciones conceptuales de la disciplina11, pero

10
Nos referimos con esta expresión al carácter pragmático que Alfred Schutz pone en el centro de su
sociología del conocimiento, tanto para el caso de los actores en la vida cotidiana, como a sus
observadores científicos. (Cf. Schutz, 1972).
11
Ejemplos relativamente recientes son los conceptos siguientes: contingencia, ambivalencia,
riesgo/peligro, globalización, reflexividad, modernidades múltiples, individualismo institucionalizado,
frecuentemente fragmentados y desgajados de los debates, las discusiones, las
obras, etc. que son su referente. Esto representa un incremento considerable
de la necesidad de reflexión disciplinar de la sociología sobre sus herramientas
conceptuales, puesto que su status no es autoevidente.

Así, ya no podemos dar por sentado que el uso de una categoría o concepto
tiene un sentido unívoco, sino que hay que aclararlo y argumentarlo. Si, por otro
lado, nuestro trabajo se ubica en el propio campo del estudio de las mutaciones
conceptuales, a ello hay que agregar la necesidad de comprender con mayor
profundidad las prácticas disciplinarias a través de las cuales se cumple esa
tarea. De ahí la pertinencia de problematizar sociológicamente prácticas
rutinarias que están en la base del quehacer sociológico, tales como la lectura,
la reescritura (Chartier, 1996), la selección/exclusión de los universos de estudio
de determinados conceptos, autores y obras, la citación, la rememoración e,
incluso, el olvido y el rechazo conceptual. Podríamos hablar, en este sentido, de
la necesidad disciplinar de pasar de la actitud natural a la actitud reflexiva12 si la
sociología pretende continuar con una trayectoria histórica en la que, de un
modo u otro, positivo o negativo, ha contribuido a hacer inteligible la realidad
social y a orientar sus proyectos.

4. El tiempo es un componente interno de las teorías y conceptos;


sociológicamente es una construcción social que tiene la función de orientar la
experiencia y supone un entrelazamiento del pasado, del presente y del futuro,
como podemos verlo en los propios procedimientos y prácticas de resignificación
conceptual. El pasado no es un bloque acabado: aunque ontológicamente está
cerrado y concluido, se mantiene abierto a la reinterpretación en nuevas
coordenadas espacio/temporales. El flujo temporal implicado en los horizontes
societarios e intelectuales modifica las posibilidades de reinterpretación de los
legados conceptuales de las disciplinas histórico-sociales. Por ello, cada cierto
tiempo, se construyen nuevos términos de la relación conservación/innovación

tradición, incertidumbre. Todos ellos están asociados al debate sobre el status de la modernidad
contemporánea frente a la “modernidad inicial”; no obstante, el debate como tal aparece fugaz y
fragmentariamente cuando acudimos a los soportes textuales electrónicos de dichos conceptos.
12
Hacemos uso aquí de la célebre distinción introducida por Alfred Schutz en su sociología
fenomenológica y ampliamente recuperada posteriormente por la sociología de cuño interpretativo.
(nuevos pasados/presentes conceptuales) en un proceso intelectual abierto e
incierto. Los conceptos recibidos escapan de su situación original y llegan a
otros (y posteriores) horizontes espacio/tiempo, contribuyendo a la formación del
presente y a la elaboración de las esperas de futuro. Cuando revisamos un
concepto, se actualiza la experiencia contenida en ellos y se le re-coloca en
nuevas coordenadas, organizándose con ello otro modo de inteligibilidad. La
situación presente permite conocer la situación pasada de un modo diverso al
de sus actores y observadores; permite también efectuar un re-encadenamiento
válido que no está estrictamente en la experiencia pasada, sino que es un efecto
–así sea sólo parcial- del ordenamiento del observador.

En las sociedades modernas, en mayor medida que en las anteriores fincadas


más profundamente en el pasado, el transcurso del tiempo produce la
percepción de fracturas en la experiencia que cuestionan los supuestos
comunes a un grupo o a una comunidad intelectual. Por ejemplo, en el siglo
XIX existe un clima de optimismo más o menos generalizado que se desprendía
de la creencia en la inevitabilidad del progreso; se confiaba en que los países
más evolucionados continuarían ininterrumpidamente con esta marcha y que
los atrasados, con las herramientas de la razón y el conocimiento, terminarían
por acercárseles. A esta expectativa de futuro respondieron, en su momento,
los diversos procesos de modernización locales que muestra la historia de al
menos los últimos cien años, produciendo un mínimo de paciencia sociopolítica
y un ensanchamiento de la idea de futuro.

Como observadores científicos de las expectativas contenidas en los conceptos


sociológicos que mayor densidad temporal y más potencial orientador de la
acción tuvieron en las etapas iniciales de nuestra disciplina (tales como
modernidad, progreso, evolución, secularización, revolución, cambio social,
racionalización, por mencionar algunas de las principales “hipercategorías” de
nuestro acervo de conocimiento), sabemos que nuestro presente es el futuro
del pasado de nuestros antecesores intelectuales y que su perfil no coincide con
lo que habían previsto13. La segunda mitad del siglo XX muestra un desgaste

13
La idea de una temporalidad compleja que enlaza estos tres tiempos la hemos tomado de la filosofía
analítica de la historia (Arthur C. Danto, 1989), así como de la propuesta de historia conceptual de
de la idea de futuro, la reducción de los tiempos dentro de los cuales se
establece lo nuevo (o lo que se cree nuevo), la percepción de cambios súbitos
en el plano de la experiencia social, la coexistencia de orden y desorden, de
regularidad y contingencia, así como un desgaste acelerado de la experiencia
pasada como fuente de orientación de la acción presente, cuyas directrices ya
no se pueden deducir a-priori de ella (Koselleck, 2001).

Lo novedoso de esta cadena temporal en la modernidad contemporánea, es que


en el entramada de una sóla generación se rompe el espacio pasado de
experiencia, volviéndose inseguras las expectativas de futuro. En la modernidad
inicial “sólida”, la experiencia de las generaciones anteriores tenía aún un
amplio potencial orientador que daba un mínimo de certezas a los individuos y a
las comunidades. El encadenamiento temporal del pasado, el presente y el
futuro en condiciones en las que la tradición aún no había sido cuestionada en
bloque, producía un futuro verosímil que, aunque empíricamente inexistente,
consecuencia sociológica indudable de la separación creciente entre experiencia
y expectativa en la modernidad “tardía” es su déficit normativo, tanto en su
dimensión procesual como conceptual. De esta manera las comunidades
sociológicas, de distintos modos y en sus respectivas especialidades, perciben
una disminución del potencial explicativo de los conceptos rutinariamente
utilizados en la investigación.

La sociología contemporánea se ha planteado de uno u otro modo, el


procesamiento de la sobrecarga de expectativas frustradas que ha generado el
curso de la modernidad, en sus distintas versiones locales, y que fue recogida y
traducida a través de nuestras tipologías sociológicas más célebres14. Dado
que la elaboración conceptual no puede ocurrir a espaldas de la experiencia
histórico-social que es su condición de posibilidad, al mismo tiempo que su
objeto de intelección, vemos así impactada la relación con un acervo conceptual
procedente del pasado, por lo que lo tratamos de re-colocar reflexivamente a la

Reinhard Koselleck. El primero llega a ella a través del examen de los elementos narrativos del discurso
histórico, el segundo por la vía de la elaboración de una monumental obra orientada a la historia de los
conceptos como índices y factores de la experiencia histórico-social. Ver, en este mismo volumen, el
trabajo de Moya, L.
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Por ejemplo: comunidad/sociedad; solidaridad mecánica/solidaridad orgánica; sociedades
modernas/sociedades tradicionales; racionalización/tradición, etc.
luz de las situaciones disciplinares presentes, con la finalidad de extraer de
estas prácticas un mínimo de orientación para el futuro. Todo esto sin perder
de vista que el tiempo presente tiene el privilegio de ser el único tiempo al que
está reservada la iniciativa y la acción, el único que tiene la posibilidad de crear
sentido y producir innovación, el único que tiene la responsabilidad de la
transmisión intergeneracional del acervo de conocimiento de nuestra disciplina.

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