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NOTA INTRODUCTORIA
El propósito de este trabajo es plantear un esbozo de los elementos que
consideramos indispensables para elaborar el cambio conceptual como un
objeto de investigación sociológica; la pertinencia de este objetivo reside en el
hecho de que una de las prácticas más frecuentes de nuestras comunidades
disciplinarias es la constante redefinición, resemantización, revisión y
reinterpretación de las categorías y conceptos que forman parte del patrimonio
de conocimiento de las ciencias sociales en general y de la sociología en
particular. Esta práctica mantiene un importante vínculo con el peso que han
tenido los llamados clásicos de nuestra disciplina en la delimitación -siempre
móvil y precaria- de su campo cognitivo, así como de los problemas y temáticas
que cada generación de practicantes de la sociología ha considerado relevantes
(Alexander, 1998). No está de más recordar que suele ocurrir que cada
generación de sociólogos tiene que construir su identidad en relación con la
anterior y desde un horizonte temporal distinto que hace que cambien sus
criterios de significación. En consecuencia, cualquier reflexión sobre el cambio
de los instrumentos conceptuales de la sociología necesita del examen de la
cadena intergeneracional1 a través de la cual se transmite/recibe el
conocimiento producido por los antecesores a los sucesores y lo que éstos
hacen con él.
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Usamos aquí el concepto de generación en su acepción fenomenológica, esto es grupos de individuos
que se encuentran dentro de un campo social intersubjetivo en el que comparten coordenadas de
significación similares, así como experiencias intelectuales, sociales y políticas comunes que, no obstante,
pueden ser procesadas diferencialmente. Esto último da lugar a la posibilidad de distinciones
nosotros/ellos dentro de una misma generación. Schutz, 1972.
confirmación, redefinición o incluso negación2. Algunas disciplinas tienen
condiciones que les permiten suturar estos desgarrones y representarse su
propio desarrollo como un proceso acumulativo; tal es el caso de las ciencias
naturales, en las que los nuevos practicantes se socializan en un patrimonio de
conocimiento que no necesariamente está en continua revisión, sino que se
considera como una referencia estable que no requiere discusión constante, por
lo que su formación da comienzo en lo que podríamos llamar la frontera o los
“últimos desarrollos” de la disciplina (Lakatos, 1987). El caso de las ciencias
sociales es otro: por contener una especie de “excedente” de interpretabilidad
mantienen una relación con sus legados mucho menos suave, por lo que la
discusión sobre sus herramientas conceptuales, sus fundamentos y su propia
historia es más frecuente. Esto es así, no sólo por razones internas a la
disciplina, sino también externas, como veremos más adelante.
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Dejamos intencionalmente de lado, por representar por sí mismo un vasto campo de estudio, el tema de
la fluidez de las identidades intelectuales dentro de una misma generación de practicantes de la
sociología. Este problema se profundiza en las condiciones de la modernidad contemporánea, dada la
ausencia de puntos de referencia estables, la ampliación del espectro analítico y de las posibilidades de
análisis, la multiplicación de los lugares de observación social, así como la “densificación” de los
intercambios informacionales y de la circulación de las ideas a nivel global.
pasado/presente conceptual de la sociología nace de esta diferencia y de los
requerimientos de autoorientación disciplinar e histórica que supone.
Del planteamiento anterior obtenemos una conclusión parcial que es, al mismo
tiempo, nuestro punto de partida analítico: consideramos que la constitución del
cambio conceptual como un objeto de investigación pasa, necesariamente, por
el reconocimiento de la historicidad del mismo, así como de la delimitación de
las diversas coordenadas espacio/temporales en las que una categoría es
construida, recibida y aplicada por una comunidad de conocimiento. El
abordaje de esta dimensión temporal requiere de una perspectiva sociológica
interpretativa, abierta a los saberes teóricos y empíricos, tanto de nuestra propia
disciplina, como de la historia social y cultural. Pensamos que el estado actual
de desarrollo de la sociología sienta condiciones para que profundice su
intercambio con otros patrimonios intelectuales, sin que en este proceso vaya de
por medio, necesariamente, la disolución de su identidad disciplinar.
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Llamamos histórica a esta veta de análisis por razones de economía expositiva. Pensamos que la
hermenéutica (en las vertientes despsicologizadas de Hans G. Gadamer y Paul Ricoeur), la
fenomenología sociológica de Alfred Schutz, la propuesta de historia conceptual ligada a R. Koselleck,
así como el individualismo metodológica de Max Weber ofrecen herramientas que contienen un amplio
potencial para el análisis de la construcción, difusión, variación y usos de los patrimonios conceptuales de
la sociología.
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Usamos la noción de historia efectual en el sentido propuesto por Gadamer: conciencia de la posición
hermenéutica del intérprete frente a lo interpretado. Esta posición implica una situación que delimita las
posibilidades de “ver”. A este concepto le es intrínseca la noción de horizonte como ángulo de “visión
que abarca y encierra todo lo que es visible desde determinado punto”. Podemos así hablar de horizontes
amplios, estrechos, cambiantes, de su apertura, (Pappe, 2000) etc. Llevadas estas nociones al estudio de
los conceptos, habría que considerarlos en primer término como “textos a comprender”, como
inscripciones escriturarias que contienen la sedimentación del conjunto de sus efectos en el tiempo:
acciones, lecturas, interpretaciones, olvidos, omisiones, etc. Cf. Gadamer, 1987, especialmente la parte II.
que parten de coordenadas espacio/temporales específicas que han vuelto
nuestras prácticas intelectuales tendencialmente reflexivas; 3) en las
condiciones societarias de la modernidad contemporánea (tardía, radicalizada,
líquida, postradicional, etc.) no sólo los marcos de interpretación que orientan
las formas de vida cotidianas son relativamente inestables, sino también las
construcciones conceptuales de los científicos sociales que encuentran
distancias importantes entre las posibilidades de las teorías y conceptos que
utilizan para hacer inteligible la realidad social y el propio curso empírico de
dicha realidad, volviéndose problemático el uso pre-reflexivo de aquéllos y
estimulando un continuo examen de sus herramientas conceptuales; 4) todos
los supuestos anteriores implican una temporalidad compleja en la que se
entrecruzan presente, pasado y futuro en una relación que incluye tanto
tradición como innovación, tanto preservación como cambio.
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La recepción del pasado supone una herencia que puede pensarse a través del concepto de tradición
pensado más como un legado del pasado potencialmente abierto a la interpretación, más que como un
esquema determinante y unívoco (Pappe, 2000).
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Distanciándose así de la hermenéutica de la recuperación que postula como tarea central la restauración,
a partir de las huellas, de un pasado original perdido. Los representantes más importantes de la
hermenéutica de la recuperación son Schleiermacher y Dilthey.
proyectos, expectativas, acciones, etc. implicados en el uso de un concepto a lo
largo del tiempo7. Se trata sólo de reconocer la necesidad de un mínimo de
conciencia temporal en el estudio de la categoría en caso, al menos la necesaria
para entender que nuestra propia lectura/reescritura supone implícitamente
criterios de selección y la adscripción a un determinado círculo de juicios
previos, a un horizonte temporal finito y específico. En otras palabras: se trata
de reconocer la diferencia entre el horizonte de enunciación del contenido del
concepto y el propio como presente en constante formación, así como asumir
nuestras prácticas como índices y factores de dicha historia efectual.
7
“La afirmación de que la historia efectual puede llegar a hacerse completamente consciente es tan
híbrida como la pretensión hegeliana de un saber absoluto en el que la historia llegaría a su completa
autotransparencia y se elevaría así hasta la altura del concepto” (Gadamer, 1987: 372). Lejos de ello, la
conciencia de la historia efectual es sólo un momento del estudio de lo que se ha recibido del pasado, pero
un momento crucial: el que permite obtener la pregunta que vertebrará nuestro “diálogo” con la tradición
que hemos recibido de nuestros antecesores.
vasto y creciente conjunto de saberes potencialmente disponibles que sería
imposible agotar, incluso a lo largo de una vida dedicada a su estudio? ¿cómo
identificar qué porciones de dicho conjunto tiene pertinencia contemporánea?
¿cómo encontrar una guía mínima que permita dar un sentido a lo que, sin ella,
sería un conjunto caótico de singularidades? La rutinaria práctica de seleccionar
determinados segmentos del conocimiento disciplinar para su estudio y/o
aplicación empírica supone un conjunto de criterios que vienen dados por el
objeto a investigar, por la especialidad, por la perspectiva, por los recortes que
consideramos pertinentes. Estos criterios se reciben del pasado a través de
complejos procesos de socialización intelectual y son perceptible o
imperceptiblemente reinterpretados a la luz de las situaciones móviles en las
que llevamos a cabo nuestro trabajo como practicantes de la sociología.
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Este optimismo no desmiente el hecho de que, por ejemplo, clásicos como Durkheim o Weber tuvieran,
también, clara conciencia de los límites y dificultades que la ciencia misma planteaba. La afirmación
tampoco supone desconocer la sobrecarga de expectativas que la propia sociedad depositaba en la ciencia.
del capitalismo, la intensificación de los procesos migratorios a nivel global, la
multiplicación de los marcos de significación y los modos de vida, por mencionar
sólo sus rasgos más notables ) y la distancia que la separa de las expectativas
9
de las generaciones precedentes.
9
Espacio de experiencia y horizonte de expectativas son los conceptos que hemos tomado de Reinhard
Koselleck para aplicarlos al caso de la mutación de los conceptos. Esta pareja conceptual designa la
diferencia temporal entre el antes y el después y la extrañeza que deriva de ella. Cf. Koselleck, R. 2001,
especialmente el último capítulo.
interpretación a través de los cuales los actores y los observadores, en cada uno
los ámbitos señalados, tratan de “seguir adelante”10.
Para los primeros esto significa continuar con sus vidas y, para los segundos,
dar continuidad a la producción de un conocimiento válido y significativo sobre lo
social. Lograr esta continuidad es una tarea cada vez más complicada tanto
para los actores, como para las comunidades de conocimiento, dada la
aceleración creciente de los cambios en la sociedad y el consecuente recorte de
los plazos en los que ha de tener lugar la adaptación/adecuación a ellos. La
expectativa de “vida” de un marco de sentido en la vida cotidiana o de un marco
analítico para una disciplina es cada vez más corta (frecuentemente menor a la
duración de una vida individual) lo que supone una exigencia constante de
revisión y reflexividad tanto para los actores como para los observadores a fin
de que el conocimiento respectivo mantenga su capacidad de orientación de la
experiencia.
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Nos referimos con esta expresión al carácter pragmático que Alfred Schutz pone en el centro de su
sociología del conocimiento, tanto para el caso de los actores en la vida cotidiana, como a sus
observadores científicos. (Cf. Schutz, 1972).
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Ejemplos relativamente recientes son los conceptos siguientes: contingencia, ambivalencia,
riesgo/peligro, globalización, reflexividad, modernidades múltiples, individualismo institucionalizado,
frecuentemente fragmentados y desgajados de los debates, las discusiones, las
obras, etc. que son su referente. Esto representa un incremento considerable
de la necesidad de reflexión disciplinar de la sociología sobre sus herramientas
conceptuales, puesto que su status no es autoevidente.
Así, ya no podemos dar por sentado que el uso de una categoría o concepto
tiene un sentido unívoco, sino que hay que aclararlo y argumentarlo. Si, por otro
lado, nuestro trabajo se ubica en el propio campo del estudio de las mutaciones
conceptuales, a ello hay que agregar la necesidad de comprender con mayor
profundidad las prácticas disciplinarias a través de las cuales se cumple esa
tarea. De ahí la pertinencia de problematizar sociológicamente prácticas
rutinarias que están en la base del quehacer sociológico, tales como la lectura,
la reescritura (Chartier, 1996), la selección/exclusión de los universos de estudio
de determinados conceptos, autores y obras, la citación, la rememoración e,
incluso, el olvido y el rechazo conceptual. Podríamos hablar, en este sentido, de
la necesidad disciplinar de pasar de la actitud natural a la actitud reflexiva12 si la
sociología pretende continuar con una trayectoria histórica en la que, de un
modo u otro, positivo o negativo, ha contribuido a hacer inteligible la realidad
social y a orientar sus proyectos.
tradición, incertidumbre. Todos ellos están asociados al debate sobre el status de la modernidad
contemporánea frente a la “modernidad inicial”; no obstante, el debate como tal aparece fugaz y
fragmentariamente cuando acudimos a los soportes textuales electrónicos de dichos conceptos.
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Hacemos uso aquí de la célebre distinción introducida por Alfred Schutz en su sociología
fenomenológica y ampliamente recuperada posteriormente por la sociología de cuño interpretativo.
(nuevos pasados/presentes conceptuales) en un proceso intelectual abierto e
incierto. Los conceptos recibidos escapan de su situación original y llegan a
otros (y posteriores) horizontes espacio/tiempo, contribuyendo a la formación del
presente y a la elaboración de las esperas de futuro. Cuando revisamos un
concepto, se actualiza la experiencia contenida en ellos y se le re-coloca en
nuevas coordenadas, organizándose con ello otro modo de inteligibilidad. La
situación presente permite conocer la situación pasada de un modo diverso al
de sus actores y observadores; permite también efectuar un re-encadenamiento
válido que no está estrictamente en la experiencia pasada, sino que es un efecto
–así sea sólo parcial- del ordenamiento del observador.
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La idea de una temporalidad compleja que enlaza estos tres tiempos la hemos tomado de la filosofía
analítica de la historia (Arthur C. Danto, 1989), así como de la propuesta de historia conceptual de
de la idea de futuro, la reducción de los tiempos dentro de los cuales se
establece lo nuevo (o lo que se cree nuevo), la percepción de cambios súbitos
en el plano de la experiencia social, la coexistencia de orden y desorden, de
regularidad y contingencia, así como un desgaste acelerado de la experiencia
pasada como fuente de orientación de la acción presente, cuyas directrices ya
no se pueden deducir a-priori de ella (Koselleck, 2001).
Reinhard Koselleck. El primero llega a ella a través del examen de los elementos narrativos del discurso
histórico, el segundo por la vía de la elaboración de una monumental obra orientada a la historia de los
conceptos como índices y factores de la experiencia histórico-social. Ver, en este mismo volumen, el
trabajo de Moya, L.
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Por ejemplo: comunidad/sociedad; solidaridad mecánica/solidaridad orgánica; sociedades
modernas/sociedades tradicionales; racionalización/tradición, etc.
luz de las situaciones disciplinares presentes, con la finalidad de extraer de
estas prácticas un mínimo de orientación para el futuro. Todo esto sin perder
de vista que el tiempo presente tiene el privilegio de ser el único tiempo al que
está reservada la iniciativa y la acción, el único que tiene la posibilidad de crear
sentido y producir innovación, el único que tiene la responsabilidad de la
transmisión intergeneracional del acervo de conocimiento de nuestra disciplina.