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APUNTE DE CLASE: EMILE DURKHEIM Y LA DIVISIÓN DEL TRABAJO SOCIAL.

I
Emile Durkheim (1858-1917) iniciará su trayectoria de investigación como sociólogo con la publicación de su
tesis doctoral en el año 1893. Titulada “La División del Trabajo Social” consiste en un extenso trabajo, en el
cual reflexionó de manera profunda acerca de los grandes cambios sociales que se estaban produciendo en la
Francia de su época: el desarrollo creciente de la industria, el impacto que la misma tenía en la sociedad, la
tendencia a la especialización de las tareas y trabajos que la componen, etc. En una época muy convulsionada,
donde las transformaciones y cambios sociales estaban a la orden del día, Durkheim buscó reflexionar acerca
de qué es lo que mantiene el orden en la sociedad, cómo se explicaba que en un contexto de tantas
transformaciones la sociedad se mantuviese unida, cómo con la mayor especialización y división de las tareas
en la industria las personas sigan permaneciendo unidas y persiguiendo fines comunes.
Para ello, propondrá como el objeto de estudio de su trabajo a la naciente ‘división del trabajo’. Como
propondrá al año siguiente en sus “Reglas del método sociológico” (1894), Durkheim comenzará su estudio
buscando definir qué entiende precisamente por división del trabajo. En la medida en que la misma fue
variando de manera notable a lo largo de los años y las épocas, buscará definirla a partir de lo que tiene en
común a lo largo de la historia, esto es, a partir de su función en la sociedad. Para Durkheim, la división del
trabajo no cumple sólo una función económica de aumentar la productividad o de ahorrar trabajo, sino que
cumple una función estrictamente social: crear un sentimiento de solidaridad entre las personas. La división
del trabajo no tiene como función embellecer las sociedades o aumentar el rendimiento económico de las
mismas, sino que su principal función es favorecer el desarrollo de lazos entre los individuos, generar
sentimientos de solidaridad entre las personas para mantenerlas unidas. Liga a los individuos entre sí y los
conduce a concertar esfuerzos en común, estrechando fuertes lazos de solidaridad entre ellos que exceden el
mero ámbito del trabajo y se extienden a otras esferas de la sociedad. No sólo establece un orden en el ámbito
laboral, sino que colabora en la institución de un orden social y moral entre las personas. La división del
trabajo constituye, por lo tanto, la principal fuente de solidaridad social entre las personas.
Pero una vez que encontró en la solidaridad social el objeto de estudio de su investigación, comenzaron a
surgir los problemas: ¿cómo podría estudiar los lazos de solidaridad de una sociedad si constituyen hechos
morales que no se pueden observar de manera directa? ¿Cuál sería la forma científica y objetiva de estudiar
este hecho social, si no se puede percibir o aprender de manera concreta? Los lazos de solidaridad, para
Durkheim, son hechos sociales demasiado indefinidos para que se pueda llegar a ellos fácilmente. Son hechos
intangibles que no ofrecen un objeto concreto y delimitado de observación. Para que adquieran una forma
observable y comprensible, sería necesario observar las consecuencias sociales en las que se traducen. Como
planteará más adelante en sus reglas del método sociológico, buscará estudiar el hecho interior de la
solidaridad social (que no es observable) a partir de un hecho social externo que lo simbolice y con el que esté
relacionado (que sí es observable). El hecho exterior con el que se vincula la solidaridad social es, para
Durkheim, el derecho. Esto se debe a que, según el autor, cuanto más solidarios son los miembros de una
sociedad, más relaciones sostienen entre sí. Cuando estas relaciones son más estables y permanentes, tenderán
a organizarse en torno a ciertas normas. El derecho, para Durkheim, representa una de las formas de organizar
las relaciones sociales entre los individuos y, por ende, reflejará las formas esenciales de los lazos de
solidaridad social. Por lo tanto, el método que utilizará Durkheim para estudiar la solidaridad social es el
siguiente: si el derecho es un reflejo o expresión de las principales formas de solidaridad social, entonces al
clasificarse los diferentes tipos de derecho que existen, se podrán distinguir cuáles son las diferentes especies
o tipos de solidaridad social que corresponden a cada uno de ellos.
Según Durkheim, existen dos tipos principales de derecho o sanciones jurídicas. El primero de ellos lo
denomina derecho represivo, y comprende a aquellos que consisten en infligir un dolor o sufrimiento al
individuo sancionado, con el objetivo de perjudicarlo o privarlo de algo como castigo. Este tipo de normas es
característico del derecho penal. El segundo tipo lo denomina derecho restitutivo y, lejos de imponer un
sufrimiento al sancionado, tiene como objetivo poner las cosas en su lugar, restablecer las relaciones
perturbadas bajo su forma normal. Este tipo de normas comprenden el derecho civil, mercantil, procesal,
administrativo y constitucional, entre otros.
II
Comencemos por el primero de ellos. El derecho represivo, para Durkheim, representa un tipo de solidaridad
social cuya ruptura constituye un crimen que debe ser sancionado. Pero este tipo de derecho, como el derecho
penal, cuentan con una característica particular. A diferencia de otros cuerpos de normas cuya función es
establecer ciertas obligaciones o reglas y definir las sanciones a su transgresión, el derecho penal se ocupa
sólo de dictar sanciones y nada dice acerca de las obligaciones a que aquellas se refiere. Para Durkheim, el
que las reglas o normas a las cuales hace referencia este tipo de derecho no se encuentren expresamente
formuladas, se debe a que las mismas son ampliamente conocidas y aceptadas por todo el mundo, razón por la
cual no resultaría necesario detallarlas por escrito.
Estas reglas o normas implícitas a las que alude el derecho represivo forman parte de lo que Durkheim
denominará como conciencia colectiva o común. La conciencia colectiva refiere al conjunto de creencias y de
sentimientos que son comunes al término medio de los miembros de una misma sociedad, las cuales
constituyen un sistema determinado que tiene una vida propia por sobre los individuos particulares. Es decir,
la conciencia colectiva no es igual a la sumatoria de creencias particulares de cada individuo, sino que
constituye un sistema de creencias y sentimientos que son comunes a todos los individuos en tanto miembros
de una sociedad.
Esta conciencia colectiva se caracteriza por no encontrarse presente en un órgano único o en un lugar
determinado de la sociedad, sino que está difusa, diseminada en toda la sociedad. A su vez, como se afirmó
antes, la conciencia colectiva es independiente a las condiciones particulares de los individuos; a medida que
los individuos pasan, la conciencia colectiva se mantiene, es exterior y autónoma respecto al individuo. No
cambia con cada generación sino que, por el contrario, liga a cada una con las generaciones que le siguen.
Por lo tanto, según Durkheim, se podría decir que un acto es criminal - y sancionable por el derecho represivo
- cuando ofende los estados fuertes y definidos de la conciencia colectiva, cuando atenta contra estas creencias
y sentimientos que son comunes a todos los miembros de la sociedad 1. No es que un acto hiere a la conciencia
común porque es criminal, sino que es criminal precisamente porque hiere a la conciencia común. No lo
reprobamos porque es un crimen, sino que es un crimen porque lo reprobamos.
De esta manera, el crimen ofende los sentimientos más colectivos y compartidos al interior de una sociedad.
Atenta contra los estados más fuertes de la conciencia común, contra las creencias más universalmente
aceptadas por los miembros de una sociedad. Por esta razón, no toleran ninguna forma de contradicción o
amenaza. Ante la perturbación de estas creencias, no basta con un simple poner las cosas en orden, sino que
demandan una satisfacción más violenta. Al reclamar la represión de un crimen, no somos los individuos los
que nos queremos vengar personalmente de quien lo cometió, sino que se quiere vengar algo más grande y
superior a nosotros que ha sido ultrajado. En la medida en que los crímenes ofenden a un ser o ente abstracto o
superior (llámese moral, deber, justicia o sociedad), los individuos demandan la venganza de éste. Y, en tanto
ser superior, la proporción del castigo demandado será mucho mayor, ya que debe ser proporcional al ultraje u
ofensa cometido sobre el mismo. Es por esta razón que Durkheim afirmará que el carácter social de la
reacción ante el crimen deriva de la naturaleza social de los sentimientos ofendidos. Esto es, en la medida en

1 Sin embargo, hay casos en los que la explicación precedente no parece aplicarse. Hay actos que son más severamente
reprimidos por el derecho penal que rechazados por los individuos. Esto se debe a que, una vez que un poder de gobierno se
establece en una sociedad tiene, por sí mismo, bastante fuerza para vincular ciertas reglas de conducta con una sanción penal.
Esto es, cuando se establece un poder director (como puede ser el Estado) su primera y principal función es hacer respetar las
creencias, tradiciones y prácticas colectivas de la sociedad. Es decir, defender la conciencia común contra todos los enemigos
de dentro y de afuera. Se transforma así en un símbolo, una encarnación de la conciencia colectiva. Al encarnarla, este poder
comparte la autoridad de la conciencia colectiva y adquiere de ella su fuerza para sancionar los actos que atentan contra ella.
Pero no sólo se encargará de rechazar toda oposición hacia la conciencia colectiva, sino que hará lo mismo con toda amenaza
hacia él mismo, utilizando la autoridad que le confiere la conciencia colectiva para señalar como crímenes actos que lo hieran (a
pesar de que no hieran, en el mismo grado, a los sentimientos colectivos). Por lo tanto, recibe de la conciencia colectiva la
energía y fuerza necesaria para crear crímenes y delitos, aún cuando no ofendan estrictamente a la primera.
que se atenta contra sentimientos presentes en todas las conciencias, la infracción cometida suscita en todos
los individuos una misma indignación y demanda de castigo.
Por lo tanto, y a partir de lo dicho hasta aquí, Durkheim podrá arribar a una primera afirmación. El derecho
represivo refleja la existencia de un tipo particular de solidaridad, a la cual denominará solidaridad mecánica
o de semejanzas. ¿Qué caracteriza a este tipo de solidaridad? Durkheim afirmará, como ya se dijo
previamente, que existen dos tipos de conciencia. El primero constituye nuestra personalidad individual y
contiene los diferentes estados personales de cada uno que nos caracterizan como individuos. El segundo,
comprende los estados de conciencia que son comunes a toda la sociedad, y que ya se definieron como
conciencia colectiva. Según Durkheim, ambas conciencias se encuentran ligadas entre sí, son solidarias. Y de
esta relación de solidaridad entre conciencia individual y conciencia colectiva, se produce la ligazón entre el
individuo y la sociedad, el primero se siente parte de la segunda. Lo que es más, no sólo se mantiene la unión
entre el individuo y la sociedad, sino que se garantiza que la misma sea armónica y estable. Mantiene la
cohesión social y el orden social al garantizar la existencia de ciertas semejanzas – ciertos sentimientos
comunes – entre todos los miembros de la sociedad. Y mientras sean más fuertes las ideas y creencias
comunes que las que pertenecen a cada persona en particular, más fuertes serán los lazos de solidaridad que
liguen a los individuos. Mientras más subordinada esté la conciencia individual a la conciencia colectiva, más
fuertes serán los lazos que produzca este tipo de solidaridad, a la que Durkheim denominará como mecánica.
III
Habiendo definido al derecho represivo y la solidaridad mecánica que éste encarna, pasemos al segundo tipo
de derecho. El derecho restitutivo, por sus características, dará claras muestras de que corresponde a un tipo
diferente de solidaridad social. Esto se debe a que el derecho restitutivo no busca cumplir una función de
castigo o expiación, sino que sólo busca volver las cosas a su estado normal. No busca imponerle a quien ha
violado una norma un sufrimiento proporcional al perjuicio cometido, sino que quiere volver sobre el pasado
para restablecerlo en su forma normal, corregir el desequilibrio producido por la transgresión a la norma en la
medida de lo posible. Por lo tanto, la sanción restitutiva difícilmente puede cumplir la función de preservar o
defender la conciencia colectiva, ya que sino demandaría una restitución más grave como lo hace el derecho
represivo. Por el contrario, las reglas de la sanción restitutiva no determinan las relaciones que alcanzan a todo
el mundo, no rigen las relaciones entre el individuo y la sociedad como un todo, y no actúan en defensa de la
conciencia colectiva. Su ámbito de acción es la determinación de las relaciones entre partes limitadas y
específicas de la sociedad a las cuales relaciona entre sí.
De este modo, el derecho restitutivo no regula las relaciones entre los individuos y la sociedad, entre los
miembros de la misma y los sentimientos y creencias comunes a todos ellos. Sino que, por el contrario, regula
las relaciones de cooperación entre distintas partes de la sociedad; cooperación que procede de la división del
trabajo. Por ejemplo, el derecho familiar viene a regular las diferentes funciones familiares y lo que deban ser
ellas en sus mutuas relaciones. Es decir, expresa las relaciones de solidaridad entre los miembros de la familia
como consecuencia de la división del trabajo doméstico. El derecho contractual viene a regular las relaciones
de solidaridad entre las partes firmantes del acuerdo; el derecho procesal actúa armonizando los lazos entre las
partes que participan en los procesos judiciales (magistrados, defensores, abogados, jurados, demandantes y
demandados); el derecho administrativo regula las funciones de las diversas actividades que participan en las
prácticas administrativas públicas.
De esta manera, se observa que el derecho restitutivo exterioriza un tipo de solidaridad diferente, que se deriva
directamente de la división del trabajo social. Durkheim denominará a este tipo como solidaridad orgánica. A
diferencia de la solidaridad mecánica, la solidaridad orgánica no liga al individuo con la sociedad, sino que
busca mantener a la sociedad unida a partir de regular las diferentes partes que la componen. A su vez, la
solidaridad orgánica parte de una mirada distinta de la sociedad. Mientras que la solidaridad mecánica opera
sobre sociedades entendidas como el reflejo de una conciencia colectiva común a todos (un conjunto de
creencias y sentimientos comunes a todos los miembros de la sociedad, y que los iguala y asemeja), la
solidaridad orgánica se observa en sociedades entendidas como un sistema de funciones diferentes y
especiales unidas por relaciones definidas. Son sociedades que no se caracterizan por las semejanzas de sus
miembros, sino por la creciente diferenciación de sus partes y las relaciones que las ligan entre sí. Y, por
último, la solidaridad orgánica se caracteriza porque no actúa afianzando las semejanzas entre los individuos,
como la solidaridad mecánica, sino que parte de la diferencia entre ellos. Con el creciente desarrollo industrial
de las sociedades y su progresiva especialización, resulta necesario que cada individuo tenga su esfera de
acción propia en la cual pueda desarrollar su personalidad y conciencia individual para la ejecución de la tarea
específica que lo ocupa. Se necesita que la conciencia colectiva deje descubierta una parte de la conciencia
individual para que en ella se desarrollen las funciones específicas de la tarea que ocupa el individuo en
particular. Se podría percibir este aumento del espacio personal del sujeto como una tendencia hacia la
individualización y un aumento de la libertad individual en el seno de la sociedad. Pero esto no significa que
la sociedad pierda su unidad. Por el contrario, cuanto más dividido está el trabajo, más dependientes son las
partes que componen esta división (ya que por separado pierden sentido y significado). La sociedad se
constituye en una unidad al entablar relaciones orgánicas entre las partes que la componen.
De este modo, tanto el derecho restitutivo como la solidaridad orgánica que expresa, cumplen una función
similar a la del sistema nervioso en el cuerpo humano: regulan las diferentes funciones del cuerpo de modo
que puedan concurrir armónicamente.
IV
Sin embargo, todo lo dicho hasta ahora, se refiere a la división del trabajo en cuanto fenómeno normal. Pero
como todo hecho social, la división del trabajo se encuentra sujeta a formas patológicas. Si normalmente la
división del trabajo social produce solidaridad orgánica, bajo su forma patológica puede producir resultados
muy diferentes e. incluso, opuestos.
Durkheim planteará dos ejemplos en los cuales la mayor división del trabajo no trajo aparejada un aumento de
la solidaridad social. Un primer caso es el de las crisis industriales o comerciales, en las cuales las quiebras de
empresas cada vez más diversas y especializadas daría cuenta de un desajuste entre las diferentes funciones
del sistema económico. Un segundo caso refiere al antagonismo entre el trabajo y el capital. Con el aumento
de la división del trabajo se dio un aumento del conflicto entre los obreros y sus empleadores y no un
crecimiento de la solidaridad entre ellos.
Según Durkheim, para que haya solidaridad orgánica no basta con que exista un sistema de órganos necesarios
unos a otros y, por ende, resulte necesaria la solidaridad entre ellos. Sino que es necesario que las formas en
que concurran, las relaciones que los unan, se encuentren de alguna manera predeterminadas y reguladas. Las
relaciones que regulan y determinan las diferentes funciones de cada órgano deben contar con cierta fijeza y
regularidad. El diagnóstico que realiza Durkheim de la Francia de su época es que hay una falta de
reglamentación en la división del trabajo social que conduce a la imposibilidad de regular la armonía de las
funciones sociales de cada órgano que la compone. Y, lo que es peor, cuanto mayor es la especialización de las
funciones y más compleja la organización de las mismas, más necesaria es la reglamentación entre las partes
y, por lo tanto, mayor será el desequilibrio generado por su ausencia. La Francia de finales del siglo XIX
ofrece un espectáculo particular: una división del trabajo como un agregado de partes cada vez más
especializadas pero desunidas entre sí. Para Durkheim, esto no puede representar más que una forma
patológica o anormal de la división del trabajo, una en la que no se producen lazos de solidaridad ya que no
existen normas o reglas que regulen las funciones sociales de cada órgano o parte que componen a la
sociedad. Si se entiende al estado de anomia como la ausencia de reglas, será entendible que Durkheim
denomine a esta forma patológica como la división anómica del trabajo social.
Por lo tanto, Durkheim concluirá que para superar este estado de desequilibrio y perturbación social que
atraviesa Francia, resulta necesario hacer cesar el estado de anomia en el que se vive, encontrar los medios
para que los distintos órganos de la sociedad abandonen esos movimientos discordantes y concurran de
manera armónica. Resulta necesario reglamentar las relaciones económicas y sociales para abandonar este
estado de anomia y lograr una mayor cohesión y solidaridad entre las partes que constituyen a la sociedad.

Bibliografía.
• Durkheim, E. [1893] (2011). La división del trabajo social. Buenos Aires, Centro Editor de Cultura.

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