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Kepler fue el primero en desarrollar las leyes que rigen las órbitas a partir de observaciones empíricas del movimiento
de Marte apoyadas, en gran parte, en observaciones astronómicas realizadas por Tycho Brahe. Años después, Newton desarrolló su ley
de gravitación basándose en el trabajo de Kepler.
Isaac Newton introdujo la idea de que el movimiento de los objetos en el cielo, como los planetas, el Sol, la Luna, y el movimiento de
objetos en la Tierra, como las manzanas que caen de un árbol, podría describirse por las mismasleyes de la Física. En este sentido él
unificó la dinámica celeste y terrestre por eso su Ley de gravitación se llama Universal.
Usando la ley de Newton de gravitación, se pueden demostrar las leyes de Kepler. Esta demostración es fácil para el caso de una órbita
circular y más difícil para las órbitas elípticas, parabólicas e hiperbólicas. En el caso de la órbita de dos cuerpos aislados, por ejemplo el
Sol y la Tierra, encontrar la situación en un momento posterior, conociendo previamente la posición y velocidad de la Tierra en un
momento inicial, se conoce como el (problema de los dos cuerpos) y está totalmente resuelto, es decir, hay un conjunto de fórmulas que
permiten hacer el cálculo.
Si el número de cuerpos implicados es tres o más el problema no está resuelto. La solución del problema de los ncuerpos (que es el
problema de encontrar, dado las posiciones iniciales, masas, y velocidades de n cuerpos, sus posiciones para cualquier instante) no
está resuelto por la mecánica clásica. Sólo determinadas simplificaciones del problema tienen solución general.
Los movimientos de tres cuerpos se pueden resolver en algunos casos particulares. El movimiento de la Luna influido por el Sol y
la Tierra refleja la dificultad de este tipo de problemas y ocupó la mente de muchos astrónomos durante siglos.
Determinación de órbitas[editar]
La mecánica celeste se ocupa de calcular la órbita de un cuerpo recién descubierto y del que se tienen pocas observaciones; con tres
observaciones ya se puede calcular los parámetros orbitales. Calcular la posición de un cuerpo en un instante dado conocida su órbita
es un ejemplo directo de mecánica celeste. Calcular su órbita conocidas tres posiciones observadas es un problema mucho más
complicado.
La planificación y determinación de órbitas para una misión espacial interplanetaria también es fruto de la mecánica celeste. Uno de las
técnicas más usadas es utilizar el tirón gravitatorio para enviar a una nave a otro planeta cuando el combustible del cohete no hubiera
permitido tal acción. Se hace pasar a la nave a una corta distancia de un planeta para provocar su aceleración.
Ejemplos de problemas[editar]
El problema de tres o más cuerpos no es un problema teórico sino que la naturaleza está llena de ellos, lo que nunca se da en la
naturaleza es el problema de dos cuerpos que es una situación irreal que no se produce. Algunos ejemplos:
x Movimiento de Alfa Centauri C bajo la acción de la estrella binaria, Alfa Centauri (dos componentes de aproximadamente la misma
masa).
x Movimiento de una sonda espacial aproximándose a un planeta doble, por ejemplo Plutón con su luna Caronte (la proporción de
masa 0,147)
x El movimiento de la nave Apollo 11 en su viaje a la Luna, sometida a la atracción de la Tierra y la Luna.
x Órbita de un planeta, por ejemplo Mercurio, alrededor del Sol y sometido a la acción de todos los demás planetas.
La teoría de perturbaciones[editar]
La teoría de perturbaciones comprende métodos matemáticos que se usan para encontrar una solución aproximada a un problema que
no puede resolverse exactamente, empezando con la solución exacta de un problema relacionado. Así, en el caso del planeta alrededor
del Sol, se puede considerar que se trata de un problema de dos cuerpos (su movimiento es una elipse) y tratar la acción de los demás
cuerpos como perturbaciones a esa elipse encontrada que causarán variaciones de la excentricidad, oscilaciones del plano de la órbita
que hará variar la posición del nodo, o el giro del eje mayor de la órbita que hará variar el perihelio.
Para todos los planetas estas variaciones calculadas se adaptaban a las observadas, excepto para el caso de Mercurio donde había un
exceso en el giro del perihelio que no tenía explicación. El descubrimiento de esta pequeña desviación en el avance del perihelio
de Mercurio se atribuyó inicialmente a un planeta cercano al Sol, hasta que Einsteinla explicó con su teoría de la Relatividad.
Perturbaciones inversas[editar]
Saber la perturbación que causa un cuerpo conocido sobre otro cuerpo, por ejemplo la acción de Júpiter sobre la órbita de Urano, es un
tema de perturbaciones directas. Al aplicar todas las perturbaciones de los cuerpos conocidos a la órbita de Urano, quedaba un residuo
sin explicar. Se pensó que se debían a un cuerpo desconocido: en este caso, se veía el efecto, pero se desconocía la masa y posición
del causante.
El movimiento extraño de Urano, causado por las perturbaciones de un planeta hasta entonces desconocido, permitió a Le
Verrier y Adams descubrir al planeta Neptunomediante cálculos. Descubrir la órbita, masa y posición del cuerpo que causaba la
perturbaciones en la órbita de Urano es un caso de perturbación inversa, y es mucho más complicado que el problema habitual.
Relatividad General[editar]
Después de que Einstein explicara la precesión anómala del perihelio de Mercurio, los astrónomos reconocieron que existen limitaciones
a la exactitud que puede proporcionar la mecánica newtoniana.
La nueva visión de la mecánica y de la gravitación de Einstein es utilizada sólo en ciertos problemas específicos de la mecánica celeste
dado que, en la mayoría de los problemas que aborda esta disciplina, sigue siendo suficientemente precisa la mecánica newtoniana.
Entre los temas que requieren el concurso de la relatividad general están, por ejemplo, las órbitas de los púlsares binarios, cuya
evolución sugiere la existencia de la radiación gravitacional. Aunque la teoría de Einstein predice las ondas gravitacionales, esta
radiación no se ha observado directamente, pero sí indirectamente, a través del cambio en elperíodo orbital del púlsar binario PSR
1913+16, para el cual la predicción mediante relatividad general difiere en sólo un 1%.
Algunas teorías postulan también la existencia de una partícula, el gravitón, responsable de mediar la fuerza gravitacional, tal como
sucede en la física de partículas con las otras tres fuerzas fundamentales.
Mecánica Celeste. La mecánica celeste es una rama de la astronomía y la mecánica que tiene por objeto el estudio de
los movimientos de los cuerpos en virtud de los efectos gravitatorios que ejercen sobre él otros cuerpos celestes. Se
aplican los principios de la física conocidos como mecánica clásica Ley de la Gravitación Universal de Isaac Newton).
Estudia el movimiento de dos cuerpos, conocido como problema de Kepler, el movimiento de los planetas alrededor
del Sol, de sus satélites y el cálculo de las órbitas de cometas y asteroides. Es la ciencia que estudia el movimiento y
las mutuas atracciones gravitacionales de los cuerpos celestes en el espacio. Su nacimiento se puede hacer coincidir
con la publicación por parte de Isaac Newton (1624.1727) de sus Principio, es decir con la formulación de la teoría de
la gravitación universal. Continuadores de esta ciencia fueron, en el siglo XVIII, el físico y matemático suizo Euler,
que realizó cálculos precisos sobre el movimiento de la Luna, de los planetas mayores y de los cometas, y el
francés Alexis Claude Clairaut que calculó el efecto perturbador de los planetas sobre el Cometa Halley. En el siglo
siguiente, el descubrimiento más importante debido a la mecánica celeste es, sin lugar a duda, la localización del
planeta Neptuno a partir de las perturbaciones medidas sobre Urano. El cálculo fue realizado independientemente por
los científicos J.C. Adams y U. Leverner.
El desarrollo moderno de la mecánica celeste permite el cálculo de las trayectorias de las sondas para la exploración
del Sistema Solar. Gracias a la ayuda de los ordenadores ha sido posible aprovechar el paso de las sondas junto a los
planetas para obtener fantásticas aceleraciones y desviaciones de ruta, que han llevado a las sondas mismas a citas
sucesivas con otros cuerpos celestes.
Descubrimiento
Marie Curie
Quien observa el cielo con un mínimo de asiduidad muy pronto se encuentra con que hay astros que al paso de unos
días describen trayectorias irregulares, que además recorren a velocidad variable, dando incluso lugar a inversiones
de movimiento, si bien temporalmente. En el siglo VI el filósofo jónico Anaxímenes de Mileto los llamó Planetas (los
errantes), término que permaneció en uso desde entonces para diferenciarlos de las Estrella. Las primeras ideas claras
sobre el movimiento de los planetas las dio Eudoxio (408 355 a.c). Su sistema consistía en esferas cristalinas
concéntricas, que con sus movimientos regulares reproducían los movimientos planetarios, para los movimientos del
Sol se requerían tres; para la Luna tres; cuatro para cada uno de los planetas conocidos, y una parte del cielo
estrellado; en total veintisiete.
Aristóteles modificó el sistema de Eudoxio transformándolo en un compacto modelo mecánico, que para dar cuenta
de los movimientos planetarios requería de cincuenta y cinco esferas; en ambos sistemas la tierra ocupa el
centro. Aristarco de Samos fue el primero en formular la Teoría heliocéntrica, este astrónomo trabajó del 310 al 230
a.c y ya Arquímedes el más genial de los matemáticos de la antigüedad; que vivió del 287 al 212, nos relata que
“Aristarco escribió un tratado acerca de ciertas hipótesis de que las estrellas fijas y el sol permanecían inmóviles y
que la tierra giraba alrededor del sol según una circunferencia, encontrándose el sol en el centro de la órbita". Hiparco
astrónomo griego trabajó en la isla de Rodas, fue el recopilador del catálogo que ha llegado hasta nuestros días a
través de Ptolomeo en su Almagesto.
Ptolomeo en el siglo segundo de nuestra era, efectuó la revisión de Hiparco y recopiló antiguas observaciones de
eclipses. Pero caóticamente preservó la teoría geocéntrica, donde se supone que los planetas en conjunto con el sol
giran alrededor de la tierra en un período de un año, describiendo órbitas circulares o deferentes. Además, los cinco
planetas describen órbitas con movimiento uniforme sobre el deferente. Como colapso de la astronomía, la iglesia
apoyó el sistema de Ptolomeo, por unos 1200 años hasta que en 1543 un clérigo polaco llamado Copérnico propuso
un sistema donde los planetas giran en órbitas circulares alrededor del sol, Copérnico señalo a Aristarco como
inspirador de la obra mientras que la iglesia católica no se hizo esperar, Copérnico recibió el ejemplar impreso en su
lecho de muerte en1550, en 1600 un astrónomo de nombre Giordano Bruno condenado a la hoguera por apoyar las
ideas de Copérnico y en 1616 su obra fue puesta entre las heréticas.
Aportes de científicos
Nicolás Copérnico
Nicolás Copérnico formuló una teoría en la que los cuerpos no giraban alrededor de la Tierra, sino alrededor del Sol.
Además apuntó que la gravedad era el mecanismo responsable del movimiento de los planetas.
Galileo
Galileo Galilei inventó el primer telescopio y realizó las primeras observaciones planetarias. Galileo descubrió que
todos los objetos caen a una misma velocidad e independientemente de su masa.
Newton
La ley de gravitación universal de Isaac Newton afirma que cada par de partículas del universo se atraen mutuamente.
La fuerza de atracción de dos cuerpos es directamente proporcional a cada masa e inversamente proporcional al
cuadrado de la distancia que las separa.
Einstein
Albert Einstein resolvió Por qué la gravedad provocaba el movimiento de los planetas. En su teoría general de la
relatividad resolvió la ecuación propuesta por Newton. La gravedad se producía por una curvatura en el espacio
tiempo. Su principio de equivalencia explica la gravedad como la caída libre de un objeto hacia otro. Una órbita es
realmente una línea recta. Un objeto que cae hacia otro, está viajando en línea recta a través del espaciotiempo. Sin
embargo, la curvatura del tiempo dobla su trayectoria en una órbita cerrada y al mismo tiempo, el espacio provoca
que se curve sobre sí mismo. La distancia entre dos puntos es precisamente ese espacio de curvatura. Einstein
afirmaba que no se podía hablar de tiempo y espacio por separado, sino insertado dentro de un mismo concepto. Un
objeto con mayor masa tendrá mayor gravedad. La masa no sólo deforma el espacio sino también el tiempo.
De la antigüedad a la edad media
El movimiento aparente de los planetas
Durante la mayor parte de su historia, desde la antigüedad hasta el siglo XIX, la astronomía ha estado limitada al
estudio del movimiento aparente de los planetas en el cielo. Antes de abordar esta historia, no es pues inútil recordar
algunas nociones sobre los movimientos que animan los cuerpos del sistema solar.
Nuestro sistema está dominado desde todos los puntos de vista por el Sol que puede ser considerado como su centro.
Esta estrella está acompañada de una comitiva de ocho planetas: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno,
Urano y Neptuno. Antes del siglo XVIII, solo cinco de entre ellos eran conocidos: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y
Saturno —no estando la Tierra reconocida como un planeta.
Revolución y rotación
Cada planeta gira alrededor del Sol, en un movimiento llamado revolución. En el caso de la Tierra, este es el período
de este movimiento, es decir la duración de una vuelta completa, que define un año.
A la revolución en torno al Sol se añade la rotación de cada planeta sobre sí mismo. El período de esta rotación en la
Tierra —24 horas— define la duración de un día. El principal movimiento aparente de los astros en el cielo se debe a
esta rotación de la Tierra sobre sí misma y nos da la impresión de que el Sol gira alrededor de la Tierra durante el día
y que la bóveda estrellada gira en el curso de la noche.
La rotación aparente de la bóveda celeste por encima del observatorio Gemini Sud. Esta superposición de imágenes
tomadas en un periodo de 4 horas y media hace claramente aparecer el efecto de la rotación terrestre.
Crédito: Gemini Observatory / AURA
Los movimientos aparentes
Supongamos ahora que se congela el movimiento de rotación de la Tierra. Es entonces la revolución de los planetas
alrededor del Sol que provoca desplazamientos aparentes. En efecto, si los planetas se desplazan con relación al Sol,
su posición en nuestro cielo va a cambiar ligeramente en el curso del tiempo, una deriva observable gracias al fondo
fijo constituido por las estrellas. Éstas aparecen fijas porque se encuentran a distancias enormes y sus movimientos
son indetectables.
Así, por ejemplo, la posición aparente del planeta Marte con relación al fondo estrellado cambia poco a poco y el
planeta parece derivar ligeramente hacia el este. El caso de Mercurio y Venus es todavía más complicado porque las
órbitas de estos planetas están en el interior de la de la Tierra. Ambos astros no pueden pues encontrarse en cualquier
dirección del cielo, sino permanecen confinados en la proximidad del Sol y parecen oscilar lentamente alrededor de
él.
El movimiento retrógrado
La situación general se vuelve más compleja por el hecho de que la Tierra gira también alrededor del Sol. Esto da
origen a un fenómeno llamado movimiento retrógrado de los planetas. Para comprenderlo, haga la experiencia
siguiente. Levante un dedo delante de usted y muévalo lentamente hacia la izquierda. Desplace entonces rápidamente
su cabeza en el mismo sentido. Por un efecto de proyección, su dedo parece desplazarse hacia la derecha.
Esta composición de imágenes separadas por 5 a 7 días desde finales de octubre de 2.011 (arriba a la derecha) hasta
principios de julio de 2.012 (abajo a la izquierda), sigue el movimiento retrógrado del planeta rojo, Marte, a través
del cielo nocturno del planeta Tierra. Crédito:Cenk E. Tezel y Tunç tezel
Es el mismo fenómeno que explica el movimiento retrógrado de Marte. La mayor parte del tiempo, este planeta se
desplaza hacia el este en el cielo a causa de su movimiento de revolución. Sin embargo, cuando la Tierra pasa entre él
y el Sol, el desplazamiento más rápido de nuestro planeta crea un efecto de proyección que nos da la impresión de
que el planeta rojo se desplaza en el otro sentido, hacia el oeste. Esto continúa hasta que la Tierra se aleje y Marte
reanude su progreso normal.
Como veremos más tarde, el movimiento retrógrado de los planetas fue históricamente el mayor rompecabezas de los
astrónomos. Los principios de la astronomía
Los hombres ya observaban el cielo hace decenas de millares de años. Fenómenos tales como el desplazamiento del
Sol en el cielo o los cambios de aspectos de la Luna les eran familiares.
La medida del tiempo
Poco a poco, comenzaron a utilizar estos fenómenos en su provecho. El movimiento del Sol en el cielo, desde el este
al amanecer hasta el oeste al crepúsculo, podía servirles para medir el tiempo en el curso del día. El ciclo de las fases
de la Luna les permitía establecer un calendario muy útil para fijar la fecha de fiestas religiosas.
Otro fenómeno más lento también resultó de una gran utilidad. El aspecto del cielo nocturno no era lo mismo a lo
largo del año, algunas estrellas solo eran visibles en verano, otras únicamente en invierno. Además, si se examinaba
la posición aparente de la salida del sol con relación a las estrellas, resultaba claramente que esta posición no era fija,
sino cambiaba lentamente de un día a otro.
Los Antiguos habían comprendido que este movimiento estaba unido al ciclo de las estaciones. Después de un ciclo
completo, la salida del sol encontraba la misma posición con relación a las estrellas. El fenómeno permitía así crear
un calendario extremadamente útil para la agricultura, que permitía prever el periodo más favorable para las semillas
y las cosechas.
En sus principios, la astronomía era pues una herramienta esencialmente de medida del tiempo. Su desarrollo fue
acelerado probablemente por el problema siguiente. Los primeros astrónomos se dieron cuenta que los tres intervalos
de tiempo básicos, el día, el mes —definido por el ciclo lunar— y el año, no eran compatibles entre ellos. En
particular, el año no correspondía ni a un número entero de meses, ni a un número entero de días.
El establecimiento de calendarios fiables necesitaba en consecuencia una observación muy atenta del cielo. Así es
como la observación de los astros en el cielo se desarrolló y alcanzó un nivel muy alto, como lo demuestran los
escritos de las grandes civilizaciones antiguas, en particular en Mesopotamia, Egipto y China. Es en esta época, para
situarse más fácilmente en la bóveda celeste, que los astrónomos agruparon algunas estrellas —de modo totalmente
arbitrario— para formar figuras reconocibles: las constelaciones.
Descripciones del mundo
Además de un conocimiento del movimiento de los astros, las antiguas civilizaciones desarrollaron descripciones del
mundo y explicaciones de su origen.
Todas estas teorías tenían por punto común colocar la Tierra en el centro del Universo. Para los Babilonios, por
ejemplo, nos encontrábamos dentro de una cúpula inmensa y sólida rodeada de agua. Agujeros en esta cúpula
permitían al agua infiltrarse y dar origen a la lluvia. En Egipto, el cielo era el cuerpo de la diosa Nout y la Tierra el
del dios Geb. Las estrellas eran fuegos que dejaban la Tierra y se elevaban hacia el cielo.
Otro aspecto común de estas descripciones era la creencia en un poder que los astros podían ejercer sobre los
hombres. En efecto, para los antiguos, el Sol, la Luna y las estrellas eran fenómenos naturales al igual que las
precipitaciones de lluvia, por ejemplo. Por esta razón, los astros debían también tener una influencia principal sobre
la vida de los hombres. De ahí se desarrolló la idea —falsa— que la posición de los astros en el cielo tenía un
significado oculto: la astrología había nacido.
Todas las representaciones del mundo imaginadas por estas civilizaciones tenían en común limitarse a una
descripción de las apariencias. No buscaban descubrir de ley subyacente o elaborar una explicación racional del
mundo.
El milagro griego
Esta voluntad de superar las apariencias y buscar un orden en el Universo no apareció hasta al primer milenio antes
de nuestra era, en Grecia. Las primeras tentativas de aportar una explicación racional al mundo fueron el hecho de
filósofos jónicos del siglo VII antes de nuestra era, como Tales de Mileto, Anaximandro o Anaxímenes. Aparecieron
entonces varios sistemas del mundo diferentes, más caprichosos unos que otros, pero que tenían el inmenso mérito de
querer explicar el mundo con la ayuda de leyes naturales, mejor que recurriendo a la magia o a los caprichos de los
dioses.
Un paso adelante fue llevado a cabo en el siglo VI antes de nuestra era por Pitágoras y sus discípulos, con una
primera teoría del movimiento de los cuerpos celestes, llamada Armonía de las Esferas. En esta teoría, la Tierra era
una esfera situada en el centro del mundo. Alrededor de ella, encontrábamos una sucesión de esferas que llevaban
cada una un cuerpo celeste, en el orden: la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Por fin, la última
esfera se suponía llevar las estrellas fijas.
Estas esferas no estaban fijas, sino en rotación. Para los pitagóricos, los cuerpos celestes no se desplazaban pues ellos
mismos, sino eran simplemente arrastrados por la rotación de sus esferas respectivas. Evidentemente, este modelo era
incapaz de explicar las irregularidades en el desplazamiento de los planetas, en particular el movimiento retrógrado.
La astronomía en Mesopotamia
La astronomía tal como la conocemos nació en Mesopotamia, una región situada entre el Tigris y Éufrates, que
corresponde más o menos a Iraq actual. El territorio a su vez dominado por diferentes civilizaciones, conoció una
historia muy rica y ocupó un lugar fundamental en la historia de la ciencia occidental.
Historia
El primer gran período histórico de esta región es la civilización sumeria, que se establece alrededor de 5300 y que
ve en particular el nacimiento de la escritura, bajo forma cuneiforme, entre 3.500 y 3.000.
Hacia 1.900 comienza un primer período cuando Mesopotamia va a ser dominada por la ciudad de Babilonia. Es el
periodo paleobabilónico, que unifica la región durante 300 años hasta la caída de Babilonia en las manos de
los hititas hacia 1.600. Estos no van a demorarse, sino rápidamente a dejar el sitio a los casitas justo hacia 1.155.
La región es dominada a continuación por la influencia creciente de los asirios, un pueblo del norte de Mesopotamia.
El imperio neoasirio se establece en 911 y dura hasta la caída de la capital Nínive en 612, a las manos de los
babilonios y de sus aliados medos y escitas.
Babilonia reanuda entonces su influencia y es la era más rica en descubrimientos, el imperio neobabilónico (también
conocido bajo el nombre de era caldeana), que comienza en 626 y durará hasta la conquista por los persas en 539.
Tablilla cuneiforme que contiene antiguas observaciones del planeta Venus (Nínive, siglo 7 antes de nuestra era,
copia de un texto babilónico de 1000 años antes). Crédito: British Museum
Las matemáticas y el sistema sexagesimal
La civilización sumeria se distingue por un desarrollo muy avanzado de las matemáticas, tanto en aritmética como en
álgebra y geometría. Los matemáticos sumerios crean, por ejemplo, tablas de multiplicación, división, raíces
cuadradas y cúbicas y comienzan a resolver ecuaciones algebraicas.
Se tendrá en cuenta, en particular, que Sumeria desarrolla un sistema sexagesimal, basado en el número 60, en vez de
nuestro sistema decimal basado en el número 10. Es a esta civilización que debemos la división del círculo y del cielo
en 360 grados y la división de las horas en 60 minutos, luego en 60 segundos.
Probablemente no sabremos jamás porqué los sumerios escogieron el número 60 como base. Una ventaja posible de
este sistema es que el número 60 es divisible por muchos factores, en particular 2, 3, 4, 5, 6 y 10. Es de hecho el
número más pequeño divisible por todos los enteros de 1 a 6. Esta propiedad podía proporcionar más flexibilidad que
la base 10 para subdividir medidas en fracciones iguales. Este sistema permite en todo caso expresar grandes números
utilizando pocos símbolos, lo que habrá facilitado el desarrollo de las medidas y cálculos.
Las constelaciones y la astrología
Los astrónomos sumerios quieren orientarse más fácilmente en el cielo. Para hacerlo, asocian algunas estrellas que
aparecen próximas en el cielo en grupos más fáciles de reconocer. Inventan así las constelaciones más antiguas como
Leo (el león), Taurus (el toro), Escorpio (el escorpión) y Capricornio, (la cabra del mar).
Los primeros textos astrológicos todavía en existencia datan del período paleobabilónico. Las predicciones están
basadas entonces en la posición de la Luna en el cielo, en particular en su posición durante la aparición de la primera
media luna al principio de cada mes. Las predicciones de esta época no se aplican a los individuos, sino más
generalmente al futuro del país, sus cosechas, sus guerras o sus epidemias.
Una serie famosa de tablillas de la era casita, Enuma Anu Enlil, muestra una evolución hacia predicciones basadas en
la posición aparente de los planetas en el cielo, en particular Venus y Marte. Venus entonces es asociado con Ishtar,
la diosa del amor, y sus peregrinaciones se suponen permitir predicciones sobre el amor y la fertilidad. En cambio, el
planeta Marte es asociado con Nergal, el dios de la guerra y los infiernos, y las predicciones se relacionan a futuros
conflictos y guerras.
Un enfoque más sistemático de la observación del cielo se describe en un conjunto de tablillas que datan de la época
asiria, hacia el año 1.000, y han sobrevivido hasta nuestros días: las tablillas Mul Apin. Éstas clasifican las estrellas y
constelaciones en tres grupos bien delimitados y asociados con tres dioses. En el Norte Enlil, el dios del viento, a lo
largo del ecuador celeste Anu, dios del cielo, y en el Sur Ea, dios de los aguas dulces. La gran mayoría de las
constelaciones en estas tablillas corresponden a las del mundo griego y son pues el origen de la organización del cielo
que utilizamos hoy.
La organización del cielo será completada más tarde bajo el imperio neobabilónico que divide el zodíaco en 12 signos
de 30 grados, nombrados según su constelación principal. Todos los elementos de la astrología están entonces
colocados —anotamos esto por razones históricas, la astrología no tiene evidentemente ninguna credibilidad en la
ciencia moderna.
La observación y las medidas del cielo
Visto su interés por la observación del cielo, en particular por razones astrológicas, las civilizaciones mesopotámicas
proporcionaron contribuciones mayores en la observación del movimiento aparente de los cuerpos celestes y el
establecimiento de un calendario.
Los astrónomos paleobabilónicos establecieron un calendario lunisolar, basado a la vez en el movimiento aparente de
la Luna y del Sol. Básicamente, el año está formado de 12 meses lunares, teniendo el mes una longitud variable de 29
o 30 días. Evidentemente, como el año real basado en el movimiento del Sol es un poco más largo que 12 meses
lunares, este sistema básico se habría movido lentamente con el tiempo. Para que el ciclo de las estaciones quede fijo
con relación al calendario, los paleobabilónicos ajustan pues su calendario básico intercalando un decimotercer mes
cuando lo consideran necesario, alrededor de cada tres años.
Durante este mismo período, los astrónomos comienzan a tomar nota de la fecha de la primera salida del planeta
Venus como “estrella” de la noche y su última puesta como “estrella” de la mañana. La famosa tablilla Ammisaduqa,
que sobrevivió, nos proporciona estos datos sobre un período de 21 años. Los babilonios se dan cuenta de que el
movimiento de Venus es periódico, es decir, se reproduce de manera idéntica después de un determinado intervalo.
También se dan cuenta por primera vez que la estrella de la mañana y la estrella de la tarde sólo son un único astro.
Bajo el imperio neobabilónico va a establecerse un registro más detallado, sistemático e ininterrumpido del
movimiento de la luna, los eclipses, conjunciones con estrellas brillantes; pero también acontecimientos no
astronómicos como terremotos, epidemias y nivel de las aguas. Los astrónomos babilónicos descubren en particular
que el ciclo de los eclipses se repite cada 18 años (el ciclo metódico).
Estas observaciones precisas y continuas van a permitir a los astrónomos babilónicos predecir de antemano
numerosos movimientos y fenómenos, por ejemplo, el desplazamiento diario de la luna con relación a las estrellas, el
momento en que pueden producirse eclipses, o bien el intervalo del tiempo entre entre el amanecer y el atardecer.
El nacimiento de la ciencia occidental
Debemos a la astronomía mesopotámica la asociación del cielo en constelaciones, la división de las horas en sesenta
minutos y los minutos en sesenta segundos, pero también medidas sistemáticas del cielo en siglos. El estudio de los
cielos progresará aún bajo la dominación persa, pero es con la invasión de Alejandro Magno, en 331, que el saber
babilónico será transmitido a los sabios griegos, en particular Aristóteles, que pasarán a la etapa siguiente.
En efecto, los babilónicos solo medían el movimiento de los astros para establecer tablas de posición y hacer
predicciones astrológicas. Eran excelentes observadores y matemáticos, pero no se preguntaron sobre la naturaleza de
los planetas y no trataron de comprender porqué estos seguían trayectorias particulares en el cielo. Habrá que esperar
el milagro griego para que comience a interrogarse la naturaleza de estas estrellas vagabundas y que aparezcan los
primeros modelos geométricos del mundo. La astronomía de Egipto antiguo
¡Solamente la Biblioteca de Alejandría había resistido a guerras y conquistas!
Desgraciadamente, nuestros conocimientos sobre la astronomía de Egipto antiguo son muy limitados y nos vienen
papiros raros así como algunas inscripciones sobre tumbas o templos.
La astronomía tenía una enorme importancia para la civilización egipcia, tanto desde un punto de vista religioso
como en la organización de la vida diaria, en particular en la medida del tiempo.
En la mitología egipcia, la diosa Nout representa el cielo, Shou el aire y Geb la tierra. Esta imagen muestra una
parte del papiro Greenfield (1.025 antes de nuestra era) dónde se ve el cuerpo de Nout, sostenido por Shou, y el de
Geb, en el suelo. Crédito: British Museum
Un año solar de 365 días
A causa de la revolución anual de la Tierra alrededor del Sol, la posición aparente de nuestra estrella con relación a la
bóveda celeste se desplaza lentamente hacia el este en el curso del año. Por consiguiente, cada mañana, nuevas
estrellas que antes estaban perdidas en las luces del alba se vuelven visibles en el horizonte justo antes del amanecer.
Llamamos esta primera aparición en el año el orto helíaco (de la palabra griega para el Sol: helios).
En la época de Egipto antiguo, la crecida del Nilo se producía todos los años alrededor del 19 de julio. Pura
coincidencia, es también en esta época que la estrella más brillante del cielo, Sirio, llamada Sothis en griego y Sopdet
en egipcio, tenía su orto helíaco y hacía pues su primera aparición del año. Como la crecida del Nilo iba a fertilizar
las tierras y alimentar al pueblo, la observación del orto helíaco de Sirio, y más generalmente del cielo nocturno, se
volvió un elemento esencial de la civilización egipcia.
Al basar su medida del tiempo en el movimiento aparente del Sol, antes que en los ciclos de la Luna, los Egipcios
inventaron el calendario solar. Como el orto helíaco de Sirio se producía aproximadamente cada 365 días y noches,
dividieron el año en 365 días. Como el ciclo de la Luna duraba más o menos 30 días y noches, dividieron el año en 12
meses de 30 días, estando aún dividido cada mes en tres décadas de 10 días.
Por fin, para llegar a un total de 365, añadieron cinco días suplementarios, llamados días epagómenos, que pasaron a
ser días de celebración de los dioses Osiris, Seth, Isis, Neftis y Horus.
Como el año astronómico no dura exactamente 365 días, el calendario egipcio derivaba suavemente con relación al
ciclo de la bóveda celeste, alrededor de un día cada cuatro años. La crecida del Nilo sólo coincidía pues con el
principio oficial del año cada 1.460 años, una duración de tiempo que se llamó ciclo sotíaco.
Será necesario esperar que Julio César instaure el calendario juliano y sus años bisiestos en el 45 antes de nuestra era
para que el calendario se ajuste mejor a los astros.
Un día de 24 horas
Los Egipcios inventaron también la división del día en 24 horas. Para navegar mejor en la bóveda celeste y medir el
paso del tiempo, recortaron el cielo en pequeños grupos de estrellas bien reconocibles que se levantaban unos tras
otros en el curso de la noche. Para coincidir con las décadas de 10 días, cada grupo de estrellas había sido escogido de
tal forma que su orto helíaco esté separado del precedente en 10 días. Se contaba pues con 36 grupos de estrellas que
se llamaron decanatos.
Puesto que la duración de la noche depende de las estaciones, el número de decanatos observables durante una noche
es variable. Pero al principio del verano, en la época de orto helíaco de Sirio, la noche solo dura alrededor de 8 horas
y solo 12 decanatos son observables. Este número se tomó —de manera un poco arbitraria— como base del nuevo
sistema. El principio se extendió al día dividido a su vez en 12 horas. Es así que los Egipcios establecieron el día de
24 horas que aún utilizamos.
Los monumentos
La fascinación de los egipcios por el cielo también se tradujo en la arquitectura de algunos de sus monumentos. Por
ejemplo, las grandes pirámides de Guiza estaban alineadas sobre los cuatro puntos cardinales con una precisión
impresionante, del orden de algunos minutos de arco. Por supuesto, a causa de la precesión de los equinoccios, el
norte de la época no estaba en la dirección de la estrella polar actual, sino en la de la estrella Thuban, en la
constelación del Dragón.
Otro ejemplo conocido es el templo de AmónRa en Karnak, que por su parte se alineaba con la dirección del Sol
naciente durante el solsticio de verano.
Los mitos
Los egipcios tenían una mitología muy rica y a menudo asociada con los fenómenos celestes. En algunos textos, el
mundo era una gran caja rectangular cuyos lados norte y sur eran los más largos. Sobre esta caja se encontraba un
techo llano, sostenido por cuatro pilares. Estos últimos estaban conectados por una cadena montañosa y un río celeste
fluía tranquilamente en una proyección a lo largo de esta cadena. Las barcas navegaban por este río celeste y
transportaban la Luna, el Sol y los planetas.
En otra interpretación, era el cuerpo de la diosa Nout, desplegado por encima del mundo, brazos y piernas separados,
que formaba la bóveda celeste. Su útero engendraba cada mañana el Sol al este y su boca se lo tragaba al atardecer al
oeste. Geb, el dios de la Tierra, estaba acostado bajo Nout, su esposa y hermana.
Todos los cuerpos celestes estaban generalmente asociados a las divinidades. El Sol representaba a diferentes dioses
en función de su posición en el cielo, Jepri al amanecer, Ra al mediodía y Jnum por la noche. La Luna también
representaba varias divinidades, Jonsu, Tot e Iah
La constelación de Orión tenía una importancia muy particular y evocaba a Osiris, el primer niño de Nout y Geb, dios
de la muerte y la renovación. La muerte de Osiris y su renacimiento eran símbolos poderosos de la sequía anual de
Egipto siempre seguida de la crecida del Nilo y la fertilización de las tierras.
La astronomía griega
Desde un punto de vista histórico, la astronomía griega ha sido dominada por dos personajes, Aristóteles y Tolomeo,
que introdujeron ideas y modelos incorrectos que iban a dominar el pensamiento científico durante casi dos
milenarios.
Aristóteles
El personaje clave es Aristóteles, un filósofo del siglo IV antes de nuestra era, que se apoyó en las ideas de uno de sus
predecesores, Platón. Según este último, el mundo debía tener una forma esférica y el movimiento de todo cuerpo
celeste debía ser circular y uniforme, es decir, a velocidad constante.
En el sistema de Aristóteles, como en el de Pitágoras, la Tierra estaba inmóvil en el centro del mundo y rodeada de
una sucesión de esferas cristalinas. El problema del modelo de Pitágoras residía en el hecho de que cada planeta
estaba asociado con una sola esfera, lo que no podía explicar las irregularidades de los movimientos aparentes.
Aristóteles superó este problema creando un sistema más complejo que contenía 55 esferas encajadas unas en las
otras. Cada planeta estaba entonces asociado con un grupo de esferas cuyos movimientos se superponían. El hecho de
combinar diferentes rotaciones permitía dar a cada planeta un movimiento complejo que podía estar ajustado para
corresponder al que se observaba en el cielo.
Con una combinación de 55 esferas, Aristóteles, lograba relativamente bien reproducir los movimientos aparentes de
los planetas. Su sistema tenía, sin embargo, un defecto mayor: era incapaz de explicar las variaciones de luminosidad
aparente de los planetas.
Sabemos hoy, que estas variaciones son debidas al cambio de distancia entre la Tierra y cada planeta. Pero en el
sistema de Aristóteles los planetas se encontraban a una distancia fija de la Tierra y las modificaciones de resplandor
quedaban inexplicadas.
Aristóteles introdujo también un concepto más filosófico que iba a ser aceptado hasta el siglo XVI: la distinción entre
la Tierra y los cielos. Para él, el interior de la órbita lunar, lo que incluía la Tierra y su atmósfera, representaba el
reino de la imperfección y del cambio. Más allá de la Luna, se encontraba el reino de la perfección y de la
inmutabilidad.
Tolomeo
El principal defecto del sistema de Aristóteles era su incapacidad para explicar las variaciones de resplandor de los
planetas. Por esta razón, un astrónomo de Alejandría, Claudio Tolomeo, modificó este sistema en el siglo II de
nuestra era, pero sin poner en entredicho los principios puestos por Platón y Aristóteles.
Claudio Ptolomeo, nació en el año 100 d. C. Falleció el año 170 d. C. a los 70 años. Klaudios Ptolemaios fue su
nombre en griego. Vivió y trabajó en Egipto (se cree que en la famosa Biblioteca de Alejandría), donde destacó entre
los años 127 y 145 d. C. Fue astrólogo y astrónomo, actividades que en esa época estaban íntimamente ligadas;
también geógrafo y matemático. Divulgador de la ciencia astronómica de la Antigüedad, se dedicó a la observación
astronómica en Alejandría en época de los emperadores Adriano y Antonino Pío. Crédito: Wikimedia Commons
Para Tolomeo, los cuerpos celestes no estaban unidos a esferas cristalinas centradas sobre la Tierra. De hecho, cada
planeta se desplazaba en un pequeño círculo, llamado epiciclo, cuyo centro mismo se desplazaba siguiendo un gran
círculo centrado sobre la Tierra, llamado deferente.
Ajustando el tamaño y la posición de todos los círculos involucrados, Tolomeo obtenía un sistema capaz de
reproducir con precisión los movimientos aparentes de los cuerpos celestes. Estaba además en condiciones de
explicar las variaciones de resplandor de los planetas, puesto que los veían ahora variar su distancia a la Tierra.
Este doble éxito explica que el sistema de Tolomeo, que mejoraba al de Aristóteles en la forma pero no el espíritu,
fue aceptado hasta el siglo XVI.
Heráclides
A pesar de la posición dominante de Aristóteles y Tolomeo, otros dos filósofos griegos propusieron sistemas mucho
más próximos a la realidad. En la época de Aristóteles, Heráclides avanzó que la Tierra no estaba inmóvil, sino que
de hecho giraba sobre sí misma. La rotación aparente de la bóveda celeste en 24 horas se explicaba entonces de
manera mucho más natural. La explicación era la buena, pero no fue aceptada.
Más tarde, para explicar los movimientos particulares de Mercurio y Venus, que parecían oscilar alrededor del Sol,
Heráclides avanzó que estos dos planetas no giraban alrededor de la Tierra, sino alrededor del Sol. Obtenía así una
descripción más próxima de la realidad, incluso si pensaba que el resto de los cuerpos celestes, incluido el Sol,
giraban aún alrededor de la Tierra.
Aristarco de Samos
Aristarco de Samos fue aún más lejos en el siglo III antes de nuestra era. Aplicando razonamientos geométricos a los
cuerpos celestes, en particular en el momento de los eclipses de la Luna, este filósofo griego estuvo en condiciones de
determinar las distancias relativas de la Luna y el Sol. También sacó a la luz que nuestra estrella era mucho más
grande que la Tierra.
Ahora bien, Aristarco de Samos tenía dificultad de convencerse de que un objeto enorme podía girar alrededor de un
cuerpo mucho más pequeño. Rechazó pues el sistema de Aristóteles y propuso uno nuevo, en el cual el Sol era el
verdadero centro del mundo y donde todos los planetas, excepto la Luna, gravitaban alrededor de este centro. Esta
descripción desgraciadamente no fue aceptada en la época.
La astronomía en tierra de Islam
Entre la época de Tolomeo y la de Copérnico, un período de más de mil años, la astronomía no conoce desarrollo notable en
Europa. En el mundo islámico, en cambio, van a producirse importantes progresos entre el siglo IX y el XI, tanto en
herramientas matemáticas de la astronomía como en la observación del cielo.
Un cuadrante de astrolabio (Damasco, Siria, 133334). Crédito: British Museum
Esta edad de oro de la astronomía musulmana va a comenzar bajo el reinado del califa AlRashid y después su hijo AlMamun,
los dos procurando promover el trabajo científico y cultural en su imperio. Durante su reinado en Bagdad, entre 813 y 833, el
califa AlMamun va así a fundar la biblioteca más grande desde la de Alejandría, la Casa de la Sabiduría, y establecer en el 829
el primer observatorio astronómico permanente del mundo.
El sabio más notable del siglo IX es el persa AlKhwarizmi. Escribe el primer libro sobre álgebra, Hisab aljabr w' al
muqabala, y funda al mismo tiempo esta disciplina. Introduce y difunde el uso de las cifras que utilizamos hoy (se las califica
como árabes aunque en realidad sean originarias de la India). Su principal contribución directa a la astronomía será el libro
Sindhind zij, basado en la astronomía hindú, en el cual establece tablas sobre la posición del Sol, la Luna y los planetas, y
estudia toda una serie temas como los eclipses o la visibilidad de la Luna.
Hacia la misma época, el persa AlFarghani escribe los Elementos de astronomía (Kitab fi alHarakat alSamawiya wa Jawami
Ilm alNujum), una obra basada en la astronomía de Tolomeo. Introduce también ideas nuevas, por ejemplo el hecho de que
la precesión debe afectar la posición aparente de los planetas, no solamente la de las estrellas. Esta obra desempeñará un papel
considerable en Europa occidental cuando se traducirá en latín en el siglo XII.
En torno al final del siglo IX, la figura dominante es el astrónomo árabe AlBattani que va a observar el cielo desde Siria y
hacer medidas de una precisión notable para la época. Va así a determinar la duración del año solar, el valor de la precesión de
los equinoccios y la oblicuidad de la eclíptica. Aprovecha también para establecer un catálogo de 489 estrellas.
Desde un punto de vista más teórico, su obra principal, Kitab alZij, es de una importancia fundamental porque introduce por
primera vez la trigonometría en el estudio de la esfera celeste. Este nuevo enfoque se revelará mucho más poderoso que el
método geométrico de Tolomeo. Este libro será traducido en latin en el siglo XII e influirá mucho sobre las grandes figuras
europeas de los siglos XVI y XVII.
En el 994, el astrónomo AlKhujandi, originario del actual Tayikistán, construye un enorme sextante mural al observatorio de
Ray cerca de Teherán, el primer instrumento que permite medidas más precisas que el minuto de arco. Lo utiliza en particular
para determinar un valor más fino de la oblicuidad de la eclíptica.
El astrolabio es un antiguo instrumento que permite determinar la posición de las estrellas sobre la bóveda celeste. La
palabra astrolabio procede etimológicamente del griego y puede traducirse como «buscador de estrellas». El astrolabio era
usado por los navegantes, astrónomos y científicos en general para localizar los astros y observar su movimiento, para
determinar la hora local a partir de la latitud o, viceversa, para averiguar la latitud conociendo la hora. También sirve para
medir distancias por triangulación.
Los marineros musulmanes a menudo lo usaban también para calcular el horario de oración y localizar la dirección de La
Meca. Durante los siglos XVI a XVIII, fue utilizado como el principal instrumento de navegación, hasta la invención del
sextante, en 1750. Crédito: Andrew Dunn. Wikimedia Commons
Hacia la misma época, aparece otro sabio, AlBiruni, originario de los alrededores del mar de Aral. Como estos predecesores,
se interesa por numerosos temas como las matemáticas y la geografía. En astronomía, se ilustra por sus observaciones de
eclipses lunares y solares, pero también por un enfoque más moderno del método experimental, en particular, cuando analiza
los errores que manchan sus medidas y las de AlKhujandi.
En el siglo XI, el persa Omar Khayyam, hoy más conocido por su poesía, se interesa también por diversos temas, en particular
el álgebra y la astronomía. Crea nuevas tablas astronómicas, pero se distingue sobre todo determinando la duración del año
solar con una precisión extrema para la época.
Esta edad de oro de la astronomía islámica va a acabarse en el siglo XII. Las obras de este período fasto van a ser traducidas
poco a poco en latín, en particular, en Toledo, España, y a difundirse en Europa. Será por medio de estas traducciones que los
sabios europeos del fin de la Edad media redescubrirán las teorías de Tolomeo y tendrán conocimiento de los avances hechos
en el mundo musulmán.
La llegada de la astronomía modernaNicolás Copérnico
El primer ataque de importancia contra las concepciones de los Antiguos fue llevado por un canónigo polaco, Nicolás
Copérnico, en la mitad del siglo XVI. Nacido en 1.473, Copérnico estuvo convencido muy joven, probablemente por
la lectura de Aristarco de Samos, que la Tierra no ocupaba el centro del mundo. Dedicó su tiempo libre a acumular
observaciones de los cuerpos celestes y cálculos de su órbita, con el fin de poner a punto un nuevo sistema del
mundo.
Nicolás Copérnico —en polaco Mikołaj Kopernik, en latín Nicolaus Copernicus— (Toruń, Prusia, Polonia, 19 de
febrero de 1473Frombork, Prusia, Polonia, 24 de mayo de 1543) fue un astrónomo del Renacimiento que formuló la
teoría heliocéntrica del Sistema Solar, concebida en primera instancia por Aristarco de Samos. Su libro De
revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes) suele ser considerado como el
punto inicial o fundador de la astronomía moderna, además de ser una pieza clave en lo que se llamó la Revolución
Científica en la época del Renacimiento. Copérnico pasó cerca de veinticinco años trabajando en el desarrollo de su
modelo heliocéntrico del universo. En aquella época resultó difícil que los científicos lo aceptaran, ya que suponía
una auténtica revolución. Crédito: Wikimedia Commons
Copérnico publicó el resultado de sus trabajos en 1.543 en De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las
revoluciones de las esferas celestes). En esta obra, el Sol ocupaba el centro del mundo y es alrededor de él que otros
cuerpos giraban, con el orden, Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter y Saturno.
La Tierra, que según los Antiguos y la Iglesia era el centro del mundo, se veía devuelta al rango de simple planeta en
órbita alrededor del Sol.
Hay que observar que la teoría de Copérnico no era el resultado directo de sus observaciones y sus cálculos, sino
justo una construcción puramente teórica. De hecho, su sistema no difería apenas del del Tolomeo en sus
predicciones del movimiento aparente de los astros.
Además, Copérnico quedaba convencido de que la órbita de los cuerpos celestes debía ser circular y recorrida a
velocidad constante como Aristóteles y Tolomeo. Para explicar el movimiento irregular de los planetas, también
debía introducir epiciclos y construir un sistema muy complejo.
El sistema de Copérnico presentaba sin embargo una ventaja principal: su mayor simplicidad. En particular, explicaba
el movimiento retrógradode los planetas sin recurrir a epiciclos, sino simplemente por una combinación de su
movimiento con el de la Tierra.
El movimiento de revolución era dado a conocer y rápidamente otros astrónomos trabajaron en establecer la
astronomía sobre bases más sólidas, por el mejoramiento de los medios de observación y por un esfuerzo de
comprensión de las órbitas planetariTycho Brahe
Después del cuestionamiento de la Tierra como centro del mundo por Copérnico, el concepto de inmutabilidad de los
cielos, otro trozo de la astronomía de Aristóteles, se derrumbó a finales del siglo XVI.
Una nueva estrella en un cielo inmutable
Esto se produjo en 1.572, cuando apareció en el cielo una nueva estrella que fue visible en pleno día durante un mes y
que continuó brillando durante un año y medio. Sabemos hoy que se trataba en realidad de una estrella de nuestra
Galaxia que acababa de estallar —una supernova.
Para los astrónomos de la época, que se remitían a la inmutabilidad de los cielos de Aristóteles, este fenómeno sólo
podía haberse producido en el interior de la esfera de la Luna, por lo tanto cerca de la Tierra, en el reino de la
imperfección y del cambio.
Tycho Brahe Acerca de este sonido escuchar (Castillo de Knudstrup, Escania, 14 de diciembre de 1546 – Praga, 24
de octubre de 1601) fue un astrónomo danés, considerado el más grande observador del cielo en el período anterior
a la invención del telescopio.
Hizo que se construyera Uraniborg, un palacio que se convertiría en el primer instituto de investigación
astronómica. Los instrumentos diseñados por Brahe le permitieron medir las posiciones de las estrellas y los
planetas con una precisión muy superior a la de la época. Atraído por la fama de Brahe, Johannes Kepler aceptó
una invitación que le hizo para trabajar junto a él en Praga. Tycho pensaba que el progreso en astronomía no podía
conseguirse por la observación ocasional e investigaciones puntuales sino que se necesitaban medidas sistemáticas,
noche tras noche, utilizando los instrumentos más precisos posibles.
Tras la muerte de Brahe las medidas sobre la posición de los planetas pasaron a posesión de Kepler, y las medidas
del movimiento de Marte, en particular de su movimiento retrógrado, fueron esenciales para que pudiera formular
las tres leyes que rigen el movimiento de los planetas. Posteriormente, estas leyes sirvieron de base a la ley de la
gravitación universal de Newton. Crédito: Wikimedia Commons
Pero gracias a las medidas precisas de la posición de la nueva estrella, el astrónomo danés Tycho Brahe mostró que
ésta estaba absolutamente inmóvil y fija con relación a las otras estrellas. Entonces, si la nueva estrella hubiera estado
realmente próxima a la Tierra, debería desplazarse en el cielo como los planetas.
Tycho Brahe llega pues a la única conclusión posible: la nueva estrella debía encontrarse mucho más lejos que los
otros planetas, en el ámbito de las estrellas. Los cielos no eran pues inmutables, sino sometidos al cambio como la
Tierra, y la duda comenzó a instalarse sobre el dogma de Aristóteles.
Un cometa más allá de la Luna
Estas dudas fueron confirmadas cinco años más tarde, en 1.577. Tycho Brahe observó el paso de un cometa brillante
y analizó su movimiento. Sus observaciones mostraron que el cometa se desplazaba con relación al fondo constituido
por las estrellas, pero mucho más lentamente que la Luna.
El cometa también debía pues encontrarse más allá de la órbita de nuestro satélite, aunque los cometas habían sido
siempre considerados como fenómenos atmosféricos.
Las observaciones de este cometa confirmaron pues los resultados de 1.572, poniendo en evidencia el segundo objeto
celeste sometido a cambios.
Las observaciones del cometa fueron todavía más lejos. Al analizarlas, Tycho Brahe mostró que la trayectoria del
cuerpo no era circular, sino de forma elíptica (óvalo). El último trozo del pensamiento aristotélico, el movimiento
circular de los planetas, también comenzaba a temblar.
El observatorio de Uraniborg
Tycho Brahe acometido en 1.576 la construcción de un observatorio en la isla de Ven, en Dinamarca. Pasó allí más
de 20 años efectuando medidas de la posición precisa de los planetas y las estrellas más brillantes.
El Uraniborg ('Castillo de Urania', en sueco) era un centro astronómico construido como un palacio entre los años
1576 y 1580 por el rey Federico II de Dinamarca y ubicado en la isla danesa de Ven (también conocida como Hven
o Hveen). La isla se sitúa en el Öresund entre Selandia y Escania. Su construcción fue dispuesta por el astrónomo
danés Tycho Brahe (1546–1601). El palacio Uraniborg recibe su nombre de Urania, musa de la astronomía. El
palacio también disponía de laboratorios para trabajos de alquimia y los jardines fueron cuidadosamente diseñados
con patrones geométricos de plantas y hierbas. Siguiendo las ideas de la época, Tycho pretendía vincular el estudio
de los astros con el de los metales bajo su influencia. Crédito: Wikimedia Commons
Aunque el telescopio y el anteojo astronómico quedaban por inventar, consigue obtener resultados de una precisión
inigualada para la época y pudo establecer un catálogo de estrellas que fue referencia mucho tiempo.
Pero sobre todo, puso a punto un conjunto de observación preciso del movimiento de los planetas en el cielo que
sirvió de base a nuestra comprensión definitiva de las órbitas planetarias, el resultado de los trabajos del astrónomo
alemán Johannes Kepler. Johannes Kepler
Johannes Kepler, nacido en 1.571, empezó su carrera como asistente de Tycho Brahe. A la muerte de este último,
todas las observaciones preciadas de planetas acumuladas durante una veintena de años se hicieron propiedad de
Kepler.
Las órbitas elípticas
El astrónomo alemán se interesó muy particularmente por el movimiento de Marte, que ningún sistema existente
lograba reproducir con precisión.
Después de cálculos muy laboriosos, Kepler se halló en situación de determinar el origen de las irregularidades del
movimiento de Marte: la órbita del planeta alrededor del Sol no era circular, sino era una elipse, un tipo particular de
óvalo.
Kepler publicó este resultado en 1.609, en Astronomia Nova (Astronomía nueva) y enterró definitivamente el antiguo
dogma de la circularidadde las órbitas planetarias.
Johannes Kepler (Weil der Stadt, Alemania, 27 de diciembre de 1571 Ratisbona, Alemania, 15 de noviembre de
1630), figura clave en la revolución científica, astrónomo y matemático alemán; fundamentalmente conocido por sus
leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del Sol. Fue colaborador de Tycho Brahe, a quien
sustituyó como matemático imperial de Rodolfo II.
En 1935 la UAI decidió en su honor llamarle «Kepler» a un astroblema lunar. Crédito: Wikimedia Commons
Una velocidad no uniforme
Kepler también mostró que Marte no recorría su órbita a velocidad constante, sino a una velocidad en función de la
distancia del planeta al Sol.
De hecho, Kepler descubrió que el Sol no se encontraba en el centro de la elipse de Marte, sino en un punto un poco
desplazado llamado foco de la elipse. Cuando el planeta pasaba por el punto más próximo de la órbita de este foco,
el perihelio, su velocidad era máxima. Cuando pasaba por el punto más alejado, el afelio, su velocidad era mínima.
Una relación entre período de revolución y tamaño de la órbita
Después del éxito de su estudio de Marte, Kepler también atacó a los otros planetas. Después de varios años de
cálculos, sacó a la luz una ley que describía el movimiento de cada planeta alrededor del Sol.
Puso de manifiesto que el cuadrado del período de revolución de un planeta, es decir, el tiempo necesario para hacer
una vuelta completa, era proporcional al cubo del tamaño de su órbita.
Esta ley se reveló extremadamente útil porque bastaba entonces con determinar uno de estos tamaños, período o
dimensión de la órbita, para conocer inmediatamente el otro.
Además, como esta ley se generaliza a todo cuerpo en órbita alrededor de otro, permitió más tarde determinar la masa
de numerosos cuerpos, tanto la de Plutón como la de numerosas estrellas binarias.
Según la primera ley de Kepler, cada planeta (M) del sistema solar se desplaza sobre una elipse y el Sol (S) está
situado en uno de los focos de esta elipse. Según la segunda ley de Kepler, una línea trazada entre el Sol y el planeta
barre siempre la misma superficie (en color amarillo) en un intervalo del tiempo dado: el planeta de desplaza pues
más rápidamente cuando se encuentra en su punto más próximo del Sol (el perihelio) que cuando se encuentra en su
punto el más alejado (el afelio). Según la tercera ley de Kepler, la relación del cuadrado del período de revolución
sobre el cubo del tamaño de la elipse es la misma para todos los planetas del sistema solar. Crédito: Wikimedia
CommonsGalileo Galilei
Paralelamente a los trabajos de Kepler, se produjo otro gran avance en el campo de observación. A principios del
siglo XVII, sabios holandeses tuvieron la idea de utilizar un juego de lentes para construir un instrumento óptico
capaz de aumentar las imágenes: el anteojo.
Galileo Galilei (Pisa, 15 de febrero de 15644 – Arcetri, 8 de enero de 1642) fue un astrónomo, filósofo, ingeniero,
matemático y físico italiano que estuvo relacionado estrechamente con la revolución científica. Eminente hombre del
Renacimiento, mostró interés por casi todas las ciencias y artes (música, literatura, pintura). Sus logros incluyen la
mejora del telescopio, gran variedad de observaciones astronómicas, la primera ley del movimiento y un apoyo
determinante para el copernicanismo. Ha sido considerado como el «padre de la astronomía moderna», el «padre de
la física moderna»8 y el «padre de la ciencia». Crédito: Wikimedia Commons
El mensajero de las estrellas
El uso de este instrumento primero fue limitado a los militares, pero en 1.610 un astrónomo italiano, Galileo Galilei,
construyó su propio anteojo y lo giró hacia el cielo. Hizo entonces descubrimiento sobre descubrimiento en un plazo
de tiempo récord.
Galileo describió este mismo año las maravillas que había descubierto en Sidereus Nuncius (el mensajero de las
estrellas): la Vía Láctea no era una mancha difusa sino aparecía formada por una miríada de estrellas; la superficie de
la Luna no era lisa sino presentaba montañas y cráteres; el planeta Júpiter se acompañaba de una comitiva de cuatro
satélites en órbita en torno él.
Un poco más tarde, Galileo hizo aún otros descubrimiento: el planeta Saturno no aparecía esférico sino presentaba un
disco deformado, indicio de la existencia de un cuerpo alrededor de él; el planeta Venus no tenía siempre el mismo
aspecto sino presentaba fases sucesivas como la Luna, y el disco del Sol no era uniforme sino salpicado por pequeñas
manchas oscuras.
Las observaciones de Galileo fueron el golpe de gracia para la concepción aristotélica del mundo, en cualquier caso
en la comunidad sabia.
Las manchas sobre el disco solar y los cráteres de la Luna probaban que los cuerpos celestes estaban lejos de la
perfección que Aristóteles les atribuía.
Los satélites de Júpiter aportaban la prueba de que la Tierra no era el centro de todos los movimientos celestes. Y las
fases de Venus sólo podían explicarse si este planeta giraba alrededor del Sol, no alrededor de la Tierra.
Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo
A la luz de estos descubrimientos, Galileo publicó en 1.632 Dialogo Sopra I Due Massimi Systemi Del Mondo
(Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo), en el cual comparaba los sistemas del mundo de Tolomeo y
Copérnico. Galileo dejando evidentemente parecer que el modelo de Copérnico era correcto, lo que le atrae las iras de
la Iglesia, que había tenido en cuenta la teoría de Aristóteles desde el siglo XIII.
A pesar de las precauciones que Galileo había tomado presentando el sistema de Copérnico como un simple modelo,
fue forzado por la Inquisición a abjurar esta doctrina en 1.635 y sus libros fueron puestos en el Índice. Pero el
progreso de la ciencia estaba en marcha y nada más en adelante podía detenerlo.
La mecánica
Tengamos en cuenta aún que las observaciones del cielo con la ayuda de un anteojo no fueron la única contribución
de Galileo a la ciencia. Al principio de su carrera, el astrónomo italiano se interesó por el problema del movimiento
de los cuerpos sobre la Tierra. Mostró, estudiando el movimiento de objetos sobre planos inclinados, que las ideas de
Aristóteles en este ámbito eran también erróneas.
El filósofo griego pensaba que un cuerpo aislado de toda influencia exterior debía forzosamente tender hacia la
ausencia de movimiento. Galileo mostró por sus experiencias que esto era falso y que tal objeto iba de hecho a
continuar moviéndose a una velocidad constante.
Isaac Newton iba a repetir esta idea y hacerla una de sus leyes del movimiento. Isaac Newton
Después de los trabajos de Kepler y Galileo, la descripción del movimiento de los planetas era por fin correcta. Esta
descripción no era, sin embargo, completa, no proporcionaba ninguna información sobre la causa de estos
movimientos y no explicaba porqué las órbitas eran elipses en vez de otra forma cualquiera.
Es Isaac Newton, un físico inglés nacido en 1.642, quien proporciona la respuesta a estas cuestiones y acabó así la
búsqueda de una descripción completa de los movimientos planetarios.
Isaac Newton (25 de diciembre de 1642 JU – 20 de marzo de 1727 JU) fue un físico, filósofo, teólogo, inventor,
alquimista y matemático inglés, autor de los Philosophiae naturalis principia mathematica, más conocidos como los
Principia, donde describió la ley de la gravitación universal y estableció las bases de la mecánica clásica mediante
las leyes que llevan su nombre. Entre sus otros descubrimientos científicos destacan los trabajos sobre la naturaleza
de la luz y la óptica (que se presentan principalmente en su obra Opticks) y el desarrollo del cálculo matemático.
Crédito: Wikimedia Commons
Las mismas leyes para todos los cuerpos
Cuando Newton empezó su carrera de físico, la descripción del movimiento de los cuerpos todavía distinguía la
Tierra y los cielos. De un lado, se encontraba el movimiento de los cuerpos celestes que obedecía las leyes de Kepler,
del otro, el movimiento de los cuerpos terrestres que seguía las leyes propuestas por Galileo.
Los dos conjuntos de leyes parecían completamente diferentes e irreconciliables. Pero, en 1.666, Isaac Newton hizo
un razonamiento que abrió la vía a una reconciliación de las dos descripciones.
Imaginemos que coloquemos un cañon en la cumbre de una montaña. Imaginemos también que sea posible utilizar
este cañon para tirar balas con una potencia arbitrariamente grande y que las balas no sean frenadas por la atmósfera
terrestre.
Si colocamos poca pólvora en el cañon, enviaremos la bala a algunas decenas de metros. Aumentando la cantidad de
pólvora, podremos enviarla cada vez más lejos, a un kilómetro, diez kilómetros etcétera. La bala estará sometida a la
gravedad de la Tierra y obedecerá a las leyes de Galileo sobre el movimiento de los cuerpos.
Pero si multiplicamos aún la potencia del cañón, a partir de un determinado momento, conseguiremos enviar la bala
al otro lado de la Tierra. Por fin, aumentando aún la velocidad, llegará un punto donde la bala dará la vuelta a la
Tierra antes de pasar sobre nuestra cabeza y seguir su vuelo. La bala describirá entonces un círculo o una elipse
alrededor de la Tierra: estará en órbita y se ajustará a las leyes de Kepler sobre el movimiento de los cuerpos celestes.
Con este razonamiento muy teórico, Newton reconciliaba los distintos tipos de movimiento, la órbita kepleriana de la
balasatélite se identificaba al movimiento galileano de la balaproyectil. Tras esta revelación, Newton procuró
transformar su intuición en una teoría matemática capaz de describir el movimiento de cualquier cuerpo.
La ley de la gravitación universal
Como las primeras pruebas no estuvieron a la altura de sus ambiciones, abandonó el tema durante un periodo largo y
fue necesario esperar más de 20 años para que Newton ponga a punto su teoría y finalmente la publique, en 1.687, en
Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (Principios matemáticos de la filosofía natural).
En esta obra, Newton mostró que numerosos fenómenos, en particular, el movimiento de los astros y la caída de los
cuerpos, podían explicarse por la acción de una fuerza que hacía atraerse mutuamente todos los objetos. Era, por
ejemplo, la fuerza de atracción del Sol que regulaba el movimiento de los planetas y la fuerza de atracción de la
Tierra que hacía caer los cuerpos a su superficie.
Apoyándose en las leyes de Kepler, Newton consigue dar una expresión matemática a esta fuerza y pudo enunciar la
ley de la gravitación universal: la intensidad de la fuerza de atracción entre dos cuerpos es proporcional al producto
de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de su distancia mutua.
Numerosas aplicaciones
A partir de la ley de la gravitación universal, Newton se halló en situación de analizar matemáticamente numerosos
fenómenos.
Demostró que los planetas debían efectivamente seguir elipses alrededor del Sol y confirmó todas las leyes
descubiertas por Kepler.
Mostró que los movimientos de los cuerpos celestes no eran siempre elipses. Ciertos objetos, en particular ciertos
cometas, seguían otras trayectorias, llamadas parábolas e hipérbolas. Estas curvas, contrariamente a las elipses, eran
abiertas y los cuerpos que las recorrían terminaban por alejarse indefinidamente del Sol.
Newton también fue el primero en estimar las masas relativas de la Tierra, el Sol y otros planetas.
Finalmente, la ley de la gravitación universal le permitió explicar fenómenos terrestres como la marea, debida a la
fuerza de atracción de la Luna sobre la Tierra, o bien la forma de nuestro planeta y su abultamiento ecuatorial. La
mecánica celeste
Gracias a la ley de la gravitación universal, nació una nueva rama de la astronomía: la mecánica celeste, el estudio del
movimiento de los astros bajo el efecto de la gravitación.
La mecánica celeste
Uno de los primeros éxitos de la mecánica celeste fue fruto de los trabajos de Edmond Halley. Este astrónomo inglés
utilizó la nueva ley para determinar las órbitas de varios cometas. Se percibió entonces que los cometas brillantes
observados en 1.531, 1.607 y 1.682 eran en realidad diferentes apariciones de un solo y único cuerpo.
Pudo predecir en 1.705 que el cometa que lleva en lo sucesivo su nombre reaparecería en 1.759. Esto se produjo
como estaba previsto y confirmó con claridad la veracidad de la teoría de Newton.
La mecánica celeste y el estudio del sistema solar continuaron desarrollándose en los siglos XVIII y XIX bajo el
impulso de numerosos astrónomos, en particular los franceses Pierre Simón de Laplace y Joseph Louis Lagrange.
Pero es en 1846, con el descubrimiento del planeta Neptuno, que conoció su éxito más prestigioso.
La predicción de un nuevo planeta: Neptuno
En 1781, el astrónomo inglés William Herschel descubrió, por casualidad, un astro que se desplazaba lentamente en
el cielo. Observaciones continuas mostraron que se trataba de un nuevo planeta que venía para añadirse a los seis
conocidos desde la antigüedad, y que se llamó más tarde Urano.
El estudio del movimiento de este cuerpo sobre decenas de años puso de manifiesto que su órbita parecía no obedecer
completamente las leyes de Newton, sino derivaba ligeramente con relación a las predicciones. El único medio de
explicar este fenómeno era suponer que un octavo planeta, aún desconocido, perturbaba el movimiento de Urano por
su influencia gravitacional.
Dos expertos de la mecánica celeste, el francés Urbain Le Verrier y el Inglés John Couch Adams, se lanzaron
entonces en cálculos extremadamente complicados y buscaron determinar la posición de este planeta desconocido a
partir de las perturbaciones del movimiento de Urano.
Urbain Jean Joseph Le Verrier (11 de marzo de 1811 – 23 de septiembre de 1877) fue un matemático francés que se
especializó en mecánica celeste. Su logro más importante fue su colaboración en el descubrimiento de Neptuno
usando sólo matemáticas y los datos de las observaciones astronómicas previas. Crédito: Wikimedia Commons
Ambos llegaron a resultados similares en 1846, pero es Urbain Le Verrier quien consigue verificar sus cálculos
primero.
Le Verrier envió su estimación de la posición del planeta a Johann Gottfried Galle, un astrónomo del observatorio de
Berlín. Éste estuvo en condiciones, desde la primera noche de observación, de confirmar la presencia de un nuevo
planeta, pronto llamado Neptuno, muy cerca de la posición predicha.
Fue un triunfo para la mecánica celeste, capaces de predecir teóricamente la existencia y la posición de un cuerpo, lo
que nunca se había hecho antes. Las ondas luminosas
Con la mecánica celeste, la astronomía conoció una serie de éxitos clamorosos. Sin embargo, su ámbito de aplicación
quedaba muy limitado, describía sólo la posición y el movimiento de los cuerpos celestes, sin poder analizar su
naturaleza.
No es hasta el siglo XIX que apareció un nuevo método de investigación, el análisis espectral, que iba a permitir el
estudio de la naturaleza física de los astros y a dar origen a la astrofísica.
Pero antes de estudiar las aplicaciones de este nuevo método, comencemos por familiarizarnos un poco con fenómeno
en el cual se basa: la luz.
Los colores del arco iris
El origen de los diferentes colores es un problema que siempre ha interesado a los físicos. Isaac Newton fue el
primero en dar una interpretación correcta. Mostró que la luz visible estaba de hecho constituida por una
superposición de todos los colores del arco iris.
Para hacer aparecer estos diversos colores, basta con hacer pasar la luz a través de un prisma. Cada color es entonces
desviado un poco diferente y aparece separado de los otros. La luz blanca puede pues dividirse en sus distintos
componentes y dar lugar a una sucesión de colores llamada espectro.
La onda electromagnética
La respuesta a la cuestión más fundamental de la naturaleza de la luz fue más lenta en venir. En la segunda parte del
siglo XIX, el físico escocés James Clerk Maxwell establece una de las piezas claves de la física clásica: la teoría
unificada de los fenómenos eléctricos y magnéticos. Uno de los resultados más importantes de esta teoría era la
demostración de la íntima conexión entre campos eléctricos y magnéticos.
James Clerk Maxwell (Edimburgo, Escocia; 13 de junio de 1831–Cambridge, Inglaterra; 5 de noviembre de 1879)
fue un físico británico conocido principalmente por haber desarrollado la teoría electromagnética clásica,
sintetizando todas las anteriores observaciones, experimentos y leyes sobre electricidad, magnetismo y aun sobre
óptica, en una teoría consistente. Las ecuaciones de Maxwell demostraron que la electricidad, el magnetismo y hasta
la luz, son manifestaciones del mismo fenómeno: el campo electromagnético. Desde ese momento, todas las otras
leyes y ecuaciones clásicas de estas disciplinas se convirtieron en casos simplificados de las ecuaciones de Maxwell.
Su trabajo sobre electromagnetismo ha sido llamado la "segunda gran unificación en física", después de la primera
llevada a cabo por Isaac Newton. Además se le conoce por la estadística de MaxwellBoltzmann en la teoría cinética
de gases. Crédito: Wikimedia Commons
Los físicos ya sabían que un campo magnético variable podía engendrar un campo eléctrico, como en una dinamo de
bicicleta, por ejemplo. Pero Maxwell demostró que, recíprocamente, un campo eléctrico variable podía dar origen a
un campo magnético.
Este resultado tenía una implicación muy importante. Imagine que un campo eléctrico oscila en un punto. Según
Maxwell, la oscilación va a dar lugar a un campo magnético alrededor de este punto. El campo magnético así creado
es variable y va, en su giro, a dar origen a un campo eléctrico. Éste va a crear un nuevo campo magnético y así
sucesivamente.
Los dos campos pueden así mantenerse mutuamente. La oscilación inicial va a propagarse rápidamente en todas las
direcciones, un poco como una ola se propaga en la superficie del agua, y el fenómeno se llama pues una onda
electromagnética.
Maxwell calculó en los años 1.860 que una onda electromagnética debía propagarse a una velocidad de
aproximadamente 300.000 kilómetros por segundo. Ahora bien, Hippolyte Fizeau y Jean Foucault habían medido
algunos años antes la velocidad de la luz y obtenía un valor bastante próximo de ésta.
Maxwell sacó la conclusión que se imponía y avanzó que la luz se explicaba como una onda electromagnética, una
oscilación simultánea de los campos eléctrico y magnético que se propagaba a la velocidad fantástica de 299.792
kilómetros por segundo.
La longitud de onda
Para describir una onda, el parámetro más importante es lo que se llama longitud de onda. En el caso de ondas que se
propagan en la superficie del agua, la longitud de onda es la distancia que separa dos olas sucesivas. En el caso de
ondas luminosas, la longitud de onda es la distancia que separa dos puntos donde los campos alcanzan una intensidad
máxima.
Para la luz visible, esta longitud de onda es muy pequeña. Se expresa en micrómetros, es decir en millonésimas partes
de metro, y varía entre 0,38 a 0,75 micrómetros.
El color que observamos viendo un objeto depende de la longitud de onda de su luz. Así, un haz luminoso de longitud
de onda próxima a 0,7 micrómetros nos aparece roja. Si la longitud de onda es próxima a 0,5 el color es amarillo, y
cerca de 0,4 micrómetros es violeta.
La luz blanca, la del Sol por ejemplo, está compuesta por una multitud de longitudes de onda diferentes, así pues, de
colores diferentes.
Más allá del dominio visible
El espectro de las ondas electromagnéticas no se limita a la luz que podemos ver. Los físicos desde el Siglo XIX han
descubierto toda una gama de radiaciones invisibles al ojo.
Así, al principio del último siglo, William Herschel estudiaba el espectro de la luz solar con la ayuda de un prisma y
de un termómetro. Este último indicaba una subida de temperatura cuando se encontraba en el espectro visible, lo que
no constituía una sorpresa, pero también cuando estaba colocado más allá de la parte roja del espectro visible.
Herschel acababa de descubrir una forma de luz invisible y sin embargo real.
Esta radiación, la infrarroja, es muy conocida hoy día. Se utiliza por ejemplo en los mandos a distancia o en los
sistemas de detección de calor. Cubre un campo de longitudes de onda superiores a las de la luz visible, entre 0,8
micrómetros y 1 milímetro.
Para longitudes de onda aún mayores, entramos en el campo de las ondas de radio, puesto de relieve por Heinrich
Hertz en 1888. Estas ondas son bien conocidas ya que permiten la difusión de los programas de radio y televisión, las
comunicaciones con satélites y también los hornos microondas.
Otros tipos de radiación existen a longitudes de onda inferiores a las de la luz visible. Para una longitud de onda
comprendida entre 0,01 y 0,4 micrómetros, es la radiación ultravioleta, conocida por causar cánceres de la piel. Más
allá, son los rayos X, utilizados para observar el interior del cuerpo humano, luego los rayos gamma, muy peligrosos
y producidos, por ejemplo, durante las reacciones nucleares.