Vous êtes sur la page 1sur 6

LA EDAD DE PIEDRA VIDA DEL HOMBRE Y SUS

HERRAMIENTAS
Inicio » Historia Antigua » La Edad de Piedra Vida del Hombre y Sus Herramientas

UTENSILLOS DEL HOMBRE EN LA EDAD DE PIEDRA


Nuestro primer conocimiento del hombre fue posible por los huesos y
las parcas posesiones que dejó como huella en las cavernas y túmulos
funerarios. El hombre ha sido siempre un fabricante de herramientas, y
el largo período que precede al descubrimiento del metal se conoce
con el nombre de Edad de la Piedra. Huesos y cantos servían de borde
cortante para sus útiles.
Quizá la mayor lucha de la humanidad para su supervivencia fue la
librada en aquel pasado remoto, cuando el hielo cubría desde el Ártico
hasta regiones situadas muy hacia el sur extinguiendo la vida a su paso.
El hombre que descubrió el fuego fue probablemente el salvador de su
especie.

Al término de la Edad de la Piedra el cazador se había convertido en


agricultor. Podía aprovisionarse de alimentos y su hogar le daba
refugio y algunas comodidades. Nuestro protagonista pudo procurarse
las ropas y utensilios que necesitaba para salir adelante, tras haber
dominado las técnicas del hilado y la alfarería. Una parte de la
población del mundo vive hoy como lo hacía ese hombre primitivo
miles de años antes de Jesucristo.

Ver: La Prehistoria
Si nos remontamos unos quinientos mil años atrás, en la primera época
interglacial veríamos recorren por las llanuras europeas “algo” que se
parecía mucho a un ser humano. Su boca, aún en forma de hocico,
estaba dotada de poderosas mandíbulas, las que usaba con múltiples
propósitos.
Con ella roía cortezas y raíces vegetales y también desgarraba la carne
que se proporcionaba por medio de la caza, sirviéndole asimismo como
arma de defensa. ¡Y vaya si la necesitaba! Sus vecinos eran nada menos
que el elefante selvático, el tigre de dientes de sable, el rinoceronte y el
ciervo gigante.

Ante una fauna tan peligrosa como esa de poco servirían sus fauces,
por más potentes que fueran. Sin embargo, algo más que dientes había
en la cabeza de ese ser, hoy llamado “hombre de Heidelberg” por
haberse encontrado restos suyos en la localidad alemana de ese
nombre.
Ese “algo” era su cerebro que, tras muchos milenios de evolución a
partir de los simios, había aumentado considerablemente de tamaño.
Su contenido, mayor y mejor distribuido, lo habilitaba para realizar
una proeza a la que ningún ser vivo se había atrevido: pensar.
Cierto día, cansado ya de perseguir a sus presas usando pies, manos y
dientes, a riesgo de morir en la contienda, se sentó a reflexionar.
Quizás haya sido un hueso, quizás un palo, tal vez una piedra alargada,
lo que hizo que su rostro se iluminara. -¿Qué pasaría -se dijo- si uso
este elemento en mi provecho? Y aquí comienza la historia activa de la
humanidad. Aguzada la tosca piedra, fue un hacha, o una lanza, o un
puñal.
Desde entonces la superioridad sobre el resto de los animales
constituyó la corona que se ciñó sobre ese “alguien” ya digno de su
posición en la escala animal: el hombre. Corrieron los siglos para el
hombre primitivo. Duras pruebas debió afrontar su capacidad de
supervivencia.

Un raro fenómeno astronómico-geológico -las glaciaciones– lo fueron


empujando hacia las regiones ecuatoriales. Debió soportar el avance de
los casquetes helados de los polos por tres veces consecutivas, pero
consiguió pasar la prueba estoicamente.
De esta época data el Pithecanthropus erectus, hallado en la isla
de Java, al sudeste de Asia. Alrededor del 100.000 a. de C. se produce el
período de mayor difusión del hombre de Neanderthal, que se expande
por Europa, Asia y África. Éste era rechoncho, con una cabeza grande y
una altura apenas superior al metro y medio. Su rostro aún tenía los
rastos bestiales de sus antepasados. Tal característica se ponía de
manifiesto especialmente en lo abultado de los arcos superciliares, en
la ancha nariz y en él labio superior, volcado hacia adelante.
Su vivienda preferida era la caverna, la que debía disputar con temibles
osos prehistóricos. Pero… él ya no estaba solo en la lucha por la vida.
Había aprendido a sacar del sílex, una roca fácilmente desgastable, todo
lo que necesitaba para ser él el mejor.

De esta época datan los hallazgos de Le Moustier, en Dordogne, al pie


del Macizo Central francés. Por dicha causa, a esta etapa-cultural se la
llamó musteriense. La mayoría de los elementos de este período,
traídos a luz por las excavaciones, son piedras talladas de uso manual.
Faltan aún los mangos y cabos, viéndose en cambio instrumentos para
cortar, punzones, raspadores, y unos elementos muy rudimentarios
(cuya pertenencia al hombre primitivo muchas veces se puso en duda)
llamados eolitos. Algunos arqueólogos los consideran productos del
desgaste natural. He aquí los primeros utensilios de los que se valieron
nuestros antecesores para lidiar con fieras mucho más grandes que las
actuales.
El sílex fue uno de los primeros materiales empleados en la fabricación
de armas durante la edad de piedra. Es relativamente fácil de encontrar
y se fragmenta en láminas cortantes, cualidad que lo hace idóneo para la
fabricación de utensilios y armas. Durante la edad de piedra, las
azuelas se empleaban para tallar madera y la hoz en las tareas de
recolección.
Al sílex siguieron el cuarzo, el pedernal y la obsidiana, rocas que, como
el sílex, podían ser talladas con facilidad y tenían una dureza aceptable.
Lasca a lasca se fue pasando el primer período de la prehistoria,
llamado Paleolítico Inferior. En sus últimas etapas la piedra ya era
hábilmente manejada. Con ella se fabricaban puntas de flecha,
cuchillas, raederas, punzones y hachas manuales bastante
perfeccionadas. Cuando la última de las avanzadas del hielo glaciar
comenzó a desaparecer retrocediendo hacia los polos, se inició un
período verdaderamente brillante: el Paleolítico Superior.
Las aves invadieron el planeta alegrándolo con sus trinos y gorjeos. Los
valles, otrora congelados, se poblaron de tierna gramínea que fue
pastura de rebaños y tropillas. La prosperidad dejó al hombre más
tiempo para ejercitar su don maravilloso: el pensamiento. Y surgen así
piezas de roca con propósitos más definidos.

Es el caso de los buriles, herramientas empleadas para tallar o grabar


sobre hueso, madera u otras rocas más blandas. También aparecen
unas puntas en forma de hoja de laurel, que poseen doble filo y son
muy manuables. Pertenecen a esta época importantes hallazgos, como
los arpones de asta.

Si bien las cavernas fueron inicialmente viviendas de piedra, útiles


para combatir los grandes fríos, en el paleolítico superior esta función
desapareció con el retiro de los hielos. Sin embargo, los principales
yacimientos de fósiles han sido encontrados en este ambiente.

La explicación es sencilla. Ya el hombre se había puesto a pensar


seriamente en el más allá y había fundado religiones rudimentarias. Su
altar fue la caverna y a ella acudía para invocar poderes mágicos qute
le proporcionaran éxito en la caza y la pesca.

Para esto quiso “atrapar” a los animales por medio de dibujos y


pinturas, estas obras de arte rupestre, descubiertas en la actualidad,
son motivo de profundos estudios. Nos han dejado datos valiosos
grabados en las paredes de piedra que, en muchos casos, sirvieron
para efectuar verdaderas reconstrucciones acerca del modo de vida de
aquellos grupos sociales primitivos.
SÍMBOLO DE LO PERDURABLE
No tan sólo en el trascendental paso del estadio de homínido al de “homo
faber” desempeñó la piedra un importantísimo papel. Ya en los primeros
tiempos de la vida cavernícola del hombre fue presa de la angustia
existencial, que lo llevó a elaborar las primeras formas de lo
trascendente. Así nacieron los cultos primitivos. Pero el hombre no
estaba aún maduro como para manejarse en un campo puramente
conceptual y necesitaba de entes inmanentes capaces de simbolizar sus
ideas de eternidad. Para ello no encontró nada más adecuado que la
piedra, lo aparentemente inmutable del paisaje que lo rodeaba.
Los dólmenes de Stonehenge, Inglaterra, y los menhires de Carnac,
Francia, se cuentan entre los más primitivos monumentos religiosos
erigidos por el hombre También fue a través de la piedra como el faraón
egipcio Keops buscó eternizar su nombre, y en buena medida lo logró:
más de cuatro milenios y medio después de haber sido terminada,
la enorme pirámide de 138 metros de alura que le sirvió de sepultura
sigue siendo una de las construcciones más espectaculares del mundo.
Para comprender hasta qué punto la piedra ha llegado a ser para el
hombre el símbolo de lo perdurable, basta con recordar el juego de
palabras que hiciera Cristo con el nombre de Pedro su discípulo
predilecto: “Sobre era piedra erigiré mi Iglesia”.

Estas hachas de mano datan de hace unos 400.000 años y demuestran


que el hombre había adquirido la habilidad de fabricar útiles líticos para
cortar y despellejar a sus víctimas de un modo más sencillo.
Fuente Consultada:
Enciclopedia Ciencia Joven Fasc. N° 11 Edit. Cuántica La Edad de Piedra
El Triunfo de la Ciencia Globerama Tomo III Edit. CODEX

Vous aimerez peut-être aussi