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Tegucigalpa, Honduras.
¿Adónde nació?
Nací en San Pedro Sula, allá por los años cincuenta, mi padre era de Colinas, Santa Bárbara, y
mi madre de Tegucigalpa.
Mi abuelo se llamaba Irene Castro, el primer alcalde de Colinas. Mi madre, María Erlinda
Bobadilla de Castro, era hija del general Abelardo H. Bobadilla, de San Pedro Sula.
¿Está casado?
Sí, me casé y tengo dos hijas que estudian y viven en Estados Unidos, mi esposa viene seguido,
pero pasa más tiempo con mis hijas.
¿Cuál es su pasatiempo?
Es leer. Devoro todos los libros que se me ponen enfrente, en casa hay más de 12,000 libros
diseminados en cada rincón, me levanto leyendo y me acuesto leyendo, es mi pasatiempo.
La primaria en Buenos Aires, Argentina, por razones estrictamente familiares nos trasladamos
para allá, ahí me crié. Después acá en Honduras estudié Medicina, antes eran de 10 años los
cursos, bastante difícil porque antes se compraban libros, no había fotocopiadoras ni faxes ni
todas esas cosas.
¿Adónde se graduó de médico forense?
Estudié tres años en la Universidad de Costa Rica, adonde me gradué con honores en Ciencias
Forenses, ahí tenían un programa de intercambio con la Universidad de Miami y la oficina
Forense en el Condado de Dade, ahí permanecí más de un año y luego volví a Honduras.
En 1985 me visitó el presidente de la Corte de aquella época, don Francisco Salomón Jiménez
Castro, me hizo una oferta, y pasar del sistema judicial de Costa Rica, que es el sexto más
prestigioso del mundo (pues el sistema judicial de Costa Rica es sólido, fuerte, garantista, tan
científico) y pasar a uno como es el de Honduras fue como pasar de zapato a caite.
Tuve buenas experiencias como director de Medicina Forense en casos que hoy forman parte
de la historia triste de Honduras, pues tuve que luchar contra la Dirección de Investigación
Nacional, que incluso tenían el descaro de ir a quitar con sus propias llaves las chachas de los
muertos que aparecían con un balazo en la cabeza allá por el Cerro de Hula.
¿También es abogado?
Estudié Derecho Penal en Honduras, como antes daban orientación, y también estudié
Derechos Humanos a través de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Fui asesor consultor forense del Poder Judicial desde 1985 hasta 2014. Me retiré por la puerta
de enfrente con carta de agradecimiento del que era presidente de la Corte en ese entonces, el
abogado Rivera Aviles.
En comparación con Costa Rica, la medicina forense y la aplicación de las leyes en Honduras
es como pasar de zapato a caite.
¿Su experiencia y preparación?
No es fácil para juicios orales, pues la conformación correcta es la que yo realicé, tengo dos
carreras universitarias, dos de pregrado y dos títulos de postgrado, he escrito cuatro libros, uno
es Compendio de Medicina Forense, el cual se agotó, Sexología Forense que también se agotó,
Psicogénesis Delictiva, Derecho Médico, publicado en Argentina y también en Uruguay.
Se han dado casos como el de doña Berta Cáceres, entre tantos crímenes que se han dado en
Honduras, es espeluznante. Si hay institución que le debe tanta impunidad en Honduras es la
Policía de Investigación junto con el servicio forense nacional, ambas instituciones por su
misma incapacidad y la forma administrativa son responsables en la impunidad criminal en
Honduras.
Nunca pertenecí a ningún partido político, trabajé con todos los Gobiernos, por el bien del
pueblo no importa de quién, sino para el beneficio de la mayoría, por la justicia.
Para ayudar a las personas de la tercera edad, a que se les dé un trato justo, no la caridad que
les da el Estado en sus pensiones de miseria; para revisar la ley de Tránsito; para apoyar a los
más necesitados, para trabajar por que la justicia sea igual para todos.
¿Qué opina de la criminalidad en Honduras?
Aquí se dan más de 60,000 robos al año y nadie responde por eso, es tan deficiente la
investigación de Honduras que nadie sabe quién se roba las tapaderas de drenaje de las calles
de las ciudades y tenemos 10 organizaciones investigativas y nunca se dan cuenta de nada,
tomen nota de ahí. Acá la justicia es solo para favorecer a los grandes y perjudicar como
siempre a los más desposeídos.