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La criminalidad en Honduras, el país al que llaman el más violento del mundo, está
estrechamente ligada al narcotráfico. La situación en Honduras se le ha ido de las manos a
Estados Unidos, que ha puesto en marcha en Honduras una versión del Plan Colombia, que
incluyó una militarización de aquel país y una negociación con los grandes capos
colombianos de la droga, un plan que Estados Unidos presenta como un gran éxito de su
política exterior.
En Honduras, el primer paso del plan fueron, en 2013, las declaraciones del Presidente
Obama señalando a Los Cachiros como una peligrosa mafia centroamericana. En septiembre
de 2014 inició la caza y captura de varios de los más señalados mafiosos. Y en enero de 2015
se produjo la entrega de los dos jefes Cachiros en Estados Unidos. O se entregaban o los
capturaban y los mataban.
Leonel Rivera Maradiaga negoció su entrega en las Bahamas y Javier Rivera Maradiaga se
entregó en Miami. Estados Unidos trata de eliminar a los grupos mafiosos del negocio de la
droga. La Alianza para la Prosperidad de los tres países del Triángulo Norte centroamericano
tiene que ver con la versión del Plan Colombia que quieren para Honduras. Pero, estando tan
atravesada la sociedad hondureña por el crimen organizado, por sus causas y por sus efectos,
tal vez estos planes llegan demasiado tarde.
Hagamos historia de la familia Rivera Maradiaga, matriz en donde nacieron los Cachiros. El
patriarca, Isidro Rivera Cardona, es un hombre religioso, de misa dominical, fervoroso
devoto de San Isidro Labrador. Cada año sin falta, y hasta 2014, en la víspera de la fiesta del
santo, la noche del 14 de mayo, don Isidro ha participado en la construcción del jacalito, una
pequeña enramada a donde los devotos llevan frutas y animales como ofrenda al santo por las
gracias recibidas.
Después, don Isidro ha cargado, año a año, la imagen del santo desde el templo hasta el
jacalito y al día siguiente, fiesta de San Isidro, la ha cargado de regreso al templo,
encendiéndole decena de velas durante la reventazón de los cohetes.
Todos los domingos a las siete de la noche, en el mismo sitio y siempre de pie, durante
décadas, se ha visto a don Isidro asistiendo a misa en Tocoa, departamento de Colón.
Esperanza Maradiaga, su esposa, es también una devota católica. En el barrio La Esperanza
de la ciudad de Tocoa fue siempre una activa integrante de los círculos bíblicos.
Y durante toda su vida la familia Rivera Maradiaga se mantuvo al acecho ante un posible
ataque en respuesta a la afrenta por la que habían huido de sus tierras.
UN LADRÓN DE GANADO
En Olancho nadie llama Isidro a quien se llame Isidro. Todos los Isidros son llamados
“Cachiros”. El padre de don Cachiro Rivera también fue don Cachiro. Y también fue Cachiro
su abuelo. Y como no podía ser de otra manera, también un hijo de don Cachiro Rivera, y al
menos tres o cuatro nietos, fueron bautizados con el nombre de Isidro y todos fueron nuevos
Cachiros.
Don Cachiro Rivera tiene hoy 67 años y una salud a prueba de artritis, indigestiones y presión
arterial. Es reconocido por su acendrada devoción a San Isidro y también por ser un ladrón de
ganado. Todo el mundo lo sabe, pero nadie lo dijo en voz alta. Abigeo les dicen a quienes se
dedican a este delito. Cuando ya la fama, el dinero y el poder habían elevado a don Isidro y a
sus hijos, los Cachiros, a una cúspide que nunca pudo imaginar, se contaba que yendo en una
de las tantas decenas de camionetas Toyota Prado que tenían, conducida por su hijo Javier, se
les cruzó una vaca en la carretera y el viejo Cachiro gritó que se detuviera: “¡Pará, que ahí
hay una vaca y la quiero!”
Sin saber si son verdades o leyendas, cuentan también que su abigeato comenzó cuando quiso
quedarse con la novilla de un compadre, don Manuel.
Las dos propiedades colindaban y un día una novilla de don Manuel desapareció. La buscó
por toda su finca hasta que la divisó entre el ganado de don Cachiro. Don Manuel la fue a
reclamar. “¿Cuál novilla?”, preguntó muy serio don Cachiro. “Aquella, compadre”, señalando
al animal. “No, compadre, se equivoca, esa novilla es muy mía.
Si la quiere, ofrézcame una cantidad para que comencemos el trato”, dijo don Cachiro. Don
Manuel decidió presentar la denuncia ante el juez de paz, quien se apersonó en la finca de
don Cachiro.
Sin tener seguridad de quién de los dos estaba diciendo la verdad, tomó la sabia medida de
colocar a los dos hombres a igual distancia de la novilla y les pidió que cada uno la llamara.
Según hacia quién si dirigiera la novilla, ése sería su dueño. La prueba duró poco, porque
apenas don Manuel comenzó a dar palmadas y a llamarla, la novilla caminó hacia él. A pesar
de todo, a los pocos días la novilla desapareció para siempre del potrero de don Manuel. Así
se inició don Cachiro como ladrón de ganado.
A finales de los años 80, en los extensos y despoblados cerros de Colón, en la margen derecha
del río Aguán, don Cachiro, junto a varios amigos olanchanos, comenzaron a sembrar
marihuana. Los cultivos de la yerba se confundían entre las milpas de maíz y los frijolares.
Fue así, trasladando marihuana, como los tres hijos de don Cachiro comenzaron a incursionar
en el tráfico de droga.
Javier, Leonel e Isidro -Cachirito, el más pequeño de los tres- pasaron de colaborar con su
padre en el robo de ganado a ser sembradores y distribuidores de marihuana en el corredor
que de la zona del Aguán conduce a San Pedro Sula.
Muy pronto ese corredor se extendió hasta la frontera con Guatemala por los departamentos
occidentales de Santa Bárbara y Copán, en donde los Cachiros establecieron alianzas con
ganaderos de la zona. Hasta allí llevaban el ganado robado en los potreros de Colón y
Olancho.
Más adelante se aliaron con otros ganaderos del departamento de Izabal, en Guatemala, para
trasladar, además del contrabando de ganado, la marihuana. Fue así como se sentaron las
bases de un lucrativo negocio.
Como abigeos, los Cachiros eran insuperables. Como traficantes de droga tuvieron que
comenzar como aprendices.
LA CONEXIÓN COLOMBIANA
Matta Ballesteros fue extraditado a Estados Unidos y condenado a cadena perpetua en una
cárcel de máxima seguridad en Colorado.
Aunque desde los años 70 ya se usaba el territorio hondureño para mover la droga
colombiana, fue hasta la década de los años 90, cuando Estados Unidos logró eliminar a
Pablo Escobar en diciembre de 1993, que el tráfico por Honduras se consolidó, al redefinir
los capos colombianos la ruta del narcotráfico. Ya a mediados de los 90 la Moskitia, Colón y
Olancho se habían convertido en zonas estratégicas para el transporte de cocaína hacia
México y Estados Unidos.
Los Cachiros se iniciaron como peones de capos muy experimentados. Los contactos con los
carteles de Colombia se habrían hecho a través de la Moskitia, un vasto territorio de nadie,
despoblado, con costas sin ningún control hacia Nicaragua y hacia el mundo.
Los capos colombianos hacían llegar la cocaína por mar y por aire y desde la Moskitia
hondureña la transportaban hacia Islas de la Bahía y desde allí hacia Guatemala, México o
Estados Unidos. También la internaban en territorio hondureño por varios corredores.
El más importante habría sido el corredor de Colón, atravesando el inmenso municipio de
Iriona, llegando a Colón y cruzando los departamentos norteños de Atlántida, Yoro y Cortés,
creando una importante infraestructura en la ciudad de San Pedro Sula, hasta penetrar en el
occidente por los departamentos de Santa Bárbara y Copán y desde allí alcanzar Guatemala.
Otro corredor fue el que desde la Moskitia se interna por el departamento de Olancho,
atravesando Tegucigalpa y siguiendo al sur del país para ingresar por El Salvador y
Guatemala rumbo a México.
“Coque” fue asesinado antes de cumplir los 30 años, cuando ya tenía capacidad para imponer
su ley comprando o negociando con políticos, oficiales del ejército y de la policía y
funcionarios del sistema judicial. Se había convertido en el gran capo de la droga en
Honduras como jefe del cartel del Atlántico y había logrado convertir el territorio hondureño
en puente aéreo y marítimo en el tránsito de la cocaína entre Colombia, México y Estados
Unidos.
Era el enlace estratégico entre los capos de la droga de Colombia y el cartel de Sinaloa
liderado por Joaquín, “el Chapo” Guzmán.
Había logrado establecer conexiones muy estrechas con autoridades civiles, de las fuerzas
armadas y de la policía. Se cuenta que a mediados de la década de los 90 “Coque” se codeaba
con importantes políticos del departamento de Colón, logrando que algunos compraran miles
de hectáreas de tierra entre el departamento de Colón y el de Gracias a Dios para construir allí
pistas de aterrizaje para el tráfico de la droga, lo que consolidó el corredor entre la Moskitia y
el resto del territorio hondureño.
“Coque” logró estrechar relaciones con los políticos del noreste del país hasta hacerse novio y
compañero sentimental de Margarita Lobo, hija de Ramón Lobo Sosa, hermano del ex-
Presidente Lobo. Ramón era en ese momento diputado al Congreso por el Partido Nacional.
Ha sido el mayor de los caudillos de la región en las últimas cuatro décadas.
También se ha sabido que para esas fechas, los finales del siglo, “Coque” tenía estrechas
relaciones con oficiales del ejército y había sentado las bases para controlar a todos los jefes
policiales que llegaban destinados al departamento de Colón. De acuerdo a fuentes
confirmadas, otro hijo de Ramón Lobo Sosa, Jorge Lobo, así como un hijastro, y varios
primos y sobrinos, formaron parte del cartel que lideraba Jorge Aníbal Echeverría Ramos,
“Coque”, aquel muchacho oriundo de Macuelizo en el departamento de Santa Bárbara,
también proveniente de una familia profundamente católica.
Muy bien colocados en la línea de mayor autoridad del cartel dirigido por “Coque”, la familia
Cachiro, bajo el liderazgo de Javier, comenzó a dar señales de querer disputarle a “Coque” el
control del cartel. Para lograrlo los Cachiro abrieron líneas directas y canales de coordinación
autónomos con capos colombianos y comenzaron a crear sus propias estructuras de seguridad
y de transporte de la droga, aprovechando el trillado camino de contrabando de ganado que
durante tantos años habían establecido entre Colón y la frontera con Guatemala, pasando por
San Pedro Sula.
Y así como “Coque” logró echarse a la bolsa al caudillo y político más grande de la región
conquistando a una de sus hijas, Javier Rivera afianzó la relación con “Coque” al hacerse
amante de una de sus hermanas. Sin embargo, la lucha por el control del cartel fue más
apasionante que la pasión sentimental y pronto comenzaron las desconfianzas y los primeros
amagos de confrontación.
Se abrió entonces una guerra a muerte entre la gente de los Cachiros y la de “Coque”.
Comenzó a correr la sangre porque el objetivo de los Cachiros no era sólo acabar con
“Coque”, sino con toda su parentela, para que no quedara semilla “que diera continuidad a su
sangre”, como recuerdan eran en aquel tiempo las amenazas que lanzaban los Cachiros.
La emergencia era importante: en el mejor de los casos, si “Coque” continuaba en esa clínica
perdería su brazo derecho. Y en el peor, se exponía a un seguro asesinato. En Cuba
permaneció dos meses. En febrero de 2004 “Coque” decidió trasladarse a Costa Rica para
acabar su convalecencia y desde allí organizar su retorno a Honduras.
Para entonces los Cachiros habían logrado apoderarse de todos los hilos en el control de los
corredores del tráfico de la cocaína y habían establecido nuevos pactos con los barones de la
droga de Colombia y México. Algunos dicen que el intento de asesinar a “Coque” en Costa
Rica habría sido organizado por los colombianos, decididos a eliminar a “Coque” como
principal intermediario e interlocutor de la droga en Honduras, como una expresión del pacto
que ya habían establecido con los Cachiros.
Sabiendo del peligro que corría en cualquier clínica costarricense, “Coque” decidió huir a
Panamá cargando la bolsa de suero inyectada a su cuerpo. Las autoridades panameñas fueron
advertidas -¿por qué poderosas voces?- de la presencia de “Coque”, que fue capturado e
inmediatamente repatriado a territorio hondureño en marzo de 2004. Bajando del avión en el
aeropuerto de San Pedro Sula, “Coque” pidió auxilio a gritos cuando reconoció a unos
pistoleros que se disponían a eliminarlo apenas saliera del aeropuerto.
Desde ese día los Cachiros, con Javier Rivera Maradiaga, como líder indiscutible, se
convirtieron en dueños y señores del narconegocio en Honduras, afianzando así sus alianzas
con sus pares en el sur y el norte del continente. En los tres años siguientes, de 2004 a 2006,
Javier y su hermano Leonel, el más sanguinario de toda la familia según diversos testimonios,
eliminaron a todo el que encontraron vinculado a la familia de los Echeverría Ramos.
El reinado del cartel de Los Cachiros ha sido el más largo de la historia de la droga en
Honduras. Se extendió desde el asesinato de “Coque” en 2004 hasta la entrega a Estados
Unidos de Javier Rivera el 31 de enero de 2015.
Los Cachiros tuvieron un enorme poder real en el país, sólo superado en número de años por
los que tuvo el dictador Tiburcio Carías Andino (1932-1949), con un poco más de 16 años en
el poder, y por el que tuvieron los militares, que mandaron por cerca de 20 años consecutivos.
Hoy, el Presidente Juan Orlando Hernández ha decidido a obtener un récord insuperable, al
estar empeñado en reformar la Constitución para legitimar su reelección indefinida.
Varios diputados que hoy ocupan curules en el Congreso, decenas de alcaldes, fiscales,
jueces, banqueros, empresarios agroindustriales, comerciantes, oficiales del ejército y de la
policía y algún que otro ex-Presidente deben estar muy preocupados y tensos a la espera de lo
que de ellos hayan dicho, o vayan a decir, a la DEA Javier y Leonel Rivera después de la
entrega que pactaron con Estados Unidos.
Por fuentes que se mueven en los subterráneos mundos de la criminalidad organizada se sabe
que a estos políticos y empresarios el asunto “Cachiros” les ha representado un auténtico tiro
por la culata. El plan de asesinarlos para romper todos los cabos que probaran su vinculación
con ellos quedó abortado con la entrega de los dos hermanos al gobierno de Estados Unidos.
Si es cierto que los Cachiros negociaron desde muchos meses antes su entrega, a cambio de
entregar a sus principales socios -el alcalde de Yoro, el Negro Lobo y su lugarteniente, los
hermanos Valle, Héctor Emilio Fernández “Don H”-, entonces puede ser cierto que también
hayan decidido eliminar a Juan Gómez. En primer lugar, para que las propiedades de Gómez
fueran intervenidas por el Estado, a cambio de que se les respetaran las propiedades que
estaban a nombre de su padre, su madre y su hermana. En segundo lugar, porque los Cachiros
no podían abandonar su principio: no dejar vivo a quien les traicionara. Y sabían que Juan
Gómez había dejado de ser su principal socio en el lavado de dinero y se había convertido en
el principal delator de la actividad del cartel como informante de la DEA.
Otros dicen que Javier y Leonel Rivera estaban negociando con Estados Unidos su entrega
desde muchos meses antes y que la negociación incluía el destino de sus propiedades, la
información que facilitarían y las condiciones de la entrega, del juicio y del tiempo de las
condenas que recibirían en tribunales de Estados Unidos.
La entrega se precipitó después del asesinato de Juan Gómez, que representaba la señal más
evidente de que sus socios y amigos, políticos y empresarios, estaban dispuestos a asesinar a
los Cachiros para proteger los expedientes de complicidad que tenían con ellos.
El asesinato de Gómez fue el detonante que indicaba el fin del reinado de los Cachiros y la
entrada en la coyuntura en la que estamos hoy, en la que el nerviosismo de las élites políticas
y empresariales hondureñas es el centro de mucho de lo que sucede. En resolver esta
coyuntura de nervios y temores es en lo que están muy ocupados muchos de los que declaran
en público estar muy preocupados por la situación del país, cuando su mayor preocupación en
este momento es salir airosos de lo que digan o dejen de decir los hermanos Cachiro en
Estados Unidos.
Era muy difícil imaginar otro final para la vida de Juan Gómez. Su historia es la de un
perpetuo testaferro que vivió para dar sombra y proteger la sombra de gentes con poder. Su
poder siempre fue subsidiado, una regalía de quienes tenían el verdadero poder. Nunca tuvo
brillo propio, siempre brilló a la luz de otros. Vivió mezquinamente adulando a los de arriba y
humillando a los de abajo. Su oficio fue la de ser un servil. El poder que tuvo fue la limosna
que recibía de otros.
En la década de los 80 Juan Gómez fue un civil, pero nadie lo veía como tal, porque vivía al
servicio de los militares.
Y los militares lo despreciaban porque lo veían como un civil adulador. Cumplió el papel de
delator de dirigentes populares. Muchos de los que aparecieron asesinados en el río Aguán o
en las plantaciones de palma africana fueron delatados por él. Por su lealtad a los
uniformados, a finales de la década de los 80 y durante la década de los 90 fue gobernador del
departamento de Colón.
Dicen que en el proceso de negociación que culminó con la entrega de los Cachiros, los
negociadores de la parte estadounidense se cuidaron muy mucho de no filtrarle información
de esta estrategia a la inteligencia hondureña, menos aún al resto de las autoridades del
gobierno, incluyendo al Presidente Hernández. Dicen. Igualmente, parece tener solidez la
hipótesis de que las autoridades hondureñas tenían el plan de eliminar a los Cachiros y Javier
y Leonel lo sabían.
Los Cachiros no querían de ninguna manera ser capturados en Honduras porque eso
significaba una muerte segura. Y sus aliados en Honduras no querían de ninguna manera que
fueran extraditados por la información que poseen. Desde que el Presidente Obama externó a
mediados de 2013 su preocupación por la existencia de la banda de los Cachiros, una de las
más peligrosas y poderosas de Centroamérica y México, los socios y aliados internos de los
Cachiros empezaron a preocuparse.
Pero por mucho que quisieran romper vínculos, los negocios y los compromisos llegaron a
ser tantos, tan importantes, tan inmensos, que es imposible que no dejaran huellas. Por eso,
sólo asesinando a los Cachiros podrían salir bien librados o, al menos, no tan salpicados. Sin
embargo, el gobierno de Estados Unidos disponía ya de información suficiente, en algunos
casos detallada, sobre los vínculos políticos y económicos de los mafiosos hondureños. En
cualquier caso, matar a los Cachiros era indispensable para muchos políticos y
empresarios de este país.
Los Cachiros se convirtieron de hecho en el Estado o, en todo caso, las instituciones del
Estado acabaron siendo mandaderas de las decisiones de los Cachiros.
Un ejemplo de su poder se ve en esta anécdota. Una noche, un joven con su novia iban de La
Ceiba a Tocoa en un vehículo de lujo cuando los detuvieron en una de las postas policiales, ya
dentro de la zona del Aguán para revisar el vehículo. Un oficial le pidió al joven sus
documentos, y aunque nada tenía que ver con los poderosos Cachiros, pero sí se apellidaba
Rivera, el oficial le preguntó sin esperar respuesta: “¿Usted es familia del Amigo?” El joven
no respondió, el oficial interpretó que sí lo era y sin revisar el vehículo le dijo: “Tenga buen
viaje, aquí estamos para servirles, ¡y por favor dele mi saludo al Amigo!”
IMPONÍAN LA SEGURIDAD
Se sabe que entre los años 2009 y 2011 los Cachiros desarrollaron una campaña de profilaxis
social eliminando a las bandas de delincuentes que actuaban en el corredor de Trujillo y La
Ceiba asaltando autobuses. Entre los eliminados hubo algunos oficiales. Así, los Cachiros
impusieron el orden, lo que la gente les reconoce y les agradece.
Todas eran señales que apuntan a que toda esta primera operación pudo haber estado
concertada entre la DEA y la banda de los Cachiros. Esta hipótesis cobra mayor peso cuando
se confirma que varias semanas después de estas intervenciones, las propiedades habrían sido
devueltas, si no a los Cachiros, a algunos de sus testaferros.
En esos operativos las propiedades que estaban a nombre de Juan Gómez quedaron intactas,
lo que hace suponer que, o este conspicuo personaje formaba parte de la negociación entre los
Cachiros y la DEA o que ya se había convertido en informante colaborador de la DEA en
contra de los Cachiros, sabedor, como las ratas, que el barco se estaba hundiendo y quería,
como ellas, ser el primero en abandonarlo…
En el lapso de 16 meses (septiembre 2013 – enero 2015) la tortilla se le volteó a los dueños
del reinado narco en Honduras. La presión se hizo más intensa a partir del segundo semestre
de 2014. Antes se dieron capturas de menor cuantía, muchas dentro de ajustes de cuentas o
disputas territoriales entre jefes de bandas locales. Las capturas y los golpes decisivos
ocurrieron después, en un período corto y siguiendo la estrategia diseñada y conducida
directamente por instancias y autoridades estadounidenses. Las autoridades locales se
limitaban a ejecutar los operativos de campo subordinándose a los gringos.
La primera captura tuvo un impacto mediático muy fuerte. Arnoldo “el Negro” Lobo, un
reconocido narcotraficante que había acumulado una enorme fortuna transportando cocaína
desde Honduras a Estados Unidos, fue capturado el 27 de marzo de 2014 en una de sus
residencias en San Pedro Sula, en un operativo planificado detalladamente por la DEA y
ejecutado con personal especializado de la policía y el ejército hondureño.
Con Lobo se implementó por primera vez el decreto hondureño de extradición, aprobado dos
años antes, cuando Juan Orlando Hernández fungía como presidente del Congreso Nacional.
La extradición se hizo efectiva el 9 de mayo de 2014.
CAE EL ALCALDE DE YORO
El alcalde Urbina fue enjuiciado y condenado por posesión ilegal de armas, por negocios
ilícitos y otros delitos y actualmente está preso en la cárcel de San Pedro Sula.
La quinta captura fue sin duda la más sonada y la de mayores repercusiones. Los poderosos
hermanos Valle Valle (Miguel Arnulfo, Luis Alonso, José Inocente y su esposa Marlen Amaya
Argueta) tenían su base en el departamento de Copán. Primero capturaron a una hermana,
Digna Valle Valle, el 20 de julio de 2014, en territorio estadounidense
con su captura fueron siendo abandonados por todo mundo. Antes de subirse en el avión que
los trasladaría a Estados Unidos, Miguel Arnulfo, el jefe de la banda, amenazó: “¡Me voy con
el archivo y con los nombres de los que nos traicionaron!”.
Existen versiones de que el operativo de captura de los Valle fue realizado por autoridades
hondureñas. Un sector de las autoridades, el vinculado a oficiales corruptos de la policía y a
políticos, funcionarios y empresarios metidos en el negocio de la droga, habría dado la orden
de no capturarlos con vida para así borrar huellas, mientras que otro sector de la policía
nacional -oficiales no ligados directamente a la corrupción- estaba decidido a cumplir con la
captura y posterior extradición.
Este conflicto habría sido la razón para que el entonces ministro de Seguridad, Arturo
Corrales Álvarez, en contubernio con poderosos oficiales de la policía, y siguiendo
orientaciones del más alto nivel, despidiera abruptamente al Director General de la Policía
Nacional, Comisionado Ramón Sabillón y a su cúpula de oficiales, sustituyéndola por otro
sector, de historial menos limpio.
Algunos rumores con fuerte fundamento indican que la relación de Javier Rivera con las
personalidades de la política se estrechó al afiliarse al Partido Nacional. Sin embargo, el
apoyo que daba a alcaldes y diputados de las zonas que controlaba trascendía su afiliación.
Aunque su principal compromiso político estuvo con el Partido Nacional, se cuenta que
alcaldes de Tocoa, Trujillo, Sonaguera, Iriona, Sabá, Bonito Oriental, entre otros municipios,
le debían, unos más otros menos, algún favor por el respaldo que les daba el Cachiro mayor
para financiar sus campañas proselitistas.
Su gran compromiso fue con el Partido Nacional. Se rumora que tras las elecciones primarias
de ese partido, celebradas en noviembre de 2012, la pugna entre el ganador, Juan Orlando
Hernández, y el perdedor, Ricardo Álvarez, se profundizó a extremos de que Álvarez acusaba
de fraude a Hernández, impugnaba los resultados y exigía un recuento voto por voto.
Los diversos liderazgos del partido propiciaron diálogos y negociaciones entre ambos, hasta
que decidieron un pacto: Juan Orlando Hernández prometía llevar a Álvarez en su fórmula
presidencial como primer Vicepresidente. Ese pacto, celebrado el 7 de abril de 2013, se
habría llevado a cabo, según diversas fuentes, en una de las haciendas de los Cachiros, siendo
Javier Rivera el anfitrión y principal financiador del encuentro, en el que abundaron la carne
asada y las cervezas. A la sombra de Rivera fumaron la pipa de la paz los dos principales
líderes del nacionalismo, quienes desde enero de 2014 son Presidente de la República y
Designado presidencial.
El reinado de los Cachiros terminó, pero sus secuelas se sentirán por mucho tiempo más.
Ambos capos están vivos y en la cárcel y ambos están cargados de información hasta los
dientes. También están vivos sus principales socios. Todos tienen mucha información, la que
nunca antes, como en el actual escenario coyuntural, se convierte en una poderosa arma que
puede ser mortal para muchos de los que aún siguen vivos y sin ninguna acusación judicial.
Terminó el reinado delictivo de los Cachiros, pero Estados Unidos sigue siendo el país con
mayor consumo de drogas del planeta y la droga sigue siendo traficada desde el sur de
América hacia Estados Unidos. Y así como a comienzos de los años 90 los capos de la droga
abrieron nuevos corredores para el narcotráfico y el territorio hondureño se convirtió desde
entonces en el espacio de mayor importancia estratégica para los narcos, no hay duda que
nuevos capos sustituirán a los Cachiros para sacarle provecho a lo mucho que han invertido
ya en Honduras.
Se cuenta que autoridades de Estados Unidos aceptan que en esta primera etapa lo que
buscaban era sólo eso: eliminar, capturar y neutralizar a los principales mafiosos. Sin
embargo, están sobradamente informados los estadounidenses de quiénes son, en la política y
en el empresariado hondureño, los socios de estos mafiosos. ¿No quieren eliminar el
narconegocio, que les es tan rentable, sino sólo capturar a los peores mafiosos?
En cualquier caso, falta ver qué relaciones seguirá teniendo Estados Unidos con los
honorables personajes que fueron socios de los Cachiros. Hasta ahora sus planes y su
estrategia, de 2013 a 2015, era impedir la amenaza que los mafiosos, los peores narcos,
representaban para la seguridad nacional de Estados Unidos. ¿Pensarán que muerto ese perro
se acaba la rabia? Pero, ¿de verdad ha muerto el perro? ¿Bastará para eliminar la rabia con
capturar a unos cuantos de los más conocidos bribones?
Si los funcionarios del gobierno de Estados Unidos siguen relacionándose con los políticos,
banqueros y empresarios que fueron socios de los Cachiros, ¿pretenden desconocer sus
vínculos con el crimen organizado, siendo un secreto a voces que están no sólo salpicados
sino embarrados en negocios ilícitos? ¿Tocarán en su momento a algunos?
¿Por qué solo capturaron a un alcalde, el de Yoro, cuando hay firmes sospechas de que
muchos otros alcaldes, como el que lo fue de El Paraíso o el de Copán, así como diputados
del departamento de Colón, Copán, Santa Bárbara, Yoro, Cortés, entre otros, están
comprometidos a fondo con la narcoactividad?
¿MÁS MILITARIZACIÓN?
Unos quieren usarlos como chivos expiatorios y otros como argumento para militarizar aún
más la zona del Aguán. Para justificarlo, dicen que con la desaparición de los Cachiros ha
reaparecido en el Aguán la inestabilidad laboral y, sobre todo, la delincuencia y la
descomposición social. La militarización de Honduras es también uno de los ejes del Plan
Colombia que Estados Unidos va a aplicar en nuestro país.
Mil millones de dólares al año durante cinco años han anunciado en la Alianza para la
Prosperidad para los tres países del Triángulo Norte. En el caso de Honduras, aliándose con
los mismos personajes que aparecen vinculados a la violencia y al crimen organizado.
El capítulo que sigue al de los Cachiros apenas comienza a escribirse. No hay dudas de que,
con otros nombres y otros rostros, los mafiosos resurgirán. Y sus aliados, nombres más
nombres menos, seguirán siendo políticos, grandes empresarios y oficiales del ejército y de la
policía. Saldrán de la misma cantera con la que el gobierno de Estados Unidos se empecina
en construir un escenario diferente para nuestro país.