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Facultad de Comunicación

Curso de Apoyo

Comprensión de Textos
Estudios Sociales

Secretaría Académica
Autoridades

Dr. Héctor Masoero


Presidente - Rector Honorario

Dr. Arturo Lisdero


Vicepresidente del Consejo de Administración

Dr. Eduardo Fasulino


Secretario Legal

Lic. Andrés Cuesta


Secretario Académico

Lic. María Cristina Slica


Secretaria de Asuntos Estudiantiles y Extensión

Dr. Ricardo Orosco


Rector

Dr. Jorge Luis Rodríguez


Decano de la Facultad de Ciencias Económicas

Lic. Sebastián Oddone


Decano de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Exactas

Lic. Claudia Cortez


Decana de la Facultad de Comunicación

Arq. Roberto Converti


Director del Departamento de Arquitectura a cargo
del Decanato de la Facultad de Arquitectura y Diseño

Dra. Silvia Toscano


Decana de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales

Dra. Ana María Mass


Decana de UADE Virtual (a/c)

Carlos A. Sicurello, MBA


Secretario de Posgrado

Lic. José Luis Arata


Responsable Operativo
Campus UADE Costa Argentina
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Comprensión
de Textos
Coordinadora: Prof. Elena Ibáñez
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© UADE, Universidad Argentina de la Empresa, 2010


Lima 717 - C1073AAO
Ciudad Autonóma de Buenos Aires

Edición revisada 2016

ISBN: 978-950-9445-73-4

Edición y producción general:

www.editorialtemas.com
Cerrito 136, piso 3º A
C1010AAD - Buenos Aires, Argentina
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Programa de la asignatura
Comprensión de Textos

Objetivos

Que los alumnos sean capaces de:

Gestionar los procesos de comprensión de textos literarios, científicos y de actualidad.


Seleccionar estrategias adecuadas para planificar su propia producción discursiva escrita.
Sistematizar las reglas de uso del código lingüístico y aplicarlas a situaciones de com-
prensión y producción discursiva.

Contenidos

1. Comprensión de textos. El vínculo entre leer y escribir. La lectura como herramienta nece-
saria para la adquisición del conocimiento. La actividad del lector. Leer e interpretar: un
proceso de producción de sentido. Competencia comunicativa y competencia lingüística.
Valor comunicacional del texto. Los géneros discursivos: modelos de discurso escrito. La
producción universitaria: exámenes, reseñas, informes, monografías, ponencias, tesinas.
Las fuentes de información y los modos de referencia: recursos bibliográficos y electróni-
cos; referencias bibliográficas, notas al pie, citas.

2. La organización del discurso. Texto y discurso. El significado global del texto: su estruc-
tura. Tema del texto, tema de los párrafos. Ideas principales y secundarias. Palabras clave.
Esquemas conceptuales. Las secuencias discursivas: explicativa, narrativa, descriptiva,
argumentativa e instruccional.

3. Coherencia lineal. La frase: su estructura interna. Clases de palabras. Sintaxis (revisión de


errores habituales de redacción). Signos de puntuación. Ortografía. Recursos cohesivos:
repeticiones, anáforas, elipsis, sinonimia, enlaces y conectores. Adecuación textual: registro
escrito y registro formal.

4. El texto expositivo. La secuencia explicativa: marco, planteo explícito o implícito, explica-


ción, conclusión. Estrategias explicativas: la definición, el ejemplo, la analogía, la narración.

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5. El texto argumentativo. La secuencia argumentativa: tema, problema, hipótesis, argumen-


tos, contraargumentos, refutación, conclusión. Estrategias argumentativas: la definición, la
comparación, la contrastación, la cita de autoridad, la pregunta retórica, la analogía, el
ejemplo, la concesión, la causalidad, la ironía, los lugares comunes.

Bibliografía sugerida

Para aclarar dudas generales:

Manuales de Lengua y Literatura de nivel medio.

Para profundizar temas:

Alvarado, Maite y Yeannoteguy, Alicia. La escritura y sus formas discursivas: curso intro-
ductorio. Buenos Aires: Eudeba, 2000. 123 p. Temas. Comunicación.
Narvaja de Arnoux, Elvira; Di Stefano, Mariana y Pereira, Cecilia. La lectura y la escritu-
ra en la universidad. Buenos Aires: Eudeba, 2004. 190 p. Material de cátedra.

Para consultar vocabulario y dudas acerca de redacción:

Gran diccionario de sinónimos y antónimos. Ed. corr. Madrid: Espasa Calpe, 1987. 1319 p.
García Negroni, María Marta, coord.; Pérgola, Laura y Stern, Mirta. El arte de escribir bien
en español: manual de corrección de estilo. Ed. corr. y aum. Buenos Aires: S. Arcos, 2004.
607 p. Instrumentos.
Serafini, María Teresa. Cómo se escribe. Rodríguez de Lecea, Francisco, trad. y Alcoba,
Santiago, rev. Buenos Aires: Paidós, 2005. 367 p. Intrumentos, n. 12.
Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: Espasa
Calpe, 2001. 2 v.
Real Academia Española. Ortografía de la lengua española. Madrid: Espasa Calpe, 1999.
162 p.
Real Academia Española [online] Real Academia Española. Madrid: RAE, [2010]
[Consultado: 30 de abril de 2010] http://www.rae.es

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Trabajos Prácticos Parte I

Lea atentamente los textos que se encuentran a continuación. No olvide buscar en el dic-
cionario el significado de los términos que desconoce. Luego, resuelva las consignas plan-
teadas.

A. La ética es el fundamento cuyos valores esenciales deben organizar la vida social, y son
tales como la libertad y la dignidad humana, así como también se basa en conceptos morales
como el bien común, lo bueno, lo equitativo y lo justo. Es así que se le asigna un conjunto cohe-
rente de significados del vocabulario valorativo, de manera que el análisis de lo deseable no
dependa exclusivamente de las definiciones individuales. Por ejemplo, que la justicia no es lo
que sirve al interés del más fuerte. También la ética brinda argumentos que muestran al ocio y
la mentira como algo inmoral. No puede mentirse porque en el marco de una sociedad, para
cualquier tiempo y lugar, no puede pensarse o admitirse que la mentira se transforme en una
norma universal.

Jorge Etkin, La doble moral de las organizaciones


(Adaptación)

1. Subraye en el texto la definición del término “ética” que proporciona el autor.


2. Elabore la lista de los términos que, para el autor, expresan los valores morales esencia-
les de la vida del hombre en sociedad.
3. Elabore la lista de los términos o expresiones que, para el autor, hacen referencia a disva-
lores morales.
4. En la frase: “la justicia no es lo que sirve al interés del más fuerte” reemplace las pala-
bras subrayadas por una que exprese el mismo sentido.
5. En la última oración, el autor hace una afirmación y proporciona un fundamento para sos-
tenerla. Encierre entre corchetes la afirmación realizada, encierre entre paréntesis el fun-
damento proporcionado y encierre en un círculo el conector que articula ambas frases.
6. Redacte una oración de 10 palabras que exprese la idea principal del texto.

B. ¿El liderazgo actual es diferente del liderazgo del pasado? ¿El liderazgo de una empresa de
miles de personas es, de hecho, muy distinto del liderazgo de un grupo de boys scouts? Creo
que no. En el mejor de los casos, el liderazgo no es una competencia por el poder, sino el dise-
ño de un proceso de descubrimiento conjunto. Porque los mejores líderes son, también, los
mejores aprendices. Y se atreven a decir “no sé”. Una frase que impulsa a otros, au-
tomáticamente, a iniciar un viaje a lugares desconocidos. Los grandes líderes son respetuosos.

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Porque nadie embarca en un viaje a lo desconocido a quien no respeta. En el mundo moderno,


donde todo está cambiando, el valor económico ya no depende de ajustar un tornillo, 700 veces
al día, en una fábrica de automóviles, sino de algo efímero, llamado “capital intelectual”, que
adopta la forma de una película protagonizada por Julia Roberts o la de una pieza de software
diseñada por docenas de seguidores de Bill Gates. Acabo de leer un libro inquietante, titulado
Desgracia, cuyo autor es J. M. Coetzee. La historia se desarrolla en Sudáfrica, después del
“apartheid”. Tiene que ver con personas que exploran sus límites. ¿Liderazgo es sinónimo de
asistir a otros en la exploración de sus límites? Sí. Dispuesto a escribir sobre ese tema, con la
pista que me proporcionó Coetzee, decidí hacer un listado de las cualidades que caracterizan a
los líderes.

Tom Peters, Liderar con eficacia

1. Elabore la lista de las características que el autor atribuye, de manera explícita, a los líderes.
2. De las palabras que se incluyen a continuación diga cuáles refieren a características que
el autor atribuye a los líderes de manera implícita: humildad, eficiencia, arrogancia, ambi-
ción, solidaridad, inoperancia.
3. De los siguientes términos, indique cuáles están definidos de manera explícita: líder, lide-
razgo, capital intelectual, apartheid.
4. Este párrafo forma parte de un artículo más extenso. ¿En qué parte estará incluido: en la
introducción o en la conclusión? Subraye la parte del texto que le permita fundamentar
su respuesta.
5. Redacte una oración de 10 palabras que exprese el tema que debe abordar el artículo.

C. Aunque el contexto histórico cambia constantemente, cada nuevo escenario trae sus pro-
pias versiones de las tres formas arquetípicas de la ambición.
En primer lugar, los emprendedores ambiciosos, a los que llamamos “creadores”. Son los au-
ténticos innovadores, los pioneros de una nueva idea capaz de romper con las tradiciones es-
tablecidas. En las ciencias, pioneros como Albert Einstein y Jonas Salk dieron a la especie huma-
na un control sin precedente sobre la naturaleza.
Después llegan los “capitalizadores”, que tienen un tipo de ambición diferente. Expanden y
desarrollan la nueva idea o tecnología hasta convertirla en dominante. La infraestructura elec-
trónica de los Estados Unidos es un ejemplo; fue reconstruida por lo menos tres veces en los
últimos 70 años: del telégrafo al teléfono, de la radio a la televisión, del cable a Internet. En
cada caso, lo que primó fue la energía ambiciosa de los capitalizadores.
Finalmente aparecen los “consolidadores”, impulsados por la ambición de lograr que las nue-
vas tecnologías funcionen de manera consistente y rentable en ambientes corporativos. Con el
tiempo, los consolidadores tienden a concentrar la atención en sus propias culturas cor-
porativas, antes que en las cambiantes necesidades de los clientes, razón por la cual pierden el
impulso creativo que había generado la nueva tecnología. Entonces, el ciclo de la destrucción
creativa tiene la oportunidad de volver a empezar.

James Champy y Nitin Noria, Raíz de todos los logros


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1. Proponga dos palabras o expresiones que sean sinónimas de la expresión “forma arquetí-
pica”.
2. Elabore un cuadro sinóptico de tres columnas que le permita organizar la información res-
pecto a los tipos de emprendedores y las características de cada tipo.
3. Redacte dos oraciones que pudieran agregarse al texto en las que explique por qué Einstein
y Salk pueden ser considerados emprendedores ambiciosos. Utilice alguno de los siguien-
tes comienzos de frases:
• Einsten, porque ...... . Salk, debido a ..........
• El primero, porque ....... . El segundo, dado que......
4. Busque en el diccionario la definición del término “ciclo”. Subraye en el texto las pala-
bras que indiquen el punto inicial, el punto intermedio y el final del ciclo del que hablan
los autores. Luego diga qué tipo de emprendedor corresponde a cada etapa del ciclo.
5. Los autores hacen referencia a un ciclo de destrucción. ¿Qué es lo que se destruye?
6. Pero los autores también hacen referencia a un ciclo de destrucción que es creativa. ¿En
qué consiste la creatividad? Redacte su respuesta en no más de cuatro renglones.

D. La teoría neoclásica del crecimiento predominó en el pensamiento económico durante tres


décadas, ya que explica satisfactoriamente una gran parte de lo que observamos en el mundo y
es elegante desde el punto de vista matemático. No obstante, a finales de los 80 había comen-
zado a suscitar insatisfacción tanto por motivos teóricos como por motivos empíricos. La teo-
ría neoclásica del crecimiento atribuye el crecimiento a largo plazo al progreso tecnológico,
pero no explica los determinantes económicos de ese progreso tecnológico. La insatisfacción
empírica se debió a la predicción de que el crecimiento económico y las tasas de ahorro no
debían estar correlacionados en el estado estacionario. Los datos ponen de manifiesto que las
tasas de ahorro y el crecimiento están correlacionados positivamente en los distintos países.

Rudiger Dornbusch, La teoría del crecimiento: el crecimiento endógeno

1. El término “neoclásico” contiene un prefijo y una palabra base. Diga cuál es el prefijo y
qué significa. Busque 5 palabras cualesquiera que contengan el mismo prefijo y anote sus
significados. Busque 3 palabras que correspondan a la familia de la palabra base y propor-
cione sus significados. Conserve la palabra base y cámbiele el prefijo por otro. Diga cuál
es el nuevo significado resultante.
2. ¿Cuáles de las siguientes palabras puede reemplazar a “elegante” en la frase “es elegante desde
el punto de vista matemático”, conservando el mismo sentido?
concisa moderna fashion actual prolija
3. Diga cuáles de las siguientes palabras o expresiones pueden reemplazar en el texto a la
expresión “no obstante” conservando el mismo sentido:
pero además sin embargo obviamente
4. Los autores sostienen que tanto la fortaleza como la debilidad de la teoría se deben a moti-
vos teóricos y empíricos. Complete con la información adecuada el siguiente cuadro:

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Teoría neoclásica del crecimiento


Fortalezas Debilidades
Teóricas Empíricas Teóricas Empíricas

5. Redacte con sus propias palabras (pero manteniendo el vocabulario técnico) un texto de 100
palabras que exprese las ideas principales del párrafo.
6. El título del párrafo se refiere al crecimiento económico de tipo endógeno. Si hay un crecimien-
to de tipo endógeno, podemos suponer que debe existir también un crecimiento… ¿de qué tipo?

E. Hay muchas variedades de conocimiento y las podemos rastrear en los usos cotidianos de los
verbos ‘saber’ o ‘conocer’: sé cómo cambiar el cuerito de una canilla, sé nadar; conozco a José,
conozco París; sé que el agua calma la sed, sé que Sábato escribió El túnel, etc. Estos ejemplos
pertenecen a distintos tipos de conocimientos diferentes; los primeros nos remiten a la posesión de
una habilidad, a un “saber cómo”; los siguientes suponen un conocimiento directo, perceptivo de
un objeto, persona o lugar. Los últimos, en cambio, se refieren a un conocimiento de hechos, un
“saber que...”, donde los puntos suspensivos pueden llenarse con una oración que describa un
hecho. A este tipo de conocimiento lo llamamos conocimiento proposicional.

Rosana Tagliabue

1. Diga cuál es el sentido con el que se usa la palabra “rastrear” en la primera oración.
Proponga otras dos palabras que puedan reemplazarla conservando el sentido de la frase.
2. Redacte un título de tres palabras para el párrafo.
3. ¿Por qué en el cuarto renglón la autora utiliza “etc.”?
4. Redacte un párrafo de 4 oraciones. Utilice para cada una los siguientes comienzos:
Existen...
En primer lugar, podemos...
En segundo lugar...
Por último...
5. Convierta el párrafo que elaboró en el punto anterior en uno de siete oraciones.
6. Elabore con sus propias palabras una definición de conocimiento proposicional.

F. El único modo en el que un objeto puede pertenecer a más de una clase natural es que una
de ellas esté incluida en la otra, de lo contrario se superponen las clases y da lugar a una mala
clasificación. Así, el ser humano pertenece a la clase de los mamíferos y de los vertebrados.
Pero todos los mamíferos son vertebrados. Aquí no hay problema. En cambio, los seres huma-
nos y los tigres son mamíferos; los tigres y las iguanas son cuadrúpedos; pero ninguna clase
incluye a los humanos y a las iguanas. Aquí aparece el solapamiento de clases.
Rosana Tagliabue, El esencialismo científico en las Ciencias Sociales
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1. Proponga una expresión que reemplace a “de lo contrario” en la primera frase y que con-
serve el mismo sentido.
2. ¿Cuántas maneras hay de que un objeto pertenezca a más de una clase natural?
3. Complete la siguiente frase seleccionando el término adecuado:

En este párrafo la autora se propone ................. las condiciones necesarias para que se produzca
una adecuada clasificación de un objeto en varias clases naturales.

ejemplificar definir explicar deducir hablar criticar avalar

4. La autora propone dos ejemplos. Indique qué muestra con el primero y qué con el segundo.
5. Retome la frase que completó en el punto 3. Elabore un breve párrafo que contenga esta
frase en primer lugar y luego dos ejemplos construidos por usted que sirvan de apoyo.

G. Pero ¿es posible acceder a datos “crudos”, que no impliquen ningún presupuesto teórico?
¿Kepler y Tycho Brahe ven lo mismo al mirar un amanecer? Kepler, quien sostenía que la
Tierra gira alrededor del Sol, veía a la Tierra moviéndose de tal modo que el Sol entra en el
campo de visión; y Tycho, quien sostenía que la Tierra estaba fija y el Sol giraba a su alrede-
dor, veía la salida del Sol. Aunque el dato sensorial sea el mismo para ambos, ven cosas distin-
tas. Desde esta perspectiva sería imposible aun para los científicos consignar datos puros acer-
ca de fenómenos observables, pues los marcos teóricos que ellos mismos presuponen determi-
narían de algún modo qué objetos son los que ven.

Rosana Tagliabue

1. ¿Por qué en la primera oración la palabra “crudos” se encuentra entre comillas?


2. En la primera oración hay dos expresiones que se utilizan como sinónimas. Subráyelas.
3. ¿Qué función cumple la segunda pregunta del párrafo?
4. ¿Qué es un dato sensorial?
5. ¿Cuál es el dato sensorial que es igual para Kepler y Tycho Brahe?
6. ¿A qué concepto teórico recurre la autora para explicar que dos científicos que tienen los
mismos datos sensoriales pueden ver cosas distintas?
7. La última oración del párrafo tiene una estructura del tipo premisa –conclusión (supuesto
sobre la base del cual se va a hacer una afirmación– afirmación que se realiza).
a. Encierre en un círculo el término que indica la premisa.
b. Vuelva a redactar la frase de manera tal que pueda incluir alguno de los siguientes indi-
cadores de conclusión: “por lo tanto”, “por consiguiente”, “en consecuencia”.

H. Todo lo que he admitido hasta ahora como más verdadero y seguro lo he tomado de los sen-
tidos o por los sentidos; pero he experimentado a veces que estos sentidos eran engañosos y es
propio de la prudencia no confiar jamás enteramente en los que nos han engañado una vez.
Pero aunque los sentidos nos engañan a veces respecto de las cosas poco sensibles y muy aleja-
das, existen quizás muchas otras de las que no se puede razonablemente dudar, aunque las conoz-
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camos por su intermedio: por ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, vestido con una
bata teniendo este papel en las manos y otras cosas por el estilo. [...] Sin embargo, tengo que con-
siderar aquí que soy hombre y, por consiguiente, que suelo dormir y representarme en sueños
cosas iguales o a veces menos verosímiles que estos insensatos cuando están despiertos. ¡Cuántas
veces no me ha sucedido de noche soñar que me hallaba en este sitio, que estaba vestido, que me
encontraba junto al fuego, aunque yaciera desnudo en mi lecho! [...] Y deteniéndome en este pen-
samiento, veo tan manifiestamente que no existen indicios concluyentes ni señales lo bastante
ciertas por medio de las cuales pueda distinguir con nitidez la vigilia del sueño, que me siento
realmente asombrado; y mi asombro es tal que casi llega a convencerme de que duermo.

René Descartes, Meditaciones metafísicas

1. En el primer párrafo el autor sostiene tres ideas. Exprese, con sus propias palabras, cada
una de esas ideas en una oración. Cada una de las oraciones elaboradas tiene que resultar
de una redacción propia. No resuma ni recorte las oraciones del texto.
2. En el segundo párrafo el autor habla de “cosas poco sensibles y muy alejadas”. Con esa
expresión se refiere a:
1. Cosas de pocos sentimientos y que se encuentran en lugares lejanos.
2. Cosas que hemos percibido hace tiempo ya y cuyo recuerdo es poco preciso.
3. Cosas que no vemos bien porque están lejos, no son muy grandes y, en consecuen-
cia, se nos presentan de manera confusa.
3. En el segundo párrafo el autor incluye dos expresiones adversativas. Enciérrelas en un círculo.
4. Las expresiones adversativas se utilizan para…
5. Vuelva a leer atentamente el texto y redacte un párrafo que respete la siguiente estructura:
• Idea sostenida por el autor.
• Objeción 1.
• Respuesta a objeción 1.
• Objeción a la respuesta.

I. Mi esposa y yo hemos entrevistado en profundidad a sujetos norteamericanos y extranjeros,


según un esquema muy preciso. Las entrevistas más cortas duraban seis horas; la más larga duró
seis meses y sigue proporcionando informaciones una vez finalizada esta fase del trabajo.
[…] La entrevista comenzaba con una pregunta general que concernía a la casa y los quehaceres
domésticos, así como las actividades y la denominación de los diferentes lugares en la casa. Esta
había sido escogida como punto de partida no solo porque todo el mundo tenía una, sino también
porque sabíamos por experiencia que los sujetos eran, en general, capaces de hablar de las cosas
concretas de la casa, incluso cuando les parecía difícil o fuera de lugar abordar otros temas.

Edward Hall, Proxemia

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1. Elija para el texto dos palabras clave.


2. Redacte una oración de quince palabras que exprese el contenido del texto.
3. Busque en un diccionario la definición de “proxemia”. ¿Qué puede inferir acerca del objeto de
investigación del autor a partir del título y del contenido del fragmento?

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Trabajos Prácticos Parte II

Lea atentamente los textos que se encuentran a continuación. No olvide buscar en el dic-
cionario el significado de los términos que desconoce. Luego, resuelva las consignas plan-
teadas.

A. Controversia sobre el fin de la ciencia

Por Eitel H. Lauría*, para La Nación, 3/5/2006 (Adaptación)

En una nota anterior (La Nación, 6 de marzo de 2006) se expuso el tema de la evolución de
la ciencia a través de la historia de la civilización, señalando el carácter progresivo y acumula-
tivo de los conocimientos científicos. Esto hace de la ciencia una actividad social ascendente,
caracterizada por el creciente rigor de sus teorías y el aumento constante de la precisión de sus
evaluaciones. Es oportuno recordar que, cuando el tema es el fin de la ciencia, se trata de la cien-
cia llamada ‘pura’ o búsqueda del conocimiento por el conocimiento mismo, con particular énfa-
sis en las ciencias naturales, tales como la física y la biología. Por otra parte, el siglo XX ha sido
escenario de una controversia planteada en los siguientes términos: por un lado, se sostiene que
la ciencia continuará evolucionando en forma progresiva y acumulativa, y por otro, que la cien-
cia, más tarde o más temprano, se enfrentará con barreras infranqueables y detendrá su marcha
ascendente. Un libro que expone esta última posición es El fin de la ciencia (1996) de John
Horgan, un escritor americano de temas científicos. Horgan, después de realizar entrevistas y
consultas con científicos de primer nivel, expresa lo siguiente: “Los científicos se están topan-
do contra los límites del conocimiento, desde los físicos de partículas que sueñan con una teo-
ría final de la materia y la energía hasta los neurocientíficos que investigan los procesos cere-
brales que dan soporte a la conciencia”.
El fin de la ciencia ha tenido defensores anteriores a Horgan, destacándose entre ellos
Gunther Stent, un biólogo de la Universidad de California, en Berkeley. En su libro La llega-
da de la Edad Dorada: una visión del fin del Progreso (1969), sostiene que la ciencia puede
estar avanzando a una velocidad sin precedentes, justamente poco antes de chocar contra sus
impasables límites. “Cuanto más rápido progresa, más cerca está de su final”. Ese final, según
otros estudiosos del tema, será no solo científico sino económico, dado que los costos del ins-
trumental están creciendo exponencialmente. En forma resumida, la posición que sostiene un
no muy lejano fin de la ciencia llamada ‘pura’ se basa en el argumento siguiente: la ciencia ha
avanzado extraordinariamente en los últimos cuatro siglos y no podrá continuar haciéndolo así
para siempre. Según este enfoque, la “revolución científica” tarde o temprano llega a su fin.

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Desde otro ángulo, el fin de la ciencia pura no implica el fin de la ciencia llamada ‘aplica-
da’ y de sus realizaciones tecnológicas. En efecto, es probable que en materia de computado-
ras muchísimo más veloces, o de aplicaciones de ingeniería biomédica revolucionarias en la
cura de enfermedades, o en la invención de robots casi humanos, exista todavía muchísimo
camino por recorrer. Por otra parte, las profecías sobre el fin de la ciencia pura son causa de
polémica en la comunidad científica. Un argumento utilizado frecuentemente para poner en
duda esa profecía es el siguiente: muchos físicos de fines del siglo XIX, después de casi tres
siglos de éxitos sin precedente de la física iniciada por Galileo y Newton, pensaban que habían
alcanzado la cumbre del conocimiento y que no restaba nada fundamental por conocer. Pocas
décadas después, la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica produjeron un inesperado y
dramático cambio en la evolución de la física. Además, la historia de la ciencia muestra que a
veces el surgimiento de observaciones y hechos experimentales inesperados y sorprendentes
tiene fuertes repercusiones en las teorías científicas. Por ejemplo, un muy pequeño corrimien-
to del perihelio de la órbita de Mercurio, imposible de explicar en el marco de la teoría de la
gravedad de Newton, pudo ser explicado con una nueva y revolucionaria teoría: la relatividad
de Einstein. La historia registra otros casos similares que restan validez a las predicciones sobre
el futuro de la ciencia. Es célebre la afirmación del filósofo Augusto Comte (1798-1857) sobre
la imposibilidad de conocer la composición química de las estrellas. En la actualidad se tiene
un conocimiento detallado del tema y un elemento químico –el helio– fue descubierto prime-
ro en una estrella –el Sol–y después en la Tierra. En resumen, la historia de la ciencia encierra
una compleja trama en la que se entrelazan un cúmulo impresionante de conocimientos sólida-
mente comprobados, teorías rigurosas e intuiciones geniales de algunos científicos. De ahí la
necesidad de adoptar una actitud prudente respecto del futuro de la ciencia pura. Además, exis-
ten importantes interrogantes en materia de procesos naturales aún no dilucidados o de incóg-
nitas no develadas. Ejemplos pertinentes son, respectivamente, los siguientes: ¿cuál es el pro-
ceso que permite transformar una célula fertilizada en un complejo mamífero? ¿Existe vida
más allá de la Tierra? La eventual dilucidación de interrogantes como los precitados puede ori-
ginar, tal vez, replanteos científicos profundos. Solo el futuro podrá decirlo.

*
El autor es miembro de la Academia Nacional de Ingeniería.

Responda las siguientes consignas:

1. Identifique los distintos bloques temáticos que lo componen. Subraye en cada bloque la
idea principal. Elabore un subtítulo que dé cuenta del contenido de cada bloque y escrí-
balo en el margen del texto. Mencione las palabras clave.

2. Teniendo en cuenta el análisis realizado en el punto anterior, identifique en el texto la


secuencia explicativa y realice un esquema o cuadro en el que se evidencien el marco, el
planteo o tema, la explicación y la evaluación.

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3. Elabore una síntesis que incluya las ideas principales. Subraye en su texto las palabras
clave.
• Confronte si las palabras que subrayó coinciden con aquellas mencionadas en el
punto 1.
• Analice por qué incluyó algunas o eliminó otras.
• Reformule y rescriba su texto, si es necesario.

4. Relea el texto producido en el punto anterior y revise cuidadosamente los siguientes aspectos:
• Ortografía.
• Uso de signos de puntuación.
• Sintaxis.
• Registro.
• Uso de conectores.
• Coherencia global del texto.

B. Los pañuelos

Instrumento del largo adiós. Símbolo religioso. Removedor de lágrimas. Ícono de lucha polí-
tica. Simple protector de los dañinos rayos de sol. Recurso higiénico. Todo eso y mucho más
encarna el pañuelo, noble objeto reconocido por el Viajero Ilustrado como marco ineludible de
tanta emoción humana a lo largo de la historia y a lo ancho de la geografía de este mundo.
En términos enciclopédicos, el Viajero puede afirmar que el pañuelo es una pieza de tela cua-
drada que, para uso personal con propósitos de higiene tales como limpiarse las manos o sonar-
se la nariz, se lleva generalmente dentro del bolsillo. Otro uso frecuente de la misma prenda
tiene fines estéticos: las mujeres lo llevan, en versiones sedosas y coloridas, anudado al cuello
o –más frecuentemente en décadas pasadas– cubriendo la cabeza para protegerla del sol o la
lluvia.
Además de estas básicas usanzas vinculadas a la indumentaria personal, el elemento que nos
ocupa goza de una aplicación histórica. Es la del pañuelo blanco que, en reemplazo de una ban-
dera del mismo color, señala la propia rendición ante el enemigo. Idéntico pañuelo ha servido
en memorables escenas de la vida real y de la ficción para que incontables parturientas abran
paso a sus vehículos en un caótico tráfico automotor.
Lo cierto es que los primeros pañuelos –advierte el Viajero Ilustrado– fueron introducidos
en Europa en el siglo XV por los marinos franceses que hacían viajes a Oriente, donde los cam-
pesinos tenían la costumbre de taparse la cabeza con piezas cuadradas de lino que filtraban el
calor solar. En un principio, el pañuelo fue adoptado exclusivamente por las damas de la clase
alta europea, quienes lo transformaron en delicado objeto de distinción. Lo pertinente era lucir-
lo en la mano, agitarlo al despedirse o dejarlo caer suavemente al piso esperando que un cor-
tés caballero lo recoja y, de esa manera, prosiga el sutil juego de seducción. Recién en el siglo
XVI el pañuelo comienza a ser tímidamente utilizado para limpiarse la nariz.
En la cultura contemporánea, el uso de determinado pañuelo pueden simbolizar una forma
de ver la vida. En Estados Unidos, por ejemplo, los pañuelos azules identifican a la banda juve-
nil Crips y, los rojos, a sus rivales, los Bloods. Y ni hablar del universo que implica el uso del
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velo islámico en las mujeres árabes. Mucho más cercanos y con indiscutible contundencia
como ícono de la lucha por los derechos humanos, fueron y son los pañuelos blancos de las
Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. El Viajero Ilustrado toma la versión que cuenta que
la primera vez que las Madres utilizaron el pañuelo sobre sus cabezas fue en una procesión al
Santuario de Luján, en 1977. Como estrategia para reconocerse entre sí, eligieron utilizar un
pañal de tela atado en sus cabezas. Este “pañuelo blanco”, hecho con un material asociado al
nacimiento, la pureza y el comienzo de la vida, se oponía de esa manera al pañuelo negro, tra-
dicionalmente asociado con el momento de duelo. El blanco se oponía a la impureza de aque-
llos que habían asesinado y hecho desaparecer cuerpos.
Otro uso más alegre y extendido del pañuelo se vincula con los bailes del folclore popular,
como la zamba, el gato y la cueca, en los que el pequeño trozo de tela se asocia a la gestuali-
dad de los danzantes y hasta parece cobrar vida. Una cueca tradicional de autor anónimo le
dedica todos sus versos al pañuelo y dice así: Para qué, para qué me dan pañuelo/ pañuelo,
pañuelo para llorar / de qué me, de qué me sirve el pañuelo / si tu amor, si tu amor no ha de
durar. / Para qué quieres niña / caramba, tanto pañuelo / pañuelo a la cintura / caramba, pañue-
lo al cuello. / Pañuelo al cuello, sí /mi vida, pañuelo lacre / cuando está el gorro puesto / caram-
ba, no hay quien lo saque. / Anda pañuelo verde / caramba, de mí te acuerdes.
Mientras tanto, en las plazas de toros de España, el público agita pañuelos para pedir los tro-
feos del torero: orejas y rabo del animal. En épocas de posguerra, otros pañuelos ibéricos des-
pidieron esos barcos en los que viajaban el dolor y la esperanza.

Responda las siguientes consignas:

1. Identifique los distintos bloques temáticos que lo componen. Subraye en cada bloque la idea
principal. Elabore un subtítulo que dé cuenta del contenido de cada bloque y escríbalo en el
margen del texto. Mencione las palabras clave.

2. Teniendo en cuenta el análisis realizado en el punto anterior, identifique en el texto la


secuencia explicativa y realice un esquema o cuadro en el que se evidencien el marco, el
planteo o tema, la explicación y la evaluación.

3. Elabore una síntesis de no más de 15 renglones que incluya las ideas principales. Subraye
en su texto las palabras clave.
• Confronte si las palabras que subrayó coinciden con aquellas mencionadas en el punto 1.
• Analice por qué incluyó algunas o eliminó otras.
• Reformule y rescriba su texto, si es necesario.

4. Relea el texto producido en el punto anterior y revise cuidadosamente los siguientes aspectos:
a. Ortografía
b. Uso de signos de puntuación
c. Sintaxis
d. Registro
e. Uso de conectores
f. Coherencia global del texto
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C. Un destino en letras de molde

Beatriz Sarlo

En 1823, cuando Sarmiento tenía doce años, en Buenos Aires gobernaba Bernardino
Rivadavia y desde esa ciudad llegó la noticia de que el gobierno central se haría cargo de la
educación de seis chicos elegidos entre los mejores de las provincias. En San Juan, Sarmiento
encabeza la lista para formar parte de ese mínimo contingente destinado a la “Escuela de la
Patria”, pero los notables del lugar, que no estuvieron de acuerdo con la elección del hijo de un
hombre pobre y con reputación de inconstante, reemplazaron la elección con un sorteo y, por
supuesto, Sarmiento perdió. Desde ese momento, su educación quedó más o menos librada a
su voluntad y al azar de los libros, que eran pocos.
Por eso, nadie como Sarmiento fue tan marcado por la injusticia y el resentimiento frente a
las diferencias de clase. “La fatalidad intervenía para cerrarme el paso”, y esa fatalidad era
social.
A los cinco años ya había aprendido a leer y a retener lo que leía, como lo cuenta con el
gesto excesivo del autodidacta, en Recuerdos de provincia. Leía tan bien que lo paseaban de
casa en casa para que demostrara esa destreza, como una especie de fenómeno en la aldea de
provincia. Cuando empezó la escuela, su padre se encargó de reforzar esas habilidades: “Me
hacía leer sin piedad por mis cortos años... y si no pudo darme educación por su pobreza, diome
en cambio el instrumento poderoso con que yo por mi propio esfuerzo suplí a todo”. Según dice
Sarmiento, los libros que su padre le ponía delante eran feos y confusos. Seguramente, en ese
rancherío que era San Juan en 1820, a un jefe de familia decente (es decir: un vecino conoci-
do) pero pobre le resultaba imposible conseguir otros.
Por eso Sarmiento se hizo baqueano en la técnica de agenciarse libros sin comprarlos y sin
saber cuáles eran los que en realidad necesitaba leer ya que desconocía casi todo. Los prime-
ros fueron biografías, la de Cicerón, casi un despropósito para un chico sanjuanino, y la de
Benjamín Franklin, un modelo más verosímil. Pero eran pedazos ínfimos de continentes des-
conocidos: “Debe haber libros, me decía yo, que traten especialmente de estas cosas... enten-
diendo bien lo que se lee puede uno aprenderlas sin necesidad de estros; y me lancé enseguida
en busca de esos libros”. La situación es desesperada: una familia sin dinero, un pueblo donde
los ricos no son ni cultos ni generosos, un chico que es sólo deseo y ambición.
Sarmiento se lanza a leer lo que le cae en las manos, “sin orden, sin guía”. Encuentra los
Catecismos de Rudolph Ackermann, traducidos por liberales españoles residentes en Londres
y llevados a San Juan, más por casualidad que por otra cosa, por un vecino cuyo nombre
Sarmiento no olvida, Tomás Rojo. No se trata de textos de enseñanza religiosa, sino de libritos
que, por medio de preguntas y respuestas, ofrecen panoramas de historia humana y natural.
Sarmiento, literalmente, consume estos catecismos mientras es dependiente de almacén:
“Vendía yerba y azúcar, y ponía mala cara a los que me venían a sacar de aquel mundo”.
Preguntas y respuestas cerradas forman el intelecto más independiente y original del siglo XIX.
A veces hay que creer en milagros. Después de los Catecismos, siguen las historias de aventu-
ras azarosas entre los libros y para conseguirlos.

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Sarmiento es un hambriento insaciable que vive en estado de necesidad; por eso exagera sus
logros y multiplica las exageraciones cuando los recuerda. Cuenta que leyó todas las novelas
de Walter Scott en inglés, aprendiendo esa lengua a medida que daba vuelta las páginas. Leía
uno de esos libros por noche, y en sesenta terminó con la obra completa y se encontró domi-
nando el inglés. La hipérbole no es una jactancia sino la manifestación de una fe: si se lee un
libro por día, cualquier cosa es completamente posible. Esto sucede cuando ya vivía exiliado
en Chile y para encarar a Walter Scott le entregaba la mitad de su sueldo a un inglés que des-
pués de dos meses y medio de lecciones le dijo que ya no le faltaba sino aprender a pronunciar,
algo que Sarmiento confiesa que no pudo lograr nunca.
Sarmiento es al mismo tiempo un omnipotente y alguien que ha soportado los riesgos de la
pobreza cultural y económica. La mezcla produce, por fin, una especie de convencimiento
extremo en el poder de la cultura y una confianza en la máquina de leer y de aprender, una
máquina que, si no hay maestros a mano, tiene que andar sola, a fuerza de voluntad, de obse-
sión, de hacer funcionar las preguntas y respuestas de los catecismos laicos que imitan la pala-
bra del maestro ausente y le dicen al alumno sin maestros qué es lo que puede llegar a saber.
Enseñar a leer bien y a entender algún idioma extranjero: a mediados del siglo XIX, Sarmiento,
apoyado en su voracidad cultural delirante, afirma ese programa mínimo para las escuelas que
deberán fundarse en una Argentina que entonces todavía parecía improbable.

Responda las siguientes consignas:

1. Identifique los distintos bloques temáticos que lo componen. Subraye en cada bloque la idea
principal. Elabore un subtítulo que dé cuenta del contenido de cada bloque y escríbalo en el
margen del texto. Mencione las palabras clave.

2. Teniendo en cuenta el análisis realizado en el punto anterior, identifique en el texto la


secuencia explicativa y realice un esquema o cuadro en el que se evidencien el marco, el
planteo o tema, la explicación y la evaluación.

3. Elabore una síntesis que incluya las ideas principales. Subraye en su texto las palabras clave.
• Confronte si las palabras que subrayó coinciden con aquellas mencionadas en el punto 1.
• Analice por qué incluyó algunas o eliminó otras.
• Reformule y rescriba su texto, si es necesario.

4. Relea el texto producido en el punto anterior y revise cuidadosamente los siguientes aspectos:
• Ortografía
• Uso de signos de puntuación
• Sintaxis
• Registro
• Uso de conectores
• Coherencia global del texto

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Trabajos Prácticos Parte III

Lea atentamente los textos que se encuentran a continuación. No olvide buscar en el dic-
cionario el significado de los términos que desconoce. Luego, resuelva las consignas plan-
teadas.

A. Los vicios y la virtud

Javier Navia

Costará ver a Gardel, inmortal junto a su tumba, sin un inacabable rubio entre los dedos de
bronce. Sus fanáticos deberán conformarse con dejarle narcisos a su estatua sonriente: un ciga-
rrillo encendido ya no estará bien visto en los aniversarios tangueros de la Chacarita. Los
puchos no colgarán de los brazos asomados de los taxistas por las calles del smog, los paños
de Los 36 Billares mantendrán su verde inalterado de cenizas y los gallegos ya no quemarán
fumando sus horas de aburrimiento en los mostradores de estaño, junto a la sucia campana de
sándwiches, en esos bares porteños donde el aire no será por eso más puro.
No habrá colillas apretadas contra los ceniceros de La Biela, y los fumadores deberán bus-
car refugio a la sombra de su eterno gomero. Y solo Sandro, que hace rato debió apagar los
suyos, seguirá pidiendo “dame fuego” en alguna radio de barrio. Buenos Aires comenzó hace
48 horas un intento por hacer honor a su nombre y ya no se puede fumar en lugares cerrados
con acceso al público. Ha emprendido así su propia cruzada pública contra el cigarrillo, des-
pués de que la lucha contra el tabaco comenzara en empresas y puestos de trabajo hace ya
varios años.
No está mal que así sea. Nadie tiene por qué inhalar las necesidades de otro convertidas en
volutas. Pero una ciudad, además de sus calles, sus techos, su gente, sus olores y su aire, tam-
bién es sus vicios. Y Buenos Aires no será la misma. ¿Qué sería de Amsterdam sin sus escapa-
rates de sexo; de Dublín, sin sus pubs plagados de risas beodas, o de La Habana, sin el aroma
de una hoja de tabaco quemándose junto a un trago de mojito? ¿Qué hubiera sido del siglo XX
si Humphrey Bogart intentara aplacar penas de amor consumiendo un yogur, en lugar de lle-
varse un cigarrillo a la boca, trastocada siempre en una mueca; si Groucho no dibujara boca-
nadas de sarcasmo, o si Winston Churchill hubiera debido salir cada hora a la vereda del
Parlamento británico para consumir sus puros, antes de pronunciar los discursos con los que
ganó la guerra?
Pero este es el siglo XXI y esta es la Argentina, un país donde el sentido común y el respe-
to mutuo se legislan en despachos contaminados de otros vicios y donde inspectores del Estado

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nos mantienen por el camino de la virtud con un talonario de multas en la mano. Ojalá se res-
pire mejor en esta nueva Buenos Aires. Y ojalá la convivencia y la tolerancia –hacia la mayo-
ría y hacia las minorías– prime entre sus ciudadanos. Los compadritos de Borges deberán apa-
gar sus cigarros; los personajes de Cortázar harán lo propio con sus negros, y Gardel ya solo
sostendrá flores. La Ley N° 1799 (antitabaco) dice que será para mejor.

Responda las siguientes consignas:

5. Identifique los distintos bloques temáticos que lo componen. Subraye en cada bloque la
idea principal. Elabore un subtítulo que dé cuenta del contenido de cada bloque y escrí-
balo en el margen del texto. Mencione las palabras clave.

6. Teniendo en cuenta el análisis realizado en el punto anterior, identifique en el texto la


secuencia argumentativa y realice un esquema o cuadro en el que se evidencien la hipó-
tesis sostenida, los argumentos, los contraargumentos (si los hubiere), la refutación de
los contraargumentos (si la hubiere) y la conclusión.

7. Identifique los recursos argumentativos utilizados.

8. Elabore una síntesis que incluya las ideas principales. Subraye en su texto las palabras
clave.
• Confronte si las palabras que subrayó coinciden con aquellas mencionadas en el punto 1.
• Analice por qué incluyó algunas o eliminó otras.
• Reformule y rescriba su texto, si es necesario.

9. Relea el texto producido en el punto anterior y revise cuidadosamente los siguientes aspectos:
• Ortografía
• Uso de signos de puntuación
• Sintaxis
• Registro
• Uso de conectores
• Coherencia global del texto

B. El peso específico de los libros

Beatriz Sarlo

Millones de personas viven en un mundo sin libros y no se trata solo de los pobres. Varias
veces me sucedió, llegando a una casa de vacaciones que durante todo el año ocupaban sus
dueños, no encontrar el más mínimo estantecito para los libros que traía conmigo. Ni un libro
en toda la casa, ni siquiera de autoayuda, de cocina, de magia negra, de espiritualismo trucho,
de reparación de automóviles, ni el reglamento de un deporte ni consejos para educar a los hijos
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o bajar de peso: vacío absoluto de papeles impresos. Lo que más me impresionó fue una casa
en un suburbio norteamericano donde una pared estaba ocupada por el televisor, otra media
pared por anaqueles con álbumes de fotos familiares, y cero pulgadas con estantes para apoyar
los libros que yo necesitaba en mis clases y terminaron apilados sobre el piso durante dos
meses.
Un amigo arquitecto me informa que, cuando contratan a un decorador, los muy ricos ya no
incluyen entre sus encargos una biblioteca, ni siquiera como adorno: la biblioteca, en esas man-
siones tipo Miami, ha dejado de formar parte de los muebles indispensables, aunque más no
sea para retocar una imagen, como sucedía en las viejas anécdotas de nuevos ricos que encar-
gaban sus libros por metro para instalar un “rincón cultural”, como quien instala un “rincón
rústico” en una cocina de country-club para evocar el campo, y cuelga de las paredes ollas y
sartenes de cobre.
Quienes tienen libros, en cambio, experimentan una sensación extraña: el espacio que se les
asigna nunca responde bien a la cantidad de ejemplares. No importa cuántos libros ni cuántos
metros de estantes, siempre estarán en una relación desfavorable. Al principio, hay pocos libros
y los estantes se completan con adornitos o quedan vacíos; cada libro adquirido es un paso más
hacia un llenado ideal, pero los libros llegan lentamente y si uno se pone a contarlos quizá con-
cluya que, hasta el momento, solo tiene treinta novelas y cuatro libros de historia o de política.
Es la biblioteca del lector joven, que no la ha encontrado armada en su casa sino que se la con-
sigue como puede.
Un hombre que murió dueño de 12.000 volúmenes debe de haber vivido ese vacío cuando
empezaba su biblioteca, ya que todos sus libros tenían escrita en la última página el número de
orden con que ingresaron a su propiedad. La caligrafía de los números fue cambiando, la tinta
empalideció, pero el hombre mantuvo la numeración hasta el final. Fue mi profesor de
Literatura Inglesa en la universidad y se llamaba Jaime Rest. Yo ayudé a ordenar esa bibliote-
ca antes de que fuera donada y tanto como la inteligencia con que Rest la había armado (que
era notable) me impresionó la numeración: en más o menos cuarenta años había adquirido,
comprado, recibido, casi un libro por día. No era un hombre rico, por supuesto, sino alguien
interesado por la filosofía tanto como por las letras de las canciones de los Beatles. En el depar-
tamento donde vivía, un cuarto estaba ocupado por columnas de libros, que cubrían todo el
piso; había que desplazarse de costado para llegar hasta las que estaban más alejadas de la puer-
ta, cuidando de no voltear alguna pila. La imagen más obvia es la de un laberinto, pero Rest
sabía en qué columna estaba cada cosa, de modo que nunca tenía la sensación de andar perdi-
do buscando el camino.
No era un coleccionista de libros porque no podía permitirse el dispendio de las viejas pri-
meras ediciones ni de los libros raros; no tenía con los libros una relación de bibliófilo ni una
manía de coleccionista, sino que se adaptaban a las idas y vueltas de una vida de intelectual:
compraba los que creía necesitar, sin perseguir ediciones difíciles. Sin embargo, como había
empezado a comprar en los años cuarenta, tenía libros que se habían vuelto fetiches de colec-
ción: primeras ediciones de Borges, entre otros.
Después de algunos años de comprar libros, probablemente un lector ya se haya resignado
a que su biblioteca esté formada tanto por errores como por aciertos. Los libros que se han ido

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juntando, además, son un testimonio de los entusiasmos fugaces, que hoy se pueden reconocer
como ocurrencias y berretines insustanciales, de las modas, de creer que la lista de best-sellers
es un ordenamiento cualitativo, de adjudicar a una opinión escrita más autoridad de la que
merecía, de seguir un consejo que convence solo porque quien lo ofrece está entusiasmado.
¿Cómo se me ocurrió comprar este libro? ¿Por qué debo conservarlo si lo que muestra es un
malentendido? ¿Qué tengo que ver yo con esto que me gustó en el pasado y hoy me pone incó-
moda precisamente porque me gustó? Cuando se la acumuló por años, una biblioteca es una
especie de corte geológico donde se ven las napas de caprichos desvanecidos, tanto como los
sedimentos que se han afirmado. Por eso, cuando alguien mira la biblioteca de otro, de algún
modo, está al borde de la indiscreción.

Responda las siguientes consignas:

1. Identifique los distintos bloques temáticos que lo componen. Subraye en cada bloque la
idea principal. Elabore un subtítulo que dé cuenta del contenido de cada bloque y escríba-
lo en el margen del texto. Mencione las palabras clave.

2. Teniendo en cuenta el análisis realizado en el punto anterior, identifique en el texto la


secuencia argumentativa y realice un esquema o cuadro en el que se evidencien la hipóte-
sis sostenida, los argumentos, los contraargumentos (si los hubiere), la refutación de los
contraargumentos (si la hubiere) y la conclusión.

3. Identifique los recursos argumentativos utilizados.

4. Elabore una síntesis que incluya las ideas principales. Subraye en su texto las palabras
clave.
• Confronte si las palabras que subrayó coinciden con aquellas mencionadas en el punto 1.
• Analice por qué incluyó algunas o eliminó otras.
• Reformule y rescriba su texto, si es necesario.

5. Relea el texto producido en el punto anterior y revise cuidadosamente los siguientes aspectos:
• Ortografía
• Uso de signos de puntuación
• Sintaxis
• Registro
• Uso de conectores
• Coherencia global del texto

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C. La inesperada revisión del añejo voto universal

Silvia Bleichmar

Que no voten los tontos, ni los ignorantes. Eso es obvio. Ni tampoco los desinteresados,
los apáticos, los que no pueden tomar en cuenta los grandes intereses de la Nación.
Que no voten los gordos, porque son voraces, ni los flacos, porque no saben desear. Que
no voten los muy jóvenes, porque no tienen experiencia de vida, ni los viejos, porque están
desengañados. Que no voten, por supuesto, los religiosos, porque depositan en el más allá la
resolución de los males presentes y confían más en Dios que en quienes los representan. Pero
que tampoco voten los ateos, ni los agnósticos, porque no pueden creer en algo trascendente,
ni los demasiado altos, porque no pueden identificarse con la media y ven todo desde arriba.
Los muy bajos tampoco deberían votar porque observan el mundo desde una perspectiva que
no abarca totalidades, y en general necesitan de otro que perciba el conjunto, sobre todo cuan-
do el horizonte es cubierto por la muchedumbre.
Que no voten los carenciados, porque están acuciados por sus necesidades inmediatas y eso
les quita grandeza, ni los satisfechos, porque son conservadores y no se identifican con los que
necesitan.
Que no voten los sucios, porque en su dejadez dan cuenta de la falta de preocupación por
el semejante, ni los muy limpios, porque su pulcritud es evidencia de desplazamiento al deta-
lle y centramiento en las apariencias. Los primeros no podrían darse cuenta de que su toleran-
cia a la mugre es también tolerancia a la suciedad moral, los segundos podrían confundir lim-
pieza con honestidad.
No deberían votar los sommeliers, porque su olfato se ve atrofiado por el aroma del vino, ni
las cajeras de supermercado, porque contabilizan el producto sin tomar en cuenta su valor de
uso.
Tampoco deberían hacerlo las maestras, que están demasiado inmersas en el mundo de la
infancia, así como los pediatras, y es sabido que los niños no solo no poseen la razón sino que
impregnan de irracionalidad todo lo que se les aproxime en exceso.
Mucho menos, por supuesto, se debería permitir el voto a los sepultureros, porque tienen
una imagen trágica del mundo, e impregnaciones melancólicas que no les permiten avizorar un
futuro mejor.
¿Con qué justificación deberían acceder al voto los peluqueros, si su perspectiva se ve captu-
rada por el aspecto exterior de la cabeza? ¿Y los pedicuros, cuyo horizonte lo marca la planta del
pie del otro?
Los cocineros viven ritmos que alteran la temporalidad, al tener el día fracturado al menos
en dos actividades que se repiten de manera idéntica y en las mismas circunstancias.
Produciendo, por otra parte, un servicio que se agota en el momento de su consumación, cons-
tituyendo el paradigma mismo del mito del eterno retorno.
Los periodistas no deberían votar, porque bombardeados por el exceso de información, es
difícil que puedan regularla en el momento de elegir y podrían quedar sometidos a la duda
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obsesiva o a la improvisación circunstancial para salir de la misma. Su conocimiento, por otra


parte, de los entretelones de la política, los hace proclives a un escepticismo que no debería
minar el entusiasmo con el cual la ciudadanía debe encarar el acto eleccionario.
Pretender que los asalariados voten es absurdo, porque no podrían nunca comprender los
intereses de quienes generan sus puestos de trabajo, de modo que solo se inclinarían por sus
intereses parciales y jamás tendrían en cuenta aquellos del conjunto.
Tampoco deberían votar quienes tienen cuentas no saldadas con la sociedad, sea a favor
o en contra. Los primeros porque no tienen derecho a opinar sobre el modo de conducir el futu-
ro, ya que han afectado a sus conciudadanos; los otros, porque en razón de sentirse dañados,
están demasiado preocupados por el pasado y porque se haga justicia de algo que, con el paso
del tiempo, habría que sepultar definitivamente para poder avanzar.
No se debería permitir el voto a los padres de adolescentes de vida ligera que fueron vio-
ladas y asesinadas en fiestas en las cuales participaron; aquellas que subieron a coche de algún
joven de sociedad de sus lugares de origen sin prever que esto podría conducirlas a la muerte;
muchachitos que por su aspecto descuidado pudieran confundir a los servidores del orden y lle-
varlos a disparar conservando la duda razonable respecto a su criminalidad potencial; madres
de ex guerrilleros, cuyos hijos murieron por atentar contra la paz de la Nación o abuelas de
niños que habiendo sido cuidados por familias sustitutas luego de la muerte de sus padres se
rehusaran a reconocer los derechos y generosidad de sus guardadores, por estar sus mentes
demasiado repletas de fantasías sobre la historia y de ingratitud por quienes regularon la vio-
lencia de la Patria.
No deberían votar, en definitiva, quienes no posean un trabajo honesto, pero tampoco los
egoístas, cuya limitación moral se manifieste en que aun cuando viven de su trabajo, no dan
trabajo a otros, no poseen empresas o funciones jerárquicas que den contada prueba de su sol-
vencia y capacidad tanto moral como laboral.
Queda abierta la posibilidad de que miembros de fuerzas de seguridad en general, funcio-
narios que no se vean limitados por alguno de los rasgos precedentes, familiares de víctimas
inocentes –vale decir, insospechadas de toda implicación en actividades no aceptables moral-
mente– puedan ver su voto contabilizado como doble, en función de la importancia que asume
tanto su experiencia como su responsabilidad en el resguardo de los intereses de la ciudadanía.
La redefinición de voto universal se vería regida, entonces –como lo propician quienes
han instalado este debate agotado en el siglo XIX apelando a su derecho de reformular la
Constitución Nacional en función del sufrimiento padecido– por una nueva delimitación del
universo factible de acceder al mismo, no debiendo ser considerada una restricción a su ejerci-
cio el hecho de que esta universalidad no contemple a todos los habitantes del territorio, ya que
solo se trataría de una extensión de las limitaciones de edad y de raciocinio existentes, con vis-
tas a mejorar su eficacia y a garantizar, definitivamente, un destino adecuado para todos los
argentinos.

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Responda las siguientes consignas:

1. Identifique los distintos bloques temáticos que lo componen. Subraye en cada bloque la idea
principal. Elabore un subtítulo que dé cuenta del contenido de cada bloque y escríbalo en el
margen del texto. Mencione las palabras clave.

2. Teniendo en cuenta el análisis realizado en el punto anterior, identifique en el texto la


secuencia argumentativa y realice un esquema o cuadro en el que se evidencien la hipótesis
sostenida, los argumentos, los contraargumentos (si los hubiere), la refutación de los con-
traargumentos (si la hubiere) y la conclusión.

3. Identifique los recursos argumentativos utilizados.

4. Elabore una síntesis que incluya las ideas principales. Subraye en su texto las palabras clave.
• Confronte si las palabras que subrayó coinciden con aquellas mencionadas en el punto 1.
• Analice por qué incluyó algunas o eliminó otras.
• Reformule y rescriba su texto, si es necesario.

5. Relea el texto producido en el punto anterior y revise cuidadosamente los siguientes aspectos:
• Ortografía.
• Uso de signos de puntuación.
• Sintaxis.
• Registro.
• Uso de conectores.
• Coherencia global del texto.

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Trabajos Prácticos Parte IV

Resuelva las consignas planteadas para cada caso

A. El texto que sigue es un fragmento de la novela Crónica de una muerte anunciada de


Gabriel García Márquez, que fue transcripto sin algunos signos de puntuación. Coloque los 5
puntos y las 10 comas que faltan.

Según me dijeron años después habían empezado por buscarlo en la casa de María Alejandrina
Cervantes donde estuvieron con él hasta las dos este dato como muchos otros no fue registra-
do en el sumario en realidad Santiago Nasar ya no estaba ahí a la hora en que los gemelos dicen
que fueron a buscarlo pues habíamos salido a hacer una ronda de serenatas pero en todo caso
no era cierto que hubieran ido “jamás habrían vuelto a salir de aquí” me dijo María Alejandrina
Cervantes y conociéndola tan bien nunca lo puse en duda en cambio lo fueron a esperar en la
casa de Clotilde Armenta por donde sabían que iba a pasar medio mundo menos Santiago
Nasar

B. Coloque convenientemente el punto y coma en los siguientes textos.

1. Al principio los sueños eran caóticos poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El
forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo
incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas las caras de los últimos pen-
dían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas.

Jorge Luis Borges, “Las ruinas circulares”, Ficciones

2. Imposible formar el catálogo infinito de autoridades: pienso en los días y noches de Brama
en los períodos cuyo inmóvil reloj es una pirámide, muy lentamente desgastada por el ala
de un pájaro, que cada mil y un años la roza en los hombres de Hesíodo, que degeneran
desde el oro hasta el hierro en el mundo de Heráclito, que es el engendrado por el fuego
y que cíclicamente devora el fuego en el mundo de Séneca y de Crisipo, en su aniquila-
ción por el fuego, en su renovación por el agua en la cuarta bucólica de Virgilio y en el
espléndido eco de Shelley en el Eclesiastés en los teósofos en la historia decimal que ideó
Condorcet, en Francis Bacon y en Uspenski en Gerald Heard en Spengler y en Vico en
Schopenhauer, en Emerson en los First Principles de Spencer y en Eureka de Poe...

Jorge Luis Borges, “El tiempo circular”, Historia de la eternidad

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C. El siguiente texto fue transcripto sin los signos de puntuación pensados por su autor. Por
favor, coloque todos los signos que correspondan.

El agua me llegaba más arriba de la cintura con un esfuerzo desesperado logré llegar hasta
cuando me llegaba a los muslos entonces decidí arrastrarme clavé en tierra las rodillas y las
palmas de las manos y me impulsé hacia delante pero fue inútil las olas me hacían retroce-
der la arena menuda y acerada me lastimó la herida de la rodilla en ese momento yo sabía
que estaba sangrando pero no sentía dolor las yemas de mis dedos estaban en carne viva aun
sintiendo la dolorosa penetración de la arena entre las uñas clavé los dedos en la tierra y traté
de arrastrarme de pronto me asaltó otra vez el terror la tierra los cocoteros dorados bajo el
sol empezaron a moverse frente a mis ojos creí que estaba sobre la arena movediza que me
estaba tragando la tierra
Gabriel García Márquez, Relato de un náufrago

D. Lea el siguiente texto:

Los expertos en ganadería se oponen a la importación de estos animales por varios motivos,
que van desde la falta de garantías sanitarias de los países vendedores (quienes no han podi-
do aportar ningún documento, de valor internacional, sobre la cuestión), al descenso de la
demanda de estas carnes en el país, y también a la falta de una explicación satisfactoria sobre
cómo se realizaría el transporte, el almacenamiento y la conservación de la mercancía.

Daniel Cassany, La cocina de la escritura

¿Cuántas oraciones ha encontrado?


1. Rescríbalo en cuatro oraciones.
2. Rescríbalo en seis oraciones.

E. Una las oraciones de cada ítem utilizando conectores (realice los cambios que crea necesa-
rios para que las oraciones sean correctas):

1. La habitación era fría. No estaba tan descuidada como la oficina.


2. Subían las escaleras en silencio. Escuchaban atentamente las palabras del detective.
3. Nadie le dirigió la palabra. Llegó tarde. No se disculpó.
4. Siempre dice la verdad. No confíes en él. A veces pierde la memoria.
5. Juan necesita conseguir empleo. Juan está cursando tercer año de Arquitectura. Los mate-
riales de estudio que Juan necesita son caros.
6. Marcos estudia. Marcos no aprueba los exámenes.

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F. Identifique los problemas de redacción presentes en el siguiente texto. Especifique de qué


tipo de problema se trata y proponga una solución posible. Justifique su respuesta.

San Miguel

EL GOBIERNO ENTREGÓ MÁS DE 400 PENSIONES

El intendente De la Torre recibió en el distrito al Dr. Gabriel Lerner Sub secretario para los
derechos de la niñez, adolescencia y familia; que en representación de la Ministra de Desarrollo
Social de la Nación, Dra. Alicia Kirchner entregó pensiones a vecinos con discapacidad,
madres de siete o más hijos y a, personas adultas de más de setenta años que no tienen otro
beneficio social. En este ocasión los beneficiarios fueron mas de 400 personas –es decir se
aumento cerca del 10% mas de la totalidad de pensiones en todo el distrito en sólo un cuatri-
mestre. Finalizado el acto, De la Torre, hablo de las pensiones y, con respecto a las obras que
estan próximas a construirse en el distrito, dijo de que: “Hoy me siento muy orgulloso de poder
cumplir con un derecho que le corresponde a la gente. Y desde mi posición los felicito a todos
por que conozco la constancia que muchos han tenido para poder lograr lo que le corresponde
por derecho. Nosotros estamos contentos de ser el vehículo que hace posible esta distribución.”

Fragmento adaptado del periódico La Imagen (Malvinas Argentinas, marzo 2009)

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Modelo de examen I

Lea atentamente el siguiente texto y seleccione la respuesta correcta para cada uno de los
ítems que se formulan a continuación.

Elegir y castigar
Por Roberto Gargarella, para Clarín, Revista Ñ, 20/05/2006

Penar implica, por sobre todas las cosas, elegir. Elegir razones para el castigo, elegir qué
conductas castigar, elegir a quiénes castigar, elegir de qué modo castigar. Es decir, no castiga-
mos porque existen razones objetivas –un deber ser reconocido por todos– que nos conmina a
hacerlo, sino que lo hacemos luego de haber tomado muchas decisiones previas, cada una de
las cuales puede ser más o menos racional, más o menos razonable. Me gustaría hacer un repa-
so de estas decisiones –estas “paradas intermedias” previas al castigo–, y echar una primera
mirada sobre algunos de los temas que tales decisiones nos plantean.
Nos encontramos con una elección referida a las razones generales por las cuales castigar.
Habitual, aunque no exclusivamente, la política punitiva estatal se vincula con una de entre dos
razones posibles: se castiga con el objeto de desalentar a otros a cometer un delito semejante,
o se castiga como forma de reprochar al criminal por el acto que ha cometido, infringiéndole a
él o ella un daño proporcional al causado. Cualquiera de estas dos justificaciones generales de
la política punitiva plantea problemas teóricos de difícil solución (el potencial castigo de ino-
centes que parece amparar el primer criterio; los rasgos de “venganza respaldada por el
Estado”, que parecen propios del segundo criterio). En la Argentina, la tensión entre dichas for-
mas de pensar el castigo existe desde siempre, y un ejemplo especialmente claro de la misma
aparece en la condena a los militares que participaron de la represión ilegal. Inclinándose por
un enfoque retributivo, diversidad de grupos –entre ellos, típicamente, los familiares de los des-
aparecidos– exigieron el castigo a “todos los culpables”: todos los militares merecían un repro-
che severo, porque todos habían estado implicados en la “guerra sucia”. Mientras tanto,
muchos miembros del gobierno de turno propiciaron, frente a dicho enfoque, otro de tipo con-
secuencialista según el cual no era necesario castigar a todos los que habían actuado en la
represión ilegal si bastaba, a los fines de impedir la repetición de atrocidades semejantes, con
la condena a los principales responsables de las violaciones de derechos cometidas durante el
Proceso. Tenemos aquí, entonces, una primera divisoria de aguas –una primera decisión que
tomar– que nunca es sencilla, referida a las razones últimas por las cuales vamos a castigar (lo
cual no niega que en muchas ocasiones –y nuestro país no es ajeno a estos eventos– aun estas
complicadas razones resulten desplazadas en la práctica, y la política criminal pase a ser guia-
da por formas bastardas de aquellas, que ocultan una simple hostilidad racial o de clase).

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Una segunda elección que debe realizarse tiene que ver con los delitos que van a ser casti-
gados. Es claro que los crímenes no vienen pre-fijados por la naturaleza: somos nosotros o
nuestros representantes o sus agentes los encargados de definir cuáles conductas vamos a con-
siderar como disvaliosas, y por lo tanto merecedoras de reproche. Si elegimos considerar más
y más conductas como delitos, entonces, resulta obvio, tendremos más y más personas bajo el
control de nuestro sistema penal (lo que significa habitualmente, más y más personas presas).
Por ejemplo, en los Estados Unidos hay más de 700 personas presas por cada 100.000 habitan-
tes, y en la Unión Soviética más de 600. Mientras tanto, en Canadá y en casi todos los países
de Europa Occidental, la cifra no sobrepasa o sobrepasa apenas, la de 100 personas. ¿Qué es
lo que implican estas diferencias extraordinarias? ¿Significan, acaso, que en los Estados
Unidos se cometen 7 veces más delitos que en Europa? Sin dudarlo que no. ¿Significan, más
bien, que el sistema policial en los Estados Unidos es 7 veces más eficiente que, digamos, el
de Canadá? Nada parece indicarlo. Más bien, dicha diferencia descomunal parece tener que
ver, al menos en un grado significativo, con la decisión de penar (y penar con la cárcel) a una
mayor diversidad de conductas. Es decir, en buena medida, tenemos el número de presos –alto
o bajo– que decidimos tener.
Una tercera elección tiene que ver con los sujetos a ser castigados. Toda sociedad suele
carecer de la capacidad material requerida para perseguir y sancionar todas las conductas que
ha seleccionado como objeto de castigo (tarea obviamente más dificultosa cuando, como
vemos en la Argentina, la cantidad de delitos que se pretende sancionar es cada vez más
amplia). Y sucede que, en los hechos, de modo más o menos transparente, se toman decisiones
sobre cómo utilizar los limitados medios coercitivos a disposición del Estado. Esta nueva selec-
ción implica, obviamente, que la fuerza estatal se concentre en la persecución de ciertos deli-
tos y ciertos grupos, dejando impunes a otros crímenes y a otros criminales. Típicamente, cuan-
do el aparato político y policial se encuentra marcado por sesgos de clase y raza, los delitos de
menor cuantía (por ejemplo, la tenencia de estupefacientes) tienden a resultar sobrecastigados
en comparación con otros delitos, de guante blanco (estafas, evasiones, quiebras fraudulentas,
corrupción administrativa) más vinculados con el poder. Si las cárceles empiezan a llenarse de
personas de un mismo origen social y racial, uno tiene razones para sospechar que ello tiene
mucho menos que ver con la naturaleza de ciertas personas o grupos (los drogadictos, los
pobres) que con decisiones tomadas en forma explícita o no por los administradores del dere-
cho penal.
Una cuarta elección se relaciona con la pregunta sobre cómo llevar adelante el reproche
estatal. Y es que tampoco hay nada obvio en la respuesta punitiva más común propia de países
como el nuestro, es decir, la pena privativa de libertad. Por alguna razón, una mayoría de per-
sonas sigue identificando el reproche estatal con la prisión. Se desconoce así la cantidad de
penas alternativas que se encuentran a disposición del poder (la reparación, la compensación,
la conciliación, el trabajo comunitario), y que permitirían poner límite a la desmesura propia
de sistemas penales como el argentino. Como forma de reproche público, esta generalización
que se ha dado de las penas privativas de la libertad tiene que ver con la opción por una res-
puesta extrema en su concepción; irracional en cuanto a las consecuencias que genera; y difí-
cilmente justificable desde el punto de vista de cualquier teoría medianamente sensata sobre la

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pena. Cuando frente a un ladrón de gallinas, a un consumidor de marihuana y a un asesino


serial se reacciona, en principio, con la misma respuesta –la privación de la libertad– uno
advierte el componente draconiano e irracional del accionar del Estado. Esa falta de imagina-
ción en la respuesta, ese descuido frente a las consecuencias trágicas que implica todo encie-
rro (muy en especial si son encierros como los que aquí se aplican) nos hablan de la pobreza
de las elecciones en cuanto a las formas del reproche penal.
Y aparece aquí una última elección, que es la que más me interesaba resaltar. Cuando sancio-
namos a alguien, seleccionamos ciertos actos u omisiones llevadas a cabo por esa persona, de
entre una infinidad de otros actos. Cualquier persona sancionada, como cualquiera de nosotros,
ha vivido una vida compleja y rica, caracterizada por cantidad de gestos admirables, y cantidad
de otros actos insignificantes e inocuos. Dentro de los sectores sociales más habitualmente
seleccionados por el derecho penal, abundan las acciones marcadas por un cotidiano heroísmo
(acciones que incluyen la búsqueda incansable de un trabajo, la aceptación de tareas marcadas
por el maltrato y la mala paga, el cumplimiento –a pesar de todo– de los deberes ordenados por
el Estado). Dentro de ese inmenso mar de conductas aparecen, ocasionalmente, uno o algunos
pocos actos indebidos, algunos de ellos, quizás, de una crueldad extrema. Nadie diría entonces
que estos actos (sobre todo, los inhabituales actos de crueldad extrema) no deben ser reprocha-
dos de algún modo por el Estado. Pero hay sin dudas algo extraño y por demás perturbador en
esta actitud tan propia de nuestros días: no repartimos medallas, elogios ni premios para los
esforzados héroes de todos los días, pero nos abalanzamos con furia e impiadosamente sobre
esos mismos sujetos, apenas cometen un error, tal vez el único error serio de sus vidas. Hay
algo profundamente inmoral en este modo de actuar, que menosprecia o ignora miles de com-
portamientos virtuosos, marcados por una callada entrega hacia los demás, mientras exige que
no haya compasión alguna frente a aquel que una vez, esta vez quizá, se ha equivocado grave-
mente.

1. Según el autor, si penar implica elegir, entonces:


a. No se puede penar y no elegir.
b. No se puede no penar y elegir.
c. No se puede no penar y no elegir.
d. Si no se pena, no se elige.

2. La primera decisión que se toma al castigar se refiere a por qué castigamos. Según el
artículo, castigamos por una de dos razones:
a. Para que el criminal no repita el delito o para desalentar a otros posibles criminales.
b. Para desalentar a otros posibles delincuentes o para dañar a los que delinquen.
c. Para evitar que el criminal vuelva a cometer un delito semejante o para castigar al
delincuente.
d. Para que otros no cometan los mismos crímenes o para reprocharle al delincuente su
conducta.

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3. De los dos criterios anteriores, Gargarella sostiene que el primero implica el potencial
castigo de inocentes porque:
a. No importa a quién se castiga con tal de que la sociedad tema sufrir el mismo castigo.
b. Siempre hay un riesgo de que la persona penalizada sea inocente.
c. La penalización de un inocente daría como resultado un sistema penal injusto.
d. El error es inevitable en toda acción humana.

4. Al autor considera que la segunda elección que hacemos a la hora de castigar es:
a. ¿A quién castigamos?
b. ¿Qué castigamos?
c. ¿Cómo castigamos?
d. ¿Cuánto tiempo dura el castigo?

5. En el tercer párrafo el autor incluye datos acerca de la cantidad de personas presas en


distintos países para:
a. Probar que en ciertos países la delincuencia es un fenómeno muy generalizado.
b. Demostrar que en los países en los que las leyes imponen castigos menos duros más
personas cometen delitos.
c. Sostener que existe una relación causal entre la nacionalidad y la tendencia a la
delincuencia.
d. Apoyar la idea de que cuantas más acciones se consideren delictivas más personas
serán consideradas delincuentes.

6. Según el autor, “tenemos el número de presos que decidimos tener” porque:


a. Elegimos a quién penamos y a quién no.
b. La decisión de castigar implica decidir cuántos presos queremos tener.
c. Elegimos qué conductas serán consideradas delictivas.
d. Debemos decidir si todo delincuente debe ir preso.

7. El autor afirma que la tercera decisión, la elección de a quién se sanciona, puede dar
lugar a:
a. La discriminación de ciertos grupos sociales.
b. Que solo se castigue a inocentes.
c. Que ciertas personas no sean tan proclives a cometer crímenes como otras.
d. Que delitos no tan graves sean castigados moderadamente.

8. Dracón fue un legislador ateniense famoso por la severidad de sus leyes. Gargarella afir-
ma que el accionar del Estado tiene un componente draconiano porque:
a. La privación de la libertad, en cualquier caso, es un castigo muy duro.
b. No se utilizan penas menores para delitos menores.
c. Las leyes en la Argentina son muy severas.
d. Las respuestas del Estado frente al delito son irracionales.

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9. Con respecto a la última decisión, la frase “dentro de los sectores sociales más habitual-
mente seleccionados por el derecho penal…” hace referencia a:
a. Los sectores que cometen delitos vinculados con el poder.
b. Quienes cometen actos de mucha crueldad.
c. Sectores marginales.
d. Quienes realizan actos tanto admirables como inocuos.

10. El objetivo del artículo es:


a. Convencernos de la ineficiencia de los sistemas penales.
b. Mostrarnos la arbitrariedad de los sistemas penales.
c. Criticar el sistema de privación de la libertad de nuestro código penal.
d. Explicar el fundamento legal de la desigualdad.

11. Sintetice en una frase de quince palabras el tema abordado por el autor en este texto.

……….…………………………………………………………………………………………
……..……………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
………………………………………….………………………………………….....................

12. En un texto de no más de 10 líneas y no menos de 7, exponga la idea central que el


autor sostiene en este texto e incluya al menos uno de los argumentos que presenta.

…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
………………………………………………………………………………………………......
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………………….......

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Modelo de examen II

I. Lea atentamente el siguiente texto y seleccione la respuesta correcta para cada una de
las preguntas que se formulan a continuación.

Controversia sobre el fin de la ciencia

Por Eitel H. Lauría*, para La Nación, 3/5/2006 (Adaptación)

En una nota anterior (La Nación, 6 de marzo de 2006) se expuso el tema de la evolución de
la ciencia a través de la historia de la civilización, señalando el carácter progresivo y acumula-
tivo de los conocimientos científicos. Esto hace de la ciencia una actividad social ascendente,
caracterizada por el creciente rigor de sus teorías y el aumento constante de la precisión de sus
evaluaciones. Es oportuno recordar que, cuando el tema es el fin de la ciencia, se trata de la cien-
cia llamada ‘pura’ o búsqueda del conocimiento por el conocimiento mismo, con particular énfa-
sis en las ciencias naturales, tales como la física y la biología. Por otra parte, el siglo XX ha sido
escenario de una controversia planteada en los siguientes términos: por un lado, se sostiene que
la ciencia continuará evolucionando en forma progresiva y acumulativa, y por otro, que la cien-
cia, más tarde o más temprano, se enfrentará con barreras infranqueables y detendrá su marcha
ascendente. Un libro que expone esta última posición es El fin de la ciencia (1996) de John
Horgan, un escritor americano de temas científicos. Horgan, después de realizar entrevistas y
consultas con científicos de primer nivel expresa lo siguiente: “Los científicos se están topan-
do contra los límites del conocimiento, desde los físicos de partículas que sueñan con una teo-
ría final de la materia y la energía hasta los neurocientíficos que investigan los procesos cere-
brales que dan soporte a la conciencia”.
El fin de la ciencia ha tenido defensores anteriores a Horgan, destacándose entre ellos
Gunther Stent, un biólogo de la Universidad de California, en Berkeley. En su libro La llega-
da de la Edad Dorada: una visión del fin del Progreso (1969), sostiene que la ciencia puede
estar avanzando a una velocidad sin precedentes, justamente poco antes de chocar contra sus
impasables límites. “Cuanto más rápido progresa, más cerca está de su final”. Ese final, según
otros estudiosos del tema, será no solo científico sino económico, dado que los costos del ins-
trumental están creciendo exponencialmente. En forma resumida, la posición que sostiene un
no muy lejano fin de la ciencia llamada ‘pura’ se basa en el argumento siguiente: la ciencia ha
avanzado extraordinariamente en los últimos cuatro siglos y no podrá continuar haciéndolo así
para siempre. Según este enfoque, la “revolución científica” tarde o temprano llega a su fin.
Desde otro ángulo, el fin de la ciencia pura no implica el fin de la ciencia llamada ‘aplica-
da’ y de sus realizaciones tecnológicas. En efecto, es probable que en materia de computado-

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ras muchísimo más veloces, o de aplicaciones de ingeniería biomédica revolucionarias en la


cura de enfermedades, o en la invención de robots casi humanos, exista todavía muchísimo
camino por recorrer. Por otra parte, las profecías sobre el fin de la ciencia pura son causa de
polémica en la comunidad científica. Un argumento utilizado frecuentemente para poner en
duda esa profecía es el siguiente: muchos físicos de fines del siglo XIX, después de casi tres siglos
de éxitos sin precedente de la física iniciada por Galileo y Newton, pensaban que habían alcan-
zado la cumbre del conocimiento y que no restaba nada fundamental por conocer. Pocas décadas
después, la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica produjeron un inesperado y dramático
cambio en la evolución de la física. Además, la historia de la ciencia muestra que a veces el sur-
gimiento de observaciones y hechos experimentales inesperados y sorprendentes tiene fuertes
repercusiones en las teorías científicas. Por ejemplo, un muy pequeño corrimiento del perihe-
lio de la órbita de Mercurio, imposible de explicar en el marco de la teoría de la gravedad de
Newton, pudo ser explicado con una nueva y revolucionaria teoría: la relatividad de Einstein.
La historia registra otros casos similares que restan validez a las predicciones sobre el futuro
de la ciencia. Es célebre la afirmación del filósofo Augusto Comte (1798-1857) sobre la impo-
sibilidad de conocer la composición química de las estrellas. En la actualidad se tiene un cono-
cimiento detallado del tema y un elemento químico –el helio– fue descubierto primero en una
estrella –el Sol–y después en la Tierra. En resumen, la historia de la ciencia encierra una com-
pleja trama en la que se entrelazan un cúmulo impresionante de conocimientos sólidamente
comprobados, teorías rigurosas e intuiciones geniales de algunos científicos. De ahí la necesi-
dad de adoptar una actitud prudente respecto del futuro de la ciencia pura. Además, existen
importantes interrogantes en materia de procesos naturales aún no dilucidados o de incógnitas
no develadas. Ejemplos pertinentes son, respectivamente, los siguientes: ¿cuál es el proceso
que permite transformar una célula fertilizada en un complejo mamífero? ¿Existe vida más allá
de la Tierra? La eventual dilucidación de interrogantes como los precitados puede originar, tal
vez, replanteos científicos profundos. Solo el futuro podrá decirlo.

*El autor es miembro de la Academia Nacional de Ingeniería.

1. Según lo expresado en el texto, la evolución progresiva y acumulativa de las ciencias


consiste en:
a. Lograr un mayor poder tecnológico.
b. Resolver más problemas.
c. Lograr mejor calidad de vida en la gente.
d. Sumar más conocimientos a los ya adquiridos.

2. Según el autor, cuando se habla del fin de las ciencias, se hace referencia a:
a. Las ciencias sociales.
b. La sociología y la historia.
c. La física y la biología.
d. La medicina y la biología.

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3. En el octavo renglón, la palabra ‘controversia’ podría reemplazarse por la palabra:


a. ‘Discusión’.
b. ‘Condición’.
c. ‘Contrastación’.
d. ‘Confusión’.

4. De acuerdo con el texto, ¿cuáles son las dos posiciones opuestas acerca de la ciencia que
dan origen a la discusión?
a. El crecimiento tecnológico versus el crecimiento científico.
b. La evolución constante de la ciencia versus el fin de las ciencias.
c. La falta de rigurosidad en la investigación versus la mayor exactitud en los métodos de
investigación.
d. La amplitud de las teorías científicas versus el progreso tecnológico.

5. ¿Quién afirma que “los científicos se están topando contra los límites del conocimien-
to, desde los físicos de partículas que sueñan con una teoría final de la materia y la ener-
gía hasta los neurocientíficos que investigan los procesos cerebrales que dan soporte a la
conciencia”?
a. Eitel Lauría.
b. El autor de la nota.
c. Un científico de primer nivel.
d. John Horgan.

6. En el texto analizado, ¿con qué argumento se pone en duda el fin de la ciencia?


a. Los expertos no pueden comprobarlo con la rigurosidad científica necesaria.
b. En el pasado ya se predijo esto y, sin embargo, varios ejemplos en la historia de la ciencia
demuestran lo contrario.
c. Es imposible que esto suceda porque la ciencia avanza a una velocidad sin precedentes.
d. Siempre habrá recursos humanos y económicos que permitan el desarrollo de los proyectos
científicos.

7. ¿Qué función cumplen las preguntas que aparecen al final del texto?
a. Mostrar que aún hay desafíos para la ciencia.
b. Intentar resolver dos problemáticas científicas.
c. Generar curiosidad en el lector acerca de estos procesos naturales.
d. Dejar planteadas incógnitas imposibles de develar.

8. La finalidad del texto es:


a. Convencer al lector acerca del fin de la ciencia.
b. Confirmar las ideas expuestas en otro artículo publicado en el mismo medio de comunicación.
c. Criticar la situación actual del conocimiento científico.
d. Exponer dos posturas distintas acerca de un mismo tema.

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9. ¿Cuál de las siguientes opciones presenta la estructura del texto?


a. Introducción – nudo – desenlace.
b. Conclusión – problema – desarrollo.
c. Introducción – postura uno – postura dos – conclusión.
d. Descripción – desarrollo – conclusión.

10. “Controversia sobre el fin de la ciencia” es un texto:


a. Expositivo.
b. Argumentativo.
c. Académico.
d. De opinión.

11. Sintetice en una frase de quince palabras el tema abordado por el autor en este texto.

……….…………………………………………………………………………………………
……..……………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………......................

12. En un texto de no más de 10 líneas y no menos de 7, exponga la idea central que el


autor sostiene en este texto e incluya al menos uno de los argumentos que presenta.

…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………

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Modelo de examen III

I. Lea atentamente el siguiente texto y seleccione la respuesta correcta para cada una de
las preguntas que se formulan a continuación.

LECTOCOMPRENSIÓN - "TIRÁ ESE MAIL"


Por Ana Guerra en Revista "3 puntos" 15/8/2002

Un experto británico tiró la primera piedra: hay datos importantes para la investigación histórica que
corren el riesgo de evaporarse a través del correo electrónico, que no ofrece seguridad. ¿Será para tanto?
Para los historiadores argentinos Luis Alberto Romero y Felipe Pigna, no es tan así. Es más creen que
ahora hay más información. Qué pasa en los diarios. La polémica está abierta.

La primera piedra la arrojó hace poco John Elliot, reconocido hispanista inglés. El investigador advirtió en
Madrid que las fuentes de la historia están en peligro. "Hoy todo se dice por teléfono o por e-mail –constató– Si
esto sigue así creo que los historiadores del futuro van a tener menos rastros para reconstruir este siglo que los
que tuve yo para indagar en la vida del duque de Olivares". El comentario alcanzó para generar un debate inespe-
rado entre historiadores, bibliotecarios y archivistas. ¿Puede decirse que el uso del correo electrónico y el teléfo-
no está reemplazando al papel escrito y certificado? ¿Se pierden futuras fuentes históricas al utilizar medios
virtuales de los cuales no queda registró alguno? ¿La sola intrusión de un virus en el disco duro de un investiga-
dor alcanzaría para borrar en un instante el esfuerzo colectivo de los historiadores?
Por la red no solo circulan mensajes de amor, recetas de cocina, denuncias escandalosas y chistes. También
van por esa vía los más variados datos, comentarios, resúmenes políticos y todo tipo de documentación valiosa
que recorre las redes de manera constante.
A lo largo de los años se ha perdido mucho material valioso: miles de conversaciones secretas, documentos
que no están en los museos, órdenes que no fueron firmadas quedaron para siempre en la neblina. El reconocido
historiador Luis Alberto Romero aclara que, precisamente, una de las características que definen su trabajo es el
hecho de tener que arreglárselas como pueda. "Si lo que hay son momias y papiros –dice, a modo de ejemplo–
se trabaja con ellos". Pero, según él, no habría que preocuparse tanto: "Es cierto que casi todo lo que sabemos
sobre el encuentro entre San Martín y Bolívar en Guayaquil proviene de una carta dirigida a Lafond. Pero lo que
antes aportaban las cartas hoy puede ser reemplazado con muchos otros recursos".
Hay quienes afirman que será muy raro, en el futuro, encontrar carta alguna de nuestro tiempo, lo cual se rela-
cionaría con el cada vez más generalizado uso del mail en reemplazo de esa función. Frente a esto es evidente
que habrá que bucear más en la información, animarse a leer lenguajes perdidos, descifrar lo que no se dijo ni
escribió jamás en una época determinada. Si siempre se ha"caído" información, quizás entonces deba aceptarse
esta situación y reemplazar una mirada apocalíptica por otra más razonable. No puede negarse, aun así, que se
está confiando cada vez más en un medio cuya virtualidad lo vuelve poco confiable. Los sistemas se caen, los
virus hacen trizas archivos enteros, oprimir la tecla delate puede ser fatal para documentación de primer orden.
La preocupación por el tema ya fue expresada hace unos años en el Congreso Internacional de Archivos reali-
zado en Sevilla. Allí se alertaba sobre el uso cada vez más frecuente y abusivo de la tecnología digital para produ-
cir, almacenar y comunicar informaciones.

Continúa en la siguiente página

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y
La encargada del archivo de uno de los diarios de mayor circulación en el país (que, al ser consultada, prefirió
el anonimato) confirma que la conservación de texto en papel no está siendo reemplazada de ninguna manera.
Lo que sí se hace, dijo, es guardar la información en los formatos escrito y electrónico. También se hacen dos o
hasta tres backups de las notas publicadas en el matutino "aunque no de todas". Los investigadores, en general,
prefieren ser cautos antes de optar por demonizar a la tecnología. Como si quisiera confirmarlo, el dinámico
historiador Felipe Pigna se jacta de su propia página de internet, pero no se queda ahí. "La web –aclara– es como
la televisión: un excelente medio que, en todo caso, puede usarse para bien o para mal. La red puede ser una exce-
lente herramienta de trabajo, pero hay que asegurarse, antes de dar credibilidad al material, de que siempre se
indiquen claramente las fuentes". Navegando por distintos sitios se puede encontrar desde la orden de los Reyes
Católicos a "ciertos vecinos de Palos" para que provean a Colón de dos carabelas, hasta los documentos sobre la
represión en América Latina de los años 70 que han sido desclasificados recientemente por el Pentágono.
Pero el tema de la confiabilidad de las fuentes sigue en pie. "Es probable que se pierda una cantidad importante
de producciones originales e inteligentes que circulan por mail –admite Pigna–. Pero, lejos de la conclusión fata-
lista de Elliot, habría que pensar, en rigor, en los numerosos medios alternativos de información como diarios,
noticieros, la historia oral testimonial, archivos radiales, etc., que servirán en el futuro como fuentes fidedignas".
Romero, avanzando aún más, cree que el mayor problema de quien investigue los siglos XX y XXI será el
exceso de fuentes disponibles, con la dificultad en la selección que esto representa. "Frente a un evento importan-
te como la mencionada reunión entre San Martín y Bolívar habría hoy infinidad de declaraciones públicas de los
propios protagonistas, sus asesores, los amigos de estos y sus enemigos. También se producirían trascendidos y
todo tipo de artículos de opinión", ironiza.
La historia humana comienza justamente con la escritura: se ha escrito en paredes, en piedra sobre papiros,
papeles y hasta en pantallas electrónicas. En todo caso, quién sabe, habría que tomar la inicial declaración de
John Elliot como una oportuna advertencia.

1. Según Elliot, las fuentes de la historia serán:


a. Poco confiables.
b. Veraces.
c. Poco seguras.
d. Escasas.

2. Para Romero, el historiador:


a. Constantemente pierde fuentes.
b. Trabaja con poco.
c. Dispone de escasas fuentes.
d. Trabaja por poco.

3. Para Romero, el problema será:


a. La escasez de información.
b. Lo efímero de la información.
c. La fragmentación de la información.
d. La abundancia de la información.

4. Según Felipe Pigna, la web es:


a. Perniciosa.
b. Beneficiosa.
c. Instrumental.
d. Relativa.

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5. La expresión “Felipe Pigna se jacta” puede ser remplazada por:


a. Se vanagloria.
b. Se agranda.
d. Se brinda.
e. Se debate.

6. Romero utiliza el imaginar los efectos mediáticos que hubiera tenido hoy en día el
encuentro entre San Martín y Bolívar para:
a. Argumentar a favor de su tesis.
b. Refutar la tesis de Pigna.
c. Refutar la tesis propia.
d. Sostener la tesis de Elliot.

7. El texto es:
a. Argumentativo.
b. Expositivo.
c. Narrativo.
d. Poético.
8) Sintetice en una frase de quince palabras el tema abordado por el autor en este texto.

……….…………………………………………………………………………………………
……..……………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
………………………………………….………………………………………….....................

9) En un texto de no más de 10 líneas y no menos de 7, exponga la idea central que el


autor sostiene en este texto e incluya al menos uno de los argumentos que presenta.

…………………………………………………………………………………………………
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Modelo de examen IV

I. Lea atentamente el siguiente texto y seleccione la respuesta correcta para cada una de las
preguntas que se formulan a continuación.

LECTOCOMPRENSIÓN - "TEXTO VERSUS IMAGEN"


Humor Por Leo Masliah – LA NACIÓN Revista/Domingo 12 de Diciembre de 1999

El porcentaje de idioteces que ocupa los libros no es en modo alguno inferior al de las que pueblan las series
televisivas.
Uno de los temas que sacuden los cimientos del universo cultural de Occidente en las últimas décadas, y a
ritmo cada vez más vertiginoso, es sin duda el de la lucha que en los espacios de comunicación se libra entre la
imagen y el texto escrito. Y uno de los síntomas más inequívocos de la relegación sufrida por el texto es su
sacralización. La mayoría de la gente que no lee ni siquiera los subtítulos de una película está convencida de que
los libros contienen verdades más importantes y profundas que el cine, los dibujos animados o las historietas.
Muchos textos son apreciados no por lo que dicen, sino porque lo que dicen está escrito, de modo que son
vistos más como imágenes que como textos. La palabra escrita, en tanto tal e independientemente de lo que
dice, es una imagen, no un texto. Mejor dicho: es varias imágenes. No se trata de un resurgimiento de la anti-
gua creencia de que lo que estaba escrito ocurre, o que lo que está escrito es verdad. Acá no hay verdad ni
falsedad; hay un tipo de papel, con cierto tipo de caracteres y respaldado por el logotipo de alguna editorial
prestigiosa, que indica la elevada jerarquia de ese misterioso enjambre ce letras. Así, mucha gente puede creer
o declarar que venera los libros, cuando en verdad venera imágenes.
Sin embargo, en su frecuente desprecio por formas de expresión como el cine, las series televisivas o las
telenovelas (no porque las desprecie en si mismas –tal vez no pueda pasar un día sin encender la televisión–,
sino por considerarlas inferiores en rango a la literatura), no se dan cuenta de que su verdadera relación con la
literatura se da a través de ellas. Y esto es así porque, en el estado en que se encuentran actualmente (o de la
forma como las cultiva la mayoría), estas formas adictivas no son otra cosa que literatura disfrazada.
Los cineastas que operan sobre la base de un pensamiento no literario son una ínfima minoría y, además,
son desconocidos por el gran público. La mayor parte de las personas a quienes se muestre una película que
no se deje traducir en un argumento explicitable verbalmente dirá que no la entendió. Así que, muchas veces,
la imagen está donde la gente cree ver texto, y el texto está donde se cree estar frente a la imagen. Pero no es
esta la única distorsión que los valores más arraigados imprimen al vínculo que tenemos con los textos y las
imágenes. La gente que se queja del abandono de la lectura olvida –o nunca supo– que el porcentaje de idiote-
ces que ocupa los libros escritos en todas las épocas no es en modo alguno interior al de las que puebla las
series televisivas, las telenovelas y las películas. Y tal vez hoy, con el avance de los libros de autoayuda en las
mesas de todas las librerías, en desmedro de los otros (los que son para ayudar a los demás), este porcentaje
esté en franco crecimiento.
La riqueza de imágenes es algo que no pocos lectores buscan en la prosa y en la poesía. Pocos son capaces
de apreciar el sentido vivificante de los textos que coartan la imagen, como aquel gato de Lewis Carroll del
que solo podía verse la sonrisa (y no la boca sonriendo, como tontamente se la tergiversó en la película de
Walt: Alicia en el país de las maravillas). Por otra parte, el dicho una “imagen vale mas que mil palabras” es
en la actualidad verificable en los espacios que ocupan en un disco los archivos de texto y los de imagen. Por
lo menos, las imágenes pesan más... aunque puedan no valer lo que pesan.
Pero el paulatino acrecentamiento del tiempo que, al menos en una porción del mundo, la gente vive en el
ciberespacio parece minimizar los polos de esa lucha texto versus imagen La televisión está siendo desplazada
cada vez más por el monitor de la computadora y ahí no hay primacía de la imagen ni del texto. Todo está
ligado y potenciado de forma que pueden volver a clarificarse los verdaderos términos de la lucha librada en
el seno de la cultura: inteligencia contra estupidez. Quizá los adolescentes de hoy, que no despegan su nariz de
la pantalla, no superen en frivolidad a esos que hace cuarenta años se distraían momentáneamente de su lectura
de Tarzán y de Sissi para ponerse un aro de madera en la cintura y gritar hula-hula.

http//www.lanacion.com.ar/suples/revista/9950/r09.html/ LA NACION 12/12/1999| Página | Revista


Copyright 99 S.A. LA NACION | Todos los derechos reservados.
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1. El problema es para Masliah:


a. La lucha entre la imagen y el texto.
b. La contienda entre la representación y la ejecución.
c. La lucha entre la astucia y la tontería.
d. La lucha entre la inteligencia y la falta de esta.

2. Para el autor, muchos textos son:


a. Un cúmulo de imágenes.
b. Aburridos.
c. Narrativos.
d. Poéticos.

3. Según el autor, las computadoras:


a. Niegan la oposición texto/imagen.
b. Sostienen la oposición texto/imagen.
c. Representan la oposición texto/imagen.
d. Dan cuenta de la oposición texto/imagen.

4. En el V párrafo, el autor utiliza el ejemplo de Lewis Carroll para:


a. Refutar su propia tesis.
b. Sostener que en los libros hay imágenes.
c. Dar cuenta de la fuerza que tienen los textos que limitan el uso de imágenes.
d. Argumentar en contra de Walt Disney.

5. En el V párrafo, cuando sostiene “los textos que coartan la imagen…”, quiere decir
que:
a. Lewis Carroll no describe la boca del gato.
b. Lewis Carroll describe la boca y la sonrisa del gato.
c. Walt Disney no describe la boca del gato.
d. Walt Disney quitó esa parte de la película.

6. El efecto que busca en el lector al utilizar en el V párrafo la frase “una imagen vale más
que mil palabras” es:
a. Cómico
b. Irónico
c. Trágico
d. Indiferente

7. Las series televisivas son, según Masliah:


a. Imágenes
b. Narraciones
c. Fantasía
d. Literatura
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8. Masliah:
a. Refuta la oposición texto/imagen.
b. Argumenta a favor de la oposición.
c. Señala oposición texto/imagen.
d. No emite ningún juicio ni a favor ni en contra.

9. Las películas que no recurren a lo literario tienen:


a. Muchas imágenes.
b. Pocos argumentos.
c. Pocos personajes.
d. Escasez de discursos.

10. Sintetice en una frase de quince palabras el tema abordado por el autor en este texto.

……….…………………………………………………………………………………………
……..……………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………………………
…………………………………………………………………………………….......................

11. En un texto de no más de 10 líneas y no menos de 7, exponga la idea central que el


autor sostiene en este texto e incluya al menos uno de los argumentos que presenta.

…………………………………………………………………………………………………
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Estudios Sociales
Coordinadora: Prof. Susana Brauner
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EDI-Estudios Sociales Código de la


materia

Departamento al que pertenece Director

Secretaría Académica- Admisiones

Fecha de conocimiento del Programa por


Carga horaria
el Consejo de Facultad

20 horas
Código(s)
Carrera(s) en la que se dicta
Carrera(s)
Todas las carreras de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.
Todas las carreras de la Facultad de Comunicación y Diseño.

Código(s)
Código(s) Correlativa(s) Precedente(s) Código(s) Correlativa(s) Subsiguiente(s)
Carrera(s)

Firmas
Aprobación del Director de Departamento emisor Conformidad Director(es) de Carrera(s)

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I – Fundamentación

De acuerdo con los propósitos establecidos en el sistema de ingreso a la Universidad, es


necesario instrumentar un curso de apoyo que ayude a los aspirantes, a partir de algunos
contenidos de la enseñanza media, a recuperar, reforzar y profundizar competencias asocia-
das al desempeño académico, tales como interpretación y confrontación de ideas, distinción
de ideas principales y secundarias, desarrollo del espíritu crítico.
El curso de apoyo es de 30 horas reloj, es de carácter presencial, no obligatorio. Al fina-
lizarlo, rinden el examen de ingreso.

II – Objetivos de aprendizaje (a) y de enseñanza (b)

a) Se espera que los alumnos logren:

- Comprender los principales conceptos relacionados con la formación ciudadana:


conocer las diferencias entre los conceptos de Estado y nación; las distintas formas de
gobierno; el significado e importancia de la división de poderes.
- Conocer las formas de democracia y comprender el rol de los partidos políticos y otras
fuerzas políticas.
- Aplicar los conceptos teóricos estudiados a la evolución histórica del Estado, eje de la
organización política actual, para comprender cómo fueron las experiencias históricas de
distintas formas de gobierno y Estado, la evolución de las formas democráticas, los parti-
dos políticos.
- Detectar conexiones entre hechos y procesos, distinguiendo causas y consecuencias,
lo accesorio de lo fundamental.

b) Se espera que el docente del curso:

- Favorezca la indagación, el intercambio de ideas y la reflexión crítica a partir de los


contenidos propuestos.
- Incentive la contratastación de ideas y el desarrollo de la capacidad de razonamiento.
- Muestre la relevancia de comprender la realidad circundante y los contenidos de for-
mación ciudadana.

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III – Unidades temáticas

Unidad I: La sociedad y el Estado

Contenidos conceptuales

Nación. Identidad nacional. Nacionalidad. El nacionalismo como movimiento político.


Estado: concepto, naturaleza, causas y finalidad. Principio de subsidiaridad. Elementos
que lo integran. Estado de derecho.
Gobierno: concepto, funciones. Formas de gobierno y formas de Estado.
Clasificaciones contemporáneas de las formas de gobierno: parlamentarismo, presidencia-
lismo y forma colegiada. Clasificaciones contemporáneas de las formas de Estado: unita-
rio y federal. División de poderes.
Democracia: formas directa, indirecta o por representantes, semidirecta. Consenso y
conflicto, representatividad y gobernabilidad, consentimiento.
Partidos políticos. Grupos de presión y de interés; factores de poder. Sufragio. Otras
modalidades de participación.
Una mirada sobre el texto constitucional.

Unidad II: El Estado: evolución histórica

Contenidos conceptuales

La formación de los Estados nacionales. Evolución histórica del Estado: el absolutis-


mo; las nuevas ideas del siglo XVIII; el impacto de la Revolución Francesa. Nacionalismo
y Revolución Francesa. El conservadurismo. El liberalismo.
El Estado en acción: intervencionismo, Estados autoritarios y totalitarios, “Estado tute-
lar” y “Estado del bienestar”. La crisis del Estado benefactor y del Estado tutelar.
Populismo y neopopulismo.
La globalización: crisis y perspectivas del Estado-nación. Los desafíos del siglo XXI:
la cuestión demográfica, pobreza, medioambiente.

Contenidos procedimentales

Confección de líneas de tiempo.


Lectura, análisis e interpretación de textos, artículos periodísticos, fuentes históricas,
imágenes.

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Contenidos actitudinales

Reconocimiento de la importancia de la formación ciudadana.


Apreciación crítica de los contenidos relacionados con la sociedad y la evolución histó-
rica del Estado.

IV– Estrategias de enseñanza

Exposición dialogada. Trabajo en grupos para el análisis y la discusión de materiales rela-


cionados con los contenidos esenciales.

V– Medios y recursos

Textos, pizarrón, transparencias, power point, videos.

VI – Evaluación

Examen final que consta de 20 preguntas de opción múltiple (80% del puntaje total) y
dos preguntas de producción escrita (20% del puntaje total).

Condiciones de aprobación

Aprobación del examen con 4 (cuatro) puntos. Todos los no aprobados, tienen posibili-
dad de recuperar y aprobar el examen en la fecha siguiente posterior del calendario estipu-
lado por la Universidad.

VII – Bibliografía

Básica
LAURO, ELSA y LETTIERI, ALBERTO. Estudios sociales: notas sobre la evolución del
Estado-nación. 2006.
Fuentes
Constitución Nacional.
Antología de la cátedra con textos de distintos autores.

Para aclarar dudas generales


LONIGRO, FÉLIX. Formación ética y ciudadana. Buenos Aires: Macchi, 2001. Unidades 1 y 4.

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Otros manuales de Formación Ética y Ciudadana, preferentemente de Ed. Aique o


Santillana.
Manuales de Historia Moderna y Contemporánea, preferentemente de Ed. Aique o
Santillana.

Para profundizar los temas


BIDART CAMPOS, GERMÁN. Lecciones elementales de política. Ed. Ediar, 1996.
LETTIERI, ALBERTO, “Seis lecciones de política”, Buenos Aires: Prometeo, 2005.
Capítulo sobre opinión pública.
RAMONET, IGNACIO. “Efectos de la globalización en los países en desarrollo”. Le
Monde Diplomatique. Edición Cono Sur. Número 14, agosto 2000.
SPIELVOGEL, J. Civilizaciones de Occidente. México: Thomson, 1997. Volúmenes 1 y 2.
WALKER, I. “Democracia en América Latina”. Foreign Affairs En Español, abril-junio 2006.

Complementaria
BOBBIO, N. y MATTEUZZI, N. Diccionario de Política. México: Siglo XXI, 2000.
CAMARGO, SONIA DE .“La economía y la política en el orden mundial contemporáneo” En:
Revista Ciclos, n° 14/15, Buenos Aires, Fundación de Investigaciones Históricas, Económicas
y Sociales, Fac. de Ciencias Económicas, UBA, 1998.
SARTORI, G. Elementos de teoría política. Buenos Aires, Alianza, 1992. Cap. 2, 3, 8, 9 y 11

VIII – Cronograma

Clase 1

Presentación del programa y de los objetivos y fundamentos del curso. Indicación de la


bibliografía y modalidad del trabajo.
Nación. Identidad nacional. Nacionalidad. El nacionalismo como movimiento político.
Estado: concepto, naturaleza, causas y finalidad. Principio de subsidiaridad. Elementos
que lo integran. Estado de derecho.

Clase 2

Gobierno: concepto, funciones. Formas de gobierno y formas de Estado.


Clasificaciones contemporáneas de las formas de gobierno: parlamentarismo, presidencia-
lismo y forma colegiada. Clasificaciones contemporáneas de las formas de Estado: unita-
rio y federal. División de poderes.

Clase 3

Democracia: formas directa, indirecta o por representantes, semidirecta. Consenso y


conflicto, representatividad y gobernabilidad, consentimiento.

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Clase 4

Partidos políticos. Grupos de presión y de interés; factores de poder. Sufragio. Otras


modalidades de participación.

Clase 5

Una mirada sobre el texto constitucional. Repaso integrador de los temas a partir de
la resolución de un modelo de examen.

Clase 6, 7 y 8

La formación de los Estados nacionales. Evolución histórica del Estado: el absolutis-


mo; las nuevas ideas del siglo XVIII; el impacto de la Revolución Francesa. Nacionalismo
y Revolución Francesa. El conservadurismo. El liberalismo.

Clase 9, 10 y 11

El Estado en acción: intervencionismo, Estados autoritarios y totalitarios, “Estado tute-


lar” y “Estado del bienestar”. La crisis del Estado benefactor y del Estado tutelar.
Populismo y neopopulismo.

Clase 12, 13 y 14

La globalización: crisis y perspectivas del Estado-nación. Los desafíos del siglo XXI:
la cuestión demográfica, pobreza, medioambiente.

Clase 15

Repaso integrador de los temas a partir de la resolución de un modelo de examen.

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Notas sobre la evolución


histórica
del Estado-nación

Prof. Florencia Bustingorry


Prof. Elsa Lauro

ÍNDICE

Unidad I: La sociedad y el Estado


I 1. Introducción
I 2. Nación
I 3. Estado
I 4. Gobierno
I 5. Democracia
I 6. Sufragio
I 7. Partidos políticos

Unidad II: Evolución histórica del Estado–nación


II. 1. Introducción
II. 2. El Estado moderno
II. 3. El Estado y la Revolución Francesa
II. 4. Democracia y régimen político
II. 5. Legitimidad política
II. 6. Sufragio, partidos y elites
II. 7. Sufragio universal y partidos de masas
II. 8. El Estado en acción
II. 9. El Estado de Bienestar
II. 10. Crisis y perspectivas del Estado-nación

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I. La sociedad y el Estado

I.1. Introducción

Somos personas, seres sociales, por lo tanto, vivimos en grupos; en ellos interactuamos; esos
grupos forman la sociedad. Pertenecemos a una nación. Tenemos una identidad nacional. Nos
contiene un Estado.

Es posible que utilicemos o escuchemos a diario esos términos, pero ¿sabemos con certeza
su significado? ¿Distinguimos entre Estado y nación? ¿Podemos definir qué es el Estado, cuá-
les son sus funciones?
No necesariamente.

Votamos, vivimos en un sistema democrático, pero ¿qué sabemos acerca de la democracia,


del sufragio, de las formas de gobierno, de la división de poderes? Tal vez muy poco.

Creemos que saber es importante. El conocimiento siempre nos hace más libres. Desarrolla
nuestro espíritu crítico. Nos permite decidir con criterio apropiado.

Saber cuáles son nuestros derechos y obligaciones nos permite asumir nuestras responsabi-
lidades en el contexto de los grupos que conformamos, en la construcción del bien común.

Saber, precisar, distinguir, nos prepara para elegir, para ser mejores ciudadanos.

El objetivo de esta unidad es, entonces, desarrollar, analizar los conceptos mencionados y
contribuir así a la formación de ustedes, nuestros futuros profesionales.

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I.2. La nación

Bidart Campos la define como:

“...comunidad espontánea formada por hombres que tienen algo en común: base étni-
ca, cultural, religiosa, lingüística, histórica, etc.
Es comunidad porque no se origina voluntariamente ni reflexivamente, sino que se
forma espontáneamente; por eso se nace dentro de una nación sin elección previa”1.

En el pensamiento moderno la nación constituye la unidad social por excelencia. En la Edad


Media el término “nación” hacía referencia al origen de las personas, pero no tenía connota-
ción sociopolítica. El significado político apareció en el siglo XVIII y, desde fines del siglo
XIX, existieron dos concepciones diferentes del término “nación”:

La voluntarista e institucionalista, de origen francés, surgida con el Iluminismo. Esta


concepción tiene sus antecedentes en la teoría institucionalista de Polibio, de raíz aristo-
télica, redescubierta por el Renacimiento italiano. La nación es un cuerpo racionalmen-
te organizado; es el conjunto de habitantes de un mismo país regido por el mismo gobier-
no. “La nación es un cuerpo de asociados, que viven bajo una ley común y están repre-
sentados por la misma legislatura” (Sièyes).

La mítica o romántica, originada por el idealismo alemán, de raíz platónica, privilegia-


ba los aspectos étnicos, conjunto de personas de un mismo origen étnico y que general-
mente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común. “ ... tipo especial de pathos
que, en un grupo humano unido por un comunidad de lenguaje, de religión, de costum-
bres, o de destino se vincula a la idea de una organización política propia, ya existente
o a la que aspira” (Max Weber Economía y sociedad).

La identidad nacional es el desarrollo de un sentido de pertenencia a una comunidad y territorio


específico con un imaginario social compartido. Este imaginario social está compuesto por una serie
de códigos, símbolos y convencionalismos que se forjan durante un espacio de tiempo y que aluden
a una manera específica de observar e interactuar con la realidad creada en todas sus dimensiones y
con las circunstancias históricas en que nos desenvolvemos como individuos y comunidad. Es lo que
nos permite saber, por ejemplo, que somos argentinos y no uruguayos o chilenos.
La idea de nación surge en Europa durante los siglos XVIII y XIX. La aparición en el siglo
XIX tanto en Europa como en América de una corriente romántica y nacionalista que descu-
brió en las tradiciones populares, en la música, el folclore, la literatura y el arte, la esencia del
carácter nacional, fue el estímulo más poderoso para rescatar esos valores y convertirlos en el
sustento espiritual de los nuevos Estados nacionales.

1
BIDART CAMPOS, G.J. Lecciones elementales de política. B.s As., EDIAR, 1987, p.99.

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El concepto de nación, privilegia la comunidad de conciencia y destino; en cambio, el Estado


otorga una mayor importancia a la organización del orden y a la consolidación de la paz.
Como ya vimos, la necesidad natural del hombre de vivir en sociedad se traduce en la con-
formación del Estado; pero, la existencia de la nación surgirá o no, conforme se produzca, por
parte de un conjunto de hombres, la toma de conciencia de sí mismos con el condicionamien-
to histórico que le viene del pasado.

La nacionalidad se adquiere por el origen, la tienen espontáneamente los que han nacido den-
tro de un grupo determinado, no depende de la constitución ni de la ley, sino que se trata de una
realidad social 2. Se trata de uno de los elementos que ayuda a la constitución de una nación.

Esta realidad social que denominamos nación, cuando se integra en forma conjunta con la
idea de población como elemento del Estado, etimológicamente ha dado lugar a la existencia
del término nacionalismo. El nacionalismo en su primera significación ha sido mostrado como
una explotación de los valores de cada núcleo nacional. En el siglo XIX Mazzini hace de la
teoría de las nacionalidades la bandera para batallar por la unificación de Italia. Hay diversos
tipos de nacionalismo, sobre todo en el siglo XX hicieron su aparición como movimiento polí-
tico. Hay una vertiente tradicionalista y un nacionalismo fundamentalista.

El nacionalismo tradicionalista está vinculado a la idea de nación y patria; en cambio, el nacio-


nalismo fundamentalista, como el nacional-socialismo alemán y el fascismo italiano, se han carac-
terizado por el antisemitismo, la hostilidad hacia la democracia, el rechazo por la subordinación de
la política a la moral, el antiliberalismo y la exaltación de lo social frente a los derechos individua-
les de la persona.

1.3. El Estado

La palabra “estado” admite varios significados. Puede ser entendida como la situación en
que está una persona o cosa, sujeta a cambios que influyen en su condición; como el orden,
clase, jerarquía y condición social de las personas que componen un reino, república o pueblo.
También se entiende como estado a la clase o condición social a la que está sujeta la vida de
cada uno y, finalmente, como el cuerpo político de una nación.
Max Weber en Economía y sociedad dice que el Estado:

“... es aquella comunidad humana que en el interior de un determinado territorio recla-


ma para sí con éxito el monopolio de la coacción física legítima”3.

2
El derecho positivo de los estados adjudica a los hombres una nacionalidad; unos la otorgan por el lugar de nacimiento (ius oli), otros según
la nacionalidad de los padrs (ius sanguinis).
3
Weber, Max. Economía y sociedad. FCE, p.1056.

66
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El Estado mantiene la cohesión del grupo cumpliendo funciones políticas y administrativas


otorgadas por los integrantes de dicho grupo.
El Estado impone el derecho a todos los individuos por medio del poder coactivo de las
reglas jurídicas positivas.

Definimos al Estado u organización política como la realidad de una agrupación supre-


ma que vincula territorialmente a todos los hombres y grupos menores para promover y
obtener en su convivencia un fin común y último.

El Estado-nación constituye un modo de organización de la sociedad relativamente recien-


te en la historia de la humanidad. El surgimiento del Estado moderno puede situar su raíz a
partir del Renacimiento, mientras que la conformación del concepto de nación, entendida
como la colectividad forjada por la Historia y determinada a compartir un futuro común, la cual
es soberana y constituye la única fuente de legitimidad política, a pesar de formarse paulatina-
mente solo se consolida a finales del siglo XVIII. El Estado-nación, propiamente dicho, sur-
gió a principios del siglo XIX y alcanzó su apogeo en el curso del siglo XX.

Los principales elementos que integran el Estado son la población, el territorio y el


poder o facultad de mando. La población es el elemento humano del Estado, es la totalidad
de personas que habitan en un territorio. Las personas, como miembros del Estado, se consti-
tuyen en ciudadanos. El territorio delimita el ámbito espacial donde se ejerce el poder, donde
tiene vigencia el orden jurídico. Comprende: suelo, subsuelo y espacio aéreo. Para los que
poseen un litoral marítimo, también un espacio de mar, adyacente a las costas: mar territorial,
mar jurisdiccional y plataforma submarina. El poder, la facultad de mando o para mandar o
imponerse, siempre intenta ser aceptado. La legitimidad del poder hace innecesario el uso de
la fuerza. La legitimidad está relacionada con el consenso o acuerdo sobre el poder que permi-
te que la autoridad sea reconocida.

I.4. El gobierno

Hemos dicho que uno de los elementos del Estado es el poder o facultad de mando. A los
hombres titulares del poder o gobernantes los llamamos, en su conjunto, “el gobierno”.

Dice Bidart Campos en Lecciones elementales de política ( pp. 214-215):

“El poder como aptitud o capacidad de acción que denota energía y fuerza políticas, es una
‘potencia’, una disponibilidad que requiere ser puesta en ‘acto’, en ejercicio, ser impulsa-
da y movilizada. Hacen falta hombres que sean titulares del poder y que lo ejerzan, (…)

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(…) decimos que los gobernantes (el gobierno) detentan el poder porque ejercen el poder, lo
titularizan, lo tienen en sus manos. El gobierno representa al Estado y actúa en su nombre. Lo
que hace el gobierno en ejercicio del poder se atribuye o imputa a la persona jurídica estado” 4.
Entendemos por “gobierno”, en un sentido amplio, a la dirección de todo grupo humano y,
en un sentido restringido, al órgano que ejerce el Poder Ejecutivo.

En América suele entenderse como “gobierno” al conjunto de órganos con sus respectivos
poderes ya que el poder es uno, pero se descompone en órganos que realizan distintas funciones:

Legislar (Poder Legislativo).


Administrar (Poder Ejecutivo).
Juzgar (Poder Judicial).

Esa separación de órganos y funciones evita –siguiendo la teoría de Montesquieu– el abuso


de poder.

Diferenciamos formas de gobierno y formas de Estado. Entendemos por formas de estado


a aquellas que indican la distribución espacial de la voluntad del Estado. Se distingue princi-
palmente entre Estado unitario y Estado federal. Las formas de gobierno, indican la distribu-
ción de los órganos políticos capaces de expresar la voluntad del Estado. La clasificación típi-
ca diferencia entre monarquías, democracias, aristocracias, etc.

Bidart Campos define la forma de gobierno como la manera de organizar la institución


gubernativa, o sea el conjunto de organismos que ejercen el poder estatal a través de funcio-
nes específicas.

Platón consideraba dos formas de gobierno: las monarquías y las repúblicas. En cambio
Aristóteles se refirió a formas puras de gobierno en las que se buscaba el bien de toda la
comunidad, por ejemplo, monarquía, aristocracia y democracia y a formas impuras en las que
se buscaba satisfacer intereses particulares, por ejemplo, tiranía, oligarquía y demagogia.

Las clasificaciones contemporáneas de la formas de gobierno son tres:


parlamentarismo;
presidencialismo; y
forma colegiada.

Veamos cada una de ellas:

4
BIDART CAMPOS, G.J. Lecciones elementales de política. Buenos Aires: EDIAR, 1987, p. 214-215.

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a. Parlamentarismo
El Poder Ejecutivo es agente del Parlamento, por lo tanto, necesita que le preste su apoyo o
respaldo, el cual se exterioriza a través del voto de confianza que el Parlamento le otorga o no
al Ejecutivo.

Cuando el Parlamento emite un voto de censura, se produce la caída o renuncia del


Ejecutivo, desempeñado por el Gabinete o Ministerio. Además, existe el Jefe de Estado que
puede ser el rey o presidente de la República.
b. Presidencialismo
Se caracteriza por la función que cumple el presidente y la relación que este mantiene con
el Poder Legislativo. El presidente gobierna, administra y ejecuta libremente, no necesita ni el
apoyo ni la confianza del Poder Legislativo.

c. Forma colegiada
El Poder Ejecutivo se forma con más de un individuo.

Las formas de Estado hacen referencia al grado de descentralización o centralización con


base territorial existente en un Estado.

Se pueden distinguir:

Estado unitario: se caracteriza por la centralización política, es decir que la competencia


legislativa está reservada a los órganos centrales.
Estado federal: se caracteriza por la descentralización administrativa, existen provincias
con autonomía.

Los argumentos más importantes a favor de la descentralización manifiestan que:

Favorece el más amplio desarrollo de la democracia.


Constituye una garantía de la libertad al dividir territorialmente o funcionalmente el poder.
Estimula el progreso al despertar y utilizar energías locales.
Aumenta la eficiencia de los servicios públicos.

Entre los argumentos opuestos a la descentralización, se encuentran:

Disociación del poder que es peligrosa para la unidad nacional.


No corresponde a las características de la sociedad actual (carácter masivo de la pro-
ducción, de las comunicaciones, etc.).
Resulta antieconómica.

Se da el nombre de Estado federal a un Estado compuesto, a su vez, por varios Estados. En


tal caso, y aunque ello ha sido objeto de controversias, se reconoce que solo el primero es titu-
lar de la soberanía y se da a los otros, a los que se considera no soberanos, el nombre de Estados

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miembros o Estados particulares, o se los designa también con otras denominaciones, por
ejemplo, cantones en Suiza, provincias en la Argentina. En este tipo de Estado, la “norma vin-
culatoria” entre los Estados miembros es la Constitución.

El federalismo, como sistema de organización de la autoridad, contribuye a reforzar el prin-


cipio de la división de poderes al distribuir las competencias entre por lo menos dos unidades
políticas, el Estado federal y cada uno de los Estados miembros de la federación.

Las formas corporativas son una forma de descentralización política basada en las profe-
siones o en los intereses sectoriales. El hombre no se inserta en el Estado directamente, sino a
través de grupos menores de los que forma parte en razón de su actividad. Estos grupos con-
forman un conjunto plural de sociedades intermedias entre el hombre y el Estado. La descen-
tralización política implica reconocer a los grupos y sociedades ya mencionados como entes de
derecho público y asociarlos al ejercicio del poder político. El estado puede aceptar estos gru-
pos y sus intereses espontáneamente (corporativismo de asociación), por ejemplo la CGT
(Confederación General del Trabajo que nuclea a las distintas organizaciones obreras de la
Argentina) o establecerlos artificial y arbitrariamente (corporativismo de Estado), por ejemplo
las organizaciones obreras creadas por Mussolini (fascismo italiano).

I.5. La democracia

El poder en relación con el elemento humano o población puede ser ejercido democrática-
mente, es decir, reconociendo la libertad, la dignidad y los derechos del hombre, o autorita-
riamente, restringiendo esos derechos, o totalitariamente, negándolos. El totalitarismo y el
autoritarismo son antidemocráticos.

¿Se puede considerar a la democracia como una forma de gobierno? SÍ, y en ese caso el pue-
blo es el “titular” del poder.

Lonigro, en Formación ética y ciudadana (p. 12), expresa que:

“La democracia es el sistema de gobierno en el cual las autoridades respetan a los gober-
nados, escuchan sus reclamos, atienden sus necesidades, toleran y hasta promueven sus
manifestaciones.
La democracia es un estilo de vida de la comunidad caracterizado por existir entre sus inte-
grantes respeto mutuo, solidaridad, tolerancia, etc.”5.

5
LONGRO, F.V. “Formación ética y ciudadana”. Bs.As., Macchi, 2001, p.12.

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La democracia puede ser:


Directa: el pueblo, además de ser el titular del poder, lo ejerce directamente. Forma poco
común, practicada en la antigua Grecia (siglo V a. c.), pero inaplicable actualmente.
Indirecta o por Representantes: el pueblo delega el poder, a través del sufragio en cien-
tos y determinados representantes. También denominada representativa. Por ejemplo, se
eligen presidente y vicepresidente y ellos gobiernan en representación de los ciudadanos.
Semidirecta: incluye una serie de mecanismos de participación del pueblo en determina-
dos asuntos de gobierno.

Nos detendremos brevemente en el caso de la democracia semi-directa.


Las democracias actuales han ido incorporando nuevos medios de participación ciudadana
con el objetivo de ampliar el debate acerca de los asuntos de interés público. Entre los meca-
nismos incorporados merecen ser citados:

La iniciativa popular, a través de la cual la ciudadanía propone a las autoridades, consti-


tuidas un proyecto de ley sostenido por cierta cantidad de firmas. (Este mecanismo fue
incorporado a la C:N., art.39, con la reforma de 1994)
La consulta popular (ya sea vinculante o no vinculante) incluida también en la CN en el
art.40.
El plebiscito y el referéndum, que son también otras formas de consulta popular. En estos
casos los órganos de gobierno convocan al pueblo para que exprese su opinión sobre
determinada materia.
La revocatoria de mandato que es el derecho de destitución anticipada de un gobernante
electo.

Las condiciones necesarias para la democracia son:


Consenso fundamental o mínimo.
Pluralismo.
Diálogo.
Sistema de competencia jurídicamente regulado.

En relación con nuestra forma de gobierno, tal como se manifiesta en la Constitución


Nacional, Art. 1º:

“La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa, republicana y


federal”.

El sistema democrático es INDIRECTO:

“El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autorida-
des creadas por esta Constitución”. (Art. 22).

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Pero incluye mecanismos de participación popular (democracia SEMIDIRECTA):

“Los ciudadanos tienen el derecho de iniciativa para presentar proyectos de ley en la


Cámara de Diputados. El Congreso deberá darles expreso tratamiento dentro del térmi-
no de doce meses”.

“El Congreso, con el voto de la mayoría de la totalidad de los miembros de cada


Cámara, sancionará una ley reglamentaria6 que no podrá exigir más del tres por ciento
de los padrón electoral nacional, dentro del cual deberá contemplar una adecuada distri-
bución territorial para suscribir la iniciativa”.

No serán objeto de iniciativa popular los proyectos referidos a reforma constitucional,


tratados internacionales, tributos, presupuesto y materia penal”. (Art. 39, reforma 1994).

La mencionada reforma de 1994 también establece, en el Art. 40, la consulta vinculante u


obligatoria y no vinculante u optativa, es decir que las autoridades pueden consultar a los
ciudadanos para que ratifiquen o rectifiquen decisiones ya tomadas o pueden solicitar la opi-
nión sobre decisiones a tomar.

I.6. El sufragio

Expresamos que se podía considerar la democracia como una forma de gobierno en la cual
el pueblo es el titular del poder. Asimismo, mencionamos que en la democracia indirecta el
pueblo delega el poder, a través del sufragio en ciertos y determinados representantes. Y, por
otra parte, en la democracia semidirecta, el sufragio permite la participación del pueblo en
determinados asuntos de gobierno y es:

Una manifestación de la voluntad individual, que tiene por objeto conformar una voluntad
general, para designar a los titulares del poder, o decidir acerca de algún tema de interés
general.
Un derecho positivo ya que los ciudadanos tienen la facultad –el derecho– de elegir a quie-
nes van a representarlos.
Una función irrenunciable del ciudadano; en consecuencia, se trata tanto de un derecho
como de un deber (la Constitución argentina establece la obligatoriedad del sufragio)
Una función política y pública pero no estatal que ejerce cada ciudadano.

Hay dos clases de sujetos del sufragio:


Los que realizan la elección.
Los que aspiran a ser elegidos.

6
Esa ley reglamentaria es la nº 24.747 (19-12-96) y establece cómo se debe presentar el proyecto, exige que el número de firmas presentadas
sea igual al 1,5% del padrón electoral y establece la forma de controlar la validez de las mismas.

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Hay distintas clases de sufragio:


Universal o calificado (restringido).
Obligatorio o facultativo (voluntario).

Con relación a la distribución territorial del electorado, el sufragio puede expresarse a


través de:
a) Sistema de colegios, distritos o circunscripciones “uninominales” (se vota un
candidato).
b) Sistema de colegios, distritos o circunscripciones “plurinominales” (se vota una
lista).
c) Colegio o distrito nacional “único”.

Con relación a la distribución de los cargos, el sistema electoral puede ser:


a) Mayoritario (la totalidad de cargos se adjudica al partido que obtuvo más votos)
b) De representación de las minorías o minoritario (una o más minorías obtienen
cargos en menor proporción que el partido mayoritario)
c) De representación proporcional (se reparten cargos entre todos los partidos que
participan de la elección a condición de que obtengan un determinado mínimo de
votos).

Con relación al destino del voto, el sistema electorial puede ser


a) Directo (cada elector vota por el candidato que prefiere, sin intermediario alguno)
b)Indirecto (la ciudadanía vota por un grupo de personas, electores, que se reúnen en
una asamblea o colegio electoral, para elegir luego al candidato que ocupará el
cargo vacante)

Cuando en el ítem 3 desarrollamos el tema gobierno, hicimos referencia a las formas de


democracía semi-directa.
También cuando ellas se ponen en práctica se ejerce el sufragio. En este caso, para expre-
sar una opinión pública sobre determinado asunto.

En la Argentina, según el Art. 37 de la Constitución Nacional, “el voto es universal, igual


(el voto de cada ciudadano tiene el mismo valor), secreto y obligatorio”.

El sufragio funciona vinculado al régimen de partidos políticos ya que estos oficializan las
candidaturas en el sufragio electoral para proveer a la designación de gobernantes, canalizan
las opiniones políticas principales, movilizan la propaganda, etc. Y, en el sufragio que se ejer-
ce a través de las formas semidirectas, impulsan al electorado orientándolo en un sentido o en
otro para expresar las opiniones políticas7.

7
Bidart Campos, G. op. cit., p. 387.

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I.7. Partidos políticos

Los protagonistas de la actividad política son las fuerzas políticas, por ejemplo, los parti-
dos políticos o los grupos de presión.
Participar es tomar parte. Debemos diferenciar, desde el punto de vista político, entre parti-
cipación y representación. Participación es un modo de acción propio de la democracia direc-
ta, más específicamente de las formas semidirectas. Es un concepto sociológico para aludir a
la intervención o no de los ciudadanos en la vida política. La representación pertenece a la
democracia indirecta. Los partidos políticos son protagonistas de la actividad política.

Según E. Burke, “partido político es la reunión de los hombres que aúnan sus esfuerzos
para ponerlos al servicio del interés nacional sobre la base de un principio al que todos adhie-
ren”. (Textos políticos, p. 289).

Según Max Weber, “el partido político es una sociedad espontánea de propaganda y agita-
ción que busca conquistar el poder. Para procurar con ello, a sus adherentes y militantes, opor-
tunidades (ideales y materiales) de realizar, sea metas objetivas, sea ventajas personales, o
ambas” (Economía y sociedad, p. 228).

Para Kart Loewenstein, “un partido político es una asociación de personas con las mismas
concepciones ideológicas que se propone participar en el poder político o conquistarlo y que
para la realización de este objetivo posee una organización permanente”. (Teoría de la
Constitución. Barcelona: Ariel, p. 93).

Los partidos políticos constituyen un fenómeno propio del siglo XX, a partir de la consoli-
dación del sistema democrático representativo. Su origen se vincula al sufragio. Anteriormente
existieron facciones o grupos.

Su finalidad implica un fin netamente político: llegar al poder, influir sobre el poder y par-
ticipar en su dinámica, controlar el ejercicio del poder.
Los partidos políticos tienen una base común de creencias o programa partidario. Su funcio-
namiento está regulado por estatutos (carta orgánica) y su doctrina se expresa en la plataforma
partidaria. Su accionar se conduce desde órganos partidarios, como convenciones o comités.
Son fuerzas llamadas orgánicas porque tienen órganos propios.
Entre las fuerzas orgánicas politizadas, podemos citar los grupos de presión, los grupos de
interés y los factores de poder.

Los factores de poder forman parte de la estructura estatal, pero sus funciones específi-
cas no consisten en cumplir los roles propios de los cargos de gobierno. Ej.: tecnoburo-
cracia.

Puede estar formalmente incorporado a la Constitución escrita, por ejemplo, las Fuerzas
Armadas, o una iglesia oficial; o puede no estarlo, por ejemplo, un sindicato.

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Los grupos de interés son conjuntos de individuos con un interés común. Todos los grupos
de presión son grupos de interés, pero se transforman cuando utilizan la presión como fuerza
para influir sobre el poder estatal.

Los grupos de presión son grupos de interés, cuya acción trata de influir permanentemen-
te en la opinión pública, en los partidos políticos, o los ocupantes de los cargos de gobierno

Tienen un objetivo bien delimitado, y su acción se dirige a lograr una presión para determi-
nar una específica acción de gobierno

Entre las fuerzas políticas inorgánicas (sin órganos propios) podemos mencionar la opinión
pública.

La opinión es un punto de vista sobre algo, tal punto de vista posee una certeza relativa. Se
considera discutible y admite la confrontación con otras opiniones y también la réplica.

OPINIÓN PÚBLICA: “... es el sentir o estimación en que coinciden un grupo numero-


so, o a veces, la generalidad de las personas, acerca de un tema determinado” (Bidart
Campos, G. Lecciones elementales de política, EDIAR, 1973, p. 334).

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Evolución histórica
del Estado–nación

1. Introducción

Vivimos en un mundo cambiante. Desde fines del siglo XX asistimos a profundas transfor-
maciones económicas, sociales y políticas. Transformaciones que afectan a las sociedades, a
los Estados y al orden internacional en su conjunto. Las articulaciones entre lo nacional, inter-
nacional y transnacional se modifican permanentemente. Nadie, voluntaria o involuntariamen-
te, queda fuera del proceso.

En los últimos años se viene debatiendo sobre el orden internacional, la nueva distribución
del poder mundial, la articulación interna del sistema, la persistencia o transformación de los
Estados nacionales, etc. Hay distintas opiniones y corrientes de pensamiento. Las analizaremos
oportunamente.

Pero dado que estamos convencidos de que interrogar el pasado nos permite entender
el presente y preguntarnos qué futuro queremos y qué podemos hacer hoy para realizar-
lo, analizaremos la evolución histórica del Estado-nación para poder analizar y comprender su
crisis actual y sus perspectivas.

El Estado-nación constituye un modo de organización de la sociedad relativamente recien-


te en la historia de la humanidad. El surgimiento del Estado moderno se puede situar a partir
del Renacimiento, mientras que la conformación del concepto de nación, entendida como la
colectividad forjada por la Historia y determinada a compartir un futuro común, la cual es sobe-
rana y constituye la única fuente de legitimidad política, se formar paulatinamente y solo se
consolida a finales del siglo XVIII.

Se pueden distinguir distintos momentos hasta llegar al Estado-nación, propiamente dicho,


surgido a principios del siglo XIX y que alcanzó su apogeo en el curso del siglo XX. La etapa
de “formación del Estado moderno”, el “Estado total”, el “Estado de bienestar” son momen-
tos que desarrollaremos y analizaremos para comprender el orden internacional vigente desde
1648 que, tal como expresa Sonia de Camargo:

“... asumió diferentes formas de control de los intereses particulares de los diversos Estados,
formas que aseguran la estabilidad y la continuidad del sistema internacional. El último de esos
modelos claramente definidos fue el orden bipolar que cubrió el período de la Guerra Fría, en

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el cual dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, se dividieron el liderazgo
del mundo…”8.

“La ruptura de ese modelo de estabilidad, determinada por la desintegración de uno de los
polos, colocó al viejo sistema de Estados, y al propio Estado en su dimensión interna, en el cen-
tro de las presiones que expresan tanto tendencias globales, que operan en circuitos mundiali-
zados, como tendencias particularistas, que operan en circuitos locales”9.

Finalmente, analizaremos y reflexionaremos sobre la crisis actual del Estado-nación y


sobre su futuro.

2. El Estado moderno

El siglo XIV fue un siglo de conmoción para el mundo feudal: oleadas de pestes redujeron la
población; movimientos de rebeldía, que se dirigieron más contra la jerarquía establecida que
contra las verdades de la fe, sacudieron al Cristianismo; las convulsiones sociales se extendieron
por Europa al igual que las guerras, especialmente la Guerra de los Cien Años. Convivieron pos-
turas y sentimientos contrapuestos y extremos: el más absoluto idealismo y el realismo más des-
garrado, movimientos de rígido ascetismo junto a una escandalosa inmoralidad. Aunque la cultu-
ra seguía estando en manos de los clérigos, se apreciaba una cierta secularización: se daban los pri-
meros esbozos del laicismo humanista que no sustituía los valores esenciales, pero aportaba
algunas modificaciones progresivamente visibles a lo largo del siglo siguiente.

Con anterioridad al siglo XIV, se podía apreciar un incremento en el poder real, pero la cri-
sis del mencionado siglo produjo un estancamiento de esa tendencia y esta se volvió irreversi-
ble recién a partir del siglo XV con el resurgimiento de la autoridad de los reyes europeos
occidentales y el surgimiento de las primeras monarquías modernas. La nobleza asumió un
nuevo rol y sus miembros se convirtieron en oficiales del ejército real, diplomáticos del nuevo
Estado, ministros y asesores del rey. Asimismo, se produjo el surgimiento de un marco ade-
cuado para la expansión de las actividades mercantiles y manufactureras desarrolladas por
la burguesía.

Así, de la crisis del mundo feudal, de la declinación del orden aristocrático y de la


supremacía del orden divino, por un lado; y del crecimiento y fortalecimiento de una
nueva clase social, la burguesía, por otro lado, emergió el Estado moderno.

Lentamente, se fue consolidando la autoridad de los reyes, especialmente en Francia donde


los Capeto se habían ido afirmando como señores de todos los señores, exigiendo obediencia
y aumentando su poder. El proceso siguió en Inglaterra y también en España, al compás de la
Reconquista.

8
Camargo, S. de “La economía y la política en el orden mundial contemporáneo”. En: Revista Ciclos, Vol. VIII, n° 14-15, 1° Sem. 1998, p. 15.
9
Íd., p.15.

78
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Posteriormente, en sociedades contemporáneas, a partir del momento de surgimiento, desarro-


llo y consolidación de los ideales burgueses, estos es con la Revolución Norteamericana prime-
ro y, luego, fundamentalmente con la Revolución Francesa, el segundo gran debate que se insta-
la en Occidente tiene que ver con la cuestión democrática, con la distribución del poder polí-
tico y la forma de ejercicio de ese poder político.

De la alianza clero-aristocracia a la alianza monarquía-burguesía

La eliminación del feudalismo10 y el nacimiento del Estado moderno en las sociedades más
avanzadas de la Europa occidental estuvieron ligados, como se ha dicho, al debilitamiento de
la supremacía religiosa y a la alianza entre la monarquía y la burguesía, posicionada como
nueva fuerza ascendente a finales de la Edad Media.

La supremacía religiosa había comenzado a delinearse con la caída del Imperio Romano
dado que el único factor de unidad europea que se mantuvo fue la religión. El poder del papa
fue incrementándose progresivamente ya que, en tanto los reyes solo eran soberanos cada uno
de sus reinos, el papa era el soberano de las almas de todos (o de la mayoría) de los europeos;
se produjo así un debilitamiento del poder político en beneficio del poder religioso. Por esa
razón, a partir del siglo V y sobre todo desde el siglo VIII en adelante, la Iglesia cristiana cum-
plió un papel determinante de la vida política de las sociedades europeas. Impuso las formas
de ser y las formas de hacer, subordinó a su autoridad las autoridades terrenales e impidió cual-
quier tipo de diversidad cultural e ideológica.

El clero y la aristocracia se asociaron para legitimar su derecho a explotar en conjunto a los


plebeyos, presentando este privilegio como expresión de la voluntad de Dios. En el subsuelo
social estaban los siervos, que no tenían voluntad propia, que no podían moverse del lugar donde
habían nacido. Esta alianza posibilitó que se estableciera una mayor influencia de la fe cristiana
sobre el mundo político pero, en la medida en que las sociedades se fueron consolidando, que el
poder político fue obteniendo cierto nivel de estabilidad, los príncipes terrenales comenzaron a
cuestionar la autoridad del papado, al menos desde el punto de vista político, dada su intención
de incidir permanentemente sobre las decisiones políticas de los distintos estados.

Durante la Edad Media, la Iglesia cristiana manejó la educación, prácticamente monopoli-


zó la producción escrita y se apropió de la mayoría de los textos escritos que circulaban por
Europa, convirtiendo las abadías y los monasterios en reservorios de los tesoros escritos de la
humanidad. Asimismo, la institución eclesiástica fue una gran empresa económica que concen-
tró una gran porción de tierras a través de donaciones.

El comercio, que se desarrolló desde el siglo XI, comenzó a deteriorar la estructura de la socie-
dad estamental, es decir, el ordenamiento social a través del status, pero comenzó a delinearse

10
El feudalismo desconoció el Estado como base territorial, porque las relaciones políticas surgían de los vínculos personales fundados sobre el jura-
mento de vasallaje personal.

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otro, funcional a los intereses de la burguesía: una forma de ordenamiento social basado en la
acción de los hombres a través de la vida, basado en lo que se tiene y no en lo que se es.

Inicialmente, las monarquías fueron las grandes beneficiarias de las reformas y de las solu-
ciones implementadas durante los tiempos de crisis. Se perfeccionaron los aparatos de gobier-
no de modo tal que los monarcas occidentales alcanzaron el siglo XVI al frente de estructuras
capaces de ejercer un poder casi indiscutible.

La construcción del Estado moderno se caracterizó por la afirmación territorial de la auto-


ridad monárquica frente a obstáculos interiores y rivales exteriores; una creciente centraliza-
ción política (la consolidación de la monarquía autoritaria estableció las bases del Estado cen-
tralizado y absolutista); una creciente centralización económica; el establecimiento de la buro-
cracia estatal que extendió la capacidad de decisión de la administración real; la creación de
ejércitos estables y numerosos, dependientes del rey.

Contribuyeron a la construcción de un aparato de gobierno centralizado y eficaz: la mejora


de las comunicaciones y de los conocimientos geográficos; los progresos de las técnicas eco-
nómicas, las transformaciones militares, la evolución del pensamiento intelectual y político, la
activación de los sentimientos “nacionales” y xenófobos.

La burocracia al servicio de los reyes (letrados, juristas) provenía de sectores sociales interme-
dios o menores que fueron asumiendo cada vez mayor poder, pero no desplazaron a la nobleza,
que mantuvo su papel político en la estructura estatal de la monarquía (como se dijo, se desem-
peñaron, por ejemplo, como consejeros, ministros, diplomáticos, oficiales del ejército).

La centralización política era costosa y requirió de cuantiosos recursos aportados en parte


por la burguesía a través del crédito y, asimismo, fue acompañada por un perfeccionamiento
fiscal, dando lugar a sistemas más complejos y eficaces de recaudación que permitieron soste-
ner y aumentar el proceso de consolidación de las monarquías occidentales.

Hacia fines del siglo XV la mayor parte de los sectores privilegiados del Occidente europeo
se sometieron a la autoridad monárquica, ya fuera para garantizar su predominio socioeconó-
mico, en búsqueda de paz y seguridad tras largas y destructivas guerras (como por ejemplo, la
Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra), o ante la posibilidad de aprovechar un
periodo económico expansivo (el caso de Portugal, por ejemplo).

Por otra parte, el siglo XV marcó un punto de inflexión en la historia de la política occiden-
tal, y la obra clave en este sentido fue la de Maquiavelo (1469-1527), tanto El Príncipe como
los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, en los cuales hizo un aporte fundamental
para una nueva concepción de la política que fue la desacralización de la política, es decir, la
presentación de la política desligada de todo sentido ético, moral y religioso.

El príncipe que presentó Maquiavelo era un príncipe laico. El príncipe era aquel que com-
prendía las reglas de juego de la acción política, que era capaz de acceder al poder a través de
la fuerza o de otros medios y mantenerlo; para hacerlo, no había ningún tipo de prurito o de
limitación ética, moral o religiosa.
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La política en la que pensaba Maquiavelo en el siglo XV era una política de elites y en ella
la consulta a la mayoría no se consideraba; como se dijo, lo que entraba en juego era la habili-
dad para llegar al poder y para perpetuarse en él y, evidentemente, para perpetuarse en el poder,
el príncipe necesitaba tratar de monopolizar la mayor cantidad de recursos: el poder militar,
político, financiero (en la medida de lo posible debía consolidar sus rentas). Donde Maquiavelo
hablaba de “príncipe” podemos ver buena parte de las atribuciones del Estado moderno ya que
el príncipe de Maquiavelo era un príncipe estatal por oposición al que existía antes que era un
príncipe religioso, era el papa.

La sociedad medieval era una sociedad de solidaridades o vasallajes personales, de sobera-


nías fragmentadas, de poder político y territorial fragmentados. El príncipe, el rey de la socie-
dad feudal era un rey de señores, que eran quienes mantenían con él una relación de vasallaje,
pero sus vasallos a su vez eran señores de otros vasallos, es decir que no existía el poder de un
soberano sobre un territorio amplio, sino el poder de una persona sobre otra, o sea una concep-
ción personalizada del poder.

Cuando la sociedad feudal comenzó a declinar y se inició la concentración del poder políti-
co en el Estado monárquico, el soberano pasó a ejercer el poder sobre el territorio y sobre las
personas que estaban en ese territorio, sin mediaciones. El monarca no exigía tributos sino, que
imponía impuestos, monopolizaba la violencia. El monarca era aquel que tenía una naturaleza
superior a los demás.

Como parte de los pasos para consolidar la monarquía, se estableció el principio heredita-
rio. Asimismo, los reyes recibieron con agrado las doctrinas que reforzaban su autoridad polí-
tica, por ejemplo, las que veían al rey como un Dios en la tierra.

La palabra del rey por derecho divino, en tanto representante de Dios, era definitiva ya que
discutirlo hubiera sido discutir la estructura del universo creado por Dios, así la desobediencia
era un delito tanto religioso como político. Proliferaron los textos exaltadores de las acciones
reales buscando prestigiar y reforzar su autoridad. Aumentó la complejidad de los símbolos del
poder real (protocolo, signos regios, etc.).

Como consecuencia del poder incuestionable que obtuvieron los reyes y de la actuación de
los Estados nítidamente referida a un territorio concreto, las relaciones internacionales van a
pasar a ser una cuestión importante, ocupando y preocupando a los monarcas.

Desde la firma de la Paz de Westfallia (1648), las guerras de religión dejaron de ser impor-
tantes. Las guerras entre estados y las guerras de sucesión –es decir, las guerras por las fronte-
ras y por los derechos a ocupar el trono– fueron parte central de los asuntos europeos. La diplo-
macia y las argumentaciones jurídicas adquirieron relevancia y, en ese contexto, surgió la idea
de mantener el “equilibrio europeo”. Es decir, mantener una situación política entre los Estados
en que ninguno de ellos alcanzaba un poderío superior al de los otros, evitándose así que se
pusiera en peligro la independencia de los demás.

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Surgió un sentimiento legitimista por el cual las acciones de los Estados, especialmente la
invasión de territorios, requerían la aprobación de los demás. Esta idea se relacionó, asimismo,
con el concepto de “guerra justa”, es decir, hasta qué punto el engrandecimiento real o presun-
to de un Estado justificaba la acción militar. En la práctica, las discusiones diplomáticas se pro-
longaban ya que los conceptos de equilibrio, neutralidad, soberanía se interpretaban y redefi-
nían continuamente.

El absolutismo monárquico

La monarquía de derecho divino surgió, entonces, en un momento en que el rey buscaba


reunir lealtades nacionales e incrementar el sentimiento nacional. Así, la incuestionable obe-
diencia de los súbditos contribuyó a la construcción y fortalecimiento del Estado centralizado.

Fue exaltada la voluntad de vivir en un mismo ámbito político, una misma organización
política, una historia y pasado comunes, unos mismos mitos, una lengua y fe comunes; tam-
bién el uso patriótico de símbolos y devociones religiosas actuaron como importantes elemen-
tos de identificación de la comunidad frente a otros pueblos.

Los historiadores se encargaron de proyectar las conciencias nacionales y surgió la idea de


que la unidad de fe era indispensable para la cohesión del cuerpo político; todos los súbditos
debían rezar al mismo dios que su rey11. Fueron los tiempos de la intolerancia religiosa.

Es decir que el monarca, además de expropiar muchas de las capacidades que tenían los
señores feudales, enajenó otra que antes solo tenía la Iglesia: considerar su poder como deriva-
do de Dios. El argumento del papado planteaba que Dios era el titular del poder y lo entrega-
ba al papa quién, a su vez, lo distribuía para su ejercicio terrenal, razón por la cual el poder del
papa estaba por encima del poder de los distintos reyes. Los soberanos absolutos, contraria-
mente, plantearon que el poder del monarca venía directamente de Dios, este era un elegido y,
por lo tanto, no tenía más obligaciones con la sociedad que aquellas que él mismo decidía
imponerse dado que no había sido el pueblo la fuente de legitimidad sino Dios.

El primero que fundamentó una posición absolutista sólida en términos políticos fue Jean
Bodin, o Bodino (1530-96). Bodino era francés, escribió en el siglo XVI, todavía en latín, un
libro titulado Sobre la república en el cual analizaba las características del poder monárquico.
Señalaba que el monarca recibía el poder de Dios, pero ese monarca tenía un poder que, si bien
era muy amplio, no era absoluto; había algunos límites como la ley natural y la ley de Dios.
Es decir que el monarca no podía legislar ni gobernar en contra de las tradiciones ni de la reli-
gión. Asimismo, el poder del Estado no alcanzaba a lo que hoy llamaríamos el mundo de lo pri-

11
La España de los Reyes Católicos fue un magnifico ejemplo de ello. La creación de la Inquisición (1489), la expulsión de los judíos (1492) y la
conversión forzosa de la población granadina (desde 1500) persiguieron esta "imprescindible" cohesión política y religiosa de la comunidad que exi-
gía el Estado.

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vado, el terreno del mercado; lo que habían acordado dos personas no podía deshacerse por
voluntad del rey. Esto era muy importante porque expresaba el interés de la burguesía, france-
sa en este caso, de que sus negocios se mantuvieran al margen de la potestad del poder real. Es
decir que Bodin expresaba una perspectiva burguesa al tomar partido en la disputa que por ese
momento se estaba llevando adelante entre el poder feudal en declinación y la monarquía en
ascenso: primacía del poder del rey, pero sin intromisión en los negocios entre privados.

Es decir que en la etapa de formación del Estado moderno, del Estado absolutista, la bur-
guesía tomó partido por la monarquía, en contra de los señores feudales. Esto es lógico porque
el monarca significaba la posibilidad de garantizar la formación de un mercado interno a nivel
nacional en el cual podía operar esa burguesía, significaba fijar políticas proteccionistas frente
a los burgueses procedentes de otras sociedades, significaba básicamente garantizar, en una pri-
mera etapa, condiciones mínimas para su propio desarrollo como clase

Al siglo siguiente, poco tiempo después de los escritos de Bodino apareció una nueva obra
en Inglaterra, el Leviatán de Thomas Hobbes (1588-1679), texto que presentó una visión del
poder absoluto totalmente distinta. Hobbes tenía en mente la concepción del poder y las atri-
buciones del poder que Bodino le había asignado al monarca, pero planteó una radicalización
de esas ideas. Por un lado, escribió desde la necesidad que tenía la burguesía inglesa de garan-
tizar el orden político pero, por otro lado, fue un escritor al servicio de los Estuardo, que inten-
taron en la primera mitad del siglo XVII y hasta 1680 consolidar un poder absoluto en
Inglaterra destruyendo lo que era el sistema parlamentario monárquico.

Para Hobbes, el monarca debía ser absoluto, sin ningún tipo de límites. La única limitación
estaba en su conciencia. Si decidía hacer caso de los contratos entre privados, si decidía hacer
caso de la religión o de las costumbres lo hacía porque él quería, no porque estuviese obliga-
do a hacerlo o porque hubiese alguna institución superior a la autoridad del monarca.

Hobbes perfeccionó la idea del estado de naturaleza. Hasta el surgimiento del pensamiento
burgués, todos los autores de la antigüedad consideraban que las sociedades eran producto del
desarrollo histórico y que se iba pasando de las familias a las aldeas, a las ciudades y a las
naciones simplemente con un proceso de agregación. Por el contrario, la sociedad burguesa era
una sociedad de contrato, su base era el texto constitucional, que expresaba el contrato social
en el que se señalaban derechos y obligaciones de las personas.

Los pensadores del liberalismo plantearon siempre la idea de un estado de naturaleza, es


decir, un pasado ahistórico en el cual los hombres vivían en condiciones primitivas y, en un
determinado momento, decidieron firmar un contrato. Es decir que en cierto momento se sen-
taron bases que pasaron a ser obligatorias para todos porque todos las habían consensuado. Ese
fue el origen del contrato social.

Entonces, uno de los supuestos del pensamiento de Hobbes era la existencia de un momen-
to fundacional, una etapa presocial en la constitución de la sociedad civil y política: el “esta-

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do de naturaleza”. Otro supuesto fue su pesimismo antropológico ya que partía de la idea de


un hombre básicamente corrompido, egoísta, que buscaba la satisfacción sin límites de sus
deseos.

Para Hobbes la naturaleza humana tenía dos elementos constitutivos: la razón y la pasión.
Era propio de todo ser humano el apetito natural por lo que deseaba para sí mismo pero, por
otra parte había una escasez de los bienes que todos deseaban. Esa situación generaba insegu-
ridad y conflicto.

El hombre en estado de naturaleza se transformaba en agresor de otros hombres, que eran


considerados enemigos mortales en la búsqueda de satisfacer los mismos deseos, en una cons-
tante pelea por tener posesiones, proteger lo propio, ganar fama y reputación.

En ese estado presocial los hombres vivían inseguros y temerosos de su futuro, por eso, sur-
gió la necesidad de abandonarlo en busca de seguridad (para él la primera ley natural del
hombre era la autoconservación). Los individuos desistían de los placeres inciertos de la sim-
ple libertad a cambio de la seguridad de la vida comunitaria.

Así surgió un contrato artificial que se convirtió en un poder visible que sujetaba a los hom-
bres a través del temor al castigo, un temor que ya no estaría diluido en todos, sino concentra-
do en una figura única y poderosa, a la cual Hobbes llamó Leviatán y que expresaba la conve-
niencia de la monarquía absoluta.

A través de ese contrato los hombres “confieren todo su poder y fuerza a un Hombre o a
una Asamblea de hombres, que pueda reducir todas sus Voluntades, por pluralidad de votos,
en una sola Voluntad... lo cual quiere decir, designar un Hombre o una Asamblea de hombres
para que encarne a sus personas; es una verdadera Unidad de todos ellos en una sola
Persona...” (Thomas Hobbes, Leviatán).

Los hombres le confiaban al Leviatán la utilización de la fuerza y de los medios pertinen-


tes, incluso contra ellos mismos, transformándolo en el “poder soberano”, poseedor de un
poder absoluto, un poder que hiciera cumplir el pacto.

El Estado creado debía garantizar la seguridad y el bienestar de los pactantes y debía impo-
ner obediencia a todos sus miembros, siendo la suma de los intereses particulares, garantizan-
do el carácter absoluto de su poder solo limitado por el reconocimiento de la ley divina y la
natural.

Según Hobbes, el monarca debía ser inflexible, no podía demostrar debilidad para no gene-
rar anarquía. Asimismo, consideraba que, si el monarca actuaba en beneficio de un sector y en
detrimento de otros, se producía algo aún más grave que la anarquía: la guerra civil. Hobbes
identificó la anarquía con el estado de naturaleza.
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Tanto Bodino como Hobbes, en los siglos XVI y XVII, fueron los primeros y más sólidos
fundamentadores del poder absoluto, expresando la voluntad y/o la necesidad que tenía la bur-
guesía de crear condiciones para el desarrollo de sus actividades apostando al fortalecimiento
del poder real.

En la segunda mitad del siglo XVII, el pensamiento liberal dio un giro brusco y comenzó a
plantearse la necesidad de establecer límites al ejercicio del poder político y también la nece-
sidad de establecer canales de expresión de la opinión de los sectores burgueses o de la socie-
dad en general para hacer sentir a los que mandaban cuáles eran sus deseos, por ejemplo, cons-
truir canales que permitieran vincular a la sociedad civil con el poder político.

En ese sentido, John Locke (1632-1704), en el Ensayo sobre el entendimiento humano, o en


los Tratados sobre el gobierno civil, invirtió el planteo de Hobbes, y planteó la necesidad de una
división de los Poderes Legislativo y Ejecutivo, y señaló un orden jerárquico por el cual el Primer
Poder del Estado no era el Ejecutivo sino el Legislativo atendiendo a una razón lógica que es que
aquel que redacta las leyes siempre tiene que estar por encima de aquel que las ejecuta.

Locke también recurrió a la idea del estado de naturaleza pero, a diferencia de lo que planteaba
Hobbes, Locke dijo que los hombres eran buenos por naturaleza y que era su ingreso en la socie-
dad lo que los hacía malos; los hombres vivían libremente, sin mayores obligaciones en un esta-
do de naturaleza pero, por las mismas razones que planteaba Hobbes –enfrentar adversarios peli-
grosos como el fuego, el frío, el hambre, etc.– se vieron obligados a ingresar en sociedad.

A través de su integración en la sociedad, el hombre conseguía fortalecerse, vencer a esos


rivales y generar condiciones para el progreso de la vida material. Es decir que planteaba que
había una conveniencia, un afán de mejora material y de mayor seguridad que conducía a los
hombres a integrarse en sociedad, pese a que la sociedad les iba a generar desafíos que iban a
hacer que aquella bondad o ingenuidad inicial fuera devaluándose.

Locke consideraba que en el estado de naturaleza podía existir la propiedad privada y, más
aún, fundamentaba el derecho de todos los hombres a tener acceso a lo mínimo indispensable
para garantizar su subsistencia, lo cual en el estado de naturaleza implicaba que todos los hom-
bres tuvieran derecho a acceder a una porción de tierra que garantizara la alimentación.

Los hombres ingresaban en sociedad a través de la firma de un pacto de unión que era el
contrato por el cual se ponían de acuerdo en los derechos y obligaciones que tendría cada uno
y en las condiciones para incorporarse a la sociedad. Ese pacto de unión o pacto constituyente
era el más importante para Locke. Con posterioridad a la incorporación de los hombres a la
sociedad civil, se firmaba un segundo acuerdo –que él denomina pacto de sujeción o pacto de
Gobierno– que indicaba que aquellos hombres que habían decidido voluntariamente integrar-
se en una sociedad, en determinadas condiciones, también decidían voluntariamente ceder
parte de sus derechos en beneficio de alguien que iba a ejercer la autoridad sobre el conjunto para

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garantizar el orden. Estamos así frente a una modificación fundamental porque se estaba pro-
clamando que quien constituían la soberanía, quién tenía el derecho al mando, no era el sobe-
rano sino el pueblo.

El pacto de unión era el resultado de una asamblea y la continuidad de esa asamblea podía
observarse en la asamblea legislativa. Es decir que, si bien los hombres acordaban determina-
das leyes al momento de integrarse a una sociedad, luego resultaba posible que surgiera la
necesidad de crear nuevas leyes; por eso, Locke veía la asamblea legislativa como una conti-
nuidad de aquella asamblea que había dado origen a la sociedad, como el Primer Poder del
Estado, por encima del Ejecutivo.

En la medida en que el monarca no cumpliera con lo que la sociedad quería, dado que el
poder no era del monarca sino de la sociedad, esta podía rebelarse, retomar el poder y estable-
cer un nuevo contrato de sujeción con otro soberano. Esto resultó muy importante porque
modificó totalmente la perspectiva de los autores anteriores y sobre todo de Hobbes. Locke fue
el ideólogo de la revolución de 1688, la Revolución Gloriosa que liquidó el poder de los
Estuardo en Inglaterra e impuso definitivamente la monarquía parlamentaria.

Esa asamblea legislativa no tenía que ser permanente. Locke decía que una sociedad tenía
que funcionar con la menor cantidad de leyes posibles y, además esas leyes debían ser claras,
transparentes, al alcance de todo el mundo.

Del otro lado del Canal de la Mancha, un poco después de Locke, aparecen otros autores
fundamentales: Montesquieu, Rousseau, y también Tocqueville.

Tocqueville (Charles Alexis Henri Clérel, Sr. de Tocqueville, 1805-59) es un autor muy
interesante no solo por lo que escribió sobre la democracia en América, sino también por lo que
escribió sobre la sociedad francesa. Era un autor liberal conservador que escribió a principios
del siglo XIX; por encargo del gobierno borbónico, restaurado en Francia en la década de 1820,
inició un viaje de seis meses por EEUU, para observar cómo eran las instituciones norteame-
ricanas, la educación, etc. Es así como analizó las características de la sociedad norteamerica-
na, por qué había florecido la democracia en América y no en Europa, cómo se organizaban las
personas, las características de la sociedad civil, del mercado, etc.

Asimismo, analizó la Revolución Francesa desde una perspectiva muy crítica, planteando
en un libro que quedó inconcluso, El antiguo régimen y la revolución, que fue un baño de san-
gre que Francia no tendría que haber experimentado, porque la declinación de la aristocracia y
de la monarquía constituían un proceso que se venía dando desde antes de la Revolución; lo
que faltó fue inteligencia de parte de los que gobernaban para llevar a cabo una reforma que
evitara el proceso revolucionario. También observó un crecimiento de la burguesía, con mayor
poder en la sociedad pero no en la política. De este modo, en lugar de transitar Francia de una
monarquía absoluta a una monarquía parlamentaria integrando a la burguesía, transitó hacia
una destrucción.

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En relación con Montesquieu (Charles-Louis de Secondat, barón de la Brède y de


Montesquieu, 1689-1755), analizó cómo se gobernaba en distintos lugares del mundo y planteó
que cada sociedad tenía un espíritu y que, de acuerdo con él, había formas de gobierno diferentes.
En su concepto, un régimen político tenía que ser la expresión de una sociedad, no podía ser el
resultado de una imposición, además no podía existir una misma receta para todas las sociedades.

Vio como uno de los modelos posibles, el inglés, o lo que él entendía que era el modelo
inglés. Locke había aclarado que la división era ente dos poderes no entre tres, porque el poder
judicial era una atribución que todavía mantenía el Ejecutivo. Pero Montesquieu, a partir de
cómo funcionaba el sistema y la sociedad británicos, infirió que en Inglaterra funcionaba una
división tripartita del poder y que cada uno de estos poderes era autónomo. Esa idea quedó
como el punto fundante de la teoría de la división de poderes, con la autonomía relativa de cada
uno de ellos y con todos en un mismo nivel.

Los autores mencionados privilegiaban la libertad por sobre la igualdad. En el proceso de


transformación que va de la sociedad aristocrática a la sociedad moderna, la burguesía levantó
dos ideales para imponer como base o fundamento del sistema que todavía nos rigen; dos ide-
ales siempre en tensión, el ideal de igualdad y el de libertad. Cuando la burguesía hablaba de
igualdad, hablaba de una igualdad jurídica, igualdad que evitaba que hubiera privilegios por
status en la sociedad; igualdad que posibilitaba que se firmaran contratos. Si se reconocía el
principio de igualdad y de libertad, podía instalarse una civilización del contrato, de la contra-
prestación. Para esto, se requería la emancipación de las personas para darles una entidad jurí-
dica igualitaria y libre.

Inmediatamente el liberalismo planteaba, de acuerdo con las necesidades de la burguesía,


que si bien los hombres nacían libres e iguales, y mantenían esa igualdad jurídica a lo largo de
su vida, esa no era una igualdad ontológica. Es decir que los hombres, a través de sus accio-
nes, se diferenciaban y el principio a través del cual se diferenciaban constituyéndose unos en
ganadores y otros en perdedores no era otro que la libertad. Del uso que hacía cada uno de su
libertad dependía el papel que iba a ocupar a lo largo de su vida. Todos los autores del libera-
lismo privilegiaban la libertad por sobre la igualdad, excepto Rousseau.

Jean Jacques Rousseau (1712-78) adoptó la idea de contrato social y habló del mismo
estado de naturaleza de Locke, es decir que el hombre era bueno por naturaleza, pero había
tenido que desafiar muchos peligros hasta que se dio cuenta de que no podía subsistir así y,
entonces, fue necesario que se integrara en sociedad; en ese momento firmó un único contra-
to: el contrato social, contrato de unión u originario. Un contrato que a la vez constituyó la
sociedad civil y la sociedad política. Esto es así, en su pensamiento, porque consideró que la
soberanía era indelegable; es decir, no podía ocurrir, como en el caso de Locke, que los hom-
bres se reunieran, constituyeran una nueva soberanía popular y luego se desprendieran de parte
de los derechos que tenían sobre sí mismos para entregárselos a alguien.

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Rousseau consideraba cualquier forma de representación en la sociedad como una forma de


desigualdad, una forma de dominación. La representación encarnaba para él un encadenamien-
to de aquel que entregaba la representación para con aquellos que se convertían en represen-
tantes. En la medida en que el hombre aceptaba la representación política se constituía en
esclavo. En consecuencia, planteó que la forma de gobierno que debía tener una sociedad era
la asamblea: los hombres debían gobernarse a sí mismos. Es la idea de la democracia directa.
Por esta razón, no podía haber un pacto de unión y otro de sujeción, porque el pacto de suje-
ción era un pacto de esclavitud.

El interrogante era ¿cómo gobernar sociedades muy amplias en estos términos? Rousseau
planteaba un modelo como el de la sociedad donde él vivía (la república ginebrina), una socie-
dad compuesta por no más de 400 polifamilias donde los hombres con hijos y familia a cargo
eran los que ejercían los derechos políticos.

Pero el mundo avanzaba en un sentido inverso, entonces, planteaba otra alternativa: un


monarca que igualara a todos en la dominación. Así se generó un dilema para los revoluciona-
rios franceses en relación con la organización del poder político. Rousseau era el gran inspira-
dor teórico, pero no tenía un modelo político que fuera aplicable por el poder revolucionario
en toda Francia. Los jacobinos fueron los que más se acercaron al intento de implementar las
ideas de Rousseau. Robespierre (1758-94), por ejemplo, combinó la asamblea vecinal con un
modelo de representación encarnado en la asamblea nacional o sea que combinaba democracia
indirecta con democracia directa. El punto es que, al hacerlo, violaba el pensamiento de
Rousseau.

Rousseau, entonces, antepuso la idea de igualdad a la idea de libertad y fue uno de los pocos
pensadores que lo hicieron dentro del liberalismo. En el socialismo siempre la idea de igual-
dad precedió a la idea de libertad, lo fundamental fue garantizar la igualdad de la sociedad y la
libertad fue un factor accesorio. En el liberalismo, en cambio, lo fundamental era garantizar la
libertad.

Los primeros que utilizaron la idea de representación para aplicarla en términos concretos
fueron los Padres Fundadores norteamericanos (Benjamín Franklin [1706-90], Thomas
Jefferson [1743-1826], John Adams [1735-1826], George Washington [1732-99], entre otros).
En los escritos de El Federalista (Alexander Hamilton, James Madison, John Jay) se plantea-
ba que la representación posibilitaba la república, que la democracia solamente podía ser indi-
recta y que además una forma de democracia indirecta era una justa porque expresaba las rela-
ciones de fuerza que existían en el interior de una sociedad, era justo que aquellos sectores que
tenían más que otros tuvieran mayor importancia y significación que los otros en la toma de
decisiones. Se advierte que esa forma de poder político republicano entrañaba una forma de
poder social y el poder social debía estar en manos de los propietarios.

Dado que la capacidad de EEUU de generar un efecto sobre todo Occidente era limitada,
fue la Revolución Francesa, en la capital cultural europea, la que tuvo un efecto multiplicador

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enorme. Quien planteó, en el caso de dicha Revolución, la idea de representación clásica fue el
Abate de Sieyès quien, en 1788, en el proceso electoral previo a la designación de los miem-
bros de los Estados Generales, planteó la existencia de dos tipos de representación: en primer
lugar, la representación en sentido antiguo, que era una representación de tipo sociológico. El
representante en sentido antiguo era aquel que representaba, por su fortuna, por su forma de
vestir, por su prestigio, a un estamento. Pero ese representante no tenía poder porque estaba
sujeto a un mandato imperativo, solo podía transmitir aquello que ya había sido decidido en el
interior de un cuerpo o de un Estado y no podía desligarse de esas decisiones.

Pero Sieyès planteó otra cosa: la representación como una forma de delegación provisoria,
temporaria, de la soberanía por parte del pueblo en un cuerpo colegiado. Si bien un represen-
tante llegaba a su banca con el voto popular, luego debía gobernar no en beneficio de aquellos
que lo habían votado, sino de lo que, a su juicio, era el interés general. El representante no era
representante particular de un grupo, sino que representaba a la nación, una forma superior de
soberanía.

El representante de Sieyès era un representante que no llegaba con instrucciones, sino que
lo único que tenía era su propio criterio, por eso, había que elegir al más capaz, a aquel que
tuviera mayor racionalidad, inteligencia, tanto para saber qué quería el pueblo como la forma
de llevarlo adelante. Lo que se generaba no era lo que buscaba Locke, es decir, la asamblea
legislativa que expresara la voluntad popular; se generaba una elite que tenía como único lími-
te el plazo de ejercicio de la representación. Así no había forma de reemplazar a un represen-
tante antes de que cumpliera el plazo, no se le podía exigir que renunciara. Esto comenzó a des-
vincular de manera creciente al poder político respecto de la sociedad civil.

Ese fue el principio representativo que se instaló en Occidente. La idea de que el pueblo ele-
gía representantes, pero que estos eran inviolables, que no podían ser sancionados por lo que
expresaban, que no podían ser depuestos y que no representaban a las personas físicas que los
habían votado, sino a la nación en su conjunto. Se fue conformando, entonces, un nuevo poder
que no debía ser aristocrático y que, a la vez, debía garantizar una forma de subordinación del
conjunto de la sociedad a los intereses de una minoría, la burguesía.

3. El Estado y la Revolución Francesa

Hemos dicho que el surgimiento del Estado moderno tuvo su origen a partir del
Renacimiento, mientras que la conformación del concepto de nación, entendida como la
colectividad forjada por la Historia y determinada a compartir un futuro común, la cual es sobe-
rana y constituye la única fuente de legitimidad política, a pesar de formarse paulatinamente,
solo se consolidó a finales del siglo XVIII.

También hemos mencionado que la eliminación del feudalismo y el nacimiento del Estado
moderno en las sociedades más avanzadas de la Europa occidental, resultaron de la alianza
entre la monarquía y la burguesía, nueva fuerza ascendente a finales de la Edad Media.
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Las monarquías fueron las grandes beneficiarias de ese proceso pero, posteriormente, la bur-
guesía, a su vez, tomó el poder y se separó de la Corona –como en las Provincias Unidas de
Holanda, en el siglo XVII, o en Estados Unidos tras la guerra de independencia–; controló la
monarquía por la vía parlamentaria –en Inglaterra, a partir del siglo XVII–; o la derribó –en
Francia con el estallido de la Revolución, a finales del siglo XVIII–.

La Revolución Francesa (1789) tuvo enorme importancia en ese proceso. Constituyó una
etapa clave, pues marcó el acceso al poder de las burguesías nacionales y la reestructuración
del Estado en función de los objetivos de aquella clase.

Se puede afirmar que al concluir el siglo XIX, casi todas las burguesías nacionales controlaban
el aparato del Estado, y que este había sido reorganizado con el fin de responder a sus aspiracio-
nes y a su proyecto económico. Con la Revolución Industrial, a fines del siglo XVIII y principios
del XIX, este proyecto se ajustó a las características del nuevo contexto técnico-económico.

Las revoluciones burguesas

En el mundo occidental, a partir de mediados del siglo XVII y hasta fines del siglo XVIII,
se desarrollaron las denominadas revoluciones burguesas o revoluciones liberales. Estas revo-
luciones tuvieron dos matrices diferenciadas, una económica y social, el caso de la revolución
industrial inglesa, y otra sociopolítica, el caso de la Revolución Francesa.

Se trató de un proceso de transformaciones que posibilitó pasar de la sociedad del antiguo


régimen, basada en una estructura social organizada por estamentos, a un nuevo orden social.
Esos estamentos eran el clero, la aristocracia y lo que en Francia se denominó Tercer Estado,
es decir, los sectores plebeyos que tributaban los impuestos.

Mientras el concepto de “clase social” permite definir a un actor social colectivo a partir de
su ubicación dentro del entramado del sistema productivo de una sociedad, el concepto de
“estamento” hace referencia al status. Es decir, las personas en el mundo del Antiguo Régimen,
el mundo de la sociedad previo a las revoluciones burguesas, ocupaban un determinado pues-
to en la sociedad producto del nacimiento.
El lugar de nacimiento determinaba el estilo de vida y las posibilidades que iba a tener una
persona dentro de la comunidad. El hecho de ser noble, de nacer en una cuna noble, implicaba
un título de nobleza, castillos, tierras, posibilidades de solicitar o exigir al Estado el pago de
pensiones o de subsidios, reclamar tierras dentro de los territorios coloniales que se iban incor-
porando a los dominios de esas sociedades monárquicas. En esas sociedades era el poder el que
construía riqueza y no la riqueza la que construía poder.

En la Europa de principios del siglo XVIII, predominaban las monarquías y el rey seguía
siendo el personaje más representativo del Estado. Ejercía su soberanía por mediación divina12,
base teórica y justificación del absolutismo13.

12
En tanto el poder del monarca derivaba de Dios, el rey cumplía funciones administrativas y ejecutivas, judiciales y legislativas sin redir cuentas de
sus actos a los súbditos.
13
Entre los teóricos del absolutismo monárquico, debemos destacar a Bodin, Bossuet y, especialmente, a Hobbes.

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Pero, en el transcurso del siglo14, esas ideas comenzaron a ser cuestionadas. No solo fue
cuestionado el absolutismo político, también el absolutismo económico encarnado en la políti-
ca económica mercantilista y, asimismo, se cuestionó la falta de libertades individuales, de ver-
dadera libertad religiosa y de opinión. Se pasó a afirmar el principio de que los reyes mantenían
su legitimidad en tanto gobernaban garantizado el bien común, es decir, los derechos naturales
(vida, libertad, propiedad).

La Ilustración

El nuevo concepto está enmarcado en el desarrollo de la Ilustración, movimiento complejo, de


origen fundamentalmente francés, defensor de la tolerancia y la razón, enfrentado al absolutismo.
“La mayor felicidad para el mayor número” así sintetizaban sus objetivos los filósofos
del Siglo de las Luces que compilaron sus saberes en “La Enciclopedia”. Sus principales
representantes provenían de Francia, por ejemplo, Montesquieu, Voltaire (François Marie
Arouet, 1694-1778), Diderot (1713-84), pero también de Suiza (Rousseau), Italia (Vico, 1688-
1744), Inglaterra (Hume, 1711-76), Norteamérica (Franklin), etc.

Estaban convencidos de lograr la emancipación de la conciencia humana del estado de igno-


rancia a través de la razón y el conocimiento. Sus raíces podemos encontrarlas en el raciona-
lismo de Descartes y en el empirismo inglés, especialmente en las ideas de Locke y en la
influencia de la Revolución Gloriosa de 1688 que dio inicio al parlamentarismo británico15.

La Ilustración sometió todas las cosas al examen de la razón para llegar a principios claros
y verdaderos. Era un pensamiento optimista que creía en el progreso humano poniendo espe-
cial énfasis en la educación. Esta idea pareció materializarse en la Revolución Industrial
(Inglaterra, desde mediados del siglo XVIII) en tanto dio origen a un proceso de progreso téc-
nico extraordinario.

La evolución de dicho pensamiento político no fue lineal ni uniforme, muchos teóricos lo


desarrollaron en variadas obras; pero tres autores, que ya hemos mencionado, se destacaron por
sus aportes y por las modificaciones que inspiraron en la teoría y en la práctica de los gobier-
nos establecidos. Ellos fueron Locke, defensor de la monarquía parlamentaria; Montesquieu,
que desarrolló el tema de la limitación del poder, y Rousseau, que planteaba la adhesión a las
leyes como verdadera libertad y también el concepto de “voluntad general”, es decir, la idea
de que lo que era bueno para todos lo era para cada individuo

Frente al absolutismo tradicional, que justificaba su poder en la soberanía divina, surgieron


los partidarios del absolutismo o despotismo ilustrado que concebía al monarca como eje rec-
tor del Estado, justificando su poder en la razón y poniéndolo al servicio de los súbditos.

14
En el caso de Inglaterra, el enfrentamiento entre el absolutismo y el Parlamento se desarrolló durante el siglo XVII y se dirimió a favor del
segundo.
15
La monarquía parlamentaria británica se sustentó en la idea de que la autoridad suprema no era el monarca sino el legislador, encarnado en el Par-
lamento.

91
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Los filósofos de la Ilustración consideraron a los monarcas como los únicos capaces de
hacer las reformas necesarias y respaldaron a aquellos que introdujeron cambios acordes con
los dictados de la razón y los principios por ellos propuestos.

Aspecto ABSOLUTISMO: DESPOTISMO ILUSTRADO:


características propuestas

POLÍTICO Monarca por “derecho Aplicación de principios de la ILUSTRACIÓN


divino”.
Se debían garantizar los derechos naturales:
vida, libertad, patrimonio. (Los hombres tenían
un gobierno para que les garantizara esos
derechos, caso contrario podían rebelarse –
Locke)
El gobierno necesitaba todos los poderes para
cumplir su misión: “Todo por y para el pueblo
pero sin el pueblo”.

SOCIAL Sectores privilegiados y - Libertad civil.


no privilegiados. - Abolición de los privilegios.
- Libertad personal (ni esclavitud ni
servidumbre).
- Propiedad privada inviolable.
- Igualdad ante la ley.
- Igualdad de tribunales.
- Impuestos proporcionales.
- Igualdad de penas.
- Progreso a través de la educación, acceso de la
mayoría de la población a la misma.

ECONOMÍA Intervención estatal. Libertad de movimiento, de comercio, de


Mercantilismo. industria, de navegación.
Fisiocracia: Quesnay (1694-1744).
Escuela clásica: Adam Smith (1723-90).

RELIGIÓN Intolerancia. Tolerancia.

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Algunos reyes rechazaron totalmente las ideas ilustradas; otros las rechazaron pero al
mismo tiempo emprendieron una serie de reformas que parecían inspiradas en ellas; otros las
aprovecharon para fortalecer el Estado y recortar los poderes del Clero y la Nobleza; otros, en
cambio, las defendieron abiertamente y las aplicaron.

Entre los reyes que rechazaron los principios de la Ilustración debemos mencionar a los
franceses, siendo Francia el ámbito donde el descontento y la agitación social fueron crecien-
do –en el transcurso del siglo XVIII– especialmente entre los miembros de la burguesía16 y con-
dujeron al proceso revolucionario iniciado a partir de los acontecimientos de julio de 1789.

El legado de la Revolución Francesa

Dijimos anteriormente que la Revolución Francesa (1789) tuvo enorme importancia en el pro-
ceso de reestructuración del Estado moderno. En ese sentido podemos afirmar que el período
revolucionario marcó una ruptura en la historia de las instituciones de Europa occidental.

En Francia desde 1789 la monarquía dejó de ser y pretenderse absoluta. La Revolución se


denomina “francesa” pero fue mucho más que un acontecimiento francés pues a partir de 1792,
Francia entró en guerra contra España y Gran Bretaña. Asimismo, a partir del Imperio napoleó-
nico, fue el modelo político de Italia y Bélgica.

La vida política moderna nació con la Revolución Francesa al instituirse la publicidad de las deli-
beraciones y de las decisiones políticas. Ella dio origen a los ejes en torno a los cuales gira toda acti-
vidad política, por ejemplo las consultas electorales, los debates y deliberaciones parlamentarias.

También proporcionó los ejemplos de una vida política al margen de las instituciones esta-
blecidas, por ejemplo los clubes y sociedades populares. Fue a la vez fuente de la tradición par-
lamentaria y de la tradición revolucionaria17.

La Revolución afirmó principios que rompieron con el Antiguo Régimen y abrieron el cami-
no para el establecimiento de la democracia moderna, principios que aún rigen nuestras vidas.
Por ejemplo:
Libertad, personal, de opinión, de expresión, política18.
Igualdad, se consideró natural (por lo tanto, anuló los privilegios de nacimiento).
Igualdad ante la ley que surgió para limitar y proteger el ejercicio y el beneficio de la
libertad19. Igualdad de derechos y de oportunidades basadas en el talento.
Soberanía popular (impuso la idea de que el pueblo era la fuente de poder político),
gobierno representativo, división de poderes.

16
La burguesía, que había contribuido a la formación y consolidación del Estado nacional, por ejemplo, a través del crédito público, se con-
sideraba injustamente marginada del poder político y se oponía a los privilegios del clero y la nobleza. El “crédito público” proporcionó a los
monarcas los fondos necesarios para solventar los crecientes gastos que demandaba el proceso de conformación del Estado moderno.
17
Como antecedente de la Revolución, además de la fuerza burguesa, es fundamental mencionar la influencia de las Sociedades de Pensamien-
to, especialmente a partir de 1750. Estas orientaron a la opinión pública en las primeras operaciones modernas de propaganda política. En ellas
la opinión de la mayoría tomaba carácter de verdad, resolviéndose todo por consenso.
18
Artículos 1, 2, 4, 7, 8 y 9 de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano.
19
Id. Art. 1, 6 y 13.

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Los historiadores coinciden en que la historia moderna de Europa comenzó con la


Revolución Francesa y la Revolución Industrial. En síntesis, la Revolución derrumbó, como
hemos dicho, el antiguo régimen y fue creado un nuevo orden basado en los derechos huma-
nos, las instituciones representativas y el concepto de lealtad a la nación más que al monarca.
Se crearon nuevos ideales políticos de carácter liberal y nacional resumidos en el lema revo-
lucionario “libertad, igualdad y fraternidad”20.

Hemos dicho que desde fines del siglo XIX existen dos concepciones diferentes del térmi-
no nación. Una, la mítica o romántica, originada por el idealismo alemán, de raíz platónica,
que considera que una nación puede ser descrita como una comunidad de individuos cuya con-
ciencia de pertenecer a algo común se basa en la creencia de que tienen una misma patria y en
la experiencia de unas tradiciones comunes y una única trayectoria histórica. Otra la volunta-
rista e institucionalista, de origen francés, surgida con el Iluminismo, según la cual la nación
es un cuerpo racionalmente organizado; es el conjunto de habitantes de un mismo país regido
por el mismo gobierno.
Este nacionalismo europeo, en sentido moderno, basado en el deseo de los individuos de
afirmar su unidad y su independencia frente a otras comunidades o grupos, nació fundamental-
mente en el siglo XIX y fue fruto de la Revolución Francesa y del Imperio Napoleónico.
La doctrina revolucionaria de la soberanía del pueblo afirmaba el derecho de una nación
para rebelarse frente a su monarca y para determinar su propia forma de gobierno ejerciendo
un control sobre él.
Pero también implicaba la doctrina democrática de que el gobierno debía representar a todo
el pueblo. De acuerdo con los principios de libertad, igualdad y fraternidad, se proclamaban los
derechos de todos los ciudadanos, independientemente de su situación o de su riqueza, a dis-
poner de ellos mismos.
Las conquistas de Napoleón (1769-1821) consolidaron y reforzaron las ideas y sentimientos
nacionalistas, especialmente en Alemania e Italia, pero también tuvieron efectos en España, Polonia,
Bélgica, Rusia y Portugal. En un principio se trató de una resistencia ante el dominio extranjero.
Adquirieron nuevo valor las costumbres nativas, las instituciones locales, la cultura y la lengua tra-
dicionales. El racionalismo francés y la Ilustración eran de carácter cosmopolita, tenían sabor inter-
nacional; por oposición, el nacionalismo fue una reacción romántica , particularista.
En 1815, derrotado Napoleón, los gobernantes trataron de restaurar la estabilidad y el anti-
guo orden, pero los cambios introducidos por la Revolución Francesa habían sido demasiado
importantes. Esto se manifestó en las oleadas revolucionarias de las décadas de 1820, 1830 y
1848, inspiradas en las nuevas ideologías ligadas al cambio: el liberalismo y el nacionalismo
que habían surgido, como hemos dicho, de la Revolución Francesa.
También surgió una fuerza conservadora decidida a contener esas fuerzas de cambio: es la
ideología denominada conservadurismo. “Como filosofía política moderna el conservaduris-
mo data de 1790, cuando Edmund Burke (1729-97) escribió sus Reflexiones sobre la
Revolución Francesa. En reacción (…) en especial a sus ideas radicales republicanas y demo-
cráticas” 21. Asimismo, atacó la moral laica de la Revolución.

20
Spielvogel, J. Civilizaciones de Occidente. México: Thomson, 1999, vol. 2.
21
Spielvogel, J. op. cit.

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Según Burke el Estado era una asociación pero no solo entre los vivos, sino entre estos, los
muertos y los que van a nacer. En consecuencia, cada generación tenía la obligación de preser-
var y transmitir esa asociación. Burke rechazaba el cambio violento, revolucionario, repentino;
pero creía en el cambio gradual, evolutivo.

Otro conservador fue Benjamín Constant (1767-1830), quien llamó la atención sobre las
consecuencias de los principios rousseaunianos. Recomendó introducir en el régimen político
elementos que neutralizaran el principio de la soberanía popular, explicando que ninguna auto-
ridad sobre la tierra era ilimitada ni siquiera la del pueblo. Fue un defensor de la monarquía
constitucional.

El conservadurismo favorecía la obediencia a la autoridad política, la religión organizada,


la comunidad por sobre los derechos individuales, el orden y la organización según la tradición.
Esta ideología fue sostenida a partir de 1815 por los monarcas hereditarios, las burocracias
gubernamentales, las aristocracias terratenientes, y las iglesias renovadas.

Como se ha mencionado, el liberalismo es una de las fuerzas de cambio, heredero de la


Ilustración, la Revolución Norteamericana de 1776 y la Revolución Francesa de 1789.
Reforzado por su difusión entre los sectores de clase media surgidos de la Revolución
Industrial (Inglaterra, a partir de 1750 aproximadamente).

Las ideas liberales se aplicaron tanto al terreno económico como político. En el terreno polí-
tico, pensaban que para que los hombres pudieran ser libres el poder debía estar limitado.
Consideraban indispensable la protección de las libertades civiles, de los derechos básicos
como por ejemplo la libertad, la igualdad ante la ley, la libertad de expresión, de reunión, de
prensa. También planteaban la tolerancia religiosa y la separación de la Iglesia y el Estado.
Estos derechos debían ser garantizados por escrito, por eso, defendían las monarquías consti-
tucionales, con límite a los poderes, incluso algunos planteaban la responsabilidad ministerial.

Pero los liberales no eran demócratas. El sufragio hasta finalizar la primera mitad del siglo
XIX fue restringido. Para elegir y ser elegido, se exigían ciertos derechos de propiedad.

La nación se convirtió en el elemento clave de la lealtad política del individuo y, en fuerza


popular para el cambio, a partir de la Revolución Francesa. Ortega y Gasset (1883-1955) la
definió posteriormente como “un proyecto sugestivo de vida en común” 22. Max Weber (1864-
1920) rescató como núcleo de lo nacional la idea de misión propia de un grupo, que solo puede
viabilizarse conservando los rasgos propios del grupo. Hay autores que identifican la nación
como el grupo étnico políticamente consciente 23.
La idea cultural de nacionalidad precedió generalmente al concepto político. Desde lo político se
consideraba que los gobiernos debían coincidir con las nacionalidades. Por lo tanto, los pueblos sin
unidad (Alemania, Italia) buscaban conformar el Estado-nación. Los pueblos sometidos, la autodeter-
minación. Esto hacía que el nacionalismo amenazara el sistema político existente y, por eso, el conser-
vadurismo lo enfrentó. En la primera mitad del siglo XIX, liberalismo y nacionalismo coincidieron en
la idea de que la libertad solo podrían hacerla realidad los pueblos que se gobernaran a sí mismos.

22
Ortega y Gasset, J. España invertebrada. Madrid: Revista de Occidente, 1963, pp. 33 y 34.
23
Weber, Max. Economía y sociedad. México: FCE, 1977, T. II, p. 682.

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Hacia mediados del siglo XIX, luego del fracaso de la oleada revolucionaria de 1848, pare-
cía que las fuerzas del liberalismo y el nacionalismo habían sido derrotadas. Pero no fue así.
Las guerras extranjeras y civiles se hicieron para crear las naciones–Estado unificadas, por
ejemplo, las unificaciones alemana e italiana. Pero, había muchos sin lograr ese objetivo, por
ejemplo, las grandes minorías de los imperios Ruso, Turco y Austríaco.
La mayoría de las monarquías europeas eran constitucionales, más allá del verdadero poder de
los parlamentos. Pero esas metas, en muchos casos fueron logradas por políticos conservadores.

“En 1871, el Estado nacional tuvo que concentrarse en la vida de las personas. Las reformas
liberales y democráticas ofrecieron nuevas posibilidades para que se diera una mayor partici-
pación en el proceso político, aunque las mujeres todavía eran, en gran medida, excluidas de
los derechos políticos.

Después de 1871, el Estado nacional también comenzó a extender sus funciones más allá de los
límites anteriormente establecidos. Temerosos del crecimiento del socialismo y de los sindicatos, los
gobiernos intentaron apaciguar a las clases trabajadoras adoptando medidas de seguridad social
como la protección de accidentes, enfermedad y vejez. Esas medidas de bienestar social fueron de
alcance limitado y sus beneficios resultaron escasos, pero señalaron una nueva dirección de la
acción estatal en beneficio de sus masas de ciudadanos. La legislación de las medidas de salud
pública y de vivienda, diseñadas para frenar las peores enfermedades de la vida urbana, fue otro
indicador de la forma en que el poder del Estado podía utilizarse para beneficiar al pueblo.

La extensión de las funciones del Estado se llevó a cabo dentro de una atmósfera de crecien-
te lealtad hacia la nación. Después de 1871, las naciones-Estado buscaron solidificar crecien-
temente el orden social y ganar una lealtad y un apoyo activos de sus ciudadanos, cultivando
deliberadamente los sentimientos nacionales. Pero esa política contenía grandes peligros
potenciales.

4. Democracia y régimen político

Desde fines del siglo XIX - inicios del siglo XX, se instaló un discurso en las ciencias sociales
y en particular en la historiografía, que planteaba que la democracia era un punto final, un punto de
llegada natural para la evolución de la organización política de las sociedades en Occidente. De
hecho, toda la historia precedente de la humanidad se presentaba como una larguísima evolución
que había permitido preparar las condiciones de producción para la consagración de ese sistema
político; en los últimos años, ese discurso, que había sido abonado sobre la base de autores tales
como Marshall, fue retomado por autores como, por ejemplo, Francis Fukuyama.

Fukuyama no solo planteó que toda la historia de la humanidad era una larga preparación
para la democracia occidental como la conocemos hoy en día, sino que, además, afirmó que
esta democracia era la última forma política de organización posible, la forma tal vez más per-
fecta en la medida en que había logrado desembarazarse de sus opositores, de las opciones políticas

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que habían surgido a lo largo del siglo XX, es decir, el comunismo por un lado y los totalita-
rismos de origen fascista o nazi por otro y, asimismo, de los sistemas populistas articulados con
el Estado de bienestar.

Es decir que, a la larga tradición historiográfica occidental que consideraba a la democracia


como sistema perfecto y como punto terminal de la evolución de la humanidad, se le agregaba
la idea de que el correlato natural de esa democracia era el neoliberalismo. Ese análisis era
estrictamente conservador y reaccionario en tanto intentaba eliminar toda alternativa de cam-
bio dentro del análisis histórico.

Esta idea de destino manifiesto o único sentido posible que se adjudicó a los procesos históri-
cos que habían desembocado en la democracia impide recuperar lo que es la lógica histórica de
esos procesos. En muchos momentos del siglo XX se pensó que la democracia era un régimen que
pertenecía al pasado, un régimen que no alcanzaba a expresar o a contener la complejidad que
habían adquirido las sociedades de masas a partir del desarrollo de la Revolución Industrial. Se
consideraba indispensable la construcción, no solo de partidos de masas, sino de partidos únicos
que fueran capaces de articular y hacer propios los diversos intereses que regían en cada sociedad.

La democracia, tal como fue entendida en el siglo XX, sufrió un prolongado letargo entre
la finalización de la Primera Guerra Mundial y la culminación de la Segunda Guerra Mundial;
esa fue una etapa donde se consideró que la forma de organización de las sociedades futuras
correspondería a formas de articulación social más orgánicas, donde el aparato burocrático
tuviera un peso más decisivo y donde, en definitiva, los conflictos político y social pudieran
ser, o bien desterrados, o bien subordinados a las directivas de un partido centralizado y una
administración que funcionara de una manera estricta y racional. Esas formas de organización
estuvieron vinculadas con el comunismo, según el modelo de la URSS y con los modelos de
Estado totalitario de derecha, por ejemplo, el fascismo italiano en la década del 20 y el nacio-
nalismo alemán en la década del 30, o las dictaduras militares que se instalaron en América
Latina a lo largo de esa década y que, a partir de ese momento, volvieron a aparecer, pendular-
mente, en las décadas posteriores. En el único lugar del mundo donde efectivamente funciona-
ba la democracia política tal como la conocemos hoy en día era en EEUU.

Para la finalización de la Primera Guerra Mundial, se pensaba que la democracia política


había dado todo lo posible y que no era capaz de articular los conflictos sociales propios de una
etapa avanzada del capitalismo. No lo era porque, para lograrlo, se requería una gran ejecuti-
vidad por parte del Estado; es decir, se necesitaba un Estado con una fuerza y una organización
burocrática suficientes como para resolver los conflictos o bien suprimirlos.

Es importante mencionar que el régimen político, en las sociedades modernas, ha atravesa-


do distintos momentos y que, en cada uno de ellos, se consideró que se estaba en un estadio
definitivo de la evolución de la organización política de la sociedad. Pero sostener, hoy en día,

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que la democracia política, tal como la conocemos, es el estado terminal del régimen político
y que toda la historia de la humanidad fue solo una larga introducción, es algo que resulta muy
difícil a la luz de un simple análisis de los procesos históricos y también del sentido común;
especialmente cuando la democracia es una forma de organización política característica de las
sociedades occidentales que, en el resto del mundo, encuentra serias dificultades para poder
establecerse y, más aún, cuando lo hace bajo la forma de una imposición externa antes que
como parte de un proceso de evolución natural, de construcción autónoma por parte de esas
mismas sociedades.
Haremos un recorrido, por un lado, por las distintas formas que han permitido el ejercicio
de la autoridad a lo largo del tiempo y, por otro lado, por el proceso de construcción del libe-
ralismo político y de la democracia en las sociedades occidentales.

En relación con el liberalismo político y las formas de liderazgo, autores como Bernard
Manin realizaron una clasificación en tres etapas: una que se extendió aproximadamente hasta
la década de 1870 y que se puede definir como una república de notables; una segunda etapa,
característica de la democracia de masas o de los partidos de masa, que se extendió hasta apro-
ximadamente la década de 1960, y un tercer momento que se puede definir como videopolítica,
o la política a través de los medios de comunicación, como espectáculo visual.

El primer autor que realizó una consideración en profundidad sobre el tema de cómo esta-
ban compuestas las clases dirigentes, sobre todo aquellas que ejercían la política de manera
continuada, fue, hacia fines del siglo XIX, Gaetano Mosca (1858-1941). Observó un hecho
sencillo y evidente: que en todas las sociedades, a lo largo de la historia, unos pocos habían
gobernado y el resto había sido gobernado por esa pequeña minoría. Las primeras preguntas
que se hacía Mosca partían desde el sentido común, pero no por ello dejaban de ser inteligen-
tes; por ejemplo, cómo mandan los que mandan, por qué mandan los qué mandan, a través de
qué mecanismos mandan, por qué la mayoría acepta ser mandada por unos pocos, por qué si
esos pocos generalmente perjudican a las mayorías, estas aceptan seguir siendo gobernadas por
esa pequeña minoría. Estas son preguntas habituales dentro de las reflexiones sobre la política
pero le exigían adentrarse en la cuestión de la constitución del poder.

Mosca se situaba en una forma de leer la política que lo ubica claramente entre una de dos
posibilidades: ver la política desde la sociedad hacia el Estado, es decir, cómo la sociedad cons-
truye determinadas instituciones, determinados mecanismos de control respecto de quienes
ejercen el poder político, o una segunda perspectiva, la preferida por los politólogos, que tiene
que ver con cómo una pequeña minoría consigue estructurar mecanismos de dominación sobre
las mayorías y cómo esos mecanismos de dominación alcanzan tal perfección que, finalmente,
esa inmensa mayoría, incluso perjudicada reiteradamente por el ejercicio del poder político de
la minoría, termina aceptando como natural el ser dominada o el hecho de que, a algunos
pocos, les corresponde ejercer el liderazgo en una comunidad política ya sea por naturaleza o
por herencia divina o por mayor capacidad, etc.

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Así, el éxito de una clase política, como diría Max Weber, depende fundamentalmente de
conseguir instalar, dentro del imaginario colectivo, algún principio de legitimación que cause
el efecto deseado en el conjunto de la sociedad porque, si esa minoría intenta establecer deter-
minados principios de legitimación que no son aceptados por el conjunto de la sociedad, difí-
cilmente va a ejercer el poder. Si la base de legitimidad es cuestionada, el sistema está en peli-
gro, especialmente, peligra la reproducción del papel conductor que ejerce la elite.

En este sentido, Mosca hizo un análisis muy interesante de una serie de clases políticas que
tienen una cierta coherencia, que obedecen o respetan principios comunes, que en general vin-
culan el gobierno civil con algún tipo de religiosidad que puede ser una forma de religiosidad
civil o política. Él analizó una serie de ejemplos en sociedades occidentales y asiáticas, pero
quien llevó adelante una tipología clásica de las formas de gobierno, de las formas de lideraz-
go dentro de las sociedades, fue Max Weber. Weber definió tres formas de liderazgo que se
corresponden con tres tipos de legitimidades distintas; esas tres formas de liderazgo son: tradi-
cional, carismático y racional.

En ese sentido, el impacto generado por la Revolución Francesa constituyó un punto de


inflexión y permitió pasar de formas de la dominación tradicional a formas de dominación más
modernas.

El mundo previo a la Revolución Francesa era un mundo de grupos, donde las identidades
eran siempre colectivas, un mundo de gente que se agrupaba en comunidades, en grupos de
referencia; aquel que se diferenciaba era rechazado, la comunidad implicaba un marco de con-
tención natural y no existía la idea de individuo que es creación del liberalismo y de la burgue-
sía. Las posesiones, por ejemplo, en el mundo rural inglés, eran posesiones comunitarias; cuan-
do se hablaba de privilegios, se trataba de privilegios de la aristocracia como conjunto o del
clero como conjunto.

Esas identidades colectivas eran el producto de dos factores fundamentales que constituyen
los elementos básicos de la forma de liderazgo tradicional: la tradición y las costumbres, por
un lado, y la religión, por el otro. Estos dos elementos, tradición y religión, eran los que per-
mitían componer una visión del mundo que, a su vez, permitía componer identidades sociales.

Cuando se hablaba de “uno”, de “unidad”, de “identidad”, de “individuo”, uno era el rey,


uno era el papa, uno finalmente era Dios, o Alá, o Yahvé; pero a partir de esta entidad divina,
o esa persona que ejercía algún tipo de liderazgo, el resto no era individualizable, se actuaba
como grupo. Aquellos que intentaban diferenciarse eran sospechados; ese tipo de comporta-
miento era el que advertía Tocqueville, cuando decía que los norteamericanos sospechaban de
quienes tenían conductas o gustos diferentes, que en EEUU no habían aparecido escritores ni
intelectuales, sino que en el centro de la escena estaba la sociedad y, cuando aparecía alguien
que se destacaba individualmente, era sospechado porque se presumía alguna perversión aris-
tocrática o una posibilidad de retorno del orden monárquico que ya había sido liquidado.

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Entonces, las sociedades previas a la Revolución Francesa, salvo excepciones, fueron socie-
dades donde las identidades sociales y políticas eran colectivas. A esa forma de identidad social
correspondía una forma característica de liderazgo definida por Max Weber como el tipo de
liderazgo tradicional. La forma de expresarse políticamente de estas sociedades, las herra-
mientas, los mecanismos de participación disponibles eran mecanismos de participación colec-
tiva. Cuando se convocaba a los Estados Generales, se convocaba a un sistema de cuerpos.
Cada cuerpo constituía una identidad social: primer estado, el clero, segundo estado, la noble-
za, tercer estado, los burgueses que pagaban impuestos. No se convocaba a los individuos, por-
que no existía desde la perspectiva del sistema la idea de individuos. Cada uno de estos cuer-
pos actuaba de manera diferenciada; discutían por separado y emitían una opinión que era la
opinión del respectivo cuerpo.

La idea de representación que existía en el mundo antiguo, como señala Sartori, también era
diferente a la actual. El representante, en aquel sistema de órdenes, era aquel que mejor expre-
saba sociológicamente lo que hoy llamaríamos “paradigma del grupo respectivo”; es decir, era
aquel que mejor representaba las características sociológicas de cada uno de los estamentos.
Estos representantes tenían un “mandato imperativo”, no podían decidir por su cuenta sino que
existía un reaseguro que consistía en que el cuerpo se sentía comprometido a cumplir las deci-
siones solamente en la medida en que sus representantes expresaban exactamente aquel man-
dato que se les había indicado. Por lo tanto, el representante era un transmisor, alguien recono-
cido sociológicamente dentro del grupo, pero con un mandato del cual no podía escapar y, si
lo hacía, las decisiones que se acordaban no eran vinculantes para el grupo de referencia.

El quiebre de esta forma de concebir la representación política, tan diferente a la que tene-
mos hoy en día, se dio a partir de la Revolución Francesa basándose en la tesis que sostuvo el
Abate de Sieyès, en 1788, en el contexto del proceso de elección de los representantes de los
distintos estamentos para la reunión de los Estados Generales.

Como se ha dicho, Sieyès planteó que el proceso de representación constituía una delega-
ción de la capacidad de decisión del pueblo en un grupo de representantes a los cuales se adju-
dicaba una capacidad especial de decisión, de liderazgo político, de gestión de los asuntos
públicos. Si bien el representante llegaba con los votos del conjunto, y de hecho cada represen-
tante llegaba con el voto de algunos de los miembros de ese cuerpo electoral, al constituirse en
representante, elegido por ese mandato del sufragio popular, que era la expresión de la sobera-
nía universal, dejaba de representar a aquellos que lo habían votado para pasar a representar la
soberanía de la nación, es decir, un abstracto interés general. Debía ser entonces el interés gene-
ral, el interés del cuerpo social en su conjunto, el que inspirara a los representantes.

El interés general fue, en definitiva, un término utilizado generosamente por la burguesía a


lo largo de la historia, para expresar cuáles eran sus propios intereses en un contexto social. Al
desvincularse el representante del representado, en el caso de que el cuerpo social no estuvie-
se de acuerdo con un representante, la única instancia para expresar disconformidad era la pró-
xima elección. Durante el periodo de mandato, el representante expresaba la opinión general.

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Mientras el estamento podía ejercer la capacidad de censura sobre las acciones de su represen-
tante, en el nuevo sistema de presentación había una instancia de selección de representantes,
pero luego esos representantes cobraban autonomía.

Se consideraba que los representantes formaban parte de una elite compuesta por los más
capaces. Esta era una forma de autojustificación formulada por una clase política en gestación
respecto de sus propias potestades, de sus propias competencias. La acción de los representan-
tes no podía ser objetada porque, tal como lo planteaban los Padres Fundadores norteamerica-
nos, cada miembro del pueblo individualmente, si bien constituía la fuente de legitimación del
poder político, tenía una miopía que le impedía ver más allá de sus intereses particulares. En
cambio, el representante era aquel que tenía una amplitud de mira superior, que podía ver el
bienestar del conjunto y velar por sus intereses; era aquel que tenía la capacidad para elevarse
por encima de sus propios intereses y actuar en beneficio de la sociedad toda.

El argumento de Sieyès era el viejo argumento de Rousseau cuando afirmaba que el pueblo
inglés creía que era libre pero, en realidad, cada cuatro años, cuando elegía a sus nuevos repre-
sentantes se ponía las cadenas; se las quitaba en el momento de votar y luego se las volvía a
colocar. Efectivamente, la representación, en sentido moderno, generó una base de legitima-
ción para la clase política construida, no en Dios propiamente dicho, sino en una nueva divini-
dad, la Soberanía Popular.

Se planteaba el hecho de que el pueblo era depositario de un mandato divino (vox populi,
vox Dei, es decir, la voz del pueblo es la voz de Dios). Dios no se expresaba a través del Papa
ni del rey, Dios se expresaba a través del pueblo. En muchas de las primeras constituciones,
incluso la norteamericana, se encomendaba la protección de la nueva sociedad, del nuevo régi-
men político, a Dios. Dios, de algún modo, velaba por el éxito, por la consolidación del nuevo
régimen. Esa clase política, entonces, era una clase política nueva en el sentido de que ensaya-
ba una constitución republicana pero, en realidad, como todavía no estaba segura de sus fuer-
zas, de la constitución de la sociedad civil, seguía reforzando la legitimación con un fundamen-
to teológico.

Se pasó, entonces, de una sociedad fundada en el elemento religioso y en el elemento tradi-


cional, a una sociedad que pretendía empezar a sostenerse sobre una concepción de la civili-
dad, de la racionalidad. El corte más claro respecto de ese pasado religioso se dio en el caso de
la Revolución Francesa, en la etapa de los jacobinos, a partir de la acción de Robespierre que
impulsó, por ejemplo, un calendario que tenía meses de 30 días, designados por las distintas
etapas de la cosecha como correspondía a un pueblo agrario, con semanas de diez días, sin
domingos. Esto era fundamental porque la gente que quería mantener su fidelidad religiosa,
con el paso del tiempo perdía la noción de cuándo era domingo.

Robespierre era un fino observador de la realidad que se había dado cuenta de que, a lo largo
de la historia, la religiosidad había jugado un papel fundamental en el proceso de consolida-
ción de los sistemas de dominación; que la religión había operado históricamente como un fac-

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tor de contención. En ese sentido, Robespierre pensaba que, si siempre los sistemas políticos
anteriores habían tenido un sostén religioso, el sistema revolucionario también tenía que tener
una “religión”, pero de base civil. No se podía privar al régimen político del andamiaje religio-
so porque era fundamental para garantizar la obediencia, el respaldo de la población, sobre todo
de los sectores más atrasados; por eso inventó una nueva religión civil, el culto a la diosa razón;
es decir, la creatividad, la racionalidad del hombre elevada a la estatura de religión.

Otro elemento muy importante en el contexto de la Revolución Francesa fue la revaloriza-


ción del papel de la mujer, la figura de la Revolución, lo que hoy denominaríamos el logotipo
de la Revolución, es una mujer, la imagen de la justicia también lo es: además, era una mujer
que no se escondía como en el mundo cristiano, sino que aparecía con partes de su cuerpo des-
nudas, mostrando sus atributos. Frente al cristianismo que había enseñado a sentir vergüenza
por el cuerpo, a esconderlo, la Revolución planteó lo contrario, planteó la idea de la liberación,
de la expresión, revalorizando la figura de la mujer y su belleza.

Si bien se pasó de un mundo de grupos a un mundo de individuos, como ya se ha dicho, esa


transformación no fue todo lo rápida que los dirigentes de la revolución deseaban; en realidad
quienes pasaron de un mundo de grupos a un mundo de individuos fueron los miembros de la
dirigencia, fue la burguesía, aquellos sectores más avanzados, que tenían una educación. Pero
era difícil adaptar al campesino de mentalidad tradicional de aquel antiguo orden al nuevo
orden basado en nuevas reglas.

En Inglaterra, en ciertos aspectos, fue más sencillo porque la expulsión de la población rural
y su instalación en las ciudades obligó rápidamente a un sometimiento a las reglas de juego
del mercado de trabajo; esto implicó la necesidad de una toma de conciencia casi inmediata de
estos hombres de que ya no estaban contenidos por un grupo ni estaban contenidos por la reli-
gión sino que cada uno de ellos debía proveerse su propio sustento, debía afrontar el desafío de
la sobrevivencia.

En Francia ese proceso fue mucho más lento, porque la Revolución Francesa no transformó
decisivamente las estructuras económicas; ubicó en un nuevo lugar de dirección a la burgue-
sía, le generó nuevas oportunidades, pero el cambio industrial fue bastante posterior. Estamos,
entonces, frente a un régimen político nuevo montado en estructuras más modernas en el caso
de las elites, con un nuevo andamiaje político y una nueva fuente de legitimación, pero con una
población que, en su gran mayoría, todavía seguía imaginando el mundo en los viejos térmi-
nos heredados ancestralmente. Esto hacía difícil la construcción de un régimen político sólido.

Es por esta razón que Manin señaló y rescató la figura del notable, como lo hicieron otros
autores, desde Varela Ortega para el caso español, Annino y Romanelli para el caso italiano, el
propio Max Weber, quien analizó las características de la política europea durante una larga
etapa que llega aproximadamente hasta la década de 1870 y que estuvo definida por la figura
del notable, protagonista de la política en las repúblicas que se instalaron en la mayor parte del

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siglo XIX. El notable marcó una forma de hacer política que se puede definir como república
deferencial, es decir, una forma de hacer política basada en la deferencia, en el prestigio que
indicaba que la forma de representación antigua y la forma de representación moderna se
encontraban en una etapa de transición.

Los liderazgos políticos que se establecían en el interior de las sociedades eran claramente
liderazgos políticos basados en el prestigio de personas individuales, los denominados “nota-
bles”, personas que, por su origen, por su estirpe, gozaban de un respeto, que tenían una pro-
fesión que los diferenciaba del resto, que ejercían un liderazgo natural sobre las comunidades.

Weber aclaró que los distintos tipos de liderazgo eran tipos ideales, que no se encontraban
de manera pura y que encarnaban, generalmente, una combinación de por lo menos dos de
estos tres tipos ideales. Señaló, entonces, que un liderazgo tradicional, el caso de un patriarca,
por ejemplo, encubría regularmente a un líder carismático; el fundamento de su poder, que le
viene legado por la tradición, generalmente era refrendado por el convencimiento de la comu-
nidad, de la familia o del grupo, de que era el indicado para confrontar los problemas que coti-
dianamente se presentaban.

Otro tipo de liderazgo, precisamente, es el carismático. Weber enunció –en Economía y


Sociedad– que, a lo largo de la historia, pueden haber existido muchas personas que tuvieron
carisma, pero debían coincidir una situación excepcional, a la cual un grupo no encontraba res-
puesta, y una persona con una cualidad también excepcional; asimismo, esta persona debía ser
reconocida por el conjunto para que se constituyera un liderazgo carismático. El reconocimien-
to de ese don que es fundamental no se basaba en una formulación o en una decisión racional,
sino en un componente emotivo e irracional.

La relación carismática es fruto de la emoción o del temor que provoca la imposibilidad de


encontrar respuestas frente a un orden de cosas que parece haber estallado. Es una relación que
no se da entre un líder y el pueblo, sino que se da entre un líder y una masa que tiene, desde
la perspectiva de Weber, características informes, es decir, que ha perdido lo que implica la
noción de pueblo. El pueblo expresa una unión de individuos que toma una decisión racional
a través de una elaboración de costos y beneficios respecto de una situación determinada. Por
el contrario, la idea de masa hace referencia a un conglomerado informe en el cual el hecho
racional momentáneamente ha desaparecido o no influye en la toma de decisiones.

Otros autores, como por ejemplo Durkheim (1858-1917), hablaron de la idea de acción
colectiva y del hecho de que a veces, en situaciones excepcionales, las personas incurrían en
ciertos comportamientos que luego, salidos de la situación excepcional, resultaban incompren-
sibles. Es decir que, en determinadas situaciones, había un espíritu colectivo que se apoderaba
de la masa y la vaciaba de todo componente racional. Por su parte, Weber planteó que la excep-
cionalidad de la situación podía permitir la constitución del líder pero, también, podía darse la
situación excepcional de que no se encontrara a nadie con capacidad de liderazgo o que la masa
no identificara en nadie esa capacidad de salvaguardarla frente a la excepcionalidad.

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Weber señalaba que, superada la situación excepcional, podía ser que el líder intentara ins-
titucionalizar la relación carismática a través, por ejemplo, de un sistema electoral respaldado
esencialmente en su autoridad. Entonces, a partir de la autoridad carismática podía originarse
una rutinización del carisma como consecuencia de una institucionalización política; o bien
podía pasar que el líder no se preocupara por esa institucionalización y, por lo tanto, al morir
se generara una disputa por su sucesión ya que no existe una regla de sucesión que permita
heredar un liderazgo carismático.

Lo que señalaba Weber, a partir de la experiencia histórica, era que podía surgir en el entor-
no del líder un sucesor que era el producto del conflicto originado en el interior del grupo dado
que la masa todavía seguiría encantada por la figura del líder, sin tener mecanismos aceptados
socialmente para su recambio, suponiendo que el líder se había rodeado de un círculo áulico,
de un conjunto de personas virtuosas designadas por sus capacidades; por lo tanto, resultaba
lógico que de ese entorno surgiera un sucesor. Sobran los ejemplos pertinentes: en el Islam, la
sucesión inicial de Mahoma se articuló a través de sus familiares más cercanos; en el caso del
cristianismo, con Pedro como fundador de la Iglesia cristiana; el de Alejandro Magno, cuyo
hijo fue separado y eliminado de la puja por la sucesión por parte de sus generales más cerca-
nos, producto de lo cual su imperio se fragmentó en tres grandes unidades políticas.
Precisamente, el peligro del liderazgo carismático y de su habitual pauta de sucesión, es que,
en muchos casos, la desaparición física del líder abre las puertas de la catástrofe social.

El régimen de notables tuvo una particularidad, el papel que jugaron la opinión pública y
la prensa dentro del régimen político. Una de las reivindicaciones que había planteado clara-
mente el liberalismo político y la burguesía había sido el derecho a la información y a la liber-
tad de expresión. La publicidad apareció como un elemento indispensable de los derechos del
hombre en la medida en que la publicidad de los hechos implicaba una forma de control sobre
el ejercicio del poder público. La publicidad fue un elemento fundamental en el orden burgués,
en el orden republicano. En las monarquías absolutas existía un sistema de censura; se intenta-
ba acallar todo debate público, evitar cualquier situación deliberativa. Una vez caído ese anti-
guo orden, la prensa jugó un papel básico en la mediación entre sociedad civil y poder políti-
co, también en la construcción de la opinión pública y en la posibilidad de difundir la consoli-
dación de las opciones políticas.

La prensa, en ese período, no era comercial, como la que surgió a fines del siglo XIX, era
una prensa política que no consideraba la independencia del periodista como algo posible ni
siquiera como algo deseable, sino que, por el contrario, lo que hacía era defender con claridad
una opción política determinada. Cada notable expresaba una forma de poder territorial, local,
que se remitía a aquel espacio donde el notable ejercía su liderazgo social, moral. Y es por esa
razón que el sistema no presentaba partidos de dimensión nacional, sino alianzas personales o
entre grupos, a nivel de las provincias o de los estados. La forma de expresar las ideas, las pers-
pectivas, los puntos de vista de estas distintas opciones políticas era la prensa y esta se soste-
nía a partir de las suscripciones. No era, entonces, una prensa de noticia sino de opinión. Por

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otra parte, no se trataba de discutir las características centrales de un sistema, sino de discutir
puntualmente los posicionamientos que, dentro de ese marco teórico general, adoptaba cada
grupo. Era una discusión de hombres más que de ideologías.

¿Cuál era el público de esta prensa? Eran revistas caras, no se vendían por la calle; a partir
de 1840 se empezaron a vender en algunas ciudades europeas, pero hasta ese momento la pren-
sa llegaba por suscripción y la suscripción expresaba la adhesión de determinados actores a un
partido o a un círculo determinado. Generalmente, se intentaba preservar la identidad de los
suscriptores para ponerlos a salvo de una eventual venganza política. En algunos casos, esta
prensa tenía algunos avisos, pero esos avisos tenían una lógica diferente a la que van a adop-
tar más adelante; en ese momento la empresa o comerciante que publicaba en un periódico
determinado no solo estaba presentando su producto, sino que además estaba expresando el
posicionamiento personal de ese empresario en apoyo de un partido determinado. Era impen-
sable que un empresario publicara en dos periódicos; posteriormente, con la aparición de la lla-
mada prensa comercial, los empresarios, en muchos casos, si bien seguían apoyando determi-
nadas opciones políticas, también publicaban en diversos medios, sobre todo en aquellos que
tenían gran circulación, aun cuando no compartieran la línea ideológica del medio.

Max Weber hizo referencia al tema de “vivir para la política” o “vivir de la política”. Él
observaba que los notables que constituían la clase política eran, en general, personas que por
su profesión o por su riqueza personal no necesitaban la política para hacer dinero; era gente
que vivía para la política, lo cual no quería decir que no obtuvieran dinero a través de la polí-
tica. Por el contrario, las personas que no tenían un desahogo financiero no podían vivir para
la política.

En relación con quiénes eran los que consumían esa prensa debemos mencionar los clubes
de la época, las barberías, las tiendas, los lugares donde la gente iba a beber, por ejemplo, las
pulperías en el caso argentino. Esto remite a cuánta gente llegaba el discurso de la prensa. En
el siglo XIX eran pocos los que sabían leer, pero la prensa llegaba a muchos, aunque no poda-
mos determinar cuántos, a través de la lectura en voz alta. Una persona que supiera leer y lo
hiciera en alguno de los tipos de establecimientos mencionados, permitía que una opinión lle-
gara a un público más amplio y que se estableciera un debate sobre los contenidos; esto permi-
tía generar liderazgos basados en lo social; aquel que sabía leer en voz alta era un líder porque
era el que ponía en conocimiento del grupo los contenidos de esa prensa.

En relación con el sistema electoral, había variaciones según los distintos lugares. En la
mayor parte de los casos, existían sistemas de sufragio censitario. Es decir que sólo tenían
derecho a voto aquellos que pagaban cierto nivel de impuestos. En Inglaterra, en 1832, se
amplió el sistema electoral a la burguesía media; en otros lugares, en la segunda mitad del
siglo, se fue instalando un sufragio cada vez más ampliado hasta derivar en la sanción del
sufragio universal (Inglaterra en 1878, un par de años después en Francia, luego por el resto de
Europa). Ese sufragio, que se fue universalizando, no era obligatorio y no existían padrones
permanentes, sino que la gente debía inscribirse en un padrón que tenía una duración variable.

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La disputa electoral, hasta la década de 1870, se circunscribió a las clientelas políticas vin-
culadas con los notables que a su vez representaban a los grupos de elite tanto en el liberalis-
mo como en los sectores más conservadores. A partir de esa década, se produjo un giro signi-
ficativo en el posicionamiento que tenían, en las sociedades europeas, la socialdemocracia y
los sindicatos y partidos de izquierda que descubrieron que, si efectivamente deseaban llevar
adelante el proceso de generar las condiciones apropiadas para la revolución proletaria, les
resultaba indispensable generar algún tipo de unidad de acción a nivel nacional24.

Los partidos de izquierda, los partidos socialdemócratas, los partidos de masas que enco-
lumnaban a gigantescos electorados, comenzaron a presentarse como opciones políticas e
hicieron temer a quienes hasta ese momento se habían desempeñado como clase política, que
a través de un resultado electoral el orden burgués pudiera ser liquidado. Es por esta razón que
se generaron simultáneamente dos procesos: por un lado, la conformación de estos partidos de
masas y, por el otro lado, las respuestas del sistema para evitar que, de la extensión del sufra-
gio que resultaba inevitable, resultara una transformación del sistema.

La cuestión era, entonces, cómo extender el sufragio para que el conjunto de la población
votara y lograr, al mismo tiempo, que las mayorías, en lugar de votar por sus intereses, vota-
ran por minorías que iban a gobernar en detrimento de esos intereses. Es decir que la reforma
electoral fue producto de que, desde la perspectiva de la dirigencia, se advertían dos opciones,
una era que esos sindicatos y partidos siguieran creciendo, se generara algún tipo de escalada
de violencia y terminara estallando el sistema; otra que, para evitar que el orden revoluciona-
rio se acelerara, resultaba fundamental cooptar dentro del sistema a quienes planteaban como
salida la alternativa revolucionaria. La forma de intentar esa cooptación fue la sanción del
sufragio universal.

En relación con la cooptación de la alternativa revolucionaria por parte de las clases dirigen-
tes, debemos aclarar que la oleada revolucionaria de 1848 puso a la vista de las elites el hecho de
que se estaba dando un proceso muy acelerado de transformación social. Los obreros habían
adquirido formas de organización propias que los ponían en condiciones de llevar adelante un
proceso revolucionario extensivo a toda Europa. A partir de este momento empezaron a conside-
rarse los mecanismos más apropiados para intentar cooptar o dirigir lo que, hasta ese momento,
había sido un plan de acción claramente revolucionario, para conseguir que esas multitudes se
convirtieran en sostén de un orden de cosas a la medida de los intereses de las clases dirigentes.

Hubo grandes debates dentro del liberalismo en los cuales siempre aparecía el temor que ya
habían esbozado Tocqueville y J. S. Mill (1806-73) y que plantearon todos los pensadores libe-
rales de la primera mitad del siglo XIX; es decir, si los pobres eran muchos y los ricos eran

24
Hasta entonces los sindicatos posibilitaban una unidad de acción a nivel de la fábrica o a nivel local, pero les resultaba difícil generar un
tipo de iniciativa en el marco de la nación en su conjunto.

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pocos, cómo hacer que, en un sistema de sufragio universal, los pobres votaran en contra de
sus intereses; lo único que podía surgir de esta ecuación era la tan temida tiranía de la mayo-
ría, es decir que la mayoría instalara un gobierno basado en el número y no en la cualidad y
que, una vez que la mayoría se hubiera hecho del poder a partir de la mayoría electoral, expro-
piara a la clase propietaria e inmediatamente lograra su objetivo revolucionario.

Adam Smith se preocupó, por un lado, por las posibles consecuencias del sistema de juego
de oferta y demanda en la medida en que este generara una elite cada vez más rica y una
inmensa mayoría explotada, viviendo en la marginalidad y la brutalidad; por otro, por cómo
revertir esa situación sin caer en la acción del Estado sobre el mercado para corregir desigual-
dades. Esta preocupación de Smith no tenía que ver con lo humanitario, sino con la necesidad
de garantizar el orden indispensable para el éxito y el florecimiento de los negocios de la bur-
guesía; asimismo con la necesidad de evitar la sublevación de los pobres, en la medida en que
estos se dieran cuenta de que el sistema solo les prometía la miseria, la exclusión, la enferme-
dad y la muerte. En ese sentido, Smith planteó que la educación podía constituir una puerta de
ascenso social que iba a tener un carácter ejemplificador: los pobres verían que algunos otros
pobres, a través de la educación, conseguían ascender en la escala social, quedando en claro
que el sistema no condenaba a los pobres a la exclusión salvo que fueran vagos, que prefirie-
ran la comodidad y no el sacrificio.

La expectativa puesta por los pensadores del liberalismo político y económico en la educa-
ción fue retomada a partir de mediados del siglo XIX habida cuenta de la extremada ideologi-
zación de la clase trabajadora, ya sea en términos de anarquismo o de socialismo. La educa-
ción llevó adelante la idea de la construcción de las naciones, la idea de generar un pasado
mítico; es decir, la nación como construcción política, como invención de un pasado en el cual
la comunidad se veía representada. Esa idea de nación se generó a partir de la diferenciación
con el otro y a partir del planteo de que en la sociedad existía un determinado orden social pro-
ducto del esfuerzo, de la capacidad; de que, en ese orden había ciertos grupos, ciertas clases
que, por su mayor educación, su éxito, su cultura, tenían naturalmente el derecho al mando. A
través de la escuela se impuso en la mentalidad de los chicos, desde los años más tempranos
de su vida, la idea de que había un orden que era necesario respetar, que era el orden natural,
que posibilitaba el ascenso social, premio al trabajo, al sacrificio, a la vida honrada. De esa
forma, se lograba una solución desde el interior del sistema, en lugar de hacerlo estallar y reem-
plazarlo por otro. El sufragio universal dejaba así de constituir un peligro.

Comenzó así una nueva forma debate político, una nueva forma de acción política que era
la de los partidos de masas, partidos que tenían una sólida conducción a nivel nacional, algún
tipo de organismo de administración, donde la conducción no la ejercían los afiliados ni los
simpatizantes, sino un grupo selecto en su interior. En general estos partidos necesitaron la
figura de un líder carismático, que fuera capaz de atraer las voluntades populares, de poner en
sus manos el destino de la masa. Entonces, el caudillo carismático fue una herramienta básica
para destruir la opción clasista.

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Las guerras mundiales fortalecieron la figura de estos líderes carismáticos pero, finalmente,
empezó a advertirse, a partir de la década de 1960, una tercera evolución en la forma de hacer
política. Durante el largo proceso que va de 1870 a 1960, los partidos de masas habían plantea-
do formas de pensar la sociedad y habían permitido formar identidades políticas colectivas, sóli-
damente consolidadas a través de la fidelidad al partido o a un marco ideológico de referencia.
Pero esos partidos de masas, fieles a un programa político determinado, comenzaron a volverse
más lábiles en cuanto a su formación ideológica, adoptando discursos que se consideraban apro-
piados para ganar una elección determinada; teniendo en cuenta, incluso, la realización de
encuestas para adaptar sus posicionamientos a la evolución del electorado. El hecho de que los
partidos políticos se constituyeran en captadores de votos hizo que, con el paso del tiempo, resul-
tara cada vez más difícil diferenciar, desde el punto de vista ideológico, la separación entre uno
y otro, porque, en definitiva, los programas políticos se construían para cada elección y se iban
modificando en el contexto del proceso electoral a partir de la evolución del electorado o, por
lo menos, como se ha dicho, de la muestra que ofrecen los sondeos de opinión. En este mismo
sentido contribuyó el debilitamiento, a partir de los 70, del conflicto ideológico característico
de la Guerra Fría.

Asimismo, como producto de un proceso de destrucción o de relativización del papel de las


industrias, se produjo un proceso de debilitamiento de los sindicatos y de la formación ideoló-
gica de los trabajadores, agravado esto por los efectos del neoliberalismo económico, por ejem-
plo, la desocupación elevada; también por el planteo de nuevas formas de vida vinculadas con
formas de salvación individual.

La política se modificó, además, por efecto del papel de los medios. La política en etapas
anteriores, había sido una política de programas o de intervención pública a través de la pren-
sa; la palabra escrita dio poder en los tiempos de la política de notables, la fidelidad y la con-
tundencia ideológica dieron poder en la etapa de los partidos de masas. La palabra, tanto escri-
ta como hablada, se ha convertido en un elemento secundario. Cada vez es más importante la
imagen y se advierte que la política empieza a tomar, crecientemente, la dimensión de puesta
en escena. Ya no importa tanto lo que el candidato plantea en relación con opciones o propues-
tas concretas. Los elementos que definen los liderazgos políticos, si bien tienen un punto de
partida que es político, cada vez tienen más que ver con la vida privada e incluso con la vida
íntima de las personas.

Hay un creciente descrédito de la política, un creciente desinterés, no solo por la política, sino
de parte de la sociedad civil por establecer algún mecanismo de control respecto de la dirigencia
política. Cuando en la etapa de los partidos de masa la dirigencia política daba algún giro, le cos-
taba un terrible esfuerzo justificarlo frente al electorado porque sus seguidores tenían una idea de
cuál era el marco ideológico que se sustentaba. Variar una línea ideológica, tomar una decisión
que iba en contra del consenso ideológico significaba un riesgo muy grande, la pérdida de un
capital electoral muy importante. Esto ya no ocurre. Se observan variaciones en el electorado en
cada elección, siendo estas muchas veces, de carácter emocional; generalmente se vota en con-
tra de alguien y no a favor. Por otra parte, a medida que los hombres y las mujeres se indivi-

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dualizan cada vez más, pierden sus puntos referenciales grupales y manifiestan mayor varia-
ción en los sufragios. Por el contrario, los sectores más pobres, menos educados y que conser-
van todavía en las sociedades contemporáneas mayores características grupales dentro de sus
estilos de vida, son aquellos que mantienen ciertas fidelidades partidarias, ciertas identidades
políticas.

En relación con los temas mencionados, podemos plantearnos algunos interrogantes ¿Está
la política en crisis? Y el hecho de que lo esté, ¿implica algo nuevo o la política estuvo reite-
radamente en crisis, y cada crisis significó el alumbramiento de una nueva forma de hacer polí-
tica? A partir de las transformaciones sociales que se dieron en los distintos momentos, la polí-
tica a fines del antiguo régimen, en la década de 1870, en la década de 1960 y ahora, siempre
ha atravesado situaciones de crisis pero, que esté en crisis, no quiere decir que la política vaya
a desaparecer; el tema es cómo se resuelve la crisis y qué tipo de participación y organización
es capaz de adoptar la sociedad civil para confrontar esa situación. Los caminos están amplia-
mente abiertos.

5. Legitimidad política

Mecanismos de legitimación informal desarrollados en las sociedades modernas, en el


proceso de construcción de un régimen político moderno

El concepto de legitimidad política implica un consenso sobre la dominación porque la legi-


timidad plantea una relación de autoridad. La dominación expresa, como señaló Weber, una
relación de poder, una relación donde el aspecto principal es la fuerza. Por el contrario, el con-
senso y la legitimidad se refieren al acuerdo de los gobernados respecto del derecho que les
corresponde a mandar a los que mandan. No quiere decir que en una relación de autoridad no
exista la fuerza en última instancia, pero lo que prima es el acuerdo. En el poder siempre está
presente la fuerza como primer discurso, pero muchas relaciones comienzan siendo relaciones
de poder y terminan convirtiéndose en relaciones consensuadas porque los que mandan consi-
guen rutinizar y hacer que sean aceptados sus derechos a gobernar por parte de los dominados;
se constituye, entonces, una clase política legitimada.

Todas, o casi todas, las relaciones de poder que se dan en las sociedades tienen su origen en la
fuerza. Generalmente es la dominación de clase o la dominación a través de una invasión o de
una guerra. Pero no se puede gobernar permanentemente por medio de la fuerza porque implica
una relación de desorden permanente, es decir, una situación donde no está dado un elemento fun-
damental para el funcionamiento de las economías y de las sociedades que es, precisamente, el
orden. Solo en el orden las economías prosperan y se realizan los mejores negocios.

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El sistema religioso actuó, en las sociedades antiguas, como un componente legitimador del
poder político y posibilitó una rutinización de las relaciones de dominación, convirtiendo las
relaciones de poder y de dominación en relaciones consensuadas y de autoridad.

En los sistemas modernos, el resultado electoral juega un papel determinante como meca-
nismo por el cual se accede al gobierno, pero la legitimidad del poder político no se completa
con el proceso electoral, sino que es necesario generar mecanismos de consenso para construir
una legitimidad de ejercicio que posibilite ser irreprochable, por lo menos para los sectores más
vastos de la población.

Hay muchas formas de llegar al poder, la forma aceptada varía en las distintas sociedades,
pero lo fundamental es que aquellos que detentan el poder logren convencer a los que son man-
dados por ellos de que no gobiernan en beneficio propio, sino que tienen derechos adquiridos,
que hay alguna forma de legitimidad que hace que ellos sean los encargados de ejercer el poder
político. En la medida en que consiguen convencerlos efectivamente, se constituye una rela-
ción de autoridad y esta siempre entraña una amenaza de utilización, en última instancia, de la
fuerza.

En las sociedades modernas un actor colectivo que, a la vez, es un principio de legitimación


del poder político indeclinable es la opinión pública. La opinión pública es un concepto poli-
sémico25, por demás confuso, que ha variado a lo largo del tiempo, que ha sido un factor esen-
cial al momento de demostrar no tanto la legitimidad de origen como la legitimidad de ejerci-
cio del poder político.

En relación con este tema, veamos el caso de Francia a partir de la restauración de la monar-
quía borbónica (1815). Francia enfrentaba un serio problema relacionado con la instalación y
suspensión, a partir de la Revolución, en varias oportunidades, de la soberanía popular. Con la
restauración de los Borbones, resultaba indispensable establecer algún tipo de consenso políti-
co entre la burguesía, por un lado, la vieja aristocracia de los Borbones que había regresado a
Francia, la nueva nobleza que había designado Napoleón Bonaparte y el poder del rey. Y para
que esa alianza fuera posible y se consolidara políticamente, resultaba indispensable sustraer
capacidad de decisión al resto de la sociedad, cercenar la noción de soberanía popular, sustraer
el sufragio y la capacidad política a la pequeña burguesía y a los sectores bajos de la sociedad
y establecer una diferenciación –es la tesis de Constant26– entre los derechos políticos y los
derechos civiles.

Constant planteaba otorgar los derechos civiles a toda la población y los derechos políticos
a algunos. Era una tesis sustentada en una concepción iluminista en la medida en que no la con-
sideraba una solución definitiva, sino que, con el paso del tiempo, el otorgamiento de los dere-

25
Polisemia: multiplicidad de acepciones de una palabra.
26
La tesis de Constant se denomina “dualismo francés”.

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chos políticos alcanzaría al conjunto de la sociedad. Destacamos el término otorgamiento de


los derechos políticos, porque significa que había un grupo que constituía una clase dirigente
y a la vez una clase dominante, que se abrogaba el derecho a mandar y a otorgar legitimidad a
los que mandaban; también se abrogaba el derecho de ampliar, eventualmente, esa base política.

El argumento que sostenía Constant para recusar la idea del sufragio universal era que una
sociedad debía estar manejada por los mejores, por los más capaces; argumento que retomaba
la idea de representación que sostenía Sieyès en 1788, es decir, la idea de que todos votaban a
algunos que eran los más capaces y que eran quienes iban a tener que tomar a su cargo la capa-
cidad de gobernar en beneficio del conjunto. Constant retomó la idea de los más capaces, pero
suprimió la base del sufragio universal. Es decir que establecía una delimitación entre quienes
estaban en condiciones de otorgar la responsabilidad de gobernar a otros y quienes estaban pri-
vados del derecho siquiera de participar en la designación de los representantes. La línea de
corte que estableció Constant fue el ingreso; es decir, estableció un sufragio de tipo censitario.
Quienes pagaban por encima de un nivel de capitación, de un nivel impositivo, tenían derechos
políticos, los que estaban por debajo, no.

Es posible preguntar por qué razón era esa la base, por qué razón era el factor económico el
que dividía a los que podían votar y a los que no. Y es posible plantear que Constant expresó
lo mismo que expresaban otros autores como Bentham (1748-1832), por ejemplo, o como
James Mill en Inglaterra, es decir, la idea de que en una sociedad había ganadores y perdedo-
res, que los más capaces eran los ganadores y que el terreno en el cual se dirimía esa cuestión
era el mercado.

En el caso francés, al mercado se le sumaba el prestigio, así se generaba un sistema que per-
mitía integrar un componente aristocrático (los aristócratas eran prestigiosos y, además, ricos
por herencia) y un componente burgués. La línea de corte se establecía por una capacidad aso-
ciada con el prestigio y con la habilidad para enriquecerse. Quien no había sido capaz de enri-
quecerse, ¿en qué medida podía estar en condiciones de decidir quién podía gobernar? La idea
era dejar en manos de los exitosos la tarea de escoger a quienes les correspondía el derecho de
mandar. Por el contrario, los pobres, los sectores populares, tenían muy pocos méritos para deci-
dir quién podía representarlos, por ello, habían sido presa de los demagogos; por ello, habían sido
engañados y habían respaldado primero a Robespierre y luego a Napoleón.

Habiéndose reinstalado los Borbones, era necesario generar un consenso; entonces, la clave
del acuerdo para reinstalar la monarquía borbónica, aquella contra la que se había hecho la
Revolución, no podía ser el pueblo en su conjunto, porque ese pueblo en realidad advertía que
sus peores épocas las había pasado durante el antiguo orden. Por esa razón, Constant generó un
mecanismo de legitimación que garantizaba cierta estabilidad política, pero que, simultánea-
mente, distribuía derechos civiles amplios para posibilitar que las relaciones de mercado
siguieran funcionando en la sociedad; caso contrario no se estarían dando las condiciones para
el desarrollo del mercado. Por ello, entonces, se planteó la idea dualista: en lo inmediato, dere-

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chos civiles y, a mediano o a largo plazo, según la evolución que fueran experimentando esos
sectores, la extensión del sufragio.

El pensamiento de Constant influyó considerablemente en el liberalismo reaccionario del


siglo XIX. Su influencia se ejerció no solo durante la etapa de restauración borbónica, sino
también durante la denominada Monarquía de Julio, es decir, el período que va desde la caída
de los Borbones hasta la llegada al poder de Luis Napoleón Bonaparte, entre 1830 y 1848. Se
trataba, entonces, de un liberalismo reaccionario que planteaba el sufragio censitario en un país
como Francia, en el cual se había dado una revolución que había provocado cambios sociales
y cambios en la propiedad, que había extendido el sufragio hasta convertirlo en universal. La
relación de dominación se volvió, por lo tanto, mucho más evidente y fuerte que en Inglaterra
donde esa extensión no había existido.

La opinión pública jugó un papel esencial en los sistemas de legitimación modernos. Es un


término engañoso, que se ha utilizado reiteradamente para definir cosas muy diferentes. El tér-
mino latino opinio, en la época de los romanos, se utilizaba para definir un juicio engañoso o
de escasa veracidad; expresaba la vulgaridad, el sentido común, respondía a un tipo de justifi-
cación o de juicio basado en lo sensible, sin implicar ninguna clase de reflexión racional. El
término mantuvo ese sentido a lo largo de la Edad Media.

En el comienzo de la Modernidad, Hobbes planteó que la opinión no debía entrar en el sis-


tema de gobierno dado que el monarca debía dedicarse a consolidar el poder, sin atender esas
opiniones, simples afirmaciones generales, sin ningún tipo de validez, producto generalmente
de la ignorancia; el soberano solo debía hacer lo que le dictaba la conciencia.

John Locke, en su trabajo Ensayo sobre el entendimiento humano, cambió esa concepción,
planteando un punto de inflexión para el pensamiento moderno. Locke planteó la existencia del
“juicio de opinión o reputación”, resultado de una reflexión elaborada por la sociedad civil res-
pecto de quienes ejercían la función de gobierno. La opinión pública ejercía, entonces, una
capacidad de control considerada un principio fundamental del gobierno republicano.

Como se ha dicho, Locke señaló que, al consolidarse la sociedad civil, se construía la socie-
dad política designando un monarca, al cual le otorgaba la capacidad de la coacción física para
poder garantizar el orden y llevar adelante la tarea encomendada. Pero la sociedad se reserva-
ba un correctivo, un mecanismo de control sobre la acción de aquel a quien había designado
para ejecutar las tareas de gobierno; ese mecanismo era la opinión pública.

A través de la opinión pública, la sociedad civil debía expresar sus puntos de vista sobre el
curso de las acciones de gobierno, debía manifestar qué tipo de proyecto político, qué tipo de
curso político debía seguir la sociedad y, a la vez, debía expresar su acuerdo o desacuerdo con
la gestión de quien desempeñaba el Ejecutivo. Es decir que Locke planteó que la legitimidad
del gobierno estaba dada por el acuerdo que le brindaba la opinión pública.

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Esta opinión pública encontraba un canal institucional de expresión en el Parlamento donde


los legisladores, eran los encargados de expresar el sentimiento de la opinión pública. Por esa
razón, Locke planteó que el primer Poder del Estado era el Legislativo, no el Ejecutivo. El
Poder Legislativo era el encargado de sancionar las leyes que el Poder Ejecutivo, con menor
jerarquía, debía ejecutar. Asimismo, era el poder que ponía límites al ejercicio del poder polí-
tico o, eventualmente, reclamaba su devolución a la sociedad para que se estableciera un nuevo
pacto de gobernabilidad.

Locke no hablaba de soberanía popular, sí de una soberanía de la opinión pública, de una


legitimidad que se obtenía a través del consenso de la opinión pública; esto era comprensible
porque pensaba en la capacidad de reflexión de la burguesía, en los límites que la burguesía era
capaz de imponer al ejercicio del poder monárquico.

En relación con el Parlamento británico, la Cámara de los Lores expresaba la tradición; eran
cargos hereditarios, adquiridos simplemente por las personas en su condición de nobles. Tenían
un poder personal, que expresaba su influencia, su papel determinante dentro de la aristocra-
cia. Por el contrario, el poder de los legisladores de la Cámara de los Comunes, era un poder
derivado de la opinión pública. Por esta razón, posteriormente, Burke planteó que no importa-
ba quiénes fueran los legisladores ya que, en definitiva, siempre tenían que expresar la opinión
pública y, en la medida en que la opinión pública variara, también las posiciones del legislador
deberían variar o estos serían castigados en el próximo proceso electoral.

No siempre el concepto inglés “public opinión” fue similar al concepto “opinion publique”
que existía en Francia. Cuando Locke hablaba de la opinión pública expresaba un fenómeno
social e histórico que se daba en Gran Bretaña y que era la práctica en las discusiones genera-
das en el seno de los clubes donde participaban los electores, donde se definían los proyectos
políticos, las candidaturas, donde concurrían tanto los votantes como los legisladores. Aun en
la Inglaterra monárquica, con censura en la prensa, existía una práctica de la discusión sobre la
base de la racionalidad aplicada a la política. Entonces, la opinión pública que se generaba en
esos ámbitos era racional, producto de ciudadanos educados, con capacidad de raciocinio para
participar de estos debates, fijar sus puntos de vista y llegar a conclusiones.

Muy distinto era lo que pasaba en Francia, donde existía un componente campesino mucho
mayor y donde cerca del 80% de la población era analfabeta. Asimismo, contribuía, en ese sen-
tido, la política represiva de la monarquía que impuso una censura muy firme en la primera
mitad del siglo XVIII de modo tal que, por ejemplo, la mayor parte de los volúmenes de la
Enciclopedia tuvieron que publicarse fuera del país, aun cuando la mayoría de los autores eran
franceses. La política de censura impidió el funcionamiento de un sistema de articulación entre
la sociedad civil y el poder político, similar al de los mencionados clubes ingleses. Estos ele-
mentos hicieron que Rousseau desconfiara de la opinión pública, que la relacionara con el
orden reaccionario y que considerara que no tenía ningún tipo de incidencia en la definición de
cuestiones políticas.

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En relación con el caso inglés, posteriormente, el mecanismo se perfeccionó con la eliminación


de la censura y la posibilidad de desarrollar una prensa libre. En consecuencia, las opiniones públi-
cas no solo pudieron expresarse en el ámbito de los salones, sino también en los periódicos.

Cuando Locke se refería al Parlamento, pensaba en la Cámara de los Comunes. Es impor-


tante considerar que el Parlamento no tenía un funcionamiento permanente, sino que se reunía
solo cuando había que votar leyes. Este era, para Locke, un factor fundamental ya que consi-
deraba que, si los legisladores se reunían en forma permanente, adquirían un espíritu corpora-
tivo y, en lugar de expresar los juicios de la opinión pública, iban a generar una clase política
–en términos de Mosca– que sería expresión de sus propios intereses. Asimismo, planteaba la
conveniencia de que no fueran rentados porque, si lo eran, la actividad política se volvía una
finalidad en sí y no una actividad para el pueblo.

El legislador en el cual pensaba Locke era un legislador que dependía de sus votantes mien-
tras que el legislador permanente y asalariado dependía del cargo para sobrevivir. Cuando la
política se volvió una forma de vida, el Parlamento comenzó a ser visto como un poder del
Estado; anteriormente, era un poder que dialogaba con el Estado, era un poder semiestatal que
participaba en la estructura estatal pero que, básicamente, como se ha dicho, representaba los
intereses de la opinión pública. Es decir que se produjo un cambio de un Parlamento semiesta-
tal de funcionamiento irregular a otro Parlamento que se constituyó en otro poder del Estado.

A partir del funcionamiento permanente del Parlamento, los legisladores quisieron seguir
presentándose como referentes de la opinión pública porque era una forma de legitimarse, pero
esto llevó a un conflicto con la prensa que comenzó a plantearse como un cuarto poder o poder
informal y a abrogarse la legitimidad de la representación de la opinión pública.

En Francia, a medida que el antiguo régimen comenzó a desmoronarse, empezó a tejerse


una red de clubes, ámbitos de reflexión, sociedades literarias, en los cuales se discutían los tex-
tos de la Ilustración que empezaban a reflejar una posición más moderna respecto de la opinión
pública. Los escritos de autores que miraban la realidad inglesa como, por ejemplo, Condorcet
(Marie Jean de Caritat, marqués de Condorcet, 1743-94), Diderot o Voltaire, que consideraban
que la opinión pública tenía un sentido progresista y que apuntaban a formar en Francia una
opinion publique similar a la de Inglaterra.

Ya se ha hecho referencia al planteo de Sieyès, en 1788, que dio lugar a una nueva concep-
ción de la representación política por la cual se abandonó el voto imperativo, dejando a los
representantes una libertad de acción para legislar de acuerdo con lo que consideraran intere-
ses de la nación y no los del grupo que los llevó a desempeñar el cargo. El problema era en qué
medida, con esa concepción, la opinión pública seguía teniendo un papel de legitimación ya
que, con esa lectura de la representación política, la opinión pública no tenía entrada en la legis-
latura, quedaba como un poder externo al Estado y los legisladores quedaban como un poder
interno al Estado. La public opinión, en Inglaterra, tenía un mecanismo de participación direc-

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ta en el manejo de la cosa pública, un mecanismo institucional, es decir, quienes formaban


parte de la opinión pública incidían en la toma de posiciones que llevaban adelante los legisla-
dores. La opinión pública, en el caso francés, era más débil en el sentido institucional porque
no tenía forma de incidir directamente en el Estado.

El concepto de opinión pública era un concepto esencialmente burgués que permitía, en un


sistema de sufragio limitado y generalmente censitario, que el pequeño grupo con derechos
políticos tuviera una capacidad directa de control sobre sus representantes. Cuando el campo
electoral se amplió, la opinión pública se convirtió en un sujeto abstracto, sin una expresión
concreta, que se fue extendiendo a la prensa y la prensa no tenía una sola voz.

La prensa tuvo un rol fundamental en el sistema republicano, expresar la opinión de aque-


llos que no podían expresarse públicamente. Es decir que se pasó de un grupo que constituía
su opinión a través del debate y la imponía a sus legisladores, a una opinión enorme pero amor-
fa que era incapaz de expresarse; entonces, lo que hacía la prensa era, en algunos casos, expre-
sar esa opinión y, en otros, hacer creer que expresaba esa opinión para impulsar determinados
cursos de acción u obtener ciertos resultados.

En el tránsito del antiguo régimen a la modernidad, uno de los requisitos que plantearon la
burguesía y el pensamiento liberal en general fue la libertad de pensamiento y la libertad de
expresión de las ideas por la prensa. De esa forma, confrontaba con la censura del antiguo régi-
men y buscaba la oportunidad de ejercer mecanismos de control sobre los actos de gobierno.
La primera función de la prensa fue, entonces, informar. Luego surgió una segunda función que
era, en la medida en que la opinión pública no encontraba una canalización institucional, inten-
tar medir el clima social y traducirlo en sus editoriales.

Cuando la opinión pública dejó de estar acotada, se volvió una cuestión masiva y además se
vinculó a la legitimidad del poder político por la aceptación que este obtenía de ella, entonces,
se convirtió en el resultado de un complejo proceso de manipulación de parte de los gobiernos
que quisieron lograr una opinión pública adicta, tratando de comprar a los medios a través del
otorgamiento de subsidios, a través del surgimiento de periódicos oficiales, a través de distin-
tos mecanismos de publicidad. Por otro parte, se dio un intento desde los medios para legiti-
marse a sí mismos, para imponer sus puntos de vista. La prensa que surgió, en este momento,
fue una prensa libre, sin censura, pero fue una prensa partidaria que, bajo la pretensión de
expresar los intereses de la opinión pública, expresaba los intereses facciosos, de un círculo en
principio y, más adelante, los intereses de los partidos. Así se mantuvo hasta que surgió la pren-
sa comercial, a fines del siglo XIX y comienzos del XX.

La prensa facciosa hablaba en nombre de la universalidad de la opinión pública pero, expre-


saba los juicios de un determinado grupo político. En la medida en que ese grupo político a tra-
vés de sus movilizaciones, de sus actos públicos o de sus resultados electorales –en tanto no
hubiera fraude– consiguiera poner en la calle la evidencia física del respaldo popular, enton-

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ces se iba a aceptar que, efectivamente, la prensa representaba a la opinión pública. Por ello la
prensa se convirtió en un factor de movilización política fundamental; las candidaturas políti-
cas se discutían a través de la prensa, eran propuestas por los periódicos, los periódicos convo-
caban a las movilizaciones y actos públicos, los periódicos daban su apoyo a tal o cual candi-
datura, a tal o cual programa; no eran ni tenían la pretensión de ser imparciales. Asimismo,
cuando un periódico no fijaba su posición frente a una elección o frente a una cuestión políti-
ca concreta, el resto de los periódicos le exigía una definición.

La publicidad en relación con actos públicos hizo que la política dejara de estar en manos de
elites, que dejara de desarrollarse al margen de la sociedad, para convertirse en un asunto públi-
co, con pretensión de transparencia. Había muchos mecanismos para ocultar los negocios públi-
cos de la mirada de la sociedad pero, a medida que se fue incrementando el electorado, se fueron
complejizando los procesos de manipulación de las masas. En la medida en que la opinión públi-
ca se dejó de entender como el resultado de pequeñas elites esclarecidas y comenzó a tomar
mayor dimensión, fue perdiendo el reconocimiento de racionalidad y se fue devaluando el con-
cepto. Frente a la opinión pública de la razón, apareció la opinión pública del número.

Expresar a la opinión pública sigue siendo importante para los medios y para los políticos
porque se sigue aceptando que constituye el elemento central de los gobiernos en los procesos
interelectorales, es decir, los gobiernos llegan a través de elecciones, pero entre cada elección
se gobierna con el respaldo de la opinión. Esa opinión está compuesta crecientemente por una
serie de actores calificados que son los formadores de opinión, es decir, aquellos que discuten
públicamente los puntos de vista y que instalan en las masas determinados juicios. Así, en lugar
de ser la opinión pública expresión de la sociedad civil, pasa a ser la opinión que generan los
formadores de opinión.

Cuando la población era analfabeta, las tiradas eran reducidas y los periódicos se leían en
voz alta en los salones, la forma de medir la llegada o el impacto de un periódico eran las movi-
lizaciones; los periódicos convocaban a esas movilizaciones y ahí expresaban cuál era su inser-
ción pública y luego presionaban al Estado para obtener subsidios. En la actualidad no es nece-
sario movilizar a la gente, se toma en consideración la tirada de esos periódicos. Asimismo, se
utilizan como indicadores de la opinión pública los denominados sondeos de opinión, que se
practicaban en EEUU ya en la década de 1930. Pero ¿en qué medida están controlados esos
sondeos? ¿Cómo sabemos que las encuestadoras actúan de manera objetiva? Hemos visto
cómo algunas encuestadoras pasan de la oposición al oficialismo. En la medida en que una
encuestadora alcanza cierto prestigio y asume una posición crítica, inmediatamente, en ocasio-
nes, actúa el poder político para acallar esa voz discordante, es decir que se generan mecanis-
mos de manipulación.

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6. Sufragio, partidos y elites

Hemos visto que, a partir de Maquiavelo y del proceso de consolidación de la burguesía, se


fue forjando el liberalismo político y, sobre todo, la política moderna. Hemos hecho referencia,
asimismo, al intento de la burguesía, en un primer momento, de apostar a la consolidación de
un poder territorial fuerte y, por esta razón, su respaldo al proyecto absolutista. Posteriormente,
una vez que ese objetivo estuvo logrado, comenzó un segundo momento en la reflexión del
pensamiento liberal, que se inició con John Locke, luego con Montesquieu, y que estuvo rela-
cionado con la necesidad de establecer garantías frente al poder político.

Si bien la burguesía aceptaba la idea de contar con un poder fuerte, al mismo tiempo, con-
sideraba importante evitar que ese poder alcanzara un carácter excesivo, que pudiera inmiscuir-
se en los asuntos de la esfera privada. Por eso, también era importante establecer una clara divi-
sión entre la esfera de lo público y de lo privado.

Como parte del proyecto defensivo frente al avance de la autoridad estatal, el liberalismo
intentó desarrollar una serie de mecanismos de control que fueron desde señalar que el centro
del poder político y, por lo tanto, el primer Poder del Estado, era el Poder Legislativo y no el
Ejecutivo, (Locke), a plantear la importancia de la división de poderes (Montesquieu) y elabo-
rar una serie de correctivos a lo largo de los siglos XVIII y XIX. La idea era poner límites a la
acción estatal y hacer que el Estado fuera adquiriendo el papel de garante de las libertades indi-
viduales y de mercado.

Como señaló Hanna Arendt, la Revolución Francesa fue revolucionaria al cambiar el signi-
ficado del término “revolución” en la medida en que antes “revolución” implicaba un re-vol-
ver, tenía el sentido de “restauración”, de volver a un orden anterior; fue el caso, por ejemplo,
de Inglaterra donde se intentó evitar el avance del absolutismo y volver al orden bicameral pre-
vio; o de los Estados Unidos donde lo que intentaron originalmente los colonos fue evitar el
aumento unilateral de los impuestos por parte de la corona británica.

Frente a ese significado que históricamente había tenido el término revolución, la


Revolución Francesa significó un paso hacia delante al plantear que el término “revolución”
implicaba un cambio estructural, un cambio de las estructuras sociales y políticas, un cambio
brusco que generaba nuevos ganadores y nuevos perdedores en la sociedad; también al impo-
ner un paradigma político y de acumulación diferente al que existía hasta el momento.

Con la Revolución Francesa, la burguesía impuso su modelo político, la república, y su


modelo económico y social, el capitalismo. Asimismo, si bien valores como la libertad y la
igualdad levantados por la Revolución Francesa habían sido bandera de los revolucionarios
norteamericanos, la Revolución Francesa implicó un cambio trascendental, entre otras cosas
por la magnitud y la significación a escala internacional de Francia, a fines del siglo XVIII, res-
pecto del desempeñado por los EEUU veinte años antes. La revolución en los EEUU fue una

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revolución en un lugar marginal del planeta, en una colonia sin demasiada importancia en ese
momento y, por el contrario, la otra fue una revolución que se llevó adelante en el centro neu-
rálgico, político y cultural más importante de Occidente.

Desde un primer momento, la Revolución Francesa marcó un punto de inflexión en relación


con la concepción del mundo, con la forma de entender la política y la vida humana en la medi-
da en que los revolucionarios franceses no legislaron para Francia sino para la humanidad.
Tenían conciencia de que estaban llevando a cabo un cambio trascendente y la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano apuntó a sentar nuevas bases para la especie huma-
na en las cuales, por ejemplo, la esclavitud quedaba eliminada, los hombres al nacer eran igua-
les y libres, no se perdía la libertad por las deudas, etc.

Es consecuencia, la Revolución Francesa dignificó al hombre y planteó el punto de partida


de un conjunto de valores que, hoy en día, nos resultan casi elementales en la sociedad, pero
que, en ese momento, no eran más que un esbozo en la obra intelectual de los pensadores pre-
vios a la revolución.

Estos ideales que planteó la Revolución Francesa no hicieron sino explicitar claramente lo
que había sido el ideario de la burguesía en general ya que en realidad esos ideales de libertad
e igualdad buscaban sentar las nuevas reglas del juego que posibilitaran el desarrollo del mer-
cado y de la república. Igualdad significaba el fin de los privilegios que habían tenido los dos
estamentos más altos de la sociedad feudal, el clero y la aristocracia; implicaba, también, un
ataque frontal a la autoridad monárquica.

La libertad tomó, con la Revolución, un sentido diferente al que se le asignaba anteriormen-


te. La libertad de los antiguos, como bien señaló Benjamín Constant, en su discurso pronuncia-
do en 1818 en la Francia de la Restauración, había sido una libertad en sentido positivo, es
decir, una libertad que implicaba al mismo tiempo la condición de libertad y la condición de
obligación. El hombre libre estaba obligado a hacer ciertas cosas, por ejemplo, el aristócrata no
podía dejar de tener honor, no podía dejar de concurrir a la guerra; el ciudadano ateniense no
podía dejar de participar en el Ágora, en la asamblea popular, o podía confundirse con un escla-
vo; es decir, que aquello que constituía su libertad constituía su condición humana, el hecho de
ser ciudadano le daba derechos políticos a los cuales no podía renunciar. O sea que, si bien por
un lado la libertad implicaba privilegios, por el otro lado, implicaba imposiciones; no se era
libre para hacer determinadas cosas, sino que se estaba obligado a determinadas cosas a partir
de haber sido beneficiado por esa condición de hombre libre.

Por el contrario, en el mundo moderno, y esto es lo que señaló Benjamín Constant, la idea de liber-
tad cambia sustancialmente; es lo que Isaías Berlin denominó libertad negativa y hacía referencia a
un hombre que tenía libertad para hacer ciertas cosas, pero únicamente si quería; es decir, los hom-
bres a partir de la Revolución Francesa eran libres para transitar de un lugar a otro, para desplazar sus
mercaderías, podían adquirir la libertad de sufragar, podían adquirir la libertad de matrimonio, pero
ninguna de estas libertades implicaba una obligación. Se tenían opciones, no obligaciones.

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Dijimos que la Revolución Francesa generó un nuevo orden político y social y sentó las
bases de un nuevo orden económico; ese nuevo orden económico era un proceso que estaba
atravesando toda Europa occidental, y también los EEUU, aunque el foco de mayor irradiación
del nuevo sistema capitalista era Inglaterra. Y fue en Inglaterra, entonces, donde continuó la
reflexión política del liberalismo respecto de cómo analizar la cuestión política y, asimismo, la
reflexión acerca de la situación social creada por la imposición del capitalismo, caracterizada
por la creciente explotación social, la desocupación, la pobreza, las poblaciones cada vez más
divididas, la destrucción de la familia como forma de referencia social.

Los pensadores políticos ingleses de la primera mitad del siglo XIX, por ejemplo, Jeremy
Bentham y James Mill se preguntaban: ¿por qué un sistema que era bueno, generaba resulta-
dos sociales tan malos? ¿Por qué razón, si la teoría del mercado era algo casi natural y era el
punto más evolucionado en la historia de la humanidad, aplicado al sistema productivo produ-
cía creciente cantidad de indigentes? ¿Por qué las pestes se expandían por todas partes? y
¿cómo se podía hacer para revertir, al menos en parte, esa situación? Las respuestas se inspira-
ron, en parte, en la moralidad cristiana de los autores planteando la necesidad de que aquellos
que más tenían, los empresarios, decidieran voluntariamente ganar menos para repartir más;
pero también tenían en claro que el empresario capitalista era un maximizador de riquezas y
que, entonces, voluntariamente no iba a ceder parte de sus ganancias, sino que, por el contra-
rio, iba a tratar de obtener la mayor plusvalía posible de cada uno de sus trabajadores. Se plan-
teó, entonces, otra alternativa, la de una eventual intervención del Estado. Esta última propues-
ta ponía a los pensadores liberales en el vértice opuesto de lo que había sido la línea de refle-
xión constante del liberalismo político hasta ese momento.

Esa idea de recurrir al Estado apareció en la mente de los autores liberales solamente para
ser rechazada de una manera terminante. En primer lugar, plantearon un pensamiento de tipo
utilitarista, es decir, la idea de que el fin máximo que se perseguía en las sociedades era la feli-
cidad y a ella se llegaba a través de una ecuación matemática en la que se debía sumar toda la
felicidad que se producía en una sociedad y restarle todo el dolor; de esa forma se podía apre-
ciar en qué sociedades los sistemas eran más exitosos y en cuáles menos.

Estos autores consideraban que el capitalismo era la sociedad donde los hombres vivían más
felices porque la felicidad se asociaba con la producción de bienes materiales y no había, en
ningún otro modelo productivo anterior, una capacidad de producción de bienes materiales
equivalentes a la que se había generado en el capitalismo. A continuación, la pregunta era por
qué, si en esta sociedad se producía más felicidad que en todas las anteriores, tenía que inter-
venir el Estado para corregir algo que funcionaba perfectamente.

La obtención de la riqueza que implicaba la obtención de felicidad era la finalidad del


empresario capitalista. Si al empresario capitalista se le recortaban los límites para enriquecer-
se o se le ponía algún tipo de traba por parte del Estado, iba a estar menos dispuesto a produ-
cir, a invertir, ya que sabía que el resultado de su trabajo, de su inversión, no iba a estar pre-
miado con justicia, en la medida en que aparecía un factor exógeno, el Estado, para tratar de

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resolver la relación entre trabajadores y patrones. En conclusión, si bien la situación era injus-
ta, no se podía hacer nada porque ello implicaba un retroceso en la historia de la humanidad y
en la capacidad de generar felicidad.

Para esos autores no había ninguna alternativa, el capitalismo se encaminaba hacia un sis-
tema en el cual iban a aparecer dos especies de hombres; una, el hombre ideal, exitoso, que era
el empresario capitalista maximizador de riquezas, y otra, los perdedores que eran la mayoría,
que cada vez iban a ser más, y que iban a estar destinados al fracaso social. Ante esa situación,
la única solución que advertían estaba basada en la reforma política. Por ejemplo, la extensión
del sufragio.

El sufragio, en Inglaterra, hasta 1832, era un derecho al que solamente accedían quienes
pagaban un nivel de tributación muy elevado; es decir, un sufragio censitario con una base muy
elevada, por lo cual, solo los sectores adinerados de la sociedad tenían acceso a la participa-
ción política. Estos autores, entonces, consideraron la extensión del sufragio, pero también
consideraron peligroso que los desposeídos tuvieran en sus manos el arma del voto universal y
que la usaran para modificar un sistema cuyo objetivo es la explotación de los pobres. Sí, podía
realizarse una reforma que le diera acceso al voto a las clases medias y así bajar el nivel de con-
flicto social. Esto era factible porque las clases medias se habían incorporado a la lógica del
sistema y estaban logrando resultados económicos interesantes en el desarrollo de tareas vin-
culadas con los sectores dinámicos de la economía de la época; era una clase media compues-
ta por abogados, profesionales, empleados de cuello blanco, etc.

En la década de 1830, frente al fracaso de una reforma electoral amplia, en Inglaterra, sur-
gió el movimiento cartista, que pedía la sanción de una Carta Constitucional de reforma donde,
entre otras cosas, se sancionara el sufragio universal. El movimiento cartista convocó fabulo-
sas movilizaciones, algunas de más de 500.000 personas, y tuvieron una respuesta unánime por
parte del régimen, con el respaldo de las clases medias y las clases altas, la respuesta fue una
represión violentísima que finalmente logró hacer fracasar la iniciativa. El interrogante consis-
tía en saber hasta cuándo podía sostenerse un ordenamiento político, económico y social que
era profundamente resistido por la mayoría de la población y que solo podía reproducirse a tra-
vés de la fuerza. En este contexto, apareció una nueva oleada de pensadores liberales, uno fue
Alexis de Tocqueville y el otro, John Stuart Mill (segunda mitad del siglo XIX).

El eje de la reflexión que realizaron esos autores tuvo algunos puntos de vista en común,
mientras Mill se colocó en una perspectiva liberal progresista o radical, Tocqueville, que per-
tenecía a una familia aristocrática previa a la Revolución Francesa, adoptó el liberalismo pero,
claramente, tenía un sesgo conservador. Considerando desde dónde miraba las cosas, fue un
excelente lector de la realidad norteamericana y también de la realidad francesa.

Finalizada la Revolución Francesa, se produce la restauración monárquica de los Borbones,


por imposición de las potencias vencedoras de Napoleón Bonaparte en 1815. Pero los cambios
que había producido la Revolución eran enormes y hacían imposible el retorno al pasado.

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Los historiadores han discutido mucho respecto de la periodización más adecuada de la


Revolución Francesa, si debe verse como acontecimiento en sí –por eso la fecha 1789–; si debe
verse como un proceso de larga duración que arrancó un siglo antes y terminó con la
Revolución Rusa, nuevo movimiento revolucionario, pero no con una matriz burguesa, sino
con una matriz proletaria; si debe verse como un proceso centrado en las grandes transforma-
ciones producidas en los diez años que van de 1789 a 1799, cuando Napoleón Bonaparte inte-
gró el Consulado y se abrió paso el sector más conservador de la burguesía francesa.

La Revoluciona Francesa tenía tres ideales básicos libertad, igualdad y fraternidad. La fra-
ternidad hacía referencia a la igualdad entre los hombres por formar parte de la especie huma-
na. El poder político, en el antiguo régimen, era un poder de unos hombres sobre otros hom-
bres; era un poder sin dimensión territorial (se era súbdito, por ejemplo, del rey de Francia
estando en Francia o fuera de ella). El mundo feudal se basó en las relaciones vasalláticas, es
decir, en relaciones personales de lealtad sin predominio del poder territorial. Por el contrario,
en los Estados modernos, el poder era esencialmente territorial; además había una despersona-
lización del poder y de su ejercicio.

Cuando los revolucionarios de 1789 plantearon la idea de fraternidad, consideraron que los
hombres del mundo constituían una hermandad y que la principal obligación que tenían era para
con otros hombres explotados como ellos, no para con los explotadores. Quienes expandieron
esas ideas de la Revolución fueron los ejércitos franceses. Ese factor fue importantísimo y expli-
ca cómo un ejército improvisado, como fue el francés en un primer momento, pudo hacer frente
a ejércitos con gran experiencia como el austriaco, el prusiano o el ruso; es decir, el discurso revo-
lucionario de emancipación actuó como un factor desmovilizador del adversario.

Una vez que la Revolución se consolidó políticamente y que se recuperó el control territo-
rial de Francia, la idea de fraternidad empezó a volverse peligrosa, opuesta a los intereses de
los sectores más reaccionarios de la burguesía; por esta razón, se abandonó la consigna “frater-
nidad” y se la reemplazó por la idea de nacionalidad.

Con la llegada de Napoleón al poder, se constituyó una nueva aristocracia y, posteriormente,


con la restauración borbónica, retornaron los viejos aristócratas. La burguesía, entonces, para
conservar un papel significativo en la política francesa, tuvo que recurrir a una alianza con la aris-
tocracia vieja y la nueva. El nuevo papel de la burguesía francesa era muy distinto al que tenía
antes de 1789, la magnitud de los cambios se advierte en un decreto sancionado por Luis XVIII
en 1818, la Carta Constitucional. Por intermedio de él, se creó un sistema bicameral en el cual
había una cámara a la que se accedía por sufragio restringido o censitario; esa cámara tenía la atri-
bución de votar el censo, es decir que manejaba la política impositiva del gobierno. En conse-
cuencia, a pesar de la restauración monárquica, la burguesía seguía manejando el dinero del
Estado y, por lo tanto, decidiendo, en última instancia, el sentido de las acciones políticas.

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Si bien los elementos conservadores, reaccionarios, estuvieron permanentemente presentes


a lo largo de la historia francesa del siglo XIX, también persistieron los ideales de la
Revolución y muchas veces resurgió el espíritu jacobino y se habló de ideales revolucionarios
traicionados por la acción política. En este contexto apareció la obra de Tocqueville; él publi-
có, en 1830, La democracia en América, y en la década del´50, un excelente trabajo inconclu-
so, titulado El antiguo régimen y la revolución. Son dos tomos, un tomo está escrito por
Tocqueville, el otro es un tomo de notas, apuntes y fuentes que él había recopilado, pero que
no llegó a elaborar. Muchos de los argumentos que presentó en El antiguo régimen y la revo-
lución ya estaban esbozados en La democracia en América. Ese es un libro que ha quedado
como el modelo oficial del sistema político y social norteamericano.

Tocqueville encontró en América un fenómeno que le pareció extraordinario, pero muy peli-
groso: la igualdad. Señaló que en los EEUU se había construido una democracia, pero no porque
hubiese una democracia política, sino porque había una democracia social; al respecto afirmó
“En Europa han proliferado los sabios, los científicos, y todo el mundo se esfuerza por distin-
guirse y diferenciarse. La forma de vestirse de los europeos lleva a que cada uno quiera adoptar
un estilo personal para que lo reconozcan y lo diferencien del resto. Los norteamericanos pare-
cen tener vergüenza de diferenciarse entre sí, y todos quieren pasar desapercibidos. Cuando
alguien intenta diferenciarse, lo acusan de tener un espíritu aristocrático y lo dejan de lado”.

Veía a la sociedad norteamericana como una sociedad que no había dado ningún sabio o
científico u hombre de letras importante y, sin embargo, era una sociedad que había crecido for-
midablemente en el terreno económico; una sociedad en la cual, en la lucha entre los dos gran-
des principios del liberalismo, libertad e igualdad, salió airosa la igualdad. Los norteamerica-
nos aceptan ser iguales, no diferenciarse, pero no aceptarían nunca la aristocracia.

Tocqueville –imbuido de un espíritu de antiguo régimen en el cual el exclusivismo, la dife-


rencia social, la minoría, la elite constituían el alma de la sociedad– vio que en la sociedad nor-
teamericana esos grupos estaban acorralados porque la mayoría estaba presente en todo, defi-
nía los códigos sociales y las pautas de vida. La mayoría dominaba el sistema electoral, la deci-
sión de quiénes iban a ser los comisarios, la designación de los jueces, etc. La sociedad norte-
americana era la lógica del número llevada a todo y el resultado que producía el número era
aplastar los espíritus, aplastar la idea de independencia, y someter al hombre a la dictadura del
conjunto. Se esbozó, entonces, la idea de la tiranía de la mayoría en la cual las minorías podían
ser perseguidas y aplastadas. Tocqueville planteó esto desde la derecha del liberalismo, pero John
Stuart Mill planteó lo mismo desde los sectores radicales de liberalismo.

Tocqueville analizó los beneficios y logros de la sociedad norteamericana que constituyeron


algún tipo de límite ante la lógica del número (la mayoría). Destacó el valor de la libertad de
expresión, desconocida en ese momento en Europa. Asimismo, los norteamericanos habían
generado una sociedad en la cual el Estado tenía un papel muy limitado; fueron muy celosos
de conservar las atribuciones de la esfera de lo privado y poner límites a la expansión del poder
público. Esto generó un espíritu de libre empresa y estabilidad y una sociedad con enorme posi-

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bilidades de ascenso social. Es por esto también que, cuando Marx (1718-1883) analizó la
sociedad norteamericana, vio muy distante la posibilidad de que en EEUU hubiera una revolu-
ción socialista; distinto era el caso de Europa donde existían rémoras de los antiguos privile-
gios, grandes desigualdades, ascenso social frenado, al principio por la aristocracia y luego por
la burguesía consolidada como clase.

Tocqueville consideró que los EEUU alcanzaron ese espíritu por ser una sociedad que nunca
tuvo aristocracia, una sociedad en la cual la igualdad era la norma y no la diferencia y, además, por
los beneficios derivados de ser un territorio marginal dentro del Imperio Británico. Los británicos
no encontraron grandes recursos en la costa este, los recursos se encontraban en la zona central y
hacia la costa oeste; en consecuencia liberaron el territorio para que los perseguidos religiosos y
políticos encontraran un lugar de refugio y dejaron que se autogobernaran con la única condición
de que pagaran impuestos y que guardaran fidelidad al monarca. Esa práctica de autogobierno
hizo que el tránsito de la colonia a la independencia no les resultara muy costoso; cosa muy dife-
rente, señala Tocqueville, a lo sucedido en los países latinoamericanos y en Francia luego de la
Revolución de 1789 donde fue necesario sentar las sociedades sobre nuevas bases políticas y
donde se dieron cambios estructurales económicos muy importantes. Por el contrario, en EEUU
este cambio no tuvo lugar ya que el poder social y económico se mantuvo, antes y después de la
revolución. Asimismo, destacaba Tocqueville que, desde un principio, en los EEUU las autorida-
des fueron electivas, rotativas (nadie desempeñaba un cargo por más de un año), para repartir la
carga pública no se pagaban salarios a los funcionarios (pero los plazos de duración de los manda-
tos eran cortos a los efectos de no perjudicar sus actividades económicas); generalmente se recu-
rría a las asambleas para designar las autoridades, lo que constituyó una práctica de control por
parte de la sociedad que no existió en ningún otro lado.

Tocqueville advirtió que los Padres Fundadores de los EEUU se dieron cuenta de que la lógica
rousseauniana de la asamblea sin representación que de manera directa escogía las autoridades lleva-
ba a la catástrofe porque servía para una comunidad, pero no un país de millones de habitantes; enton-
ces, si bien plantearon su admiración por Rousseau, inmediatamente adoptaron un sistema represen-
tativo. Pero advirtiendo que, para que el sistema representativo funcionara, tenía que representar los
intereses materiales y sociales existentes en la sociedad norteamericana. Así incorporaron los princi-
pios monárquico, aristocrático y democrático dentro de un mismo sistema de gobierno; es decir que,
mientras para los antiguos república, democracia y monarquía eran opciones, para los norteamerica-
nos fueron parte de un andamiaje perfecto donde el poder monárquico se representó en la figura del
presidente, el poder aristocrático en la figura del senado y el poder democrático en la figura de los
diputados. Se estableció el sufragio indirecto para la elección de senadores y se consideraron tres
fuentes de legitimidad: una fuente de legitimidad que era el sufragio popular para la elección de dipu-
tados, otra era la territorial, para la elección de los senadores (de ese modo las personas más ricas o
poderosas de cada estado podían operar sobre los electores para conseguir ser elegidos ellos o sus
representantes) y finalmente el sufragio indirecto para la elección de presidente. De ese modo, se
garantizaba que los pobres no pudieran llegar al gobierno; el sufragio, si bien se proclamaba univer-
sal, tenía una base censitaria y recién en la década de 1820 el sufragio se vuelve efectivamente uni-
versal; de todas formas, sufragio universal en EEUU quería decir exclusión de los negros.

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El concepto de los padres fundadores que analizó Tocqueville planteaba, entonces, que en
la sociedad siempre había lucha intereses, por ejemplo, socioeconómicos. Si las instituciones
eran capaces de incorporar esa lucha económica y generar un sistema político que expresara el
equilibrio de los distintos sectores sociales, el sistema iba a ser exitoso, si no lo conseguía, el
sistema iba a fracasar. De allí la utilización de los tres principios mencionados en tres institu-
ciones que debían actuar en forma coordinada. Además, previendo algún eventual desequili-
brio, por ejemplo, la votación de leyes que perjudicasen la propiedad, quedaba un reaseguro en
el rol que desempeñaba el Poder Judicial en los EEUU (que no había desempeñado en Europa)
consistente en el hecho de que el poder judicial era el tutor de la Constitución; por lo tanto, los
jueces solo aplicaban las leyes en la medida en que consideraran que estas se adaptaban al espí-
ritu de la Constitución norteamericana. De este modo, el sistema se consolidó porque ese equi-
librio que se daba en la estructura social, se traducía en la práctica política y tenía un reasegu-
ro que estaba dado por la división de poderes y por el Poder Judicial. Esto era lo que admira-
ba Tocqueville; pero él, igualmente, tenía temor de que esa ingeniería pudiera verse resentida
por el ejercicio de la demagogia en una sociedad donde la lucha religiosa y la lucha política de
los colonos contra la aristocracia inglesa había creado un espíritu plebeyo y antiaristocrático
que valoraba más la igualdad que la libertad.

7. Sufragio universal y partidos de masas

A medida que fueron creciendo, en el siglo XIX, las sociedades industriales, se profundi-
zaron los conflictos de clase, se consolidaron –a pesar de las prohibiciones– los sindicatos
obreros y se difundieron marcos ideológicos revolucionarios como el anarquismo y el marxis-
mo. Asimismo, el escenario de personas individuales participando de la política, característico
de la política notabilar, se convirtió progresivamente en un escenario donde los individuos fue-
ron reemplazados o empezaron a convivir con las masas urbanas 27.

A partir de mediados del siglo XIX la cuestión de la masa, es decir, de tener que gobernar
sociedades de cientos de miles o de millones de personas, comenzó a convertirse en una pro-
blemática para quienes intentaban ejercer la representación política.

A la burguesía la idea de individuo le resultaba instrumental. Los empresarios actuaban


públicamente a título personal. Frente a la acción individual de la burguesía, se oponía la
acción colectiva de aquellos que no eran identificables, pero cuyos intereses eran similares. Los
obreros de las fábricas no solo se tuvieron que adaptar a una nueva forma de organización del
trabajo sino que, además, perdieron toda posibilidad de individuación y resultaron fácilmente
intercambiables a medida que avanzaba la incorporación de tecnología en los procesos produc-
tivos. Los obreros aprendieron en la fábrica a descubrir que los problemas personales (los sala-

27
En la etapa notabilar, la lógica del individualismo que caracterizaba al liberalismo se extendía a la política. Los políticos eran claramente
individualizables, pero también lo eran sus electores. La política no precisaba de un programa, simplemente se trataba de una delegación per-
sonal de confianza respecto del elegido; pero ese representante tenía límites, tenía que tomar las decisiones que beneficiaran a sus electores
porque, en caso contrario, estos podían no volver a votarlo o reprocharlo públicamente o, incluso, agredirlo.

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rios que no alcanzaban, la incertidumbre sobre el futuro, la falta de un proyecto alternativo) no


eran problemas propios, sino que se repetían en cada uno de sus compañeros de trabajo.
También comprendieron que nada se conseguía de manera individual. La transformación social
y política requería una acción coordinada y colectiva. En consecuencia, los obreros formaron
sindicatos, primero clandestinos, luego imponiéndose por la fuerza.

La organización de los sindicatos requería un marco ideológico; y, en ese sentido, el clasis-


mo, ya sea través del socialismo revolucionario, del anarquismo o del propio sindicalismo, fue
clave. El concepto de clase fue asumido por los obreros porque ellos no se podían asumir como
individuos, porque sus condiciones de vida no eran las condiciones de vida que rodeaban a la bur-
guesía. Entonces, dos lógicas sociales comenzaron a confrontar desde mediados del siglo XIX.
En la primera mitad de dicho siglo, los sindicatos habían sido prohibidos sistemáticamente por-
que se pensaba que eran una fuente de disturbios y que eran peligrosos porque constituían una
forma de organización que permitía que los obreros actuaran de manera articulada; como conse-
cuencia, la represión era la clave con la cual se consolidaba el poder. Por lo tanto, sufragio res-
tringido, política para muy pocos, represión para cualquier intento de organización colectiva que
intentaran llevar adelante los obreros, conformaban la receta más aplicada.

Pero a partir de mediados de siglo, la situación empieza a invertirse ya que la idea de masa,
de multitud, comienza a incorporarse al pensamiento sociológico. Las masas presentaban algo
de desafiante, algo de incodificable para las perspectivas de la burguesía y para las perspecti-
vas de la dirigencia política. Hablaban otro idioma, tenían otro estilo de vida, se organizaban de
otras maneras. El problema de cómo contener a las masas, de cómo subordinarlas, cómo discipli-
narlas al orden político, cómo integrarlas dentro de un sistema donde la burguesía y la aristocracia
detentaran la hegemonía, constituyó un desafío enorme que se plantearon las clases dirigentes.

Hacia mediados del siglo, empezaron a advertir una cuestión que tiene actualidad todavía:
el hecho de que los obreros aislados podían llevar adelante cualquier tipo de acción violenta
contra la propiedad y generar un clima de anarquía en la sociedad, pero los obreros organiza-
dos, si bien podían contar con fuerza para profundizar sus reclamos, también podían ser coop-
tados por el poder para garantizar un disciplinamiento de las clases subalternas.

Asimismo, a partir de mediados del siglo XIX, se elaboran las teorías de la burocracia sin-
dical, es decir, el intento por parte del Estado de cooptar a la dirigencia sindical para que, en
lugar de impulsar a los obreros a llevar hasta el extremo sus reclamos y alcanzar una solución
revolucionaria que transformara las bases del sistema, generaran una política de consenso, de
integración ordenada de los trabajadores de manera subordinada dentro de un sistema de domi-
nación que, en realidad, los perjudicaba.

Las sociedades industriales europeas del siglo XIX eran contextos muy poco pacíficos, los
niveles de delincuencia eran muy elevados. Por ello, la burguesía comenzó a sentirse insegura
y los políticos a sentirse más débiles en la medida en que su única base de sustentación era el
voto burgués; volvió, entonces, a la escena la cuestión del sufragio universal.

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Si el sufragio universal era producto de las luchas obreras o de la imposición de las organi-
zaciones clasistas de los obreros, ese derecho iba a ser utilizarlo en su propio beneficio, expre-
sándose inmediatamente, esa conquista, en una modificación del equilibrio político. Si, por el
contrario, el sufragio universal era presentado como una concesión; si las dirigencias políticas
se anticipaban a los reclamos otorgándolo, se podían elaborar mecanismos de cooptación que
posibilitaran que esos obreros integrados a la sociedad, a partir de la conquista de derechos
políticos, no actuaran necesariamente siguiendo sus intereses de clase, sino que aceptaran inte-
grarse subordinadamente a un orden que generosamente les abría sus puertas. En este sentido,
fueron importantísimos los aportes de la sociología.

La sociología venía a ocupar el papel que la religión había ocupado en las sociedades anti-
guas, es decir, el rol de articulador social, posibilitando una articulación jerárquica de las socie-
dades, asignando a cada uno un lugar en el mundo de acuerdo con sus orígenes, sus caracterís-
ticas étnicas o culturales.

Las religiones habían enseñado que cada persona debía aceptar el lugar que tenía en la socie-
dad dado que era un designio de Dios. Pero con las migraciones urbanas, el desarrollo de la
sociedad industrial, la expansión del socialismo y del anarquismo, resultó indispensable gene-
rar otro tipo de instrumento de contención social. Fue a partir del avance de la sociología de
las organizaciones que los sindicatos pasaron de ser vistos como una forma de organización sis-
temáticamente mala, peligrosa desde la perspectiva del orden burgués, a ser vistos como una
herramienta de dominación, apropiada para la reproducción y la consolidación del orden bur-
gués. En el siglo XIX, entonces, la sociología fue designada como la ciencia del control social;
su objetivo era rutinizar la dominación y, para eso, debió elaborar las instituciones apropiadas
que posibilitaran una consolidación del lazo social en sociedades donde las condiciones de
sobreexplotación podían provocar un estallido del orden social y la anarquía, o su reemplazo
por otro orden social.

Durkheim advirtió que el mundo europeo de la industrialización era un mundo desencanta-


do, sin religión, un mundo donde las relaciones sociales se habían vuelto violentas. La religión
en el pasado había permitido establecer vínculos sociales, formas de integración colectivas; el
sacerdote era el notable de cada comunidad, la iglesia o la parroquia era el lugar de reunión
común. La sociedad industrial imponía relaciones impersonales, la familia tradicional desapa-
recía, los hombres iban hacia los lugares donde había fuentes de trabajo y las mujeres también,
el campesino no solo perdía su hábitat natural cuando debía migrar del campo a la ciudad, tam-
bién perdía el derecho a tener su vivienda, su porción de tierra; lo único que intensificaba era
su pobreza, su inseguridad; era lanzado sin red de un mundo rural –enmarcado por la tradición
y la religión– a un mundo urbano que desconocía, para el cual no estaba preparado, que le
imponía reglas de juego que no comprendía. Resultaba indispensable, desde la perspectiva de
quienes conducían el proceso económico y se beneficiaban con él, controlar esta gigantesca
marea social que todavía no había estallado; generar orden para “progresar”.

Las ideas de multitud y de masa empezaron a invadir el discurso de la sociología y a tradu-

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cirse en un discurso político. Por ejemplo, Durkheim descubrió que, cuando una persona esta-
ba sola, hacía un cierto uso de la racionalidad y tenía en claro las cosas que haría y las cosas
que no haría nunca. Pero cuando una persona estaba en un ámbito colectivo, se producía un
fenómeno que él denomina acción colectiva, por el cual se encontraba sorpresivamente levan-
tando consignas o teniendo actitudes que no podía explicar; perdía su individuación, su racio-
nalidad. Es decir que en el contexto de la multitud la individualidad se disolvía.

La acción colectiva, la subsunción en la multitud, podía generar conductas violentas Por esa
razón, la sociología se planteó cómo contrarrestar la violencia, el descontrol y la pérdida de la
individualidad elaborando instituciones que garantizaran el orden social. Durkheim, por ejem-
plo, confiaba en una institución que denominaba corporación. Mientras el sindicato expresa-
ba un interés de clase y, en consecuencia, llevaba naturalmente al conflicto, la corporación
nucleaba a obreros y patrones en un mismo ámbito obligándolos a generar algún tipo de con-
senso, trocando el conflicto de clases en colaboración.

Otras herramientas fundamentales para comprender cómo las multitudes desorganizadas y


privadas del sufragio se transforman en masas organizadas en un contexto de sufragio univer-
sal eran la escuela y la cárcel. Surgieron juntas, tenían la misma forma de organización (jerar-
quías, sanciones), su objetivo era el mismo: enseñar a obedecer, enseñar a aceptar el lugar que
a uno le había tocado en el mundo y aceptar una serie de valores como naturales.

Asimismo, la escuela fue concebida como una fábrica de nacionalidad y cumplió, por lo tanto,
un rol muy importante en el proceso de construcción de las nacionalidades que se desarrolló en
la segunda mitad de siglo XIX. Progresivamente el ideal de fraternidad de la Revolución Francesa
fue reemplazado por la idea de nación (pasado y valores comunes, estilo de vida propio, próce-
res, bandera, etc., compartidos y que nos diferencian radicalmente de los demás). Se promo-
vieron determinados valores como la honorabilidad, el patriotismo, la disciplina, el ahorro. Se
estimularon las rivalidades con las otras naciones y, al mismo tiempo, la idea de que dentro de
una sociedad debía existir un sólido lazo social más allá de las diferencias y de las relaciones
que se establecían entre los grupos porque, en última instancia, debía primar la idea de nación.
En las naciones europeas, la invención de las nacionalidades fue de la mano de la última etapa
del proceso de expansión imperial. Fue un momento de nacionalismos exacerbados que partie-
ron de la diferenciación del otro y de la elaboración de hipótesis de conflicto permanente con
los países vecinos y que desembocó en la Gran Guerra de 1914-18.

Junto con la aparición de las sociedades de masas y del sufragio universal, a fines del siglo
XIX, surgieron los partidos de masas, que debían ser capaces de expresar los intereses colecti-
vos, en un sistema de sufragio universal.

Frente a la concesión del sufragio universal, el anarquismo no tuvo dudas, lo consideró un


instrumento de cooptación disciplinar de la burguesía sobre la clase obrera; planteó que había
que darle la espalda y que la verdadera lucha y única forma posible de organización era la lucha

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sindical y la destrucción de toda forma de Estado, en la medida en que cualquier Estado impli-
caba una forma de dominación del hombre por el hombre.

Desde el socialismo, en cambio, se plantearon ciertas dudas ¿Qué hacer? ¿El sufragio uni-
versal era una forma de cooptación que iba a enajenar la capacidad revolucionaria de los par-
tidos de izquierda, que los iba a convertir en partidos defensores del sistema, despojados de sus
ideales revolucionarios?, o por el contrario, ¿era el reconocimiento de la burguesía de su nece-
sidad de anticiparse a una ofensiva obrera que no iba a poder resistir? La burguesía nunca rega-
laba nada, así que, si concedía una capacidad de participación importante en el proceso de
selección de autoridades, debía ser porque el movimiento obrero se estaba consolidando y los
atemorizaba la expansión de sus ideologías. ¿Qué había que hacer, entonces? ¿Rechazar esa
conquista presentada como concesión o, por el contrario, organizar partidos revolucionarios y
que esos partidos participaran en las elecciones?

La mayoría de los grupos socialistas europeos optó por participar en los sistemas electora-
les, surgieron así los partidos socialdemócratas de sólida organización interna y programas parti-
darios que los dirigentes debían cumplir estrictamente. Estos programas expresaban una ideolo-
gía y eran la clave a partir de la cual debían argumentarse las diversas tomas de posición o el
accionar partidario. Asimismo, la prensa partidaria fue un importante instrumento de difusión de
ideología; los artículos teóricos intentaban generar una “contraescuela” que le permitiera a los
obreros emanciparse, crecer culturalmente, identificar sus intereses.

Estos partidos fueron conquistando bancas progresivamente y a pesar de la “ingeniería elec-


toral” que trataba de impedirlo (se definían circunscripciones de manera caprichosa de modo
tal que tenían el mismo número de representantes ámbitos burgueses o aristocráticos con pocos
habitantes que áreas proletarias densamente pobladas).

A menudo los gobiernos europeos, por ejemplo el caso de Bismarck en Alemania, se antici-
paron instalando algunos derechos sociales o laborales (recorte de la jornada laboral, derechos
relativos a la maternidad y a las mujeres) tratando de hacer creer a los obreros que su situación
podía modificarse a partir de una reforma progresiva dentro de la normativa.

Había, entonces, cooptación, represión, acción psicológica, acción intelectual, que se fueron
combinando para posibilitar la estabilidad de un sistema que, pese a que estaba integrado por
mayorías obreras, seguía conducido por una dirigencia burguesa aliada a la aristocracia.

Los partidos socialistas eran partidos de masas, pero que todavía llamaban al desarrollo de
la capacidad crítica racional de sus militantes. El hecho de tener que contrastar y justificar las
decisiones que tomaba la dirigencia, de presentarlas como el producto de un largo proceso de
debate interno de las distintas células que componían ese partido y luego de justificarlas sobre
sus basamentos teóricos implicaba que la racionalidad de cada uno de los militantes era consi-
derada una capacidad fundamental. Los partidos de izquierda no pudieron advertir que las

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masas no actuaban necesariamente por racionalidad, sino que actuaban a menudo por emoción,
y esto va a quedar en claro por primera vez con la decisión que toman los obreros de enrolar-
se masivamente en las filas de los ejércitos burgueses para defender el ideal de nación.

8. El Estado en acción

Como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la gran depresión


económica de los años treinta, aparecieron nuevas dimensiones del Estado. La necesidad de
organizar miles de hombres y bienes, primero, el desafío planteado por la aparición de un
nuevo modelo socioeconómico en la Unión Soviética, luego, y en los países de economía libe-
ral, la necesidad de hallar respuestas a la grave crisis económica que azotó al sistema capitalis-
ta, dieron lugar a una creciente centralización de los poderes gubernamentales.

Dichos procesos convergieron, en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, en una


intervención creciente del Estado en las economías nacionales, la cual revistió la forma de un
control directo del proceso de inversión y de reparto de bienes en las llamadas economías
socialistas y de una gestión indirecta en el proceso de crecimiento y desarrollo económico en
las economías llamadas liberales. El análisis de dichos procesos permite afirmar que el Estado
intervino en la esfera económica, aunque esta intervención revistió formas sensiblemente
diferentes según las épocas y los sistemas económicos.

Tanto el Estado de Bienestar en el mundo occidental como el Estado Tutelar en el llama-


do campo socialista lograron alcanzar un papel decisivo en la organización de la sociedad, en
la promoción del desarrollo y en el arbitraje de los conflictos sociales; funciones que, poste-
riormente, fueron desafiadas.

El Estado frente a la Primera Guerra Mundial y la crisis de 1929

La Primera Guerra Mundial produjo un fuerte impacto en las sociedades, las economías y
los gobiernos de los países beligerantes y también, aunque en menor medida, en aquellos que
permanecieron neutrales. La necesidad de movilizar todos los recursos humanos y económicos
poniéndolos al servicio de los objetivos bélicos produjo, como hemos dicho, una creciente cen-
tralización de las actividades y las decisiones, una mayor reglamentación de la economía y,
asimismo, una manipulación de la opinión pública a los efectos de contar con su apoyo.

El capitalismo se había basado hasta ese momento, en líneas generales, en un Estado cuyas
funciones fundamentales eran crear y sostener el marco jurídico y político para que actuaran
libremente las fuerzas del mercado. Adam Smith, al decir de John Galbraith “profeta de las rea-
lizaciones” de la Revolución Industrial y “autor de sus reglas orientadoras”28, decía que el

32
Galbraith, J.K. Historia de la Economía. Buenos Aires: Ariel, 1993, p. 72.

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Estado solo tenía tres funciones que cumplir: “… primero, el deber de proteger a la sociedad
de la violencia y la invasión de otras sociedades independientes; segundo, el deber de proteger,
en la medida de lo posible, a cada miembro de la sociedad de la injusticia o la opresión por
parte de cualquier otro miembro de esta, o el deber de establecer una administración de justi-
cia imparcial; y tercero, el deber de hacer realidad y conservar ciertas obras públicas y ciertas
instituciones públicas, que nunca un individuo, o unos pocos tendrán interés en hacer realidad
y conservar…”29.

Ese Estado fue ganando terreno, como hemos dicho, a partir del inicio de la Gran Guerra y
fueron surgiendo economías planificadas en la medida en que los gobiernos fueron controlan-
do precios y salarios, impusieron sistemas de racionamiento de los productos esenciales, regu-
laron el comercio exterior, establecieron impuestos “patrióticos” (forzados), nacionalizaron los
sistemas de transportes, controlaron la producción de bienes indispensables para hacer frente
al conflicto bélico y establecieron, en algunos casos, el empleo obligatorio de la mano de obra.

Una vez finalizado el conflicto, se intentó volver al pasado, pero pronto los gobiernos se vie-
ron incapacitados de hacer frente a la crisis económica originada en los Estados Unidos de
Norteamérica en 1929, y tuvieron que volver a la acción. El clásico remedio liberal de dejar
que el mercado reestableciera “naturalmente” el equilibrio no daba resultado; la crisis no hacía
más que agravarse 30.

“Una reacción fue la creciente actividad gubernamental en la economía, incluso en los paí-
ses como Estados Unidos que contaban con una firme tradición económica de laissez faire.
Otro efecto fue el que se produjera un renovado interés por las doctrinas marxistas, conside-
rando que Marx había predicho que el capitalismo se autodestruiría a causa de la sobreproduc-
ción. El comunismo devino popular, sobre todo, entre intelectuales y obreros. Por último la
Gran Depresión incrementó el atractivo de las simplistas soluciones dictatoriales, en particular
las de un nuevo movimiento conocido como fascismo. Por toda Europa, la democracia parecía
estar a la defensiva en la década de 1930” 31.

El arsenal intervencionista utilizado por los Estados, independientemente de su signo polí-


tico, se basó fundamentalmente en controles de cambio, devaluaciones, políticas monetarias
activas para adecuar la oferta monetaria a la necesidad de reactivación de las economías, ini-
cialmente compra de los excedentes de producción para evitar que continuaran las quiebras de
productores y, luego, adecuación de la producción a la demanda, creación de nuevos impues-
tos, aumentos de salarios para aumentar la demanda, políticas de crédito para reactivar el con-
sumo, creación de empleo, especialmente a través de obras públicas.

33
Smith, A. La riqueza de las naciones. T. II, pp. 687-88.
34
Las primeras manifestaciones de la gestión redistributiva se encuentran en la Alemania de Bismark (fines del siglo XIX). Como consecuen-
cia de la crisis de 1929, las instituciones estatales adquirieron especial significación. La fundamentación teórica desde el punto de vista eco-
nómico se puede encontrar en la obra de J. M. Keynes, Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero. El paradigma keynesiano atri-
buyó un papel central al Estado. La gestión privada ya no era el único motor de crecimiento.
35
Spielvogel, J. Civilizaciones de Occidente. México: Thomson, 1999. Vol. II, p. 926.

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Asimismo, en los años 30, el capitalismo comenzó a mostrar un aspecto “benefactor”, desem-
peñando una tarea de reparación de las injusticias, de asistencia a los excluidos sociales. Esa acti-
tud era producto del miedo a una alternativa de cambio social ya que el sistema había dejado a
miles de desempleados en sociedades de trabajadores, como EEUU, o que habían alcanzado un
desarrollo industrial importante, como el caso de Alemania o Francia; sociedades donde los tra-
bajadores tenían gran poder a partir del alto nivel de sindicalización y maduración ideológica.
Al mismo tiempo, es necesario considerar la existencia de un sistema comunista que, más allá
de las contradicciones entre la teoría y la práctica, implicaba la construcción de un nuevo
Estado. Esos dos elementos, la crisis del capitalismo y la existencia de otro orden, llevaron al
capitalismo a adoptar una vertiente más benéfica y a aceptar como natural el intervencionismo
estatal.

Los Estados autoritarios y totalitarios

En la década de 1920 solo algunos países mantenían sistemas políticos que podrían carac-
terizarse como democracias liberales, por ejemplo, Gran Bretaña, Francia, los Países Bajos y
los países escandinavos. En Alemania e Italia se habían impuesto el nazismo y el fascismo, res-
pectivamente y en la Unión Soviética, de la mano de Stalin (1879-1953), un estado autoritario.
También predominaban las estructuras políticas autoritarias en Europa central.

“Los regímenes totalitarios (…) ampliaron las funciones y el poder del Estado central más
allá de lo que se había dado en el pasado. (…) El Estado totalitario moderno tal vez haya
comenzado como una dictadura política al estilo antiguo, pero pronto superó el ideal de la obe-
diencia pasiva que una dictadura tradicional o una monarquía autoritaria esperaban. Los nue-
vos ‘estados totalitarios’ esperaban encontrar una lealtad activa y un compromiso de los ciuda-
danos con los objetivos del régimen. Utilizaron las modernas técnicas de propaganda masiva y
las comunicaciones modernas de gran velocidad para conquistar las mentes y los corazones de
los sujetos. El estado totalitario pretendía controlar no solo los aspectos políticos, económicos
y sociales de la vida, sino también las cuestiones intelectuales y culturales. Pero ese control
también tenía un propósito: el compromiso activo de las masas en la consecución de los obje-
tivos del gobierno, ya sea que estos fueran el triunfo en la guerra, el establecimiento de un esta-
do socialista o el de un Reich de mil años. El Estado totalitario moderno debería ser conduci-
do por un único líder y un solo partido. Rechazaba despiadadamente el ideal liberal de un
gobierno de poder limitado y que respetara las garantías constitucionales de las libertades indi-
viduales. De hecho, la libertad individual debería estar subordinada a la voluntad colectiva de
las masas, (…). (…) el totalitarismo pudo y de hecho existió en los que se concebirían como
regímenes de extrema derecha y de extrema izquierda”32.

36
Lettieri, A. La civilización en debate. Buenos Aires: Prometeo, 2004, pp. 179-181.

131
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En el caso puntual del fascismo, hería el individualismo, negaba la racionalidad, se susten-


taba en las emociones, en la potencia, en la virilidad, en la fuerza, en la ocupación del espacio.
Era fundamental poner la gente en la calle porque movilizarla daba sensación de poder. No
cuestionaba la propiedad privada y planteaba el fortalecimiento de un Estado que funcionaba
como árbitro de las estructuras económicas. Otro elemento importante era la idea de una socie-
dad jerarquizada donde existían distintos grupos sociales que cumplían diferentes funciones
pero que debían relacionarse armónicamente. Asimismo, la nacionalidad era un elemento cons-
titutivo y la valorización del elemento nacionalista condujo a la guerra porque ese era el terre-
no en el que se probaba la dignidad, la potencialidad.

En síntesis, entre las principales ideas del fascismo mencionamos:

Totalitarismo Nada debe existir sobre el Estado, fuera del Estado o contra el Estado.
Nacionalismo La nación es la forma social más elevada que ha creado la raza humana. Posee
vida y alma propia. No puede existir una armonía de intereses verdadera entre
dos o más pueblos distintos.
(Este tipo de nacionalismo es considerado irracional y violento)
Autoritarismo La soberanía del Estado es absoluta. El ciudadano no tiene derechos, solo
tiene deberes. “Lo que necesitan las naciones no es libertad sino trabajo,
orden y prosperidad”. “La libertad es un cadáver putrefacto, un dogma gasta-
do de la Revolución Francesa” (B. Mussolini, 1883-1945).
Militarismo La lucha es el origen de todas las cosas. Las naciones que no se expanden se
debilitan. La guerra exalta al hombre y regenera a los pueblos perezosos y
decadentes.

En Alemania la versión fascista –el Nazismo– fue terriblemente autoritaria. El irracionalis-


mo alcanzó su punto máximo al adoptar las teorías racistas y postular una supuesta superiori-
dad aria; además de las políticas antisemitas que culminaron en un genocidio.

El Estado y la Revolución Rusa

Con la Revolución Rusa de 1917 apareció el Estado total. “En algunos de sus trabajos teó-
ricos previos a la revolución, tales como El Estado y la revolución, Lenin aceptaba la idea de
Marx en el sentido de que el Estado era una herramienta de dominación de una clase sobre
otra, pero, simultáneamente, planteaba que la disolución del Estado no podría ser inmediata.
Por el contrario, durante algún tiempo la Revolución necesitaría de la existencia de un Estado
revolucionario, en cuyo seno se establecería un régimen de Dictadura del Proletariado, cuya
función sería la de sentar las bases de una nueva sociedad, para recién después desaparecer.
De hecho, otra de las críticas que se le hacen el régimen soviético es que, para 1990, el Estado
todavía no había desaparecido. Por el contrario, a lo largo de varias décadas se había verifi-
cado su consolidación, el agigantamiento constante del Estado, con una injerencia cada vez
mayor dentro de la vida cotidiana de las personas y de las estructuras sociales.

132
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(…) la Revolución Rusa puede ser considerada (…) como una imposición por parte de una
vanguardia que organizó una dictadura política y un Estado autoritario a su medida.
(…) desde las primeras etapas de la revolución, la vanguardia de los dirigentes no se pre-
ocupó por implementar ninguna forma de representación o de expresión masiva (…) como por
ejemplo, el sufragio popular, plebiscitos, etc.
(…) Ese orden autoritario se fue prolongando en el tiempo”33.

Con la llegada de Stalin al poder –1924–, bajo el impulso del partido único se implantaron
nuevas formas de administración de la economía y de distribución de los bienes e ingresos.
Suprimida la propiedad privada, todos los bienes productivos, tierra, fábricas, minas, vías de
comunicación, estaban puestos a disposición del Estado que fijaba necesidades, determinaba
los medios para satisfacerlas y establecía los planes que regulaban la actividad económica.

9. El Estado de Bienestar

A partir de la segunda posguerra, el Estado asumió nuevas funciones y amplió las que ya
tenía. Por lo menos hasta principios de la década de 1970, tuvieron vigencia tres principios: la
obligación de ayudar a las personas sin ingresos o afectadas por alguna desgracia, la importancia
de la economía mixta34 y una política macroeconómica basada en el pleno empleo y el crecimien-
to económico. Asimismo, la educación y la salud se consideraron sectores claves para el desarro-
llo de un país. Como consecuencia creció el sector público, tanto en los países desarrollados como
en los países en desarrollo.

Así surgió el Estado de Bienestar o Estado Benefactor que “consiste en un conjunto de ins-
tituciones públicas, supuestamente destinado a elevar la calidad de vida de la fuerza o de la pobla-
ción en su conjunto y a reducir las diferencias sociales ocasionadas por el funcionamiento del mer-
cado” (Isuani, E.A. El Estado Benefactor, un paradigma en crisis. Buenos Aires: 1991).

El Estado Benefactor no niega los valores del Estado democrático-liberal35, sino que preten-
de “hacerlos más efectivos, dándoles una raíz y un contenido material y partiendo de la base
de que individuo y sociedad no son categorías aisladas y contradictorias…”36.

“Mientras que en los siglos XVIII y XIX se pensaba que la libertad era una exigencia de la
dignidad humana, ahora se piensa que la dignidad humana (materializada en supuestos socioe-
conómicos) es una condición para el ejercicio de la libertad. La seguridad formal tiene, para
los defensores de esta idea, que ir acompañada de la seguridad material; esto significa básica-

33
Lettieri, A. La civilización en debate. Buenos Aires: Prometeo, 2004, pp. 179-181.
34
Esta idea condujo, en muchos casos, a la nacionalización de industrias o recursos considerados estratégicos, por ejemplo el carbón, los
transportes, las comunicaciones, la siderurgia39. Libertad, propiedad individual, igualdad, seguridad jurídica y participación de los ciudadanos
a través del sufragio.
35
Garau, E. “Un poco de historia acerca del Estado de Bienestar”. En: Occidente y su legado. Una historia. Buenos Aires: Temas, 2003, vol.II.

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mente, la seguridad en el empleo, el salario mínimo, la atención médica. La seguridad jurídica


y la igualdad ante la ley han de ser complementadas con la seguridad de unas condiciones vita-
les mínimas y con una corrección de las desigualdades económico-sociales”37/38.

“La crisis de los años 70 puso en cuestión los postulados del Estado Benefactor. Las mani-
festaciones más notorias de dicha crisis, el fin del crecimiento económico sostenido, la infla-
ción, los problemas fiscales, el aumento de la desocupación, han potenciado las críticas tanto
desde la derecha conservadora como desde la izquierda marxista”39. Desde la derecha neo-con-
servadora, por ejemplo, se dice –entre otros argumentos– que impide que las fuerzas del mer-
cado funcionen apropiadamente porque las cargas fiscales y las reglamentaciones no incenti-
van la inversión. También se hace referencia al crecimiento desmesurado del aparato estatal
sobrecargado de demandas que no puede satisfacer. La solución propuesta, volver al laissez
faire, conteniendo el gasto público y renunciando a los mecanismos intervencionistas.40 Desde
la izquierda se sostiene que el Estado de Bienestar es ineficaz e ineficiente (se propone estabi-
lizar, no cambiar la sociedad), represivo (reciben los beneficios quienes aceptan las pautas
dominantes de la sociedad) y que ejerce un control ideológico político sobre la clase obrera
(afecta la conciencia y la organización obreras)41.

Crisis del Estado Benefactor

Desde su nacimiento el sistema de bienestar tuvo como propósito crear redes de protección
para evitar la conflictividad social. En los países occidentales jugó también un papel de pre-
vención política ante la influencia de los rivales del bloque soviético, en medio de la Guerra
Fría. El sistema creció al ritmo del acelerado desarrollo de las economías occidentales pero el
panorama comenzó a cambiar con la crisis de los años setenta, la reducción de ganancias y el
estancamiento de la productividad.
El crecimiento de la deuda pública de los países desarrollados obligó al recorte de los gastos socia-
les a efectos de reducir los desequilibrios fiscales. Asimismo, resultaron factores negativos el aumen-
to de las expectativas de vida, la caída demográfica y la disminución de la relación entre la población
activa y la pasiva. Paralelamente, el aumento de la desocupación, redujo los aportes laborales. Los
cambios políticos y culturales de las últimas décadas mostraron que la fuerza de los sindicatos y los
grupos políticos que, habían promovido el Estado Benefactor se han debilitado y que ha desapareci-
do la amenaza soviética. Por otra parte, las grandes empresas del mundo globalizado sostienen que
si no continúa la reducción de las prestaciones del bienestar y los costos que ellas significan, los capi-
tales continuarán emigrando hacia mercados con menos costos laborales y menores regulaciones y
así se seguirán perdiendo empleos.

37
Id. op. cit..
38
Entre las medidas para corregir las desigualdades económico-sociales podemos mencionar: seguro de desempleo, pensiones y asignaciones
familiares, subsidios a los productos de consumo básico, programas de asistencia alimentaria, prestación de servicios de educación y salud,
legislación laboral protectora, protección del medio ambiente, de la calidad de los productos y de los servicios.
39
Garau, E. op.cit.
40
Ver Offe, Claus , Contradicciones en el Estado de Bienestar, México: 1991.
41
Ver Garau, E. op. cit.

134
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Lo concreto es que desde los 80, a partir de las gestiones de Margaret Thatcher en Gran
Bretaña y Ronald Regan en Estados Unidos y sus respectivas influencias en todo el mundo, el
Estado, desarticulado, privatizado, fue abandonando su acción social. Quedan algunos interro-
gantes: “¿Quién atenderá las exigencias de la salud, la educación, la seguridad social y el empleo?
¿Cuál será la tarea futura más importante para el Estado en una sociedad globalizada?”42.

10. Crisis y perspectivas del Estado-nación

La crisis del Estado-nación es un fenómeno relativamente reciente cuya aceleración


aumenta a medida que las condiciones que la provocaron se agudizan. En la raíz de este fenó-
meno se hallan las perturbaciones que afectaron al mundo a partir de los años setenta y las rela-
ciones de fuerzas que fueron conformándose en las esferas del poder y de la ideología.

El primer factor de crisis fue el choque petrolero de principios de los setenta que, en la rea-
lidad, ocultó un conjunto de transformaciones aún más profundas de la economía mundial.
Estas transformaciones desencadenaron un proceso de paralización del Estado de Bienestar en
el mundo occidental mientras que la internacionalización del capital comenzaba a afectar en su
raíz el asentamiento histórico del Estado-nación.

El segundo factor de crisis fue el desplome del llamado campo socialista, en sus dimensio-
nes política, económica y militar, el cual resultó de la incapacidad de sus dirigentes para ins-
trumentar respuestas a las crecientes contradicciones de las respectivas economías. Estas per-
turbaciones fueron socavando las funciones que el Estado Tutelar había logrado asumir en
aquellas sociedades mientras que se desagregaban las superestructuras plurinacionales impues-
tas por el poder soviético.

El tercer factor de crisis fue la inmensa ofensiva ideológica contra el Estado que desenca-
denaron los medios políticos, académicos y de prensa más apegados al capitalismo avanzado.
Esta ofensiva, que impugna el papel del Estado en todas sus dimensiones, socava los funda-
mentos políticos, sociales y culturales del Estado-nación.

La crisis petrolera de 1973 y sus consecuencias

La crisis petrolera de 1973 fue un hecho de gran trascendencia en el ámbito internacional, tanto
política como económica. A partir de una política coordinada de los países productores (OPEP) el
petróleo inicialmente cuadruplicó su precio y luego siguió aumentando hasta decuplicarlo. Esta cri-
sis desencadenó desequilibrios comerciales y financieros, la reestructuración de los sistemas energé-
ticos y de los aparatos productivos, una ola de políticas deflacionarias –con el objetivo de limitar el
desequilibrio de las cuentas externas y frenar la inflación– y la explosión del desempleo.

42
Garau, E. op. cit.

135
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El proceso inflacionario fue intenso porque el petróleo participaba de todo el proceso pro-
ductivo y del traslado de los productos. Se dio un retraso de los precios de las materias primas
en relación con los precios de los productos industriales. En el caso de la producción agrícola,
el aumento del petróleo tuvo su repercusión por la vía del transporte, pero en el caso industrial
las repercusiones se daban por el costo de las maquinarias, los transportes y los insumos. Esto
significó un perjuicio manifiesto para las economías de los países del Tercer Mundo, en rela-
ción con las economías de los países industrializados.

El aumento del petróleo significó un enriquecimiento para la sociedad de países como


Arabia Saudita y Kuwait entre otros productores; también, aunque en menor medida para
Venezuela y México. Pero los principales beneficiarios del aumento no fueron las dirigencias
de estos países (mucho menos sus sociedades) sino las compañías productoras y distribuidoras
internacionales.

La masa de petrodólares generada por la crisis fue reciclada de distintas formas: inversiones
en infraestructura en los países exportadores, adquisición de inmuebles en Europa y de accio-
nes de variadas empresas; también depósitos en bancos tanto norteamericanos como europeos.
Asimismo, la acumulación de petrodólares indujo desequilibrios en la esfera financiera, pues
alimentó la contratación de deudas en los países en vías de industrialización. El endeudamien-
to consecuente afectó dramáticamente al mundo en desarrollo en la década de los ochenta.

Por otra parte, la crisis del petróleo enmascaró un proceso más profundo: el agotamiento del
modo de crecimiento y acumulación prevaleciente hasta entonces en las economías del mundo
occidental. La relativa saturación de los mercados y la desaparición de las condiciones que habían
permitido la expansión continua del consumo y la producción en esos mercados –energía abundan-
te y barata, tecnologías dominadas y amortizadas, y una distribución del ingreso generadora de
demanda– obstaculizaron la continuidad del crecimiento. Todo ello generó una inmensa presión
sobre los ingresos, en forma de ahorro forzado –directo o indirecto– para que se produjera un
nuevo ciclo de acumulación. También generó entre los grupos industriales y financieros la necesi-
dad de expandir las fronteras del consumo más allá de los mercados occidentales y de reestructu-
rarse a escala mundial para aprovechar al máximo las ventajas de localización.

Asistimos, por lo tanto, a la desaparición de las condiciones que, en el plano económico,


habían permitido el florecimiento del Estado de Bienestar; a una reestructuración del capital a
escala mundial generadora de un nuevo orden planetario; a la desaparición de las condiciones
que, en el plano político, habían permitido arbitrar los conflictos sociales.

Las transformaciones en curso sobre el Estado tuvieron consecuencias múltiples, afectando


su papel de promotor del crecimiento y el empleo así como su rol de garante del bienestar y
moderador de las tensiones sociales. El Estado ya no puede regular la demanda y la inversión
ni cumplir sus funciones de redistribución de los ingresos por estar obligado a recortar los gas-
tos públicos y desmantelar los sistemas sociales.

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Algunos autores43 plantean que la globalización ha puesto en descubierto la fragilidad del


Estado, la debilidad de sus mecanismos de regulación y, por ello, se cuestiona su soberanía, su
capacidad de definir reglas de acumulación, políticas arancelarias y comerciales, etc.

La crisis del Estado Tutelar

Los cambios en la política económica y en las relaciones internacionales fueron posibles,


entre otras causas, por la derrota de la Unión Soviética, en el contexto de la Guerra Fría, en
relación con la disputa tecnológica. La Unión Soviética podía equipararse a EEUU en térmi-
nos militares, pero nunca alcanzó su nivel en informática y robótica. Comenzó entonces a que-
dar claro que la necesidad de una transformación en el sistema era solo cuestión de tiempo. Así
lo hacían prever los movimientos de protesta surgidos en algunos de los países satélites sovié-
ticos en los años 60.

Al mismo tiempo que se produjo la crisis del Estado Benefactor, se produjo el desplome del
Estado Tutelar que fue el resultado de un largo estado de asfixia de las economías de los paí-
ses socialistas y de la incapacidad de sus dirigentes para transformar sociedades y economías
rígidas en sistemas pluralistas y flexibles, lo cual culminó en 1990 con la implosión del área de
influencia soviética.

Contrariamente a lo que sostuvieron Marx y Engels, el comunismo no se dio en las socie-


dades industriales avanzadas con alto grado de conciencia de los trabajadores, sino en Cuba,
Rusia o China, países con gran atraso económico y social, donde la industria no era el fuerte y
donde había una gran brecha entre la aristocracia y el resto de la sociedad. Para la primera
generación de protagonistas de la Revolución Rusa de 1917, el proceso de transformación sig-
nificó una exigencia terrible, con una violenta política de represión a los opositores del siste-
ma, pero posibilitó que buena parte de la población viera los resultados concretos de dicha
transformación.

En relación con las libertades públicas, la Revolución no avanzó mucho pero, en cuanto al
acceso del conjunto de la sociedad al empleo, la salud, la educación o la vivienda propia, sí se
dio un avance muy sustantivo. El costo que representaba la dictadura de una burocracia era
pequeño en comparación con las transformaciones que se habían dado y los reclamos de mayor
libertad quedaron a un lado. Pero para los hijos de esos protagonistas, fue diferente porque los
logros mencionados constituían un derecho adquirido y consolidado. Entonces, quedaba la
voluntad de progresar, de avanzar más allá de donde habían llegado las generaciones anterio-
res. Es en ese contexto que van a aparecer campañas subterráneas de todo tipo, por ejemplo, de
Coca-Cola, generando un conflicto con las nuevas generaciones.

43
Ver, por ejemplo, Raúl Bernal Meza, América Latina en la Economía Mundial. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1994; Igna-
cio Ramonet, Impacto de la globalización en los países en desarrollo. Conferencia pronunciada en Buenos Aires: 11/07/2000.

137
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El modelo soviético, con el imperativo de movilizar la economía para garantizar la supervi-


vencia de su revolución implantó sistemas de regulación y control sin resolver la cuestión de
la eficiencia económica ni satisfacer la aspiración creciente de la población al consumo de
masas. El sistema no estaba capacitado para dar las respuestas necesarias a las nuevas deman-
das, no tenía el desarrollo tecnológico y económico necesarios para elevar el nivel de vida del
conjunto de la sociedad. Los países socialistas empezaron entonces a experimentar oposicio-
nes internas que finalmente llevaron a su desintegración.

Confrontado con la presión cada vez mayor de la carrera tecnológica y armamentista durante
el período de la Guerra Fría, el sistema soviético se encontró, en la década de los años ochenta,
frente a imperativos de inversión desproporcionados con las capacidades y la eficiencia de su eco-
nomía, los cuales, junto a una demanda interna constantemente insatisfecha, llevaron a la econo-
mía al borde de la asfixia. Analizada bajo este ángulo, la perestroika constituyó la última y la más
ambiciosa de las tentativas de reforma emprendidas en la Unión Soviética para superar sus con-
tradicciones económicas. Su fracaso, provocado por las incidencias políticas y sociales del pro-
pio proceso, llevó, a principios de los años noventa, al desplome del Estado Tutelar.

El desplome del Estado Tutelar tuvo inmensas consecuencias en los planos interno y exter-
no. En lo interno, y al igual que en el Estado de Bienestar en el mundo occidental, se desagre-
garon los sistemas y mecanismos que tenían como fin promover el desarrollo, regular el creci-
miento y el empleo, y garantizar tanto el acceso a los servicios básicos como la protección
social. En el plano exterior, se desintegró el sistema de alianzas y de cooperación que asocia-
ba a los países del llamado campo socialista, y quedó afectado hasta el propio sistema federa-
tivo soviético, lo cual abrió un inmenso espacio a la penetración del capital extranjero como
consecuencia de la desaparición de las fronteras políticas, económicas y militares que separa-
ban esta parte del mundo de la otra.

La desaparición misma del modelo soviético, como la del campo socialista, crearon también
un desequilibrio en los procesos que habían llevado a que países del sistema capitalista mitiga-
ran sus excesos con políticas sociales, en el preciso momento en el cual el Estado de Bienestar,
en el mundo occidental, ya se revelaba incapaz de continuar asumiendo su papel.

La ofensiva neoliberal

Y fue precisamente en ese contexto de crisis del Estado de Bienestar en Occidente, y del
Estado Tutelar en el Este, cuando se intensificó la ofensiva neoliberal impulsada por los secto-
res más agresivos del capital mundializado. Esa ofensiva neoliberal, a la cual hemos asistido
desde el principio de los años ochenta, tiene raíces más lejanas.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, aparecieron las primeras resistencias al papel asu-
mido por el Estado. Esta corriente se estructuró en torno a ciertas universidades, por ejemplo
la de Chicago. El neoliberalismo como fundamentación teórica planteó que la libertad huma-
na y la capacidad individual eran ahogadas por el Estado que impedía que los esfuerzos con-
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cretos de las personas se vieran premiados. Su proyecto puede resumirse como la eliminación del
Estado en sus dimensiones económicas y sociales, y la liberación total de las llamadas fuerzas del
mercado.

No obstante, hubo que esperar unos treinta y cinco años para que los partidarios de dicha
escuela asumieran un papel protagónico y la ideología sustentada por dicha corriente penetra-
ra significativamente en los círculos del poder político y las técnoestructuras que los rodeaban.
Desde ese punto de vista, la llegada al poder del presidente Reagan en Estados Unidos y de la
primera ministra Thatcher en el Reino Unido, marcaron una etapa decisiva. A partir de aque-
llos momentos, se instrumentaron las políticas de desregulación y desreglamentación inspira-
das por los círculos neoliberales, así como las políticas de privatización y de reducción del
gasto público.

Pero la aplicación más plena del neoliberalismo no se dio en los países centrales, sino en el
llamado Tercer Mundo, donde el Estado resignó toda forma de participación en la sociedad y
entregó al mercado todo aquello que el mercado quería. Se aplicaron los llamados programas de
ajuste estructural, cuyo propósito fue tanto restablecer la solvencia externa de los países endeu-
dados, como desmantelar las políticas y los instrumentos de intervención del Estado. Este pasó a
tener la función de garantizar las políticas mencionadas y los países centrales fueron los benefi-
ciarios de la aplicación del neoliberalismo en esos países tercermundistas. Se desarrolló así un
nuevo modelo económico y social definido en el ámbito internacional como globalización.

En aquellos lugares donde el Estado Benefactor se asentó con fuerza –las naciones europe-
as– el neoliberalismo golpeó, pero no logró destruir totalmente el sistema y, si bien no pode-
mos hablar estrictamente de dicho Estado, podemos hablar de políticas de contención social.
Estas políticas permitieron que, aun cuando el mercado recuperó sectores importantes y gene-
ró un importante nivel de acumulación, esto no haya tenido una incidencia decisiva sobre la
población nativa. En consecuencia, estos países atrajeron la atención de capas muy importan-
tes de población de los países perjudicados por el desmantelamiento del estado del bienestar,
ya fueran de América Latina o de los ex regímenes socialistas de Europa Oriental; muchos de
sus habitantes buscaron allí mejores oportunidades de trabajo y vida. Esa situación hizo surgir
contradicciones entre nativos e inmigrantes, entre documentados e indocumentados, se genera-
ron persecuciones políticas y policiales de esos inmigrantes no documentados. Retornaron acti-
tudes del pasado que se suponía habían sido superadas después de la Segunda Guerra Mundial,
la xenofobia y el racismo. Podríamos decir que dentro de las naciones centrales existe un “ter-
cer mundo” inserto en la población en forma de islas de mano de obra barata, que viven en
situación de pobreza, dispuestas a hacer aquellos trabajos que los nativos no hacen. Sobre todo,
porque están sostenidos por la seguridad social. Esa es entonces la faceta del Estado Benefactor
que se mantiene.

En los países de América Latina, en cambio, las consecuencias del neoliberalismo fueron
gravísimas. Su expresión propia de Estado Benefactor fue destruido. Más de la mitad de la
población quedó fuera del empleo formal, del acceso a la seguridad y la higiene; además se

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produjo una caída muy marcada del ingreso y una destrucción sistemática de las capas medias.
Asimismo, se produjo un marcado proceso de concentración de la riqueza que dejó a la mayor
parte de la población con sus necesidades básicas insatisfechas.

El objetivo del proyecto neoliberal fue la creación de un inmenso espacio sin fronteras a
escala planetaria, donde circularan sin trabas las mercancías y el capital, incluyendo la mano
de obra. En la práctica circulan libremente los capitales mientras que innumerables barreras
paraarancelarias dificultan el comercio de bienes y se restringe o impide la inmigración.48

El proceso de globalización

El proceso de globalización, tal como lo estamos presenciando, encubre una serie de cam-
bios radicales en las esferas económica, social y cultural. La globalización necesitó desde su
inicio una propaganda a partir de multimedios que difundieran un estilo de vida a escala mun-
dial; era necesario unificar gustos, demandas, consumos a nivel internacional en beneficio de
aquellos sectores que estaban y están en condiciones de proveer y abastecer un mercado pla-
netario y así maximizar sus ganancias. Internet y las grandes cadenas internacionales jugaron
–y juegan– un papel determinante en el proceso para definir tanto el modo de vida de las per-
sonas como sus consumos.

Las corporaciones transnacionales, a través de la inversión extranjera directa, se convirtie-


ron en los actores relevantes de la internacionalización o globalización. Las relaciones comer-
ciales y los flujos de inversiones se estructuran hoy alrededor de los tres polos de la llamada
tríada, constituida por Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. A través de las transferen-
cias de capitales y las inversiones directas, se indujo la relocalización de amplios segmentos de
la cadena productiva en países con bajo costo de mano de obra y débil organización sindical.
Una de las principales consecuencias de la transnacionalización de la producción y la liberali-
zación de los flujos financieros ha sido la desvinculación de la actividad productiva respecto
de los territorios nacionales.

Se están produciendo cambios en las esferas del empleo y la relación capital-trabajo que
afectan profundamente la estratificación social de los países y de los espacios involucrados.
Globalmente, la persistencia de la miseria en amplias partes del mundo y el retroceso genera-
lizado de la clase media y de la clase obrera en todos los países, contrastan con la concentra-
ción creciente de riqueza y de poder. La convivencia entre la población marginada y los privi-
legiados es cada día más conflictiva y particularmente aguda en el ámbito urbano.

44
Partiendo del supuesto indiscutido de que la liberalización del intercambio sería un factor de progreso, mientras las medidas proteccionistas
constituían un factor de retroceso, se desmantelaron progresivamente, las barreras aduanales y los obstáculos no tarifarios. Se incluyeron pos-
teriormente los servicios, con el desmantelamiento de los monopolios públicos y la desprotección de renglones enteros de las economías,
fenómeno que abarcó sectores tan estratégicos o sensibles como las telecomunicaciones y la producción cultural. También, y al margen de
cualquier espacio de negociación o debate público, se liberalizaron los movimientos de capital, lo cual privó a las autoridades monetarias de
la facultad de controlar tales movimientos, y permitió conformar un inmenso espacio financiero planetario en el que se mueven hoy los fon-
dos especulativos

140
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Otra característica del proceso de globalización es la exacerbación de la crisis de la identi-


dad. Las referencias culturales de los pueblos –y sus sistemas de valores– son agredidos por la
penetración cultural del modelo dominante y los valores asociados a este modelo. Esta crisis
de identidad provoca dos tipos de reacciones, la primera es el rechazo, frecuentemente violen-
to, de los valores y referencias culturales promovidos y respaldados por el capitalismo mundia-
lizado, y la segunda, consecuencia de la primera, es un retorno a los valores y referencias tra-
dicionales de las comunidades agredidas con frecuentes derivaciones xenófobas. Para algunos
autores todo ello tiene como consecuencia una disgregación tanto de la nación –como entidad
unida por un pasado y un destino comunes– como del Estado –en sus formas tanto unitarias
como federales o confederadas–, y a una proliferación de los conflictos étnicos y religiosos.

Se plantea también que la desarticulación de las economías nacionales y el retroceso de los


mecanismos de protección social que respaldaban la solidaridad nacional socavan la legitimi-
dad del Estado; que se observa un retroceso del Estado –tanto en efectividad como en legitimi-
dad– en su misión de responder a las inquietudes y a las aspiraciones de los ciudadanos en
materia económica y social, en seguridad.

Todo esto socava a su vez las bases del contrato sobre el cual se había conformado el
Estado-nación, contrato político y social mediante el cual cada individuo cedía al Estado parte
de sus derechos para poder ejercerlos colectivamente como ciudadano en beneficio del interés
general. Esto se traduce en una pérdida de credibilidad de las instituciones políticas y de la legi-
timidad de la “clase” política, y cuyas consecuencias son gravísimas para la solución de los
problemas políticos y sociales a los cuales se enfrentan los países hoy. Se habla de “crisis de
representación”. Las causas principales de dicha crisis están vinculadas a la pérdida de capaci-
dad de los parlamentos y de los partidos políticos durante el último medio siglo. Las institucio-
nes supranacionales quitan poder y los Estados no pueden rendir cuenta a sus representados.

Los partidos políticos siguen siendo el eje alrededor del cual se organiza el sistema político
del mundo industrializado y de la mayoría de los países en desarrollo. Pero han sufrido una
terrible crisis. Se ha erosionado la base de votos, los líderes políticos utilizan la televisión y el
militante queda relegado. Los candidatos intentan liberarse del control del partido manejando
sus acciones desde los medios, especialmente la televisión, los sondeos y las encuestas. Así los
partidos políticos pierden peso y la masa no militante en muchos casos busca mecanismos de
participación a través de las ONG, pero estas no son complemento de los partidos sino rivales
y competidoras. No se hace política, se hace lobby. Las instituciones tradicionales entran en
crisis. El Estado ante la crisis del modelo de bienestar y las reformas en base al Consenso de
Washington en el caso latinoamericano, pierden fuerza institucional. La pobreza, el desempleo,
el abismo entre ricos y pobres, la inseguridad, la corrupción la falta de transparencia, las injus-
ticias ponen en jaque a la política.

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En el análisis titulado “La Crisis de la democracia. Informe sobre la gobernabilidad de las


democracias”45 se parte del hecho de que las expectativas sociales de los ciudadanos y sus
demandas al Estado han aumentado considerablemente, mientras que la capacidad y los recur-
sos de este para satisfacerlas han disminuido, lo que genera frustración y rechazo. En una pers-
pectiva más general, el informe sostiene que la crisis política de las sociedades desarrolladas
se debe a la aceleración del progreso tecnológico y a la complejización de su entramado social,
condiciones a las que la gestión pública tradicional es incapaz de dar respuesta suficiente.

El debate sobre las perspectivas del Estado-nación

Algunos autores46 consideran que la disminución de la soberanía de los distintos Estados es


relativa ya que los fenómenos de integración han requerido y requieren negociaciones susten-
tadas en el poder de decisión de los respectivos gobiernos. En un sentido similar se plantea que
los Estados-nación no han perdido soberanía política porque, si bien el movimiento de los fac-
tores es global, las decisiones políticas son locales o regionales; agregando que la pérdida de
soberanía nacional en materia económica no significa debilitamiento de la soberanía nacional
y queda un margen de maniobra para los estados nacionales47.

Si, para algunos es prematuro anunciar el fin del Estado-nación, para otros el escenario más
probable es el del debilitamiento de muchos Estados, obligados a conceder ventajas fiscales,
laborales y de otra índole cada vez mayores a los grupos transnacionales: “…cualquiera sea
la lectura que se haga, es difícil negar que está existiendo efectivamente una tensión entre la
esfera nacional y el orden mundial globalizado, haciendo temer el debilitamiento de todas las
formas de articulación política, particularmente la del Estado-nación.

No obstante es necesario recordar que, incluso aceptando la idea de crisis del Estado, ella no
necesariamente trae consigo la connotación de irreversibilidad y, mucho menos, de ruptura termi-
nal. Y recordar también que los procesos de globalización, al expresar en gran media y en grados
y formas diferentes, intereses y estrategias elaboradas dentro de estados nacionales, permiten que
se puedan prever límites y regulaciones por parte de alguno de ellos, con fuerza suficiente para no
desear, o para poder impedir, su propia desaparición y la desaparición del sistema de Estados.

Crisis, por tanto, puede significar, no un preludio de muerte, sino momento de transición hacia
nuevos patrones de articulación entre una gobernabilidad puramente nacional y nuevas formas de
actuación, internacional y multilateral, contrariando la idea liberal de que solo el mercado, con su
dinámica de libertad total y de desconocimiento de las fronteras nacionales, sería el único candi-
dato viable para sustituir la función reguladora e integradora del estado nacional”48.

45
New York University Press, 1975. (Este material representa el primer lanzamiento público del tema y del término gobernabilidad).
46
Rapoport, M. “La globalización económica: ideologías, realidad, historia”. En: Revista Ciclos, n° 12, Buenos Aires, Fundación de Inves-
tigaciones Históricas, Económicas y Sociales, Fac. de Ciencias Económicas, UBA , 1997; Keohane, R. y Nye, J. Transnacional Relations and
World Politics. Cambridge, Harvard University Press, 1972.
47
Para ampliar las distintas posturas del debate sobre el Estado en particular y la globalización en general, ver Camargo, Sonia de. “La eco-
nomía y la política en el orden mundial contemporáneo” En: Revista Ciclos, n° 14/15, Bs.As., Fundación de Investigaciones Históricas, Eco-
nómicas y Sociales, Fac. de Ciencias Económicas, UBA, 1998. Asimismo, Do Amaral Filho, J. Y. Pereira De Melo, M. “Globalización o meta-
morfosis del capitalismo”. En: Revista Ciclos, n° 14/15, Buenos Aires, Fundación de Investigaciones Históricas, Económicas y Sociales, Fac.
de Ciencias Económicas, UBA, 1998.
48
Camargo, Sonia de. op.cit., pp.34-35.

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ESTUDIOS SOCIALES:
TEXTOS COMPLEMENTARIOS

Edición Cono Sur


Número 14, agosto 2000
Por Ignacio Ramonet

Crisis de Estado y sociedad; desigualdades

Efectos de la globalización en los países en desarrollo

El siguiente es el texto completo de la conferencia ofrecida por Ignacio Ramonet suce-


sivamente en el auditorio de la Unión Industrial Argentina (UIA) y en el de la Asociación
Cristiana de Jóvenes los días 10 y 11 de julio de 2000, en el marco de los debates
“Alternativas para Argentina”.

Dos fenómenos centrales caracterizan hoy a nuestro planeta: por una parte, todos los
Estados participan de la dinámica globalizadora. Al mismo tiempo, el mundo asiste a la revo-
lución de la información. Se trata de un proceso importante, comparable al del pasaje de la eco-
nomía agraria al de la economía industrial.

Vivimos una segunda revolución capitalista, cuyo nombre es: globalización. ¿Y qué es en
definitiva la globalización? Se trata de la interdependencia y de la imbricación cada vez más
estrecha de las economías de numerosos países, sobre todo el sector financiero, ya que la liber-
tad de circulación de flujos financieros es total y hace que este sector domine, muy ampliamen-
te, a la esfera económica.

La globalización llega a todos los rincones del planeta, ignorando o pasando por alto tanto
los derechos y reglas de individuos y empresas como la independencia de los pueblos o la
diversidad de regímenes políticos.

La globalización es la característica principal del ciclo histórico inaugurado por la caída del
Muro de Berlín, en noviembre de 1989, y la desaparición de la Unión Soviética, en diciembre
de 1991. Su empuje y su potencia son tales, que nos obligan a redefinir conceptos fundamen-
tales sobre los que reposaba el edificio político y democrático levantado a finales del siglo die-
ciocho: conceptos como Estado-nación, soberanía, independencia, fronteras, democracia,
Estado Benefactor y ciudadanía.

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La globalización no apunta a conquistar los países, sino los mercados. Su preocupación no


es el control físico de los cuerpos ni la conquista de territorios, como fue el caso durante las
invasiones o los períodos coloniales, sino el control y la posesión de las riquezas.

La consecuencia de la globalización es la destrucción de lo colectivo, la apropiación de las


esferas pública y social por el mercado y el interés privado. Actúa como una mecánica de selec-
ción permanente, en un contexto de competencia generalizada. Existe competencia entre el
capital y el trabajo, pero como los capitales circulan libremente y los seres humanos son mucho
menos móviles, el capital siempre gana.

Los fondos privados de los mercados financieros tienen ahora en sus manos el destino de
muchas empresas nacionales y la soberanía de numerosas naciones. También, en cierta medi-
da, la suerte o el destino económico del mundo. Los mercados financieros pueden dictar sus
leyes a las empresas y a los Estados. En este nuevo paisaje político-económico, el financista se
impone al empresario, lo global a lo nacional y los mercados al Estado.

En una economía globalizada ni el capital, ni el trabajo, ni las materias primas constituyen en sí


mismos el factor económico determinante, sino que lo importante resulta la relación óptima entre
esos tres factores. Para establecer esa relación las grandes firmas globales no tienen en cuenta ni las
fronteras ni las reglamentaciones, sino solamente el tipo de explotación inteligente que pueden rea-
lizar de la información, de la organización del trabajo y de la revolución en los métodos de gestión.

Esto comporta con frecuencia la ruptura de la cadena de solidaridades en el interior de un país.


Se llega así al divorcio entre el interés de las grandes multinacionales y el de las pequeñas y
medianas (incluso grandes) empresas nacionales; entre el interés de los accionistas de las gran-
des empresas y el de la colectividad nacional, entre la lógica financiera y la lógica democrática.

Las grandes multinacionales no se sienten concernidas, ni mucho menos responsables, por


esta situación, ya que subcontratan y venden en el mundo entero y reivindican un carácter
supranacional que les permite actuar con enorme libertad ya que no existen, por decirlo así, ins-
tituciones internacionales capaces de reglamentar con eficacia su comportamiento.

La globalización constituye una inmensa ruptura económica, política y cultural; somete a las
empresas y a los ciudadanos a un diktat único: “adaptarse”, abdicar de su voluntad para obe-
decer al mandato anónimo de los mercados financieros. La globalización, tal como se desarro-
lla actualmente, es el economicismo llevado al extremo.

Esta mundialización condena por adelantado, en nombre del “realismo”, cualquier veleidad
de resistencia e, incluso, de disidencia. Los pujos proteccionistas, la búsqueda de alternativas,
las tentativas de regulación democrática y las críticas a los mercados financieros son conside-
radas “arcaicas” e incluso oprobiosas.

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La mundialización erige a la competencia en única, exclusiva, fuerza motriz. Helmut


Maucher, un ex presidente de Nestlé, declaró en el Foro de Davos: “Tanto para un individuo,
como para una empresa o un país, lo importante para sobrevivir en este mundo es ser más com-
petitivo que el vecino”.

Y pobre del gobierno que no siga esta línea. “Los mercados lo sancionarían de inmediato
–advirtió Hans Tietmeyer, ex presidente del Bundesbank alemán– ya que los políticos están
ahora bajo control de los mercados financieros”. Marc Blondel, secretario del sindicato fran-
cés Force Ouvrière, pudo verificar esto en Davos, en 1996: “En el mejor de los casos, los pode-
res públicos sólo son subcontratistas de las grandes multinacionales. El mercado gobierna ; el
gobierno administra”, declaró. Boutros Boutros-Ghali, ex secretario general de Naciones
Unidas, señaló por su parte : “La realidad del poder mundial escapa ampliamente a los Estados.
Esto es así porque la gloabalización implica la emergencia de nuevos poderes, que trascienden
las estructuras estatales”.

¿Y quiénes son, en este siglo que comienza, esos “nuevos poderes”, esos nuevos amos del
mundo? Por cierto no constituyen, como algunos imaginan, una especie de estado mayor cons-
pirando en las sombras para controlar al mundo. Se trata más bien de fuerzas que se mueven a
su antojo gracias a la globalización. Que obedecen a consignas precisas, cuyo slogan totalita-
rio podría ser: “todo el poder a los mercados”.

George Soros, financista multimillonario, sostiene que “los mercados votan todos los días
(...) por cierto, fuerzan a los gobiernos a adoptar medidas impopulares, pero indispensables.
Son los mercados los que tienen sentido del Estado”. Sin embargo, la globalización mata al
mercado nacional –en particular los de los países en desarrollo– que es uno de los fundamen-
tos del poder del Estado-nación. Anulando al mercado, modifica el capitalismo nacional y dis-
minuye el papel de las empresas locales y de los poderes públicos.

Las empresas locales, incluso los Estados, ya no disponen de los medios para oponerse a los
mercados. Quedan desprovistas de instrumentos para frenar los formidables flujos de capital,
muchas veces puramente especulativos, o para oponerse a la acción de los mercados contra sus
intereses y los intereses de los ciudadanos. En general los gobiernos se someten a las consig-
nas de política económica definidas por organismos mundiales como el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio, que ejercen una ver-
dadera dictadura sobre la política de los Estados.

La globalización no se reduce a la simple apertura de fronteras; traduce sobre todo el cre-


ciente poder de los mercados financieros, el retroceso de los Estados nacionales y las dificul-
tades para establecer poderes supranacionales capaces de orientarla hacia el interés general.

Favoreciendo el libre flujo de capitales y las privatizaciones masivas a lo largo de las dos
últimas décadas, los responsables políticos han permitido la transferencia de decisiones capita-

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les (en materia de inversiones, de empleo, de salud, de educación, de cultura, de protección del
medio ambiente), desde el ámbito público nacional hacia el ámbito privado internacional. Es
por eso que actualmente más de la mitad de las doscientas primeras economías del mundo no
pertenecen a países, sino a empresas privadas.

Desigualdad y devastación

Si consideramos la cifra de negocios global de las doscientas principales empresas del pla-
neta, vemos que ésta representa más de un cuarto de la actividad económica mundial. Sin
embargo, esas doscientas firmas emplean menos del 0,75% de la mano de obra mundial...

Mediante las fusiones se multiplica el número de firmas gigantes, cuyo peso es a veces supe-
rior al de los Estados. La cifra de negocios de General Motors es superior al Producto Bruto
Interno de Dinamarca; la de Exxon-Mobil supera el de Austria. Cada una de las 100 multina-
cionales más importantes vende más de lo que exporta cada uno de los 120 países más pobres
del planeta. Y las 23 multinacionales más poderosas venden más de lo que exportan algunos
gigantes del sur del planeta, como la India, el Brasil, Indonesia o México. Esas grandes firmas
controlan el 70% del comercio mundial y amenazan con asfixiar o absorber a millares de
pequeñas y medianas empresas en el mundo.

Los dirigentes de las multinacionales y de los grandes grupos financieros y mediáticos mun-
diales detentan la realidad del poder y, a través de sus poderosos lobbies, se imponen sobre las
decisiones políticas, confiscando en su beneficio la economía y la democracia.

El volumen de la economía financiera es 50 veces superior al de la economía real y sus prin-


cipales actores –los fondos de pensión estadounidenses, británicos y japoneses– dominan los
mercados financieros. Ante ellos, el peso de los Estados y de las empresas locales, cualesquie-
ra que sean, resulta casi despreciable.

Cada vez más países que han vendido (muchas veces malvendido) sus empresas públicas al
sector privado internacional se han convertido de hecho en propiedad de los grandes grupos
multinacionales, que actualmente dominan sectores enteros de la economía del sur, sirviéndo-
se de los Estados locales para ejercer presión sobre los foros internacionales y obtener las deci-
siones políticas más favorables a su dominación global.

Las políticas de ajuste estructural impuestas a los países en desarrollo en los años 80 en el
marco del “Consenso de Washington” han dado resultados satisfactorios a escala macroeconó-
mica, pero han significado un costo social exorbitante y contraproductivo. Los gobiernos han
“saneado” las economías únicamente para favorecer la inversión internacional y, al mismo
tiempo, han destruido las sociedades.

La aceleración de la globalización y las crisis financieras de los años 1997 y 1998 aumen-
taron estos perversos efectos. Provocaron una reducción de los gastos públicos en salud y edu-
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cación en nombre de la lucha contra el déficit fiscal y un aumento de las desigualdades y de la


pobreza. Es cierto que en los países en desarrollo éstas no son producto exclusivo de las polí-
ticas de ajuste, pero es innegable que esas políticas han contribuido a acrecentarlas.

Actualmente, tanto las estructuras de Estado como las económicas y sociales de los países
en desarrollo han sido barridas. El Estado se desploma un poco en todas partes. Se desarrollan
zonas donde no existe el derecho; una suerte de entidades caóticas ingobernables al margen de
toda legalidad, donde se ha recaído en un estado de barbarie en el que sólo las mafias imponen
su ley. Aparecen nuevos peligros: crimen organizado, delincuencia explosiva, inseguridad
generalizada, redes mafiosas, fanatismos étnicos o religiosos, corrupción masiva, etc.

La abundancia de bienes y el progreso de la técnica alcanzan niveles sin precedentes en los


países ricos y desarrollados, pero en los países en desarrollo el número de los que no tienen
techo, ni trabajo, ni medicamentos, ni lo suficiente para alimentarse, aumenta sin cesar. Sobre
los 4.500 millones de personas que viven en los países en desarrollo, más de un tercio (o sea
1.500 millones) no tiene acceso al agua potable. El 20% de los niños no ingiere las calorías o
proteínas suficientes y alrededor de 2.000 millones de personas, un tercio de la humanidad,
sufre de anemia.

La globalización viene acompañada de un impresionante proceso de destrucción.


Desaparecen industrias enteras en todas las regiones, con los sufrimientos sociales que eso
comporta: feroz explotación de hombres, mujeres y, más escandaloso aún, de niños; 300 millo-
nes de niños son explotados en el mundo, en condiciones de brutalidad sin precedentes.

La mundialización comporta también devastación ecológica. Las grandes firmas pillan el


medio ambiente valiéndose de medios desmesurados; se aprovechan sin frenos ni escrúpulos
de riquezas naturales que representan el bien común de la humanidad.

Esto se acompaña asimismo de una criminalidad financiera ligada a los negocios y a los
grandes bancos, que reciclan sumas que superan el millón de millones de dólares por año, es
decir, 20% de todo el comercio mundial y más que el Producto Nacional Bruto de un tercio de
la humanidad.

La mercantilización generalizada de las palabras y las cosas, de los cuerpos y los espíritus,
de la naturaleza y de la cultura, agrava las desigualdades. Las diferencias de ingreso a escala
planetaria se ampliaron en proporciones sin precedentes en la historia. La relación entre el país
más rico y el más pobre era de alrededor de 3 a 1 en 1816, cuando Argentina se declaró inde-
pendiente. En 1950 era de 35 a 1; de 44 a 1 en 1973; de 72 a 1 en 1992 y de ¡82 a 1 en 1995!

Si bien gracias a un crecimiento sostenido y los beneficios de la llamada nueva economía el


mundo es globalmente más rico, las políticas de ayuda a los más pobres resultan un fiasco evi-
dente. Entre 1990 y 1998 la progresión anual media del ingreso por habitante fue negativa en

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50 países en desarrollo. En más de 70 países, el ingreso medio por habitante es hoy menor que
hace 20 años. A escala planetaria, uno de cada dos niños sufre de malnutrición. Más de 3.000
millones de personas, la mitad de la humanidad, viven con menos de 2 dólares por día...
“Viven” es una manera de decir, porque con dos dólares por día deben comer, alojarse, curar-
se, vestirse, transportarse...

En América Latina, la pobreza alcanzaba en 1980 al 35% de los hogares; en 1990, al 45%.
O sea que pasó de 135 a 200 millones de personas. En 1998, más de 50 millones de personas,
que antes pertenecían a las clases medias, habían pasado a la clase de “nuevos pobres”...

La desigualdad aumenta entre países ricos y pobres, en materia de acceso a medicamentos


y de investigación para el tratamiento de enfermedades prácticamente ausentes en los países
desarrollados.

La globalización es cada vez más excluyente. En nuestro planeta, el quinto más rico de la
población dispone del 80% de los recursos, mientras el quinto más pobre dispone de menos del
0,5%... El número de personas que viven en la pobreza es más grande que nunca, y la distan-
cia en términos relativos entre los países desarrollados y en desarrollo nunca fue más impor-
tante. La fosa que separa el Norte del Sur es hoy tan grande, que resulta difícil imaginar cómo
podría desaparecer.

Podemos verificar con satisfacción que en los últimos veinte años más de 100 países se des-
prendieron de regímenes militares o de partido único y que, por primera vez en la historia, la
mayor parte de la humanidad vive en democracia. Pero el desastre económico pone en cues-
tión el progreso de las libertades civiles en muchos países en desarrollo. La pobreza disminu-
ye el sentido de la democracia.

Se podría estimar que la clase media global reagrupa a los propietarios de automóviles, o
sea alrededor de 500 millones de personas. Si estimamos tres personas por coche, eso hace
1.500 millones, o sea el 25% de la población mundial, de las cuales cuatro quintas partes viven
en el Norte y consumen el 80% de los recursos del planeta.

La comunidad mundial de abonados a Internet conoce un crecimiento exponencial y repre-


senta actualmente el 26% de la población de Estados Unidos, pero menos del 1% del conjun-
to de los países en desarrollo. Se considera que el número de utilizadores de Internet, estima-
do en 142 millones en 1998, debería ser de 500 millones en 2003... La gran batalla del porve-
nir será entre empresas estadounidenses, europeas y japonesas por controlar las redes. Los paí-
ses en desarrollo y sus empresas, salvo alguna excepción, están por completo al margen de esta
nueva fuente de riquezas y apenas recogerán unas migas del comercio electrónico. Embrionario
en 1998, con apenas 8.000 millones de dólares de intercambio, el comercio electrónico llega-
rá a 40.000 millones este año y superará los 80.000 millones en 2002.

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Pero en la edad de la globalización, incluso los países ricos no garantizan un nivel de desarro-
llo humano satisfactorio a todos sus habitantes. Sectores enteros de la sociedad quedan al margen
de la aparente prosperidad económica. En Estados Unidos, el 16% de la población –o sea una
persona de cada seis– sufre de exclusión social. El número de niños sin cobertura médica satis-
factoria ¡llega el 37%! En Tejas, el Estado de George Bush, llega al 46%... En la primera poten-
cia económica del mundo, 32 millones de personas tienen una esperanza de vida inferior a los
60 años; 44 millones están privadas de toda asistencia médica; 46 millones viven por debajo
de los niveles de pobreza y hay 52 millones de iletrados... En el Reino Unido, un cuarto de los
niños vive por debajo de los niveles de pobreza: más de la mitad de las mujeres trabaja en con-
diciones precarias y, en el plano de la asistencia médica, Gran Bretaña está en la última posi-
ción en la Unión Europea, después de Grecia, Portugal e Irlanda... A quien estas cifras parez-
can asombrosas o desmesuradas, no tiene más que consultar el último informe del Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo.

Por todas partes la regla es la pobreza y el confort la excepción. La desigualdad creciente es


una de las características estructurales de la mundialización. Estimaciones recientes de
Naciones Unidas señalan que en 1999 la fortuna acumulada por las 200 personas más ricas del
mundo representa más de un millón de millones de dólares. A título comparativo digamos que
los 582 millones de habitantes de los 43 países menos desarrollados totalizaron un ingreso de
146.000 millones de dólares.

Existen individuos más ricos que los Estados: el patrimonio de las 15 personas más ricas
supera el Producto Bruto Interno del conjunto del Africa subsahariana... La riqueza de las tres
personas más ricas del mundo es superior a la suma del Producto Nacional Bruto de todos los
países menos desarrollados, o sea 600 millones de personas...

La globalización ha favorecido una gigantesca dilatación de la esfera financiera: el monto


de las transacciones del mercado de divisas se multiplicó por cinco desde 1980, para llegar a
cerca de ¡dos millones de millones de dólares por día! El monto de las transacciones financie-
ras internacionales es 50 veces más importante que el valor del comercio internacional de bien-
es y servicios. El monto de los activos en poder de los inversores institucionales (compañías de
seguros, fondos de pensión, etc.) supera los 25 millones de millones de dólares, o sea más que
la totalidad de las riquezas producidas anualmente en todo el mundo.

Y las autoridades no pueden hacer gran cosa ante el poder de la especulación. Por ejemplo
Japón, país que posee la más importante reserva de divisas del mundo (más de 200.000 millo-
nes de dólares), no es nada ante el poder financiero de los tres primeros fondos de pensión de
Estados Unidos: ¡más de 500.000 millones de dólares!

Si un gobierno democrático desea proteger sus empresas nacionales y realizar una política
favorable al crecimiento y al empleo reduciendo las ganancias de las grandes empresas y tole-
rando un pequeño aumento de la inflación, los inversores internacionales lo acusarán de inme-

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diato de proteccionismo y sancionarán al país, sea atacando su moneda, sea vendiendo masi-
vamente las acciones de sus empresas. Esta reacción brutal provoca una crisis y hace imposi-
ble la aplicación de una política que ha sido democráticamente elegida por los ciudadanos.

Rubens Recúpero, secretario general de la Comisión de Naciones Unidas para el Comercio


y el Desarrollo, acaba de lanzar el siguiente grito de alarma : “Es necesario controlar los movi-
mientos de capital volátil. La economía mundial es hoy más inestable que nunca desde la
segunda guerra mundial. Los países en vías de desarrollo son los más vulnerables. La reforma
de la arquitectura financiera planetaria debe ser la primera prioridad mundial 1 ”.

Y James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, admitió el fracaso de una cierta polí-
tica, a punto tal que declaró en Ginebra, el 26 de junio pasado: “Sabemos ahora que la estabi-
lidad macroeconómica, la liberalización y las privatizaciones son importantes, pero no sufi-
cientes. El desarrollo tiene múltiples facetas. Hacer funcionar los mercados apunta a reducir la
pobreza, pero demanda un entorno social sólido. La pobreza es multidimensional: una mejor
calidad de vida no se traduce solamente por ingresos más elevados, sino que debe representar
asimismo más libertades civiles y políticas, más seguridad y participación en la vida pública,
más educación, alimentación y salud, un medio ambiente más protegido y un aparato de Estado
que funcione realmente” 2.

En conclusión, la globalización construye sociedades duales: de un lado un grupo de privile-


giados e hiperactivos y, del otro, una inmensa masa de precarios, desempleados y marginados.

Los años 90 son los años de la exclusión social. Con todos los riesgos que ello supone, ya
que el crecimiento de la pobreza y la desaparición de toda esperanza de salir de ella favorece
el aumento de la violencia en los países en desarrollo. En algunos de ellos la violencia ha adqui-
rido la dimensión de una verdadera guerra. En Brasil, por ejemplo, alrededor de 600.000 per-
sonas han muerto asesinadas en los últimos 20 años. En países como Japón o Francia, el núme-
ro de personas asesinadas es, respectivamente, de 2 y 3 por cada 100.000 personas. En Brasil
es de 58 y en Colombia... ¡de 78 personas asesinadas por cada 100.000! En ciertas ciudades esa
proporción es aún más trágica: en Cali es de 88, y en ciertos barrios de San Pablo ¡de 102! En
ciertas ciudades de América Latina, más del 50% de las personas interrogadas declaran que ya
no salen de su casa por la noche, lo que comporta un desastre económico para muchos comer-
cios y empresas.

¿Cuándo acabaremos por comprender, por aceptar, que la equidad y la justicia social, lejos
de constituir frenos al desarrollo, son por el contrario favorables a mediano y largo plazo a la
eficacia económica, a la expansión del comercio y a la prosperidad de las empresas?

1
Le Monde, París, 13-2-00.
2
Le Monde, París, 27-6-00.

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Hay que tomar medidas redistributivas destinadas a facilitar el acceso de los pobres a la
renta y poner en práctica políticas que estimulen la participación de los pobres en la vida social
y económica.

Lo verdaderamente importante sería reducir el peso del servicio de la deuda externa y liberar esos
recursos para la inversión productiva y el gasto social. El pago de la deuda es, en algunos países, la
mayor partida del gasto gubernamental, llegando a consumir hasta el 30% y el 40% del mismo.

En el plano internacional se requiere ante todo un entorno de estabilidad que favorezca el


crecimiento económico y marcos reguladores que limiten los flujos especulativos y eliminen la
volatilidad financiera asociada a la globalización. También es clave la apertura comercial de
los países industrializados, a través de una nueva ronda de negociaciones multilaterales; pero
esta solo contribuirá a mejoras sociales si va acompañada de cláusulas sociales y ambientales.

Solo así conseguiremos humanizar la globalización y hacerla compatible con una concep-
ción elevada de la democracia y de la dignidad humana.

Muchas gracias.

Ignacio Ramonet
Director de Le Monde Diplomatique, Francia

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ESTUDIOS SOCIALES:
TEXTOS COMPLEMENTARIOS

Introducción a los textos sobre comunicación

La comunicación - interpersonal o mediada - es un proceso a través del cual las personas


construyen sentidos sobre la realidad, entonces cabe preguntarnos ¿qué significa construir sen-
tidos? es otorgar significados a las palabras, las cosas, las personas o los sucesos (presentes o
pasados) en base a nuestras formas de ver el mundo y de relacionarnos con los demás. Estos
sentidos son históricos, el contexto, el vínculo entre los hablantes y la cultura, intervienen en
el proceso de comunicación y en la producción de significados.

Se puede comenzar planteando que la comunicación de masas es la “producción institucio-


nalizada y la difusión generalizada de bienes simbólicos a través de la fijación y transmisión
de contenido informativo o simbólico” (Marafioti, 2004/2010). O sea que la comunicación de
masas constituye un sistema formado por empresas que producen, comercializan y difunden
distintos tipos de mensajes como por ejemplo noticieros, series y programas de entretenimien-
to. Como bien señala el autor antes citado, las características que la distinguen son: los medios
técnicos e institucionales para la producción y difusión de mensajes; la comercialización de los
bienes simbólicos (producciones artísticas, periodísticas, de entretenimiento, etc.) a través de
la venta de espacios publicitarios; la diferencia entre producción y recepción de los mensajes,
es así como se establece una enorme distancia entre quien hace y quien recibe los contenidos
difundidos por los medios, en este sentido hay un momento de producción (que implica una
lógica propia, un saber y unas reglas específicas) y uno de recepción; la capacidad extendida
de los productos de los medios en tiempo y espacio; la circulación pública de programas con
distintos formatos y contenidos. En este sentido los medios de comunicación se pueden definir
como sistemas de comunicación que permiten a una sociedad desempeñar la conservación, la
comunicación a distancia de los mensajes y los saberes, y la renovación de las prácticas cultu-
rales y políticas (Barbier y Berhto Lavenir, 1996). Los medios masivos de comunicación cons-

1 Llamamos “cultura hegemónica” a aquellos discursos y prácticas sociales que son percibidos como legítimos y que son producidos por
sujetos que detenta un poder, que puede ser político o simbólico, en un determinado contexto (entre ellos los medios de comunicación).

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truyen, transmiten y reproducen la cultura hegemónica,1 aparecen vinculados a la sociedad de


masas y a las relaciones sociales que este nuevo sistema genera.
El surgimiento de la sociedad de masas, a partir de la segunda revolución industrial, estuvo
vinculado con una serie de factores: el modelo económico capitalista, la división del trabajo,
procesos migratorios del campo a la ciudad, la alfabetización creciente, la difusión cada vez
mayor de material escrito, la mejora en la ciencia médica y en las condiciones de vida que con-
dujeron a un aumento de la población y mayor expectativa de vida. La modernidad se caracte-
riza por la vida urbana, por la consolidación del orden social secular y democrático, y se basa
en el concepto de individuo que detenta igualdad ante la ley, la justicia social y el trabajo regu-
lado por las normas. En este contexto los medios masivos de comunicación influyeron en la
nueva forma en que los sujetos percibían el mundo, la cultura, el arte y el ocio. Es así como se
erigieron como formadores de opinión y reproductores de la cultura dominante.

Los medios de comunicación de masas adquirieron una importancia tal en la vida de las
sociedades modernas (sobre todo durante el siglo XX), que distintas disciplinas se han ocupa-
do de ellos. Desde la psicología, la sociología, la antropología, la lingüística y más reciente-
mente -siglo XX- los estudios específicos en el área de la comunicación social, se aborda la
relación entre los medios y la sociedad.

Entre las distintas perspectivas podemos identificar al funcionalismo, heredada de princi-


pios del siglo XX que aparece en Inglaterra y se consolida en los Estados Unidos. Este para-
digma se basa en la idea del empirismo como base de la construcción del conocimiento y con-
cibe a la sociedad como una estructura integrada, donde los elementos – religión, economía,
parentesco, etc.- se influencian y modifican mutuamente. Desde esta perspectiva los medios
masivos de comunicación son concebidos como instituciones que deben colaborar con la esta-
bilización de la sociedad, constituyéndose en instrumentos de control social. Es así que se estu-
dian tanto los mecanismos a través del cuales se construyen los mensajes, como los efectos que
estos tienen en las audiencias, con el objetivo de producir discursos eficaces que contribuyan
a la reproducción de la sociedad. Dentro del funcionalismo, como paradigma, podemos encon-
trar distintas corrientes, como la teoría hipodérmica que parte de una visión simplista (o mecá-
nica) de la comunicación: donde el receptor (a-crítico) es influido totalmente por el discurso de
los medios (omnipotentes); la teoría matemática, que analiza la comunicación en términos téc-
nicos, para medir su eficacia; la Mass Communication Research que se aboca a los estudios de
audiencia y la teoría de la Agenda Setting que analiza la construcción de la agenda pública a
través de la selección y jerarquización de la información que realizan los medios.

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Por otra parte, en la década del ´20 surge en Alemania una corriente teórica, influenciada
por el pensamiento de Carlos Marx y de Sigmund Freud, que va a ser llamada Escuela de
Frankfurt. Los primeros trabajos de estos científicos surgen del interés suscitado por la rele-
vancia que adquieren los símbolos culturales y los medios y técnicas de comunicación masivas
en el contexto del fascismo italiano y del nacionalsocialismo alemán. Autores como Adorno,
Horkheimer y Benjamin analizan la sociedad de masas planteando que los fenómenos cultura-
les reproducen las diferencias sociales y contribuyen a la alienación de los sujetos. Desde esta
perspectiva, la lucha de clases persiste en los mecanismos de comunicación y de reproducción
de los bienes culturales, donde quienes detentan los medios de producción (en este caso los
propietarios de los medios de comunicación) tienen el poder para manipular a los receptores.

Otras perspectivas teóricas ponen en tela de juicio los postulados del funcionalismo. Por
ejemplo la Escuela de Palo Alto, desde el análisis interdisciplinario y sistémico (que combina
métodos de la lingüística, la antropología, la sociología y la psiquiatría, por ejemplo) aborda la
problemática de la comunicación como un proceso social, donde se da gran importancia al con-
texto en la producción de significados. Esta corriente teórica hace hincapié en la interacción
entre los sujetos, donde se ponen en juego distintos niveles sensoriales. Este proceso es cultu-
ral e histórico, intervienen en él los modos y sistemas de vida de las comunidades.

En los años ´60 surge en Birmingham (Inglaterra) la llamada Escuela de Birmingham o


también conocida como Estudios Culturales, que es influenciada por el marxismo y por la
escuela de Frankfurt. Esta corriente de pensamiento se basa en la preocupación de acerca de la
relación entre cultura, ideología y hegemonía. Complejiza la mirada sobre los medios de comu-
nicación considerando el rol activo de los receptores y poniendo en evidencia el proceso de
resignificación de los mensajes a partir de relaciones sociales más amplias, como son la con-
dición de clase, la etnia, la nacionalidad, el género, etc.

También vale mencionar la Teoría semiológica que se basa en los estudios de la lingüística
estructural (Saussure) y la semiótica (Pierce). Analiza la construcción de sentidos a través de
los discursos. Tiene una visión más amplia del proceso de comunicación y considera que éste
se produce a través de toda práctica social (no solo la lingüística) significante.

En América Latina la Teoría de la Dependencia (a partir de los años ´60) da cuenta de la


problemática de los países del tercer mundo y su relación con los centros hegemónicos de
poder. Esta teoría tiene una visión crítica respecto del funcionalismo y de las políticas desarro-
llistas, que apuntaban a una dependencia cultural por parte de los países periféricos respecto de

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los desarrollados. El concepto de colonialismo cultural se vincula con esta crítica hacia la
imposición de modelos culturales exógenos e impulsa la idea de la creación de modelos pro-
pios, de discursos que democraticen el acceso a la producción, circulación y apropiación de la
información por parte de las comunidades locales.

Las teorías antes mencionadas (en forma muy sucinta) dan cuenta por un lado de la impor-
tancia que tiene la comunicación en las sociedades modernas, y por otro del nivel de comple-
jidad de los distintos abordajes sobre el tema. Desde la más sencilla (pero no por eso menos
arraigada en el sentido común) como es la Teoría Hipodérmica, hasta las más complejas como
los Estudios Culturales o la Semiología, reflejan una preocupación creciente por este tópico.
Esto ha sido tenido en cuenta por quienes han detentado el poder en distintos contextos. La pro-
paganda y el uso de los discursos persuasivos, de la retórica y de la imagen (la iconografía) fue-
ron fundamentales, por ejemplo, durante el Fascismo, el Nacionalsocialismo y en Argentina
durante la última dictadura militar. El control y el uso de la información fue (y lo sigue siendo
en la actualidad) una herramienta para construir poder y construir/reproducir visiones del
mundo.

Como dijimos antes, los medios de comunicación construyen sentidos sobre la realidad,
recortan, incluyen, excluyen, jerarquizan y editorializan la información dentro de su temario,
en este sentido es que se constituyen en actores políticos (Borrat, 1989) y establecen relacio-
nes con otros actores políticos. Los medios de comunicación son empresas y como tales defien-
den los intereses comerciales y las líneas editoriales que éstas avalan, y dependen para mante-
nerse de situaciones de mercado, de los anunciantes, de intereses políticos, de la publicidad del
gobierno y otros factores económicos que no los excluyen de un mercado lucrativo. Es así
como la idea de medio “independiente” está atravesada por situaciones internas y externas, por
intereses propios y ajenos.

Los distintos medios de comunicación que han ido apareciendo a lo largo de la historia,
desde el periódico, el diario, las revistas, la radio, la TV hasta internet han transformado la
relación entre emisor y receptor. Por un lado las audiencias y las ofertas de mensajes parecen
haber crecido y por otro se ha complejizado tanto el carácter del discurso que se construye
como la forma en la que los sujetos se apropian de él. Los llamados “nuevos medios”, como
por ejemplo los medios digitales e interactivos (internet por ejemplo) plantean un dilema acer-
ca del proceso de producción de la información ¿quién es ahora el emisor de los mensajes, de
qué se está seguro y de qué no, cuál es el nivel de veracidad de estos discursos, se han demo-
cratizado los mecanismos de producción y recepción de la información? Estos son algunos de

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los tópicos que los estudios sobre la comunicación están abordando actualmente, es un campo
de las ciencias sociales que está en continuo crecimiento y desarrollo.

Referencias bibliográficas:

Barbier, F. y Berhto Lavenir, C. (1996): Historia de los medios. De Diderot a Internet,


Buenos Aires, Colihue.
Borrat, H. (1989): El periódico, actor político, Barcelona, GG Mass Media.
Bourdieu, P. (1985): ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos,
Madrid, Akal.
Marafioti, R. (2004/2010): Sentidos de la Comunicación, Buenos Aires, Biblos.

Bibliografìa adicional para actividades

Aprile, O. (2003) La publicidad puesta al día. La Crujía ed.


Barbier, F. y Bertho Lavenir, C. (1999) Historia de los medios, de Diderot a Internet. Ed.
Colihue.
De Fleur M. y Ball-Rokeach, S. (1993) Teorías de la comunicación de masas. Ed. Paidós.
De Moragas, M. (1986) Sociología de la comunicación de masas. Ed. Gustavo Gili.
Martinchuk, E. y Mietta, D. (2002) Televisión para periodistas. La Crujía ed.

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MODELO DE EXAMEN

1. ¿Cuál de las siguientes definiciones es correcta?


a. El concepto de nación es igual a Estado.
b. El concepto de nación es sinónimo de pueblo.
c. El concepto de nación es sinónimo de país.
d. El concepto de nación permite definir una identidad social compartida.

2. Entre los elementos esenciales de un sistema republicano figuran:


a. El sistema de voto proporcional.
b. La división de poderes y el presidencialismo como forma de mantener la estabilidad
del gobierno.
c. La existencia de un sistema bipartidista.
d. La división de poderes y la periodicidad en las funciones.

3. El Estado moderno surgió como consecuencia de:


a. La alianza entre la monarquía y la burguesía.
b. La alianza entre la monarquía y la nobleza.
c. La alianza entre la monarquía y el clero.
d. La alianza de todos los sectores mencionados.

4. ¿Cuál era el origen de las sociedades para Hobbes?


a. La fuerza.
b. El consenso.
c. La tradición.
d. La etnia.

5.¿Cuál era el primer poder el Estado para John Locke?


a. El Ejecutivo.
b. El Legislativo.
c. El Judicial.
d. El Religioso.

6. ¿Cuál de los siguientes efectos, según Tocqueville, no produce la tiranía de la mayoría


sobre los pueblos?
a. Inestabilidad del Poder Legislativo.
b. Ejercicio arbitrario de la función pública.
c. Conformismo de las opiniones.
d. Independencia de los individuos.
7. ¿Cuál de los siguientes sistemas era recomendado por Rousseau?
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a. República igualitaria no representativa.


b. República censitaria.
c. Despotismo ilustrado.
d. Monarquía feudal.

8. El Estado moderno surgió:


a. De la crisis provocada por la Revolución Francesa de 1789.
b. De la crisis del orden feudal.
c. A partir de la caída del Imperio Romano de Occidente (siglo V).
d. Como consecuencia de la Revolución Industrial inglesa.

9. Los principales actores del proceso de globalización son:


a. Los estados nacionales.
b. Los individuos.
c. Las empresas transnacionales.
d. Los gobiernos.

T. Hobbes y la autoridad política


Lea atentamente el texto que se encuentra a continuación y responda las preguntas 10 y 11.

El único camino para erigir semejante poder común, capaz de defenderlos contra la invasión
de los extranjeros y contra las injurias ajenas, asegurándoles de tal suerte que por su propia
actividad y por los frutos de la tierra puedan nutrirse a sí mismos y vivir satisfechos, es confe-
rir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de hombres, todos los cuales, por
pluralidad de votos, puedan reducir sus voluntades a una voluntad. Esto equivale a decir: ele-
gir un hombre o una asamblea de hombres que represente su personalidad; y que cada uno con-
sidere como propio y se reconozca a sí mismo como autor de cualquier cosa que haga o pro-
mueva quien representa su persona, en aquellas cosas que conciernen a la paz y a la seguridad
comunes; que, además, sometan sus voluntades cada uno a la voluntad de aquél, y sus juicios
a su juicio. Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello
en una y la misma persona instituida por pacto de cada hombre con los demás, en forma tal
como si cada uno dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres
mi derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que vosotros transferiréis a él
vuestro derecho, y autorizaréis todos sus actos de la misma manera. Hecho esto, la multitud
así unida en una persona, se denomina ESTADO, en latín, CIVITAS.

(...) quienes acaban de instituir un Estado y quedan, por ello, obligados por el pacto, a consi-
derar como propias las acciones y juicios de uno, no pueden legalmente hacer un pacto nuevo
entre sí para obedecer a cualquier otro, en una cosa cualquiera, sin su permiso. En consecuen-
cia, también, quienes son súbditos de un monarca no pueden sin su aquiescencia renunciar a la
monarquía y retornar a la confusión de una multitud disgregada; ni transferir su personalidad

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de quien la sustenta a otro hombre o a otra asamblea de hombres, porque están obligados, cada
uno respecto de cada uno, a considerar como propio y ser reputados como autores de todo
aquello que pueda hacer y considere adecuado llevar a cabo quien es, a la sazón, su soberano.
Así que cuando disiente un hombre cualquiera, todos los restantes deben quebrantar el pacto
hecho con ese hombre, lo cual es injusticia; y, además, todos los hombres han dado la sobera-
nía a quien representa su persona, y, por consiguiente, si lo deponen toman de él lo que es suyo
propio y cometen nuevamente injusticia. Por otra parte, si quien trata de deponer a su sobera-
no resulta muerto o es castigado por él a causa de tal tentativa, puede considerarse como autor
de su propio castigo, ya que es, por institución, autor de cuanto su soberano haga. Y como es
injusticia para un hombre hacer algo por lo cual pueda ser castigado por su propia autoridad,
es también injusto por esa razón.
Como el derecho de representar la persona de todos se otorga a quien todos constituyen en
soberano, solamente por pacto de uno a otro, y no del soberano en cada uno de ellos, no puede
existir quebrantamiento de pacto por parte del soberano, y en consecuencia ninguno de sus súb-
ditos, fundándose en una infracción, puede ser liberado de su sumisión.
Thomas Hobbes, Leviatán.

10. ¿Cuáles son las dos funciones básicas de la autoridad política a la que se refiere
Thomas Hobbes?

11. El pensamiento de Thomas Hobbes se asocia habitualmente a la defensa del absolu-


tismo monárquico. Explique brevemente por qué se hace esa afirmación y señale en el
texto los párrafos que justifiquen su explicación.

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