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I. Primera pregunta: Una cosa tan compleja como un grupo, ¿puede servir para algo
bueno?
Debemos citar al comienzo el nombre de Le Bon. Este autor francés escribe su libro
Psychologie des Foules (Psicología de las masas) en 1895. Pronto se hace popular en
toda Europa. Pero resulta, sin lugar a dudas un libro demasiado pesimista. Por una parte,
señala, vivir en grupo es algo connatural al hombre, sin lo que a éste le sería imposible
sobrevivir. Pero por otra el grupo mutila, porque nos obliga a sacrificar mucho de
nuestra autonomía y de nuestra individualidad.
Traigo aquí a Le Bon por dos razones: por ser él quien llama la atención con más fuerza
sobre la existencia de fenómenos grupales, como el contagio emocional, y porque
suscita una polémica (de la que el mismo Freud no se verá libre) sobre si la pertenencia
a grupos es dañina o beneficiosa para la persona. Esta polémica a la larga ha resultado
fecunda para los que nos dedicamos a la terapia de grupo, pues nos ha llevado a
plantearnos si realmente un grupo puede ayudar a la maduración de las personas, y, en
caso de una respuesta afirmativa, a indagar qué dimensiones grupales sean las más
eficaces.
1
psíquica), y otra distinta que definiría al grupo “organizado”. Para McDougall todos
aquellos fenómenos que Le Bon llamaba de contagio emocional deben canalizarse para
hacerse constructivos. Cuando se canaliza el contagio emocional, el grupo se convierte
en positivo y constructivo. Pero para que esto suceda el grupo debe cumplir las
siguientes condiciones:
Casi simultáneamente Freud está escribiendo su Gruppen psychologie und Ego Analyse
(Psicología de las masas). En este libro habla de los elementos de cohesión de un grupo,
para afirmar, como podríamos esperar, que el principal de ellos es la identificación con
una persona central o focal. Lo que nosotros solemos llamar líder. En esencia, la vida de
un grupo no es más que la historia de los impulsos eróticos que ligan a esas dos partes
en relación: miembros y líder. Impulsos que, naturalmente, tienen como resultado
tensiones y satisfacciones muy claras.
Queda ya solamente hacer alusión a una tercera idea base sobre la fuerza sanadora de un
grupo. Viene de Kurt Lewin, el gestaltista alemán trasladado a Boston en los años
treinta. El grupo, naturalmente es un todo, una Gestalt. Es verdad que el grupo es un
campo de batalla, en el que el conflicto es inevitable, ya que los miembros que lo
componen luchan por obtener y mantener su espacio vital. Pero en este campo de batalla
cualquier movimiento de un miembro origina tensiones, necesidades y movimientos en
los demás. Y cuando estas tensiones llegan a fluir de manera constructiva y organizada,
el resultado es equilibrio y redondez, con el consiguiente resultado sanador para cada
uno de los sujetos individuales.
Señalo, para acabar, algo que ya está apuntado, pero que puede ser la principal
aportación de Lewin a la terapia grupal: El foco de atención, para todo aquel que quiera
entender lo que en el grupo sucede, y convertir en constructiva su intervención, debe
estar puesto en el aquí y ahora.
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Pertenece ya a la jerga popular sobre la integración personal la expresión "trabajo con
grupos". En realidad no es algo obvio, ni, durante muchos años, objeto de atención para
aquellos profesionales que más se ocupan de la mejora general de la persona humana, el
considerar que el grupo sea un lugar de terapia.
Las bases teóricas han sido puestas por los autores que acabamos de citar. Pero ninguno
de ellos pasó en su día a la verdadera práctica de sanación que se puede llamar con
derecho terapia. Queda ahora bajar a las concreciones.
b. La etapa del sentido común. Se puede decir que la historia, en realidad, comienza en
1905. Un médico (el trabajo con grupos adquiere desde este momento el aire de
"tratamiento") preocupado por aquellos pacientes pobres en recursos económicos, que
no se pueden permitir un tratamiento hospitalario, decide organizar con ellos unos
grupos de apoyo que les sirvan de ayuda y de instrucción acerca de la conducta a seguir
hasta su curación. El médico se llamaba Joseph Hersey Pratt, de Boston Massachussets,
y los enfermos eran tuberculosos. Los grupos que se formaron eran de unos 20
enfermos, y la actividad al comienzo se pareció mucho a una clase: Pratt instruía a los
miembros de cada grupo sobre como alimentarse, como organizar su descanso y su
trabajo, en el ambiente familiar que debían soportar, ya que no podían ser atendidos en
el hospital. Pero pronto advirtió que, con el paso del tiempo, más importante que sus
palabras era el clima que se creaba en el grupo mismo. Los miembros, notaba, eran,
unos para otros, una poderosa arma de apoyo mutuo. Pratt observó que tenían un arma
en sus manos que ningún hospital les podía proporcionar: la fuerza del vínculo común
que les proporcionaba la enfermedad común a todos ellos.2
Fruto de un interés semejante por los enfermos sin recursos, otro médico, esta vez un
psiquiatra, Edward W. Lazell, comenzó en 1918 a "tratar" a los soldados que volvían a
Norteamérica de la Guerra Europea, aquejados de desórdenes psicóticos, en reuniones
de grupo. De nuevo advierte que el grupo, cuando se le permite comunicarse en cierta
libertad, aborda temas que tienen que ver con la situación global de la persona, y no se
reduce a lo que toca al síntoma concreto que al comienzo trajo a cada persona a recibir
tratamiento. Lazell, como Pratt, guiado de su buen sentido, insistía de forma
inconsciente en la importancia que tiene para toda curación el recibir información
adecuada, el recibir consejos sensatos, el verse apoyados por otras personas en situación
semejante, y el que los pacientes se identificaran unos con otros de forma espontánea y
cordial.
3
c. El influjo del psicoanálisis. La asociación libre se ha convertido, al filo de los años
30, en sinónimo de tratamiento ideal para la curación de problemas psicológicos. Lo
elevado del coste del tratamiento psicoanalítico sugiere la reunión de grupos donde se
puedan alcanzar parecidos resultados. Y de la confluencia de ambos elementos,
asociación libre y reunión en grupo, va a nacer la primera versión de lo que será en
adelante
terapia de grupo.
Samuel Slavson suele ser citado como el fundador de esta nueva actividad. Quizá el
haberse sometido a un psicoanálisis él mismo, y su actividad con niños durante tantos
años, sean las causas de su descubrimiento. Slavson, trabajando con niños, organiza lo
que al comienzo llamó Grupos de Terapia Activa, en los que el juego, y otras
actividades, tenían tanta importancia como la palabra misma. Basta que sus niños
crezcan, que cualquier actividad sea sustituida por la palabra, y habrá dado con un
grupo que no solamente tiene libertad proyectiva de acción, sino verdadera libertad de
asociación. Slavson practicaba, ya en los años treinta y cuarenta, una verdadera
psicoterapia analítica en grupo.
Dentro de este capítulo de influjo del psicoanálisis hay que situar a dos psiquiatras bien
conocidos, Alexander Wolf y Emmanuel Schwartz. El primero, a partir de 1938, se ha
decidido a organizar grupos de 10 personas, diez mujeres y diez varones, que se
someten a lo que, con toda propiedad, se puede llamar un análisis personal en grupo. El
destinatario final de todo el proceso era cada uno de los participantes. La base teórica
empleada era el mundo conceptual psicoanalítico, y su principal herramienta de trabajo
la asociación libre y la interpretación del inconsciente personal.
¿Qué se suponía en estos momentos que era lo curativo de la situación grupal? Sin
duda, como se ha dicho antes, la interpretación que se hacía al paciente de las
resistencias que se iban reflejando en sus actitudes hacia el terapeuta y hacia los demás
miembros del grupo, y de las huellas que el pasado infantil de relación con sus padres
había dejado en su mundo de vivencias y de conducta. Podemos decir que solamente se
introduce un elemento nuevo y exclusivo de la situación grupal en el conjunto de la
teoría psicoanalítica tradicional. Es el concepto de transferencia múltiple, derivado de la
presencia obvia de otras personas que no son el terapeuta mismo. Cada persona
transfiere impulsos, sentimientos y fantasías a cada una de los otros miembros del
grupo.
Ni una sola mención a lo que pudiera ser el grupo como una entidad de derecho propio.
Sólo se habla de personas individuales.
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d. Llega el influjo de la “dinámica del grupo”. Va a comenzar la batalla de los
grupalistas frente a los individualistas. De los partidarios del análisis individual en
grupo, frente a los partidarios de la terapia de grupo. Nombres tan bien conocidos como
Foulkes, Bion, o Ezriel, todos ellos ingleses, reniegan en cierto modo de sus orígenes
psicoanalíticos. Reivindican para el grupo un mayor protagonismo. Porque es el grupo
como totalidad el que cura, no la mera relación transferencial con varias personas
individuales a la vez. Por primera vez la Psicología Clínica va a tomar en consideración
a aquella rama de la psicología que ha tratado al grupo como una realidad sui generis y
una posible unidad de análisis: la psicología social.
El gran maestro que encuentran estos autores a la hora de hallar un mundo de conceptos
y de instrumentos que les sirvan de marco referencial para organizar su trabajo es el
psicólogo alemán Kurt Lewin, ya fallecido aún joven en el exilio norteamericano, en
Febrero de 1947. La teoría del campo de Lewin va a servir durante muchos años, (y
hasta la actualidad) como un buen sustituto de la Teoría de Sistemas, que aún no había
conocido su total desarrollo. Lewin es un hombre de formación Gestáltica, y muy hecho
a considerar la totalidad como más importante que la suma de las partes. Por tanto más
atento al tema común del grupo, a la tensión global que en él se desarrolla, que a la
patología o sintomatología personal de cada uno de los miembros. Lo que cura,
podríamos decir, no es la sabia interpretación de la dinámica personal de cada
individuo, sino la prudente y sabia guía que hace el terapeuta de los procesos grupales.
Era verdad que el mismo concepto de "grupo como totalidad", con vida propia y propia
dinámica, no era fácil de aceptar para muchas personas. Para unos simplemente porque,
muy comprensiblemente, encuentran más obvio que se le reconozca autonomía e
individualidad a una entidad con base tan física como es la del ser humano. Para otros,
porque ya el hablar de "grupo como totalidad" como algo que supera al individuo, y en
el que éste se ve inmerso, tiene connotaciones terriblemente amenazantes, totalitarias,
por no decir fascistas.3 Pero ha tenido lugar un importante paso adelante, y la
Psicología no puede ya evitar ocuparse de los procesos grupales. Todo terapeuta va a
saber, en adelante, que si logra hacer intervenciones que mantengan en el grupo el
conveniente equilibrio entre las tensiones y las resistencias grupales, y que animen a
todos a expresarse con libertad, sin excesiva ansiedad ni sentimientos de amenaza, se va
a producir un proceso de profundo poder integrador.
No se puede negar a esta corriente un origen psicoanalítico. Pero hace una aportación
claramente nueva. Al considerar que el paciente tiene un mundo de experiencias
absolutamente irreductible, al que solamente él tiene verdadero y auténtico acceso,
modifica radicalmente el carácter de la relación paciente/terapeuta. Cualquier
intervención que convierta al terapeuta en un técnico sabedor de las últimas claves de lo
que al paciente le pasa, parte de una falsedad de fondo. Nadie, si no es el paciente
mismo, es ese experto sabedor de lo que realmente él mismo está experimentando.
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Pero esto introduce en la relación terapeuta paciente un fuerte clima igualitario. Clima
que no solamente autoriza al terapeuta a mostrarse más abierto, y a relacionarse de una
manera más intensamente emocional. Sino que convierte a la misma relación Yo - Tú4
que entre ellos debe darse, en el encuentro sanador por excelencia.
Una experiencia de este tipo no cree que el éxito terapéutico tenga lugar cuando se
aprendan determinadas habilidades sociales que le serán útiles en la vida, ni cuando
cada persona obtenga insights lúcidos que desvelen sus conflictos inconscientes. Exito
se dará cuando cada uno de los miembros, en el ámbito resonador y facilitador del
grupo, obtenga experiencias intensas de hondo valor catártico. No importa tanto la
transferencia de lo así obtenido a la realidad exterior al grupo. La experiencia de
encuentro tiene ya valor en si misma, y hace a la persona más auténtica (le ayuda a "ser
más"5).
Antes de cerrar este apartado en que pretendemos señalar someramente los hitos de la
historia de la terapia de grupos, debemos justificar por qué no hemos mencionado a J.L.
Moreno, el fundador del Psicodrama de forma germinal ya en 1910, el primero que ¡en
1932! acuñó el término "psicoterapia de grupo". Una es la exclusividad del grupo
fundado por Moreno, que quizá ha reducido su expansión. La segunda, más cierta, es
nuestro deseo de subsumir las principales razones sanadoras de Moreno dentro de lo que
hemos llamado corriente existencial experiencial. Identificación, catarsis, acción, son
conceptos que escuelas más modernas han recibido (en mayor medida de lo que ellas
mismas creen) del influjo de este autor.
Llegados a este punto conviene formular ya algunas conclusiones más operativas acerca
de lo que se espera del encabezamiento de estas palabras. ¿Pero, a fin de cuentas, por
qué decimos que un grupo es un factor de curación? ¿Por qué sana un grupo? Sabemos
ya que al hablar de grupo, si no queremos contradecirnos, y hallar a la postre que
estamos manejando una realidad regresiva y destructiva, debemos referirnos a un grupo
estructurado, a cuyo frente hay un líder, moderador, facilitador o terapeuta, cuya
presencia es fundamental, y que camina hacia unos objetivos de cambio que conoce y
favorece. Es verdad que el estilo de este líder puede ser muy variado, y exigimos que
sus intervenciones vengan dictadas por una concepción coherente de lo que quiere decir
ser persona humana, y de lo que quiere decir establecer relación interpersonal.
Vamos a recorrer sencillamente algunos aspectos concretos: los que tratamos con
grupos necesitamos vivamente saber qué es lo que estamos haciendo para decidir de
forma racional cómo vamos a intervenir en un momento dado, sin dejarnos llevar por el
azar o por la emoción del momento.
Irwing D. Yalom6
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puede servirnos de guía con algunas de sus indicaciones acerca de qué es lo que sana a
un grupo.
1. El grupo hace presente de forma viva y actual al grupo familiar primario en el que
tantas de nuestras maneras de sentir, pensar y actuar cobraron forma.
5. La Proyección permite la Empatía: a no ser que sea muy hostil, y entonces la estorba.
Una dosis de envidia acompaña siempre al hecho de recibir: el otro tiene algo que dar,
pero puede guardárselo para sí: los silencios contienen envidias en este sentido.
Grupo y Madre no son relaciones ajenas desde el punto de vista emocional. En ambas
situaciones (Grupo - Madre) está presente la lucha entre dos polos: el polo de buscar
compañía, fundirse con un Otro que da calor y ayuda, evitar la soledad, y el polo de
quedarse aislado, separado y desprotegido. En las dos situaciones se viven experiencias
de satisfacción y experiencias de frustración (recibo atención, escucha... pero, o no me
comprenden del todo, o me asfixian y no me dejan la autonomía que yo desearía).
El Grupo, como la Madre, nos hace sentir poderosamente ambivalentes: ¿No nos
recuerdan a nuestra niñez, no nos parecen infantiles, muchas de nuestras reacciones
grupales en las que sentimos odio y amor a la vez, en las que ponemos en marcha
mecanismos de defensa tan primitivos como la división de lo bueno y lo malo, y en las
que nos identificamos proyectivamente?7
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En segundo lugar, en el grupo se viven poderosamente sentimientos que tienen que ver
con la antigua relación Hijo-Padre. Estar en un grupo siempre es ver como se despiertan
en nosotros las viejas tensiones entre la rebeldía y el sometimiento frente al depositario
de la autoridad. Tensiones que dan lugar, de forma muy viva, a vivencias de rivalidad
entre hermanos/iguales.
Y esa es la primera y gran razón por la que un grupo sana. Porque permite elaborar (es
decir, experimentar de forma repetida y cada vez más adaptada), las emociones, las
ansiedades y los conflictos originarios de la vida humana.
Aprendizaje y cambio siempre han estado peleando por ser objetivos alternativos de
todo grupo8. Pero, ¿se puede pensar en un cambio personal, más o menos profundo, que
no incluya, al menos, el aprendizaje de formas de comunicación, de nuevas formas de
sentir y de pensar? Y, planteándolo de forma inversa, ¿podemos imaginar un
aprendizaje cualquiera excluyendo que dé como fruto pequeños o grandes cambios
personales?
La situación de igualdad que se establece entre los miembros del grupo hace que
muchos consejos directos se den y se reciban sin que el terapeuta abandone su rol. Por
8
otra parte una actividad tan estructurada como es el consejo, ayuda a que aparezcan
patologías ocultas, como sería, por ejemplo, la del rechazador de todo consejo. O el
mecanismo de negación.
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con él y a la vez me encuentro conmigo. "Dicen que el hombre no es hombre / hasta que
no oye su nombre / de labios de una mujer, / puede ser" decía intuitivamente Machado.
El grupo es el lugar de los otros. Ellos, como el coro griego, abren ante mí un horizonte
de emociones. En ellos los sentimientos resuenan, se amplifican, cobran una extraña
realidad. El fenómeno de la empatía se multiplica como en una situación de vértigo,
haciéndose más real y más pregnante. Moreno usaba bellas palabras para expresar esa
experiencia indefinible que proporciona el grupo: "Y cuando estés cerca yo tomaré tus
ojos y los pondré en el lugar de los míos, y tú tomarás mis ojos y los pondrás en el lugar
de los tuyos. Y entonces yo te miraré a ti con tus ojos y tú a mi con los míos"10. El
encuentro realiza frecuentemente el paradigma de la situación empática sanadora.
En palabras de Yalom, en el lugar citado más arriba, la gran experiencia que los grupos
proporcionan es el sentimiento de curación. El grupo es un lugar privilegiado en el que
se puede tener la experiencia de que algunos miembros han mejorado ya, y otros están
en trance de hacerlo en presencia de todos los demás participantes. El mensaje es claro:
Es posible sanar. Y la consiguiente movilización de energía puede llegar a ser
arrolladora. Claro que esto nos debe hacer pensar que no todos los grupos son
igualmente sanadores. No lo son. Grupos con larga historia, y por tanto con larga
memoria de sujetos que cambiaron para mejor, son una poderosa arma en manos de un
terapeuta avezado. Tengamos en cuenta que muchas técnicas grupales que se emplean
comúnmente dan enorme importancia a este factor. Citemos sin entrar en más detalles
los grupos de alcohólicos anónimos, o algunos grupos de recuperación de
drogodependientes, en los que la presencia de ex-alcohólicos, o de ex-
drogodependientes es un elemento terapéutico básico.
Las técnicas del secreto anónimo han venido a revelar tres contenidos como principales
"secretos" que bloquean campos enteros de la actividad psíquica de las personas:
* sentimientos de inadecuación.
* Alienación personal.
* Cuestiones de sexo - identidad sexual - homosexualidad.
Precisamente estas áreas de contenido psíquico sos algunas de las que reciben del grupo
mayor facilitación a la hora de ser verbalizadas. Con mucha frecuencia el grupo asocia
situaciones de contenido semejante o diverso, en las que el núcleo es cualitativamente el
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mismo,. y que diluyen la angustia de la irrepetibilidad. Por una vez ensayar formas de
abordar lo inabordable parece ser posible.
Cuando se está mal, es creencia común, ayudar es la única salida para romper el círculo
infernal de la enfermedad.
La historia de los últimos años ha ido matizando el papel que aquel que está al frente de
un grupo desempeña en el buen funcionamiento de éste. Siempre se trata de un papel
decisivo como elemento de impulso a la maduración y al crecimiento. El gran elemento
sanador de un grupo es la persona focal de su terapeuta.
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La transferencia: Existe, pero en el grupo es múltiple. Y cambiante.
El acting out: Existe más actuación. A veces no es fácil mantener los límites claros.
Se puede decir que la relación creada en el grupo es una relación “en abanico”. Cada
uno de los pacientes se relaciona principalmente con el centro evidente que es el
terapeuta, y bajo su mirada permite que le afecten las presencias ajenas que le rodean, y
así hagan más patentes las conductas conflictivas o constructivas.
Con su ambigüedad como rol de referencia, suscita que cada paciente proyecte en él
vivencias muy primitivas, que podrán ser luego interpretadas. La interpretación es un
arma de gran potencia, especialmente si se dirige a emociones y procesos grupales, a los
conflictos más focales de esta pequeña colectividad que representa la vida en el mundo
real.
Pero más que nada "Proporciona experiencias al grupo". (No es frecuente que haga
interpretaciones del nivel infantil). Tiene, obviamente, más fe en lo vivido que en la
interpretado.
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7. La evolución es crucial. Es la evolución que va desde hacer terapia individual en
grupo, a realizar terapia de grupo. Las publicaciones que encontramos en los últimos
años ofrecen modalidades de muy diversos tipos para la terapia en situación grupal.
Pero todas ellas se han visto afectadas por este movimiento pendular de lo individual a
lo grupal.
Bien es verdad que el que se dedica a esta actividad de forma regular, conoce bien
cuáles son las tentaciones del terapeuta: Sometido a la mirada directa de ¿siete?, ¿ocho?,
pares de ojos, soporta la tensión de una intensa vivencia que le toma a él por pantalla de
proyecciones, que deposita en él la electrizante responsabilidad de contactar con lo
común, lo focal. Ese terapeuta siente una y otra vez la llamada a la omnipotencia
gratificante a corto plazo, de la interpretación individual, o a la acogedora situación del
que suscita y acaricia la confidencia personal.
Un terapeuta normal conoce hasta qué punto es fácil recurrir a estereotipos aclaradores,
siempre tan bien recibidos por los pacientes, que desean conocerse. Es fácil, y
confortable, porque evita así la intensidad dolorosa, casi de trance, que se vive cuando
un grupo afronta en el momento presente,
y no en la narración, los grandes conflictos de la afectividad humana..
Más de un paciente ha llegado a mi consulta remitido por otro colega que le recomienda
terapia de grupo. “He trabajado ya mis problemas durante años con él, o ella”, me suele
decir, “pero ahora debo atender a mis dificultades de relación con los demás”. Algunos
de nuestros colegas no alcanzan a ver el potencial curativo real de un grupo de terapia, y
piensan que es sencillamente una escuela de comunicación.
Otros pacientes llegan hasta mí por su propio pie. “Últimamente, me dicen, estoy muy
apurado de dinero. Lo que me puedo permitir es un grupo, y dejo para más adelante
(para cuando pueda costeármela) entrar en una terapia individual”. Algunos de nuestro
pacientes, y es comprensible, confunden la terapia de grupo con la terapia individual en
situación grupal.
Quizá vivirnos en verdadera “Asociación” – como tal estamos aquí presentes - nos
proporcione experiencias de grupo ricas y densas. Esas experiencias tan constructivas,
de madurar humana y científicamente a la vez que nos relacionamos, pueden ser
experiencias grupales que nos hagan también más sanos. Experiencias que superan en
muchos codos al puro placer de estar juntos.
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2. Spotnitz, H., 1961, The couch and the circle, New York: Knopf, pg. 29.
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3. Denes-Radomisli, M., 1971. Gestalt therapy: sense in sensitivity, 1971. Documento
no publicado. Adelphi University Postdoctoral Program in Psychotherapy.
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4. Recordemos que, según algunas estadísticas, el autor más citado por los psicólogos
humanistas no es otro psicólogo, sino el pensador alemán Martin Buber, a través de su
librito Yo y Tú. Sintomática realidad.
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5. No olvidar que el libro de cabecera para muchos de los autores que estamos tratando
es el conocido volumen de A. Maslow cuyo título en inglés es tan significativamente
Towards a Psychology of Being.
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6. Yalom, I.D., 1985, The Theory and Technique of group psychotherapy (3rd. Ed.),
New York: Basic Books.
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7. Es interesante la exposición de Wells, L.,The Groups-as-whole perspective and its
theoretical roots, en Arthur D. Colman y Marvin H. Geller, 1985, Group Relations
Reader 2, Washington: A.K. Rice Series
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8. Ver a este propósito Singer, D.L. et al., Boundary Management in Psychological
Work with Groups, en Lawrence, W.G., Ed., 1979, Exploring Individual and
Organizational Boundaries, Londres: Wiley.
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9. Jacob Levi Moreno escribía en Viena, en su conocida obra Einladung zu einer
Begegnung (Invitación a un encuentro) en 1914,.
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10. La cita está tomada de Johnson, P., Psychology of Religion, N.Y., 1959.
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*Comunicación presentada en las Jornadas de la “Asociación Laureano Cuesta”, Madrid
2002.
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