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(Borrador)
Miguel Fuentes1
Un augurio, es decir un antecedente supuesto del devenir, se convierte en tal porque es capaz
de expresar de forma simbólica un aspecto central del futuro que podría aguardarnos. Algunos
de los elementos que usualmente se encuentran en la base de un augurio en su forma más
elevada (es decir un presagio histórico) pueden encontrarse en el reciente caso del incendio y
destrucción de la catedral de Notre Dame en París. Pueden mencionarse entre estos últimos los
siguientes:
1
Coordinador de los sitios “Marxismo y Colapso” y “Grupo de Seguimiento de la Crisis Climática Mundial”.
mencionados anteriormente. Aun cuando la destrucción de monumentos históricos u otros
eventos similares ha sido un fenómeno recurrente durante la historia reciente, la primera
reacción ante este incendio fue de incredulidad (¿podía estar Notre Dame realmente
quemándose?), pasándose en seguida a un sentimiento de intensa consternación ante la
magnitud y violencia del siniestro. Casi enseguida, este sentimiento de incredulidad daba paso
a una especie de conciencia (aunque fugaz, tal como suele suceder en este tipo de
acontecimientos) en torno a la naturaleza inclemente e implacable del desastre. Algo parecido
suele suceder en los casos de muertes imprevistas u otros eventos destructivos que afectan la
vida familiar. Fue en este instante en donde comenzaron a surgir algunas de las primeras
explicaciones de fondo de lo sucedido: el descuido del gobierno francés que había rechazado
financiar en su momento los debidos cuidados de la catedral, preparando con ello el desastre.
Casi al mismo tiempo, comienzan a sucederse las imágenes quizás más impactantes de la
jornada: el techo completo de la catedral siendo consumido por las abrazadoras llamas y, justo
en el clímax de la voracidad destructiva del incendio, la torre de la catedral cayendo
derrumbada y haciéndose añicos. Por esos momentos, tal como afirmara Trump desde el otro
lado del Atlántico al referirse a la probable destrucción de la catedral hasta sus cimientos
(declaración acompañada del clamor de una de las autoridades religiosas del recinto en torno a
que el incendio “no dejaría nada”), lo peor parecía materializarse: la destrucción total de Notre
Dame era posible.
Fue quizás en este punto en el cual comienzan a tomar forma algunas de las reacciones
ideológicas más profundas que dejó el incendio de Notre Dame; esto es, 1-la reafirmación de
un sentido de asociación (ya presente antes del siniestro) entre este monumento, la identidad
franco-europea y el carácter de la propia civilización occidental en tanto “custodio” del pasado
histórico; 2-la propagación de una sensación de consternación colectiva ante un hecho que,
amenazando a un símbolo “icónico” de occidente, pasaba a constituirse en una especie de golpe
(simbólico) al ethos colectivo de supuesta estabilidad estructural imperante en las llamadas
“democracias avanzadas”. Mal que mal, lo que estaba sucediendo no era en Brasil en donde la
quema del Museo Nacional de Río de Janeiro podía ser explicado, entre otras cosas, por el
propio contexto de atraso de los países latinoamericanos, sino que, por el contrario, en el
“corazón” de Europa. Todo esto nada menos que en París en donde se cuenta, supuestamente,
con recursos y tecnologías de vanguardia casi ilimitados, así como también con un exigente
marco de regulación (ceñido a los más altos estándares internacionales) para la protección del
patrimonio histórico. Y aún así… Notre Dame estaba siendo reducida a cenizas, haciéndose
posible en aquellos momentos imaginar que, en cualquier minuto, un destino similar podría
esperarle, por ejemplo, a los tesoros culturales almacenados en el Louvre (entre los cuales se
encuentran la Mona Lisa de Da Vinci o la Venus de Milo), o bien, ¿por qué no?, a aquellos
almacenados en el mismísimo Vaticano u otras capitales culturales del viejo mundo. En dichos
instantes, cuando la noticia en torno al incendio de Notre Dame era ya un impacto mundial y
se viralizaba por las redes sociales, la consternación no podía ser mayor.
De cierta manera, aunque de forma velada, era el propio sentido común tradicional que tiende
a definir a la sociedad moderna como el eslabón superior del progreso humano el cual era, en
este caso como producto de su incompetencia para asegurar la preservación de uno de los
grandes monumentos del pasado, golpeado. Fue justamente este golpe y arrinconamiento (por
algunos segundos) del sentido último de legitimización de la ideología moderna (es decir su
legitimidad en tanto guardián del pasado y garante del porvenir) lo que puede explicar,
igualmente, no sólo la tremenda consternación mediática ante este incendio, sino que además
las reacciones posteriores ante el mismo. Efectivamente, la oleada de anuncios empresariales
de ayudas multimillonarias casi inmediatas para la reconstrucción de Notre Dame no se
entienden, meramente, ni por la importancia cultural en sí misma de esta catedral (de lo
contrario se vuelve más difícil dar cuenta de la mucho mayor indiferencia para con lo sucedido
en Río de Janeiro), ni tampoco como una simple expresión de las desigualdades sociales
inherentes al capitalismo mundial (esto tal como se escuchó desde el movimiento de los
chalecos amarillos). En realidad, esta prematura y ciertamente rápida respuesta tendría que ver,
en último término, con la reacción de las elites burguesas ante un hecho que tocaba una de las
fibras más profundas de su poder ideológico y de la legitimación de su dominio de clases: tal
como ya dijimos, la “administración” del pasado. Tal como la caída de la Torres Gemelas
significó en su momento un cuestionamiento al “corazón simbólico” del poder imperialista
norteamericano, la “caída” de Notre Dame implicaba un golpe ideológico posiblemente igual
de amenazante (aunque propinado de una manera quizás menos drástica) al rol de la burguesía
internacional (especialmente europea) como heredera “legítima” del poder monárquico,
constituyendo además un golpe para su propio orgullo como clase dominante. No podemos
olvidar aquí que fue precisamente en Notre Dame en donde el primer “emperador de la
burguesía” Napoleón Bonaparte consagró, nada menos que con la venia del propio papa Pío
VII, dicha relación de continuidad entre el poder burgués naciente y el de las tradiciones
monárquicas. Tal como es conocido, una de las expresiones históricas más claras de esta fusión
entre clases dominantes se vería durante los siglos XIX y XX en el devenir de la monarquía
rusa, esto último hasta los albores mismos de la revolución soviética.
La coronación de Napoleón en Notre Dame
Más que el mero oportunismo y la posibilidad de “propaganda a bajo precio”, lo que abría
impulsado a las numerosas firmas capitalistas a juntar en pocos días más de 800 millones de
dólares para la reconstrucción de la catedral (esto aun cuando no se ha juntado ni siquiera un
millón a ocho meses del incendio en el Museo en Río), habría sido, como dijimos, la defensa
del orgullo (universal) de la burguesía como elite dirigente, aquello justamente en el caso de
uno de los “templos” de la propia consagración de su poder como clase dominante. Y es esto,
precisamente, lo que estaba (y está) en juego en la reconstrucción de Notre Dame y en el Museo
de Río de Janeiro… no. De cierta manera, la quema de Notre Dame lo que hacía era “remecer”
el propio sentido de permanencia y eternidad del tiempo histórico moderno, esto quizás con
una repercusión ideológica parecida a la que tuvieron, aunque sin embargo de una manera
mucho más fugaz y en un contexto todavía muy inferior de crisis histórica, las quemas de
iglesias en el Imperio Romano a manos de los “pueblos bárbaros” durante el siglo V de nuestra
era.
El incendio de Notre Dame nos muestra así, en ambos extremos del arco político moderno, un
mismo “espejismo ideológico”; esto es, la concepción de nuestra civilización no sólo como la
“cúspide última” del desarrollo social (en el caso del marxismo sería el “penúltimo escalón”
antes del paraíso comunista), sino que, además, como una realidad histórica en gran medida
inamovible y “eterna” en la cual el pasado podría ser “gestionado” al modo de una fuerza
histórica neutral (pasiva) y sin “vida propia”. Es cierto que la perspectiva marxista confiere el
espacio en su comprensión del proceso histórico al desarrollo de una importante transformación
social (la revolución mundial), aunque esto sin concebirse realmente, como veremos, la
posibilidad práctica de un derrumbe generalizado de la sociedad destinada a servir de “vientre”
del comunismo: el capitalismo. Ya sea al modo de un tipo de devenir triunfal del curso
capitalista y de su avance tecnológico supuestamente ilimitado, o bien tomando la forma de
una irrefrenable “refundación socialista” de las bases de la evolución histórica (esa “toma del
cielo por asalto” de la tradición marxista), ambas perspectivas concuerdan en concebir nuestro
futuro cercano, esto por lo menos al nivel de la mayoría de sus referentes políticos, como una
especie de consumación suprema, en los hechos casi inevitable, del progreso humano. No es
casualidad, por ejemplo, que las imágenes de populosas urbes caracterizadas por la existencia
de una aparente armonía entre modernos rascacielos, espacios verdes y las más avanzadas
tecnologías de transporte que iban desde los trenes de alta velocidad hasta los autos voladores,
algo así como una replica “súper avanzada” de las ciudades industriales tradicionales, hayan
sido prácticamente idénticas en los retratos de las “ciudades del futuro” asociados al imaginario
del “progreso” propio de las sociedades capitalistas y los proyectos socialistas del siglo XX.
Las ciudades del futuro en el imaginario capitalista y socialista del progreso (siglo XX)
Es precisamente desde esta concepción mecánica del tiempo histórico desde donde, tanto para
el político burgués como para el militante marxista, el desastre de Notre Dame no constituiría
más que un tipo de “error” en el desarrollo social, algo así como una “anécdota” en el progreso
irrefrenable del capitalismo, o bien un recordatorio (otro más) de la necesidad histórica del
socialismo mundial. Dicho de otra forma, una replicación ideológica ya sea del “tiempo eterno”
de la modernidad capitalista, o bien de su “continuidad socialista”. No importa que la propia
teoría marxista acepte, tal como dijimos, la posibilidad histórica de un “triunfo de la barbarie”,
esto porque dicha posibilidad sería tomada, cuando mucho, al modo de una mera “advertencia”
(totalmente despojada de su sentido práctico) destinada a mostrar a las actuales generaciones
de militantes marxistas la “seriedad” y “necesidad” de su lucha. En otras palabras, algo así
como una bonachona advertencia de colegio (disfrazada de bruja: la barbarie) a partir del cual
el “buen alumno marxista” sería educado en el precepto de que, para evitar que dicha bruja (o
monstruo) lastimen a la “abuelita” (la posibilidad socialista), aquel debe “hacer las cosas
bien”… y no, en realidad, como la contemplación de un peligro real, cercano e inminente: es
decir, la posible aniquilación total de nuestra civilización y la amenaza de la exterminación
completa del género humano.
De fenómeno histórico concreto, la posibilidad del colapso termina siendo así transformada
(en el ideario [o trampa] marxista moderna) en una mera “lección ideológica” atemporal…
quitándosele así a dicha posibilidad, por tanto, su propia historicidad. A partir de aquí, la única
razón de ser de la peligrosa y mala bruja barbarie sería estar ahí, siempre adelante (nunca
todavía con nosotros) para recordarle a los militantes marxistas, de forma muy pedagógica
(aunque tal como en los cuentos infantiles de una manera algo aterradora), que deben ser
“buenos revolucionarios” y apresurarse (como si de una tarea de escuela se tratase) a tomar el
poder. No importa claro que ya se hayan demorado dos siglos en este cometido, y que a lo
mejor se demoren posiblemente otros tres siglos más... eso no importa porque la malévola
(aunque paciente) bruja barbarie no tendría problemas, en realidad, en esperarlos. Muy en el
fondo, este singular tipo de barbarie (muy paciente) que aparece mencionada cada vez que
algún militante marxista desea conferir a sus discusiones un barniz de profundidad histórica
extra parecería ser, en el fondo, una especie de consejera (algo así como una parábola moral
que formaría parte de la preparación de todo jovencito o jovencita marxista que busque
impresionar a sus interlocutores) y no como lo que es realmente hoy; esto es, un problema
práctico y concreto con el cual lidiar teórica, estratégica y políticamente.
Sí, sí, la crisis ecológica y la posibilidad de un colapso planetario es real… Sí, sí, la tercera
guerra mundial es posible… Sí, sí, el meteorito… pero por eso debemos, nos diría cualquier
militante socialista estándar (haciendo aquí una pausa como antes de bendecirnos con una gran
revelación histórica)… conquistar el poder. ¿Conquistar el poder? Sí, conquistar el poder.
Okey… conquistar el poder. Y mientras tanto “seguir haciendo política” (por ejemplo en el
ámbito electoral) tal como se ha hecho en los últimos cien años y pretendiendo, además, que
la próxima crisis ecológica global (que ya tenemos en las narices de nuestra supuesta
“conquista del poder”) no existiera. Ósea, yendo a dicha “conquista del poder”, literalmente,
con los ojos vendados, ciegos ante una de las principales amenazas para el horizonte socialista
desde sus orígenes. Conquistar el poder, nos dice el militante socialista estándar, aunque
aquello sin conferirle siquiera una mínima importancia programática a un problema (la crisis
ecológica planetaria en ciernes) que ya constituiría, a diferencia del peligro de la guerra nuclear
o de ese hipotético meteorito proveniente de otra galaxia, un factor de riesgo existencial
inmediato para la sobrevivencia de las propias clases explotadas. Es decir, dando cuenta de la
insensatez de este argumento, esas mismas clases cuyos “problemas inmediatos” las
organizaciones de izquierda tradicionales, en su infinita sabiduría, estimarían necesario
priorizar por sobre el tratamiento de la “cuestión ecológica”.
Algunos de los casos más claros de esta verdadera “ceguera ideológica” imperante en una gran
parte de la izquierda marxista en el ámbito de la discusión en torno a la crisis ecológica y la
posibilidad de un colapso próximo pueden encontrarse en la arena internacional no sólo al nivel
de una serie de organizaciones anti-capitalistas (por ejemplo en el terreno parlamentario-
institucional el PTS argentino o el PTR chileno), sino que, además, paradójicamente, entre
algunos de los principales exponentes mundiales del llamado Eco-socialismo. Una muestra
particularmente notoria de lo anterior se encuentra en el pensador marxista Michael Lowy, el
cual defiende acríticamente no sólo la posibilidad (intrínseca) que tendría el socialismo de
“detener” el tipo de crisis ecológica-energética que se avecina, sino que se destacaría además
por negar (o al menos no discutirla de una manera integral) la posibilidad de un colapso
capitalista cercano. Con todo, sería precisamente respecto al peligro real, inminente y
prácticamente imparable de un derrumbe total de la sociedad actual y del conjunto de la
civilización contemporánea de lo cual nos hablaría también, como veremos ahora, el voraz
incendio que acaba de afectar a Notre Dame.
Los daños provocados por el incendio en la catedral de Notre Dame fueron cuantiosos. Más
impactante todavía fue que en determinado instante se planteara la posibilidad de la destrucción
total del recinto, inscribiéndose muy probablemente la vista de las llamas envolviendo a esta
iglesia (transmitida en directo alrededor del mundo) entre algunas de las imágenes icónicas de
la historia contemporánea. Eventos con un impacto público internacional parecido (aunque con
un nivel de dramatismo todavía mayor) pueden encontrarse, entre otros, en la caída de las
Torres Gemelas durante el año 2001 y el hundimiento del Titanic a principios del siglo XX. La
comparación no es ociosa. Cada uno de estos desastres se caracterizaron por poseer en su
momento una carga simbólica mucho más amplia a la de los hechos particulares a los que hacen
referencia, habiendo llegado los mismos a tocar algunas de las fibras fundamentales de la
ideología moderna. Con respecto al desastre del Titanic (barco presentado por sus creadores
como supuestamente inhundible), es conocida la interpretación de este suceso como un
resultado de la soberbia tecnológica de la sociedad industrial. También se ha hecho conocida
durante las últimas décadas la asociación establecida entre la caída de las Torres Gemelas a
comienzos del presente siglo y el deterioro del exacerbado triunfalismo norteamericano que
dominó la escena mundial durante los años 80’s y 90’s. En el caso del incendio y la destrucción
parcial de Notre Dame, el impacto y la resonancia causadas por este hecho también pueden ser
explicados, en parte significativa, por las repercusiones que tuvo este acontecimiento sobre los
engranajes y resortes discursivos de la ideología moderna. Es precisamente aquí donde este
incendio deviene en el punto de partida de un relato alternativo al configurado desde el ámbito
de las elites capitalistas y el marxismo tradicional, adquiriendo el carácter de un presagio
histórico del fin o colapso de nuestra propia civilización.
En tanto presagio de colapso, el incendio de Notre Dame interpela (de ahí una parte del
sentimiento de sorpresa y orfandad que pareció acompañar las primeras reacciones ante el
mismo) la “intuición” de desastre latente sobre el que se ha erigido la sociedad industrial desde
sus inicios. Fue también esta intuición de desastre lo que habría llevado a Marx a afirmar en el
Manifiesto Comunista que “la lucha de clases ha terminado siempre en la victoria
revolucionaria de una clase sobre otra… o bien, en la autodestrucción de las dos clases en
conflicto”. Ideas semejantes en el ideario marxista pueden encontrarse en la célebre frase
popularizada por Rosa Luxemburgo de “socialismo o barbarie”, así como también en la crítica
de Walter Benjamin a la definición de la revolución como una “locomotora de la historia” y en
su conceptualización alternativa, por el contrario, como un necesario freno de emergencia ante
el curso suicida de la sociedad capitalista. Habría sido igualmente este sentimiento
premonitorio de desastre próximo que ha acompañado a la modernidad industrial desde sus
orígenes (un ejemplo temprano de esto puede hallarse en el Frankenstein de Mary Shelley) lo
que alentó a principios del siglo pasado el surgimiento de las vanguardias artísticas y su crítica
a la racionalidad moderna. No debe olvidarse aquí, entre otras cosas, que la aparición hacia las
primeras décadas del siglo XX de las nuevas formas representativas asociadas al cubismo, el
surrealismo o el arte moderno abstracto prefiguraron (y retroalimentaron) la importante crisis
cultural que gatillarían las guerras mundiales. Fue igualmente este sentido de cataclismo latente
lo que llevó a connotados científicos y pensadores tales como Albert Einstein y Bertrand
Russell, influenciados por los recientes bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, a alertar sobre
el peligro de una potencial exterminación humana cercana como producto de una posible
guerra nuclear.
Desde aquí, el incendio de Notre Dame puede también ser leído, al menos desde uno de sus
registros, como una especie de eco de todos aquellos destellos de la conciencia social de siglos
pasados en los cuales se percibió, de manera intuitiva, la fragilidad de la civilización industrial
ante la amenaza de la aniquilación total. En nuestro caso, sería la propia realidad del
capitalismo global la cual, apuntando en palabras de Slavoj Zizek en su reciente debate con
Jordan Petersen a una verdadera “dinámica apocalíptica”, actuaría como el “telón de fondo”
perfecto para la replicación de estos ecos pasados (y premoniciones futuras) de colapso. Notre
Dame en llamas nos habla así no sólo de los peligros que acechan en el presente a los íconos
de la sociedad moderna y de la aparente incapacidad de sus sectores dirigentes para administrar
la herencia del pasado (recordemos aquí la voladura de los budas en Afganistán o la destrucción
casi completa de Palmira), sino que, además, de la fragilidad de los propios soportes que hacen
posible la existencia de nuestra cultura.
No es casualidad, de hecho, que una de las primeras reacciones ante las multi-millonarias
donaciones empresariales para la reconstrucción de esta catedral fuera un amplio reclamo no
sólo por la escasa atención dada a otros monumentos culturales dañados o en peligro de
desaparición alrededor del mundo, sino que, a la vez, por la aguda indiferencia de los gobiernos
y organismos internacionales ante el grave deterioro de esas otras “catedrales naturales”
(bosques, lagos, océanos, glaciares, etc.) que hacen nuestra vida sobre el planeta posible. Las
llamas que consumieron una parte de Notre Dame pueden verse así como un reflejo (no menos
claro por ser indirecto) de las mismas llamas que consumen hoy, de manera imparable, al gran
tronco de la biodiversidad terrestre sobre el cual nuestra propia civilización y sus proyectos de
superación histórica tales como el comunismo moderno han sido construidos.
Es en este punto en el cual el shock que produjo en amplios sectores sociales la vista del
incendio de Notre Dame adquiere un trasfondo todavía más amplio. Golpeado ante el desastre
que se alzaba imparable en una de las capitales del mundo moderno, era ahora el propio sentido
común capitalista asociado a la concepción burguesa de “domesticación” del tiempo histórico
(aquella imagen de un pasado “petrificado” al servicio de un tiempo histórico unidireccional
hacia el progreso industrial infinito) el que era puesto, nada menos que en uno de sus símbolos
icónicos, a la defensiva. Arrinconada momentáneamente ese sentido de “superioridad” que ha
caracterizado a la ideología moderna frente a las sociedades pasadas desde sus orígenes (esa
misma sensación de superioridad que sirvió para justificar, entre otras cosas, la dominación
colonial de continentes enteros en el pasado cercano), este incendio pasaba entonces a
constituirse en una especie de recordatorio del carácter intempestivo (no domesticable) del
proceso histórico y de los peligros asociados a un futuro totalmente imprevisto.
Empalmando con su propio contenido ritual en tanto monumento construido en el seno de una
sociedad profundamente religiosa y centrada en la perspectiva de un fin cercano del mundo, el
incendio de Notre Dame en tanto profecía histórica lo que hace es, paradójicamente,
reactualizar su propia carga simbólica original. De monumento histórico medio abandonado y
hogar de una fe católica desteñida y en crisis, o bien desde su calidad de “sitio turístico”, Notre
Dame deviene con este incendio en un tipo de profecía histórica coherente con el contenido
escatológico de su fundación: la del fin próximo de los tiempos. Esta vez, sin embargo, dicha
profecía empalmaría, tal como ha remarcado recientemente el movimiento juvenil Extinction
Rebellion y varios de los investigadores medioambientales más importantes del presente, con
los resultados de los principales modelos científicos en torno al desarrollo de la crisis ecológica
y energética durante éste siglo que muestran, de manera fehaciente, la posibilidad de una crisis
planetaria cercana con la capacidad de acabar, prontamente, con nuestra propia especie. Prueba
de lo anterior son las proyecciones súper catastróficas de un calentamiento global que pueda
alcanzar los 4 o 5 grados centígrados de aumento durante este siglo, constituyendo el límite
catastrófico fijado por la ONU una cifra no superior a los 1.5 grados a partir de la cual los
sistemas agrícolas y de producción de recursos alrededor del mundo comenzarían a
experimentar un deterioro exponencial. Y para hacerse una idea de lo que significan estas
cifras, basta con mencionar que un calentamiento global de 3 grados centígrados por encima
de la línea de base del siglo XIX no sólo constituiría un tipo de calentamiento global jamás
presenciado por la humanidad desde sus orígenes, sino que tendría, a la vez, la capacidad de
transformar una serie de eco-sistemas (por ejemplo el Amazonas) y otras importantes reservas
de biodiversidad planetaria en verdaderas sabanas o desiertos. Otro ejemplo de lo mismo sería,
esta vez en el contexto de un calentamiento global que alcance los 4 grados centígrados de
aumento, la transformación de un gran parte del planeta en inhabitable, siendo en dicho
escenario las áreas polares y circumpolares las únicas aptas para la actividad agrícola en
condiciones naturales.
El planeta con 4 grados de calentamiento global (las áreas amarillo y marrón son inhabitables)
Pero Notre Dame en llamas no nos habla solamente, en tanto augurio de colapso, de los peligros
futuros asociados a la crisis ecológica y energética planetaria, sino que, además, de algunos
fenómenos de la situación mundial actual que, relacionados indirectamente con los ya intensos
grados de degradación ecología y social que afectan a diversas regiones, constituyen ejemplos
palpables del verdadero “incendio civilizatorio” que está comenzando a envolver al curso
histórico hoy. Algunos de estos fenómenos, verdaderas “premoniciones” del tipo de horizonte
histórico “bestial” al cual nos aproximamos, pueden encontrarse, entre otros, en el pasado
proceso de consolidación de ISIS y sus métodos de esclavitud y tortura masivas (recordemos
que el crecimiento de ISIS fue alentado en Siria e Irak por el desarrollo de intensas sequías que
permitieron a este grupo utilizar el control de los pozos de agua como una forma de control
sobre las poblaciones locales); el proceso en curso de migraciones masivas desde Medio
Oriente y Centro América (impulsadas en gran medida por el estado de virtual descomposición
ecológica que afecta a una serie de países de dichas regiones); o bien, en el avance de
formaciones proto-fascistas en Europa y en el virtual “corto-circuito sistémico” que viene
afectando a algunos estados nacionales tales como el de Venezuela (golpeado por una crisis
ecológica y energética crónica). Ha sido sobre este marco de crisis ecológica mundial inicial
en el cual (esto no es casualidad) se aprobaron recientemente las leyes ultra reaccionarias que
permiten el lapidamiento de homosexuales y mujeres infieles en Brunei, así como también el
avance de los mercados de esclavos en África y la piratería en distintas áreas del mundo. Todos
estos fenómenos que, por debajo de la aparente estabilidad de las superestructuras políticas e
ideológicas del mundo moderno (los cuales aunque hoy en gran medida en crisis todavía se
mantienen como los principales garantes del statu quo mundial), preanuncian el inicio de una
dinámica histórica mucho más convulsionada (y brutal) que la actual.
Finalmente, el desastre de Notre Dame parece referir asimismo, en tanto presagio histórico, a
la propia incapacidad estructural de la sociedad moderna para frenar o “administrar” el desastre
inminente, esto ya sea al nivel de las posibles respuestas tecnológicas ante el mismo, o bien las
respuestas sociales que pueda ofrecer no sólo el sistema capitalista, sino que también su modelo
rival: el socialismo moderno. Tal como en algún momento las llamas que envolvieron Notre
Dame parecían avanzar de una forma inexorable sin que nada ni nadie pudiera detenerlas, así
también las llamas (ya activas) de ese otro incendio, el de las “catedrales naturales” de nuestro
planeta, parecieran estar próximas ya a rebasar las capacidades materiales objetivas no sólo de
la sociedad actual para contenerla, sino que además la de todas las sociedades potencialmente
pensables a partir de la nuestra. La creciente incertidumbre que ha comenzado a apoderarse de
amplias capas de científico ante la verdadera “insuficiencia tecnológica” de la sociedad actual
para limitar o contener los efectos de las inéditas concentraciones de CO2 en la atmósfera (las
cuales permanecerán relativamente estáticas en la atmósfera por las próximas generaciones
empujando las temperaturas globales hacia arriba), parecen apuntar en dicho sentido. Todo esto
en momentos en que el desarrollo de la llamada “geo-ingeniería”, citada incontablemente en
diversos informes de la ONU como una de las respuestas necesarias claves en la “contención”
de los efectos del calentamiento global, se encuentra no sólo en sus inicios, sino que además
estaría incapacitada ahora y durante las próximas décadas para constituir una “respuesta
tecnológica” preventiva real (por lo menos a la gran escala planetaria que se necesita) ante el
tipo de crisis ecológica catastrófica que se aproxima.
Todo esto, otra vez, cuando la amenaza de un fenómeno de desestabilización de las grandes
reservas naturales de metano (un gas de efecto invernadero superior en varias veces al CO2)
desde las zonas árticas se vuelve más real que nunca, pudiendo dichas reservas comenzar a
liberar hacia la atmósfera, de forma imparable, un volumen de gases de efecto superior en
varias veces a todo el volumen de CO2 liberado por la sociedad industrial desde sus inicios.
Todo esto, asimismo, en momentos en que las llamadas “energías alternativas” vienen
demostrando poseer, a pesar de sus recientes avances, no sólo una serie de insalvables límites
técnicos para erigirse en como un fuente de reemplazo fiable para la satisfacción de las
necesidades energéticas de la actual población mundial, sino que además estar asociadas a una
serie de efectos secundarios (tales como en el caso de la ya citada geo-ingeniería y la energía
nuclear) altamente dañinos para el medio ambiente. Un ejemplo de lo anterior es la utilización
de materiales altamente nocivos en la construcción de paneles solares, presentándose además
el problema adicional del desecho de los mismos una vez que han llegado al límite de su vida
útil. Todo esto, finalmente, cuando no nos quedaría más de una década (en realidad el límite
ya se abría superado hace mucho para una serie de connotados científicos) para rebasar la
barrera de un cambio climático absolutamente catastrófico.
Desechos contaminantes de paneles solares
Y si integramos además el factor del avance imparable del calentamiento global hasta, por lo
menos, los 2 y 3 grados centígrados ya asegurados por las actuales concentraciones de dióxido
de carbono en la atmósfera, uno de cuyos efectos será el derrumbe de una gran parte de la
agricultura mundial, se hace difícil imaginar en torno a que tipo de “planificación socialista”
podría estar refiriéndose un militante socialista tradicional hoy ante la perspectiva (real) de la
transformación de una gran parte del planeta Tierra en inhabitable. ¿Distribución de las
riquezas ante un escenario mundial en el cual una gran parte de la riqueza “acumulada” por el
sistema capitalista comenzará a desintegrarse de manera acelerada? ¿Control obrero de la
producción en el contexto de la caída y pulverización de cadenas industriales internacionales
completas? ¿Planificación de la economía en el marco de estados nacionales completos en fase
de derrumbe estructural?... ¿Reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados (tal
como nos repiten, por ejemplo, los candidatos de la izquierda anti-capitalista en Argentina)…
en el seno de metrópolis enteras que quedarán, prontamente, sin acceso al agua o a los recursos
más básicos?
De manera imprevista, inesperada, tal como el caso del incendio de Notre Dame, la historia
nos va colocando así ante un momento de ruptura implacable, un punto de quiebre que plantea,
de forma cada vez más evidente, la posibilidad concreta del fin abrupto de todo aquello que
hemos conocido, por lo menos desde el inicio de la sociedad industrial, como “desarrollo
social”. Un incendio histórico cuyas llamas parecieran disponerse a envolver, en no mucho
tiempo más, a los propios sujetos históricos fundacionales de la época contemporánea: la
burguesía y el proletariado, aquellos sujetos que se estarían aprestando a resolver la
contradicción fundamental de la lucha de clases moderna (la contradicción capital-trabajo)
mediante, al decir de Marx, la destrucción mutua. La burguesía y el proletariado, los sujetos
históricos fundamentales y suicidas de la modernidad industrial que llegado el momento
podrían no tener más opción que lanzarse al vacío por las ventanas de aquel edificio llamado
modernidad que, ardiendo, estará a punto de volverse cenizas. Esas clases sociales, las
protagonistas supremas del periodo histórico que va desde el estallido de la Gran Revolución
Francesa hasta el presente, viendo pasar ante sí, en su caída en picada, todo aquello que
constituyera alguna vez sus propios sueños (o proyectos) históricos… un segundo antes de
estrellarse y ser despedazadas por el duro concreto del colapso próximo. Es justamente un
incendio de esta magnitud, incontrolable e incontenible, capaz de consumir hasta la última
“viga-soporte” de la sociedad moderna y de una de sus expresiones fundamentales: la lucha de
clases misma, de lo cual nos habla, también, Notre Dame.
Engendros sociales de una época final descompuesta cuya derrota requerirá que nosotros, como
últimos combatientes del infierno, nos convirtamos, también, en demonios, los demonios de
una lucha bestial e implacable por el futuro comunista. Sería precisamente aquí, en la
preparación de este horizonte de lucha salvaje final, en el cual el próximo martirio de la clase
obrera (último sujeto revolucionario de las civilizaciones holocénicas) y las actuales luchas (ya
condenadas) de los explotados del mundo, podrían adquirir su sentido último: es decir, su
sentido ante el apocalipsis. De igual modo, sería también en la preparación de esta lucha
(colapsista) en la cual la teoría moderna del socialismo científico podría redimirse y limpiar el
pecado de su fracaso ante el capitalismo suicida, asegurando así su propia trascendencia
histórica… esta vez como una guía de acción revolucionario en el infierno mismo. Ese infierno
histórico en el cual Marx y sus discípulos, así como también todos aquellos profetas
precedentes del comunismo que, habiendo sido muchos de ellos quemados vivos o ajusticiados
ante la mirada impasible de los portales de Notre Dame (por ejemplo los hermanos del
penitenziagite dulcinista o los seguidores del cura rojo de la revolución francesa Jacques Roux),
deberán, para adentrarse por entre las rendijas del nuevo periodo colapsista que se acerca y
poder sobrevivir en el mismo… adoptar un contenido “mutante”. Un Marx mutante,
despiadado, brutal, implacable y con ojos bañados en sangre, apto para la lucha por la victoria
final del comunismo ante el colapso.
Marx Mutante
¡Un marxismo mutante! ¡Un marxismo para el colapso! Una herramienta teórica para la lucha
en las regiones inexploradas de la hecatombe planetaria a lo cual nos dirigimos y en donde,
completamente a oscuras, deberemos abrir el camino del futuro entre los cuerpos caídos y
moribundos de aquellas bestias que tendremos que exterminar en nuestra conquista decidida
del tiempo histórico. Una teoría del combate, una doctrina asesina filosa como las guillotinas,
una fe fanática en el devenir, una visión totalitaria y heroica de la necesidad de nuestra victoria
en el abismo. Un marxismo litúrgico devenido en una épica final de la sociedad de clases,
aquella que sabrán esculpir los combatientes del mañana en los portales de piedra del
comunismo próximo, esos de donde manarán las nuevas mitologías, sagradas, de una
humanidad finalmente redimida en el exterminio y la sangre. Esa es la profecía que alumbran
para las futuras generaciones comunistas, esa hermandad de elegidos santificada en el peligro
que se alzará en rebeldía ante el ataque del caos primigenio, las llamas del incendio de Notre
Dame.
Otros materiales producidos por Miguel Fuentes
(Selección)
Notas
-Nota “6 grados que cambiarán al mundo: La derecha neoliberal y la izquierda marxista ante
el colapso del capitalismo”, en El Desconcierto (Chile)
http://www.eldesconcierto.cl/2017/12/13/6-grados-que-cambiaran-al-mundo-la-derecha-
neoliberal-y-la-izquierda-marxista-ante-el-colapso-del-capitalismo/
-Nota “La magnitud de la crisis ecológica (y lo que nos dicen de aquella la derecha
neoliberal y la izquierda marxista en Chile)”, en El Desconcierto (Chile)
http://www.eldesconcierto.cl/2017/12/01/la-magnitud-de-la-crisis-ecologica-y-lo-que-nos-
dicen-de-aquella-la-derecha-neoliberal-y-la-izquierda-marxista-en-chile/
-Nota “La crisis del capitalismo y el socialismo moderno desde el punto de vista del colapso
ecológico inminente”, en El Desconcierto (Chile)
http://www.eldesconcierto.cl/2017/11/23/la-crisis-del-capitalismo-y-el-socialismo-moderno-
desde-el-punto-de-vista-del-colapso-ecologico-inminente/
-Nota “La crisis del oxígeno: La nueva amenaza del calentamiento global”, en El
Desconcierto (Chile)
http://www.eldesconcierto.cl/2016/05/28/la-crisis-del-oxigeno-la-nueva-amenaza-del-
calentamiento-global/
Entrevistas
-Entrevista Michael Lowy (El Peligro de un Eco-suidicio Planetario), en Viento Sur (Europa)
http://vientosur.info/spip.php?article12555
Scribd
Columnas
El Mostrador (Chile)
http://www.elmostrador.cl/autor/miguelfuentes/
El Desconcierto (Chile)
http://www.eldesconcierto.cl/author/miguel-fuentes/
YouTube
-Home (Documental)
https://www.youtube.com/watch?v=zlAuLCltaV8