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por
JAIME FALCON MAGAÑA
prólogo
por
GABRIEL DE LA GARDIE
(Jaime Falcon Magaña)
Creyendo hace años que las cosas habían
dejado de tener la importancia que uno
mismo les atribuía, siempre me las arreglé
de alguna manera para mantenerme, pese
a las terribles tormentas huracanadas, a
salvo. Mi voluntad no había sido jamás
domada. Aquí me diferenciaba de la gran
mayoría. Esto se debía, quizá, a la forma
con la cual un problema podría ser
abordado cuando uno lo observaba
cuidadosamente desde todos los ángulos.
La vida debería ser sencilla y esto lo hemos
olvidado casi todos los hombres. Encarar
los problemas con sencillez es una virtud
poco común, accesible solamente a seres
en posesión de una extraordinaria
humildad. Yo me había topado con toda
clase de gentes que habían surgido de
innumerables encuentros; todos traían en
sus insólitas valijas, un montón de
experiencias muy dificiles de igualar. En esa
extraordinaria zona de excitaciones
contínuas, se habían reunido vidas que
aparentemente no guardaban ninguna
clase de relación entre sí. Yo dudaba en
esos momentos de todo. Sin embargo,
estaba poseído por una gran curiosidad; el
corazón siempre me puso en estado de
guardia. El corazón, (delante de toda
circunstancia adversa) ese gran amigo rojo,
pone siempre en su lugar a las dudas, y las
despoja de todos sus disfraces. No existen
otras alternativas para disputarle su lugar al
corazón. Pocos son, sin embargo, los que
acuden a él para tratar de resolver toda
índole de problemas. Yo me encontraba en
las fronteras de las búsquedas todavía
inútiles, pero tenía una robusta intuición
para hallar las llaves que abrían las puertas
de las soluciones. Ya no me equivocaba tan
rotundamente, pues la guia fantástica de la
sapientísima inteligencia, venía a veces a mi
y me ayudaba a sentirme en paz con toda la
humanidad y en guerra con nadie. Me
sentía unido a los mágicos y privilegiados
momentos de descubrir todos los instantes
en un solo instante y por ese sendero
marchaba siempre hacia adelante sin que
nadie pudiera obscurecerme, un solo y
efímero segundo, mi existencia.
Los encuentros que tuve con las mujeres
que cayeron en mis caminos fueron
bastante extraordinarios, por una parte y,
por otra, llenos de instantes en donde lo
que quedó en claro fué la naturaleza
complicadísima de ese ser que en lugar de
constituirse en una aliada, se convierte, por
sortilegios que nunca se encuentran a
nuestro alcance de entender, en una
incógnita imprecisa cuya tarea principal
pareciera ser la del saqueo. Muchísimas
mujeres andaban en plan de conquista;
muchas, se preocupaban solamente de
cautivar al hombre; muchas vivían porque
no podían vivir. Aunque todos los principios
pudieran parecernos maravillosos, todos
terminan en las tristezas del llanto y en los
pozos profundos y obscuros de la amargura
solitaria: los finales de las relaciones de
amor son terribles por los dolores
aterradores que en su final causan. El
maesto Platón (Sócrates) tuvo siempre
razón: el amor es un demonio. Para poder
estar en condición de verse libre de esta
clase de enigmas, hay que vivir muy
conscientes sus espinosas magnitudes. Los
asuntos difíciles y complicados, en realidad,
son menos severos de lo que uno piensa.
Pero como los problemas no pueden
conocerse de antemano, no nos queda mas
remedio que emplear nuestra osadía y
enfrentarlos. Uno tiene que vivir
intensamente todos los mas pequeños y
mínimos instantes de nuestras vidas; no
nos queda otra. A la vida hay que verla
como una batalla en la cual no nos resta
mas alternativa que pelear contra todos, al
mismo tiempo y, durante un tiempo que
nadie puede saber acerca de su duración y
sus extremas circunstancias. Hay que
vencer a la vida. El hecho contundente es
que: la vida vence a casi todos. Dije casi.
Hablad con los seres que se encuentran a
los finales de sus vidas y lo entenderéis.
Pocas veces os encontraréis con alguien
que haya pasado por los laberintos de los
desengaños y las desesperanzas y que
conserve una ración saludable de sabiduría
en su existencia. Los hombres heróicos y las
mujeres indomables son aquellos y aquellas
que mantienen siempre la sabiduría muy
por lo alto. Esos son los guerreros y las
guerreras prodigiosas de los cuales todas
las leyendas sagradas y milenarias hacen
especial mención. Pero volviendo al
problema fundamental, me gustaría
acercame a los espacios maravillosos que
se encuentran unidos a nosotros todo el
tiempo. Nunca pude dejar de admirarme
por el hecho de encontrarme siempre con
los mágicos instantes de restauración. Cada
ocasión en que fuí pulverizado y que me
creí totalmente abatido, surgió de la nada,
una chispa de excelsa beatitud en mi
sendero; un instante irrepetible, la
presencia insólita de alguien, los
encuentros con el corazón y la sabiduría, la
soledad majestuosa (es muy dolorosa al
principio), que silenciosamente va
desapareciendo hasta lograr recobrar su
verdadera esencia. La soledad es muy sabia
si uno no trata ni de entenderla ni de
manipularla. Para entender la soledad debe
uno, antes que nada, aceptar su volumen
de vacío. El vacío es una presencia
obligatoria en la vida de todos. La presencia
de la soledad es inquebrantable. La
segunda fase, es que uno debe desposarse
con ella. Esto es como un matrimonio que
lleva bastante tiempo realizarlo. Las
uniones que no llevan tiempo efectuarlas,
son convenios que dejan rastros falsos tras
de sí, por eso fracasan. Miremos los
matrimonios, las empresas, las alianzas
gubernamentales, los acuerdos para lograr
el poder, etc. Todas estas alianzas están
revestidas de ropajes alucinantes y todas
finalizan acompañadas de los aspectos
tristes de la nadidad. Digamos que la nada
es la experiencia a través de la cual
pasamos para terminar en lo que
consideramos el dolor, que es la expresión
clara de que ya no podemos hacer algo por
ese lado. Es un final, y como todos los
finales está lleno de dolor. El dolor es
siempre diferente ya que carece de un
pasado de experiencias comunes: el dolor
aparece, se duele y se va. La soledad no
posee un rostro conocido; es más, la
soledad no tiene rostro. De manera que si
uno vive convencido en el error de creerse
seguro de poseer un lugar permanente en
la vida, por ejemplo, entonces uno ha
cavado una profunda fosa imposible de
eludir. Entre mas seguro se sienta uno de su
propia existencia, mucho más difícil será
entender la verdadera dimensión de
nuestra triste figura y todos sus miserables
alcances.
Yo había arribado a Suecia en el mes de
Diciembre. Al bajar por las escalinatas
plateadas del avión, la luz me deslumbró
totalmente. La blanca nieve lo cubría todo.
El cielo daba la impresion de ser una boca
de un lobo blanco con las fauces abiertas.
Senti el peligro de esa ferocidad en la
sangre y un sudor frió se me empezó a
escurrir lentamente por los brazos, por el
cuello y por mi piel que son las partes de mi
cuerpo que siempre me avisan cuando las
cosas han rebasado los límites de lo
soportable. Pensé unos largos instantes
sobre mi pasado inmediato y decidí que lo
que mas bien quería es que se fundiera y se
desintegrara en el olvido. El autobus había
abandonado Estocolmo y se nos informó
que estábamos en camino hacia a Ronneby
Brunn. El grupo era algo asi como una
granada a punto de estallar: los que se
creían o se sentían revolucionarios (y que
habían tomado la dirección del grupo y de
casi todos los acontecimientos)
conservaban todavía un pequeño márgen
de poder manipulativo en sus manos. Ellos
se encontraban en uno de los polos.
Después estaban los tradicionalistas, que
eran los conocidos bolcheviques. Ellos se
colocaban en el otro extremo. En la zona
media, como suspendidos por la
espectación, aparecían los intelectuales
que no habian podido ser domesticados
por la política partidaria y sus perspicaces
toma de conciencia panfletaria. También
entre ellos, se encontraban los que por
circunstancias extrañísimas, habian
arribado a una batalla que no eran capaces
de entender y a la que se negaban a
pertenecer, pues las circunstancias caóticas
les iban proporcionando argumentos para
defenderse, cuando algunos de los
principales grupos en lucha, pretendían
llevarlos a su seno. Mi mujer pertenecía a
uno de los grupos y se esforzaba en que yo
me solidarizara con ella en todo. No es que
ella estuviera equivocada; lo que, a mi
parecer, ella no entendía es que esa lucha
estaba terminada. El momento por el cual
atravesábamos era de espera; allí todos
tendrían que meditar los por qué de la
aplastante derrota en cada uno de los
países del continente latinoamericano. El
sobre en quiénes pesaba la responsabilidad
de las derrotas, era una cuestión de
suprema importancia. Pero nadie quería o
se atrevía a plantear esa pregunta en las
discuciones públicas. Algunos recubrían las
dudas con las afirmaciones implacables de
la teoría política, pero el principal punto en
cuestión se perdía en todas las acusaciones
de orden inmediato. Todos vivíamos
sumergidos en una especie de sopor
neblinoso al que de alguna manera había
que enfrentar y por el cual todos, de la
misma forma, estaban dispuestos a caer
como víctimas. La izquierda había recibido
un golpe de proporciones que todavía no
podía entender. Mientras los facistas
saqueaban las riquezas de los países y la
entregaban a sus - por esos momentos -
aliados de campaña, el mundo era testigo,
una vez mas, de asesinatos y masacres a los
que solo unos cuantos sobrevivientes se
oponían. Los grupos de los capitalistas sin
conciencia habían ganado una batalla más.
El resultado final de la guerra política, sin
embargo, todavía continuaba esperando. Yo
no olvidaba que el único perdedor había
sido y era el hombre. Los últimos diez mil
años se concentraban en un film que nos
mostraba la espantosa tragedia de la vida
de un ser que no había aprendido nada a
pesar de todos sus avances y a pesar,
también, de todos sus aparentes logros
científicos. Nos encontramos muy cerca del
final, pensé con una terrible fuerza, y quise
ansiosamente creerlo, pues mucho de
verdad había en esos pensamientos. El
hombre no es un animal social ni su
conducta posee la medida de un ser
avanzado. El hombre es un animal perdido
entre las brumas de sus deseos demoníacos
y la fiebre e inquietud devastadora de sus
pasiones diabólicas sin control y sin frenos.
Alli reside el punto central de todas las
cosas. Mientras cuestiones tan importantes
a tomar en consideración, tales como el
asesinar, el mentir, el engañar, el prohibir el
uso libre de la palabra, el levantar
testimonios falsos en contra de los
semejantes, el negar los mínimos derechos
de las mayorías (silenciosas o no), etc. no se
cumplan, no habrá nunca paz en el mundo.
Cada dia que transcurra será muy peligroso
habitar en este planeta sin escrúpulos; cada
día será una amenaza vivir en él. Qué
camino seguir, entonces? Adónde ir? Cómo
ponerse a salvo?
FIN
Gabriel de la Gardie
(Jaime Falcon Magana)