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Resumen: En el presente ensayo se realiza una lectura crítica de la obra La bruja de las
minas (2010), de Gregorio Sánchez Gómez, en la que se evidencia tanto en su contenido
como en su forma la violencia de la representación que hace el autor sobre los indígenas,
los negros y en general sobre la población. La utilización de imágenes y descripciones de
paisajes, personajes y actitudes las cuales se contrastan con el extranjero, nos remiten
inevitablemente a los discursos imperantes desde la colonización. La superioridad que
Sánchez Gómez asigna al extranjero es en algunos casos sutil cuando intenta presentar al
blanco como el agente civilizador en otras ocasiones resulta burda y cruel, cuando mujeres
y hombres nativos se muestran como encarnaciones diabólicas, ordinarias y desalmadas.
Así, la bruja, el personaje que parecía tener el papel protagónico, es desplazada y se
convierte en el pretexto perfecto para que el autor recree la figura del colono, reafirmando
su discurso colonialista. En ese contexto, la bruja es efectivamente la malvada
secuestradora de una inocente criatura extranjera y su castigo será ejemplar.
Er Cabro Mayó.
Mandinga, Mandinga.
Cacho e pejepá,
ojo e bombaré,
colmillo e caimá,
cola e mapaná,
Padre Lucifé.
(Sánchez, 2010, p. 151)
1
Este ensayo es una versión revisada del texto entregado a la profesora María Mercedes Ortiz Rodríguez
como trabajo final para la materia Enfoques Críticos I de la Maestría en Literatura Colombiana y
Latinoamericana de la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle ( I semestre del 2016).
El Currulao se esparce. Acompasado, lento, casi funerario, empieza a sonar el golpe
de los tambores. Canto y ritmo que repiten el nombre de Mandinga, pueblo africano que
cacho, es colmillo y cola de mapaná. Se dice que el padre Lucifer aparece como un ser
humano normal, porque quiere tener una apariencia agradable para tentar más fácilmente a
las personas. A pesar de ello, la creencia afirma que al alejarse deja un olor característico.
Sánchez habla de él, describe los olores de la fiesta de negros usando el olfato de los
extranjeros camuflados de negros. Para esos infiltrados, sus olores son emanaciones y
vapores producidos por la promiscua concurrencia. Para él, chocoano oriundo de Itsmina,
Una dicha animal, salvaje y primaria; una felicidad orgánica, que ninguna ley
contiene o limita, echa afuera los instintos. En el paroxismo se han arrancado todos
las ropas y están allí, verdaderamente desnudos, porque lo están del cuerpo y del
alma, porque los alcoholes disolvieron la máscara del pudor, levantando en cambio
del fondo, el sedimento oscuro de la bestialidad agazapada”. (Sánchez, 2010, p.
149).2
hollín grasoso y rutilante para confundirse con la masa, ambos personajes curiosos, que
2
La Bruja de las minas, es la historia de Aspasia (Cecilia Barbosa), una mujer paisa que tiene que vivir la
expropiación de las minas de Marmato, las cuales pasaron a manos de una empresa extranjera. Ella y su
pequeña hija son testigos del asesinato de su padre y esposo. Cecilia no puede soportar la pérdida y con el
paso del tiempo se convierte en la bruja de la minas. En la historia de Cecilia convertida en Aspasia, empiezan
a vincularse personajes del pueblo: mineros, mineras, el médico, el alcalde, el abogado, los extranjeros. En
medio de sus desvaríos Aspasia rapta a Mary, la hija de John Morris, administrador o dueño de la minas, es
perseguida y cuando se encuentra acorralada, pone a salvo a la niña y luego provoca un incendio a su
alrededor para evitar la captura y muere.
incursionan en ese mundo sórdido de la negredumbre3 a fuerza de mafias y dinero. ¿Cuál es
el fin que los mueve? Con obsesión tenaz, el deseo de presenciar el rito secreto con que los
negros de las minas celebran cada año, en determinada fecha, su fiesta simbólica,
misteriosa y tradicional. Estas dos invenciones del autor se dejan arrastrar por la sensual
La presencia del mal está en las fiestas, en las pócimas y brebajes de la bruja, en los
celos y enfrentamientos entre las mujeres, en el rapto de una niña blanca extranjera, en la
muerte de los mineros y las persecuciones de los gendarmes, en cada ser humano que tenga
la piel oscura y que además, viva en la miseria. Estas son las marcas que a lo largo de La
bruja de las minas nos llevan por un camino indecente, lleno de imágenes calcadas que
indígena, del negro y del mestizo. Paradójicamente, en vez de asistir al discurso del
chocamos con la visión sesgada, viciada, del colonizado que ha asumido como propias,
3
Término acuñado por Rogerio Velásquez, para referirse a la masa de negros que son objeto de investigación.
en una audacia semántica que relaciona negros con muchedumbre. Pero no se trata de cualquier
muchedumbre, sino de aquella conformada por afrodescendientes colocados en situación de exclusión y
marginalidad, «los de abajo», «la raza maldita», «los esclavizados», «los miserables» que, además, habitan en
un territorio específico: el de los ríos, la selva y el mundo rural. (Leal, C. 2007, p. 76-93).
barbaco, caraña, y ecupa con hiel.
(Sánchez, 2010, p. 150)
La extraña música, solo es extraña para ellos, los que vienen de afuera o para los
aceptan. La letra de la canción parece evocar una vieja receta mágica. Es la ficción de la
bruja, de los aquelarres, de las minas, la que describe una realidad subterránea, escondida
tras el manto literario del autor. No son muchos los críticos que han abordado la obra de
Sánchez Gómez, y sin embargo, con una mirada miope, el historiador Henry Arroyo Reina,
uno de los pocos que ha escrito sobre él, nos dice en el prólogo a la edición del Ministerio
de Cultura, que encuentra en el autor una riqueza absoluta. Alaba así a Sánchez Gómez:
pareciera que el simple hecho de ser un autor de procedencia chocoana, le diera autoridad
en el tema. Para este historiador, Sánchez, además de explicar las expresiones simbólicas y
expropiación de las minas para dejarlas en manos de las empresas extranjeras. Para él, el
valor de Gregorio Sánchez está en “una mirada sociológica, la sensibilidad especial que
tuvo siempre para representar los sentimientos y la cultura, y su coherencia para dar cuenta
de los conflictos sociales (temas que ya se habían asumido en otras de sus obras) quedaron
Sumerge así, al incauto lector en el universo perverso, deformado, que nos propone
La bruja de las minas. El rasgo sociológico e histórico del que habla Arroyo, no es más que
la referencia que la obra hace al pasado vergonzoso de una naciente república subsidiada
por las empresas extranjeras que vieron en Marmato y en la minería una oportunidad para
ampliar su capital. Sin embargo, este es solo un episodio que hace parte de una secuencia
colonizadora, que inicia con la llegada de los españoles y que persiste hoy.
Sobre este asunto, Álvaro Gärtner, abogado y periodista, nieto de Carlos Eugenio
Marmato, escribió el libro Los místeres de las minas, publicado por la Universidad de
Caldas en el 2005. Desde el preámbulo del libro, dice claramente que su objetivo desde
siempre fue recuperar la memoria de esos extranjeros cuyos nombres se habían perdido
para siempre. Esto le da un matiz distinto a la historia que narra, pues sin duda, todos los
extranjeros que menciona, así como las compañías inglesas y de otros lugares de Europa
desmedida por el oro; sin contar con la influencia cultural que ejercieron los sobre los
pueblos asentados en ella. Por ejemplo, al referirse al período colonial español, dice citando
a Germán Colmenares:
La llegada de los negros trajo nuevos problemas para los españoles, que por esa
misma época se las veían con las rebeliones indígenas. En 1556 los esclavos en
Anserma se habían amotinado en dos ocasiones. Y en 1577 ya era conocido el
fenómeno de la cimarronería, pues se hablaba de negros fugitivos y amotinados que
por centenares penetraban la ciudad y asaltaban los caminos (Gärtner, 2005, p. 53).
Sí. La historia también está viciada por el discurso colonialista. Son los negros y los
indígenas los que causan problema a los españoles, nunca se dice, en el texto de Gärtner
y represión que vivieron bajo el poder del colonizador. Tampoco dice que la expropiación
de las minas efectuada por Alfredo Vásquez Cobo4, obedece también a la sed colonialista
del militar. Frente a un sistema cruel que amenaza con anular al ser humano, es apenas
lógico que el amenazado intente evadirse, rebelarse. Aimé Césaire, el poeta y político
colonialismo:
Citar a Césaire aunque pertinente, deja un cierto sabor a tristeza. Él, autor martiniqués,
comparte con nosotros el estigma del colonizado, pero su mirada sobre este proceso es
mucho más clara, más humana, mientras que nosotros los colombianos, no hemos podido
más profundo. “Es preciso tomar partido: los tiempos de la colonización nunca se conjugan
Tal vez, sea Otto Morales Benítez uno de los pocos colombianos que presenta una
alternativa para romper el esquema. En su texto Teoría y aplicación de las historias locales
4
Político y militar que participó en la Guerra de los días, fue Ministro de Guerra y de Relaciones Exteriores
entre 1903 y 1909. Durante el gobierno de Rafael Reyes, consiguió la autorización para expropiar las minas
de Marmato y luego mediante concesión, ceder los derechos sobre la explotación del oro a empresas
extranjeras.
y regionales, afirma que cuando se realizan investigaciones de tipo histórico, no debemos
olvidar que:
largo padecimiento de los marmateños en manos del europeo, y peor aún, en manos de sus
período dentro del cual se le concedió a una compañía inglesa el derecho a la explotación
del oro.
hombre de 45 años, a quien describe el narrador como hombre de cuerpo gallardo y estatura
alta. Siempre habla con calma, con el acento peculiar de la tierra y con el tono grave de los
hombres que toman en serio la vida y sus responsabilidades, es decir, era paisa. Ella, mujer
de 25 años, le hablaba siempre de “usted” con cierto respeto del que no podía sustraerse.
Muy blanca, de ojos y cabellos oscuros, de pequeña boca sensual donde florecía con
la monotonía, de la sombra que no tiene voz. A través de sus ojos, Sánchez Gómez describe
el pueblo de Marmato:
Bajó después los ojos para contemplar, soñolienta ya, el espectáculo de las gentes
moviéndose como extraños insectos por aquellas calles inverosímiles. Peones
provistos de picos o de almocafres, o que llevaban carretillas cargadas de material;
mujeres con bateas colocadas sobre cabeciles de limpieza dudosa; muchachos que
arreaban bestias de labor, asida la cuerda de la jáquima, o trepados sobre ellas a
horcajadas en la estropeada enjalma. Todos sucios y embadurnados, con máscaras de
grasa y de mugre, los mandiles pintados de caparrosa, las manos y los pies percudidos
por la acción de los ácidos, curtidos por el mineral, el paludismo y la temperie
(Sánchez, 2010, p. 39).
Este es el panorama que presenta la novela. Serán los mismos personajes los que se
Gran parte de la población era de color. Pero como todo centro minero del trópico,
aquél era también crisol de razas, horno donde se mezclaban y fundían diversos tipos
humanos. El blanco y el negro puros se barajaban allí, en el azar de la vida, con el
mulato, el mestizo y el zambo, y con el cuarterón vigoroso. También había
ejemplares indios, sin cruzamiento. Malos trabajadores por cierto, para las minas,
porque se enfermaban con frecuencia; en cambio, sirven bien para los oficios
domésticos; son los yanaconas (Sánchez, 2010, p. 39).
Encasillar a los indios como perezosos es una muestra de cómo se filtran en el discurso del
autor, los juicios de valor sobre el otro. Ni qué decir del término “cruzamiento”, que
animal.
Al mejor estilo de las historias tradicionales, el inicio de la novela se presenta como
un “idilio”. Florencio, Cecilia y su pequeña hija Domitila, viven una vida normal, pero la
tranquilidad se verá perturbada por la llegada del ejército enviado para despojarlos de las
minas. Episodio que tiene su correspondencia con los hechos históricos que menciona
Si bien la cita “histórica” de Álvaro Gärtner, ratifica el suceso, también lo es que en ella los
mazamorreros son los venidos a menos. Lo trágico del asunto es que los colonos due
ños de las minas sean desalojados, el hecho de que los mazamorreros no se salven, solo es
un añadido.
Así podrían hacerse muchos contrastes entre los textos históricos y el texto literario,
violenta la presencia y la imagen del indígena, del negro, del pobre. Eso ya es criticable.
La violencia de la representación
propietarios son descritos en cada uno de los capítulos, al igual que un ingeniero, un
convierten en las víctimas de la bruja, sino también porque en el orden jerárquico social de
torno a ellos. Por otro lado, está la gran masa de los mineros que trabajan en los socavones
y quienes son utilizados para establecer el contraste con los extranjeros y los blancos. Los
mineros, trabajadores, capataces, cocineras y niñeras desde su posición subordinada son los
que aportan la mano de obra, el cuidado de la casa y los niños, oficios que contribuyen al
papel importante, pues el texto se construye a partir de hechos cotidianos: el domingo, día
de mercado; el jolgorio de los negros y mulatos; el derrumbe y la muerte en las minas, los
celos entre las mujeres que se disputan un varón, entre otros; son presentados como simples
eslabones de una cadena, un mecanismo todopoderoso que los posee. No hay diferencias
entre ellos, todos están en la misma condición y hacen parte del mismo grupo: el pueblo
colonizado. De paso hay que aclarar que la región estuvo habitada antes de la colonia por
grupos como los cartamas, supías, quinchías y demás, sin embargo, Sánchez dice de
tejen entre estos y el lugar que cada uno ocupa se establece en la segunda parte de la
novela. Al parecer esto es para Sánchez Gómez un asunto que se limita a la piel, al capital y
al poder.
los mineros. Primero generaliza: “En cambio, la romería trabajadora es cuantiosa: gente
jornalera, hombres y mujeres de toda edad que llegan allí llamados por el señuelo de los
buenos salarios y la vida libre y bizarra” (Sánchez, 2010, p. 61). En vez de mencionar el
estado de pobreza en el que se encuentran y la necesidad que los lleva a trabajar en las
minas, a encontrar allí su sustento, los presenta como seres ambiciosos de oro y de vida
Descripción que se contrasta con la visión del médico de la compañía al llegar a la casa de
un enfermo:
Zacarías Eusse se mete por el caminito de travesía, a cuyo final, trescientos metros
más allá, ubica el rancho del enfermo. Vivienda sórdida, con paredes y piso de tierra
y techo de astillas. El testero está sin revocar. Son dos cuartos estrechos, alcoba y
cocina, negros de humo ambos y llenos de repulsivo olor de bodrio trasnochado. En
el hueco de comunicación hay una antepuerta sucia, de trapo. (Sánchez, 2010, p. 63)
A propósito de esto, dice Césaire:
Ya se había mencionado la pereza del indio en los textos históricos, lo que en la invención
de Sánchez encuentra apoyo: “¡Esta gente very dispuesta para coger la cama! There is
much malaria aquí. Mal clima, pero bueno, ¿eh? Yo piensa que el remedio es en la mano:
whisky o aguardienta. All right!” (Sánchez, 2010, p. 63), dice Mr. Stanley, el mecánico de
la compañía, en un diálogo con el doctor Eusse. La manera ligera y despectiva con la que
ellos.
espacios que habitan los personajes y que jerarquiza el orden social. Para los altos
empleados hay casas, para los mineros, ranchos. Para unos hay comodidad, para los otros
La casa del ingeniero Peter Simon, con las paredes exteriores pintadas de blanco, y
las barandas del corredor de pálido añil, se alza sobre una planadita, arriba de la de la
gerencia (…) más allá, dispersas a distintas alturas, viviendas de altos empleados de
la Compañía, algunos de los cuales tienen allí sus familias. No existe propiamente
núcleo social, no puede haberlo en centro minero y localidad tan accidentada; por
eso, los pocos hogares que hay ven discurrir la vida en cierto aislamiento, como
grupitos feudales. (…) En cambio, el vivir de la población minera no reconoce ni
admite limitaciones; es la existencia natural, sin prejuicios, sin reglas, casi sin leyes,
en la que todos se entienden como por tácito convenio (Sánchez, 2010, p. 80).
A pesar de admitir que en los extranjeros no existe propiamente un núcleo social, cuando
menciona la vida social de los mineros la compara con lo “natural”, con algo que no tiene
reglas y que por tanto se opone al orden construido socialmente y considerado normal y que
Los flamantes trajes de dril, las corbatas chillonas, los pañuelos de vivos tonos (…) se
mezclan y confunden en la ancha planada con las sedas baratas, las pintadas zarazas y
las pañoletas y chales (…). Huelen a perfumes comunes” (Sánchez, 2010, p. 88).
Todo lo que los identifica es ordinario, chillón, barato y común; tiene poco valor estético.
Su lenguaje es siempre grosero, sus ademanes y gestos también. Ellos, los que extraen el
oro, nunca se benefician realmente de él. Las minas solo enriquecen a su dueño. El minero
debe estar siempre sucio, su trabajo lo hace sucio, pero cuando intenta ser diferente, el autor
lo descalifica. ¿Por qué no simplemente decir que huelen a perfume? Sánchez agrega el
adjetivo “común”, lo que viene siendo un eufemismo que para nada minimiza la violencia
que contiene.
Mientras más ebrio está, mejor trabaja; posee una rara lucidez que no logran
oscurecer los vapores alcohólicos; tiene el genio de la mecánica. Para él no existen
problemas serios. Su inteligencia parece dormir bajo el transitorio sopor que el licor
le produce; pero en realidad está despierta, en vigilia. (Sánchez, 2010, p. 49)
exclama al fin, empapado en sudor—; ahora vuelvan a descomponerlo otra vuelto. Esta
gente ser very bruta, son of a bitch” (Sánchez, 2010, p. 85). Y la canción se repite, el
pobre, en negro, en desposeído. El mismo que se hace presente en la fiesta, en los cuerpos
que convulsionan con la melodía, en las mujeres como Dolores Paz, la indómita minera;
erguido de palmera; Felisa Barco, mulata retrechera y maciza; Aspasia, la bruja, mujer sin
edad, rostro arrugado, senos flácidos, cosa fea, estampa del mal y reflejo del paso
conquistador. Todas ellas discriminadas al límite, por ser mujeres, por ser negras, por ser
mineras, por ser pobres. Son los objetos que los hombres desean poseer, los mineros se
pelean a machete por ellas, los místeres las consiguen de cualquier manera, cansados de
comer carne rubia, prefieren lo diferente, su valor radica solo allí: “vea, dotó Euse, ya toy
hata la coronita de comé carne rubia; eso ya me empalaga; déjeme, pué, tranquilo y en pá
con mi negrita” (Sánchez, 2010, p. 25) le dice Sabina a Felisa Barco, recordando una
conversación entre su patrón John Morris y el doctor Eusse. Ambas cocineras y sirvientas
las diferencias sociales y culturales, la novela termina con broche de oro. Aspasia, que
especie de ensueño cree ver a su pequeña hija en la cara de Mary, la hija de Peter Simon,
dueño de la mina, “una criatura deliciosa que aparece en la puerta. Su cara de muñeca se
ilumina como los amaneceres de estío. Tiene seis años aproximadamente” (Sánchez, 2010,
p. 22). La bruja entonces comete el peor de los delitos. Si antes, gracias a la generosidad de
Morris, se le había perdonado que compitiera con el médico y que además le ganara la
criatura, a la que cuida y trata con cariño creyéndola su hija. Empieza la persecución,
mal.
Discurso y poder
El Taita Cornudo,
Berlina, pesuña,
el chivo, la chiva,
chivito, chivó
(Sánchez, 2010, p. 148)
Detrás de la ficción, los paisajes, las gentes, el pueblo, la lucha, hallamos la mano
poderosa que construye todo a partir del discurso. Él, cual figura divina “gobierna el modo
como se puede hablar y razonar acerca de un tópico. También influencia cómo las ideas son
puestas en práctica y usadas para regular la conducta de los otros” (Hall, 1997, p. 27). La
pacto tácito en el que se reconocen unos a otros; ellos hablan igual, una lengua atropellada,
cortada, mal pronunciada. Los otros, los blancos, extranjeros y paisas, los capataces, usan
poder del discurso trasciende esa barrera física de los sonidos y los significados, llega a una
dimensión más sutil, la de producción del sentido. Sentido no solo por lo que pretende decir
que acepta como normal la mirada pervertida que tienen unos sobre otros. Los mineros ven
en el extranjero bondad, generosidad: “Eto gringo son güena persona”, dice Sabina;
“¡Carajo! —murmura satisfecho—, este míster Morris es un macho que vale”, dice
Pioquinto el Alcalde; “Que aquí estamos muchos devengando los sueldos sin merecerlo”,
La bruja de las minas puede ser el resultado de las buenas intenciones del autor por
contar una historia que parte de la realidad, sin embargo, es la historia de la violencia,
maltrato y exclusión, todos sinónimos del colonialismo, al que estuvieron y siguen estando
cuasi blancos, cuasi negros, cuasi indígenas, todo al mismo tiempo; no es el color de la piel,
es la jerarquía de clases que está presente en cada acto, en cada palabra y en todo momento,
aunque dicha jerarquía está estrechamente ligada a las clases sociales en las sociedades
acuñada por Aníbal Quijano: “Con el tiempo, los colonizadores codificaron como color los
(Quijano, 2000, p. 2). Es decir, no podemos separar clase y raza en el análisis de las
Así, como si fuera algo natural, algo ineludible, la figura del colonizador se
que todos hemos adoptado, en la que hemos transformado el día en noche, oscureciendo
todo aquello que se presenta diferente, una posición en la que no se cuestiona, no se crítica,
no se exploran otras opciones, tal vez por miedo a la luz que encandilará nuestros ojos
Bibliografía
Arroyo Reina, J. H. (2010). Prólogo. En Sánchez, Gregorio. La bruja de las minas (pp.9-
28). Bogotá: Biblioteca de Literatura Afrocolombiana-Ministerio de Cultura de
Colombia.
Morales Benítez, Otto (1995). Teoría y aplicación de las historias locales y regionales.
Manizales: Universidad de Caldas. Disponible en
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/sociologia/histlocal/indice.htm
Sánchez Gómez, Gregorio, 2010, La bruja de las minas. Bogotá: Biblioteca de Literatura
Afrocolombiana, Ministerio de Cultura de Colombia.