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Dios creó a nuestros primeros padres, les dio autoridad para gobernar sobre todo
lo que Él había creado, los puso en el mejor lugar donde podían vivir, y les permitió
mantener una comunión sin igual con su Creador. Por lo tanto, cuando pienses en
la voluntad de Dios para tu vida, tienes que comenzar por aquí: bienestar para ti y
tu familia, y permanente comunión con Dios. Pero sabemos el desenlace de la
historia de nuestros primeros padres y cómo cayeron de su condición original por
causa del bichito de la rebeldía y desobediencia.
Pero Dios nos mostró su voluntad para nosotros en este nuevo escenario que
vivimos desde que Jesús estuvo con nosotros en la tierra. ¿Cómo mira Dios a las
personas en la actualidad? La respuesta pasa por el ejemplo de nuestro Salvador,
quien nos conduce a:
1. Mirar como Jesús mira (Mateo 9.36)
2. Compadecerse como Jesús lo hizo (Mateo 9.36)
3. Pensar y actuar como Jesús (Filipenses 2.5-8)
4. Amar como Jesús lo hace (Juan 3.16)
Mateo 15.32 Gente con hambre luego de un retiro espiritual de tres días con Jesús.
Marcos 1.41 Soledad del leproso que pidió humildemente que Jesús lo sanara.
Dios ama tanto a la gente de este mundo que no escatimó a su propio Hijo, sino
que lo entregó a la muerte, a Jesús, su único Hijo, para que todo el que está
creyendo en Él no muera, sino que tenga vida eterna. Es tan grande el amor de
Dios que la Biblia nos dice: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en
que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5.8). Así
también, con esta misma calidad de amor, tú tienes que amar a tus semejantes.
Ésta es tu meta para cada día.
37, 38. Entonces dijo a sus discípulos: La mies (es) mucha, pero los obreros
(son) pocos. Por tanto, orad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.
Jesús sabe que toda persona cargada de culpa en estas grandes multitudes va rumbo
al día de la muerte y del juicio final. Estas multitudes sugieren una lamentable falta
y la necesidad de labor evangelística para cubrir esta falta. Sugieren la necesidad
imperativa de algo similar al arduo trabajo requerido cuando se necesita cosechar
el grano maduro sin más demora (cf. Jos. 24:15, “hoy”). Las inmensas multitudes,
por lo tanto, en forma muy adecuada son llamadas “la mies”, el extenso campo que
necesita atención inmediata. Por una extensión legítima de la figura uno puede
decir que esta mies, en la forma aquí considerada, consiste de la suma total de “las
ovejas perdidas de la casa de Israel” (10:6). La aplicación a las condiciones actuales
(siglo veinte), sin hacer violencia a la idea básica, extendería el alcance de la
interpretación, de modo que la referencia sería a todos los que pueden ser
alcanzados por el evangelio (Mt. 28:16–20; cf. Mr. 16:15, 16).
Esencialmente, esta es la explicación favorecida por la mayoría de los
expositores.427 Yo creo que es el punto de vista correcto. Sin embargo, hay una
explicación diferente. Hay quienes limitan la figura de la mies a los que son
“reunidos en el granero celestial”, esto es, a “todos aquellos en quienes tiene éxito
la obra de la gracia de Dios”;428 o, usando una fraseología diferente, al “número
limitado de los elegidos, que estaban mezclados con los incrédulos”.429 Pero limitar
de este modo la figura, según se la usa aquí en Mt. 9:37, apenas parece hacer
justicia al contexto, en el que no se hace mención de la separación entre los dos
grupos: los que finalmente serán salvos y los que finalmente serán perdidos. Mt. 9
considera las multitudes que se acercan, con sus cargas y necesidades, como viven
en este momento presente, el momento en que Jesús los ve y se ve movido a
compasión por causa de ellos. Hay que llevar el evangelio de salvación a todas
estas personas. Ahora no se enfatiza lo que ocurrirá en el día final, en la venida de
Cristo. Es [p 462] verdad que en relación con ese solemne y tremendo
acontecimiento futuro habrá una cosecha doble (Mt. 13:24–30, 36–43; Ap. 14:14–
20; cf. Mt. 3:12; 25:31ss), pero ese no es el contexto aquí. Aquí la “mucha mies”
del v. 37 incida por lo menos las “multitudes”, el “gentío”, las “muchedumbres”
del v. 36.
Jesús fija la atención de los discípulos en el agudo contraste entre el gran número
de personas que constituyen la mies y la escasez de los obreros que deben tratar de
recogerlas. Es por esta razón que exhorta a los discípulos a que oren a Dios, que es
el “Señor”—esto es, el Propietario y Supremo Gobernador—de la mies, que envíe
obreros a su mies. Además, al alentarlos a orar de este modo, ¿no está también
enfatizando el hecho de que algo más que el simple número de los obreros está en
juego, a saber, también su calidad? Deben ser enviados por Dios. No deben
nombrarse a sí mismos. Deben ser hombres que aman a Dios y que aman las almas.
Es claro que el intenso deseo de Cristo de tener obreros y más obreros para enviar
a la mies de almas surge de esta compasión profunda e infinita. Los vv. 37, 38 no
deben separarse del v. 36 (“Tuvo compasión de ellas”). Esto muestra
ciertamente que “cuantos son llamados por el evangelio son
llamados sin fingimiento. Porque Dios ha declarado más sincera y
verdaderamente en su Palabra lo que le es aceptable, a saber, que
los llamados acudan a él. También promete seriamente el descanso
del alma y vida eterna a todos los que acudan a él y crean” (Cánones
de Dort, Capítulos 3 y 4, artículo 8). Entre muchos otros pasajes
que apoyan esta doctrina de la presentación sincera del evangelio a
los pecadores, y de la complacencia de Dios en la conversión y
salvación de ellos, son los siguientes: 1 R. 8:41–43; Sal. 72:8–15;
87; 95:6–8; Pr. 11:30; Is. 1:18; 5:1ss; 55:1, 6, 7; 61:1–3; Jer. 8:20;
35:15; Dn. 12:3; Os. 11:8; Mi. 7:18–20; Mal. 1:11; Mt. 22:9;
23:37ss; 28:19, 20; Lc. 13:6–9; 15; 19:10; Jn. 3:16; 10:16; Hch.
2:38–40; 4:12; Ro. 10:1, 12; 11:32; 1 Co. 9:22; 2 Co. 5:20, 21; 1 Ti.
1:15; Ap. 3:20–22. Véase también el tratamiento de este tema en
conexión con 18:14, y nótense las referencias adicionales allí
mencionadas. En cuanto a los vv. 36–38, véase también C.N.T.
sobre Jn. 4:35.