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LICENCIA PARA EJERCER

Adaptación de “La Patente”

Comedia en un acto de Luigi Pirandello

Personajes:
Rogerio Chiarchiario Un querellante ante el juzgado
Rosinela Hija del anterior
El doctor D’Andrea Juez instructor
Marranca Citador-Alguacil del juzgado
Tres jueces vocales

(Despacho del Juez Instructor D’Andrea. La pared del fondo cubierta


íntegramente en verde con los respectivos ficheros. Se supone que son expedientes
en curso, o archivados. A la derecha y al fondo un escritorio colmado de más
expedientes. Cercano al escritorio y adosado a la misma pared derecha, otro
estante. Sillón para el juez, delante del escritorio. Otra silla antigua.
La estancia o despacho está desierta. La puerta de calle, sobre la misma
pared derecha.
A la izquierda, ancho ventanal de dos batientes, con envidriado antiguo. Y
frente a éste, un alto soporte a manera de pedestal alto que sustenta una jaula
amplia.
Por el lado izquierdo, en el muro, una puertecilla medio oculta.
El Juez D’Andrea entra por la puerta del foro, con sombrero y abrigo
puestos. En la mano trae una pequeña jaula del tamaño de un puño. Se acerca a la
jaula grande, la abre; en seguida, abre la pequeña y hace pasar a la grande un
pájaro).

D’ANDREA. Entra pajarito. ¡Entra dormilón!¡Por fin! Y ahora, juiciosa y déjame


administrar justicia para toda esa gentuza sinvergüenza.
(Se quita el sombrero y abrigo que va a colgar en el perchero. Se sienta al
escritorio. Toma uno de los expedientes; lo sacude al aire con impaciencia,
rezongando: ) ¡Maldita sea!
(Se queda pensativo, suena el timbre de la puerta y en seguida se asoma el
citador-alguacil, Marranca).
MARRANCA. ¡Buenas…! A su mandar, mi señor dotor.
D’ANDREA. Hola, Marranca: Vaya a la calle del Horno, a tres cuadras, donde vive
el consabido Rosario Chiarchiaro…
MARRANCA. (Dando un brinco hacia atrás, entre asustado y rebelde). Por el
amor de Dios, no lo nombre, mi señor dotor: ¡no lo nombre…!
D’ANDREA. (Muy enojado y dando un puñetazo sobre el escritorio). Basta, basta.
¡Por Dios! Déjese de aspavientos, delante de mí. Esa estupidez es todo un
descrédito, una mofa, para ese pobre hombre. Se lo digo de una vez por todas.
MARRANCA. Bien mi dotor: no diré ni una palabra más. ¿Qué tengo que hacer en
casa de ese… de ese caballero?
D’ANDREA. Dígale que el Juez de Instrucción tiene algo que decirle. Y se viene
inmediatamente con él.
MARRANCA. En el apto, mi dotor. ¿Otra cosita?
D’ANDREA. Nada más… por ahora.
(MARRANCA va a salir, pero se detiene, abriendo la puerta para dar paso
antes a los tres jueces, colegas, que llegan vestidos de togas. Se cambian saludos
con D’ANDREA. Luego los TRES se allegan a mirar el pájaro enjaulado).
Juez 1º. A ver: ¿qué nos cuenta el pajarito?
Juez 2º. Queridos colegas, voy a estar como intrigado con ese pajarraco.
Juez 3º. Lo van a llamar el Juez Pajarito.
Juez 1ª. ¿Qué hizo con la jaulita en que lo trajo?
Juez 2º. (Tomándola del escritorio donde se había recostado) Miren, amigos;
parece cosa de niños. Un viejo cacreco haciendo cosas de niño.
D’ANDREA. ¡Vaya lógica! ¡Ustedes son más cacrecos que yo!
Juez 3º. ¡Más respeto con nuestras togas!
D’ANDREA. Dejémonos de indirectas y “vainitas”: ¡respetémonos! Cuando niño,
jugaba “al tribunal”, con mis compañeros: unos hacía de acusado; otro, de
Presidente de Tribunal; otros, de Jurados; otro de abogado defensor. Seguramente
ustedes también. Y éramos más serios que ahora.
Juez 1º. Bah… Todo cambia.
Juez 2º. Todo acaba en trifulca.
Juez 3º. (Mostrando una cicatriz en la frente) Aquí la prueba: una pedrada que me
dieron; me la dio el abogado defensor, siendo yo nada menos que el Procurador
General.
D’ANDREA. Pero lo mejor y más bello era la toga que lucíamos. Representaba la
majestad de la Justicia, de la Ley. Ahora pasa lo contrario: nosotros somos la
grandeza, y la toga viene a ser el recuerdo de cuando éramos unos culicagados. ¿Y
ahora?
(Toma del escritorio el expediente del denuncio de Rogerio
CHIARCHIARO).
Mi deber es instruir este proceso. Nada he visto más inicuo que esto colegas.
Inicuo porque constituye la más despiadada injusticia contra la cual, un pobre
hombre trata de rebelarse desesperadamente, sin la más remota esperanza o
probabilidad de escape. Es una pobre víctima indefensa. Y ahora quiere
emprenderla contra dos: los dos primeros a quienes se les cogió con las manos en
la masa. Sin embargo, la justicia actual va a darle vueltas y vueltas y más vueltas,
sin remisión, hasta remachar así, ferozmente, la iniquidad de que es víctima un
infeliz, ¡un don nadie!.
Juez 1º. ¿Qué expediente es ese?
D’ANDREA. El de la denuncia puesta por Rosario Chiarchiaro.
(Con solo oír ese nombre, como ya había ocurrido con MARRANCA, dan un salto
atrás, haciendo conjuros, aspavientos y diciendo en voz alta: )
los TRES JUECES. (a una voz). ¡Madre Santísima! ¡Toquemos madera! ¡Cállese!
D’ANDREA. Ahí está, ¿se dan cuenta?. Son ustedes precisamente, los encargado
de hacer justicia a ese pobre hombre.
Juez 1º. Qué justicia ni qué carajos… ¡Ese es un loco!
D’ANDREA. Un loco, no: un desdichado.
Juez 2º. Tal vez; pero, con su perdón: Sin dejar de ser un demente. Eso de
denunciar por difamación nada menos que al hijo del síndico, y también al…
D’ANDREA. …al Asesor Fazio.
Juez 3º. ¿Por difamación?
Juez 1º. Si, ¿comprende?. Dizque por haberlos sorprendido ene el momento en que
ellos hacían conjuros y “contras”, cuando pasó junto a ellos.
Juez 2º. Pero, qué difamación puede haber en ello, si todo el mundo, desde hace
dos años sabe su condición de “malagüero”, de maleficio, ¡del hombre con fucú…!
D’ANDREA. Muchísimos testimonios juramentados pueden llegar al tribunal, de
que en tales o cuales ocasiones ha dado señales de conocer, de saber a ciencia
cierta, su reputación de todo eso; y de que reacciona insultando violentamente.
Juez 1º. ¿Se da cuenta? Usted mismo lo acaba de decir…
Juez 2º. Pero- ¿cómo podemos en conciencia condenar al hijo del síndico y al
asesor Fazio como difamadores, solo por haber hechos los consabidos, los
comunes y corrientes conjuros que todos hacemos abiertamente lo vemos pasar?
D’ANDREA. Ahí está el detalle, amigos míos. Se sorprenden de que yo traiga un
pajarito; sabiendo que lo traigo porque me quedé solo hace un año. Ese pajarito era
de mi madre, y es para mí el único recuerdo vivo de ella. Nadie puede exigirme
que me separe de él. Le hablo imitando con mi silbido su canto; él me responde.
Yo no sé qué le digo; pero si él me contesta, de seguro es porque entiende lo que le
silbo. Lo mismo pasa con nosotros, amigos míos, cuando creemos que la
naturaleza nos habla con la poesía de sus flores, o con las estrellas del cielo;
mientras que esa misma naturaleza ni siquiera sospecha que existimos.
Juez 1º. Sigue, querido amigo, sigue con esas filosofías, y ya verás que te mueres
de contento.
(Se oye llamar a la puerta y luego va asomando la cabeza de MARRANCA).
MARRANCA. ¿Puedo pasar?
D’ANDREA. Adelanta, Marranca…
MARRANCA. El hombre no estaba en su casa, mi señor dotor. Le dejé razón con
una de las hijas, la otra vino conmigo. Rosinela. Si su señoría, mi dotor, quiere
recibirla…
D’ANDREA. Pues… no; porque al que necesito es al papá.
MARRANCA. Dice la chica que quisiera hacerle una suplica a mi señor dotor. Está
muy asustada…
Juez 1º. Nosotros nos vamos a dar una vuelta.
(Se cambian saludo los cuatro y salen los tres)
D’ANDREA. Bueno, pues entonces hágala pasar.
MARRANCA. En el apto, señor dotor.
(Y sale también. ROSINELA, de unos 16 años, pobremente vestida, pero con cierta
decencia, asoma mirando alrededor, mostrando apenas el rostro, enmarcado en
un chal negro de lana).
ROSINELA. Con permiso suyo señor Juez…
D’ANDREA. ¡Pasa! ¡pasa!
ROSINELA. Una servidora de su señoría. ¡Ay!¡Jesús mío! ¿Verdad que vuestra
señoría mando venir a mi padre?¿Qué ha ocurrido, señor Juez?¿Por qué? El miedo
nos tiene con la sangre helada…
D’ANDREA. Cálmese, cálmese. No hay por qué asustarse, absolutamente.
ROSINELA. Es que nosotros, excelencia, nunca hemos tenido nada que ver con la
justicia.
D’ANDREA. ¿Tanto miedo hace dar la justicia?
ROSINELA. Sí, señor; como le dije, se nos heló la sangre en las venas. La gente
mala, su excelencia, es la que tiene cuentas con la justicia. Nosotros somos cuatro
pobres infelices… Y si ahora también la justicia va a meterse con nosotros, ¿qué
vamos a hacer?
D’ANDREA. Nada de eso. ¿Quién les fue con semejante cosa? Tranquilícese: la
justicia nada tiene que hacer con ustedes.
ROSINELA. Y entonces, ¿para qué mandó venir a mi padre?
D’ANDREA. Porque es su padre el que quiere que se le haga justicia…
ROSINELA. (Con acento de extrañeza atemorizada). ¿Mi papá? ¿mi papá? ¿cómo?
¿por qué?
D’ANDREA. Nada tema, nada. Mire cómo se lo digo: sonriente. Usted pregunta
que cómo y por qué… ¿Entonces quiere decir que no sabe que su padre pasó un
denuncio contra el hijo del síndico y contra el asesor Fazio?
ROSINELLA. (Con extrañeza y terror) ¿Mi papá dice vuestra señoría? No puede
ser, no puede ser. Ni la más remota noticia tenemos de semejante cosa. ¿Mi papá
poniendo denuncios?
D’ANDREA. Eso, exactamente eso.
ROSINELA. ¡Dios santo!¡Dios mío! No le pare bolas, señor Juez, a mi pobre padre,
que anda hecho un loco… sí, está enloqueciéndose desde hace ya como un mes,
lleva un año sin conseguir trabajo. ¿Comprende?
Lo despidieron, lo echaron a la calle. Todos lo maltratan. Tiene que salir huyendo
de todas partes como si tuviera enfermedad contagiosa… ¿Y dice usted que puso
denuncio?¿y contra el hijo del síndico? Está loco… (Con angustia casi llorando).
Esta guerra que todos le hacen; con la fama que le han echado encima, ¡lo tienen
trastornado! Por caridad señor Juez, hágale usted retirar ese denuncio; por caridad,
¡hágaselo retirar…!
D’ANDREA. Desde luego, hija mía; precisamente para eso le mandé a decir que
venga. Pero como bien lo sabe, es mucho más difícil hacer bienes que causar
males.
ROSINELA. Así es, ¡cómo no! Hasta para su señoría…
D’ANDREA. Hasta para mí. Porque el mal, hija mía, puede hacérsele a todos y
todos lo pueden hacer. Pero el bien sólo puede hacérsele a quien lo necesita.
ROSINELA. ¿Y vuestra señoría no cree que mi padre lo necesita?
D’ANDREA. Claro, clarísimo que lo necesita. Pero, hija mía, es que esa necesidad
de que se haga un bien, suele, prevenir tanto los ánimos de aquel a quien se le
quiere hacer, que el beneficio se vuelve dificilísimo…¿entiende?
ROSINELA. Francamente no alcanzo a entender muy bien; pero haga su excelencia
cuanto le sea posible para hacérselo a mi padre. Para nosotros el bien se acabó, se
nos acabó la tranquilidad, en esta tierra…
D’ANDREA. ¿Y no tienen como irse de este país?
ROSINELA. Pero, ¿y a dónde? ¡Su señoría no se imagina cómo es nuestra vida! A
donde vayamos iremos cargando con esa maldita fama, que no podemos
desprendérnosla ni con un cuchillo. ¡Si viera cómo está de abatido ese pobre viejo!
Se dejó crecer una barbuchas, que parece una lechuza… y se hizo el mismo un
vestido que, cuando se lo ponga, va a aterrar a todo el mundo; ¡va a espantar hasta
los perros…!
D’ANDREA. Y ¿por qué?
ROSINELA. ¡Sabrá él! Está como dementizado… Yo sé lo que le digo, señor
doctor. Haga que retire, que suspenda ese denuncio; ¡por caridad se lo ruego!
(Se oye llamar nuevamente a la puerta)
D’ANDREA. ¡Adelante!¡adelante!
MARRANCA (Entrando tembloroso). Aquí está…, mi señor dotor, aquí está…
él…¿Qué debo hacer?
ROSINELA (Adivinando de quién se trata). ¿Mi papá verdad? (Dando pequeños
saltos de afán por desaparecer de allí). Por Dios, no deje excelencia que él me
encuentre aquí; ¡se lo imploro por caridad!
D’ANDREA. Pero, ¿por qué?¿hay algo de malo en eso?¿se la va a comer?
ROSINELA. Claro que no me va a comer, señor. Lo que pasa es que él no quiere
que salgamos de la casa. Escóndame, ¡por Dios!
D’ANDREA. No se asuste. Venga por aquí…
(Abre la puertecita de la derecha). Puede salir por aquí; voltee a la derecha, tome
el corredor y ya está afuera…Vaya.
ROSINELA. ¡Dios se lo pague, su excelencia!¡A usted me encomiendo, en usted
confío…! (Sale rápidamente. D’ANDREA vuelve a cerrar rápida y suavemente la
puertecita).
D’ANDREA. (volviéndose a MARRANCA). Que pase.
MARRANCA(abriendo la puerta de par en par y tratando de mantenerse lo más
distante posible). Siga… entre… pase…(y en cuanto CHIARCHIARO lo hace,
vuelve a salir como en fuga, furioso).
(CHIARCHIARO entra. Tiene una facha vehemente de malagüero, de maleficio,
una facha verdaderamente de película truculenta. Sobre las mejillas hundidas le
han crecido unas barbuchas puyosas, erizas, enmarañadas. Lleva anteojos de aros
gruesos y lentes bastante oscuros que le dan aspecto de mochuelo.
Lleva un vestido raído, brilloso, que le sobra por todos lados, y en la mano
izquierda un bastoncillo de caña con manga de cuerno. Entra a paso de marcha
fúnebre golpeando el suelo, paso a paso, con el bastón. Al llegar frente al Juez, se
le planta en seco y le clava la extraña mirada).
D’ANDREA. (Con fuerte ademán de irritación, haciendo a un lado el expediente
del denuncio). Pero…¡por favor! ¿Qué significa esa facha?¡Dejémonos de bromas
querido Chiarchiaro! ¡Siéntese!¡siéntese! (Se le acerca y va a ponerle una mano en
el hombro).
CHIARCHIARO.(retrocediendo tembloroso y brusco). No se me acerque, señor
Juez; y no lo tome a mal. ¿Es que quiere perder la vista?
D’ANDREA. (Se queda inmovilizado un momento, mirándolo fríamente. Luego le
dice: ) Siga; póngase cómodo… lo mandé llamar, pero es para hacerle un bien,
para su propio bien… Tome esa silla. Siéntese, por favor.
CHIARCHIARO (Tomando la silla, se sienta, mirando al Juez. Luego se pone a
hacer rodar el bastón como un rodillo sobre las rodillas, mientras hace girar
también lentamente la cabeza. Acaba moviendo las quijadas como si masticara un
chicle. Y dice con reticencia marcada: ) ¡Ajá! ¿Con que por mi bien? ¿se arriesga
usted seños Juez a decir que por mi bien? ¿va a desafiar la fama de que soy un
hombre fucú, de malagüero?
D’ANDREA (Sentándose al escritorio). ¿Quiere que le diga que creo en eso?... Se
lo digo de una vez: creo en eso. ¿Está bien?
CHIARCHIARO: (Secamente con tono de quien no admite chanzas). Sí; está bien,
siempre y cuando lo diga en serio, que lo crea de verdad verdad. Y tiene que
demostrármelo instruyendo el proceso.
D’ANDREA. ¡Ajá! Pues verá; eso es lo que va a ser un poco difícil.
CHIARCHIARO (Levantándose y haciendo como quien va a irse) Pues bien; como
no tengo más qué decir, ni hacer, será irme, señor Juez.
D’ANDREA. Mire, siéntese. Dije que no hagamos pamplinas ni cuentos.
CHIARCHIARO. ¿Pamplinas yo? Lo que yo voy a hacer no es cuento ni cosa que
se le parezca, sino una gran experiencia . Lo verá clarísimo palpable, señor Juez.
D’ANDREA. Pues lo que soy yo, no veo ni palpo nada.
CHIARCHIARO. Lo verá y palpará, yo sé porqué de lo digo. ¡Yo soy terrible…!
D’ANDREA. ¡Basta Chiarchiaro! No venga a fastidiarme. Aquí en este juico
denunció a dos como difamadores, porque lo creen fatídico, de mal agüero,
maléfico, que tiene fucú. Y ahora que se presenta ante mí en esa facha, con
semejante estampa de brujo, está buscando que yo crea en lo mismo que le llevó a
dar el denuncio.
CHIARCHIARO. Exactamente señor Juez, así es.
D’ANDREA. ¿Y no se da cuenta de la contradicción que acaba de decir?
CHIARCHIARO. Lo contradictorio, señor Juez, es otra cosa: y es que usted no ha
podido comprender, no ha comprendido nada, absolutamente nada.
D’ANDREA. Que se cree usted mismo eso; y aún puede, querido Chiarchiaro, que
sea sacrosanta verdad lo que dice: que no entiendo nada. Pero, entonces,
explíqueme, trate de explicarme: ¿en qué consiste el que yo no entienda nada?
CHIARCHIARO. Desde luego: le explico. No solo voy a hacerle ver que usted no
ha comprendido, ni comprende nada, sino, además que palpe con sus manos esto:
¡que usted es uno de mis enemigos!
D’ANDREA (Conmovido). ¿Yooooo?¿yoooo?
CHIARCHIARO. Sí señor, usted. Por lo pronto dígame: ¿sabe usted que el hijo del
seños síndico buscó como abogado al doctor Lorenzano?
D’ANDREA. Lo sé, lo sé.
CHIARCHIARO. Y ¿sabe también que yo, yo, (golpeándose el pecho)
precisamente yo, Rogerio Chiarchiaro, fui a buscar al abogado Lorenzo para
entregarle bajo cuerda todas las pruebas de lo que soy?¿de lo que he causado? ¿Es
decir: que no solo he estado convencido desde hace más de un año, de que todo el
mundo, al verme pasar cerca, inmediatamente se pone a hacer los garabatos y
demás conjuros manuales, más o menos decentes? ¿Y que le llevé también las
pruebas documentadas, los testimonios irrepetibles, i-rre-pe-ti-bles, de todos los
hechos aterradores, que me han granjeado increíblemente, in-cre-i-ble-men-te, -
óigalo bien- la fama de fucú?
D’ANDREA. ¿Usted?¿Usted mismo fue con esas pruebas donde el abogado de sus
denunciados?
CHIARCHIARO. Sí señor, sí señor: donde el doctor Lorenzano.
D’ANDREA. (Más sorprendido y extrañado que nunca). Pues…pues…; lo
confieso: ahora sí que entiendo menos este lío de los de…
CHIARCHIARO (Con reticencia). ¿Menos? Pero si usted no ha comprendido nada,
nada; ¡ni antes ni ahora…!
D’ANDREA. Perdone; ¿para qué dio esas pruebas en contra de usted mismo al
abogado de sus denunciados?
CHIARCHIARO. Ahí está el detalle, la demostración de que este asunto, señor
Juez, usted no lo ha entendido ni por encima ni por debajo. Mi querella es
sencillamente porque necesito el reconocimiento judicial, legal, social, de mis
poderes. ¿Ahora sí entiende? Quiero que expresamente se reconozca mi terrible
potencia: un potencial que, desde ese instante en adelante, ya será mi único haber;
un capitalito señor Juez, para sacarle todos los réditos posibles.
D’ANDREA (Emocionado, conmovido, trata de abrazarlo). ¡Oh! ¡Mi pobre
Chiarchiaro, mi pobre amigo…! ¡Ahora sí veo claro y comprendo totalmente!
Menudo capital, mi pobre Chiarchiaro, ¿verdad? ¿Cómo va a explotarlo?
CHIARCHIARO. ¿En qué forma? Usted, caro doctor, en el ejercicio de sus
funciones judiciales ¿verdad que trata de llegar a que le otorguen el título máximo
profesional?¿sí o no?
D’ANDREA. Así es; sin duda.
CHIARCHIARO. ¡Lógico! Yo también quiero mi título máximo: la licencia del
hombre fatal, del mal agüero, del maleficio, del fucú. Y la quiero con todos sus
sellos: legal, judicial, profesional, social; expedida y registrada mi licencia por la
suprema corte. Eso es todo: nada más y nada menos.
D’ANDREA. ¿Qué piensa hacer con ella?
CHIARCHIARO. ¿Que qué voy hacer? Pero, ¿hasta dónde le siguen fallando a
usted las entendederas, señor Juez? Lo que se hace con todas las licencias:
explotarlas, ponerlas a producir. Mi licencia, ¡mi diploma profesional! Yo soy,-
para decirlo con un gran verso colombiano- “soy el que asesinaron en la sombra”:
un desventurado padre de familia que trabaja honradamente; pero al que un día
resolvieron echar a la calle. He sido apaleado a la vuelta de una esquina, disque
porque de pronto se les ocurrió a las gentes que yo era bicho de mal agüero,
hombre fucú. Y me dejaron en la mitad de la calle con mi mujer, paralítica desde
hace tres años, en un camastro; con dos hijas que si usted las viera, señor juez, se le
estrujaría el corazón ante las penas que soportan: son graciosas, bien parecidas las
dos: pero nadie quiere saber una palabra de ellas, solamente por ser hijas mías, ¿va
comprendiendo? Ya ve, pues, como no me queda otro camino que el de hacerme
certificar de “mal agüero”, de tipo fucú…
D’ANDREA. Sí, sí; pero ¿qué va a ganarse con eso?
CHIARCHIARO. ¿Qué voy a ganarme? Se lo voy a explicar para que lo entienda,
si puede. Míreme: Me arreglé este traje combinado. Soy un espantajo ¿verdad?
Estas barbas, y estas antiparras. Cuando se me expida la licencia, entro en función.
Preguntará usted cómo; y me lo pregunta usted porque usted es mi enemigo.
D’ANDREA. ¿Yo? ¿yo su enemigo?¿en qué se basa?
CHIARCHIARO. Sí señor: mi enemigo, porque se empeña, se obstina, en no darle
crédito a mis poderes, a mis “facultades”, a mi capacidad. Muchos otros sí creen.
En esto está mi futura fortuna. ¡Hay tanta clase de juegos en este mundo!. Me
bastará con mostrar la licencia en cualquier parte: sin necesidad de que me
presenten. Los gerentes de las casas de juegos, los jugadores, los dueños de
almacenes me pagarán por debajo de cuerda. Los políticos, los candidatos, ¡todos
me pagarán!, para que no me acerque a las masas, para que me aleje, o salga, o me
vaya. Me apostaré frente a un almacén, junto a las vitrinas. Iré de sitio en sitio.
¡Toda una mina!. ¿Hay por ahí una vitrina de joyería? Pues a plantarse delante de
ella. (Hace el movimiento o ensayo). Y me pongo a mirar así a la gente, pero me
ven allí cerca y desisten de acercarse, y más aún, de entrar. Entonces es cuando
sale el dueño, o el empleado, y muy discretamente me unta la mano (Alzando la
mano bien abierta y separando los dedos) para que me quite de allí y mejor me
vaya a parar frente a los “competidores”. ¡A que ahora sí va comprendiendo el
señor Juez! Pues bien eso será una especie de impuesto, de rentita, de las que no
hay porqué hacer declaración. Y siendo prácticamente plazas, calles,
establecimientos, tampoco tienen qué ver conmigo ni prediales no catastrales.
Impuestos y Tributos exclusivamente míos, míos…
D’ANDREA (Con mezcla de ironía y amargura). Ya lo veo, así: los Impuestos de
la ignorancia, el tributo de la estupidez, ¡que tanto se parece a la maldad!
CHIARCHIARO. ¿De la ignorancia dice usted? ¿O de la burda maldad? Ni mucho
menos, señor Juez. Son los impuestos a favor de la vida y la salud, y no contra
ambas. ¡Es que tengo acumulada tanta bilis, tanto odio contra toda esta asquerosa
anti humanidad, que realmente creo tener aquí tras estas antiparras, toda la fuerza
necesaria para reducir a escombros la ciudad entera!¡Es cosa que se palpa! Pero…
¡se quedó como una estatua de sal! (D’ANDREA, efectivamente, se siente
profundamente conmovido y se ha quedado mirándolo como atontado). Y ahora
me voy. Pero le ruego despachar lo más pronto mi proceso, señor Juez, que de
seguro va a hacer época. Los dos denunciados serán declarados inocentes, se les
absolverá por falta de materia imputable; que traduciendo a idioma social quiere
decir que implícitamente, con implicitud oficial, quedo reconocido y titulado como
profesional del mal agüero, del maleficio, en suma: como HOMBRE FUCÚ.
D’ANDREA. O sea, lo que le constituye, y lo que usted llama su LICENCIA:
¿Noooo?
CHIARCHIARO. (Encaneciéndose grotescamente, y dándole vueltas al bastón) Ni
más ni menos señor juez, ¡¡¡MI LICENCIA!!!
(No bien acaba de hablar, cuando las batientes del ventanal se abren lentamente,
golpean contra el soporte o pedestal donde está la jaula del pájaro y lo hacen
caer, al suelo con el consiguiente estruendo).
D’ANDREA (Precipitándose sobre la jaula y gritando). ¡Dios mío! ¡El pájaro! Mi
pájaro (sacándolo de la jaula y acunándolo en las manos) está muerto, ¡muerto!
¡El único recuerdo vivo que guardaba de mi madre!
(A los gritos, la puerta principal se ha abierto y entran precipitados los TRES
JUECES y MARRANCA, quienes al ver a CHIARCHIARO, paran en seco,
pálidos).
TODOS A UNA VOZ: ¿Qué pasó? ¿qué pasó?
D’ANDREA. El viento… que tumbó la jaula, y todo sobre el pájaro…
CHIARCHIARO (Dando una voz aclamante de triunfo).¡Qué viento ni qué viento!
Fui yo, yo, ¡yo!. Usted no ha querido creer, señor Juez; ¿verdad? Pues allí tiene la
prueba. Todo es cosa mía, exclusivamente mía. (De pronto ante el pavor que se ha
apoderado de los circunstantes, que han ido distanciándose de él). Y así como ha
muerto el animalito inocente, así, asimismo, uno tras otro irán ustedes todos
yéndose a los in…!!!
TODOS. (Protestando, imprecando a coro) Hágalo por su alma: tráguese esa
lengua, cá…llese. ¡Dios mío! Socórrenos, ampáranos. ¡¡¡Somos padres de
familia!!!
CHIARCHIARO (Imperioso enfrentándose a cada uno de los circunstantes con la
mano tendida). Ahora mi turno, ¡y mi cuenta!¡Pronto!...¡¡La plata!!
LOS TRES JUECES.(Escarbando los bolsillos para sacar dinero) Sí, sí, ya mismo,
aquí está: Tome; tome… pero se larga de aquí ya mismo. Hágalo ya, ya… Hágalo
por su alma, ¡por Dios! ¡lárguese!
CHIARCHIARO (Volviéndose con exaltación, hacia el Juez D’ANDREA siempre
con la mano tendida). ¿Se convenció? ¿entendió por fin?
Y eso que aún no me han expedido mi LICENCIA. ¡Adelante con el proceso!
¡Adelante con el Juicio!
(Recogido el dinero de cada uno de los cuatro circunstantes, se dirige a la puerta
de la calle, con engreída jactancia).
¡Me llegó el turno! A hacerme rico, bien rico ¡¡¡muy rico!!!

TELÓN.

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