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Neologismo recientemente aceptado por el diccionario castellano (derivado del

inglés “globalization”) con el que se designa al proceso inducido de la


internacionalización e >interdependencia de las economías nacionales en el marco de
un planeta que tiende a ser una sola unidad económica y un solo gran mercado financiero,
comercial, monetario, bursátil y crediticio que funciona las 24 horas del día, en cuyo torno
se han formado grandes bloques económicos mentalizados e impulsados por los países
industriales en su afán de abrir el libre flujo de mercancías, servicios, capitales y
tecnologías, eliminar toda clase de barreras arancelarias y administrativas al comercio
internacional y colocar “libremente” sus productos en los mercados del mundo.

Se atribuye al profesor alemán Theodore Levitt de la Universidad de Harvard haber


acuñado el término inglésglobalization. Lo hizo en su artículo “Globalization of
Markets” publicado en la “Harvard Business Review”, edición de mayo-junio de 1983.

Los alemanes llaman al fenómeno globalisierung, los portugueses globalizaçao y


los franceses mondialisation.Algunos autores de habla castellana usan también el
neologismo mundialización, a pesar de que no resulta muy preciso y carece del sentido
de rotundidad que tiene globalización.

En los últimos años se ha pasado rápidamente de una economía internacional


fragmentada en varios grupos débilmente integrados —la zona de la libra esterlina, la
zona del franco, la del dólar, el grupo de asistencia económica recíproca del área
marxista (CAME)— a una economía internacional de integración planetaria. Han
desaparecido los altos aranceles, las barreras comerciales, la vigilancia sobre el
movimiento de capitales, el control de cambios, las murallas aduaneras, las
regimentaciones a la inversión extranjera. Y en su lugar se han establecido las zonas de
libre comercio, las uniones aduaneras, los mercados comunes, la liberalización de las
economías, las corporaciones transnacionales, la libre inversión extranjera, el flujo
internacional irrestricto de los factores productivos, los grandes mercados financieros
internacionales, el intercambio de profesionales y técnicos, la internacionalización de la
tecnología, el auge del turismo y la “planetarización” de las comunicaciones.

Este proceso de transformación económica ha recibido el nombre de “globalización”


y se ha visto favorecido por los eficientes instrumentos que ha puesto a su servicio la
tecnología moderna —tales como la informática, los ordenadores, el manejo electrónico
del dinero, internet— y por el auge de los medios de comunicación, el transporte y el
turismo internacionales.

La globalización es la etapa superior del desarrollo del capitalismo mundial. Tiene


como elemento clave a la empresa transnacional. Global es el nuevo espacio que
necesitan la producción y la tecnología de los países grandes para expandirse más. El
espacio planetario de hoy es el equivalente de lo que fue el espacio estatal en los siglos
XVIII y XIX, esto es, el escenario de la economía.

Pero es preciso decir que la “globalización” de las economías nacionales es algo


más que la “internacionalización” de las actividades económicas. Es más que la interacción
de las economías nacionales. La diferencia está en que, en la internacionalización
tradicional de las economías, los principales agentes económicos siguen siendo las
economías nacionales bajo la conducción del Estado, y aunque ellas han entretejido una
compleja red internacional subsiste la distinción entre el “escenario doméstico” y el
“escenario internacional”. Los capitales, aunque estén internacionalmente articulados,
tienen una base territorial nacional. En la globalización, en cambio, la economía global es
una entidad con sustancia y energía propias que existe por encima de las economías, los
gobiernos y los agentes económicos nacionales. Ella determina lo que puede y lo que no
puede realizarse en el ámbito estatal y los gobiernos no están en capacidad de impedirlo.
Como lo explicaré posteriormente, el capital global, esencialmente móvil, se ha
sobrepuesto a las soberanías nacionales y busca los mejores rendimientos en cualquier
lugar, sin consideración alguna a las fronteras estatales. No tiene una base nacional. Sus
principales agentes, que son las <corporaciones transnacionales, se han desprendido
de los lazos territoriales. La “globalización”, por tanto, no es el nuevo nombre de la
“internacionalización” tradicional de las economías, sino un concepto nuevo y diferente que
responde a una inédita situación de las cosas económicas. En este sentido, la
globalización se presenta como la etapa superior del desarrollo del capitalismo mundial: es
la extensión planetaria del modo de producción e intercambio capitalistas sobre un
mercado internacional continuo.

Por eso, tras bastidores, ella ha sido fuertemente impulsada por ciertos centros del
poder capitalista mundial —laComisión Trilateral, el Club Bilderberg, el Council of
Foreign Relations (CFR)— que ejercen una clandestina pero enorme influencia en la
toma de decisiones de la política global. Todos ellos se presentan como grupos de
reflexión y análisis —think tanks— pero en la práctica ejercen poderes fácticos
gigantescos en el diseño y ejecución de las políticas económicas de alcance planetario,
dada su influencia sobre los gobernantes de Estados industriales y sobre los organismos
económicos multilaterales.

Estos centros de poder globales, cuyas actividades reales se mantienen en la


penumbra, están integrados por personeros de megaempresas transnacionales, líderes
políticos influyentes del primer mundo y empresarios de losmass media de mayor
alcance planetario, quienes utilizan para sus propósitos a científicos, académicos e
intelectuales que les proveen los elementos de juicio para sus proyectos de dominación
mundial.

A D V E R T I S E M E N T

La Comisión Trilateral fue fundada en 1973 bajo la inspiración del profesor polaco
Zbigniew Brzezinski de la Universidad de Columbia en Nueva York, con el financiamiento
de los hermanos Rockefeller y el Chase Manhattan Bank. Agrupó a prominentes
hombres de empresa de Estados Unidos, Europa y Japón, preocupados por las
incomprensiones políticas y económicas que se suscitaban entre Estados Unidos, Europa
y Japón y que debilitaban el frente capitalista confrontado con la Unión Soviética en el
curso de la >guerra fría.

La Trilateral asumió después una serie de objetivos adicionales: planificar el nuevo


orden político y económico internacional, buscar la gobernabilidad mundial —global
governance—, orientar las revoluciones digital y biogenética, expedir un código de
seguridad universal, controlar la energía nuclear, afianzar el >neoliberalismo, impulsar
laglobalización, implantar las tres monedas universales para facilitar las transacciones
internacionales: el <euro para Europa, el dólar para Estados Unidos y las Américas y una
tercera moneda para la constelación de países de Asia-Pacífico. Al conjunto de las ideas
de la Comisión Trilateral se denomina >trilateralismo.

El casi secreto <Club Bilderberg nació en 1954 —en plena guerra fría— por
iniciativa del príncipe Bernardo de Holanda, del multimillonario David Rockefeller, de Henry
Kissinger y de grandes hombres de empresa, temerosos de la amenaza comunista, para
diseñar un nuevo orden político y económico mundial en la segunda postguerra, que
favoreciera los intereses de las grandes empresas de Occidente. Agrupa a prominentes
banqueros e industriales, a jefes de gobierno y líderes políticos, a dueños de los grandes
medios de comunicación, a presidentes de compañías transnacionales y a economistas,
científicos y académicos comprometidos con la causa del globalismo y el mercado libre.
En 1921 se fundó el Council of Foreign Relations (CFR), financiado por la
banca Morgan, para defender el <establishment norteamericano, al margen y por
encima de los grandes partidos políticos estadounidenses. Aunque oficialmente se define
como un centro de investigaciones sobre las relaciones internacionales, es en realidad un
poderoso grupo de presión transnacional que pretende imprimir su voluntad en las grandes
decisiones de la política y economía mundiales. A lo largo del tiempo ha reclutado
influyentes banqueros de >Wall Street y ha asumido el tratamiento secreto de los nuevos
temas de incidencia mundial relacionados con la globalización, ciencia y tecnología,
energía nuclear, ambientalismo y otros.

Todos estos grupos han promovido con fuerza la globalización de la economía


mundial para expandir las actividades y los rendimientos de las corporaciones
transnacionales en los mercados del mundo, exentos ya de trabas arancelarias.

Pero, al otro lado, hay líderes políticos, corporaciones y foros que han declarado
guerra a muerte a la globalización, como es el caso de Foro Social Mundial, o que han
propuesto reformas fundamentales para que la globalización rinda frutos globales, es decir,
frutos para todos, como ha propuesto el Global Progressive Forum (GPF).

Este foro nació por iniciativa de los partidos socialistas y laboristas de Europa, de la
bancada socialista dentro del Parlamento Europeo y de la >Internacional Socialista en
la reunión celebrada en Bruselas del 27 al 29 de noviembre del 2003 con el propósito de
reorientar la gobernanza mundial. En su reunión efectuada el 9 y 10 de septiembre del
2005 en Milán, que juntó a líderes políticos, sindicalistas, personeros de organizaciones no
gubernamentales, pensadores de izquierda, académicos y personalidades sobresalientes
de la política mundial, el GPF formuló una agenda global de ocho puntos: el futuro de
África, la lucha contra el SIDA, la reforma de la Organización de las Naciones Unidas y de
las instituciones de Bretton Woods, pobreza y medio ambiente, la mujer y la
globalización, comercio y pobreza, necesidades del financiamiento global y la dimensión
social de la globalización.

El GPF considera que el proceso de globalización es irreversible pero quiere darle


un “rostro humano”, con posibilidades de desarrollo para todos. Sostiene que el modelo
actual de globalización profundiza la pobreza en amplias zonas del planeta mientras que
concentra los beneficios en los países industriales desarrollados y es, por eso, un modelo
insostenible. Es una globalización cargada de injusticias. Para rectificar es preciso
concertar las acciones de todos los perjudicados por ella. Entre las reformas que plantea
para las Naciones Unidas está la creación de un Consejo Económico que rija las políticas
de globalización.

El sector más progresista de la socialdemocracia noreuropea ha criticado con fuerza


la “globalización neoliberal”,cuyas raíces se hunden en las agendas gubernativas
Reagan/Thatcher de los años 80 y cuyos principales objetivos son profundizar las políticas
económicas orientadas por el laissez-faire y el mercado en menoscabo de las políticas de
bienestar y de justicia social, eliminar la injerencia del Estado en el proceso económico,
derogar las leyes que regulan los movimientos de los agentes económicos privados,
favorecer la privatización de los bienes estatales, impulsar la
denominada desregulación económica y liberalizar la economía. Estos y otros objetivos
de corte neoliberal se plasmaron, en lo que a América Latina se refiere, en el llamado
<Consenso de Washington de noviembre de 1989. Los socialdemócratas sostienen, en
cambio, que hay que fortalecer el gobierno y establecer controles sobre los mercados de
capitales como respuesta a la globalización. Eso lo dijeron tempranamente Paul Hirst y
Grahame Thompson en su libro “Globalization in Question” (1999) y lo repitió Wil Hout
en su artículo sobre la socialdemocracia europea y la globalización neoliberal, publicado
en la revista alemana “Internationale Politik und Gesellschaft” de febrero del 2006. La
respuesta socialdemócrata a la agenda global neoliberal debe ser —dijo éste— la
elevación del nivel programático de los proyectos políticos, en contraste con el fin de las
ideologías que proclaman las derechas, dentro de un pacto socialdemócrata global como
el que sugirió el británico David Held a principios del siglo XXI. En esta nueva “democracia
cosmopolita” (cosmopolitan democracy) Europa puede jugar un papel importante,
según afirmó el pensador inglés.

Sin embargo, la globalización ha significado paradógicamente la fragmentación


interna de los países por la vía de la profundización de sus diferencias sociales. Hay una
tremenda dinámica globalización-fragmentación. Los amplios horizontes del flujo
económico y de las comunicaciones que se abrieron en el período de la postguerra fría
han producido contradictoriamente un acusado fraccionamiento interno en los países del
mundo subdesarrollado por la profundización de sus desigualdades socioeconómicas. El
proceso de globalización ha tomado la iniciativa en la organización de los mercados y ha
acentuado terriblemente las disparidades sociales. Un pequeño grupo se ha visto
favorecido por la internacionalización de la economía y un amplísimo sector ha resultado
víctima de las nuevas relaciones económicas que ha traído consigo este fenómeno. Se ha
creado un verdadero culto a las diferencias. Todo está hecho para marcarlas, para
señalarlas indeleblemente, para que se vean a simple vista. El aparato de la publicidad
comercial las estimula y se aprovecha de ellas. Todo el sistema opera sobre la base de las
desigualdades sociales.

A principios de diciembre de 1995 tuve la oportunidad de conversar sobre el tema en


Santiago de Chile con el economista Osvaldo Sunkel, autor años atrás de la tesis de la
integración cultural transnacional combinada con desintegración cultural interna en los
países latinoamericanos, que consiste en que las cúpulas sociales de estos países se
comunican más fácilmente con las de los países desarrollados que con sus propios
coterráneos de la periferia sumergida. El economista chileno piensa que el fenómeno de
la globalización sigue esa dirección, o sea que es una forma actualizada y sofisticada de
la misma integración transnacional de la que habló hace más de veinte años. Eso significa
que en realidad es una globalización por las alturas, en cuyo diseño y usufructo no tienen
participación equitativa los pueblos. Lo cual acentúa las diferencias económicas y sociales
entre los segmentos ricos y los pobres, en función del rol que cumplen en el proceso de
la globalización.

Bien podría hablarse de una “globalización de arriba”, instrumentada por grupos y


corporaciones articulados con el comercio internacional, y una “globalización de abajo”
promovida por los actores políticos y sociales emergentes. La primera la impulsan
principalmente las empresas transnacionales y sus agentes locales, que ven al mundo
como un solo y gran mercado a conquistar, que homologan pautas de consumo y estilos
de vida, que con sus flujos económicos saltan las fronteras nacionales. La segunda, en
cambio, está empujada por una serie de organizaciones de diversa clase —humanitarias,
religiosas, laborales, ecológicas— que por su afinidad de intereses han logrado articular
organizaciones globales. Estos movimientos sociales de carácter transnacional también se
han extendido más allá de las fronteras nacionales y, de diversas maneras, pretenden
desvincularse de las categorías convencionales de “Estado” y de “soberanía”, del mismo
modo aunque bajo otra inspiración que las <corporaciones transnacionales. Esto se
puso en evidencia con las gigantescas movilizaciones populares que se produjeron en la
ciudad de Porto Alegre en Brasil, como protesta contra la globalización y contra las
reuniones del Foro Económico Mundial de Davos, y con las que se dieron alrededor del
mundo en febrero y marzo de 2003 para repudiar la anunciada guerra de Estados Unidos e
Inglaterra contra el dictador de Irak, Saddam Hussein.

El sociólogo y periodista ecuatoriano Gonzalo Ortiz Crespo afirma en su obra “En el


Alba del Milenio. Globalización y Medios de Comunicación en América
Latina” (1999), que el proceso de concentración de la riqueza es uno de los fenómenos
intrínsecos de la mundialización. Dice que “en un estudio de las mil empresas más
grandes del mundo se lo puede comprobar: en 1950 el ejecutivo máximo de
una de esas empresas ganaba 20 veces más que un trabajador promedio; para
1960 ya ganaba 40 veces más. ¿Saben cuánto gana ahora? Según la revista
'Time', marzo de 1996, un gerente general medio de esas empresas gana 187
veces más que un trabajador común. Algunos de esos ejecutivos alcanzan cifras
verdaderamente obscenas: el máximo ejecutivo de la Walt Disney Co. se llevó
entre sueldos y beneficios en 1995 más de 200 millones de dólares”.

Pero las cosas no se detuvieron allí. El proceso de concentración de los ingresos de


los ejecutivos de las grandes empresas norteamericanas se agudizó aun más en los años
siguientes. El Instituto para Estudio de Políticas, con sede en Estados Unidos, reveló
que en el año 2004 los presidentes y directores ejecutivos de esas corporaciones —
laChevron, la ExxonMobil, la Pfizer, la Home Depot, la UnitedHealth y varias otras—
ganaron 431 veces más que el ingreso promedio de un trabajador.

En medio de la terrible crisis financiera y económica de Wall Street, que estalló en


Nueva York en septiembre del 2008, se descubrió que el dispendio en las remuneraciones
de los altos funcionarios ejecutivos de las corporaciones financieras privadas
norteamericanas y europeas era escandaloso. Morgan Stanley, Goldman Sachs,
Merrill Lynch, Lehman Brothers, Bear Stearns y otras empresas bancarias y
financieras norteamericanas pagaban sueldos y remuneraciones desproporcionados.
Stanley O’Neal, ejecutivo de Merrill Lynch, ganó cerca de cien millones de dólares en ese
año y, al separarse de la institución en octubre del 2007, percibió la gratificación de 161
millones de dólares. Richard Fuld, consejero de Lehman Brothers —el primer banco en
quebrar al inicio de esa crisis—, recibió salarios por alrededor de 40 millones de dólares
en aquel año y desde 1993 hasta el 2007 obtuvo “compensaciones” por valor de 490
millones de dólares. En el mismo año, el banco Bear Stearns pagó 13 millones de dólares
a su consejero-delegado James Cayne al abandonar la entidad y
el Wachovia desembolsó 42 millones de dólares, por el mismo motivo, a favor de su
consejero Kenneth Thompson. Robert Willumstad, consejero de la empresa
aseguradora AIG, recibió 7 millones de dólares por tres meses de trabajo. La caja de
ahorros y préstamos Washington Mutual entregó 14 millones de dólares a Kerry Killinger
y 19 millones a Alan Fishman por tres semanas de servicios. Algo parecido, aunque en
menor escala, ocurrió en Europa. Al dimitir su función de director ejecutivo, el banco belga-
holandés Fortis reconoció a Herman Verwilstfines en septiembre del 2008 cinco millones
de dólares por tres meses de trabajo.

Era la orgía de los millones en los círculos bancarios y financieros del mundo
desarrollado.

El profesor inglés Anthony Giddens, en su libro “La Tercera Vía” (2000), afirma
también que bajo el neoliberalismoy la globalización “la acumulación de privilegios
en la cúspide es imparable” y que “la brecha entre los trabajadores mejor
pagados y peor pagados es mayor de lo que ha sido durante al menos
cincuenta años”.

El Foro de Sao Paulo —organización latinoamericana de izquierdas marxistas y no


marxistas fundada en 1990—, en su empeño por poner de manifiesto el proceso de
concentración del ingreso en las alturas de la pirámide social y la profundización de la
pobreza en las masas, sostuvo en su IX encuentro efectuado en Managua en febrero del
2000 que“mientras en 1960 el 20 por ciento más rico de la población mundial
disponía de un ingreso 30 veces mayor que el del 20 por ciento más pobre, hoy
esa relación es de 82 a uno. Existen actualmente 358 personas, las más ricas
del mundo, cuyo ingreso anual es superior al ingreso del 45 por ciento de los
habitantes más pobres, o sea 2.600 millones de personas”. Y agregaba: “30
millones de personas mueren por hambre cada año y más de 800 millones
están subalimentadas”.

Esta enorme disparidad es parte de la esquizofrenia de la globalización que


fracciona internamente las sociedades. Y lo peor es que esas diferencias en el ingreso se
agrandarán en la >sociedad del conocimiento de los próximos años, a menos que se
tomen medidas enérgicas para impedirlo.

Para entender la globalización y todo lo que en torno de ella acontece en el mundo,


hay que partir de dos premisas:

a) Que la globalización responde al interés primordial de los países


industriales, encabezados por la potencia triunfadora de la guerra fría. Ella es para tales
países un objetivo estratégico. La globalización no es un fenómeno nuevo en la historia.
Todo imperio estableció su propia globalización de acuerdo con sus conveniencias. La de
hoy, sin embargo, es una globalización de la era de las comunicaciones planetarias y por
ello su alcance es mucho mayor; y

b) Que la globalización, impuesta por los países industriales, se potencia en


el interior de los países subindustrializados por el apoyo que recibe de los grupos
económicos que se benefician con ella. Esos grupos, altamente situados en el escalafón
económico y social, articulan sus intereses con los de las metrópolis para sacar el mayor
provecho posible del nuevo orden económico.

La globalización es, por definición, un sistema económico en el que los factores de


la producción —trabajo, capital y tecnología— lo mismo que los bienes y servicios se
desplazan libremente por el planeta. Las grandes empresas trasladan sus operaciones
productivas de donde son caras a donde son baratas y los bienes y servicios que producen
de donde son baratos a donde son caros. Esto les significa enormes ganancias.

Ortiz sostiene que la globalización obedece a la aparición en los últimos 25 años del
siglo XX de cinco fenómenos cuya intensidad no tiene precedentes: “el alcance,
cobertura, calidad y velocidad de las comunicaciones; la abundancia, eficiencia
y contundencia de las conexiones económicas entre unos sectores y otros,
entre unos países y otros, aparentemente distantes entre sí (capítulo que
incluye pero no se limita a las transferencias electrónicas de fondos); la
cobertura planetaria de la operación de las transnacionales; el concomitante
debilitamiento del papel de los Estados nacionales, sobre todo de los países
subdesarrollados; y la existencia de problemas y causas comunes a toda la
humanidad”, como son las cuestiones del medio ambiente, la explosión demográfica, los
flujos migratorios, el uso de la energía y el agotamiento de los recursos no renovables del
planeta.

Como es lógico, la globalización tiene ganadores y perdedores tanto dentro de los


países como entre ellos. Es portadora de desigualdades nuevas, de profundización de las
desigualdades tradicionales y de opresiones específicas. La prosperidad que produce es
compartida de modo desigual. Hacia el interior, como lo señaló ya hace varios años
elPNUD en su Informe sobre Desarrollo Humano 1997, “la desigualdad de
ingreso ha llegado a niveles que no se conocían desde el siglo pasado”. Hacia el
exterior aquélla entraña un régimen de comercio internacional asimétrico que asigna los
beneficios económicos del sistema a los países grandes e impone gravámenes a los
pequeños, todo esto en medio de ampulosos y repetidos argumentos en favor del
“comercio libre” y de las virtudes de la “libre competencia”. No obstante lo cual, según
registró el mencionado Informe del PNUD, “el promedio de los aranceles con que los
países industrializados gravan sus importaciones de los países menos
adelantados son 30% superiores al promedio mundial”.
Por eso el papa Juan Pablo II durante su visita a México, el 23 de enero de 1999,
repitió sus censuras contra la globalización por favorecer a los poderosos y castigar a los
más pobres. Afirmó en aquella ocasión que “si la globalización se rige por las meras
leyes del mercado, aplicadas según las conveniencias de los poderosos, lleva a
consecuencias negativas”, como “el aumento de las diferencias entre ricos y
pobres y la competencia injusta que coloca a las naciones pobres en una
situación de inferioridad”. Cosa que fue reiterada por el pontífice en su mensaje desde
el Vaticano al pueblo de México el 19 de mayo del 2001.

El comercio internacional, distorsionado por los subsidios que reciben los


productores agrícolas de los países desarrollados y por el neoproteccionismo practicado
por ellos al margen de las convenciones internacionales, impuso una serie de trabas al
acceso de los productos competitivos de los países del mundo subdesarrollado a los
mercados del norte.

De donde resulta que, paradógicamente, la globalización no rinde beneficios para


todos. O sea que sus beneficios no son realmente globales. Y por eso no elimina sino que
profundiza las fronteras económicas entre los países y dentro de ellos.

En pleno auge de la globalización, durante los trece días de debate en el 54º


período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York en
septiembre de 1999 —en el que participaron 180 oradores para pasar revista a la
situación del mundo— se formularon muy duras críticas contra ella. Pasado el efecto
anestésico que durante una década tuvo la propaganda esparcida por el <globalismo, los
jefes de Estado y cancilleres del tercer mundoacusaron a la globalización de
acrecentar las diferencias entre los países ricos y los pobres. El ministro de asuntos
exteriores de la pequeña isla caribeña de Granada expresó dramáticamente desde la
tribuna mundial que “no se puede esperar de nosotros que bebamos de esa taza
de cicuta que es la globalización para mayor gloria de los diseñadores del
nuevo milenio”. No obstante la recomendación del presidente norteamericano Bill
Clinton de que los países atrasados deben invertir en educación para que así puedan tener
acceso a los beneficios de la globalización, hubo sin duda consenso entre los delegados
del tercer mundo en que “los países en desarrollo son, en su mayor parte,
demasiado débiles para sacar partido de las nuevas oportunidades, lo que les
lleva a una mayor marginación”, según explicó a la prensa el presidente de la
Asamblea General Theo-Ben Gurirab.

Él aludió, sin duda, a que la gran mayoría de los países pobres no está preparada
para la inserción en el orden económico global ni para responder a las exigencias de la
competitividad internacional. Su vulnerabilidad macroeconómica ante los choques externos
es todavía muy grande.

A fines de enero del 2001, en el curso de los debates del Foro Económico
Mundial de Davos entre los defensores y los impugnadores de la globalización, la hindú
Vandana Shiva, directora de la Fundación para la Ciencia y la Ecología de la India, quien
habló en representación de los países pobres, acusó a los líderes políticos y empresarios
del primer mundo de cometer con la globalización, en cuyo nombre imponen a los
países pobres infranqueables barreras para la exportación de sus productos, “un genocidio
en una escala que la humanidad nunca ha conocido”.

El economista norteamericano Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de economía 2001 y


antes jefe del consejo de asesores económicos del presidente Bill Clinton de Estados
Unidos y alto funcionario del Banco Mundial, en su libro “El malestar en la
globalización” (2002) —escrito, según explica en el prólogo, porque en el Banco Mundial
comprobó de primera mano el efecto devastador que la globalización podía tener sobre los
países en desarrollo, y especialmente sobre los pobres en esos países— sustenta la tesis
de que la globalización, que forma parte de las decisiones tomadas a partir de la última
década del siglo XX en la esfera internacional “sobre la base de una curiosa mezcla de
ideología y mala economía”, se había convertido en un dogma que respondía a los
intereses creados de los grandes países industriales. Esta fue una afirmación muy
importante, primero, porque hasta ese momento la “ideologización” de la economía
únicamente se había atribuido a los sectores políticos y sociales contestatarios de las
propuestas neoliberales, y, luego, porque reafirmó la tesis de que detrás de todas esas
propuestas estaba el ciego fundamentalismo del mercado. Stiglitz imputó concretamente
al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, a la Organización Mundial
del Comercio, al Departamento del Tesoro de Estados Unidos y a otras instituciones
orientadoras de la globalización el haber abordado los problemas de la economía “con
una perspectiva estrechamente ideológica” que les llevó, entre otras cosas, a
sostener que “la privatización debía ser concretada rápidamente” y, en el caso de
los países de Europa del este que habían emprendido la transición del comunismo al
mercado, a señalar que “los que privatizaban más deprisa obtenían las mejores
calificaciones”, como consecuencia de lo cual, afirmó el profesor de la Universidad de
Columbia, “la privatización muchas veces no logró los beneficios augurados”.

En resumen, Stiglitz sostiene que la globalización no ha funcionado para muchos de


los pobres de la Tierra, ni para buena parte del medio ambiente, ni para la estabilidad de la
economía global, ni para los propósitos de la transición del comunismo a la economía de
mercado.

Esto no lo dice un malhumorado activista de izquierda sino el exjefe de los asesores


económicos de la Casa Blanca en los tiempos del presidente Bill Clinton, quien como
vicepresidente del Banco Mundial fue testigo presencial del efecto devastador que la
globalización tiene sobre los países más pobres del planeta.

En la prognosis sobre la política y la economía globales trabajada en el 2000 por un


grupo de científicos no gubernamentales norteamericanos, bajo el patrocinio de la Central
Intelligence Agency (CIA) y el National Intelligence Council —que se plasmó en el
documento titulado Global Trends 2015—, se afirma que hacia el año 2015 “la
entramada economía mundial será impulsada por el rápido e irrestricto flujo de
información, ideas, valores culturales, capitales, bienes, servicios y personas:
esa es la globalización. La economía globalizada será un neto contribuyente
para incrementar la estabilidad política del mundo en el año 2015, aunque la
distribución de sus beneficios no será universal porque, en contraste con la
revolución industrial, el proceso de globalización es más comprimido”.

El documento contiene la aseveración optimista de que, gracias a la globalización, la


economía mundial alcanzará los altos índices de crecimiento registrados en la década del
60 y tempranos años 70 del siglo anterior, impulsada por el anhelo de mejores estándares
de vida, políticas económicas mejoradas, incremento del comercio internacional y de la
inversión, difusión de información tecnológica y aumento del dinamismo del sector privado
de la economía. Sin embargo, no deja de reconocer que habrá regiones, países y grupos
rezagados en el planeta, a los que no llegarán estos beneficios, y que se debatirán en
medio de la <estanflación, los desequilibrios políticos y la marginación cultural. Lo
cual “fomentará en ellos el extremismo político, étnico, ideológico y religioso,
juntamente con la violencia que a menudo les acompaña”, dice el documento.

Por cierto que los optimistas presagios que este contiene no se cumplieron. Todo lo
contrario: la crisis financiera y económica que estalló a finales del año 2008 en Wall
Street —la “sede mundial” de la globalización— descalabró todos los indicadores de
crecimiento y prosperidad previstos en el estudio de Washington.
En otra parte del extenso documento, que trata numerosos temas globales en su
proyección hacia el año 2015, se afirma que “la globalización incrementará la
transparencia de la toma de decisiones gubernativas, complicará la viabilidad
de los regímenes autoritarios para mantener su control social, pero también
complicará el proceso tradicional de deliberación de las democracias. Con el
incremento de la migración creará influyentes diásporas que afectarán las
políticas e incluso la identidad nacional de muchos países. La globalización
también generará demandas crecientes de cooperación internacional en temas
de naturaleza transnacional”.

Se afirma también que los “Estados con gobiernos ineficaces e


incompetentes no solamente fracasarán en la obtención de beneficios de la
globalización sino que en algunos momentos generarán conflictos internos y
externos, que ampliarán la brecha entre los ganadores y los perdedores
regionales que existen actualmente”.

Los Estados Unidos, añade el documento, serán “los líderes, proponentes y


beneficiarios de la globalización”.

En la mesa redonda celebrada en la capital española el 28 y 29 de abril del 2003


sobre el tema “Globalización y Democracia en América Latina”, bajo el patrocinio
del Club de Madrid y del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD), en la que participé conjuntamente con Fernando Henrique Cardoso de Brasil y
Felipe González de España, el expresidente brasileño planteó la pregunta: “¿existe una
antinomia necesaria entre globalización y democracia o, por el contrario, la
interdependenca de los mercados estaría cumpliendo los designios del doux
commerce idealizado por Montesquieu y por los iluministas escoceses,
moderando los impulsos, templando las costumbres, favoreciendo la
convivencia social y política?” Mi posición fue que esa “antinomia necesaria” se daba
con respecto a los países pobres y que la globalización, tal como estaba planteada, era
una de las amenazas que sufrían nuestras endebles democracias en el mundo
contemporáneo.

La globalización es un hecho pero el globalismo es una ideología: es la ideología


de los ganadores de laglobalización. Ella sostiene que el Estado no cuenta, que el
mercado da las reglas, asigna los recursos y dirige la economía, que deben fluir libremente
los factores de la producción en el ámbito internacional y sustenta una serie de principios
para defender unos intereses económicos y dar poder político a unos sectores sociales.

El profesor de Economía Política de la Universidad de Filipinas, Walden Bello, en


una conferencia que dictó en Berlín el 21 de marzo del 2009 en el Partido de la
Izquierda alemán, sostuvo que “la tendencia del capitalismo a generar, en el
contexto de una aguda competición intercapitalista, una tremenda capacidad
productiva, la cual rebasa holgadamente la capacidad de consumo de la
población debido a las desigualdades de ingreso que limitan el poder
adquisitivo popular”, condujo a finales del 2008 a una “crisis de
sobreproducción” de escala mundial porque el sistema capitalista, cabalgando sobre los
prodigios tecnológicos de la revolución digital, añadió capacidad productiva a las empresas
sin ampliar, al propio tiempo, la capacidad de consumo de las masas pobres del mundo.
Puntualizó que, “a mediados de la primera década del siglo XXI, entre un 40 y un
50 por ciento de los beneficios de las corporaciones estadounidenses procedían
de sus operaciones y ventas en el extranjero, especialmente en China” —en
clara referencia a los sistemas productivos transnacionales aplicados allí por las empresas
de la metrópolis: el offshoring y eloutsourcing— y concluyó que la globalización —al
abrir acceso a la mano de obra barata en los países de economía subdesarrollada, ganar
nuevos y amplios mercados en la periferia y generar nuevas fuentes de productos
agrícolas y materias primas a bajos precios— “no ha sido, contrariamente a lo
sostenido por muchos de sus apologetas y por muchos de sus críticos, una
etapa superior del capitalismo, sino un esfuerzo a la desesperada para salir del
pantano de la sobreproducción”.

Está en proceso de formación una cultura global —la world culture—, esparcida
por los medios de comunicación de masas que con sus ondas cubren el planeta. De un
extremo a otro se extienden de forma homologada y con una velocidad sin precedentes la
información, las ideas, los estilos de vida, la manera de hacer las cosas. Todo tiende a
volverse universal. En los más distantes lugares la gente ve las mismas películas, iguales
programas de televisión, las mismas telenovelas, recibe igual información, escucha la
misma música, tiene similar forma de vestir, imita las modas, usa la misma arquitectura.
Hay un proceso de homogeneización de las formas de vida impulsado por las metrópolis
que dominan económicamente al mundo, que impulsan la globalización —portadora de
asimetrías nuevas y de opresiones específicas— y que difunden la <cultura —entendida
en su más amplia acepción, es decir, en su sentido antropológico—, hacia toda la faz del
planeta.

En cualquier caso, la globalización y las entidades encargadas de promover y


administrar la economía global acusan un gran “déficit democrático”, ya porque las
autoridades encargadas de instrumentarla no son elegidas ni rinden cuenta de sus actos a
la comunidad y carecen por tanto de accountability —para utilizar un término inglés que
no tiene una correspondencia exacta en el castellano—, ya porque la globalización se
aplica a una población mundial heterogénea y mayoritariamente pobre, que es la que con
su sacrificio costea en buena parte la prosperidad de los globalizadores.

Si, con las informaciones estadísticas del año 2001, redujéramos esa población a
una “aldea” de 100 personas, como lo sugirió Peter Sutherland de la Comisión Trilateral,
tendríamos lo siguiente: 57 de sus miembros serían asiáticos, 21 europeos, 14 americanos
y 8 africanos, de los cuales 70 serían no blancos y 30 blancos, 70 serían no cristianos y 30
cristianos. El 50% del bienestar mundial estaría focalizado en sólo 6 personas y todas ellas
serían norteamericanas. 70 no sabrían leer, 80 habitarían en viviendas precarias, 50
sufrirían mala nutrición. Solamente una tendría educación superior y solamente una
poseería un computador. En esas condiciones, la globalización no puede más que producir
efectos injustos a despecho del avance científico y tecnológico y del incremento
cuantitativo de la producción.

La apertura de mercados y la invasión de productos extranjeros pone en dificultades


a las empresas de los países pequeños, que por razones de escala y de tecnología tienen
costes de producción más elevados. Ellas, para poder sobrevivir, lo primero que hacen es
despedir trabajadores y reajustar salarios. Esta es la línea de menor resistencia puesto
que los reajustes por el lado de las materias primas, los insumos, la tecnología, los costes
financieros o las tarifas de servicios públicos son muy difíciles si no imposibles. Entonces
no les queda más que acudir al flanco laboral. Para bajar sus costes y poder competir,
recortan lo que les es más fácil: el empleo y los salarios. Y al final son los trabajadores los
que pagan el precio de la apertura de la economía. Este es el sino trágico de
la globalización. Como siempre, la cuerda se rompe por la parte más delgada. Si hay que
hacer ajustes, los ajustes se hacen por el lado de los salarios, de las garantías y de las
seguridades de los trabajadores.

De otro lado, los obreros del mundo subdesarrollado no pueden competir con los
robots de los países industrializados. ¿Quién puede competir contra un robot que no
descansa, no pide vacaciones, no se enferma, no hace huelgas? En el fondo este es el
tipo de competencia que se da. Y por bajos que sean los salarios y por mucho que se
compriman los beneficios laborales de los países periféricos, sus manufacturas difícilmente
podrán competir con éxito frente a las del mundo industrializado.
Pero la globalización afecta también, aunque en menor medida, a los trabajadores
de los países industriales, que se ven expulsados de sus empleos a causa de la
enloquecida competencia entre las empresas. Las que despiden masivamente a sus
trabajadores —y con ello bajan los costes de producción— mejoran inmediatamente la
cotización de sus acciones en la bolsa. La combativa novelista y ensayista francesa
Viviane Forrester, en su obra “Una extraña dictadura”, escrita en el año 2000, trae una
serie de ejemplos de esto. Dice que la Sony anunció el despido de 17.000 trabajadores en
1996 y automáticamente la cotización de sus acciones aumentó ese día en 8,41 puntos. Lo
propio ocurrió con Alcatel, Deutsche Telekom, Akai, France Télécom, Swissair y
muchas otras empresas muy importantes en el mundo.

El valor del producto final de la industria, en fábrica, se compone del coste de los
materiales utilizados más el valor añadido. El gran esfuerzo de los países pobres en las
décadas pasadas fue incorporar a sus productos la mayor cantidad posible de >valor
agregado para generar mayor riqueza interna que se quedara en forma de tecnología,
sueldos, salarios, alquileres, intereses, utilidades empresariales y demás gastos
demandados por el proceso manufacturero. Hoy, en cambio, al volver a la exportación de
bienes primarios, se renuncia a esta riqueza y se impulsa un sistema que optimiza el valor
agregado de los países industriales. Por eso he dicho que la globalización deja ganadores
y perdedores. Ha mejorado el comercio, la tecnología y las rentas de los países ricos
mientras ha bajado el consumo popular, los ingresos, el gasto social, la infraestructura de
salud y educación y se han desmantelado los servicios sociales de los demás países.

Los promotores de la sociedad de consumo y los propios consumidores de alto nivel,


que ven copadas sus caprichosas aspiraciones de compra, constituyen una suerte de
>grupo de presión para defender el sistema. Y es un grupo de presión muy poderoso
dada su influencia sobre la economía y sobre los mandos del Estado.

La globalización de la economía mundial se inició con el formidable avance y


ampliación de las comunicaciones y los transportes, que alcanzaron escala planetaria, y
fue seguida por la creciente internacionalización de la producción, el comercio, las
finanzas, los servicios y el consumo. En este marco y como respuesta a las nuevas
condiciones del mundo se fortalecieron las <corporaciones transnacionales que
representaron una nueva forma de organización de la producción y de la gestión
empresarial y que dieron un enorme impulso a la internacionalización de la economía. En
el mundo moderno prácticamente todas las actividades humanas están
internacionalizadas. Lo están hasta las enfermedades. Hay un creciente proceso de
integración cultural transnacional que estandariza y afina las ideas, las costumbres, los
estilos de vida y los gustos de la gente por encima de las fronteras nacionales.

La actividad industrial va a la cabeza de este proceso. La mayor parte de las


manufacturas es, en realidad, producto multinacional. Los aviones norteamericanos llevan
motores ingleses, computadoras japonesas y llantas francesas. Los automores alemanes
tienen piezas fabricadas en muchos países. Todos los vehículos europeos son
multinacionales. Los televisores japoneses se originan en Corea del Sur. Buena parte de
las computadoras norteamericanas se fabrica en Taiwán o en México. Las cámaras
fotográficas que se venden en Estados Unidos son hechas en los países asiáticos. Es el
mundo de la internacionalización. Es el mundo postindustrial en que los países
desarrollados exportan tecnología y capitales e importan y comercializan manufacturas
que les es más barato producir en otros lugares.

Un factor que en nuestros días impulsa con gran fuerza la globalización es el


prodigioso desarrollo de la >informática y, especialmente, de una de sus más
sofisticadas expresiones de vanguardia: la >internet. Esta gigantesca red de
computadoras interconectadas por las líneas telefónicas que cubre el planeta —que
en el año 2000 comunicaba entre sí a más del 10% de la población de la Tierra— abre
horizontes inimaginables al desarrollo científico, al crecimiento económico, a los negocios,
a la promoción internacional de empresas, al intercambio de información, a las
comunicaciones y en general a las actividades humanas en los más diversos campos. Se
ha constituido en el símbolo de la >sociedad del conocimiento. Cada vez se le
encuentran nuevos usos y utilidades. Ya no es solamente la posibilidad de acceso remoto
a las fuentes de datos, archivos, laboratorios y bibliotecas sino también la posibilidad de
mantener “foros” de “conversación electrónica” sobre los más diversos temas con
“contertulios” situados en lejanos países. Son decenas de millones de seres humanos de
todas las latitudes que intercambian ideas a través de sus computadoras y se transmiten
conocimientos, datos e informaciones sin barreras. Los avances que esto significa para la
cultura, la ciencia, la tecnología, la preparación profesional, la economía, el comercio, los
negocios, el entretenimiento son impredecibles. Quienes se dedican a los negocios han
podido cuantificar ya el gigantesco crecimiento de las transacciones que ha producido
internet. Ella ha hecho posible también el <correo electrónico a través del cual personas
separadas por enormes distancias pueden mantener correspondencia escrita por medio de
sus ordenadores. Son muchas las posibilidades en todos los campos que ofrece esta
gigantesca red interconectada de computadoras. Los usos más conocidos son, aparte del
correo electrónico (e-mail) y de los “foros” de conversación(newsgroups), los
denominados network news, finding files, finding someone, tunneling through the
Internet: gopher, searching indexed databases: wais y the world wide web.

Los avances de la electrónica han “empequeñecido” el planeta y han impulsado


la globalización.

A comienzos del año 2000 se empezó a hablar de la sucesora de


>internet: denominada la “malla”, fundada en una nueva tecnología millones de veces
más poderosa y capaz de conectar entre sí las computadoras del mundo. En el proyecto
trabajan los científicos norteamericanos Ian Foster, de la Universidad de Chicago, y Carl
Kesselman, de la Universidad de Southern California, con el apoyo financiero del gobierno
de Estados Unidos. La “malla” será una red global de alta velocidad que enlazará
supercomputadoras, bases de datos, procesadores especializados y ordenadores
personales para proporcionar a los usuarios cualquier género de información desde
cualquier lugar del planeta, sin el engorroso proceso de buscarla en internet.

Los países industrializados han pugnado por el establecimiento de amplias áreas de


libre intercambio. Tanto el último viraje de la Unión Europea a partir del tratado de
Maastricht de febrero de 1992, que sentó las bases de su futura integración política, como
la admisión de nuevos socios en su comunidad responden a ese interés. Y lo mismo
puede decirse de las extensas zonas de libre comercio que se han creado en los últimos
años. Ellas obedecen a las conveniencias de los países industriales de ampliar sus
mercados. El Tratado de Libre Comercio (TLC) integrado por Estados Unidos, Canadá
y México es eso. El Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico
(APEC), compuesto por Estados Unidos, Canadá, México, Chile, Japón, Corea del Sur,
China, Taiwán, Tailandia, Malasia, Filipinas, Brunéi, Indonesia, Papúa-Nueva Guinea,
Australia y Nueva Zelandia, será en el año 2020 la segunda región de intercambio libre
más grande del planeta, después del Área de Libre Comercio de las Américas
(ALCA), si llegara a implantarse.

Todos estos movimientos de integración forman parte de un proceso


de globalización de la economía mundial dentro del cual los hechos económicos de
cualquier parte del planeta, por inconexos que parezcan, tienen inmediata resonancia en
lugares remotos, en el marco de un mundo económico que tiende a ser único.

La globalización no es un fenómeno nuevo. Ciertamente que la actual es la más


amplia y profunda que se haya hecho en el curso de la historia y que tiene características
inéditas, puesto que se ha servido de instrumentos absolutamente nuevos —como la
integración económica, las empresas transnacionales, la informática, internet, el dinero
electrónico, la modernización de los transportes, las organizaciones no gubernamentales,
la “planetarización” de los medios de comunicación y otros—, pero en el pasado cada
imperio impuso también su propia “globalización” de la economía. Lo hizo el Imperio
Babilónico dieciocho siglos antes de nuestra era, lo hizo el Imperio Romano, lo hicieron el
Imperio Bizantino, el Imperio Otomano, el Imperio Británico, el Imperio Español, el Imperio
de los Zares. Lo hicieron todos los imperios. Ellos ordenaron los mercados bajo su
jurisdicción y crearon, a su imagen y semejanza, su propio sistema de comercialización
internacional. Por tanto, la globalización de hoy no es más que la consecuencia del orden
que vivimos y responde a los intereses hegemónicos del imperio triunfador de la >guerra
fría, que se expresan principalmente en la “apertura de mercados” y en el “comercio libre”.

La guerra fría fue, en el fondo, la lucha entre las dos superpotencias por imponer al
mundo sus propios proyectos de globalización. Por eso, inmediatamente después de
terminada la confrontación le fue posible a la potencia vencedora comenzar los trabajos
para implantar su proyecto.

Es cierto que antes de la caída del >muro de Berlín y de la terminación de


la guerra fría ya habían surgido en el mundo ciertos problemas de escala transnacional
cuya solución demandaba una acción internacional concertada. Me refiero al control
demográfico, a la protección del medio ambiente, al mantenimiento de la paz y seguridad
en el mundo, al combate contra el tráfico de drogas, a la prevención de ciertas
enfermedades y pandemias, a la lucha contra el terrorismo sin fronteras y a otros
problemas de alcance planetario que exigen no solamente acciones concertadas sino la
creación de instituciones públicas internacionales capaces de ejecutar programas globales.

Esta percepción me indujo a plantear, en el discurso que como Presidente de


Ecuador y en representación de América Latina pronuncié en la sede del Sistema
Económico Latinoamericano (SELA) en Caracas, en febrero de 1989, que ya se
advertían algunos síntomas de la crisis del Estado como instrumento de regimentación y
ordenación sociales. En la última década del siglo XX, e incluso antes, empezaron a
acentuarse cada vez más las ineficiencias estatales para resolver una serie de problemas
políticos, sociales, económicos y ecológicos surgidos en los últimos tiempos. Cada vez con
mayor claridad se pudo ver que el Estado estaba insuficientemente dotado para hacer
frente y satisfacer ciertas necesidades de su población. Lo cual parecía demostrar que
esta forma de organización social, nacida en el Renacimiento, se acercaba
ineluctablemente a su ocaso definitivo, para que sobre sus escombros surgiera en el futuro
mediato alguna otra forma de regimentación social, probablemente de dimensiones
metanacionales, que pudiera atender más eficazmente los problemas de la gente, algunos
de los cuales tienen escalas regionales e incluso planetarias.

En la nueva ordenación económica internacional el capital ha encontrado su propia


“soberanía”. Es libre de moverse internacionalmente. Elige el Estado en el que quiere
trabajar, de acuerdo con sus conveniencias. Salta las fronteras nacionales con gran
facilidad. En pocos segundos es capaz de transformar su denominación monetaria y
emigrar. De este modo se trasladan grandes masas de dinero y actividades productivas
hacia lugares con mayores posibilidades de ganancia. En caso de que un país no ofrezca
condiciones “atractivas” para la inversión financiera, el capital puede “castigarlo” ya sea
desinvirtiendo en él, ya caotizando sus mercados financiero y de cambios, ya
abandonando su territorio. Y el Estado no puede evitarlo. Ha perdido control sobre buena
parte de su economía frente al dominio globalizado del capital y, consecuentemente, su
capacidad para diseñar políticas económicas o monetarias independientes se ha visto
menoscabada por obra de la globalización.

Las operaciones de fusión y de absorción de las grandes empresas del mundo


desarrollado, obligadas a pensar en términos de escala mundial, son también signos de
este proceso. Las escalas nacionales han sido superadas. El planeta es un solo y gran
mercado abastecido por empresas cada vez más grandes, cuyas cifras de ventas anuales
sobrepasan las del producto interno bruto de muchos países. En el ámbito petrolero, por
ejemplo, la compañía Exxon,que compró la Mobil, mueve cada año recursos que
sobrepasan el producto interno de toda África y que se acercan al de la India, y en el área
de las telecomunicaciones el volumen de transacciones anuales de la empresa Deutsche
Telecom supera al producto interno de Hungría, Marruecos o Nigeria. Las asignaciones
para las tareas de investigación científica de estas compañías en las diversas líneas de la
producción rebasan los presupuestos nacionales de muchos países. Lo cual demuestra
que está en marcha un proceso de concentración empresarial de escala planetaria que
terminará por someter a los Estados. No tengo dudas de que en el futuro próximo la
soberanía y la potestad política ya no serán atributos de los Estados sino de las
<corporaciones transnacionales que cubrirán el planeta con su poder. Los imperios del
futuro no serán los Estados sino los gigantescos conglomerados empresariales y, por
consiguiente, losimperialismos venideros no tendrán únicamente al Estado como su
protagonista.

La era de las “megafusiones” en que vivimos involucra naturalmente a los medios de


comunicación, que tienden a concentrarse en pocas pero gigantescas empresas que
ejercen la función de informar y de comunicar. 1998 fue un año emblemático de compras y
absorciones de empresas de comunicación en el mundo desarrollado. La SBC
Communications Inc. se fundió con la Ameritech Corp., la AT&T con
la Teleport, la AT&T con la Tele-Communication Inc., la SBC con The Pacific Telesis
Group, la WorldCom adquirió la MCI y se unió con la Compu Serve y después absorbió
a la Sprint Corporation, la Bell Atlantic absorbió a la AirTouch Communications
Inc. Antes la Time Warner había asumido el control de la Turner Broadcasting
System Inc., con lo cual engendró el grupo de medios de comunicación más grande del
mundo.

Howard H. Frederick, un estudioso de la Universidad de California en Berkeley


citado por Gonzalo Ortiz, prevé que unas pocas corporaciones transnacionales —no más
de cinco a diez— dominarán en el siglo XXI las principales estaciones de radio y
televisión, los más influyentes periódicos y revistas, la edición masiva de libros, la difusión
de películas y el manejo de las redes de datos. De modo que ellas estarán en posibilidad
de condicionar los pensamientos, sentimientos, imaginación, sueños, gustos y conductas
de la población mundial.

En el campo de internet las fusiones de América Online Inc. con Netscape


Communications Corp. o la de At Home Corp., que presta el servicio de acceso rápido
a red, con Excite Inc., que ofrece un sistema de búsqueda, o la fusión
de Yahoo con GeoCities Inc., demuestran que también en este campo de la información
planetaria las cosas van hacia la concentración.

Y esta red mundial de la información, que se amplía en sus servicios cada vez más,
tiende a producir hechos informativos de escala mundial, tal como ocurrió en 1991 con la
guerra del golfo Pérsico, o en 1997 con el acto funeral de la princesa Diana de Gales, o
con el Campeonato Mundial de Fútbol en 1998, o con los amoríos del presidente
norteamericano Bill Clinton con la empleada de la Casa Blanca, o con los bombardeos a
Belgrado por las fuerzas de laOTAN en el segundo trimestre de 1999, o con el atentado
terrorista a las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York el 11 de
septiembre del 2001, o con la guerra anglo-norteamericana contra Irak en marzo y abril del
2003, o con los actos funerales del papa Juan Pablo II en Roma el 8 de abril del 2005, o
con el Campeonato Mundial de Fútbol en Alemania el 2006, o con la liberación de Ingrid
Betancourt y 14 secuestrados por las FARC de Colombia el 2 de julio del 2008, o con los
Juegos Olímpicos mundiales de Pekín en agosto del 2008, cuya deslumbrante ceremonia
inaugural en el estadio nacional fue vista por 4.000 millones de televidentes en el mundo
—según cifras de la China Network Communications y de Beijing Olympic
Broadcasting—, o con el sepelio de Michael Jackson —apodado el “rey del
pop”—, cuyos actos funerales en el Staples Center de Los Ángeles el 7 de julio del 2009
fueron seguidos por 2.500 millones de telespectadores; o con el Campeonato Mundial de
Fútbol en Sudáfrica, cuyas escenas viajaron por el planeta en las ondas de la televisión
satelital y cuyo encuentro final entre España y Holanda el 11 de julio del 2010 en el estadio
de Johannesburgo fue visto por 909,6 millones de televidentes; o con el rescate el 14 de
ocubre del 2010 de los 33 mineros chilenos que permanecieron atrapados durante sesenta
y nueve días a 700 metros de profundidad en la mina San José, en Copiapó, al norte de
Chile, que cautivó la atención mundial y fue visto por alrededor de mil millones de
televidentes alrededor del planeta; o con la “bomba cibernética” que estalló el 28 de
noviembre del 2010 cuando loshackers de WikiLeaks, tras interceptar, penetrar, codificar,
copiar y robar 251.287 documentos oficiales cursados por internet en los seis años
anteriores entre el Departamento de Estado —que es el ministerio de asuntos exteriores
de Estados Unidos— y sus embajadores en varios países, filtraron textos de ellos —en lo
que fue la mayor filtración de la historia— y los hicieron públicos en los periódicos "The
New York Times" de Estados Unidos, "Der Spiegel" de Alemania, "Le Monde" de
Francia, "The Guardian" de Inglaterra y "El País" de España; o el terremoto más violento
de su historia en el Japón el 11 de marzo del 2011 —la peor tragedia desde los
bombardeos de Hiroshima y Nagasaki—, seguido de un terrible tsunami que arrasó todo
lo que encontró a su paso, cuyas desgarradoras escenas fueron vistas por 3.500 millones
de telespectadores en el mundo; o el espectáculo mediático del matrimonio celebrado en
la Abadía de Westminster el 29 de abril del 2011 entre el príncipe Guillermo de Inglaterra y
Catherine Middleton, que atrajo la atención televisual de 2.200 millones de personas; o la
ceremonia de beatificación del papa Juan Pablo II el 1 mayo 2011 en la Basílica de San
Pedro en Roma, presidida por Benedicto XVI, que fue vista por 1.181 millones de
televidentes; o el anuncio de la muerte de Osama Bin Laden, líder de la banda terrorista
internacional al Qaeda, el 3 de mayo del 2011, transmitida al mundo por miles de
estaciones televisivas.

La impresión de libros lleva también esa dirección. En el primer semestre de 1998 el


gigantesco conglomerado de comunicaciones Bertelsmann AG de Alemania, dueño del
grupo editorial Bantam Doubleday Dell, compró la empresa editorial Random
House, que ejercía un casi monopolio en el mercado de libros norteamericano, de modo
que estos dos colosos de la industria editorial pasaron a formar una sola empresa. Lo cual,
junto al hecho de que la mayoría de los libros en el mundo se publican en inglés o se
traducen al inglés, ha dado lugar a los “best sellers globales”, como los de John Grisham,
Michael Crichton, Danielle Steel, Mary Higgins Clark, Tom Clancy o Paulo Coelho, que se
editan en decenas de millones de ejemplares y se venden en el mercado globalizado de la
cultura y la información.

Y catorce años después —el 29 de octubre del 2012—, en respuesta al auge de los
libros digitales, se produjo la fusión de las empresas editoriales Bertelsmann AG de
Alemania y Penguin Group de Inglaterra —que formaban parte de las seis mayores
editoriales en idioma inglés, junto con Hachette, HarperCollins,
Macmillan y Simon&Schuster— para constituir la gigantesca Penguin Random
House en el mundo de las publicaciones tradicionales y digitales.

En el 2006 el enorme grupo francés Lagardère compró la empresa editorial


estadounidense Time Warner Bookspor el precio de 537,5 millones de dólares para crear
la editorial Hachette Livre, que se convirtió en la tercera mayor casa editora del mundo.

La globalización ha suscitado en el mundo opiniones encontradas, algunas de las


cuales se han centralizado en dos grandes foros internacionales: el Foro Económico
Mundial que se reúne anualmente en el lujoso centro de esquiaje de Davos, en los Alpes
suizos; y el Foro Social Mundial que se celebra principalmente en la ciudad de Porto
Alegre, Brasil.

Son dos foros contrapuestos. Mientras el de Davos persigue dar sustentación a la


globalización neoliberal y tiene como miembros a las 2.000 empresas más grandes del
mundo, el foro alternativo de Porto Alegre está impulsado por movimientos sociales
contestatarios que buscan abrir “un nuevo espacio internacional para la reflexión y
la organización de todos los que se oponen a las políticas neoliberales”.

Aunque sus promotores afirman que el de Davos es un amplio foro pluralista, en el


que tienen cabida todas las opiniones y del que sólo están excluidos los “violentos”, o sea
los promotores de las manifestaciones hostiles contra la globalización, los líderes del foro
de Porto Alegre le acusan de ser un centro elitista para fortalecer y difundir las ideas y
prácticas del >neoliberalismo.

Los orígenes de la cumbre de Davos datan de enero de 1971, cuando el profesor de


administración de empresas, Karl Schwab, fundó una entidad sin fines de lucro
denominada Foro Gerencial Europeo, con sede en Ginebra, a fin de reunir
informalmente a los líderes empresariales de Europa con el propósito de discutir las
estrategias para afrontar los desafíos del mercado internacional. En 1987 esta entidad
cambió su nombre por el de Foro Económico Mundial, que se convirtió con el tiempo en
un gran centro de reflexión y análisis en el que jefes de Estado y de gobierno, líderes
políticos, empresarios privados, banqueros, intelectuales, científicos, representantes de
organizaciones no gubernamentales, líderes sindicales y periodistas procedentes de varios
los lugares del mundo intercambian sus ideas en torno a la economía mundial. Si bien su
lugar de reunión es Davos, el Foro ha organizado encuentros menores en México, los
países del MERCOSUR, Asia, el mundo árabe e incluso África. La reunión anual del 2002
fue en Nueva York, del 31 de enero al 4 de febrero, ya que las manifestaciones de protesta
contra la globalización, cada vez más violentas, le obligaron a abandonar los Alpes suizos.
El Foro patrocina una serie de publicaciones, la más importante de las cuales es
el Informe de Competitividad Global, que ha alcanzado una gran influencia en las
decisiones de algunos gobiernos. Durante los últimos años sus discusiones se han
centrado en el tema de la globalización.

Como respuesta al Foro de Davos, los opositores a la globalización organizaron en


la ciudad de Porto Alegre en Brasil el Foro Social Mundial, que se reunió por primera vez
en la última semana de enero del 2001 —al mismo tiempo que la cumbre de Davos— con
la asistencia de miles de líderes políticos y sociales, intelectuales, campesinos,
representantes de comunidades indias, grupos feministas, redes de ciudadanos y
organizaciones no gubernamentales de América Latina, Europa, Asia y África que
cuestionaban el pensamiento hegemónico neoliberal y acusaban a la globalización de
haber profundizado la pobreza en el planeta.

Después vinieron nuevas reuniones anuales, cada vez más amplias, como
expresión de la globalización de “abajo”, es decir, de los grupos marginados.

Esta fue una respuesta a las acciones de los “dueños del mundo” y a los grandes
“gurús” del neoliberalismo, de la <globalización y del >pensamiento único. La iniciativa
fue brasileña, recogida inmediatamente por Bernard Cassen, director de "Le Monde
Diplomatique"; promovida luego por la Asociación Brasileña de Organizaciones No
Gubernamentales (ABONG), la Acción por la Tributación de las Transacciones Financieras
en Apoyo a los Ciudadanos (ATTAC), la Comisión Brasileña Justicia y Paz (CBJP), la
Asociación Brasileña de Empresarios por la Ciudadanía, la Central Única de los
Trabajadores (CUT), el Instituto Brasileño de Análisis Socio Económicos (IBASE), el Centro
de Justicia Global (CJG) y el Movimiento de los Sin Tierra (MST); y patrocinada
por Droits et Démocratie, la Fundação Ford, la Fundação H. Boll, Le Monde
Diplomatique, Oxfam Rede de Informações para o Terceiro Setor (RITS), Nord-
Sud XXI, el Governo do Estado de Rio Grande do Sul, la Alcaldía de Belén y
la Prefeitura de Porto Alegre.

Este es, sin duda, el mayor movimiento contestatario contra el neoliberalismo, la


globalización y el >pensamiento único.

En su Declaracion de Principios formulada en São Paulo el 9 de abril del 2001,


el Foro Social Mundial se definió como un “espacio abierto de encuentro para la
profundización de la reflexión, el debate democrático de ideas, la formulación de
propuestas, el libre intercambio de experiencias y la articulación para acciones eficaces, de
entidades y movimientos de la sociedad civil que se oponen al neoliberalismo y al dominio
del mundo por el capital y por cualquier forma de imperialismo, y están empeñadas en la
construcción de una sociedad planetaria centrada en el ser humano”. Se declaró contrario
al “proceso de globalización capitalista comandado por las grandes
corporaciones multinacionales y por los gobiernos e instituciones
internacionales al servicio de sus intereses” y se propuso conseguir, como una
nueva etapa de la historia del mundo, “una globalización solidaria que respete los
derechos humanos universales”. Precisó que“el Foro Social Mundial es un
espacio plural y diversificado, no confesional, no gubernamental y no partidista
que articula en forma descentralizada, en red, a entidades y movimientos
comprometidos en acciones concretas, del nivel local o internacional, con la
construcción de un mundo diferente”.

A finales de enero del 2002 se volvieron a reunir ambos foros: “el de los ricos” en el
hotel Waldorf Astoria de Nueva York y “el de los pobres” en Porto Alegre. El primero juntó
a 3.000 personas y el segundo a 40.000. En las deliberaciones de ambos se afrontaron
más o menos los mismos temas pero desde puntos de vista diametralmente opuestos. La
agenda del Foro de Porto Alegre incluyó cuatro asuntos principales: la producción de
riquezas; el acceso a las riquezas y el desarrollo sostenido; la sociedad civil y los espacios
públicos; y el poder político y la ética en la nueva sociedad. Para poderlos tratar en medio
de tan gigantesca masa de participantes, el foro se descompuso en 28 grandes
conferencias y 700 talleres de trabajo. El presidente del Banco Mundial, James
Wolfensohn, pidió ser escuchado como expositor en la tribuna de este foro, pero sus
organizadores le respondieron que podía participar sólo como oyente. Al final, entre otras
resoluciones, los activistas antiglobalización se pronunciaron por una mundialización de la
economía que haga justicia a los países del mundo subdesarrollado, contra los excesos
del capitalismo neoliberal y contra laAsociación de Libre Comercio de las Américas
(ALCA).

Los promotores de este foro alternativo han insertado en internet una página
titulada The Public Eye in Davosdesde donde combaten las ideas, resoluciones y tesis
del Foro Económico, que para ellos es el símbolo y la inspiración del dogmatismo
neoliberal, que proclama el achicamiento del Estado, las privatizaciones, la apertura de los
mercados, la liberalización del capital, la rebaja de los impuestos para los más ricos y el
recorte de los gastos sociales.

Especial interés tiene la globalización tecnológica instrumentada en China, India,


Taiwán, Corea del Sur, Malasia y otros países asiáticos. China es el tercer país
territorialmente más grande del globo y el más populoso. En términos cuantitativos, su
economía ocupó en el año 2006 el cuarto lugar en el escalafón mundial, tras Estados
Unidos, Japón y Alemania, con una participación del 13% en el producto interno bruto
global. En ese año el banco de inversiones norteamericano Goldman Sachs sostuvo que
China pasará a ocupar el primer lugar económico hacia el año 2045. El gigantesco país
socialista se ha convertido en los últimos años, paradógicamente, en una gran potencia
capitalista, pero con una peculiaridad: su proceso económico ha sido controlado por el
Estado, de modo que no se ha desnaturalizado el modelo político. Los dirigentes chinos
consideran que el mercado es una necesidad histórica objetiva pero que nada impide que
él sea gobernado por el Estado. Así nació la economía socialista de mercado, uno de
cuyos elementos fundamentales son las zonas económicas especiales abiertas al
capital, los conocimientos, la tecnología y la mano de obra calificada del exterior para la
producción industrial en gran escala dirigida hacia la exportación. El pragmatismo chino
permitió concebir la política de “un país, dos sistemas” —según la imaginativa fórmula
propuesta por Deng Xiaoping en 1984— y aplicarla en las zonas económicas especiales y
en los enclaves occidentales de Hong Kong y Macao, vueltos a su control, para viabilizar el
desarrollo industrial de corte capitalista-occidental dentro del régimen político comunista,
sin mayores tensiones.

En el crecimiento económico de China y de la India y en su inserción internacional


han sido determinantes dos operaciones claves de la globalización: el outsourcing y
el offshoring. La primera consiste en la subcontratación de cualquier servicio susceptible
de digitalizarse para que China o la India, como suministradores más baratos, rápidos y
eficientes, asuman la tarea de prestarlo. Y la segunda, en el traslado de las instalaciones
de la empresa de un país desarrollado hacia China, India u otro país de reciente
industrialización —donde hay menores salarios, impuestos más bajos, inferiores aportes al
seguro social, energía subvencionada, etc.— para fabricar allí sus productos en términos
más competitivos y, además, disminuir su carga medioambiental.

El outsourcing con los países asiáticos permite a una empresa occidental trabajar
sin interrupción las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, todas las
semanas del mes y todos los meses del año. Este es uno de los secretos de su
productividad. ¿Cómo funciona? Los profesionales contables de China o de India o de
cualquier otro país del hemisferio oriental asumen la contabilidad o la gestión de
determinados servicios de empresas de Occidente. Hacen el trabajo en el curso del día,
que en los países occidentales es la noche. Los resultados, enviados en formato digital por
vía electrónica, son recibidos muy temprano por las compañías que los subcontrataron. Lo
cual les permite producir las veinticuatro horas del día y a costes de producción
notablemente menores que en Occidente.

Lo anterior contradice las enseñanzas de los manuales tradicionales de economía,


que afirmaban que los bienes se fabrican en un lugar y se venden en otro pero que, en
cambio, los servicios siempre se producen y se consumen en el mismo lugar.

Pero el offshoring no está exento de riesgos industriales y comerciales. A veces el


control de calidad de la producción en los países de Asia no ha tenido los niveles de
eficiencia metropolitanos. Fue célebre el escándalo protagonizado en el 2007 por los
fabricantes chinos de juguetes por encargo de la corporación transnacional
norteamericana Mattel Inc., en ese momento era la más grande productora de juguetes
del mundo. A comienzos de agosto de ese año la corporación estadounidense se vio
obligada a retirar del mercado y de las manos particulares más de 18 millones de juguetes
fabricados en China y vendidos en los países occidentales durante los últimos cuatro años,
que llevaban la acreditada marca Fisher-Price, porque contenían pinturas tóxicas
elaboradas con plomo y otros defectos de fábrica. Coetánemente, la empresa Nokia
Corporation de Finlandia, fabricante de teléfonos móviles, pidió a sus usuarios la
devolución voluntaria de 46 millones de baterías BL-5C defectuosas fabricadas en China
entre diciembre del 2005 y noviembre del 2006 mediante el sistema de tercerización
industrial denominado offshoring, con arreglo al cual las empresas metropolitanas
producen unidades industriales o piezas fuera de sus fronteras —especialmente en
algunos países asiáticos—, donde los costes de producción son mucho menores. Antes
se habían detectado neumáticos defectuosos para automotores y cremas dentales, salsas
enlatadas y alimentos caninos tóxicos, fabricados por empresas chinas y vendidos en los
países occidentales, que fueron masivamente retirados de los mercados en defensa de los
intereses de los consumidores.

Dos tercios de los DVD, televisores, teléfonos celulares, hornos microondas,


refrigeradoras, copiadoras y otros aparatos electrónicos que se venden en el mercado
internacional son producidos en China. La tercera parte de las exportaciones de este país
está constituida por equipos electrónicos. Sus bajos costes de producción le han dado una
muy alta <competitividad en el mercado internacional y han sido un aliciente para atraer
inversión extranjera y para que las corporaciones industriales de Occidente abrieran sus
fábricas en China.

En un informe elaborado a finales del 2005 por las academias norteamericanas de


ciencias, ingeniería y medicina se afirmaba que en China e India juntas se graduaban en
ese momento 950.000 ingenieros cada año mientras en Estados Unidos solamente
70.000; y que por el sueldo de un químico o un ingeniero norteamericano una empresa
podría contratar cinco químicos en China u once ingenieros en la India. Los asiáticos son
profesionales mucho más baratos, según los estándares occidentales.

En el presente siglo China podrá convertirse en una de las grandes potencias


regionales y los países del primer y tercer mundos tendrán que aprender a convivir con
ella.

El periodista y escritor norteamericano Thomas Friedman, en su libro “La Tierra es


Plana” (2006), alerta que “hoy países como la India tienen capacidad para
competir por el conocimiento global como nunca en la historia”, lo cual supone un
desafío para Estados Unidos, pero agrega que “ese desafío será bueno para los
americanos porque nosotros siempre rendimos más cuando se nos desafía”.

Desde 1951, en que el primer ministro Jawaharlal Nehru fundó los siete primeros
institutos de alta tecnología en la ciudad de Kharagpur, la India no ha cesado de impulsar
vigorosamente la educación tecnológica y de producir talentosos y bien formados
científicos en diversas ramas, ingenieros de sistemas, programadores informáticos,
expertos en tecnologías de la información, administradores de empresas, contables y, en
general, expertos de la mejor preparación en las tecnologías de última generación. La
ciudad de Bangalore, situada al sur del subcontinente indio, se ha constituido en un
importante centro de investigación científica y tecnológica, al que algunos denominan
el “Silicon Valley oriental”. Y los Estados Unidos son los principales compradores de
los recursos humanos indios. Desde 1953 hasta 2006 más de veinticinco mil profesionales
hindúes se establecieron en su territorio al servicio de las más importantes empresas
norteamericanas.

Estos son los milagros de la globalización.

Pero ella o los instrumentos de ella han favorecido también la “globalización del
terrorismo”, compuesta por cadenas de suministros de bienes y servicios implantadas por
los grupos terroristas a escala global para tornar más eficientes y ubicuas sus acciones
destructivas. Los mismos elementos instrumentales de la globalización económica y
comercial sirven también las causas terroristas: los avances de la informática, la televisión
por satélite, internet, las cadenas mundiales de suministros —supply-chaining— para
proveer herramientas a sus agentes, el offshoring para establecer bases de acción y
enlaces en diversos lugares del planeta y el outsourcing para subcontratar servicios
logísticos más allá de las fronteras nacionales.

En el caso del 11-S fue Bin Laden, el jefe de la banda terrorista al Qaeda, quien
preparó prolijamente los atentados de Nueva York y Washington. Encargó la financiación
de su presupuesto, estimado en alrededor de cuatrocientos mil dólares, a Ali Abdul Asis Ali,
quien ofició de director financiero de la operación. Escogió los mejores pilotos suicidas
para los aviones. Subcontrató con el pakistaní Jalid Sheij Mohamed —el principal
“arquitecto” de los atentados— el diseño general y los planos del 11-S. Y él asumió
directamente la inspiración ideológica y la dirección general de ellos. Fue una operación
transnacional, cuya planificación y ejecución fueron posibles gracias a la ayuda de la más
moderna tecnología de la información.

Internet es enormemente útil a las organizaciones terroristas, no sólo porque sirve


de vínculo entre ellas a lo largo y ancho del planeta, sino también porque les permite
reclutar adeptos, recaudar fondos, difundir <desinformación,aterrorizar al mundo con sus
imágenes de crueldad —como, por ejemplo, la decapitación de rehenes antes las
cámaras—, lanzar amenazas, promover campañas de intimidación y obtener información
útil en la world wide web sobre centrales nucleares, plantas de energía eléctrica,
instalaciones de agua potable, servicios de transportes, aeropuertos, puertos, estructuras
industriales, edificios públicos y privados, sedes de gobierno y otros objetivos potenciales
de sus acciones. En los discos duros de las computadoras capturadas a al Qaeda se
encontraron pruebas de que sus técnicos habían navegado por sitios web que contenían
informaciones sobre redes de energía, comunicaciones, agua y transportes.

También forman parte de la globalización, como fenómeno totalizador, las


pandemias, es decir, las enfermedades y dolencias que se extienden por el mundo. Por
supuesto que ellas no son un fenómeno nuevo. Una epidemia de viruelamató a
centenares de miles de personas entre los años 165 y 180 de nuestra era en el Imperio
Romano, la gripe española produjo la muerte de cuarenta millones de personas entre
1918 y 1919, la gripe asiática mató a cuatro millones entre 1957 y 1958, la gripe de
Hong Kong a dos millones en 1968-69 y en noviembre del 2002 el síndrome
respiratorio agudo causó la muerte de alrededor de ochocientas personas en varios
países. De modo que pandemias hubo siempre, pero ellas se han magnificado con el
gigantesco crecimiento de los transportes, las migraciones, el turismo y el intercambio
comercial que caracterizan a la globalización. Fue ese el caso del síndrome de
inmuno-deficiencia adquirida (VIH/SIDA), descubierto por el Center for Disease
Control and Prevention de Estados Unidos en 1981 al estudiar unos casos peculiares
de neumonía en homosexuales activos en la ciudad de Los Ángeles, cuyas muestras de
sangre indicaban un déficit de células sanguíneas TCD+. La enfermedad se expandió
peligrosamente por el mundo. Desde su descubrimiento y hasta finales del siglo XX había
matado veinte millones de personas y se preveía que, por causa de ella, morirían setenta
millones en los siguientes veinte años. Peter Piot, del Programa Conjunto de las
Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (ONUSIDA), afirmó en el 2008 que era “una
epidemia sin precedentes en la historia de la humanidad” y que, “de un
problema médico puro, se ha convertido en un asunto de desarrollo económico
y social, e incluso de seguridad”.

Cosa parecida ocurrió con la gripe aviaria —enfermedad infecciosa vírica


transmitida por las aves a los seres humanos y a otros mamíferos—, causada por el
virus H5N1 tipo A, que apareció en Hong Kong en 1997 y que ha producido una alta tasa
de mortalidad; y con la gripe porcina, ocasionada por el virus AH1N1, transmitida
presumiblemente por los cerdos al hombre y contagiada después entre los seres humanos
por encima de las fronteras nacionales. Fue detectada en México en abril del 2009 y
condujo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a declararla “pandemia global” a
comienzos de junio de ese año —cuando había 28.774 infectados en 74 países y 144
fallecimientos— y a decretar la máxima alerta porque el virus había empezado a circular
por el mundo y amenazaba producir una peligrosa pandemia.

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