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la posibilidad de utilizarlas para replicar la inteligencia humana ha sido una de sus aplicaciones
más investigadas. Durante más de medio siglo, varias de las más prestigiosas universidades del
mundo y las agencias de defensa de los países desarrollados han invertido grandes cantidades
de recursos para emplear a algunas de las mentes más brillantes de diversas disciplinas,
principalmente de la ingeniería informática, en la tarea de construir una inteligencia artificial
(IA) fuerte, es decir, indistinguible de la de un ser humano.
Sin embargo, hay grupos sociales, como los Amish, que las excluyen de su vida ordinaria
porque no se adecúan a sus intereses, regidos éstos por causas de diversa índole. Tal rechazo
apunta al otro tipo de condiciones de posibilidad que debe cumplir toda tecnología: las
sociales, que refieren a su compatibilidad con el espíritu, es decir, con lo humano que
trasciende la mera naturaleza. Naturaleza y espíritu, por tanto, imponen sus respectivas
exigencias.
La IA es, por tanto, una tecnología que todavía no existe y, en consecuencia, su noción vulgar
no puede proceder del contacto mundano con ella. A nuestro juicio, su presencia en el
imaginario popular es resultado de la acción de tres agentes: la mercadotecnia, los
investigadores de la IA y la ciencia ficción. La mercadotecnia lleva décadas pregonando que
podemos adquirir bienes materiales cada vez más inteligentes. Televisores, teléfonos,
automóviles e incluso objetos no mecánicos como los tejidos: la inteligencia es un atributo que
abunda en todos ellos, y que se predica en un grado proporcional a la capacidad del objeto
para comprender o satisfacer eficazmente las órdenes o deseos de su propietario. Los
investigadores de la IA, por su parte, llevan mucho tiempo prometiendo que están cerca de
replicar la inteligencia humana. Desde la fundación de su disciplina, allá por los años 50, no
han cesado de hacer previsiones que jamás se cumplen, y no sólo predicciones, sino de afirmar
contra la evidencia que sus máquinas son capaces de hacer cosas que, sencillamente, no
Inteligencia artificial 28 hacen. Por último, respecto a la ciencia ficción, es quizás, en
retroalimentación con los otros dos, el agente que más ha contribuido a configurar la noción
vulgar de IA. En los peores casos, a través de obras literarias y audiovisuales elaboradas con la
única finalidad de recoger beneficios, y en lo mejores, con obras que han utilizado el tema,
como decíamos al comienzo, para abordar asuntos filosóficos.