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T : Este libro tiene cierta pretensión de actualidad, busca pensar una categoría clásica (la de

síntoma), pero desde una perspectiva novedosa, ¿cuál es la dirección que se proponen? 
M : Estamos ya en el siglo XXI, más de cien años pasaron desde que Sigmund Freud encontró en el síntoma
de la histérica la huella del saber que condujo a la clínica psicoanalítica. Ahora bien, ¿qué pasó con dicho
síntoma y con el saber correspondiente? ¿Permanece guardado en los libros, en los manuales diagnósticos,
lo enseñan las universidades? ¿O serán, acaso, las nuevas histéricas quienes lo custodian y eventualmente
lo transmiten? Su discurso, casi homólogo al de la ciencia –según explica Lacan– no siempre es bien
recibido por los interlocutores de turno. Hoy día resulta evidente que el saber se ha multiplicado y que su
expansión produce consecuencias visibles pero difíciles de prever.

En rigor de verdad, se trata de los saberes, distintos y plurales, ya que también es un hecho notorio que los
hay muchos y de diversa índole, y que por momentos se influyen e incluso se comercia entre campos
disímiles. Las neurociencias, por ejemplo, aportan conocimientos que las terapias cognitivas transforman en
recursos técnicos que a su vez acompañan la receta psicofarmacológica. A nosotros, analistas, nos interesa
la pregunta por el saber que interviene en la clínica. Mejor dicho, en la práctica, ya que la clínica es en sí
misma una elaboración de saber sobre la experiencia. Sin duda, se trata del saber del inconsciente, o del
inconsciente como saber, cuyo discurso es directamente homólogo al del amo (agregaría Lacan), pero sin
esclarecerse.

Es un discurso cuyo saber trabaja solo, individualmente y en privado, y cuya producción es nada más y nada
menos que el síntoma, invento marxista que Freud usa como brújula de su travesía analítica. Profundamente
arraigado en la lengua, el síntoma responde a un saber indisociable del habla y del goce que le es inherente.
El análisis, trabajo del analizante mediante, moviliza el goce del síntoma poniendo en causa al deseo. La
histérica, el amo, el universitario y el analista, todos ellos hacen algún uso del saber. El amo contemporáneo
lo ubica en el lugar dominante dándole forma al discurso universitario. La histérica, en cambio, lo espera del
otro y para ello ofrece su síntoma para ser analizado.

T : Ahora bien, específicamente, ¿qué entienden por usos del síntoma?


M : Considerando que el psicoanálisis no aborda al síntoma como simple manifestación de un padecimiento
que debe ser eliminado, elegimos la expresión usos del síntoma para designar la función central que
adquiere dicha variable tanto en la constitución subjetiva como en la experiencia analítica propiamente
dicha. En este sentido, hablar de usos del síntoma es algo más que designar una herramienta de la cual el
analista puede hacer un uso circunstancial. De manera mucho más amplia y profunda, involucra una
consideración del psicoanálisis que no puede desentenderse ni de los dispositivos que estructuran la lógica
de su experiencia ni de la dimensión ética que sustenta su puesta en marcha, su sostenimiento y sus
consecuencias en el nivel del deseo.

Por esta razón, el recorrido de este libro toma como referencia principal la última etapa de la enseñanza de
Lacan, aquella donde el síntoma pasa a ser considerado un hecho necesario y una manera singular de
gozar del inconsciente. Desde allí toman perspectiva y se ordena el conjunto de los artículos y de las
referencias múltiples que están presentes tanto en Freud como en Lacan. De este modo, el examen de
la lógica del caso clínico, del desarrollo de los conceptos de inconsciente y transferencia, y la delimitación de
los usos posibles de la posición analítica, permiten plantearnos la pregunta por el conocimiento y el saber-
hacer con esa pareja ineludible del ser del sujeto que es su síntoma.
T : Detengámonos en la cuestión del caso clínico, ya que es un tema hoy en día cuestionado, dado
que pocos analistas comentan su práctica, ¿en qué sentido se puede hablar todavía de casos en
psicoanálisis?
L : Sin duda, ya no vivimos en la época de los historiales freudianos. Desde hace algunos años, la difusión
de la experiencia psicoanalítica se realiza a través de viñetas, recortes, fragmentos, a expensas de que
incluso Freud tituló el caso Dora a partir de su carácter fragmentario. Por lo tanto, no es una razón de
extensión lo que diferencia la clínica freudiana de los modos actuales de comunicación de la experiencia,
sino la selección y el recorte de uno o más fragmentos de un material que sin embargo no se mide respecto
de ninguna totalidad. En todo caso, todavía en nuestro tiempo se confunde la clínica con la experiencia
misma, y se la considera como la mera enumeración de referencias a tratamientos, se la reduce a atender
pacientes, y se olvida que el clínico es el que, a partir de reflexionar sobre su acto, se preocupa por la
transmisión de ciertas coordenadas que, en una cura, implican movimientos de esa posición ante el conflicto
que Lacan llamó sujeto.

Desde este punto de vista, el historial freudiano no es una vieja forma renovada de la historia clínica de la
medicina que recolecta y reúne datos que se suponen objetivables; es un dispositivo propiamente analítico
que permite elaborar la experiencia en términos de un saber reacio a la objetivación, que a diferencia de la
ciencia no forcluye al sujeto. Por el contrario, esa variable que es el sujeto, asunto mismo del texto, es lo que
el historial intenta formalizar sin confundirlo con el individuo que Freud tuvo delante de sus narices.

T : Pero, de modo concreto, ¿cómo pensar una clínica lacaniana en las circunstancias actuales, ante
el avance de otras teorías psicopatológicas?
L : La clínica psicoanalítica no es una teoría psicopatológica ni una metapsicología de la experiencia, sino un
método de lectura de casos a partir de los movimientos subjetivos que allí se comprueban. Estos
movimientos encuentran como punto de referencia privilegiado el síntoma, entendido éste no como algo
objetivable, sino como aquello que no puede desprenderse o separarse del decir que se pone en juego en el
tratamiento. El síntoma, para el ser hablante, es una suerte de palabra que proviene del Otro y que se
instala en el cuerpo como objeto extraño, al menos en su constitución o en su punto de partida. Y por esa
razón, sólo podrá ser interrogada y removida por una práctica que sea vitalmente sensible a la dimensión de
acto que posee el decir, aspecto del cual ni el analista (en su acto) ni el clínico (al momento de dar sus
razones) pueden desentenderse. En todo caso, será el clínico, e incluso el lector, quien tendrá que aportar lo
suyo para que el ser de síntoma del sujeto en cuestión tome cuerpo en el texto.

Esta última indicación remite a una segunda cuestión fundamental en la lectura de casos. ¿De dónde
proviene ese hábito de nuestro tiempo, de escribir la experiencia entre comillas o de utilizar afirmaciones del
estilo el paciente dice/refiere/afirma/etc.? ¿Qué malentendido es el que confunde las palabras de alguien
con significantes, como si la representación de un sujeto por un significante para otro no fuera ya una
operación de lectura? Con esto no queremos decir que sea inconducente tomar la palabra del paciente a la
letra, simplemente, hay que saber cómo y por qué lo hacemos en cada caso. Tomemos un extravío habitual:
la lectura de una entrevista de admisión, plagada de comillas, en la cual el joven practicante cree reconocer
la histeria de la paciente a partir de lo que ella dice de su padre.

Ya puede comprenderse que aquello que hemos ubicado anteriormente respecto del síntoma descalifica
cualquier intención semejante. No hay clínica posible de las entrevistas desgrabadas, las que muchas veces
no son más que un resabio del afán psiquiátrico o de la historia clínica que promueve la IPA (actualmente a
favor de grabar sesiones). Por supuesto, ninguna de estas dos coyunturas obedece a motivos que se
desprendan de la experiencia misma sino a un cuidado profesional por evitar juicios de mala praxis. En
última instancia, se demostraría que el terapeuta no tuvo nada que ver, ¡ya que fue el paciente quien lo dijo!
¿Podría haber un rechazo más flagrante de la transferencia? Si todavía hay posibilidad de una clínica
lacaniana, será por fuera de las actitudes normativas que buscan la profesionalización obediente de la
práctica. Esta es la dirección que intentamos darle a la materia electiva de la Facultad de Psicología de la
UBA, a cargo de Gabriel Lombardi, que justamente lleva este título Usos del síntoma.

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