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ESTUDIO I

ARQUITECTURA TRADICIONAL.
INDEFINICIONES Y RECONOCIMIENTOS EN
LAS FORMULACIONES INTERNACIONALES
SOBRE PATRIMONIO

Juan Agudo Torrico


Nieves Santiago Gala
Universidad de Sevilla
SOBRE EL CONCEPTO DE TRADICIÓN, LA ARQUITECTURA
COMO EJEMPLO

Aunque ya la hemos tratado en textos anteriores1 creemos con-


veniente volver a traer a colación la cuestión acerca del modo como
se ha de denominar a la parte de nuestro patrimonio arquitectóni-
co que engloba las obras relacionados con las actividades y vidas
cotidianas de buena parte de nuestra población, y que se ha des-
arrollado de forma paralela a la arquitectura que se ha dado en
llamar “culta”, obra de reconocidos arquitectos o testimonios del
poder de las instituciones y sectores sociales dominantes. El uso de
los términos “popular” o “tradicional” lejos de ser sinónimos inter-
cambiables, tienen un fuerte contenido ideológico, además (cir-
cunstancia que se comparten ambos vocablos) de una difícil preci-
sión en sus contenidos y significados. Recordando las palabras de
García Canclini2, la consideración de cualquier fenómeno como
popular ha de hacerse por el uso que se le asigne y no por su ori-
gen, por su posición relacional (en este caso contrastiva respecto a

1 Juan Agudo Torrico. Arquitectura tradicional. De patrimonio modesto a patrimonio


molesto. XVIII Jornadas del patrimonio de la Sierra de Huelva. Diputación de Huelva.
2004. Págs. 27-57.
2 N. García Canclini. Las culturas populares en el capitalismo. Ed. Casa de Las
Américas. La Habana. 1982.

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la “otra” arquitectura culta) y no como sustancia (con un contenido
sustantivo inequívoco).
El término “popular”, desde su misma “popularización” con los
planteamientos romántico-folcloristas de finales del s. XIX, no ha
dejado de ser un concepto ambiguo. Por una parte podemos enten-
derlo como las acciones culturales emanadas del conjunto de un
pueblo/etnia como colectividad global (pueblo andaluz, pueblo
extremeño); pero por otra podemos restringirlo a aquellas otras
acciones o prácticas culturales vinculadas únicamente con los secto-
res dependientes de una determinada sociedad.
Generalmente es a esta segunda acepción a la que solemos refe-
rirnos cuando aplicamos el adjetivo popular. Pero establecer con
precisión los límites en los que se circunscribe va a ser una labor
compleja y cuestionable, dado que debemos suponer la existencia
de una cultura independiente y desvinculada de la “cultura domi-
nante” (igualmente impoluta) que va a marcar e imponer las pautas
a seguir. De hecho, resulta bastante difícil encontrar estas manifes-
taciones incontaminadas, propias de unos supuestos subsistemas
culturales autárquicos que han desarrollado unas inequívocas expre-
siones culturales diferenciadoras; sin relación algunas con los otros
posibles subsistemas culturales con los que conviven3. Cuestión que
podemos aplicar a cualquiera de los referentes de nuestro entorno
que elijamos: arquitectura, rituales, habla, gastronomía, música,
narraciones orales, etc.
Por el contrario, el concepto de “tradición” se nos muestra más
versátil por su capacidad de integración, al establecer la variable
“tiempo” como el patrón de referencia dominante: se trata de com-
portamientos o prácticas culturales heredadas del pasado y que se

3 Cuestión que no sólo se ha de aplicar a las relaciones entre diferentes sectores socia-
les o actividades y prácticas culturales dentro de una misma colectividad, sino tam-
bién a las relaciones interculturales entre las diferentes poblaciones. Tener en cuenta
esta apreciación es valorar la riqueza de un patrimonio que ha de sustentarse no sólo
en lo que pueda haber de exclusivo de cada territorio, sino también en lo comparti-
do con otros lugares. Y la arquitectura es un magnífico exponente de ello por su nota-
ble permeabilidad para adoptar y adaptar muy diversas experiencias culturales.

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siguen considerando válidas en el presente. Dicho de forma sucinta,
la tradición, aunque lógicamente ha de materializarse en manifesta-
ciones concretas, no es sino el medio o instrumento por el que los
diferentes sectores sociales que dan vida y, en consecuencia, com-
parten un mismo código cultural, expresan sus diferencias económi-
cas, ideología, y valores dentro de contextos expresivos compartidos.
La tradición hace coincidir, en una acción cultural común, valores
diferentes, y da cabida a muy diversas expresiones: desde las mani-
festaciones de poder de las clases dominantes a las expresiones y
adaptaciones peculiares (populares) de los grupos sociales depen-
dientes. El mundo de los rituales constituye un magnífico exponente
de ello, pero también lo es la arquitectura, la música o los oficios
tradicionales.
Es por ello que al hablar de la arquitectura preferimos calificarla
como “arquitectura tradicional” o “vernácula”4: el modo como unos
materiales, generalmente extraídos del entorno natural, y técnicas
constructivas, adquiridas bien por procesos evolutivos endógenos o
por préstamos culturales, han servido para dar respuesta a las nece-
sidades físicas y sociales de un colectivo, generando modelos arqui-
tectónicos (técnicas constructivas, diseños espaciales, y resultados
estéticos), con unos logros originales en razón de la experiencia his-
tórico-cultural y adaptaciones ecológicas propias de cada territorio.
Nos interesa cómo han resuelto dichas necesidades las poblaciones
de cada lugar, empleando los recursos naturales disponibles, pero
seleccionándolos y elaborándolos para crear un hábitat adaptado a
las necesidades socioeconómicas (junto a otras funciones culturales
de carácter más simbólico), de quienes las han habitado. La diversi-
dad de sus modelos debe reflejar la diversidad interna de la estruc-
tura social y económica del colectivo. De ahí que dentro de esta
arquitectura tengan cabida tanto los modelos más humildes de las
viviendas jornaleras, como las grandes casas de la burguesía domi-
nante, por cuanto reflejan la totalidad de la estructura social, y han

4 Este va a ser el término dominante en los documentos internacionales que comenta-


remos a lo largo del texto. A nivel conceptual consideramos equiparables los térmi-
nos de arquitectura tradicional y arquitectura vernácula.

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dado lugar a un complejo juego de imitaciones y antonimias de
gran riqueza cultural.
Clases sociales.
Medio natural: Tradición cultural: -evolución histórica, -viviendas-
Aporta: experiencias colectivas-
Recursos naturales: Determina:
Aplicación en Actividades
materiales. Prácticas arquitectónicas Específicas:
función de: productivas
. técnicas constructivas preferentes
-Arquitectura
Condiciona: . planimetría
para el trabajo-
Factores microclimáticos: . léxico
pluviosidad, temperatura, . costumbres asociadas a la arquitectura Actividades
sociopolíticas
-Rituales, espacios
de interacción-

De este modo, la arquitectura tradicional no es una mera


“expresión material”, con valor en sí misma (valoración etnográfi-
ca) de acuerdo con los criterios estéticos o arquitectónicos que
queramos atribuirle. Por el contrario, su valor radica en su condi-
ción de verdaderos textos documentales (valoración etnológica),
que nos hablan del pasado y del presente, de la evolución de una
colectividad, de cómo ha resuelto sus necesidades materiales y
espirituales, y de cómo se han articulado los diferentes sectores
sociales que la han conformado en el marco de relaciones socia-
les muy concretas.
A partir de estas premisas, y antes que cualquier otra definición o for-
mulación más o menos formalista, su extraordinario valor residiría en:
- Contraste entre la espectacularidad de la arquitectura docta
(antes y ahora) frente a la capacidad de la arquitectura tradi-
cional para crear microcosmos con frecuencia de notable belle-
za y calidad ambiental, empleando para ello elementos muy
sencillos: color, limpieza, intimismo creado a partir de elemen-
tos ornamentales (muchas veces anacrónicos) muy básicos, etc.
- Valor como texto etnológico extraordinario: léxico, concepción
de los espacios, empleo de las viviendas como referentes emble-
máticos de los diferentes grupos sociales, técnicas constructivas.
- Reflejo de unos modos de vida que no se circunscribe a las
viviendas. La defensa de este patrimonio no es sólo hacerlo de
una determinada casa, sino del modo de habitar: la calle
como espacio de encuentro (rituales, descanso, actividades),
concepción de la vivienda como espacio abierto y multifuncio-
nal (engalanamiento e incluso apertura para según que ritua-

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les, inserción de oficios y actividades económicas en el entra-
mado de viviendas y calles), uso de las plazas como espacio
no expositivo (presente) sino de encuentro.
Recorriendo las calles de cualquiera de las poblaciones andalu-
zas, o mientras cruzamos por sus campos, cualquier observador
medianamente avezado, recibirá una lección de historia: grupos
sociales que componen dicha sociedad, sistema de propiedad impe-
rante, sistemas de aprovechamientos que se han dado en el medio
rural, etc. Las poblaciones y los campos se convierten en escenarios
muy concretos, en paisajes culturales, donde percibir y contrastar
todo este juego de relaciones habidas entre los seres humanos, y
entre éstos y su entorno natural. De este modo, viviendas de gran-
des propietarios convivirán con las de pelentrines o jornaleros, aun-
que ocuparan diferentes espacios de acuerdo con los propios valo-
res de centralidad-periferia que se de en el entramado de sus pue-
blos; viejas tabernas con modernas cafeterías, etc., entremezclándo-
se en un tejido arquitectónico que nos muestra así el continuo traji-
nar desde el pasado al presente.
Condicionantes ecológicos e históricos se han dado cita para
establecer las similitudes y desemejanzas que caracterizan y dife-
rencian a la vez a unas poblaciones de otras, a unas comarcas de
otras; hasta componer el cuadro que convierte a estas manifesta-
ciones arquitectónicas en una parte significativa y relevante de las
expresiones culturales que diferencian a unos colectivos étnicos de
otros. En definitiva, hablar de arquitectura tradicional es hablar de
diversidad expresiva; con lo cual también hay que cuestionar la cre-
ciente tendencia a definir, e incluso tratar de imponer, un modelo
único e inequívoco de la “auténtica” (en singular) arquitectura
popular según cuál sea el territorio autonómico de referencia.
Al margen de cuáles consideremos que son los límites y conte-
nidos de “lo tradicional”, lo que nos debe interesar, tal y como
hemos dicho, es el modo como dichas poblaciones han empleado
los recursos naturales disponibles, pero seleccionándolos y elabo-
rándolos para crear un hábitat adaptado a sus necesidades socioe-
conómicas; la diversidad de sus modelos debe reflejar la diversidad
interna de la estructura social y económica del colectivo.

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La contraposición entre una arquitectura culta, planificada,
donde los elementos ornamentales resaltarían la consideración
emblemática del propio edificio en sí, etc., frente a una arquitectura
“popular” caracterizada por su acentuada funcionalidad, irregulari-
dad, limitados o inexistentes elementos ornamentales, etc. creo que
solo sería posible de aplicar, estrictamente, en los ejemplos, propor-
cionalmente no demasiados numerosos, situados en los polos
opuestos de la comparación5. Pero en las escalas intermedias, la
regularidad en los modelos adoptados por cada sector social, recur-
so sistemático a determinadas técnicas constructivas (de resultados
no necesariamente poco elaborados) etc. pondría en cuestión
muchos de los criterios contrastivos anteriores, convirtiéndolos en
instrumentos analíticos de escasa operatividad. Además de que la
clasificación de lo que es popular tiende a emplearse hacia el pasa-
do con un sentido cada vez más amplio, ateniéndose a factores for-
males que, de aplicarse a los sectores sociales que los crearon y
comparados con el uso que hoy hacemos de dichos términos, difí-
cilmente tendrían la condición de “populares” en el contexto socioe-
conómico en el que se desarrollaron. Los testimonios de la
“arquitectura popular” que nos quedan, o que son tomados como
ejemplo de la misma a tenor de la selección observable en folletos
divulgativos e incluso en trabajos más elaborados, reflejan con elo-
cuencia lo que acabamos de decir: rara vez nos aparecerán las
construcciones o viviendas más sencillas; por el contrario, no es
extraño que el protagonismo lo adquieran las viviendas y edificacio-
nes vinculadas a los sectores sociales dominantes, y por ello de
mayor vistosidad en sus resultados formales.
Una de las características de la cultura subalterna en la que se
desenvuelven amplias clases sociales y sectores de la sociedad, ha
sido y es la imitación, con la correspondiente diversidad de manifes-
taciones en razón de múltiples variables, de determinados referen-
tes formales y valores provenientes de los sectores sociales hegemó-
nicos. La arquitectura tradicional andaluza es un buen ejemplo de

5 Entre los chozos de pastores y los grandes palacios de estilos cerrados, por ejemplo.

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ello: el resalte de puertas y ventanas, cuidado en la forja de rejas, o
la aparición de elementos tan poco funcionales como el cuidado de
los arcos decorativos que separan, al cruzar el pasillo, las diferentes
crujías de la casa, serían algunos de los numerosos referentes que
nos testimonien lo que acabamos de decir. Pero, al mismo tiempo,
como otra de las características fundamentales de dicha cultura
subalterna, está también la singularidad en el modo como han sido
adaptados y reinterpretados, pocas veces mimetizados sin más,
dichos referentes; hasta quedar insertos en la propia dinámica de
creatividad interna que da por resultado la riqueza de matices y
variables que caracterizan a la arquitectura tradicional.
En sentido contrapuesto, la arquitectura más “culta” de los secto-
res sociales dominantes de la alta burguesía andaluza tampoco ha
sido impermeable a los usos y valores de las sociedades locales y
comarcales en las que se insertan. No olvidemos que la efectividad
de cualquier rasgo cultural depende de su inserción en códigos
culturales muy precisos, donde cobran sentido y pueden ser interpre-
tados en lo que tienen de común o diferenciador dentro de estos sis-
temas socioculturales compartidos. De este modo, la implantación
de modelos “urbanos” o estilos foráneos pueden representar el cul-
men de esta singularidad contrastiva; pero con bastante frecuencia,
más allá del formalismo de dichas propuestas arquitectónicas, no es
extraño que se suela mantener una concepción de la vivienda aco-
gida a unos patrones que no son sino la sobredimensión de unos re-
ferentes culturales/arquitectónicos bastante precisos y localistas. Así,
en las grandes casas, al margen de los elementos más formales,
centrados fundamentalmente en los espacios más vistosos con la
finalidad de resaltar las diferencias en cuanto a originalidad y
riqueza que se pretende testimoniar, no es infrecuente que hacia el
interior con lo que nos encontremos sea con una ampliación del
modelo, con una multiplicación de los espacios para resaltar la
ociosidad y especialización funcional de cada uno de ellos; frente a
la promiscuidad de funciones, incrementada conforme des-
cendemos de sectores sociales, que suele caracterizar a buena
parte de los escasos espacios disponibles en las viviendas jornale-
ras y de pequeños propietarios.

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El resultado final es una arquitectura producto de múltiples variables
cruzadas: sectores productivos y clases sociales (recursos económicos y
diversidad de usos a los que se destinen los edificios), experiencias his-
tórico culturales compartidas (matices enriquecedores de las “arquitec-
turas comarcales”), recursos ecológicos disponibles y posibilidades de
transformación, y valor social y simbólico que se atribuya a los mismos.

EL RECONOCIMIENTO DEL VALOR DE LA ARQUITECTURA


TRADICIONAL EN LOS DOCUMENTOS INTERNACIONALES

Por todo lo dicho, la arquitectura tradicional cuenta actualmente


con un reconocimiento aparentemente unánime como testimonio
relevante de nuestro patrimonio cultural. Y como tal va a ocupar un
papel destacado entre los referentes que van a identificar a diferen-
tes colectividades: desde las identidades étnicas incluyéndose entre
sus señas e imágenes identitarias más sobresalientes (masía o gran-
des caseríos en el caso de Cataluña y País Vasco, cortijos y pueblos
blancos si es Andalucía, hórreos y arquitectura de piedra en Galicia,
etc.), a las comarcales (arquitectura de launa de las Alpujarras,
palomares y arquitectura de tapial y adobe de la Tierra de Campos,
etc.) y locales (pueblos especialmente bien conservados como los
andaluces de Vejer de la Frontera, Vélez Blanco, Grazalema, etc. ).
Motivos que han hecho de la referencia explicita a la necesidad
de conservar esta arquitectura un tema recurrente en buena parte de
la legislación que sobre el patrimonio histórico/cultural se ha pro-
mulgado en las diversas autonomías del Estado Español. Aunque
ello no ha garantizado ni garantiza su preservación, ni que se tenga
con ella el respeto escrupuloso que se reserva para otras partes de
nuestro patrimonio. El análisis de las razones de este hecho6 esca-

6 J. Agudo, Torrico. Nuestra arquitectura tradicional. Un patrimonio que se pierde.


Anuario de Etnología 1998-1999. Consejería de Cultura. Junta de Andalucía. 2000.
Págs. 257-266. Juan Agudo Torrico. Problemática en la interpretación y metodología
de estudio de las arquitecturas tradicionales. J. L. Martín Galindo. (Coord.) Piedras
con raíces. Diputación Provincial de Cáceres. 2003. Págs. 45-87.

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pan a los objetivos del presente texto, pero sí consideramos que
esta desigual valoración ha tenido, y tiene, que ver con los crite-
rios de jerarquía o rango establecidos que han primado en extre-
mo al patrimonio monumental histórico-artístico (considerado
hasta bien entrado el siglo XX prácticamente como el único patri-
monio existente); así como con su tardía consideración como parte
de dicho patrimonio, y la ambigüedad e indefiniciones que se
sigue manteniendo en relación con sus contenidos y medidas de
intervención y puesta en valor. Sin olvidar, obviamente, la enorme
presión que se ejerce para su destrucción en aras de unos discur-
sos de renovación urbanística modernizadora de pueblos y ciuda-
des que no hacen sino encubrir una especulación urbanística que
está hipotecando, con demasiada frecuencia, el futuro de estas
poblaciones al tiempo que se destruye irreversiblemente una parte
significativa de la memoria de su pasado.
En este proceso de “descubrimiento” y ambigua valoración de
la arquitectura tradicional, son muy elocuentes, en las fechas en
las que se elaboran y por la evolución de sus contenidos, los docu-
mentos internacionales a los que nos vamos a referir.
Va a ser en el transcurso del siglo XX, fundamentalmente a par-
tir de la Segunda Guerra Mundial, del establecimiento de los orga-
nismos supranacionales (ONU, UNESCO) que han articulado las
relaciones internacionales, y del desarrollo de la teoría de los
Bienes Culturales, cuando se desarrolle el verdadero corpus teóri-
co para la custodia, regulación y protección del patrimonio cultu-
ral tal y como hoy lo conocemos7. Y en el caso de Europa, el orga-
nismo por excelencia en materia de defensa del patrimonio euro-
peo, va a ser el Consejo de Europa establecido en 1949.
En su conjunto, estas instituciones han desarrollado un papel
fundamentalmente, en la medida en que los convenios, recomen-
daciones y cartas que se han ido promulgando, han establecido

7 Carlos López Bravo. El patrimonio cultural en el sistema de derechos fundamentales.


Universidad de Sevilla. 1999; Fernando Moreno de Barreda. (dir.) El Patrimonio
Cultural en el Consejo de Europa. Textos, Conceptos y Concordancias. Boletín Oficial
del Estado. Madrid. 1999.

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las pautas que posteriormente serían recogidas en los marcos jurí-
dicos estatales de los diferentes países que las firmaron o se adhi-
rieron a ellas.
En 1931 se promueve la Carta de Atenas; un documento que
se sigue tomando como referencia en cuanto al origen y desarro-
llo de las nuevas teorías sobre los procedimientos de restauración
y los criterios a seguir en la tutela y conservación del patrimonio
histórico artístico: conservación y no restitución de los elementos
faltantes, inamovilidad de los monumentos, protección del entor-
no, etc. Pero en lo referente a la arquitectura tradicional no sería
precisamente un texto a seguir. Desde una perspectiva marcada-
mente monumentalista, en la Carta, la otra arquitectura única-
mente se valora en cuanto que creadora de unos marcos urbanos
en los que resalten dichos monumentos. Y en todo caso se podrán
preservar “incluso conjuntos y perspectivas particularmente pinto-
rescas”; es decir, la arquitectura popular o tradicional, ni se cita ni
se valora en sí misma, sino en tanto que, utilizando la definición
de la Real Academia Española acerca del vocablo “pintoresco”,
halla dado como resultado o forme parte de “paisajes, escenas,
tipos, figuras y a cuanto puede presentar una imagen grata, pecu-
liar y con cualidades pictóricas”.
A esta Carta le seguirá, en 1932, la Carta italiana del Restauro,
promovida por el Consejo Superior de Antigüedades y Bellas Artes,
incidiendo en la problemática de la restauración de los grandes
monumentos. En su conjunto, tanto la Carta de Atenas como la del
Restauro de 1932, a las que hay que unir las sucesivas Carta
Restauro de 1972 y 1987 que revisan y renuevan las precedentes,
se siguen considerando documentos base en la teoría de cómo
intervenir en la restauración del patrimonio arquitectónico.
Pero en ninguno de estos documentos pioneros vamos a encon-
trar alusión alguna a la arquitectura tradicional.
La Segunda Guerra Mundial y todo lo que supuso de destruc-
ción material y desprecio hacia la vida humana, va a suponer un
momento de inflexión respecto a la imagen que se tenía de las
relaciones interculturales y valoración de los propios hechos y tra-

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diciones culturales8. A lo que unir, a partir de la década de los cin-
cuenta, nuevos acontecimientos que cambiarán radicalmente la pro-
pia imagen del mundo: culminación del proceso de descolonización
y rápida transformación de la propia sociedad occidental con el
avance de un modelo de sociedad que va a suponer un cambio
radical respecto a un pasado inmediato. El desarrollo urbano, aban-
dono del mundo rural, generalización de nuevas tecnologías, etc.
afectan a unas sociedades occidentales que verán destruir su patri-
monio (al tiempo que han de revisar los propios criterios y referen-
tes identitarios en las que se fundamentan) no ya por motivos coyun-
turales o excepcionales (catástrofes naturales, conflictos bélicos,
etc.), sino por una dinámica socioeconómica generaliza especial-
mente agresiva con los testimonios del pasado, sobre todo con
aquellos relacionados con la vida cotidiana y prácticas culturales tra-
dicionales vigentes hasta fechas no muy lejanas.
El panorama histórico al que nos referimos hará surgir los prime-
ros tratados internacionales para la protección jurídica del patrimo-
nio cultural ante los conflictos bélicos. En 1935, se establece el pri-
mero de estos tratados entre los Estados Unidos de América y una
veintena de republicas latinoamericanas. Es conocido como el
“Pacto de Roerich” para la Protección de Instituciones Artísticas y
Científicas y de Monumentos históricos, en el se acuerda que “Los
monumentos históricos, los museos y las instituciones científicas,
artísticas, educacionales y culturales serán considerados como neu-
trales, y como tales, respetados y protegidos por los beligerantes”.
Años después, en 1954, auspiciada por la UNESCO, se firma en
La Haya “La Convención para la Protección de los Bienes Culturales
en caso de conflicto armado”, uno de los acuerdos más emblemáti-
cos en la historia del reconocimiento y protección del patrimonio cul-
tural. Se reconocía su motivación directa a raíz de los destrozos cau-
sados por los recientes conflictos bélicos, acrecentados “como con-
secuencia del desarrollo de la técnica de guerra”. Será uno de los

8 Juan Agudo Torrico, Patrimonio y derechos colectivos. En V. Quintero y E. Hernández


(coord.) Antropología y patrimonio: investigación, documentación e intervención.
Junta de Andalucía. Granada. 2003. Págs. 12-29.

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primeros documentos donde se emplee el concepto de “bienes cul-
turales” (más genérico y abarcador que el de monumento); pero va
a afirmarse con rotundidad la necesidad de preservar este patrimo-
nio por su condición de “patrimonio cultural de los pueblos”, y por
lo tanto ha de colocarse bajo la inmunidad de embargo, robo, presa
o represalia.
Sin embargo, en la definición que se hace de los bienes cultura-
les a proteger, sigue sin aparecer la arquitectura tradicional, y sigue
dominando una imagen marcadamente monumentalista e historicis-
ta de lo que se consideran bienes culturales: “los bienes, muebles o
inmuebles, que tengan una gran importancia para el patrimonio cul-
tural de los pueblos, tales como los monumentos de arquitectura, de
arte o de historia, religioso o seculares, los campos arqueológicos,
los grupos de construcciones que por su conjunto ofrezcan un gran
interés histórico o artístico, las obras de arte, manuscritos, libros y
otros objetos de interés histórico, artístico o arqueológico, así como
las colecciones científicas y las colecciones importantes de libros, de
archivos o de reproducciones de los bienes antes definidos”; además
de los edificios que los alberguen, tales como bibliotecas, museos,
archivos o depósitos, y los “centros monumentales” que compren-
dan un número considerable de estos bienes.
En este mismo año, en el Consejo de Europa, se establece el
“Convenio de París” o “Convenio Cultural Europeo”, destinado a
elaborar una política de acción común para salvaguardar el patri-
monio cultural europeo e impulsar su desarrollo mediante el fomen-
to del “estudio de las lenguas, la historia y civilización” de los dife-
rentes países, “así como la civilización común a todos ellos” con la
finalidad de potenciar “la comprensión mutua entre los pueblos de
Europa”. Se va abriendo paso un concepto del patrimonio que se
aleja de las singularidades monumentalistas para hacer hincapié en
la necesidad de tener en cuenta a la cultura en sí como contexto
interpretativo de un patrimonio mucho más amplio.
No obstante, hasta este momento, patrimonio histórico, bienes
culturales y patrimonio cultural/patrimonio común europeo (y en tér-
minos generales a otros niveles nacionales e internacionales) han
sido los términos manejados para tratar el amplio concepto del patri-

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monio de cara a la defensa y protección únicamente de una parte
limitada del mismo, como es el patrimonio monumental valorado en
sus acepciones histórico-artísticas, y en gran medida circunscrito a
ámbitos urbanos. No se ha tenido en cuenta, al menos explícitamen-
te, el contexto, el territorio o el espacio social de estos bienes. Unos
contextos que no son un simple “contenedor” físico de los bienes cul-
turales sino que contribuyen a otorgarles un significado singular, y
forman parte de la memoria e identidad de colectivos y poblaciones.
De hecho, esta forma de entender los bienes culturales, fuera de un
contexto o espacio social, ha implicado la desaparición de una gran
parte del patrimonio tanto inmueble como mueble.
En documentos posteriores, como es la breve “Recomendación
relativa a la protección de la belleza y del carácter de los lugares y
paisajes” aprobada por la UNESCO en 1962, podemos encontrar
alguna ambigua referencia que apuntan a la necesidad de tener en
cuenta a esta arquitectura tradicional9, pero aún para estas fechas
falta una definición precisa del significado y contenido de la misma.
Una arquitectura que siguiendo una larga tradición, no del todo
concluida aún hoy en día, va a estar asociada indisolublemente a lo
“rural” y a un ambiguo concepto de “sitio” cuya definición no es otra
que su contraste respecto a los conjuntos histórico-artísticos. Es decir,
van a ser aquellos lugares en los que a pesar de no ser monumen-
tales, sí se considera que tienen un valor “cultural” o “estético” des-
tacable que les hace merecedores de ser protegidos. Pero aún no se
plantea el reconocimiento del valor de la arquitectura tradicional por
si misma. Esta es también la lectura que podemos hacer de la
“Recomendación relativa a la defensa y valoración de los sitios
(urbanos y rurales) y de los conjuntos histórico-artísticos” promovida
en 1963 por el Comité de Ministros del Consejo de Europa.
La Carta de Venecia aprobada por ICOMOS en 1965, aunque
concebida como “Carta internacional sobre la conservación y la res-
tauración de monumentos y de conjuntos histórico-artísticos”, va a

9 Se cita, por ejemplo, la necesidad de que las nuevas construcciones estén en armo-
nía con el conjunto a proteger y se evite la fácil imitación de “formas tradicionales y
pintorescas”.

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ser el primer gran documento reconocido internacionalmente donde
se explicite el valor de la “arquitectura modesta”10 como una parte
de nuestro patrimonio, equiparable, en sus significados culturales, a
los monumentos históricos según se venían formulando hasta enton-
ces: “La noción de monumento histórico comprende la creación
arquitectónica aislada, así como el conjunto urbano o rural que da
testimonio de una civilización particular, de una evolución significati-
va, o de un acontecimiento histórico. Se refiere no sólo a las grandes
creaciones sino también a las obras modestas que han adquirido con
el tiempo una significación cultural”.
El rastreo del tratamiento que la normativa internacional ofrece a
la arquitectura tradicional nos ayuda a entender la consideración
que se le otorga desde estas normativas tanto a nivel conceptual,
inmersa en la acepción más amplia del “patrimonio inmueble” (a su
vez en constante cambio y ampliación a lo largo de los diferentes
textos y documentos internacional de protección), como cualitativo,
derivado de la propia consideración que se le ha dado al concepto
de patrimonio inmueble. En este proceso resulta significativa la evo-
lución que se ha seguido en la valoración de los monumentos y con-
juntos histórico-artísticos al hilo del desarrollo de la teoría de los
bienes culturales que se iniciara en los años cincuenta: desde la con-
sideración inicial de que los monumentos, y en general todos los tes-
timonios considerados patrimonialmente relevantes, tenían un valor
por sí mismos (calidad constructiva, valores estéticos, autoría) a su
consideración actual en la que prima su condición de referentes evo-
cadores de un tiempo histórico, de una civilización determinada, y
de unas identidades colectivas específicas. Se ha producido la tras-
lación de los valores patrimoniales del objeto al sujeto, es decir, “un
monumento no sólo será entendido como un atributo estilístico o
material, sino como la manifestación física de una serie de conteni-
dos sociales, productivos, espirituales, etc.”, en definitiva, manifes-

10 El calificativo de “modesto/a” que se acuña para definir a esta arquitectura tradicio-


nal (para diferenciarla de la otra “gran” arquitectura), con el paso del tiempo se hará
extensible al conjunto de manifestaciones populares/tradicionales que irán engrosan-
do los contenidos y definiciones del patrimonio cultural.

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tación de una determinada cultura o civilización. Un proceso en el
que, al tiempo que se modificaba lo dicho respecto a su significa-
ción, también se ampliaban sus contenidos; abarcando progresiva-
mente manifestaciones no tenidas en cuenta en un principio, como
era la arquitectura tradicional. En realidad se estaba produciendo la
sustitución del viejo concepto del patrimonio histórico (predominio
de la variable tiempo en pasado) al de patrimonio cultural (expre-
sión de unas determinadas identidades culturales, con toda la com-
plejidad que ello conlleva).
Sería la evolución que hemos tratado de documentar con la
selección hecha de los documentos anteriormente reseñados.
Desde finales de los años sesenta del siglo XX, va a producirse un
salto cualitativo en lo que respecta al reconocimiento institucional
del valor de la arquitectura tradicional como testimonio cultural rele-
vante de los pueblos. Al tiempo que se harán continuas llamadas en
defensa de su preservación ante el creciente proceso de destrucción
a la que está sometida. En este sentido, resulta especialmente elo-
cuente la Recomendación de la UNESCO fechada en París en 1968
“Sobre la conservación de los bienes culturales que la ejecución de
obras públicas o privadas pueden poner en peligro”. El principal
riesgo para la preservación del patrimonio cultural, con especial
incidencia en los bienes inmuebles, proviene precisamente del
modelo de evolución imperante en la sociedad contemporánea, y el
descontrol de unas prácticas políticas y socioeconómicas escasa-
mente respetuosas con este patrimonio heredado. Con la circuns-
tancia de que esta destrucción no sólo supone un empobrecimiento
y pérdida cultural, sino de calidad de vida; además de una poten-
cial pérdida de recursos económicos a tenor del creciente desarrollo
turístico. La arquitectura tradicional se encuentra inequívocamente
entre los bienes a proteger: acorde con la definición de bienes cul-
turales recogida en esta Recomendación, entre ellos se incluyen
“incluso los conjuntos de edificios tradicionales”.
En 1972 se celebra en París la Conferencia General de la UNES-
CO que promueve la “Recomendación sobre la protección en el
ámbito nacional del patrimonio cultural y natural”, documento
ampliamente conocido y comentado por la influencia que ha tenido

35
y tiene en el desarrollo de la teoría y políticas patrimonialistas. En las
definiciones recogidas en este documento se amplia definitivamente
el ámbito de los contenidos del patrimonio cultural, hasta abarcar
referentes seleccionados no sólo por su valor histórico-artístico, sino
también por sus valores arqueológicos, científicos, etnológicos o
antropológicos; además del patrimonio natural (paisajes culturales).
La arquitectura tradicional se adscribirá fundamentalmente a la tipo-
logía de “lugares”, tal y como se comprobará en los desarrollos teó-
ricos y legislativos que se fundamentarán en la clasificación tipoló-
gica (monumentos, conjuntos, lugares) establecida en esta recomen-
dación, y que podemos evidenciar en las legislaciones autonómicas
del Estado Español que seguirán dicha clasificación.
Por la misma fecha, en 1975, se declaró el Año Europeo del Pa-
trimonio Arquitectónico, lo que dará lugar a diferentes actos y decla-
raciones institucionales, entre las que destaca la “Carta Europea del
Patrimonio Arquitectónico”. En ella se explicita la necesidad de la
preservación integrada del conjunto del Patrimonio Arquitectónico;
un patrimonio que esta formado “no sólo por nuestros monumentos
más importantes, sino también por los conjuntos que constituyen
nuestras ciudades antiguas y nuestros pueblos tradicionales en su
entorno natural o construido” su valor se justifica por ser “una mani-
festación de la historia y nos ayuda a comprender la importancia del
pasado en la vida contemporánea” por lo que “es un capital de valor
espiritual, cultural, social y económico insustituible”. Aunque no deja
de rememorarse en esta Carta la ya añeja valoración de la arqui-
tectura modesta básicamente por su condición de marco contextua-
lizador para realzar a la arquitectura monumental11, seguidamente
se afirma explícitamente que aún cuando falten dichos monumentos
esta arquitectura puede tener valor por sí misma: “Hoy se reconoce
que los conjuntos, incluso en ausencia de edificios excepcionales,
pueden tener una atmósfera que les dé categoría de obras de arte,

11 “Durante mucho tiempo sólo se protegieron y restauraron los monumentos más


importantes, sin considerar el marco donde se encontraban. Recientemente se ha
advertido que si se altera dicho marco, estos monumentos pueden perder gran parte
de su carácter”.

36
uniendo diferentes períodos y estilos dentro de un conjunto armóni-
co. Estos conjuntos también deberían conservarse como tales”. Pero
sobre todo, se vuelve a dar la voz de alarma por la precaria situa-
ción que atraviesa y la diversidad de factores que están incidiendo
en su destrucción: “Está amenazado por la ignorancia, la obsoles-
cencia, el deterioro de todo tipo y la negligencia. Parte de la planifi-
cación urbana puede ser destructiva si las autoridades se rinden con
demasiada facilidad a las presiones económicas y a las demandas
del tráfico rodado. La tecnología contemporánea mal aplicada a la
restauración imprudente pueden ser desastrosas para las estructuras
antiguas. Sobre todo, la especulación territorial e inmobiliaria hace
mayores todos los errores y omisiones, llevando al fracaso los planes
más cuidadosamente elaborados”. Treinta años después, al menos
en lo que respecta a España, esta situación de riesgo y los factores
que la provocan no han desaparecido; cuando no se han acentua-
do (poblaciones y territorios costeros).
En el mismo año, 1975, el Congreso sobre el Patrimonio Arqui-
tectónico Europeo culmina con la “Declaración de Ámsterdam”. Un
documento que vuelve a reiterar lo dicho en la Carta anterior acer-
ca del valor identitario del patrimonio arquitectónico europeo y la
necesidad de su preservación; pero va a aportar una nueva reflexión
especialmente interesante acerca de la consideración de este patri-
monio no sólo por su valor arquitectónico, sino también por los
modos de vida que ha propiciado y que deben ser también preser-
vados: “La rehabilitación de cascos antiguos debe concebirse y rea-
lizarse, en la medida de lo posible, de forma que no se produzca una
modificación importante en la composición social de los residentes”.
Incluso se pondera positivamente un modelo tradicional de hábitat
que habría que recuperar: “En la planificación urbana más moder-
na, se están intentando recuperar la dimensión humana, los espacios
cerrados, la interacción de funciones y la diversidad sociocultural que
caracterizaron la estructura urbana de las antiguas ciudades”. Para
ello hacen falta unas medidas financieras que permitan su restaura-
ción pero también que se mantenga el entramado social de los
barrios restaurados. Además de potenciar la continuidad de uso de
los materiales y técnicas de construcción tradicionales. Y, por último,

37
no es menos significativa la llamada de atención para que se reali-
cen los inventarios que permitan conocer el patrimonio que se ha de
conocer.
En la misma línea, un interesante documento promovido en
1976 por la UNESCO, la “Recomendación relativa a la salvaguarda
de los conjuntos históricos o tradicionales y su función en la vida
contemporánea”, introduce una serie de nuevos planteamientos que
veremos más tarde desarrollarse. Avisa ya por estas fechas, mucho
antes del auge de la teoría de la globalización, de “los peligros de
uniformización y de despersonalización que se manifiestan con fre-
cuencia en nuestra época”, ante los cuales el patrimonio se muestra
como manifestación privilegiada de la diversidad que se pierde y, en
consecuencia como “uno de los fundamentos de su identidad”:
“esos testimonios vivos de épocas pasadas adquieren importancia
vital para los hombres y para las naciones, que encuentran en ellos
la expresión de su cultura y, al mismo tiempo, uno de los fundamen-
tos de su identidad”. Se defiende como “”conjunto histórico o tradi-
cional” todo grupo de construcciones y de espacios, incluidos los
lugares arqueológicos y paleontológicos que constituyan un asenta-
miento humano, tanto en medio urbano como en medio rural, y cuya
cohesión y valor son reconocidos desde el punto de vista arqueológi-
co, arquitectónico, prehistórico, histórico, estético o sociocultural”;
una definición que, como verdadera excepción en este tipo de docu-
mentos, equipara en cuanto a su valores y situaciones de riesgo el
patrimonio histórico y al “tradicional”.
Se hace hincapié en la necesaria mirada interdisciplinar a la
hora de estudiarlo y valorarlo. Pero sobre todo, se estable clara-
mente la relación entre patrimonio y modos de vida, por lo que se
ha de preservar tanto las estructuras arquitectónicas como el tejido
social de las ciudades, barrios o lugares que las albergan: “Es esen-
cial evitar que las medidas de salvaguardia acarreen una ruptura de
la trama social. [Se han de articular medidas para que los ocupan-
tes puedan] conservar sus alojamientos, sus locales comerciales y
sus talleres así como su régimen de vida y sus ocupaciones tradicio-
nales, en especial la artesanía rural, la agricultura en pequeña esca-
la, la pesca, etc”.

38
En documentos posteriores volveremos a encontrarnos la propues-
ta de unas medidas similares. Unas medidas de conocimiento, valo-
rización y protección, de las que aún hoy se sigue hablando; lo que
pone de manifiesto la dificultad y falta de voluntad para su aplicación.
Granada acoge en 1985 la 2ª Conferencia Europea de Ministros
responsables del Patrimonio Arquitectónico. En el texto con las reso-
luciones acordadas se citan como referentes buena parte de los
documentos que acabamos de comentar, y se reiteran las razones
aludidas para la protección y valorización del patrimonio arquitec-
tónico europeo. El dato más relevante, en lo que a la temática de este
artículo se refiere, va a ser la admisión a partir de esta fecha de “una
ampliación de las categorías de bienes a proteger: la arquitectura ver-
nácula, rural, técnica e industrial, y la arquitectura de los siglos XIX y
XX”. Una clasificación arquitectónica12 en la que se cita por primera
vez de forma explícita la arquitectura vernácula (tradicional).
En el Convenio de Granada (1985) para la Salvaguarda del
Patrimonio Arquitectónico Europeo, elaborado a partir de las con-
clusiones de la Conferencia, se realiza una síntesis del vasto corpus
de cuestiones y propuestas realizadas en dicha conferencia. Su lec-
tura detallada es bastante interesante. Por una parte, volvemos a
encontrarnos la gran declaración de principios sistemáticamente
aludida: “el patrimonio arquitectónico constituye una expresión irre-
emplazable de la riqueza y diversidad del patrimonio cultural de
Europa, testimonio inestimable de nuestro pasado y herencia común
de todos los europeos”.
Pero por otra, encontramos las contradicciones que conlleva su
aplicación y la definición del campo de actuación. Así:

12 Clasificación bastante ambigua y contradictoria. Por una parte se diferencia entre


arquitectura vernácula y rural, cuando el primer concepto es en realidad una catego-
ría interpretativa que con toda seguridad se aplicará a la inmensa mayoría de la
arquitectura rural (categoría de distribución territorial urbana-rural/diseminada). Y en
cuanto a la clasificación temporal, siglos XIX y XX, es de suponer que se refiere a las
arquitecturas diseñadas por arquitectos profesionales y adscritas a algunos de los
grandes estilos, dado que, como tal categoría temporal, también sería aplicable a la
mayor parte de la arquitectura vernácula que ha llegado hasta nuestros días, al
menos en Andalucía.

39
- De nuevo aparecerá la sospechosa graduación, y progresiva
indefinición de contenidos entre “monumentos”, “conjuntos de edifi-
cios” y “lugares”. Aunque bien es verdad que la amplitud de las
razones para su calificación pretenden evitar estos mismos gradien-
tes de interés e importancia: las definiciones de cualquiera de estas
variables, se harán en razón de su interés “histórico, arqueológico,
artístico, científico, social o técnico”. Pero, sorprendentemente, no se
recoge en el documento ninguna alusión directa a la arquitectura
vernácula/tradicional, pese a la cita que sí se había hecho de la
misma en las Resoluciones del Congreso, redactada en la misma
fecha (3 de octubre).
- En segundo lugar se vuelve a llamar la atención sobre la nece-
sidad de iniciar los inventarios que permitan, acordando también la
creación de una ficha mínima que posibilite la homogeneización y
el intercambio de la información necesaria, poder intervenir sobre
este patrimonio.
- Por último, plantea abiertamente la doble vía que se ha de
seguir para dicha intervención: la necesaria implicación de las insti-
tuciones públicas en labores de investigación y aporte de los recur-
sos necesarios para su restauración o rehabilitación; y, lo que cree-
mos es especialmente importante en el caso de la arquitectura tra-
dicional, la necesidad de “sensibilizar al público sobre el valor de la
conservación del patrimonio arquitectónico como elemento de iden-
tidad cultural, como fuente de inspiración y creatividad para las
generaciones presentes y futuras” recurriendo para ello a potenciar
su divulgación utilizando las técnicas más modernas pero empezan-
do la labor desde la misma “edad escolar”.
Posteriores encuentros europeos (Londres, 198913; Nantes,
199214) auspiciados igualmente por el Consejo de Europa y a par-

13 Mesa Redonda sobre Patrimonio arquitectónico. Nuevas técnicas para la documenta-


ción. Resultados publicados en Patrimoine architectural. Rapports et Etudes, nº 19.
Conseil de l’Europe. Strasbourg. 1990.
14 Coloquio europeo sobre Patrimonio arquitectónico: métodos de inventario y
documentación en Europa. Resultados publicados en Patrimoine culturel, nº. 28. Con-
seil de l’Europe. PaysBas. 1993.

40
tir de las propuestas expresadas en el Convenio de 1985, van a tra-
tar de perfilar los métodos concretos de acción, así como la necesi-
dad de superar graves problemas metodológicos como son:
- La necesidad de contar con la referida “ficha mínima” que per-
mita homogeneizar e intercambiar la información sobre este tipo de
patrimonio. Se trataría de una ficha base de referencia; al margen
del contenido exhaustivo de la ficha de origen, realizada en función
de las pretensiones y finalidades concretas de cada inventario. Esta
ficha sería presentada en el coloquio de Londres de 1989 y aproba-
da por el Comité de Ministros europeos en 1995
- La necesidad de coordinar la labor de todas las instituciones,
tanto nacionales como internacionales que están interviniendo sobre
el patrimonio arquitectónico.
- Concepción del patrimonio arquitectónico como globalidad,
aunque ello “presenta graves problemas científicos y metodológicos
por las dimensiones considerables del corpus a aprehender”15
Toda una serie de requerimientos sobre la necesidad de interve-
nir sobre este patrimonio, que tiene también un denominador
común, “el sentimiento de urgencia ante las situaciones de riesgo a
que esta sometido”16
Los documentos de Granada siguen siendo cita obligada en cuan-
tas propuestas de medidas específicas se han hecho en defensa del
patrimonio arquitectónico europeo. Con posterioridad, en los nuevos
documentos programáticos y cartas de reconocimiento en defensa de
los valores de este patrimonio arquitectónico, tal la novedad a rese-
ñar sea la progresiva “especialización” de dichos documentos según
el ámbito específico al que se refieran (conjuntos históricos, arquitec-
tura “rural”, etc); y entre ellos la arquitectura vernácula/tradicional
ocupará un papel destacado. Nos detendremos únicamente en el
análisis de estos últimos documentos, dejando de lado otros muchos

15 M. Chatenet. “Rapport de synthèse: les méthodes d’enquête et de sélection”.


Patrimoine architectural: méthodes d’inventaire et de documentation en Europe.
Nantes, 1992. Patrimoine culturel, nº. 28. Conseil de l’Europe. PaysBas.
1993. Págs. 121-123
16 Ibidem.

41
textos que van a abordar diversas problemáticas, algunas de ellas
relacionadas indirectamente con la arquitectura tradicional.
En 1986 el Consejo de Europa promueve la “Recomendación
relativa a la promoción de los oficios artesanales que intervienen en
la conservación del patrimonio arquitectónico”. En ella se defiende
la necesidad de estos oficios para las labores de restauración y reha-
bilitación; pero sobre todo se enfatiza la necesidad, en la creciente
línea de promover la defensa del patrimonio intangible, de preser-
var estos oficios por su valor patrimonial en sí mismos: “Los oficios
artesanales y las habilidades técnicas constituyen una parte impor-
tante del patrimonio europeo, al igual que las obras que son testimo-
nio del mismo”. Además de lo que ello conlleva de generar nuevos
puestos de trabajo.
Con la pretensión de su reconocimiento a nivel mundial, en 1989
la Conferencia General de la UNESCO, adopta en París la
“Recomendación sobre la salvaguarda de la cultura tradicional y
popular”; un interesante documento programático en el que se rese-
ña el papel desempeñado por esta parte de nuestra cultura “en la
historia de los pueblos, así como del lugar que ocupa en la cultura
contemporánea”. La arquitectura es citada explícitamente entre “el
conjunto de creaciones que emanan de una comunidad cultural fun-
dadas en la tradición, expresadas por un grupo o por individuos y que
reconocidamente responden a las expectativas de la comunidad en
cuanto expresión de su identidad cultural y social”. El amplio y suge-
rente catálogo de medidas propuestas para la conservación, salva-
guarda y defensa de esta cultura, serían en buena medida aplicables
a la problemática de la arquitectura tradicional, pero su comentario
en detalle creemos que escapa a la finalidad de este artículo.
En Relación más directa con la arquitectura vernácula, en el
mismo año de 1989, de nuevo el Consejo de Europa promueve la
“Recomendación relativa a la protección y puesta en valor del
Patrimonio Arquitectónico Rural” en la que se establecen unas direc-
trices comunes para la elaboración de las políticas europeas respec-
to a esta parte de nuestro patrimonio. Las razones del documento
vienen dadas por “...la evolución de la producción agrícola y las
transformaciones sociales que han tenido lugar en las últimas déca-

42
das ponen en peligro la propia existencia de la arquitectura rural tra-
dicional y sus paisajes”. Al tiempo que se plantea su potencialidad
como recurso económico al ser “no solamente uno de los componen-
tes más auténticos de la cultura europea, sino también un factor prin-
cipal en el desarrollo local”.
Las medidas de acción que proponen ya las hemos visto en otros
documentos anteriores, e irán desde la necesidad de sensibilizar a la
sociedad “acerca de los valores de la arquitectura local”, a fomentar
su reutilización, etc. Las propuestas más innovadores van a consistir en
la afirmación de que debe aplicarse a esta arquitectura los principios
de la Carta de Venecia de 1964; que la intervención sobre el mismo
se haga desde una “una base interdisciplinaria que abarque las carac-
terísticas arquitectónicas y artísticas, así como los factores geográficos,
históricos, económicos, sociales y etnológicos”; y sobre todo que sus
valores se apliquen incluso a la nueva arquitectura, promoviendo “una
arquitectura local contemporánea con un enfoque creativo que esté
basado en los conocimientos y el espíritu de la arquitectura tradicio-
nal”. Unas medidas que deben inscribirse en las políticas de des-
arrollo local para contribuir a frenar el éxodo rural mediante la recu-
peración y puesta en valor del patrimonio arquitectónico y paisajís-
tico, la revitalización de oficios (artesanales) y actividades tradiciona-
les, y mejorar la calidad de vida de sus habitantes con políticas efec-
tivas de adaptación y rehabilitación de viviendas, etc.
El siguiente documento al que nos vamos a referir, por la centra-
lidad pionera que adquiere en el mismo la arquitectura vernácula y
que le convierte en un texto de notable carga simbólica pese a no
estar avalado, como los que hemos venido comentando, por ningún
organismo internacional, va a ser la Carta de Cuba, emitida en
1998 a raíz del Primer Encuentro de Arquitectura Vernácula celebra-
do en este país. Va a ser uno de los primeros documentos de este
tipo que aventure una definición de arquitectura vernácula:
“Definimos la arquitectura vernácula como un producto espontáneo
que simboliza y cristaliza la idea que posee del mundo el grupo que
la produjo. Los elementos que la definen, son precisamente su manu-
factura -sin la intervención de profesionales- y el que las estructuras,
formas y materiales que emplea estén determinados por el clima, la

43
geografía, la geología, la economía y la cultura locales, así como el
que presente gran integración con el contexto y con el paisaje que la
rodea, manteniendo plenamente su identidad. La arquitectura verná-
cula se encuentra aislada o bien forma conjuntos en los centros his-
tóricos y en los poblados urbanos y rurales”.
Una definición un tanto ambigua17, aunque lo que más nos
interesa de este texto va a ser la llamada de atención que hace
sobre las consecuencias de la destrucción de arquitectura vernácu-
la, quebrándose los paisajes urbanos tradicionales y los valores
asociados con los mismos: “el impacto de la vida moderna destru-
ye formas vernáculas, rompe todo principio de la integración y des-
articula los centros urbanos, los barrios, las aldeas y los poblados.
Al perderse estas raíces se extravían para siempre los valores que
le dieron origen, produciéndose en cambio, una arquitectura ajena
a todo contexto histórico cultural y natural”. Las propuestas para
evitar dicha destrucción parten de la necesaria rehabilitación de la
arquitectura vernácula para mejorar las condiciones de vida de sus
moradores; pero también, lo que supone una propuesta novedo-
sa de este documento, que su conocimiento y estudio forme parte
de los planes de estudio de las escuelas de arquitectura, con la
finalidad de concienciar sobre su valor también a unos profesiona-
les que luego tendrán un papel decisivo en las políticas de actua-
ción sobre ella. Y, por supuesto, que a la hora de intervenir sobre
la arquitectura vernácula se tenga en cuenta las opiniones de “los
campesinos y usuarios”.
También se tendrá en cuenta la relación entre arquitectura y
modos de vida: “En el caso de intervenciones o nuevas construccio-
nes en poblados vernáculos, localidades rurales o barrios tradiciona-
les, se parta del estudio de la filosofía de vida de los creadores de
esta arquitectura”. Reflexión que hace de nuevo aflorar la idea de
que las obras arquitectónicas no son meros contenedores de funcio-

17 Por ejemplo en lo referente a la utilización del concepto de (no) profesional. Los ala-
rifes tradicionales han sido hábiles profesionales conocedores de unas técnicas cons-
tructivas en ocasiones bastante complejas.

44
nes, sino que la arquitectura es el resultado y expresión de unos
modos de ser específicos; por lo que proteger la arquitectura tradi-
cional es proteger y propiciar un determinado modo de vida.
De este modo, esta Carta se une a los documentos, aportando
nuevas perspectivas, en los que se precisan las recomendaciones y
líneas de acción a seguir (otra cosa es que se hayan puesto en mar-
cha los mecanismos para desarrollarlas) para la conservación de
este patrimonio arquitectónico vernáculo. Por todo ello van a consti-
tuir un importante avance tanto por el proceso de explicitación del
significado y valor de la arquitectura vernácula/tradicional, como
por la puesta de manifiesto de los procedimientos que se han de
activar para su preservación, y por la afirmación de la necesaria
implicación en esta dinámica de los moradores que conviven con
ella y habitan en las viviendas tradicionales.
Un año después, en 1999, se celebra en Santo Domingo
(México) la Asamblea General del ICOMOS que va a ratificar la
Carta del Patrimonio Vernáculo Construido. Con un lenguaje más
elaborado y pretensión, como así ha ocurrido, de convertirse en un
documento institucional de referencia en relación con la arquitectu-
ra vernácula/tradicional, parte de la consabida afirmación de la
relación entre patrimonio e identidades; adaptada en este caso a la
significación de esta parte de nuestro patrimonio: “El patrimonio tra-
dicional o vernáculo construido es la expresión fundamental de la
identidad de una comunidad, de sus relaciones con el territorio y al
mismo tiempo, la expresión de la diversidad cultural del mundo”. Se
valora su condición dinámica y, algo que sería cuestionable en rela-
ción con la fijación temporal (pasado) de la arquitectura histórico-
monumental, se acepta su continua transformación: la arquitectura
vernácula “constituye el modo natural y tradicional en que las comu-
nidades han producido su propio hábitat. Forma parte de un proce-
so continuo, que incluye cambios necesarios y una continua adapta-
ción como respuesta a los requerimientos sociales y ambientales”. Y
se justifica el documento por la necesidad de llamar la atención
sobre el grave riesgo en que se encuentra la arquitectura vernácula
debido a la “homogeneización de la cultura y a la globalización
socioeconómica”.

45
Por ello es necesario la ampliación y aplicación de los principios
de Carta de Venecia a este patrimonio arquitectónico. Propuesta de
un notable valor simbólico dado que con ello se ratifica la elevación
de rango de la antigua “arquitectura modesta”, desligada ya de su
antiguo destino de generar ambientes pintorescos (en el proceso,
significativamente, se ha ido perdiendo este término) o rapara resal-
tar a la otra arquitectura culta. La arquitectura tradicional ha adqui-
rido valor por sí misma.
La definición, el “reconocimiento” de la misma, es más precisa
que la que se dio en la anterior Carta de Cuba:
“Los ejemplos de lo vernáculo pueden ser reconocidos por: a)
Un modo de construir, emanado de la propia comunidad; b) Un
reconocible carácter local o regional ligado al territorio; c)
Coherencia de estilo, forma y apariencia, así como el uso de tipos
arquitectónicos tradicionalmente establecidos; d) Sabiduría tradi-
cional en el diseño y en la construcción, que es trasmitida de mane-
ra informal; e) Una respuesta directa a los requerimientos funciona-
les, sociales y ambientales; f) La aplicación de sistemas, oficios y
técnicas tradicionales de construcción”.
Y en cuanto a los principios a seguir a la hora de protegerla, en
un breve pero contundente epígrafe, se afirma: “El éxito en la apre-
ciación y protección del patrimonio vernáculo depende del soporte de
la comunidad, de la continuidad de uso y su mantenimiento”.
A partir de estos principios, las propuestas que se hacen para su
conservación, en su mayor parte no son nada nuevas: multidiscipli-
nariedad en los trabajos de investigación e intervención, respeto de
las nuevas arquitecturas de los contextos tradicionales preexistentes,
respeto del paisaje cultural que conforman y del que forman parte,
programas de difusión para darla a conocer y potenciar su valora-
ción, continuidad de las técnicas tradicionales de construcción como
bien patrimonial en sí mismas, etc.
Pero entre este cúmulo de propuestas dos son las que habría que
destacar como aportaciones más significativas, aunque en cierta
medida ya han estado apuntadas en documentos precedentes:
1.- Tal y como ocurre con buena parte del patrimonio etnológico
cuyos valores se fundamentan en la tradición, y por lo tanto en su

46
condición de patrimonio en uso18, no siempre le pueden ser aplica-
bles las medidas de protección y conservación utilizadas usualmen-
te con el patrimonio histórico-artístico: en lo que tienen de intento de
recrear una imagen más o menos inmovilista que evoque el tiempo
pasado en el que surgieron los testimonios seleccionados, tratándo-
se incluso de recuperar su estado prístino, suprimiendo los añadidos
de épocas posteriores. Por el contrario, las medidas a utilizar con la
arquitectura vernácula tienen que partir del reconocimiento de su
condición dinámica, aceptándose los cambios habidos como un
valor inherente a la misma: “Los cambios a lo largo del tiempo
deben ser considerados como parte integrante del patrimonio verná-
culo. Por tanto, la vinculación de todas las partes de un edificio a un
solo periodo histórico no será normalmente el objetivo de los traba-
jos sobre arquitectura vernácula”.
2.- Vínculo que se establece entre arquitectura (patrimonio tangi-
ble) y modos de vida (patrimonio intangible) como realidades inse-
parables. “El patrimonio vernáculo no sólo obedece a los elementos
materiales, edificios, estructuras y espacios, sino también al modo en
que es usado e interpretado por la comunidad, así como a las tradi-
ciones y expresiones intangibles asociadas al mismo”. En consecuen-
cia, defender este patrimonio es hacerlo de los modos de vida con
los que se asocia: “gobiernos y autoridades deben reconocer el dere-
cho de todas las comunidades a mantener su modo de vida tradicio-
nal y a protegerlo a través de todos los medios posibles”.
En definitiva, se trata de un breve documento de apenas tres folios
que sincretiza magníficamente el significado y valores culturales (iden-
tidades, modos de vida, expresiones arquitectónicas) de una arquitec-
tura que ha ido perdiendo la calificación contrastiva (respecto a la
gran arquitectura culta) de “modesta”, para adquirir una identidad
propia, sustantiva, como arquitectura vernácula/tradicional. Se reafir-
ma el creciente valor que se otorga al “patrimonio tradicional” del
que forma parte la arquitectura tradicional: “El patrimonio tradicional

18 Si no le aplicamos este criterio de tradición en uso, o que forma parte de la memoria


viva de la colectividad, entonces tendríamos que hablar no de patrimonio etnológico,
sino de patrimonio histórico.

47
ocupa un privilegiado lugar en el afecto y cariño de todos los pueblos.
Aparece como un característico y atractivo resultado de la sociedad.
Se muestra aparentemente irregular y sin embargo ordenado. Es utili-
tario y al mismo tiempo posee interés y belleza. Es un lugar de vida
contemporánea y a su vez, una remembranza de la historia de la
sociedad. Es tanto el trabajo del hombre como creación del tiempo”.
Pero también hay que llamar la atención sobre la fecha tan tar-
día en la que se ha producido este reconocimiento. Hasta finales del
s. XX no se ha visto reconocida explícitamente19 (1989, “Recomen-
dación sobre la salvaguarda de la cultura tradicional y popular”) el
valor de esta cultura tradicional, y sólo desde los años setenta había
comenzado a tenerse en cuenta tímidamente desde una perspectiva
patrimonialista. Referencias cronológicas de notable relevancia en
relación con la arquitectura tradicional. Hasta entonces, como
hemos ido analizando a lo largo del texto, había sido prácticamen-
te ignorada20. No debe extrañarnos por ello que la dificultad que ha
tenido y tiene para ser considerada una parte destacada de nuestro
patrimonio; y en este sentido, la insistencia de muchos de estos
documentos en las labores de difusión no es baladí: hace falta
“enseñar” el valor de esta arquitectura como desde el s. XIX se
comenzó a valorar y las obras de los grandes estilos artísticos hasta
hacer que en nuestros días se considere que tienen un valor patri-
monial inmanente.
Va a ser también esta Carta, al menos que nosotros conozca-
mos, el último documento internacional relevante centrado en la
problemática del patrimonio arquitectónico vernáculo. Si bien, se
seguirá haciendo referencia al mismo, lamentablemente por su

19 A nivel internacional e institucional, teniendo en cuenta el valor simbólico que han


tenido y tienen las recomendaciones y demás documentos patrocinados desde la
UNESCO.
20 Cuando no despreciada en las políticas socioeconómicas y culturales aplicadas al
menos en España. Se trataba de una arquitectura considerada testimonio de rurali-
dad y atraso, contraria a la idea de progreso y modernidad que impuso el desarro-
llismo de comienzos de la segunda mitad del siglo, provocando uno de los periodos
de mayor destrucción de patrimonio arquitectónico (incluido el monumental) en la
historia de España.

48
situación de riesgo, en otros documentos. Es lo que ocurre con el
Informe Mundial del año 2000 de ICOMOS sobre “Monumentos y
sitios en peligro”, en él, dentro de “las categorías de patrimonio
bajo mayor peligro”, se sigue encontrando el “Patrimonio vernácu-
lo”. La descripción de porqué ocurre esta circunstancia es muy elo-
cuente, sin que consideremos que haya cambiado sustancialmen-
te hasta la fecha en la que se termina de escribir este trabajo, a
finales del año 2005: “El patrimonio vernáculo incluye edificacio-
nes y conjuntos rurales, aldeas y poblados de edificios tradiciona-
les. Se compone de elementos modestos que incorporan tradiciones
constructivas y una cultura popular arquitectónica que al evolucio-
nar a través de los siglos ha dado pie a paisajes culturales construi-
dos. El riesgo actual es que se derrumban edificios individuales o se
renuevan los mismos usando materiales modernos asociados con
una imagen de moderno confort. Hay aldeas completas que han
quedado abandonadas a causa de los movimientos migratorios.
Otras están siendo destruidas como resultado de grandes proyec-
tos industriales, de reforma agraria o para la generación de ener-
gía. Gran parte de este patrimonio aún queda por ser bien iden-
tificado y protegido. Algunas técnicas constructivas tradicionales,
típicas de la arquitectura vernácula -como en el caso de la arqui-
tectura de tierra-, también presentan una vulnerabilidad especial
y exigen una atención particular que rara vez reciben. Otro ries-
go posible es la “gentrification” (la repoblación por parte de cla-
ses mucho más pudientes) de los conjuntos vernáculos, que en
algunos casos puede ser una alternativa viable a su destrucción o
abandono total.”

A MODO DE CONCLUSIÓN INCONCLUSA


Queda para otra ocasión analizar la situación específica que
atraviesa esta arquitectura en España. Formalmente parece estar
creciendo el grado de sensibilización hacia la misma, según se des-
prende, pensando en el caso de Andalucía, de una ordenanzas
municipales cada vez menos permisivas con algunas de las actua-
ciones que más han desfigurado la imagen de los pueblos y ciuda-

49
des andaluzas: desproporciones volumétricas de los edificios cons-
truidos, empleo de azulejería inadecuada en fachadas, etc. Sin
embargo, en la práctica, más allá de estos aspectos “formales”, y no
siempre respetados21, la destrucción y abandono del patrimonio
arquitectónico vernáculo, parece imparable. Sobre todo cuando su
destrucción supone obtener pingües beneficios inmobiliarios (centros
urbanos, poblaciones costeras, etc.).
En otras ocasiones, aunque formalmente se abogue por su pro-
tección, resulta preocupante el tratamiento que recibe en las orde-
nanzas locales, normas subsidiarias, etc. de pueblos y ciudades.
Especialmente significativo, por contradictorio, es lo que ocurre en
muchos de los Planes Especiales de Protección diseñados para
poblaciones con importantes conjuntos históricos, donde la riqueza
monumental que albergan hace que la arquitectura tradicional reci-
ba un tratamiento muy secundario respecto a la arquitectura más
monumental; haciendo verdad la afirmación de que el interés por el
patrimonio arquitectónico más modesto va a ser inversamente pro-
porcional a la existencia del otro gran patrimonio que pueda ser uti-
lizado como emblemático de la población. Sólo cuando falte o sea
escaso este último se realzará como imagen colectiva, si ha logrado
conservarla, la arquitectura tradicional.

21 La situación, de irregularidades e incumplimientos de las propias normas, suele ser


más acusada cuanto menor es la población. Pese a que muchas pequeñas y media-
nas poblaciones andaluzas cuentan con un rico patrimonio arquitectónico tradicional,
y las limitaciones demográficas y disponibilidad de suelo no debiera haber incidido
negativamente sobre la preservación de su arquitectura y entramado urbano, están
siendo, sin embargo, las más afectadas por este proceso de destrucción. En ellas nos
podemos encontrarnos con unas ordenanzas locales muy antiguas en las que solo se
hace referencia a unos criterios básicos de edificación. Las únicas consideraciones
(generalmente muy ambiguas) que defienden la tipología de vivienda tradicional en
pequeños pueblos van a referirse únicamente a los acabados finales de las fachadas,
es decir, el elemento por excelencia que ofrece una primera imagen del pueblo en su
conjunto. En este caso, la coletilla final que se suele utilizar en los textos de estas infor-
males ordenanzas es “según tipología tradicional existente”.

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Casi de forma generalizada, en los Planes Especiales van a estable-
cer una sorprendente y ambigua clasificación22 de las tipologías loca-
les, quedando la arquitectura tradicional relegada a un rango inferior,
ubicada en los últimos escalones bajo la preocupante definición de
“edificios de interés ambiental” (solo se recomienda la preservación de
la fachada); cuando no se emplea con notable confusión e indefinición,
sin saber muy bien si son sinónimos o categorías diferenciadas, los tér-
minos “popular” y “tradicional”; o se recupera como valor justificativo
de esta última su condición de arquitectura “pintoresca”.
Clasificaciones que van acompañadas de diferentes niveles de medi-
das de protección, y que dejan, casi sin excepción, desprotegida a esta
arquitectura vernácula. Sin olvidar que estas clasificaciones tipológicas,
avaladas institucionalmente, van a ir asociadas a una jerarquía de
valores claramente negativa para la arquitectura tradicional, y que va
a ser asumida por la ciudadanía que convive con este patrimonio.
En otro orden de cosas, reflejando una vez más las contradiccio-
nes en las que se desenvuelve, buena parte de las legislaciones
autonómicas sobre patrimonio histórico/cultural hacen especial hin-
capié en el valor patrimonial, identitario, de la arquitectura tradicio-
nal, llegando algunas de ellas (Aragón, Castilla-La Mancha,
Canarias) a citar expresamente la necesidad de proteger algunas de
las tipologías conservadas o determinados elementos de la misma.
Y tampoco han faltado documentos institucionales en defensa del
patrimonio que representa, como es la “Carta de Úbeda en defen-
sa de la arquitectura tradicional andaluza” (1999), en la que se pos-
tula la necesidad de arbitrar, en las mismas líneas de argumentación
que hemos visto en otros documentos de este tipo, las medidas
necesarias para la puesta en valor y protección de un patrimonio
que se pierde irreversiblemente.

22 Aunque de forma somera, este hecho ha sido analizado para los casos de Écija y
Aguilar de la Frontera en los trabajos J. Agudo Torrico. “Arquitectura Tradicional.
Patrimonio modesto e identidades. Pensando en Ecija”. Actas de las II Jornadas de
Protección y Conservación del Patrimonio Histórico de Ecija: Patrimonio Inmueble
Urbano y Rural, su Epidermis y la Ley de Protección. Asociación amigos de Écija.
Córdoba. 2005. Pág. 67-93 y “Nuestra arquitectura tradicional. Un patrimonio que se
pierde.”. Anuario de Etnología 1998-1999.

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Todo lo dicho, parece indicar que definitivamente se ha quebra-
do cualquier consideración de la arquitectura tradicional como un
patrimonio menor. Y sin embargo, son más las razones que abun-
dan en su desaparición que las que abogan por su preservación.
Pérdida de funcionalidad de buena parte de los espacios construi-
dos, presión inmobiliaria, importancia para las arcas municipales de
los recursos provenientes de la actividad constructiva, acrecentado
sentimiento del ejercicio de unos derechos de propiedad privada
muy reticentes a cualquier medida que condicione el uso y destino
de esta arquitectura, frecuente desvalorización por parte de sus
habitantes, limitación de los recursos destinados a su rehabilita-
ción, etc. son algunos de los factores que la amenazan. En senti-
do contrario, la creciente desmitificación de la arquitectura/urba-
nismo moderno como sinónimo de una calidad superior a toda la
arquitectura tradicional, la creciente valorización de esta arquitec-
tura por sus rasgos diferenciadores respecto a la imparable homo-
geneización anodina de la arquitectura urbana de consumo, reac-
tivación del valor de antiguas técnicas constructivas y calidad
ambiental de los espacios creados en la arquitectura vernácula (lo
que favorece su versatilidad de sus usos y potencial capacidad de
adaptación a nuevas funciones), son razones que contribuyen a su
preservación. Esperemos que sean estas últimas las que terminen
por imponerse, posibilitando la pervivencia de una arquitectura
tradicional que nos habla de una historia y modos de vida que han
caracterizado y caracterizan la identidad y diversidad de las colec-
tividades humanas.

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