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José Bengoa
Universidad Academia de Humanismo Cristiano de Chile
comenzar los años sesenta del siglo XX.1 Aunque es el caso más conocido, no
es el único. Por ejemplo, en el norte de Chile el primer camino carretero que se
abrió hacia el altiplano donde habitan las comunidades aimaras se construyó en
1967. Hasta ese momento esas comunidades vivían en un medio muy aislado,
se comunicaban casi exclusivamente en su idioma, producían y sobrevivían de
acuerdo con sus sistemas tradicionales y celebraban sus rituales y festividades.
La situación se repetía en muchos lugares de América Latina.
El impacto de la apertura de esas áreas marginales y aisladas a la acción
del Estado y a las actividades comerciales fue muy fuerte, especialmente sobre
las poblaciones indígenas. En menos de una década hubo zonas amazónicas
cuyos recursos fueron arrasados, y las poblaciones nativas se vieron arrastradas
a situaciones extremadamente difíciles. Se trataba de poblaciones muy vulnera-
bles, pues no poseían recursos interculturales para manejar la nueva situación.
Muchas veces esa vulnerabilidad era también biológica, ya que los individuos
no estaban inmunizados frente a enfermedades de la sociedad mayoritaria.
En ese contexto de apertura de nuevas fronteras y de extrema vulnerabi-
lidad de las poblaciones indígenas surgieron las primeras ideas relativas a la
autonomía, los territorios autónomos, los resguardos; en fin, espacios territoriales
capaces de proteger a estas poblaciones de la voracidad de los aventureros,
colonos, empresas extractivas y otras formas de expresión de la fuerza expan-
siva del desarrollo capitalista de ese periodo. Por ello, en muchos casos esos
territorios fueron declarados, en primer término, Parques Nacionales, de modo
de proteger la flora y la fauna y, “de paso”, a los habitantes que allí vivían. Esas
políticas aplicadas en el Amazonas y en las vertientes que conducen a ese gran
río —y en algunas áreas costeras, como los Colorados en el Ecuador— fueron
rápidamente criticadas, no solo por los ecologistas y medioambientalistas sino
también por los indigenistas que señalaban que se trataba a los seres humanos
como parte de la naturaleza.
1 Un estudio completo sobre la situación de los territorios del Amazonas es el libro Derechos
territoriales indígenas y ecología en las selvas tropicales de América (Bogotá: Fundación Gaia,
1992). En este estudio se analiza la situación de tenencia de la tierra, demarcación de territorios
indígenas y situación medioambiental de las comunidades indígenas al comenzar la década de
1990. El estudio es resultado del encuentro en Villa de Leyva, Colombia, que reunió a especia-
listas y dirigentes indígenas del Brasil, Colombia, Panamá, el Ecuador, el Perú y otros países.
Lamentablemente, después de una década el diagnóstico, preocupante, sigue siendo válido.
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Junto con la invasión de las tierras ancestrales, una de las agresiones mayores que
enfrentan los pueblos indígenas es el despojo de sus recursos naturales, que han
sido y siguen siendo objeto de la codicia de poderosos intereses económicos, lo
que se encuentra en el origen de episodios sangrientos y dolorosos. En muchos
casos el hábitat de numerosas comunidades indígenas ha sufrido daños irrepa-
rables y las empresas de exploración y explotación de dichos recursos han sido
responsables de la destrucción del modo de vida, cuando no del etnocidio de sus
integrantes. En particular han sido las comunidades selváticas las que más han
sufrido esta agresión, pero no son las únicas. En tiempos más recientes, gracias a
la movilización de los propios indígenas, a la conciencia que se está adquiriendo
por la necesidad de preservar el entorno ecológico, y al poder de los medios de
comunicación, este despojo ya ha dejado de ser cubierto por el manto del silencio,
y se asiste a una saludable reacción.6
7 Mucho de lo que acá se señala es válido también para las poblaciones afrodescendientes
(véanse los seminarios y resultados de las reuniones del Grupo de Trabajo de Minorías de
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las Naciones Unidas. Reuniones de La Ceiba, Honduras, y Chincha, Perú, en la página web
correspondiente al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos).
8 No es el tema de este trabajo, pero el espacio de mayor concreción de este discurso ha sido
el municipal. Hay numerosos municipios que han sido asumidos por alcaldes indígenas
y que han comenzado a realizar una acción de reconquista de la dignidad y programas
de desarrollo adecuados, de mucho interés (véase Ospina, Pablo y Anthony Bebbington:
Programa de Municipios Indígenas del Rimisp: Investigaciones en Ecuador y Perú. Nuestras
investigaciones, Proyecto Fondecyt Identidad e Identidades en Chile, se realizan en tres
municipios indígenas del sur de Chile: Puerto Saavedra, Chol Chol y Alto Bio Bio (<www.
identidades.cl>).
9 En Chile, a diferencia de países con mayorías indígenas, la población autodeclarada indíge-
na se ha ido perfilando cada vez con mayor claridad. Por ejemplo, en el Censo de Población
del año 1992, a una pregunta amplia sobre si se autodeclaraba parte o perteneciente a algu-
na de las culturas indígenas del país, más de un millón de personas dijeron que sí (contando
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a los mayores de 14 años que fueron consultados y a los menores de esa edad, miembros de
sus familias). El año 2002 la pregunta fue más precisa y se refirió a pertenencia, y disminuyó
la cantidad de población autodeclarada indígena en más de 300 mil personas. Sin embargo,
el estudio fino de las cifras muestra que si bien disminuyeron en las áreas urbanas quienes
se autoidentifican como indígenas, aumentó enormemente en las áreas rurales donde se ha
producido en los últimos diez años un proceso de “etnogénesis” acelerado como conse-
cuencia de las leyes indígenas y los programas de “acción afirmativa”.
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