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visiones y de interpretaciones del pasado y de los procedimientos necesarios para superar sus
consecuencias, que coexisten conflictivamente en los espacios políticos de transición. Es por ello
que uno de los desafíos más complejos que Colombia debe enfrentar como nación, es la
reconstrucción de su tejido social, profundamente desgarrado tras décadas de estar soportando toda
transformación de las comunidades más golpeadas por el conflicto, dependerá en gran medida de
una renovación institucional profunda, la cual incluye dos de las piedras angulares del posconflicto:
la elaboración de las pérdidas de las víctimas, y la puesta en juego de la memoria de las mismas.
No obstante, a pesar de que resulta cada vez más apremiante el llamado a la reconciliación entre
las partes en disputa, es importante advertir que los conceptos de duelo y memoria se enarbolan en
los discursos contemporáneos sin la consistencia epistémica que demanda su abordaje clínico y
social. Se plantean, si acaso, como significantes que orientan el ideal de superar el pasado
todos y cada uno de los acuerdos alcanzados en desarrollo de la agenda del Acuerdo General
suscrita en La Habana en agosto de 2012, se redactó con título estimable el “Acuerdo final para la
terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera” para Colombia, firmado
Colombia (FARC).
En este escenario encuentra sentido el propósito mancomunado que durante años constituyó
un insondable anhelo para millones de ciudadanos colombianos, a saber, poner fin a la implacable
creación de una Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV), como uno de los
repetición. La Comisión se puso en marcha en el año 2018, y tendrá hasta el 2021 para esclarecer
la verdad humana e histórica del conflicto armado interno; lograr el reconocimiento de la afectación
de las víctimas de todos los ámbitos y como sujetos políticos de importancia para la transformación
Sin duda alguna, esta iniciativa ha puesto de relieve la importancia de los proyectos de
construcción de memoria histórica, pues supone trabajar con “memorias individuales y colectivas
como fuentes dinámicas para documentar e interrogar el pasado, y comprender las variadas formas
mediante las cuales la memoria moldea las opciones de vida y las reivindicaciones de los
sobrevivientes a la violencia masiva” (CNMH, 2013, p.14). La memoria, desde esta perspectiva,
se erige en el pivote que posibilita el ajuste de cuentas de una comunidad con su pasado de guerra
Ahora bien, entre memoria, recuerdo, historia colectiva e historia individual, se tienden los
puentes más propicios para pensar el problema del duelo, pues como memorioso, aquél a quien la
guerra le arrebató lo más amado no podrá más que construir su historia bajo el influjo empedernido
de la nostalgia de lo que fue y no será más, pues como afirma Braunstein, “la memoria es un
panteón que guarda los restos fósiles de los momentos pasados, que honra a los que han fenecido
y, muy especialmente, a esos yoes que hemos sido y se esfumaron con cada nueva experiencia que
En esta vía, situar el análisis de nociones como memoria y duelo en el campo del
psicoanálisis ha de resultar fundamental, pues del estudio que Freud realiza durante los últimos
años del siglo XIX en torno al trauma, el recuerdo, las huellas, la elaboración y la repetición, se
desprenden elaboraciones teóricas que tendrán una incidencia directa sobre el modo de entender
posteriormente los procesos del lenguaje, y las características intrínsecas de los procesos referidos
al recordar. De igual manera, la formalización teórica expuesta por Lacan años después en relación
a nociones como castración, objeto, Otro y la experiencia de lo real, por nombrar tan solo algunas,
arroja una luz e inaugura un horizonte epistémico respecto a los efectos en el aparato psíquico de
los procesos de duelo y memoria en el marco de las víctimas del conflicto armado colombiano?
Pensar en dicho interrogante supone bosquejar una estructura conceptual que permita un
acercamiento analítico-crítico a las nociones de memoria y duelo tal como se plasman en la teoría
procesos de duelo y memoria. Lo anterior a partir de un análisis del discurso orientado y apoyado
por los referentes epistémicos y teóricos del psicoanálisis. Esto con el fin de favorecer la
comprensión de dichos procesos tanto a nivel subjetivo como social. Empresa que se propone
teoría psicoanalítica. En segundo lugar, interrogar la función del duelo y la memoria en el marco
del posconflicto colombiano. En tercer lugar, rastrear los puntos de articulación entre los procesos
He aquí, así delineada, una apuesta por el saber que parte por considerar el duelo y la
memoria como nociones que atraviesan en forma central toda la teoría psicoanalítica,
conceptos, entendiendo por ello no la formulación de directrices con garantía de verdad, pautas que
deba asumir el clínico en su práctica, sino, por el contrario, formalizaciones que posibiliten
dilucidar los puntos de articulación entre la operatoria del trabajo de duelo y las lógicas de la
memoria. De esta manera, se habrá de poner en evidencia la importancia de volver sobre los
modalidades propias de los impasses que se afincan en la sociedad colombiana, y que confrontan
1974, p.248).
en la partida un sujeto que, en lugar de decir “yo soy un experto”, dice “no sé”. No obstante, como
señala (Miller, 1997), no se trata de la “ignorancia pura sino de ignorancia docta, de la ignorancia
de alguien que sabe cosas, pero que voluntariamente ignora hasta cierto punto su saber para dar
lugar a lo nuevo que va a ocurrir”. (p. 33). Ahora bien, ¿desde dónde se puede, si es que se desea,
fundar la articulación entre duelo y memoria? Es preciso retomar aquí lo expresado por Jiménez
(2006), quien afirma que para conocer y problematizar un objeto de estudio es necesaria “una
aprehensión inicial mediada por lo ya dado, en este caso el acumulado investigativo condensado
desprende uno de los principios cruciales para el desarrollo de la presente investigación: mantener
pretende señalar algunas de las investigaciones pesquisadas en relación al tema central de estudio
propuesto y, asimismo, precisar algo de lo que falta por decir, con miras a reconocer el modo en
que este proyecto puede ofrecer un conocimiento sobre la problemática planteada que, por pequeño
memoria y del proceso de duelo dentro del marco de diversas disciplinas (antropología, filosofía,
memoria con la identidad personal. Puesto que cada uno tiene su propio ramillete de memorias y
está en condiciones de evocar los acontecimientos anteriores tales como el yo los ha conservado,
era lógico esperar, como afirma Braunstein (2013), que la memoria “comenzase por ser tratada
dentro de los marcos teóricos de la vetusta psicología de la conciencia como una función individual,
como una facultad del alma inherente a la esfera intelectual” (p. 11). Se pudo después, sin mayor
reparo, efectuar un giro conceptual y resolver que no sólo la mente en su dimensión singular podría
noción se sumió en los resquicios del olvido durante varias décadas, reconquistó cierto aliento a
partir de los años setenta, cuando los estudios centrados en la memoria, coartados por las crisis
"memoria social", "memoria colectiva", e "historia popular" (Fentress & Wickham, 1992; Gedi
& Elam, 1996; Rosenzweig & Thelen, 1998; Winter & Sivan, 1999).
Brescó & Wagoner (2019), que lleva por nombre La psicología de los monumentos modernos: la
implicación afectiva de los recuerdos personales y colectivos. En este se analiza cómo el duelo y
la memoria colectiva son experimentados y expresados en los memoriales modernos. Para los
autores, los recuerdos se los hace colectivos por la forma en que son interpretados y sentidos en
identidad colectiva de un grupo (Brescó & Wagoner, 2019). Conmemorar, entonces, supone
recordar en común, y en esa vía la pérdida colectiva implica llevar el pasado al presente de una
manera emocional. Brescó y Wagoner toman la noción Halbwachsiana de memoria colectiva, que
alude a la relación orgánica y afectiva que una comunidad particular tiene con su pasado, para
contraponerla a la de la historia, que no sería más que memoria muerta. Así visto, el pasado
transmitido a través del recuerdo colectivo, no importa cuán distante o incluso mítico pueda ser,
nunca es, por definición, un país extranjero; más bien, es algo familiar y emocionalmente vinculado
a una comunidad en particular. Desde esta perspectiva teórica, la conmemoración de una pérdida
colectiva, independientemente de lo remota que pueda ser dicha pérdida, es algo que se realiza y
se siente en el plural en primera persona por parte de un determinado grupo. Asimismo, el recuerdo
y el duelo se convierten en algo mediado por las posibilidades y limitaciones de un contexto, que
a su vez se crea social e históricamente; cumplen funciones sociales importantes, como revitalizar
los límites emocionales con miembros vivos y muertos de una comunidad imaginada determinada.
Víctimas del 11-S construido en la Zona Cero de Nueva York. El propósito de lo anterior fue
dilucidar hasta qué punto las diferentes formas de memoria (es decir, su estilo arquitectónico,
género y recursos materiales) median diferentes formas de articular la memoria colectiva y el dolor
colectivo. Se emplearon dos metodologías diferentes en cada sitio de trabajo de campo. En el caso
del memorial de Eisenman, se realizaron entrevistas semiestructuradas con personas que estaban
entrevista "de paseo" en el que los participantes comparten sus sentimientos, pensamientos,
sensaciones y recuerdos a medida que avanzan por el sitio acompañados por el investigador.
materiales situados históricamente, crean posibilidades y limitaciones para que las personas se
conectar los eventos colectivos con sus propias historias individuales, las personas pueden
apropiarse y personalizar los memoriales modernos de una manera que tenga sentido para ellos,
A partir de lo anterior, los autores concluyen que el recuerdo humano es tanto personal
como sociocultural y, por otro lado, que los mediadores de la memoria, como los memoriales,
conmemorar una pérdida colectiva en el plural en primera persona, también permiten una variedad
de procesos de creación de significado individuales y formas personales de recordar y conectarse
Cabe resaltar que el artículo de Brescó & Wagoner (2019) propone una articulación entre
partir de las posibilidades simbólicas que ofrece la cultura es sin duda uno de los puntos destacados
más importantes. No obstante, los autores no explicitan los mecanismos que operan a nivel
subjetivo en relación a la tramitación simbólica, ya que, aunque se trate de memoriales que figuran
comporta las más singulares modalidades de respuesta ante lo insoportable. Desde el psicoanálisis
podemos pensar por qué para algunos sujetos es más plausible cicatrizar el tejido desgarrado de la
memoria, mientras que otros se aferran tenazmente a la fatalidad del recuerdo doloroso. De igual
manera, preguntarnos por la relación que guarda entre sí lo que un sujeto recuerda y lo que los
demás le atribuyen de un pasado que bien podría querer rehusar o que se obstina en atesorar a pesar
de las desmentidas.
por Piper-Shafir, Fernández-Droguett, & Íñiguez-Rueda (2013), se plantea una línea de trabajo
del golpe militar en Chile de 1973, a la dictadura que le siguió y a los intentos de transitar hacia la
democracia. La pregunta central en torno a la cual gira dicho trabajo se refiere a los sujetos que
estas memorias construyen, así como a sus efectos en el presente y posible futuro y posibles futuros.
Para estos autores, aunque los debates sobre la comprensión de procesos de memoria
colectiva se hayan visto signados por la tensión entre lo individual y lo colectivo, la lectura que
ofrece la psicología social permite adoptar una perspectiva que “considera simultáneamente los
procesos sociales constituyentes de la subjetividad, las acciones que construyen al sujeto social y
la construcción de la realidad social, con especial interés en la dimensión simbólica de los procesos
acciones por medio de las cuales se recuerda el pasado reciente, considerando que estas son a la
vez discursivas y performativas. La memoria como acción discursiva construye relatos sobre el
pasado. En ese sentido, recordar algo supone, a su vez, decir qué y cómo se recuerda, delimitando
un momento específico y con un determinado tejido de sentido. Por otro lado, entender la memoria
como performance supone centrarse en las acciones rituales en las cuales se realiza y que van
el pasado relacionados con el golpe de estado en Chile, los autores afirman que el dolor y el
sufrimiento de las víctimas constituyen no solo un elemento central en los recuerdos, sino que son
también el actor central de los lugares de memoria. Asimismo, subrayan la centralidad de la figura
represión política de la dictadura. Cuestión que motiva la pregunta por aquellas “otras memorias”,
esto es, las de las generaciones que no vivieron dicho período histórico. En consecuencia, no solo
es relevante interrogarse por las memorias que las diversas generaciones construyen respecto del
pasado reciente-conflictivo de la sociedad, sino también por cuáles son las relaciones que existen
entre ellas.
activa por parte de las agrupaciones de derechos humanos no solo manifiesta la ausencia de una
política pública del recuerdo, sino la importancia y urgencia de su realización. Ya que “solo así
podrá el Estado garantizar el derecho ciudadano a la conservación y transmisión de la memoria,
Este trabajo tiene la virtud de introducir una puntualización que reviste de particular interés
para nuestra investigación, a saber, que la posibles interpretaciones (memorias) no estarían dadas
por los acontecimientos que se recuerdan, sino por la posición que ocupa el sujeto en dicha
tradición. Lo cual supone impugnar el estatuto de verdad que se le atañe a la interpretación, y así
los anclajes culturales y lingüísticos del sistema de significados que la articulan. No obstante,
aunque con ello se arroje una luz respecto a la dimensión social de la memoria y su relación con la
tramitación del pasado traumático, la reunión de las nociones de memoria y duelo no encuentran
aquí un esfuerzo conceptual que permita discernir sus puntos de articulación en la vida anímica, y
en esa vía se prescinde de una lectura clínica que ilustre el lugar de lo inconsciente y lo real 1 —
o también “trastorno persistente de duelo prolongado” (Boelen, Huntjens, van Deursen, & van den
1Aquí la expresión “real” no define la realidad objetiva, percibida por los órganos de los sentidos y hecha existir
mediante su formulación en conceptos. En el uso que hace Lacan de este término, denota, para cada sujeto,
aquello que cae por sorpresa y lo traumatiza; eso que por permanecer fuera de sentido lo angustia y horroriza,
eso que retorna en el mismo lugar, así se suponga superado. Como afirma Gallo (2016), “de esto real cada quien
solo logra simbolizar pedazos, elementos sueltos, desarticulados, con los cuales no es posible armar algo
coherente y bien sistematizado. (p. 18).
Hout, 2010; Brittlebank, Scott, Mark, Williams, & Ferrier, 1993; Golden, Dalgleish, &
Mackintosh, 2007; Maccallum & Bryant, 2008, 2010, 2011; Xiu, Maercker, Yang, & Jia, 2017).
y la memoria episódica. Dicha proximidad, ha conllevado a que en algunas explicaciones las dos
sean consideradas equivalentes (Markowitsch & Staniloiu, 2011). Ahora bien, como plantean
complicado, “es posible que las memorias autobiográficas que se tienen del difunto sean un factor
que sustente la prolongación del duelo complicado” (p. 1311). Según los autores, los recuerdos
preocupaciones sobre uno mismo; en suma, son una central característica del yo autobiográfico
porque son esenciales para el desarrollo de una historia de vida interiorizada. En este orden de
la autorregulación.
En relación a lo anterior, Maccallum & Bryant (2010) señalan que la pérdida de un ser
querido no solo interrumpe las relaciones de apego, sino que también puede estimular cambios en
los roles y objetivos de vida establecidos, y por lo mismo aseveran que el grado en que un individuo
el estudio que llevaron a cabo, se tomó una muestra de 40 participantes, de los cuales 24 individuos
aplicó el test de memoria autobiográfica, con el fin de que describieran tres recuerdos definidores
del yo (Williams & Broadbent, 1986), Los resultados mostraron que los participantes con un duelo
complicado proporcionar más recuerdos autodefinidos que involucraban al fallecido. El grupo sin
duelo complicado evidenció una mayor búsqueda de beneficios en sus narraciones de memoria y
experimentó menos emociones negativas en el recuerdo. A partir de estos hallazgos, los autores
concluyen que el duelo complicado está asociado con patrones distintivos de memoria
autobiográfica que están vinculados a la identidad propia, cuestión que sugiere que las personas
afligidas que experimentan un anhelo continuo por su ser querido consideran que su identidad
propia está más estrechamente relacionada con la persona fallecida y están más afligidas por los
En esa misma línea se ubica el trabajo de Boelen et al., (2010) titulado Especificidad de la
postraumático tras la pérdida. Según los autores, “la especificidad reducida de la memoria (o
"memoria sobregeneral") está más claramente presente en las personas con antecedentes de trauma
y en las personas con diagnóstico de depresión o trastorno de estrés postraumático (TEPT)” (p.
traumáticas. Esta "hipótesis de regulación afectiva" explicaría por qué se observa un exceso de
memoria general entre las víctimas de trauma. Segundo, puede deberse a un control ejecutivo
relacionada con el duelo y una versión estándar y rasgo de la prueba de memoria autobiográfica
(AMT) a 109 personas en duelo. Con la AMT, las personas recibieron instrucciones para recuperar
una memoria personal específica en respuesta a palabras clave positivas y negativas, con el fin de
relacionadas con la pérdida ; (b) niveles de síntomas de duelo complicado, depresión y trastorno
de estrés postraumático, y (c) asociaciones del contenido de los recuerdos (relacionado versus no
relacionado con la persona perdida) con síntomas. Los hallazgos mostraron que la especificidad de
complicado, pero no con la depresión y el TEPT; por otro lado, que los niveles de síntomas de
duelo complicado y TEPT se asociaron con una recuperación preferencial de memorias específicas
relacionadas con la persona perdida. Finalmente, los autores concluyen que los recuerdos
vinculados a la fuente de la angustia de un individuo (por ejemplo, la pérdida) son inmunes a los
Autores como Golden, Dalgleish, & Mackintosh (2007) sostienen las hipótesis descritas en
los trabajos anteriores y afirma que los individuos traumatizados tienen una dificultad relativa para
recuperar recuerdos autobiográficos específicos de toda su vida. Sugieren que esto representa una
evitación funcional generalizada del pasado personal que, paralelamente, conlleva a la aparición
traumáticas diferentes a la pérdida de un ser querido (p. ej. Dalgleish et al., 2003; Decker, Hermans,
Raes, & Eelen, 2003; Harvey, Bryant, & Dang, 1998; Henderson, Hargreaves, Gregory, &
Williams, 2002; Hermans et al., 2004; McNally, Lasko, Macklin, & Pitman, 1995; McNally, Litz,
Cabe resaltar que los artículos mencionados se concentran en concebir una distinción entre
perspectiva del duelo como una categoría nosológica, y de la memoria como un proceso de
evocación de vivencia específicas, no se interesa por ninguna discusión acerca de los modos en que
detallado, el interés principal dentro de esta línea de trabajo es determinar la cantidad de recuerdos
que ha de tener alguien en relación a las vivencias relacionadas con el difunto, situando el proceso
de la memoria como exclusivo del orden yo-consciencia. Desde esta perspectiva no se da lugar a
que es excluido en razón de que resulta inconciliable o inconveniente para el yo. Los mecanismos
de construcción de esas ficciones de la memoria serán, sin duda, pieza fundamental en la empresa
La memoria se ha erigido como una de las líneas de fuerza más relevantes en el panorama
coyuntura idónea para intentar la indispensable y difícil conexión entre arte y sociedad. Como
reconocen Domínguez, Fernández, Tobón, & Vanegas (2014), desde finales del siglo pasado,
algunas de las obras más categóricas del arte colombiano han configurado poéticas de la memoria
que metaforizan la naturaleza del dolor, el recuerdo y el olvido a través de sus soportes,
2004) de Doris Salcedo; en Aliento (1996-2002) de Óscar Muñoz; en Bocas de Ceniza (2003-4) de
Juan Manuel Echavarría; y en las Auras anónimas (2009) de Beatriz González. Estas apuestas
artísticas alientan con aplomo los procesos de duelo en las comunidades, así como la reconstitución
de la identidad. De igual forma la reflexión que suscitan entroniza una relación con el pasado que
lo mantiene presente y nuestro, avivando las potencialidades soterradas en él, así como las
tramitación del dolor a través de lo simbólico. En esa vía, por ejemplo, Pinilla (2017), en su artículo
Memoria, arte y duelo: el caso del Salón del Nunca Más de Granada (Antioquia, Colombia),
analiza el trabajo de memoria colectiva realizado en el Salón del Nunca Más, ubicado en Granada.
En dicho municipio, el Salón apostó por la articulación de diversas prácticas que, junto al interés
de simbolización de la pérdida a partir de rituales públicos. Para el autor, cierta imposibilidad que
subyace a la tramitación del dolor, indica el lugar central que ocupa la memoria colectiva. No
obstante, lo noción misma entraña los más oscuros problemas, pues quienes estarían destinados a
horror de la pérdida. En este sentido, Pinilla (2017) considera que “el trabajo sobre la memoria no
sólo es una cuestión política (pública) sino también psicológica (privada). De modo que los
imperativos sobre la memoria colectiva (el deber de recordar) resultan inseparables de los trabajos
de duelo y la evolución del trauma (la necesidad de olvidar)” (p. 318). Una anotación que introduce
aquí el autor resulta de suma importancia, a saber, que la experiencia traumática, con su cuota de
silencio o renuencia a hablar, se encuentra en estrecha relación con una crisis del lenguaje y,
documental del fotógrafo Jesús Abad Colorado y, por último, la obra de la artista Erika Diettes
titulada “Río abajo”. A partir de esto, se discierne el papel de las imágenes para activar la memoria,
canalizar o darle cabida al dolor. Para Pinilla, esta dimensión emocional del trabajo de memoria es
parte constitutiva en estos procesos, “pues en situaciones como las acontecidas en Granada —
también inscrita en el orden de lo colectivo, de manera que la puesta en escena pública del dolor
pone de relieve el carácter terapéutico del arte para la tramitación del duelo. El Salón, en otras
palabras, posibilita el ofrecimiento de un marco social para la pérdida de los seres amados, en aras
de que otros den autenticidad a la pérdida que en un principio se siente en lo más íntimo, es decir,
Pinilla (2017) finaliza subrayando el objetivo de los trabajos de memoria llevados a cabo
en el Salón del Nunca Más: darle forma al sinsentido de lo ocurrido, que es el sentimiento dejado
por el trauma experimentado. Más que forjar cierta identidad colectiva, lo que se propone el Salón
para las víctimas, ha sido interrumpido y parece existir sólo el presente” (p. 338).
De lo anterior se desprenden preguntas que concentran gran utilidad para nosotros: ¿por
qué regresan los muertos? ¿por qué salta a la vista la indeclinable y mortificante repetición del
dolor? ¿Cómo hacer posible el reconocimiento del pasado como algo cumplido en el núcleo de su
pues “conciencia y memoria se excluyen entre sí” (p. 275), pues lo olvidado o siempre recordado
duelo, entendido como un proceso propio de la elaboración de marcas que testimonian una herida,
supone un trabajo para el sujeto por cuanto implica conseguir que lo perdido se integre en la materia
de lo dicho o lo vivido, sin estar sometido por la carga de la extrañeza o la marca de su separación.
abundar las tentativas de pensar la articulación entre el duelo y la memoria, cuestión que equivale
idea de traumatismo psíquico y de sus destinos. Eso llevó a olvidar otro polo de la memoria: el de
la nostalgia, el goce de la memoria aferrada a lo perdido y ausente” (p. 51). Estas palabras son
contemporáneas al interés particular de la empresa que aquí se propone ejecutar, ya que indican
una hiancia, un vacío epistémico al momento de pensar la dimensión de la memoria como memoria
del dolor, es decir, en su relación con lo real de la pérdida. Asimismo, cabe resaltar la erudita y
minuciosa investigación psicoanalítica de la memoria llevada a cabo por el mimo Braunstein
(2013), que culmina con la formalización del texto La memoria del uno y la memoria del otro. Allí
des-cubrirá una dimensión vergonzante de la memoria de los humanos: el goce del recuerdo
relativamente impotente ante la violencia del recuerdo hiriente. ¿Podríamos sostener que la
memoria ama al dolor y que no sabe olvidarlo, decir incluso que la esencia de la memoria
En esa vía, Braunstein se empeña por elucidar los efectos deletéreos que tiene el recuerdo
Cabe destacar, por otro lado, dos trabajos cuyas principales líneas de desarrollo abordan
olvido. La autora parte del supuesto de que “la memoria inolvidable imprime una condición trágica
a la existencia, no sólo a causa del carácter mortal de los recuerdos, sino también en razón de su
dimensión mortífera” (p. 20). Supuesto que encuentra soporte en la obra La escritura o la vida, de
Jorge Semprún (1995). Moreno alude a una memoria que denomina real, a la cual le sucedería una
voluntad de olvido que se muta en represión, y en esa medida considera que “la represión misma
sería un intento de trazar un borde a la atrocidad” (2004, p. 22). Los recuerdos vueltos así
inconscientes han de persistir a su vez como la memoria más mudable, y en esa vía la memoria
atormentadora, traumática, librada a los artificios del inconsciente, producirá en el síntoma otra
presentación de sí, deformada lo bastante como para que su portador no la reconozca. Por otro lado,
se subraya la distancia que se establece entre lo efectivamente vivido y la palabra que lo evoca,
cuestión que pone en juego una dimensión estructural que se revela como sustento de la memoria
y el olvido: así, para Moreno ya en la memoria como inscripción de una ausencia yace el germen
del olvido.
(2004), aborda dos dimensiones del duelo que se encuentran en estrecha relación con la memoria.
Por un lado, el autor considera que quien esté en duelo procurará con la puesta en marcha de la
memoria bordear ese hueco, ese agujero en lo real dejado por el muerto. No obstante, el sujeto de
duelo pronto habrá de enfrentarse a una encrucijada, pues “uno de los lazos a desanudar para poder
asumir la pura pérdida, del muerto y del trozo de sí, tiene que ver con ese porvenir que se convirtió
de repente en un ‘sin-haber-venido’” (p. 38). Desde esta perspectiva, aunque los recuerdos de lo
vivido con el muerto acosen, el problema no reside tanto en esta memoria de lo realizado, sino en
lo no cumplido. Esta elucubración encuentra sustento para Figueroa (2004) en la tesis propuesta
por Jean Allouch (2006) en Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca, que condensa el
siguiente apotegma: “la medida del horror en quien está de duelo es función de la medida de la no
Una segunda arista tiene que ver con la dimensión social del duelo; esto es, con la búsqueda
de la satisfacción de la memoria del muerto. Como afirma Figueroa (2004) para Freud la
“satisfacción de memoria sería satisfacción de deseo, es sólo a este nivel de memoria como se
percepción”. (p. 53). Se trata entonces de una concepción que encuentra soporte en lo planteado
llama ‘la memoria del muerto? ¿Qué son sino la intervención total, masiva, desde el infierno
hasta el cielo, de todo el juego simbólico? […] el trabajo de duelo se presenta en primer
lugar como una satisfacción dada al desorden que se produce en razón de la insuficiencia
de todos los elementos significantes para enfrentarse al agujero creado en la existencia por
la puesta en juego de todo el sistema significante en torno al menor duelo” (p. 131).
que nos encontramos en Colombia, pues advierte, por un lado, la presencia de toda esa memoria
traumática que demanda ser satisfecha y, asimismo, la exigencia a las comunidades de soportar ese
historias a narrar, etc., por el otro, la necesidad de no caer en una mera estandarización de la
Para concluir esta primera aproximación a los antecedentes en el campo del saber
psicoanalítico, bien valdrá cernir ciertos puntos relativos al problema enunciado que los textos
descritos invitan a pensar, y algunos de sus distingos con respecto al presente estudio. Braunstein
parte, como es manifiesto, de un problema similar al que aquí se intenta esclarecer, pero con un
resultado muy diverso. Si bien su modo inédito de abordar el tema de la memoria no deja de lado
las perspectivas históricas, filosóficas, literarias y neurocientíficas, queda fuera del alcance de su
trabajo una reconstrucción minuciosa y pormenorizada del problema de la articulación entre duelo
y memoria
Por otro lado, aunque la referencia a la memoria de lo traumático resulta transversal en los
pérdida ―como una de las modalidades de lo traumático― en su relación con los procesos
Marco teórico
Según Mullan, Skaff y Pearli (2003) el duelo es un proceso psicosocial muy variado, cuyas
complejidades se derivan en parte del hecho de que la muerte de un individuo se refleja a diversos
sufrimiento y reajuste a la propia vida ante cualquier pérdida importante para una persona” (Hamill,
2009). En palabras de Morin (1994) “el duelo es la expresión social de la inadaptación del hombre a la
muerte, pero al mismo tiempo es también el proceso social de adaptación tendente a restañar la herida
de los individuos supervivientes” (p.82). Así, aunque se vive a nivel individual, el duelo se inscribe en
la dimensión social y cultural que comprende al conjunto de fenómenos que se movilizan tras la pérdida
de un ser querido. Según Luzón (2004), citado por Aboitiz (2012) estos fenómenos pueden ser
psicológicos (cambios fundamentalmente emocionales por los que se elabora internamente la pérdida;
representaciones vinculadas con la pérdida afectiva, la frustración o el dolor (aflicción, angustia,
molestias somáticas, etc.); y sociales (manifestaciones culturales y sociales, e incluso económicas que
trajeron consigo cambios en la concepción del duelo. A partir del siglo XIII, sus manifestaciones
perdieron espontaneidad: las grandes gesticulaciones de la primera Edad Media fueron simuladas
por plañideras2. Más tarde, los testamentos de los siglos XVI y XVII enseñan que los cortejos
fúnebres estaban “compuestos principalmente por figurantes análogos a los plañideros: monjes
mendicantes, pobres y niños de los hospitales, a los que se vestía para la ocasión y que recibían tras
la ceremonia una porción de pan y algo de dinero” (Ariès, 2011, p. 240). Si se pudiera trazar una
línea histórica del duelo, se obtendría una primera fase aguda de espontaneidad abierta y violenta
aproximadamente hasta el siglo XIII; después una larga fase de ritualización hasta el siglo XVIII
y, a finales del siglo XIX, un período del dolor exaltado, de manifestación dramática y de mitología
fúnebre.
Hoy en día, a la necesidad milenaria del duelo más o menos espontánea o impuesta según
las épocas, le ha sucedido, a mediados del siglo XX, su interdicción. Como señala Ariès (2011) en
el intervalo de una generación la situación se ha invertido: “ya no son los niños los que vienen de
la cigüeña, sino los muertos los que desaparecen entre las flores” (p. 255). Los parientes de los
muertos están, así pues, forzados a fingir la indiferencia. Se le exige al sujeto contemporáneo un
control de sí mismo, pues lo que importa es que no dejen de traslucir las propias emociones. De
esta manera, se vislumbra de qué manera la sociedad por entero se comporta como el equipo
2
Una plañidera ―imagen paradigmática del duelo―, era una mujer a quien se le pagaba por ir a llorar
al funeral de alguna persona. “La palabra viene de plañir (sollozar) y ésta del latín plangere” (Suárez & Plácido,
2006, p.110)
médico. Si el moribundo tiene que sobreponerse a su turbación, y al mismo tiempo, colaborar
amablemente con los médicos y las enfermeras, el desventurado superviviente tiene que disfrazar
su pena, renunciar a retirarse en una soledad que lo traicionaría y continuar sin interrupción su vida
social, laboral y de ocio. De lo contrario sería excluido, y dicha exclusión acarrearía consecuencias
muy distintas a las de la reclusión del luto tradicional3. Quien desee ahorrarse ese trance deberá
conservar su máscara en público y no quitársela sino en la más secreta intimidad: sólo se llora en
privado, lo mismo que cuando uno se desviste o descansa, a escondidas, como si fuera un análogo
frivolidad de los supervivientes, sino a una coacción despiadada de la sociedad; ésta se niega a
participar en la emoción del enlutado: una manera de rechazar, de hecho, la presencia de la muerte,
incluso aunque en principio se admita su realidad. A partir de entonces aparece a plena luz como
un rasgo significativo de nuestra cultura, “las lágrimas del duelo son asimiladas a las excreciones
de la enfermedad. Unas y otras son repugnantes”. (Ariès, 2011, p. 648), y, en esa medida
impersonal y frío, en lugar de permitir al hombre expresar lo que siente ante la muerte, se lo impide
y paraliza.
Así, al igual que en otros ámbitos de la vida social moderna ―nacimiento, educación,
salud―, también la gestión de los procesos de morir, muerte, aflicción y duelo han sido asumidos
por organizaciones burocráticas especializadas (el hospital como espacio de enfermedad, dolor,
sufrimiento y muerte; el geriátrico como reserva para ancianos; el tanatorio como el escenario de
3
Ésta era aceptada por todos como una transición necesaria, y contemplaba paliativos asimismo rituales, como
las obligatorias visitas de pésame, las cartas de consolación, los socorros de la religión. Hoy en día posee el
carácter de una sanción análoga a la que afecta a los marginados, los enfermos contagiosos o los maníacos
sexuales. Sitúa a los afligidos impenitentes del «lado de los asociales» (Ariès, 2011).
4
En relación a esto, Gorer termina preguntándose si una parcela importante de la patología social de hoy no
tendrá su origen en la expulsión de la muerte fuera de la vida cotidiana, en la interdicción del luto y del derecho
a llorar a los propios muertos.
la despedida pública, entre otras), siendo implementados rutinariamente a través de procesos
admite el hecho de que una muerte no esté racionalizada, privilegiando “la identificación científica
de las causas de muerte a través de patólogos, médicos forenses o jueces de instrucción sobre la
sensibilidad de los supervivientes o sobre los intereses de éstos por la pronta puesta en marcha de
los ritos funerarios” (Walter, 2002, p.10). Lógica de racionalización que se ha extendido incluso
hasta al proceso psicológico del enfrentamiento a una muerte por parte de los supervivientes,
identificándose el duelo normal con una secuencia de etapas por las que deberían de transitar los
Estas breves puntualizaciones respecto al duelo sirven de antesala para situar el tema del
duelo en el marco de la disciplina psicológica. Esto teniendo en cuenta, como señala Ariès (2011),
que “a partir de ese conjunto de transformaciones, el duelo fue tal, que pronto se convirtió en una
naturaleza susceptible de ser regulada y como tal sirvió de referencia a los psicólogos del siglo
XX” (p.651).
desde hace varias décadas: Parkes & Prigerson (2013 [1972]), Stedeford (1984), Saunders (1980),
Twycross & Lack (1990) y (Worden, 2018 [1984]) son algunos de los autores que más han aportado
en este sentido. No obstante, es menester señalar que no ha sido así desde siempre. Como afirma
(Portocarrero, 2012) “solo a partir de los años setenta empezaron a surgir una serie de estudios
clínica propia, diferenciada de los demás trastornos psicológicos” (p. 39). Prigerson (1995) ha sido
una de las autoras que ha liderado un amplio estudio dirigido a la validación de estos criterios.
Entre sus aportaciones más relevantes se destaca la elaboración del Inventario de Duelo
clínica psicológica.
De igual manera, los planteamientos de Kübler-Ross (1973; 2009; 2005) dieron lugar a uno
de los modelos psicológicos sobre la muerte con mayor influencia en las bases de la Psicología de
la Muerte. Según este, todas las personas afectadas por una enfermedad no curable atraviesan por
enfrentamiento a una muerte por parte de los “enlutados” supone atravesar las mismas etapas;
propuesta que ha sido acogida en gran medida por numerosos teóricos y que ha generado una
abundante bibliografía en los últimos años. Aun así, como reconocen Prigerson, Vanderwerker, &
Maciejewski (2008), los expertos ponen de manifiesto que “la falta de criterios consensuados y
medidas sensibles del duelo, ha hecho difícil el desarrollo y replicación de las investigaciones que
faciliten conocer cuáles son los tratamientos más efectivos para este tipo de dolor” (p. 170).
Más allá de esto, los modelos de trabajo fundamentados en las intervenciones por fases y
por tareas, así como en conceptualizaciones neurobiológicas, se han ido consolidando como los
mayores referentes. Worden (2003) por ejemplo, describió cuatro tareas básicas que consideraba
expresar sentimientos; adaptarse a vivir en un mundo en el que el otro ya no está; y, por último,
facilitar la recolocación emocional del ser querido y seguir viviendo. Por otro lado, el tratamiento
propuesto por Shear (2010) ha contado con gran respaldo en el manejo del duelo complicado, esto
es, para el abordaje de aquellas personas que después de haber perdido a un ser querido, manifiestan
dificultades para integrar su nueva realidad en sus vidas. Los planteamientos teóricos en los que se
asienta provienen de la teoría del apego de Bowlby (1998). Dentro de esta propuesta se contempla
la existencia, a nivel del sistema nervioso central, del circuito cognitivo-afectivo de apego
denominado “working model” y evidencia que la motivación de acercamiento a las figuras de apego
incluye elementos de información explícita e implícita, que en nuestra memoria hace diferir el tipo
de información que incluye y en la manera en la que asimilamos nueva información. En este orden
de ideas, cuando se pierde a un ser querido, la memoria narrativa incorpora los hechos y
acontecimientos ocurridos, mientras que la semántica e implícita tarda en desarrollar nuevas reglas
Por su parte, Wittouck, Van Autreve, De Jaegere, Portzky, & van Heeringen (2011) han
señalado las limitaciones metodológicas que se han encontrado en la revisión de los estudios y la
complicado en el DSM. Como conclusión de su estudio meta-analítico titulado The prevention and
treatment of complicated grief, plantean que no se puede establecer cuál es el tratamiento más
adecuado para el duelo complicado, esto en razón de que “quizá cada forma de dolor es único y
genera necesidades diferentes en las personas y que posiblemente los protocolos se debieran
Heeringen , 2011, p. 73). Sin embargo, ello no ha impedido que se convenga la estructuración del
duelo como un hecho inscrito fundamentalmente en el orden de lo patológico, así como susceptible
desarrollan desde las propuestas de las TCC. Boelen, van den Hout, & van den Bout (2006),
puntualizan que, dentro del enfoque cognitivo-conductual, se considera que hay tres variables
En adición, hay una serie de variables que se consideran antecedentes y que facilitan la interacción
de estos tres aspectos fundamentales. A partir de ello se desencadena la persistencia del duelo
complicado manifestándose la clínica principal y propia del mismo, relacionada con la presencia
Estas variables se pueden resumir en: los factores vulnerabilidad personal de los dolientes; las
autobiografía existente, identificar y modificar las creencias e interpretaciones del proceso que sean
otras que proporcionen un ajuste más adecuado. Siguiendo a Mittag (1992), para poder evaluar las
creencias que tiene el paciente, se les pide que describan cómo fue la muerte del ser querido y si
todo lo acontecido ha podido cambiar su punto de vista sobre sí mismo, su vida y su futuro.
Posteriormente se recomienda el uso de algún cuestionario que permita evaluar las cogniciones
relacionadas con el duelo, como por ejemplo el Cuestionario de cogniciones de duelo (Boelen y
Lensvelt-Mulders, 2005). Con respecto al trabajo centrado en las emociones, la evaluación también
debe incluir experiencias anteriores con la pérdida, fortalezas y debilidades que estén presentes en
su repertorio de afrontamiento, para de tal manera poder identificar las creencias preexistentes
sobre el yo y el mundo y las consecuencias que ha tenido la experiencia de pérdida. De tal manera,
se prosigue a propiciar información de cuáles son las manifestaciones y reacciones propias del
duelo, cómo funcionan las emociones, cómo se encauzan y cuáles son los comportamientos
habituales, es decir, se le debe ofrecer al paciente una perspectiva de cómo transcurre y se elabora
el proceso (Romero, 2013). Todo ello se inscribe en el orden del tratamiento del duelo, cuestión
que se encuentra más cerca de lo disciplinar que de lo terapéutico. Esto, si se tiene en cuenta que
propiamente terapéutico, del lado de la producción de un saber que permita lidiar con el malestar
y tomar una posición respecto del mismo. Esta distinción, de suma importancia en la experiencia
implementadas por el enfoque cognitivo-conductual, caracterizado por una transición del arte de
curar, desde las lógicas de la singularidad, a la ciencia de normalizar el individuo, inscribirlo en las
Ahora bien, en cuanto a las estrategias, con gran frecuencia predomina el uso de técnicas
de exposición en imaginación o en vivo (Candel, Vicent, y López, 2007), así como las de
inundación usadas para el Trastorno por estrés postraumático por Foa y Rothbaum (1998), citados
por Romero, (2013). La exposición se realizaría de manera gradual con el fin de que se vayan
debilitando las creencias globales más negativas, que sostienen la evitación de las emociones que
son dolorosas; trabajo que se vería apoyado por el uso del diálogo socrático5 y la reestructuración
cognitiva, en tanto que ambas se orientan a desmontar las cogniciones erróneas y a aportar
5El dialogo socrático es una técnica cognitiva que busca provocar una disonancia cognitiva, a través del
descubrimiento guiado del terapeuta mediante preguntas sistemáticas que pongan en evidencia los errores
lógicos en la forma de procesar la información (Partarrieu, 2011, p. 180)
evidencia de que la validez de las interpretaciones está magnificada y sobrevalorada. Asimismo,
para trabajar la ansiedad, Romero (2013) en su trabajo de investigación titulado Tratamiento del
para el duelo complicado planteado por Katherine Shear (2010), reconoce que las exposiciones se
valen de la prevención de respuesta que se suele usar en el tratamiento de los Trastornos obsesivos-
compulsivos y que, por otro lado, para fortalecer el trabajo realizado con las reacciones depresivas,
tratamiento de pacientes similares, es decir, aquellos que han sido ubicados en la misma categoría
comunes a nivel cognitivo, afectivo y motor de dolientes adultos (Carmona, 2012). Cuestión que
Méndez y Maciá (2003) “cuando ésta minimice los comportamientos desadaptativos y maximice
psicológicas y fisiológicas que continúan luego de vivir la pérdida de un objeto o sujeto con
alto valor afectivo y funcional (…) situación que genera disonancia cognitiva y confusión,
adaptativas, entendidas como aquellas que se inscriben en los parámetros de una sociedad que
vocifera un rechazo infranqueable hacia las cuestiones vinculadas con la muerte. Así, la supremacía
de la técnica, y de los ideales de retornar la funcionalidad del sujeto en el menor tiempo posible,
en lo que concierne al abordaje del duelo en la experiencia clínica, permite pensar que, cada vez
más, atreverse a hablar de la muerte, otorgarle un espacio y un tiempo que corresponde únicamente
con el tiempo del sujeto, no significa más que la posibilidad de provocar una situación siempre
Es por lo mismo que, como se constata en la actualidad, a pesar de las propuestas realizadas
por parte de los investigadores, en la reciente publicación del DSM-5 (2013) el duelo sigue
Aquellos problemas adicionales que pueden ser objeto de atención clínica no atribuible a
trastorno mental, que a su vez podría ocasionar síntomas similares a la depresión mayor,
358).
En este caso hay una diferenciación en el DSM-5 con respecto a las anteriores ediciones, y
es que el duelo no excluye el diagnóstico de depresión. Si bien el DSM-IV (2001) excluía dentro
de la depresión a las personas que mostraban dichos síntomas tras la pérdida de ser querido en los
dos meses anteriores, el DSM-5 omite esta exclusión (Romero, 2013). Entonces, se plantea hacer
uso de un conjunto de técnicas, cuyos efectos positivos hayan sido comprobados empíricamente en
del evento que el/ella puedan repetir una y otra vez”. (Carmona, 2009, p. 36). Por lo tanto, la
apuesta consiste en modificar e introducir un saber impuesto para que, en el menor tiempo posible,
que este se vea implicado en aquello que lo concierne, así como de producir un saber que le permita
toma una posición; operación que sólo puede emerger si se reconoce lo imprevisible que introduce
lo simbólico, las palabras y su más de sentido, que indican, a su vez, la singularidad de las formas
en que pueda ser tramitado por cada sujeto, quien habrá de hacer lugar a diferentes modalidades de
entre los duelos que se nos imponen a lo largo de la vida y esos que se ordenan en la experiencia
de la cura psicoanalítica” (p. 4). La clínica psicoanalítica no deja de constatar que ante la
experiencia de la pérdida el mundo de una persona queda desierto, por cuanto la implacable
6
Este trastorno se encuentra clasificado en el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (2013;
DSM-5, por sus siglas en inglés) dentro de los Trastornos Relacionados con Trauma y Estresores, en la
categoría de “Otros Trastornos Especificados Relacionados con Trauma y Estresores.
irrupción de lo imprevisto deja al sujeto suspendido de las hilachas desgarradas del hilo de su
historia. No tenemos un lenguaje para los finales, nos dice el poeta (Juarroz, 2007), intentando
“¿por qué enferma el mentado y comentado “traumatismo psíquico” que puede ocasionar
el duelo, tal como lo entienden el vocabulario y la ideología corriente? Porque instaura una
discontinuidad en la vida, es decir, en la memoria de la vida, ese panteón que guarda los
restos fósiles de los momentos pasados y honra a los que han fallecido. Conservamos la
espectral memoria, triste aunque sean alegres los recuerdos, porque estéril es el paisaje de
Aunque se puede encontrar una abundante reseña a la temática del duelo en las teorizaciones
del psicoanálisis, el inicio de su recorrido puede ubicarse en el trabajo de Freud (1917a), titulado
elaboraciones clínicas que se han sostenido en el edificio teórico del psicoanálisis. Se puede decir,
grosso modo, que en este texto Freud compara la melancolía con el duelo: plantea la primera como
patológica, y subraya el dolor normal que ha de suscitar el segundo. Dolor que termina por
consumirse espontáneamente una vez que se renuncia a todo cuanto se ha perdido, esto es, que se
agote la libido7 puesta en ello y sea posible recuperarla para otros objetos. Para Freud (1917), el
duelo es entonces “por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una
abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.” (p. 241). El psiquismo se
7
“Libido es una expresión tomada de la teoría de la afectividad. Llamamos así la energía, considerada como
una magnitud cuantitativa (aunque actualmente no pueda medirse), de las pulsiones que tienen relación con
todo aquello que puede designarse con la palabra amor” (Freud, 1921, p.81).
encuentra en la encrucijada de intentar lentamente desasirse de la libido que rodea al objeto, tramo
conflicto que se suscita entre la afirmación de que el objeto no existe más y la falta de
convencimiento de que esto pueda suceder. Es sabido que posterior al fallecimiento de un ser
querido es frecuente que los duelantes alucinen la presencia del difunto en diferentes lugares de la
casa, o en los sitios que ellos frecuentaban. Estas alucinaciones se producen ante la percepción de
imprescindible que el examen de realidad haga su cometido: poder establecer una diferencia entre
los vivos y los muertos. Freud (1917) reconoce que ante la falla de esta prueba de realidad, se
puede producir una retención del objeto perdido por vía de una entidad clínica que denomina
Psicosis alucinatoria de deseo. Es por ello que el duelo sitúa al sujeto en la encrucijada de ser
testigo del resquebrajamiento de la realidad, inaugurando una vía directa de acceso a lo real. Las
formas en que pueda ser tramitado por cada estructura, harán lugar a diferentes modalidades de
salida o no de este conflicto. Ya advertía Freud en su texto Las neuropsicosis de defensa (1894),
“[…] opino, sin embargo, que debe de ser un tipo de enfermedad psíquica a que se
recurre con mucha frecuencia, […] para los que vale análoga concepción, de la madre que
enfermó a raíz de la pérdida de su hijo y ahora mece un leño en sus brazos” (Freud, 1894,
p. 60).
Respecto al segundo de los pilares, esto es, el trabajo de duelo, ha de subrayarse el término
trabajo. El duelo, como reconoce Freud, supone un esfuerzo humano aplicado a la producción de
un bien. Y ¿cuál es la razón de ser de este esfuerzo yoico? ¿En qué medida queda afectado el campo
del narcisismo y del deseo en el duelo? Fundamentalmente, el denominado trabajo del duelo apunta
a que el sujeto pueda recuperar el estado previo en el cual se encontraba antes de la experiencia de
la pérdida. Esta es una de las lecturas que realiza Allouch (2006) en Erótica del duelo en los tiempos
de la muerte seca y a la que denomina vivencia romántica del duelo, que fue señalada también por
Ariès (1983) en El hombre ante la muerte ; es decir, que el sujeto saldría en apariencia con un saldo
a favor, ya que ahora podría hacer propias las marcas que en él han quedado del desaparecido y
además le permitiría encontrar otro objeto amoroso con el cual sustituir esa falta.
Angostamiento e inhibición son dos de las características con las que Freud describe al
estado subjetivo, aludiendo a que la dolorosa experiencia lleva al sujeto a “utilizar toda su
operatoria libidinal en la tarea de desatar los múltiples enlaces a los cuales se encontraba amarrado”
psíquica; la afectación que produce este estado implica la sensación de despedazamiento y moviliza
el retorno de la libido al yo como goce autoerótico para preservar la unidad perdida, siendo una
que con él se marchó (Cruglak, 2003). Es pues una labor que si bien en algún momento finaliza,
implica un proceso de desasimiento libidinal que produce dolor, un gasto de energía y tiempo.
Ahora bien, este final al que se refiere Freud no es un final triunfante, maníaco, sino más bien de
recuperación de la posibilidad de relación con el mundo circundante, de atender a otras cosas que
En efecto, el tercer y último pilar es el objeto sustitutivo: la ganancia del final del trabajo
de duelo. ¿Por qué, entonces, el doliente no se lanza de lleno a esa labor que le permita desatar la
ligazón con el objeto aniquilado si sabe que al final podrá encontrar un bien más apreciable?
Siguiendo los planteamientos freudianos, ha de contestarse que la elaboración de la pérdida no
puede llevarse a cabo sin que medie el sufrimiento. El extraordinario dolor que conlleva el desatar
cada uno de los amarres al otro se hace por vía del recuerdo. El muerto que ya no está en la vida
del duelo implica de este modo todo un proceso que no sigue las lógicas del tiempo cronológico, y
las cosas, como resultado de una conversación que mantiene con un poeta y un amigo de éste, sobre
la vida, la muerte y el deseo. La falta de disfrute del paisaje que los rodeaba, le hace pensar que ya
estaban invadidos por un duelo, y que esa actitud prevenida de tristeza ante lo perecedero del
mundo debía de tener un correlato con una vivencia anterior de pérdida. Allí se plantea uno de los
nombres de la castración freudiana, a saber, la caducidad de las cosas que tarde o temprano
terminarán en nada, y que enfrentan al sujeto con una verdad de la cual no quiere saber nada: su
propia desaparición.
Según Laso (2003) respecto a dicha caducidad de las cosas y del yo, Freud señala ciertas
respuestas del sujeto: en primer lugar, un estado de duelo por una pérdida anticipada que inhibe la
posibilidad de disfrute, puesto que el deseo por el objeto remite al recuerdo del dolor ante la
ausencia. He aquí de nuevo una alusión a la falta en el origen de nuestra condición humana. En
segundo lugar, una rebelión contra la transitoriedad de las cosas por vías de la filosofía y la religión,
que deja en evidencia cómo el deseo humano asume la eternización de los objetos. En tercer lugar,
no quedar sumido en el desconsuelo debido a la cesación de los objetos, sino más bien considerar
que ello no debe ser obstáculo para el disfrute, lo cual permite vislumbrar que cada sujeto es
responsable de su deseo y por ello de la capacidad de goce de los objetos del mundo.
Por otro lado, en Tótem y tabú (1913/1980) Freud traza algunas aproximaciones sobre el
comienzo de la humanidad y la cultura, y sitúa en su centro la problemática del duelo, en este caso,
pensada a partir de la relación con el padre. Allí le otorga al totemismo la función de sistema, que
entre ciertos pueblos hace las veces de religión y proporciona la base de la organización social,
constituyendo, en su opinión, una fase regular de todas las culturas. Indica entonces la existencia
previa al Tótem de una agrupación a la que pasa a denominar horda originaria. Freud (1913/1980)
describe a esta como un grupo comandado por: “[...] un padre violento, celoso, que se reserva todas
las hembras para sí y expulsa a los hijos varones cuando crecen” (p. 143). La escena del festín
totémico radica en la muerte de este último en manos de los hijos: es devorado en un banquete
ceremonial que luego desemboca en una conmemoración del acto, atravesado por el duelo. El padre
es repartido entre la totalidad de los hermanos y es incorporado por partes, lo que suscita culpa
producto de los sentimientos ambivalentes de la lamentación por haber sido partícipe del asesinato.
Como señala Sullivan (2009) “la culpa, la lamentación y el remordimiento configuran el costado
gozoso de la operatoria del duelo que evoca la presencia del Superyó” (p. 38). Así, el mito señala
de qué manera la identificación por introyección8 está presente en la manera de pensar la muerte y
su elaboración: es la manera por la cual los hijos se apoderan del trozo perdido. De modo que, en
tanto que el sujeto carece de una representación de la muerte propia, se apercibe a ella cuando la
figura paterna desaparece y con él una parte propia. Por ello en la escena mítica, los hijos se
8 Proceso puesto en evidencia por la investigación analítica: el sujeto hace pasar, en forma fantaseada, del
«afuera» al «adentro» objetos y cualidades inherentes a estos objetos. La introyección está próxima a la
incorporación, que constituye el prototipo corporal de aquélla, pero no implica necesariamente una referencia
al límite corporal (introyección en el yo, en el ideal del yo, etc.). Guarda íntima relación con la identificación.
(Laplanche y Pontalis, 2004, p. 205).
anotician también de la muerte propia conforme a los pedazos del padre introyectados. De manera
que cada uno tendrá que ver qué hace con el pedazo que tiene y eso dará origen a la neurosis (Smud
y Bernasconi, 2000).
“[…] no estamos de duelo sino por alguien de quien podemos decirnos yo era su falta " (p. 61).
Con la muerte del otro, entonces, muere una parte propia que se encuentra en relación con el objeto
de deseo del Otro. A partir de los planteamientos que allí esboza se puede pensar que ese “trozo de
sí”, es un objeto amboceptor9. En efecto, así como Lacan (1962- 1963/2007) se pregunta: “¿de qué
lado está el seno? ¿Del lado del que chupa, o del lado del que es chupado?” (p. 181), cabe
preguntarse, ¿y el trozo? ¿Del lado del que se va o del doliente? La pérdida del objeto, desde esta
perspectiva, supondría un corte, una línea de separación donde se produce la caída del otro a nivel
Ahora bien, los efectos de esta operatoria de la pérdida pueden ser diferentes, tal como lo
plantea Freud (1917) en su texto Duelo y Melancolía. En el caso de la melancolía, los procesos en
los que se ve envuelto el sujeto ante lo real de la pérdida del objeto se definen por el decremento
del estado de ánimo, cesación de la capacidad de amar, disminución de todas las funciones
psíquicas y del amor propio, retraducida ésta última en autoflagelaciones de tinte delirante, hecho
que la diferencia del duelo. Lo que se pierde en la melancolía no es pues el objeto sino la libido,
contenido de lo que se ha perdido. No hay un objeto ubicable como en el duelo debido a que el
9
Se trata de un neologismo lacaniano que alude al objeto que está entre el sujeto y el Otro, que se inicia o
proviene del Otro pero que se desprende de él y nos llega para producirnos alguna satisfacción, si es el caso.
Objeto separable de uno y Otro. Así, en el seminario 10 “la angustia”, describe la placenta como ejemplo
paradigmático, no se puede decir que es propiedad de la madre pero tampoco del niño. En su cualidad
amboceptora ocupa un lugar intermedio entre ambos.
sujeto a elegido un objeto que lo engaña en las esperanzas depositadas y en vez de sustituirlo por
En el duelo, en cambio, la identificación se produce con un rasgo del objeto, de manera que
la pérdida real de un objeto amoroso, que por su cualidad era también obturador de la falta (Lacan,
1962-63/2007). Así, cuando falta la falta hay angustia, pues el sujeto se encuentra con el impasse
de no encontrar aquello que lo causa. Estas características del objeto propician que en el duelo se
empobrezca el mundo, porque algo que conformaba el ideal se ha marchado. Y, como señala
Sullivan (2006) “el desencuentro con ese ideal es un proceso largo y penoso que buscará sustituir
En esta medida, la elaboración de la pérdida como trabajo del duelo aparece ligada a un
pregunta que la muerte instala en el sujeto. Esta, aún en su carácter desgarrador, permite al sujeto
respuesta, el sujeto puede ir descubriendo sus propias marcas presentes en el objeto perdido y, en
ese sentido, ir reconstruyéndolas paso a paso. Siguiendo esta lógica, Lacan (1958-59/2014) se
refiere al duelo como una operatoria lógica necesaria que permite la subjetivación de la pérdida en
que nadie tiene, sino aquella de la muerte de otro que es, para nosotros, un ser esencial […]
Los ritos por los cuales nosotros satisfacemos eso que se llama la memoria del muerto, ¿qué
es sino la intervención total, masiva, desde el infierno hasta el cielo, de todo el juego
simbólico? ” (p.131).
teórico que va más allá de la concepción Freudiana según la cual el duelo consiste en la sustitución
del objeto perdido. Para Lacan, éste no se reduce únicamente a sobrellevar la pérdida del objeto
amado, sino que además nos adentra en la constitución del objeto como inevitablemente perdido,
objeto causa que remite a la pregunta por el deseo del Otro (Cruglak, 1995); lo cual supone cambiar
la relación libidinal que lo unía a él, disponer del lugar vacío que el sujeto taponaba
imaginariamente para que advenga una vez aceptada la pérdida, el sujeto de deseo. Es importante
aquí subrayar la alusión a la memoria del muerto. El no olvidar opera como una señal, una impronta
consecuencia, empeñarse en eliminar la memoria del muerto pasa a constituirse como obstáculo en
el proceso de elaboración del duelo. Se trata entonces de que el sujeto pueda re-construir para
otorgar un nuevo sentido a lo ya elaborado, a aquello que se ha inscrito como imborrable. No existe
entonces el objeto sustituto, porque el objeto de amor es situado en la repetición significante y por
ende en la diferencia.
Para desentrañar este asunto de la memoria, Freud, en Notas sobre la pizarra mágica
(1925), elabora una estratificación del aparato anímico de la percepción y de las inscripciones que
“En la pizarra mágica, el escrito desaparece cada vez que se interrumpe el contacto íntimo
entre el papel que recibe el estímulo y la tablilla de cera que conserva la impresión. Esto
coincide con una representación que me he formado hace mucho tiempo acerca del modo
situados detrás. De allí se puede colegir el hecho de que, al momento de la pérdida de un ser
impotencia que es la emulación de la dependencia primaria del infante humano. Como señala
Raimbault (2008), “la falta inicial del objeto vía la frustración por el par presencia-ausencia hace
vivir en el niño la situación de pérdida” (p. 225). Así, cuando este disponga de palabra y de la
Por esto, toda nueva situación de pérdida del objeto de amor moviliza lo no simbolizado o, en otras
palabras, actualiza la castración. En la misma línea se ubica Giarcovich (1990), cuando afirma que
“cada duelo reedita esa operación simbólica donde el significante Nombre-del-Padre provoca un
agujero en lo real. El duelo reactiva la incompletud en el origen, al estado mítico, al anhelo por el
reencuentro con el origen de la vivencia de satisfacción” (p. 130). En otras palabras, la pérdida de
un objeto amado habrá de enlazarse siempre a la pérdida de satisfacción que, como se detalló más
arriba, tiene cabida en el atravesamiento del sujeto por el Edipo. Pérdida que inaugura asimismo la
presencia de la muerte: en primer lugar, remite a la insuficiencia significante, pues en tanto figura
como un agujero en lo real no es posible recubrirla con la palabra. El sujeto tropieza con la
incapacidad de recubrir la insatisfacción que produce la pérdida y, en esa medida, las coordenadas
simbólicas e imaginarias se desordenan ya que la falta que se origina conmueve al sujeto y trastoca
la castración. Por consiguiente, se produce una vacilación fantasmática que lo enfrenta con la
privación real de un objeto simbólico (Cruglak, 1995). El duelo entendido así tiene una perspectiva
creadora, es decir que instaura una nueva relación del sujeto con el objeto una vez que el deseo
entre a mediar. Es un salto a algo nuevo, por el camino de la subjetivación de la pérdida, que
comprometa al sujeto a crear a partir de nada. Y tal proceso es una incógnita, que solo se devela
una vez transitado ese camino, que supone el revisar qué lugar ocupaba la persona amada para el
sujeto, pregunta que no debe dejarse de lado en el marco de la experiencia clínica. Haber sido la
causa de deseo del Otro y ya no serlo más provoca un agujero en lo Real de la estructura, que
Por ello, como afirma Gerez-Ambertín (2010) “el duelo conmociona los andamios de la estructura
subjetiva, e invita al sujeto a amarrarse nuevamente de lo que puede y con lo que puede”.
punto se entiende por qué resulta esencial para el doliente tener la posibilidad de apelar al rito, pues
a partir de este el significante se moviliza para dar sentido a lo que ocurre y así velar lo que la
muerte descarna. En palabras de Lacan (1958- 1959/2014) “el rito se introduce en la fisura que el
duelo abre en alguna parte; más precisamente en la manera en que llega «a hacer» coincidir, poner
en el centro de una fisura totalmente esencial, la fisura simbólica capital, la falta simbólica una
fisura totalmente” (p. 26). Por lo mismo, resulta fundamental en la experiencia clínica advertir que
la vacuidad que ofrece el agujero en lo real llama al sujeto a la identificación con el vacío, en la
medida en que el objeto perdido sostenía la imagen narcisista. Es menester, por tanto, hacer
hincapié en la significación de la presencia del semejante, pues solo éste habilita la posibilidad de
recrear coordenadas imaginarias que le permitan al sujeto sostenerse en ese momento de caída en
la realidad que sanciona que el objeto no existe más. En otras palabras, se trata de permitir que el
doliente pueda subjetivar la pérdida para que pueda convivir con ésta, y así lanzarse nuevamente
al juego de la vida.
Y bien, ¿cuáles serían las condiciones, las modalidades que propiciarían al sujeto sortear
esta operatoria que supone el trabajo de duelo, el encuentro con lo real de la muerte? Siguiendo la
puede plantear que el psicoanálisis, por su parte, advertido de la presencia de lo real ― lo in-
susceptible de representación; de cualidad traumática que asalta al sujeto como algo completamente
fuera de su control― en el discurso del paciente, reconoce el hecho de que es una categoría
cuestión de cómo operar con ella. Hacer la contra a lo real para que pueda cernirse es agotar el
borde ficcional, llegar hasta el litoral donde la elaboración de saber toca su límite para posibilitar
¿Qué formas entonces, qué modalidades para esto? Mesa (2012) señala tres registros de
intervención: en primer lugar, el tratamiento de lo real por lo real, modos que excluyen la
subjetividad al ofrecer un modo de hacer soportable el dolor ―para que el sujeto lo ignore u
olvide―, pero no los medios que lo confronten con su condición y le permitan encontrar una salida
que lo comprometa como sujeto. Consecuencias de esto pueden ser la venganza y la destrucción;
formas de resolución que intentan resolver el horror por métodos violentos. Como recuerda Allouch
(2006) “la muerte llama a la muerte cuando no hay mediación de un duelo”. Es esta una modalidad
propia de nuestra época que se funda en el rechazo de saber sobre la muerte: los imperativos de
“eterna juventud” “hacer como si no hubiera pasado nada” “lo nuevo siempre nuevo como un
rechazo de la muerte”, amparados por los progresos de una ciencia que parece pretender cada vez
más la objetivización del sufrimiento humano tratando de reducirlo a una anomalía del organismo.
Segundo, tratar lo real por lo imaginario. Así se busca integrar los mecanismos que se sirven de
cuales en lugar del duelo lo que los sujetos hacen es despojar a la muerte de su significación de
aniquilación de la vida (Mesa, 2012). Y por último, el tratamiento de lo real por medio de lo
simbólico, que permite salidas a través de la apelación al ritual, la justicia y el acto como
modalidades de ingresar, elaborar y concluir un duelo. (Elmiger, 2006). En esta vía es posible salir
del dolor suspendido ante el peso de la pérdida, para hacer lugar al duelo como acto creador. No
obstante, para ello se hace necesario que el sujeto pueda renunciar al carácter de víctima dolorosa
desdeñar la inexorable e imperante necesidad de la presencia de lo público a través del Otro social
que permita el reconocimiento de la pérdida, la instalación del ritual como pasaje e inscripción, así
como la posibilidad de lo privado referido al tiempo que el duelo requiere para su tramitación.
corresponde reseñar cuando se puede obviar ese duro trabajo de erudición con tres referencias
capitales y accesibles. En primer lugar, la obra clásica del psicólogo y sociólogo francés Maurice
(1991), reunido en El orden de la memoria; y tercero, el vasto y exquisito recorrido realizado por
Estos tres grandes pensadores, así como gran parte de los teóricos de la mnemohistoria10,
10
Assman (2006) establece esta mnemohistoria como una nueva rama que se dirige de otro modo a la
historiografía, “ocupándose de la historia de la tradición, la historia de la recepción, la historia de la transmisión,
y ante todo la historiografía”. (p.80)
la antropología), tomando en consideración, como reconoce el propio Le Goff (1991) “sobre todo
la memoria colectiva más que la individual” (p. 131). En esa vía, Le Goff afirma también:
El estudio de la memoria social es uno de los modos fundamentales para afrontar los
Pero, ¿a qué se hace referencia con memoria social? Se trata de la memoria compartida, eso
que muchos se apresuran en llamar “la historia”; en otras palabras, el registro documental del
pasado, aderezado por mitos y leyendas que funda la existencia comunitaria. No obstante, pronto
se advierte que la empresa historicista tropieza con un escollo insalvable: no puede ni integrar a la
sagrados donde se guardan las claves de la identidad personal y colectiva y, por eso mismo, llegan
a ser los sitios desde donde se legitima y se ejerce la autoridad: se trata aquí, siguiendo el término
(Halbwachs, 1992; Le Goff, 1991), se percibe una postergación de las subjetividades implicadas
en los procesos históricos, pues está orientado a proponer hipótesis hermenéuticas que deberán ser
más o menos loables para que sean aceptados como la “verdad” sobre el pasado.
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