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El “Fausto,,
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SALVADOR V. DE CASTRO

Edición p riv a d a .

GRANADA.
Tipografía d e F . G óm ez d é la C ruz.
1897.
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(V u l g a r iz a c ió n l it e r a r ia )
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El “Faiislo,,
(V u l g a r iz a c ió n l it e r a r ia )

POR

SALVADOR V. DE CASTRO

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GRANADA.
Tipografía de F . Góraez de la Cruz.
1897.
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i/

Es propiedad del autor.


El Doctor Fausto.

|H .N Kspafia ol D octor F austo, al ccuitravio


(le lo que pasa en A lem ania, In g laterra y
otros países donde es u n a creación v e rd a ­
deram ente popular, por lo com ún se nos
p resen ta al conocim iento en tres fases su ­
cesivas: 1.% cantando de te n o r y en italian o
según el libreto y m úsica de la herm osa ópe­
ra de G ounod, pocas veces de otra; 2.^', en
el inm ortal poem a de G oethe; 3,^, y no ante
todos, en la leyenda originaria.
P a ra ex am in ar al fam oso D octor en este
ensayo de vu lg arizació n literaria seguiré el
orden cronológico en que apareció e hizo
su evolución en el campo de la L iteratura.
La Leyenda.

D, * U i i A \ T E toda la E dad ^led ia se d ifu n d ie­

ron por E uropa una serio de tradiciones, en


las cuales el esp íritu supersticioso de la épo­
ca hacía al diablo desem peñar un p rincipal
papel; tradiciones que p rep araro n eJ te r re ­
no p ara que su rg iera la L eyenda del F a u sto ,
E n todas ellas el protagonista se en treg ab a
al dem onio, ya p ara gozar en la v ida p re ­
sente á expensas de la futura, ya por deses­
peración de dom inar la ciencia. Después,
p ara escarm iento de im píos, cuando no se
salvaba con la p en itencia y el régim en con­
tem plativo, ard ía e tern am en te en los p ro ­
fundos infiernos.
C uenta una tradición que, en el siglo te r­
cero de n u estra era, un mágico de A ntio-
i 1

quia llam ado Cipriano (San C ipriano, el Má­


gico Prodigioso de Calderón) recurrió á los
dem onios p ara conseguir el am o r de cierta
joven cristian a llam ada Ju stin a; o tra leyen­
da supone que T eóülo, m onje griego de la
sexta centuria, pactó con el diablo p ara ob­
ten er d ignidades eclesiásticas; otra se refie­
re á G il de Santarem , médico alquim ista de
P arís en el siglo X II, igualm ente dado á
Satanás, T am bién se afirm a que en el siglo
X V Jacobo F ust, colaborador de G utten-
l)erg, presentó á L uis Onceno de F ran cia
un ejem plar de la B iblia estam pado por arte
m ágica, y que perseguido como hechicero
escapó con ayuda del demonio. Coa el teólo­
go D urrius, aseguran algunos histo riad o res
que irritad o s los frailes contra un invento
que les m erm aba sus ganancias de copistas,
dijeron que F u st (ó F austo, pues así le lla ­
m an otros) era un nigrom ante condenado al
infierno.
La fam a de estos y otros p ersonajes,
pudó encarnarse á m aravilla en cierto
D octor Ju a n F au sto , que en el siglo X V I
adquirió inm enso renom bre en las U niver­
sidades alem an as. P arece que h ab ía nacido
en K nittlingen (Suabia), ó en Roda, cerca
de W eirnar, hácia el aiio de 1480. Fué e n ­
viado por su padre á AVittenberg é In g o ls-
ta d t p ara que estu d iara M edicjna, y se. de-
— 9 —
dicó al estudio de la astrologia, la niágía y
la alquim ia, ciencias ocultas que, según la
leyenda, aprendió y enseñó en la gran es­
cuela de m ágia de C racovia. D errochó en
poco tiem po, alegrem ente, el capital que
hered ara de un tio suyo, y, entonces, se d i­
ce que pactó con el dem onio p ara seguir
gozando d u ran te v ein ticu atro años. P or
consejo de éste su b stituyó á su criado y d is­
cípulo W agner por Mefistófeles, esp íritu
m alo con el que recorrió el m undo ap u ran ­
do placeres y adm iran d o á todos con sus
diabólicos prodigios. E n Rom a penetró a u ­
dazm ente en el C onsistorio de C ardenales,
y abofeteó al Papa; en la C orte im perial
presentó an te C árlos V la som bra de A le­
jandro el G rande; ya en su casa, por com ­
placer á sus am igos que cenaban con él, h i­
zo que se apareciese H elena, la herm osísim a
m ujer de M enelao y am a n te de P aris, de la
cual se enam oró y la hizo su q u erid a, te ­
niendo un hijo á quien pusieron por nom ­
b re Ju sto Fausto. Al te rm in ar el plazo esti­
pulado, su com pañero infern al le estra n g u ­
ló una noche; a! dar las doce, en R im licb,
aldea de W u rtten b erg .
E n 1568, ocho años después de su m u e r­
te, se im prim ió en F ran cfo rt sobre el M ein
un libro anónim o titu lad o Historia, del Doc­
tor Juan Fausto, famoso encantador y ni-
S. V. de C astro.— « E l F a u sto » .— 2.
I

— 10 —

gromániico\ m ás tard e Jorge Eodolfo W id-


m ann la publicó am pliada con el título de
Verdadera historia de los horribles y
afrentosos pecados y vicios del Doctor Juan
Fausto, famoso encantador, asi como de sus
aventuras extraordinarias y muerte espan­
tosa. A estas n arraciones siguieron otras
que cada escritor arreglaba según su fa n ta ­
sía; relatáronse tam bién las a v en tu ras de
W ag n er, y an tes que term in ara el siglo las
trad u ccio n es h ab ían difundido la C onseja
del F austo por H o lan d a, In g la te rra, D ina­
m arca y F ran cia.
P asó tam b ién á ser m otivo de rep resen ­
taciones en la plaza pública, y, luego, de
exhibiciones te atrales m ás artísticas con el
fam oso d ram a inglés de C ristóbal M ario -
we (1), los alem anes de Federico M üller (2),
el Conde de Soden (3) y otros.
H acía falta el poderoso génio de G oethe
p ara fijar en una sola todas las ley en d a s
fau stin as escribiendo su inm ortal poem a.

(1) H isto ria ir á g ic a de la v id a y muerte del D octor


F au sto.
(2) V id a de F au sto pu esta cu d ra m a .
Í3) F au sto. Tragodiív p opu lar.
m

til®

¿ í■'

II.

El Poema, o)

U UAN AVolfgango G oethe (lió á Inz el «I alis­


to» en tres períodos m uy diferentes de su
larga v id a. Publicó en 1790 un fragm ento
con las escenas de los am ores de M a rg a ri­
ta, en 1808 la p rim era parte com pleta y en
1 8 3 1 la segunda parte. Poco despues escri­
bió los Paralipómenos, fragm entos sueltos
relacionados con div erso s pasajes del p o e­
m a.
E ste d em u estra en su au to r u n a gran
fu eiza creadora, á pesar de estar in spirado
en la leyenda. E ncerró en él A rte, Filoso-

(1) L o llam o así por calificarlo de algun a m an e­


ra; el c<Fausto» no es poema, ni novela, ni drama,
n i tragedia, aunque algo tenga de cada uno de esos
g é n e ro s. El g én io de Ooethe no (juiso ajustarse a
ios ostreclios m old es de la preceptiva literaria.
— 12 —

fía y Ciencia. «Abarcó, dice C antó, al u n i­


verso entero, desde Dios liasta el sapo, des­
de el paraíso h a sta el espectro, desde el pa­
lacio h a sta el hornillo del alquim ista.» E m ­
belleció la leyenda; la hizo genuinam ente
artística; in tro d u jo en ella un nuevo y ad ­
m irable personaje, la buena y sencilla M ar­
g arita, y, por últim o, salvó del infierno al
D octor sin m ás peniten cia que la de h ab er
vivido y luchado; term inación que h u b iera
sido im posible an tes que se dejara se n tir la
influencia de la R eform a religiosa..

* *

E s la PR IM ER A PA R TE del pocm a dráraati-


co la m ás in sp irad a y la que se ha hecho más
pop u lar. Dios p erm ite que F au sto (el cual
no es anciano como generalm ente se cree,
sino h om bre en la m adurez de u n a vida
p erd id a para el am o r por dedicada de con­
tin u o á las abstracciones de la ciencia) sufra
las tentaciones del dem onio, y M efistófeles,
sim pático diablo de buen h um or y sarcás­
tica alegría (1), ofrece al D octor colm arle
sus deseos. El sábio acepta prom etiendo en-

("1) De Mefistófeles dico D. Jaan Valora, en el


prólogo dd una traducción castellana d e l «Fausto»,
que es un diablo á medias, tau francote y boiinclión,
que apenas si sería ca p a z.d e Infundir espanto al
ánim o asustadizo de las m ogigatas y timoratos.
-1 3 —
treg arse ei los ve satisfechos. M efistófeles,
disfrazado con justillo de escarlata b o rd ad o
de oro, ferreruelo de raso del m ism o color,
gorra con larga plum a de gallo y b u en a e s ­
pada en el costado, sin cu ern o s, garras, ni
rabo, las patas da cabrío d isim u lad as con el
borceguí y unas p an to rrillas postizas, lle ­
va á Fausto, que h a bebido el filtro de la
b ruja, ante M argarita. De todos son cono­
cidas las brillantes escenas caracterizadas
por la pasión del D octor, la te rn u ra deM ar-
g a rita y el ingenio y audaz alegría de Me-
fistófeles.
H é aquí los m otivos de las escenas p rin ­
cipales contenidas en la p rim era parte:
F austo en su gabinete de estudio; paseo
con W agner por las afu eras de la ciudad;
presentación de M efistófeles en el lab o rato ­
rio del Doctor y sabrosa conversación con
el estudiante; tab ern a de A uerbach en L eip ­
zig; cocina de la bruja; M argarita y F austo
en la calle; cuarto de M argarita; M efistó­
feles en casa de M arta; F au sto y M arg arita
en el jard ín ; M argarita hilando; M arg arita
en la fuente; desafío con V alentín; M argari­
ta en la iglesia; gran aq u elarre de san ­
ta W alpurgis en los m ontes de Schierke y
E lend; representación te a tra l en el B ro c h en ;
M argarita en la cárcel.
-1 4 -
R ecordem os a lg n n as escenas:

L a conversación de M efistófeles con el


estu d ia n te constituye, en medio de su n a ­
tu ra lid a d , un acabado modelo de b u m o iis-
rno irónico y buidón.
L leg a el novicio escolar con vago deseo
de sab er á to m ar lecciones de F a u sto . L ste,
que p re p a ra su p rim er viaje con M efistófe­
les, no está dispuesto á recib irle. M efistó­
feles dice que después de h ab erle hecho
ag u a rd a r tan to rato no se debe d ejar d e s­
consolado al pobre m uchacho y se pone la
v e stim e n ta del D octor, apercibiéndose á
su b stitu irlo d u ran te un cuarto de h o ra .
E n tra el estu d ian te dudoso sobre la ca­
rre ra que ha de seguir, deseando p re g u n ta r­
lo todo, y lleno de encogim iento y de respe­
to a n te el hom bre que ex cita la adm iración
g eneral. M efistófeles, con agudísim o ingenio
y encu b ierto aire guasón, le va h a b la n d o
con entusiasm o de cada u n a de las ciencias,
pero p resen tán d o las en su aspecto m ás for­
m a lista y abstracto, de m an era que su cán­
dido in terlo cu to r quede adm irado an te ta n ­
ta sa b id u ría y de hecho en cam ino de que
todo es m en tira.
Le dice que debe estu d iar prim ero un
curso de Lógica, p a ra que no se le ex travíe
I
^ I'
i ;

I !?

— 15 —

el espíritu como un fuego fatuo; que en tal


curso le calzarán estrechos borceguíes p ara
que ande recto, y se le enseñará du ran te
m uchos días que aun p ara las cosas m ás
fáciles, como beber y com er, es ab so lu ta­
m ente indisp en sab le o b rar con método y
por tiem pos. Que el pensam iento es como
un telar en el que b asta un solo im pulso
p ara poner en juego m illares de hilos, don­
de la lanzadera corre sin cesar; y al desli­
zarse, se escurren los hilos invisibles y á la
vez se form an m il nudos. Que en v ista de
esto el filósofo dem u estra que todo debe se r
de aquel modo: que lo prim ero es ésto, y lo
segundo es aquello; ergo lo tercero, y lo
cuarto deben ser lo otro; y sin lo prim ero y
lo segundo n u n ca h u b ieran existido lo te r ­
cero y lo cu arto . E nseguida, por si el esco­
lar no se ha e n terad o lo bastante, le añade
que los «estudiantes de todos los paises, á
p esar de com prenderlo así, nunca llegan á
ser tejedores».
Le can ta después las excelencias de la
M etafísica porque con ella se profundiza
todo lo que no es dado com prender á la in ­
teligencia hum ana, tan to m ás fácilm ente
cuanto m ás se recu rre á p alabras técnicas.
Le previene, por últim o, que de estudios
m etafísicos necesitará cinco clases d iarias y
a sistir á ellas á son de cam pana, llevando
— 16 —

a p ren d id os de m em oria los párrafos de la


lección p ara d ecir solam ente lo que esté en
el libro.
El estu d ia n te in d ica que no puede av e­
n irse con el estu d io del D erecho y Meflstó-
feles le contesta: «Lejos de m í la idea de
acrim inaros p o r ello; dem asiado sé lo que
es aquella ciencia» y añade que en los pue­
blos se suceden las leyes y los derechos
como u n a e te rn a enferm edad, que lo an tes
razonable luego se califica de locura y que
¡desdichado el que no estudia el derecho
que nació con su tiempo!
¡Ah! ¡Dichoso aq u el—exclam a el e stu ­
d ian te— que sea in stru id o por vos! Casi es­
toy por e stu d ia r T eología. «No qu isiera que
os a trev ié se is— obtiene por co n testació n ,—
p erq u e es en esta ciencia m uy fácil ex tra­
v iar la sen d a que se debe seguir, en cuyo
caso no h a b ría p a ra vuestro m al rem edio
alguno. Lo m ejo r que puede hacerse en m a­
te ria ta n d elicad a es no escuchar m ás que
á uno solo, y afirm ar por la p alab ra del
m aestro . E n su m a ateneos á las palabras
si queréis llegar con paso firm e y seguro al
tem plo de la v erdad».
—Sin em bargo, to d a p alab ra debe conte­
ner siem pre u n a idea, dice el escolar.
- Según, co n testa M efistófeles; pero no
debe uno in q u ie ta rse m ucho por esto, por-

T
— 17 —
que cuando faltan ideas liaj' p alab ras para
su b stitu irlas y con ellas se puede d iscu tir
enérgicam ente.....
E l estu-liante quiere que le digan algo
acerca de la M edicina y Meflsto, im p o rtu ­
nado por ta n ta p reg u n ta y cansado del to n o
m agistral, le contesta adoptando d e c id id a ­
m ente un tono zum bón que ya no puede
no tar su adm irado interlocutor.
Al fin éste se retira, no sin p resen tar su
álbum al fingido D octor p ara que le es­
criba un pensam iento. E rítis sicut Dcus^
scientes honum et m aluni (l), escribe Mefis-
tófeles rep itien d o en latín las p alab ras cjue
indu jer n á E va á com er el fruto del árbol
de la vida.

Tam bién es adm irable la escena en que


la sencilla y piadosa M argarita en el jard ín
de M arta, tem iendo que su E n riq u e (F a u s­
to) se condene, le pregunta su s creencias
religiosas y le da consejos llenos de candor-
L a traduzco á continuación:
« M a e g a e i t a .— P rom étem e, E nrique...,
F a u s t o . —Todo cuanto quieras.
—Dime, pues, ¿cuál es tu religión? E re s
m uy bueno y estás dotado de un corazón
excelente; pero rae parece que no eres m uy
devoto.
^1) Serás com o D ios, conociendo e l bien y e l mal.
S.V . de Castro.—«El Fausto».—3.

Ta r j a

M m
— 18 —
—Dejemos eso, h ija mia; bien sabes que
te amo y que d aría por ti mi sangre y nú
vida; pero no quiero tu rb a r la fe de nadie.
—Eso no es b astan te, sino que es preciso
creer en Dios y en su iglesia.
—¿Es preciso?
—¡Ah! ¡Si yo tuviese algún ascendiente
sobre tí! Tu no veneras m ucho los Santos
Sacram entos.
—Puedes creer que los resp eto .
—Pero sin desearlos, pues hace mucho
tiem po que no h as ido á m isa ni á confe­
sarte. ¿Crees en Dios?
—Mi bu en a amigan difícil me es contestar
á tu p reg u n ta, puesto que no quiero resp o n ­
d erte sonriendo, como lo h a ría n algunos
pretendidos sabios y esto tu lo considera­
rías como burla.
—Luego ¿tú no crees en Dios?
—No in terp re tes m al m is p alab ras, ángel
mío. ¿Quién osaría nom brarlo y decir: creo
en él y lo conozco? ¿Q uién se atre v e rá n u n ­
ca á exclam ar: no creo en él? E l que todo lo
posee, que todo lo contiene, ¿no te contiene
á tí y á m í y á él mism o? ¿No ves e x te n d e r­
se sobre n u estras cabezas la bóveda del fir­
m am ento, d ilatarse aquí abajo la tie rra y
m overse los astro s eternos co ntem plándo­
nos con am oi? ¿No a traen tu s ojos á los
mios y no afluye entonces toda n u estra vida
— 19 —

al cerebro y al corazón? ¿Un m isterio e te r­


no, in visible á la vez qne visible, no atrae
mi corazón hacia el tuyo? Pnes llena tu
alm a con este m isterio y cuando ex p erim en ­
tes la felicidad suprem a pon á tu sen ti­
m iento el nom bre que quieras, llámale d i­
cha, corazón, am or, Dios. Lo que es yo no
se cómo llam arlo. E l sentim iento lo es todo,
los no m b res no son sino vano ruido, hum o
que obscurece la claridad del cielo».

¡Cómo se revela el genio de G oethe en la


herm osa escena de la Catedral!
IMargavita se ve sola y objeto del d espre­
cio y la m urm uración de todos, por no h a ­
ber resistido ¡á E n riq u e, que era tan bueno
y ta n amable! Los jóvenes del pueblo si la
viesen con ram o de azahar serian capaces
de arrancárselo y las m uchachas la echarían
paja picada en su pu erta.
A cude á la iglesia en busca de consuelo y
allí, en m edio de los fieles, el esp íritu malo
le traduce al alem án y le com enta las p ala­
bras severas del him no santo que can ta el
coro acom pañado del órgano en el oficio de
difuntos.
D ies ii'íc, D ies illa
Solvet sx clu n i in f a v ü la . (1)

(1) V endrá el dia do k cólera y el siglo será re­


ducido á cenizas.
p

— 20 —

La cólera del cielo te am enaza, M argarita;


ya resuenan las trom petas del juicio; las
tum bas se q u eb ran tan y tu corazón va á
desp eitar para se n tir las llam as etern a s.
J u d ex crgo cum sed e’ñ t
Q u id q u id latet a p p a reb it,
N ih il in u ltu m rem anebit. (I)
¡E! pecado y la vergüenza te persiguen y
todavía buscas la luz, m iserable! O cúltate.
¿Qué esperas?
Q uid sum m iser tu n e dictiprus?
Quem p a tro n u m rogatu ru s?
Oum v ix ju s tu s s it securus- (2)
Los santos vuelven la cara por no verte
y se avengonzarían de te n d e rte sus puras
m anos. E stás condenada.
(La in fo rtu n ad a M arg arita ve castigada
su falta con h o rribles penas etern as y cae
desm ayada).

¡Cuán conm ovedora es, por ejem plo, la


últim a escena, insuperable en intensidad
dram ática!
La pobre M argarita, que era toda a b n e ­
gación y am or, está loca y ten d id a sobre paja
en inm undo calabozo; va á ser aju sticiada

(1) Cuando e lju e z supremo S3 siente, descubrirá


todo lo que Qstó oculto y nada quedará sin castigo.
(2) ¿Qué diré cnconcbs, m isero de nu! ¿ v qué
santo m e encom endaré, cuando ape.ias lo í justos
estarán seguros?
*-21 —

¡por h ab er dado m u erte á su hijo y á su


madre! Solo quedan pocas horas p ara la
ejecución. F austo y M efistófeles m ontan en
corceles negros y vuelan á salv arla ; la
noche es obscurísim a ; ven b ru jas c er­
niéndose en torno de u n p atíb u lo : hay
que ap resu rarse....
F austo logra fran q u ear la prisión; M ar­
ga ita can tu rrea u n a canción, ex tra ñ a en
sus labios (1), y no leconoce á su E nrique;
cree que es el verdugo y que la va á separar
de su h ijo ....
— «Soy yo que vengo á salv arte....
—¡Ah! ¡Eres tú! ¡Dímelo o tra vez! ¡Tú, que
vienes á rom per m is cadenas! ¡Estoy
salvada! Sí he aquí la calle donde te
vi por p rim era vez y allí el herm oso ja rd in
donde te agu ard ab a con M arta ¡Quéda­
te! ¡Me gusta tan to estar á tu lado!... Pero....
¿no sabes y a besarm e? ¿Lo has olvidado
en el poco tiem po en que no me h a s visto?...

(1) ílé la aquí, traducida en verso por D. T.'odoro


Llórente; ■
Mi madre, ramera,
m e dio m uerte liera;
m i padre, el perdido,
m i carne ha com ido;
lo poquito que quedó
mi herm auita lo enterró.
Abrióse la to sa ;
sa lió un pajarillo de yduma vistosa.
¡T iende, pajarito,
tienda pronto el vuelo!
¡Vuela, pajarito, piérdete en el cielo,
— 22 —

¡Bésame ó te besaré yo! jCielcs! ¡qué


trios y m udos tu s labios! ¿Qué h a sido
de tu amor? ¿Quién me le lia ro b ad o ? »
M argarita sigue delirando sin escuchar
las súplicas de F austo.
— «Mira, dice á éste, ¡vé y salva á tu h i­
jo!.... ¡pronto! C orre por la senda á lo largo
del arroyo y m ás allá del puentecillo de
m adera en el estanque del bosque á
la izquierda lo encontrarás luchando
con el ag u a ¡pronto! ¡que va á h u n ­
dirse! ¡sálvalo!»
La desgraciada loca vé en su desvarío á
su m adre durm ien d o m u erta de tan to
dorm ir ¡Ve sangre en las m anos de
F au sto Le encarga que e n tierren á su
m adre cerca de V alentín, á ella m ism a no
m uy lejos con el cuerpo de su h ija sobre su
pecho; recom iéndale adem ás que cuide de
las tu m b as.....
No q u iere fugarse y el tiem po p a sa....
El tañido de la cam pana anuncia la ejecu­
ción Fausto se la quiere llevar por fu e r­
z a .— «¿Por qué em pleas la fuerza?, le dice
ella. ¿No sabes que todo lo hice por amor?»
En esto aparece en la p u erta Mefistófeles,
im paciente porque ray a el alba y los cab a­
llos se van á d esv an ecer M argarita h o ­
rrorizada no abandona su cárcel. Aquél se
lleva á Fausto.
— 23 —
— «¡Enrique! ¡Enrique!», óyese llam ar á la
ini'e’iz presa.
No han podido salv arla de la m uerte,
pero no está condenada: fué in ocente y d é ­
bil, no crim inal. ¡Ella si que salvará al
Doctor!

La SEG U N D A PA R TE, eru d ita y de corte


clásico, es un m undo de tipos, alegorías y
símbolos. Su vastísim o y filosófico a rg u ­
m ento resulta un artístico p retex to p ara
desarrollar con form a poética in im itable y
vigorosos rasgos satíricos u n a serie de re ­
presentaciones del E stado, la P o lítica, la
C iencia, la G uerra, la A ntigüedad clásica y
la Poesía.
Mefistófeles, disfrazado de bufón, se in ­
troduce en la Corte im perial, donde p resen ­
ta á F austo, y —precursor de Law —d esen ­
tram p a la hacienda con em isiones de p a p e l-
m oneda, de las que es g aran tía un supuesto
tesoro escondido.
P ara com placer al em perador que quiere
ver á H elena y P aris, obras m aestras del
hom bre, desciende F au sto por ellos con
auxilio de u n a m ágica llave (sim bólica como
todo) á los abism os donde tien en su m o ra­
da las M adres (las ideas prim ordiales, el p a­
ganism o, la litera tu ra clásica).
E nam orado F austo de la belle?;a arroba-
— 24 —
dora de H elena y de sus p u ras form as, e n ­
loquecido a n te aquella m ujer en cuyo lecho
jugaron su suerte Troya y G recia, olvid án ­
dose de que la está presentando por arte
m ágica, delante del em perador y su corte la
abraza con frenesí y cae derribado al suelo:
que lo ideal (la form a perfecta) es in acc esi­
ble á la desordenada inspiración. Mefis-
tófeles se carga á F au sto en los hom bros y
lo llev a á la antigua casa doctoral de éste.
E n ella lo h a su b stitu id o su discípulo
AVagner, sabio ya de m ucha fam a, que se
ocupa, ansioso y conteniendo el aliento, en
u n a delicada operación alquím ica.
M eflstófeles, que lo h a sabido, acude á
e x p lo ta rla en provecho propio y lleno de
c u rio sid a d le p reg u n ta callandico:
— ¿De qué se trata?
—V a á form arse un hom bre......—obtiene
por respuesta.
— ¿Un hom bre? ¿Luego tenéis u n a e n a­
m o rad a p areja m etida en v u estra ch im e­
nea ? , „ ,
E n el seno de la redom a se h a form ado
por cristalización un rudim ento de ser h u ­
m ano, un delicado hom únculo, h ijo de la
ciencia.
E ste, después de una in teresan te conver­
sación m uy filosófica en el fondo, ab an d o ­
nando á su papá AVagner, se pone á las ór-
— 25 —

denes de Mefisto y lo guía, así como á F a u s­


to, á trav és de los cam pos de F arsalia y las
costas egeas en noche de aquelarre clásico
á un país desconocido p ara am bos, el de las
divinid ad es helénicas.
A hora no asisten á un aq u e la rre de los
que concebía el m undo rom ánico de la edad
m edia, como aquel que presenciaron en el
nebuloso B rochen y otras m ontañas del
H arz (A lem ania del N orte), sino que se h a ­
llan m ucho m ás al sur, en m edio de g rifo­
nes, kabires, dáctilos, esfinges, pigm eos, im-
ses, larvas, arim aspes, gorgonas, lam ias,
etc., creaciones m onstruosas de los tiem pos
clásicos. E n él ya no se m onta en escoba,
sino en trípode; el m acho cabrío es bien
su b stitu id o por el centáuro Q uirón.
F austo se h alla lleno de adm iración y á
su gusto en aquel m undo de idealism o do
en el dia solo se rin d e culto á la belleza y,
adem ás, va buscando á H elena, pero Mefis-
tófeles está contrariado y fu era de su cen -
tro; solo h a ido apeteciendo las hechiceras
de la T esalia. A sí es q u e h a perdido su
aplom o y su descaro, aunque no su hu m o r
satírico; es ya m enos cínico én sus d iscu r­
sos y m ás reservado en sus m odales, por lo
que sin q u erer tom a un tono sentencioso,
experim en tan d o á su m anera el influjo de
la m agestuosidad del sitio.
S. V. de Castro.—«El Fausto».—4
— 26 —

V ése luego á H elena, a n te su palacio de


E s p a rta , rodeada del coro de cautivas tro-
y a n a s ó ig n o ran te de la suerte que la r e ­
s e rv a el rey su esposo, Al p resen tarse Me-
tistó íe le s en form a de gorgona, la rein a y el
coro lo rechazan y m aldicen ([)orque á G re­
cia siem p re le repugnó lo feo). Pero a n u n ­
cia q u e viene M enelao })ara castigar á su
infiel esposa y las com pañeras de ésta y lo­
g ra se r escuchado conduciéndolas al c a sti­
llo fe u d a l que lev an tara F austo en la cim a
del T a ig e to .-¡C o n qué sublim e desenfado
p re s e n ta G oethe en la an tig u a G recia las
a tre v id a s agujas y los arcos apun tad o s de
la a rq u ite c tu ra ojival y supone el país helé­
nico en poder de una ban d a de teutones!
U n ese F austo con H elen a y de este fecun­
do h im en eo del rom anticism o con la a n ti­
g ü ed ad clásica, de la ciencia alem ana con la
b elleza plástica, nace E uforión, sím bolo de
la poesía m oderna, parecido á Lord Byron.
E n tre tan to los súb d ito s del E m perador
h a rto s de verlo entregado á los placeres,
m ie n tra s ellos eran m ás pobres que antes
de poseer y g astar grandes cantidades en
papel, se h ab ían sublevado eligiendo nuevo
E Jiipcrador. Se dá u n a gran batalla, ganada
por el p rim ero con el auxilio mágico de
F a u sto , al que, agradecido, le concede un
vasto dom inio.
*

— 27 —

E a este consagra Fausto su vejez, d u ra n ­


te m uchos años y con poderoso esfuerzo, al
bien estar de la liunianidad, á co n v ertir la
tie rra en un eden; pero no es feliz todavía,
su am bición es ta n sin lím ites—com entaba
el mismo G oethe— que poseyendo todos los
tesoros del m undo en un im perio creado
por él, se sien te disg u stad o porque no es
suya una m ísera cabaña.
A unque ciego en los últim os tiem pos de
su vida, m uere el héroe del poem a conci­
biendo generosos proyectos y creyéndose
con grandes alientos para realizarlos. I n d u ­
dablem ente m urió pidien d o «.luz, más lu z » ,
cual m urió el p oeta creador de tan jigan -
tesca ficción.
F au sto no se dejó en erv ar por el p lacer,
así es que no pudo ser p resa del infern al
IMelisto; ascendió á la gloria m erced á las
oraciones de M argarita, á su vez salv ad a
por las tres gran d es p en iten tes del E v an g e­
lio y la Leyenda: la S am aritana, M aría
Egipciaca y la gran pecadora M agdalena.

T e r c e r a r a r t e del «Fausto» h an llam a­


do algunos á los Paralipómenos y no lo son
l)orque el poem a está com pletam ente term i
nado en la segunda parte.
C onform e los dos libros canónicos cono-
— 28 —

eidos con ese nom bre sirven de suplem ento


á los cuatro de los Reyes, conteniendo al­
gunos hechos 5^ circu n stan cias que no se
leen en éstos, así los Parulipómenos faust;-
nos, escritos por G oethe en sus últim os años,
am plían algunas escenas del «Fausto», añ a­
den o tras nuevas y encierran m uchos pen sa­
m ientos sueltos capaces por sí solos de ca­
racterizar la gran figura de M efistófeles, si
no lo estu v iera ya sobradam ente.
C ontienen, e n tre o tras apostillas: un con­
sejo de Mefistófeles al estudiante, y otro
á Fausto sobre la m anera de v estir y de
com portarse; el boceto de un acto u n iv e r­
sitario en que in terv ien en el Doctor F austo,
W agner, Mefisto (como estu d ian te vaga-
l)undo) y num eroso auditorio estu d ian til;
algunas am pliaciones á la noche rom ántica
de ^yalpurgis, e n tre ellas la ejecución fa n ­
tástica de M argarita, y adiciones á la noche
clásica, así como á las escenas en la corte
del E m perador.
¡Lástim a que G oethe no las re in teg ra ra
V d esarro llaraen otra edición de su «Fausto»!

Con ingénua sencillez ó sublim e e x p re ­


sión, con figuras atrevidas, con palabra
precisa en todo caso y elegante cuando h a ­
cía falta, escribió G oethe su «Fausto» en
— 29 —

correctísim os é in sp irad o s versos, p ro d u ­


ciendo u n a obra que ha sido considerada
por la m ayoría de los co m en taristas como
el E vangelio del P anteísm o, como la P>i-
blia de los tiem pos m odernos.
Con arte adm irable están com binados en
ella el m aterial sum inistrado por la ley en d a
con el tom ado de la p ropia v id a del autor,
el escepticism o supersticioso de su siglo
con los perpétuos ideales de la hum an id ad ,
poseída de insaciable deseo de progreso y
perfección.
E scenarios del poem a son el cielo, la tie ­
rra y el infierno y todos los p ersonajes son
em blem áticos, lo que no es obstáculo p a ia
que, en la p rim era parte especialm ente, se
les sien ta am ar, su frir, desesperarse, a b o ­
rrecer, con todo el calor de la realidad, v i­
vir, en u n a palabra.
Se b a dicho que en el D octor F a u sto está
sim bolizado el ser hum ano, dom inado por
incesante deseo de ciencia ó inm ortalidad;
que M efistófeles re p resen ta la duda, el e s­
p íritu crítico, acicate del Progreso; M argari­
ta el am or cristiano; H elen a.la belleza c lá ­
sica, el am or pagano; y las dos, con la V ir­
gen gloriosa, M agdalena, la Sam aritana y
M aría E gipciaca, lo Eterno-femeniiio el

{!) D as E iü iij-W eib lich e.


— 80 —

am o r absoluto, elem ento de v id a y e stím u ­


lo de la especie.
L a vida y el carácter de G oethe se trans-
p aren tan en el poem a. H o m b re de conoci­
m ientos enciclopédicos como F a u sto , como
él pudo decir: «Filosofía, Ju risp ru d e n c ia,
M edicina y, por desg racia, tam b ién T eo lo ­
gía, todo lo he profundizado con feb ril acti­
vidad»; como él dudó, como él am ó y vivió;
como él tom ó p arte en la gu erra y en, la go­
bernación de un E stado. E l tipo de M arga­
rita era un recuerdo de la adolescencia del
poeta; en M efistófeles algunos críticos h an
querido ver al m ordaz é irónico M erk, su
confidente y cam arada en cierto tiem po; á
W agner, al lado del cual re sa lta n los su b li­
m es anhelos de su m aestro, tam b ién lo h an
creído un retrato . La adm iración de G oethe
por el clasicism o, d esarrollada después de
su viaje á Italia, es la m ism a que hace al
D octor enam orarse de la escultural H elena.
L a edad en que el poeta escribió cada e s­
cena tam bién se rev ela en el «Fausto». E n
la conversación de M efistófeles con el e stu ­
diante, pongo p o r caso, vertió G oethe, es
verdad, iro n ía y escepticism o, pero era u n a
ironía burlona, atractiv a, ju venil; la que po ­
día pro d u cir en sus p rim ero s años de v ida
literaria. Cuando M efisto, en la segunda
p arte del poem a (llam ada tam bién «segundo
— 31 —
Fausto»), encuentra á su antiguo conocido
el novicio escolar hecho un in fatu ad o é
irrespetuoso B achiller, sostienen un d iálo ­
go en que ya la iro n ía es m ordaz y am arga,
sarcástica, y el escepticism o que rebosa es
doloroso, rudo, desengañado. Lo escribió
G oethe á los seten ta años, cuando se veía,
él, el Jú p ite r de W eim ar, discutido por la
ju v en tu d que proclam alja otros poetas.
La m ism a razón cronológica explica las
diferencias que se no tan entre los episodios
am orosos de la p rim e ra y la segunda p a r ­
te. E l prim er Fausto, com puesto por G oethe
cuando joven, sugestiona, conm ueve y hace
sen tir; lo anim a esa ru b ia y apasionada
M argaritilla (1), tan cándida, ta n pura, tan
bella, ta n llena de gracia y n atu ra l en c a n ­
to. ¿Quién no la recuerda, por ejem plo,
arrancando con sereno júbilo la ú ltim a hoja
de la flor in terro g a d a según el poético ju e ­
go alem án?
E l segundo Fausto, escrito m uchos años
después, adm ira y hace pensar; contiene los
am ores con H elena, en los que el p rotago­
n is ta no es tan rom ántico y solo se ap asio ­
n a del ritm o y la harm o n ía de lo clásico
q u e resplandece en la correcta belleza de
la diosa.

(1) G riik'hcn, en e l texto alem án, dim inutivo fa­


m iliar do Margarita.
— 32 —
Del poem a go eth ian o h a dicho Blaze de
B ury (uno de los críticos que m ejor lo han i
com prendido) que es un m onum ento e rig i­
do á la edad m ed ia y á la an tigüedad, m o­
num ento que tie n e m ucho de cate d ral y
m ucho de P arth e n o n . Lo vago y com plicado
de su asu n to , ju n ta m e n te con los prim ores
del estilo, hace que guste m ás cuanto más
veces se lee y que se adapte á todos los gus­
tos, p restán d o se m ucho á que cada lector
tom e como suyo lo que le parezca.

Del poem a go eth ian o se han hecho tr a ­


ducciones á to d as las lenguas de los p u e ­
blos cultos. R ecuerdo las siguientes im pre­
sas en E spaña: I.% de D. Francisco Pelayo
B ris (B arcelona, 1864); 2.% «traducción com­
pleta al castellano, h echa en presencia de
las m ejores ediciones de esta obra inm ortal
por una Sociedad literaria», según reza la
p o rtad a (B arcelona 1865); 3.a, anónim a,
aparecida en el tom o cuarto del periódico
L a Abeja-, 4.*, de D. José Casas B arbosa
(B arcelona, 1868); 5 .“, de D . G uillerm o
E n g lish , con prólogo de V alera y lujosas
ilustraciones (M adrid, 1878); 6.®, en verso,
I
de D. Teodoro L lórente, editada con bue­ I
nos grabados (B arcelona, 1882); y 7.®-, pu-
— 33 —
blicada por la «B iblioteca U niversal» (1)
(M adrid, 1886). M enos esta últim a, m u tila­
dísim a, y la que apareció en 186B, que tie ­
n en gran parecido, las dem as sólo com pren­
den la p rim era p arte del poem a, lo que es
m uy sensible porque así puede afirm arse
que no hay u n a versión española del Faus­
to á la vez b uena y com pleta.
L as m ejores traducciones son la del señor
U nglisb y la de D. Teodoro L lórente. A un­
que ésta, por las dificultades de la v ersifi­
cación, no podía ser tan aju stad a al original
como la otra, es b asta n te exacta y u n e á
tal circu n stan cia los encantos del ritm o y
de la rim a, que tan to se echan de m enos en
las versiones en prosa de lib r is escritos
en v erso .
A dem ás debo m encionar, por estar in sp i­
rado en el prim er Fausto y en el lib reto de
la ópera de G ounod del m ism o nom bre, el
dram a «Fausto» en cinco actos y en verso,
com puesto por el literato granadino U. f r a n ­
cisco J . Cobos y representado con buen
éxito en U ranada y en V alencia liace m ás
de tre in ta añ o s. T am bién debo citar la p a -

n'i l..a soiTunda v)^rte d e l «Fausto» en esta edi-


ostá Dla^ada do ¡galicism os! y errores, pues
pone, verbigracia, en boca de Forkias parte de lo
Que debe declrol coro (tomo II, pags. 64, 6o> 66 .
De los m ism os defectos adolece la edición de 186a
(Véase tam bién la s págs. 1-J9,200 y 201), pero ao esta
m u tilada.
S. V. de Castro.—«El Fausto».—5
1
— 34 —
rudia de la m ism a ópera, escrita eii dialecto
catalán por el inspirado poeta 1). Federico
•Soler (Serafí Pitarra).
El universal poem a ha sido estudiado
concienzudam ente por infinidad de críticos
de todos los p aíses. En E spaña D. Ju a n Va-
lera (1878), D. A ntonio Sánchez JMoguel
(con motivo de E l Mágico prodigioso, de
Calderón, 1881), D. Teodoro L lórente (1882)
y D. Urbano González Serrano (1892), han
escrito sobre el «Fausto» n otabilísim os tra ­
bajos.
S',-

1 1

S í-
^I

iri
I- El «Fausto^ en el Arte.

L. . a poesía, la p in tu ra, la m úsioa, la oscni-


tiira, todas las form as de la in sp ira c ió n a r­
tística, en una palabra, han sido puestas á
contribución in finidad de veces p a ra d ifu n ­
d ir y p erp etu ar cuanto al poem a de G oethe
se refiere; así de F austo, M arg arita y IMetis-
tófeles, como de B eatriz, Don Q uijote ó el
T enorio, fingidos personajes, sim ples crea­
ciones de la im aginación, se puede afirm ar
sin gran violencia que han alcanzado más
vida que si h u bieran sido de carn e y hueso:
el C ondestable de B orbón, D. Ju a n de A u s­
tria ó la P rincesa de los U rsin o s, p o r ejem ­
plo. U nos y otros personajes por el re c u e r­
do subsisten; aquellos p ara todo el m u n d o ;
estos para el h isto riad o r so lam en te; y ¡cuán-
—se­
to m ás grandes, m ás plásticos, m ás reales
no se nos aparecen los prim eros, que cree­
mos estarlos viendo?
A rtistas hubo que se pasaron la vida evo­
cando los p ersonajes del prim er Fausto y
reproduciendo sus escenas con el lápiz, los
pinceles, el b u ril ó el cincel. Así h an a d ­
quirido fam a P edro de Cornelium, G u iller­
mo K aulbach, K reling, Liezen M ayer, E i-
jerm an n , Brend^Amour y m uchos o tro s.
R aro es el poeta que alguna vez no haya
cantado á M argarita; y b ien lo m erece esa
criatu ra in teresa n te. Á su aparición en el
m undo de la poesía— dice el esp iritu al P a ­
blo de S ain t V ictor—surgió en la m ultitu d
un g rito de am or, «Salve, llena eres de g ra ­
cia», y em parejóse en lo profano con las
v írgenes de Rafael.
Los actores han procurado en todo tie m ­
po in te rp re ta r fielm ente á ese Doctor F au s­
to , a h ito de ciencia estéril y sediento de un
ideal que sólo ve satisfecho por mom entos;
á esa ingénua y ap asionada M argarita; esa
filosófica iro n ía m ordaz y pu n zan te de
M efisto.
M aestros com positores ta n em inentes co­
mo L uis Spohr, R oberto S chum ann, R icar­
do W agner, Carlos G ounod, H ector Berlioz
y A rrigo Boito, cuyos nom bres van unidos
á m úsica fau stin a, así como otros m uchos
— 37 —

no tan fam osos, revelan q u e esta sublim e


arte h a encontrado en el p o em a go eth ian o
u n a fu en te inagotable de in sp ira ció n .
De las m uchas óperas q u e se h an escrito
inspirad as en el «Fausto» de J u a n W olfgang,
G oethe solo dos se rep resen tan hoy en los
principales teatros, con m ú sica de G ounod
y de A rrigo Boito resp ectiv am en te (1).
Lo m ism o que el au to r de W erther hizo
con su «Fausto» que se olv id asen la le y e n ­
da y los dram as anteriores al suyo, así C a r­
los G ounod con su ópera arro jó de los esce­
n ario s las com puestas sobre el m ism o a su n ­
to por sus predecesores.
Con le tra de Julio B arb ier y M iguel C arré
fué cantado el Fausto de G ounod por p ri­
m era vez en el Teatro L írico de P arís, el 19
de m arzo de 1859, y en la G ran Opera, el 4
de marzo de 1869. Desde entonces la m ú ­
sica m ística á la vez que sensual de este
insp irad o dram a lírico es o ida con delecta­
ción en todas las ciudades im p o rta n tes de
E u ro p a, excepto en las de A lem ania. Y,
ap arte la prevención á todo lo francés, dado
I el entusiasm o que tien en por su gran po eta
n a c i o n a l , desde este punto de v ista no le s

falta razón á los públicos germ ánicos.


(1) Tam bién se representan la s parodias de las
m ism as tales como la opereta francesa L e p e ilt
Jí’aMsí y 'el ju g u etecó m ico -lliico en un acto y varios
cuadros Mefistófeles.
38

D ebido á deficiencias del libreto, que sólo


se refiere á la p rim era p arte del «Fausto»,
aparecen en esta ópera unos perso n ajes d i­
ferentes de los del poem a y, por co nsecuen­
cia, inferiores con m ucho á los originales;
aunque o tra cosa p u ed a p arecer á los que
se hayan hecho el gusto saboreando re p e ti­
das veces la ópera de G ounod y leyendo
despues m uy p o r en cim a el poema que la
inspiró. E n vez del F au sto que creara Goe­
th e aquella nos p re se n ta un Doctor caduco
en el que resu ltan cosa secundaria su des­
esperación, su desconfianza de la ciencia,
sus anhelos de v id a univ ersal, y que, con­
v e rtid o en gallardo m ancebo, se consagra I 5r
por completo á co nquistar el corazón de “I: í
M arg arita. L a G retchen del poem a, tan
graciosam ente n atu ral y sencilla, está r e ­
p resen tad a en esta ópera p o r la figura ríg i­
da y aparatosa de una M argarita rom ántica,
parecida á coqueta en quien ejercen gran
influencia las joyas, que solo deben cau sar­
la u n a adm iración cuasi infan til, porque
como h a dicho un célebre crítico francés,
F au sto y M efistófeles no acertaron al em ­ L
plear ta n grosera seducción; lo m ism o h u ­
biera servido un h um ilde ram o de violetas.
(En el original alem án Mefisto se procura
sucesivam ente dos estuches con joyas p ara
la inocente n iñ a y se lam en ta de que las

m
— 39 —
p rim eras fueran á p a rar á m anos de un clé­
rigo). E n la ópera, adem ás, h ay un Siebcl
enam orado de M argarita que no lo soñó
G oethe, pues el del poem a no la conoce s i­
quiera y es calvo y panzudo, «un viejo to ­
nel» según M efistófeles. E ste, por últim o
no o h sten ta del todo su zum bona y profun­
da ironía, mal suplida con carcajadas e s tri­
dentes.
Muy p osterior á la de G ounod es la ópe •
ra Mefistofele del m aestro A rrigo Boito,
cuyo es tam b ién el libreto. E ste sigue al
«Fausto» goethiano con b astan te fidelidad
y por eso Mefisto, m al caracterizado en
otras óperas h asta el p u n to de que en la de
Spohr solo aparece un m om ento d u ran te el
m inué del segundo acto, puede en la de
B oito riv alizar en im p o rtan cia con el D oc­
to r y d ar nom bre á la obra. A unque de
au to r italiano, ésta tien e tend en cias wagne-
rian as por lo cual no gustó m ucho la noche
que se cantó por p rim era vez en el teatro
Scala de M ilán; hoy ya es oida con e n tu ­
siasm o en los principales teatro s del
m und o .
E l p rim e r acto se refiere al «prólogo en
el cielo» del poem a; en el segundo el Doctor
escucha los cánticos de P ascua y se le ap a­
rece M efistófeles; el te rc e r acto com prende
los am ores de F austo y M argarita; el cuarto
40

la aparición de H e le n a , y el qu in to la m u er­
te del heroe y su salv ació n .

Por todo lo d ich o es fácil c o m p ren d er


lo m ucho que p u d ie ra decirse del D octor
F austo, p erso n aje de esa L eyenda que «fué
en su p rincipio u n a lam entación católica;
renovada despues p o r la idea de L utero
pasó á ser un dardo alem án contra el p a p a ­
do; em igró despues á E sp a ñ a y quedó de
nuevo leyenda p a p is ta bajo la som bría m i­
rad a de los in q u isid o re s; despues en In g la ­
te rra tom ó el c a rá c ter de leyenda p uritana»
(1) y que som etida a l crisol del genio de
G oethe h a quedado com o la m ás vasta con­
cepción de la h u m a n a inteligencia.

U.aVERSlTARlA'
Bi£

(1) A r r i s o B o i t o . P rólogo do la primera edición


d el lib reto de Mefístofete-
-g-,
>^-P. ■k
r;:

fí'V
43

INDICE.

I n t r o d u c c ió n . — El D octor F a u s to . . . 6
I . — La liO yenda....................................... 7
I I . —El P o e m a ......................................... 11
I I I . —El «Fausto» en el A rte .............. 35

i
^C-SíiSTííá^iil ■'■g>B Í Í ^ -> .-.
'i i . J ' 3á%.v

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?-,. ■s S í íí !^saS & sS w a3B i8ffl^^8® S M ® H


DEL MISMO AUTOR

La in m u n id a d y las in o c u l a c io n e s

P R E V EN TIV A S E N LAS E N FE R M E D A D ES IN F E C ­
CIOSAS, Tesis para el Grado de Doctor en
Medicina que obtuvo la calificación de
Sobresaliente. En cuarto mayor, 96 páginas.
— Granada, 1890.

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