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Dice Ramón Rodríguez que lo que le interesa a Heidegger, en este sentido, no es la capacidad de
la técnica de crear toda suerte de máquinas tecnológicas, sino la capacidad universal de ésta, lo
que tiene de actuar como “acuñador de una civilización”.4 La técnica como un medio para un fin,
por un lado, y la técnica como un hacer del hombre, por el otro, se dan necesariamente en
relación de copertenencia, porque el hacer del hombre busca, a la vez, procurarse estos medios
para lograr sus fines.5 La τέχνη, para los griegos, constituía una forma de conocimiento, y siendo
instrumento para la producción, ello definía a la técnica en su vertiente antropológica e
instrumental. Sin embargo, el carácter de la técnica como instrumento no es lo que la técnica es.
En este punto, cabe señalar que “la concepción habitual de la técnica como un instrumento es, al
igual que la adecuación en la idea de la verdad, lo inmediatamente dado”.6 La técnica avanza en
correlación con la metafísica y con el olvido del Ser; así, la técnica se convierte en el sustituto de
la propia verdad y del Ser. La modernidad acentúa lo que la técnica ya de por sí era –
instrumentum–, pero al introducir la verdad como adecuación, hace de la misma un instrumento
más, trazando, digamos, un camino hacia la adecuación de la naturaleza, de un modo
encorsetado de la realidad como puro medio. La técnica deviene etapa final de la metafísica por el
mismo motivo por el que Ramón Rodríguez la define como acuñadora de civilización, puesto que,
ciertamente, ésta es una herramienta de dominación del hombre sobre el mundo, configurándolo y
tergiversándolo. La técnica constituye la última etapa de la metafísica porque ésta da una imagen
del mundo, tal y como hace aquélla: “La posibilidad de un acercamiento a la esencia de la técnica
se la brinda Heidegger, como decía, la idea de la consumación de la metafísica, que, en cuanto tal
consumación, nos saca, en cierto, sentido, fuera de ella misma y fuera, por tanto, de su producto
final, la figura tecnológica del mundo”.7 Esta idea está íntimamente relacionada con la voluntad de
poder nietzscheana (Der Wille zur Macht), entendida como la pujanza del hombre en el mundo,
que busca dominar las existencias, no en sentido exclusivamente material, sino en cuanto
“encargables y disponibles para mi voluntad de dominio”.8 La voluntad quiere su querer; y ese
A Heidegger le interesa mostrar, ante todo, que técnica se refiere a producción, a hacer salir de lo
oculto; ésta es una apropiación que ejerce el hombre hacia la naturaleza, y no tan solo como
forma de desocultamiento, sino como forma, de hecho, propia de la época moderna: “lo decisivo
de la τέχνη, pues, no está en absoluto en el hacer y en el manejar, ni está en la utilización de
medios, sino en el hacer salir de lo oculto del que hemos hablado […] pero no como fabricación, la
τέχνη es un traer-ahí-delante”.9 Pero este traer-ahí-delante de la técnica moderna difiere del de la
técnica antigua porque éste no es tan agresivo como aquél a la hora de ver la naturaleza como
fuerza de producción. Para Heidegger, las ciencias físicas modernas desplazan el sentido de ver a
la naturaleza como energía (molino de viento)10 a verlas como existencias por el hecho de
medirlas cuantitativamente. “Lo traído-ahí-delante como un modo artesanal y artístico, por
ejemplo, el ejemplo de la copa de plata, no tiene la eclosión del traer-ahí-delante en el mismo sino
en otro, en el artesano y el artista”11, esto es, la poiesis (creación): “La τέχνη pertenece al traer-
ahí-delante, a la poiesis; es algo poiético”.12
Después de considerar al hombre como solicitador de existencias, dirá Heidegger que esto
concierne, además “ante todo a la naturaleza, entendida como almacén principal de existencias de
energía”.16 En este punto, se pregunta Ramón Rodríguez “¿y el hombre?” “¿qué ocurre con él?”
El hombre es, ciertamente, sujeto de provocación, pero nos equivocaríamos diciendo que por ser
sujeto, éste domina a la técnica; en realidad, lo que sucede es, más bien, que la técnica lo
Sin embargo, dirá Heidegger, incluso inmerso en este peligro supremo “se pavonea [el hombre]
tomando la figura del señor de la tierra” “esta apariencia hace madurar una última apariencia
engañosa”21, ésta es la idea, no solo de que el hombre domina a la técnica y no al contrario, sino
que esto, además, conlleva a que la verdad de hoy, –del hombre– es que éste no se encuentre
en ninguna parte consigo mismo, sino que se ha olvidado, y debido a este olvido, ha perdido su
esencia. ¿Y cuál es su esencia?, pues, su libertad. Tan interpelado se encuentra por este
emplazamiento que se ha olvidado de su ser. “La esencia de la libertad no está originariamente
ordenada ni a la voluntad, ni tan siquiera a la causalidad del querer humano”,22 dirá Heidegger. Es
decir, que esta forma de la esencia de la técnica es un modo de no ser libres, de estar dominados,
si el hombre no se da cuenta de ello, constituye una pérdida de su libertad, de su esencia, por lo
cual podríamos decir que el hombre lleva una existencia impropia, en el sentido de que no le
pertenece propiamente.
Dado el peligro, cabe preguntarse ¿por qué prevalece, a juicio de Heidegger, este modo de
técnico actual de desvelar? “el prevalecer de ésta pertenece al sino”,23 dirá Heidegger. La fuerza
de esta estructura de emplazamiento, –el peligro supremo de la técnica–, es que por su modo de
desvelar no permite ver el fondo de lo que ella es; no permite al hombre ver la técnica como lo que
es, ni verse a sí mismo de otro modo que no sea como solicitador, y, además, este modo técnico
excluye otras formas de desvelar: “no hay ya más que una forma de manifestarse las cosas, o lo
que es lo mismo, no hay más que existencias”;24 por lo que en este momento “la diferencia
ontológica queda, como tal cegada”25, porque en esta forma de acercamiento a la realidad hemos
entendido que solo hay entes como objetos, y el Ser se olvida porque los entes se convierten en
existencias disponibles para el uso, para el consumo. Por este motivo dirá Heidegger las
pesimistas pero bellas palabras: “La técnica nos desarraiga de la tierra. Donde el hombre vive ya
no es la tierra” (Der Spiegel). La técnica deja al hombre sin suelo, sin patria, en palabras de
Hölderlin.
Si lo pensamos así, la técnica constituiría la última etapa de la metafísica, por lo que la esencia de
la técnica es de orden metafísico; por ello, la salvación no puede ser sino de orden postmetafísco;
precisa de un pensar esencial, un pensar original, que ni represente ni objetive, es decir, un
pensar artístico-poético. La salvación es aletheiológica: impele un desocultar original. Bien, pues,
esta forma de acontecer, de desocultar la realidad, que es la técnica, puede tener un reducto para
salvarnos, estamos diciendo. Volver a rehabilitar lo que los griegos entendían por τέχνη, el arte, la
poiesis: la poesía. En esta época, dominada por la técnica, la rehabilitación de ésta como poiesis
hace que el hombre se distancie de la realidad que vive y no vea la naturaleza como mero
producto existente, y, al verlo con distancia, le hará, en este sentido, reconciliarse con su esencia
y la esencia de las cosas. Recordar, en definitiva, la vida propiamente vivida. “Poéticamente mora
el hombre en esta tierra”, ─recuerda Heidegger─ “todo hacer salir lo que esencia al entrar en lo
bello” (Fedro). Solo por el arte puede el hombre habitar la tierra. Es necesario, entonces, el
misterio. El misterio es la conditio sine qua non de la verdad, que se resiste a ser desocultada; y
por este movimiento somos interpelados para que desocultemos. Solo nos salva la verdad, su
acontecer, y solo podremos darnos cuenta de esto si entendemos la realidad como misterio,
mediante la existencia meditativa, original. Solo por aquí, solo por el arte, dirá Heidegger, puede el
hombre re-encontrar su suelo, su patria, su morada,
Esta región es el arte. Aunque sin duda, sólo cuando, por su parte, la
meditación sobre el arte no se cierren a la constelación de la verdad
por la que nosotros preguntamos.27