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A LOS DIEZ AÑOS REGRESÉ A TEOTIHUACAN (28 Abril 2009 - 28 Abril 2019)

Fernando López Gutiérrez

Teotihuacán (en náhuatl):


"lugar donde los hombres se convierten en dioses" ó "Ciudad del sol".

Ignacio Bernal y García Pimentel, quien fuera antropólogo, investigador, doctor en


arqueología y académico mexicano, en un artículo titulado "Teotihuacán y la sociedad
urbana" (incluido en el libro: "Historia mínima de México", 1974, El Colegio de México,
Guanajuato 125, DF, págs. 21 y sigs.), refiriéndose a las culturas posteriores al
desaparecido mundo Olmeca señala que en los altos valles centrales de México surgieron
varias que aunque emparentadas tenían sus rasgos distintivos pero que en conjunto
contribuyeron a destacar a la región mesoamericana a sus más altos niveles; todas
importantes, pero una de ellas resultó más sobresaliente y que a su criterio, señala: "resultó
más poderosa y cuyos efectos aún vivimos los mexicanos de hoy. Es la teotihuacana,
centrada en los valles de México y de Puebla. No sólo recoge la antigua herencia, sino que
va mucho más lejos y sobre ella construye un gran edificio, una civilización urbana como
nunca antes habían conocido las Américas."

Teotihuacán considerado uno de los complejos urbanos y arquitectónicos más importantes


de la época prehispánica, es el resultado de un proceso de concentración gradual que inicia
en el Siglo II A. de J., cuya dispersión inicial fue superada llegando a conformar una
“ciudad” que según Bernal: “Ocupa unos veinte kilómetros cuadrados, y tiene tal vez unos
cincuenta mil habitantes” en su período inicial.

Su configuración como gran centro religioso, político y comercial fue el factor fundamental
que la convirtió en un polo atractivo para una población que en su mayor apogeo entre los
Siglos IV y VII D. de J., llegó a alcanzar la cifra de hasta 200 mil habitantes, sin que por
ello aumentara su superficie pero si incrementó sus edificaciones y se diversificó su
estructura física y organizativa, y fue la sede de una diversa, poderosa y rígida
diferenciación social.

La grandeza de Teotihuacán, que seguramente atraía por su monumentalidad y sobre todo


por su “sentido estético y emocional” (Bernal, 1974), por su representación religiosa al ser
la ciudad de “dioses poderosos” y representación de un poder dominante sobre una extensa
región del territorio mexicano, perdió su preeminencia alrededor de los inicios del Siglo
VIII al ser destruida por invasión, incendio y saqueos y produjo su caída inevitable de la
mano de un invasor desconocido aún según los versados historiadores mexicanos.

Este entorno conocido como “Las Pirámides” o sencillamente “Teotihuacán”, ubicado a 45


minutos del Centro Histórico de la Ciudad de México es hoy un sitio perteneciente al
Patrimonio Mundial que recibe anualmente uno de los mayores flujos de visitantes
nacionales y extranjeros, es un sitio, junto a la Basílica de Guadalupe, al que llegan la
mayor cantidad de turistas que visitan está zona de México, todos los tours de la Ciudad de
México lo incluyen en su itinerario.

Yo, obviamente, no podía dejar de visitar las pirámides de Teotihuacán si visitaba México
por mi interés en las culturas prehispánicas pero además por su monumentalidad
arquitectónica y su interés urbano, y hace diez años el 28 de abril del 2009, que visité este
país, invitado para un congreso cultural iberoamericano a realizarse en Puebla de Los
Ángeles, que no se llevó a cabo por haberse cancelado todo tipo de eventos como
congresos, seminarios, ferias, foros, etc., que significara concentración de personas, debido
a la declaración de emergencia nacional por causa de la epidemia de influenza o gripe
H1N1; pero yo aprovechando una invitación a quedarme en el país con los gastos pagados
por los auspiciadores del cancelado evento cultural, logré mi ansiado propósito de conocer
el complejo prehispánico de Teotihuacán. Lo disfruté entonces, gracias también al apoyo
del padre nicaragüense Fernando Morales quién para entonces era el párroco administrador
de tres templos en la zona de Coacalco, Estado de México.

Hoy domingo 28 de abril de 2019, gracias a la disposición del joven mexicano Jorge
Armando Escobar Pérez, de llevarnos en el coche familiar, en compañía de su esposa
Cinthya, de su pequeña niña Alexa y de su preadolescente hermana Marlen, nos dispusimos
mi esposa María Cecilia Bravo y yo a visitar el atractivo y mágico lugar que los mexicanos
exhiben con orgullo y que se caracteriza por varios puntos que son hitos emblemáticos del
conjunto de Teotihuacán:

“La Ciudadela” regida por la “pirámide del dios Quetzalcóatl”, que se distingue por la
decoración profusa a base de la representación de la serpiente emplumada y varios
ornamentos en los diferentes frisos de cada terraza escalonada, que son cabezas de animales
míticos que también son ubicados a los lados de la escalinata central y metopas de formas
rectangulares y detalles ornamentales tallados en alto relieve en las paredes de la pirámide.

“La Calzada de los Muertos” que une en línea recta la “Ciudadela” con los espacios que
ocupan la “pirámide del Sol” que es la más encumbrada de toda la ciudad y la “pirámide
de la Luna” cuyo centro geométrico se alinea justo al centro de la “Calzada” rigiendo con
el valor femenino, que se le reconoce, la disposición de la ciudad.

En la medida que se recorre “La Calzada de los Muertos” de un extremo a otro se van
alternando los distintos “barrios” originales que se correspondían a las ubicaciones de los
distintos grupos sociales que poblaban la ciudad referencia, la ciudad símbolo del mundo
antiguo indígena, antes que el conquistador español Hernán Cortéz llegará a tierra
mexicana que para entonces ya el poder estaba centrado en otro emplazamiento importante
del imperio como lo fue la capital del imperio mexica: Tenochtitlan.

Fue una cansada pero inigualable experiencia que es capaz de atrapar la imaginación y
transportarnos hacia ese mundo perdido que nos sumerge en esa región transparente de
nuestra herencia ancestral.
Ciudad de México.
Domingo 28 de abril de 2019.

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