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Su configuración como gran centro religioso, político y comercial fue el factor fundamental
que la convirtió en un polo atractivo para una población que en su mayor apogeo entre los
Siglos IV y VII D. de J., llegó a alcanzar la cifra de hasta 200 mil habitantes, sin que por
ello aumentara su superficie pero si incrementó sus edificaciones y se diversificó su
estructura física y organizativa, y fue la sede de una diversa, poderosa y rígida
diferenciación social.
Yo, obviamente, no podía dejar de visitar las pirámides de Teotihuacán si visitaba México
por mi interés en las culturas prehispánicas pero además por su monumentalidad
arquitectónica y su interés urbano, y hace diez años el 28 de abril del 2009, que visité este
país, invitado para un congreso cultural iberoamericano a realizarse en Puebla de Los
Ángeles, que no se llevó a cabo por haberse cancelado todo tipo de eventos como
congresos, seminarios, ferias, foros, etc., que significara concentración de personas, debido
a la declaración de emergencia nacional por causa de la epidemia de influenza o gripe
H1N1; pero yo aprovechando una invitación a quedarme en el país con los gastos pagados
por los auspiciadores del cancelado evento cultural, logré mi ansiado propósito de conocer
el complejo prehispánico de Teotihuacán. Lo disfruté entonces, gracias también al apoyo
del padre nicaragüense Fernando Morales quién para entonces era el párroco administrador
de tres templos en la zona de Coacalco, Estado de México.
Hoy domingo 28 de abril de 2019, gracias a la disposición del joven mexicano Jorge
Armando Escobar Pérez, de llevarnos en el coche familiar, en compañía de su esposa
Cinthya, de su pequeña niña Alexa y de su preadolescente hermana Marlen, nos dispusimos
mi esposa María Cecilia Bravo y yo a visitar el atractivo y mágico lugar que los mexicanos
exhiben con orgullo y que se caracteriza por varios puntos que son hitos emblemáticos del
conjunto de Teotihuacán:
“La Ciudadela” regida por la “pirámide del dios Quetzalcóatl”, que se distingue por la
decoración profusa a base de la representación de la serpiente emplumada y varios
ornamentos en los diferentes frisos de cada terraza escalonada, que son cabezas de animales
míticos que también son ubicados a los lados de la escalinata central y metopas de formas
rectangulares y detalles ornamentales tallados en alto relieve en las paredes de la pirámide.
“La Calzada de los Muertos” que une en línea recta la “Ciudadela” con los espacios que
ocupan la “pirámide del Sol” que es la más encumbrada de toda la ciudad y la “pirámide
de la Luna” cuyo centro geométrico se alinea justo al centro de la “Calzada” rigiendo con
el valor femenino, que se le reconoce, la disposición de la ciudad.
En la medida que se recorre “La Calzada de los Muertos” de un extremo a otro se van
alternando los distintos “barrios” originales que se correspondían a las ubicaciones de los
distintos grupos sociales que poblaban la ciudad referencia, la ciudad símbolo del mundo
antiguo indígena, antes que el conquistador español Hernán Cortéz llegará a tierra
mexicana que para entonces ya el poder estaba centrado en otro emplazamiento importante
del imperio como lo fue la capital del imperio mexica: Tenochtitlan.
Fue una cansada pero inigualable experiencia que es capaz de atrapar la imaginación y
transportarnos hacia ese mundo perdido que nos sumerge en esa región transparente de
nuestra herencia ancestral.
Ciudad de México.
Domingo 28 de abril de 2019.