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La garantía del plazo razonable y el derecho de defensa*

Por Martha L. Hendler

El fallo “Demaría”, fue dictado por la Corte Suprema en abril de 2014 y,


en lo que respecta a los hechos del caso, es útil destacar lo siguiente: en la misma
oportunidad de revocar el sobreseimiento dictado respecto de los imputados
Demaría y Oris de Roa, la Cámara de Apelaciones decretó su procesamiento. El
recurso de Casación articulado por la defensa fue rechazado, sin perjuicio de lo
cual, al ingresar a la queja la Sala de Casación invocó los precedentes de la Corte
que sostuvo que avalaban tal decisión y dispuso la remisión de las actuaciones al
tribunal de origen1.
La revocación de ese fallo por la Corte implicó el rechazo, asimismo, de la
doctrina elaborada por el tribunal de Casación en el precedente al cual se había
remitido. Se trataba del caso “Arano”2, cuya solución obedeció a la aplicación
ultra-activa de la previsión legal contenida en el art. 67 del Código Penal, tal y
como se encontraba previsto a la época de los hechos. Esa aplicación fue posible,
además, merced a la consideración de que la anterior redacción de esa norma
resultaba más benigna que la que se incorporó con la reforma de 2005. A
consecuencia de ello, y en el entendimiento de que el único acto procesal al que
debía reconocérsele carácter de secuela de juicio era la sentencia condenatoria -la
cual no había sido dictada hasta ese momento-, el Tribunal de Casación decidió
la devolución del expediente al de primera instancia.
Ahora bien, en primer lugar cabe destacar que, para admitir el recurso de
hecho deducido por el Fiscal General, la Corte debió apartarse de los criterios
que venía utilizando para estimar la pertinencia del remedio federal, entre otras

* Publicado en Revista de Derecho Penal y Criminología, Año V – N°01, Febrero de 2015, Editorial La
Ley, Buenos Aires, 2015, p. 123 – 132.
1
En concreto dispuso que, de no verificarse la comisión de otro delito, debía declarase extinguida por
prescripción la acción penal.
2
“Arano, Miguel Ariel s/ recurso de casación”, Rto. 30/12/2011, Registro nro. 19.641
cosas, porque la discusión central del caso estaba referida a la determinación de
los actos procesales que participan del carácter de secuela de juicio, debate que
constituye una cuestión de hecho, prueba y derecho común que, por regla, está
excluida de la jurisdicción extraordinaria.
Es cierto, sin embargo, que la Corte ha ingresado al tratamiento de
cuestiones como la antes mencionada en diversas ocasiones, pero en todos esos
casos se puso de manifiesto que se trataba de una excepción a la competencia
restringida, y que aquella se justificaba por la necesidad de resguardar una
garantía constitucional presuntamente afectada3 mientras que, como se verá
luego, el panorama del fallo que aquí se analiza resulta bien diferente.

Breve reseña jurisprudencial


Lo que sigue es un repaso de algunos de los precedentes emitidos por la
Corte en la materia, y tiene por objeto el análisis de la significación que debería
dársele al fallo “Demaría” dentro del marco mayor constituido por aquellos:
El caso “Barra” (Fallos 327:327) debe ser referido en primer lugar, no
tanto en función de un orden cronológico, sino porque constituye un punto de
inflexión en la línea jurisprudencial de la Corte. Este es el caso en que se
establece, de manera definitiva, que la declaración de prescripción es la vía apta
para hacer efectivo el derecho a ser juzgado sin dilaciones indebidas; es, además,
el caso en que la mayoría del Tribunal recepta el criterio que había animado el
voto minoritario emitido por los Ministros Petracchi y Boggiano en el fallo
“Kipperban” (Fallos 322:360) en el cual, por lo demás, se determinó el alcance
que cabía reconocer al concepto de ‘plazo razonable’4.

3
Según se estableció en el fallo "Kipperban" “…aún cuando la inteligencia del concepto de “secuela de
juicio” sea un artículo que excede la jurisdicción extraordinaria, si la duración indefinida del
procedimiento provoca una lesión a un derecho constitucional, la decisión que rechaza la extinción de la
acción penal por haber existido actos procesales interruptivos de la prescripción puede y debe ser revisada
en esta instancia, a fin de evitar que so color de que se trata de interpretaciones de derecho común se
esquive la intervención de esta Corte en asuntos que, como se ha dicho, afectan derechos federales…"
(del voto en minoría de los Dres. Petracchi y Boggiano, publicado en Fallos 322:360.
4
En ese voto se establecen, asimismo, la serie de circunstancias que serán consideradas a partir de allí,
como reglas para determinar si en el caso se ha producido una prolongación indebida del proceso. Entre
Por el voto minoritario antes aludido se hacía referencia los fallos
“Mattei” (Fallos 272:188) y “Mozzatti” (Fallos 300:1102) como precedentes en
los que, con anterioridad a su incorporación a la Constitución Nacional, y por vía
de interpretación de los principios de preclusión y progresividad, se había
reconocido el derecho a ser juzgado sin dilaciones indebidas. En “Mattei” se
estableció que la defensa en juicio incluye el derecho a obtener un
pronunciamiento que, del modo más breve, ponga fin a la situación de
incertidumbre que comporta el enjuiciamiento penal; y en “Mozzatti”, se declaró
la insubsistencia de todo lo actuado, tras 25 años de proceso, fundado en que
había sido agraviado, hasta su práctica aniquilación, el propósito plasmado en el
preámbulo de la Constitución Nacional, de afianzar de la justicia5.
Pero, como se dijo, es recién a partir del dictado del fallo “Barra”, que el
derecho a ser juzgado sin dilaciones indebidas queda enmarcado, de modo cierto,
dentro del ámbito de protección de la garantía del plazo razonable.
En noviembre del año 2004, la Corte intervino en el caso “Egea” (Fallos
327:4815), en el cual volvió a tratar la cuestión vinculada a la interrupción de la
prescripción por la secuela de juicio, y la de la duración razonable del proceso.
En esa oportunidad, si bien se remitió al dictamen del Procurador General, el
Máximo Tribunal ratificó en lo sustancial la doctrina de Fallos 327:327 y además
dijo, de modo explícito, que “…cualquiera sea el criterio que se adopte respecto
de la llamada “secuela de juicio”, en el caso, la duración del proceso por casi dos
décadas, viola ostensiblemente las garantías de plazo razonable del proceso y del
derecho de defensa…”.
En el caso “Cabaña Blanca”, resuelto el 7 de agosto de 2007, el
Procurador General se manifestó en contra de la admisión del recurso

otras, se refiere allí a los pasos procesales cumplidos; a la complejidad del expediente; a las razones de la
demora; a la actuación –diligente o dilatoria- de las partes; y a los actos que aún se encuentran pendientes
de cumplimiento.
5
Según señala allí la Corte, ese propósito asegura, a su vez, a toda persona, la presunción de su inocencia,
la defensa en juicio y el debido proceso, garantías todas ellas que se integran con aquella otra referida a la
rápida y eficaz decisión judicial.
extraordinario sosteniendo, por un lado, la falta de equiparación entre las
circunstancias del caso y las que habían derivado en las soluciones adoptadas en
“Barra”, “Kipperban” (voto de Petracchi y Boggiano) y “Egea”: en aquellos
precedentes, la duración del proceso era casi la misma que la que el procesado
llevaba en calidad de tal6 mientras que, en “Cabaña Blanca”, no se advertía tal
identidad. Su otro argumento se vinculaba con la verificación de distintos actos
que, según afirmó, daban cuenta de que la causa había tenido un razonable
progreso. La Corte, sin embargo, falló de modo escueto, sosteniendo la
aplicación al caso de los criterios expuestos en “Barra”.
Vale decir que, hasta allí, además de las cuestiones de derecho sustancial
que quedaron fijadas a partir de Fallos 327:327, merced a lo resuelto por la Corte
en “Egea” y en “Cabaña Blanca” debía entenderse que, sin importar el criterio
que se utilizara para determinar qué actos participan del carácter de secuela de
juicio y, por lo demás, sin reconocerle ninguna trascendencia a la distinción entre
la duración del proceso y el tiempo que el procesado llevase en calidad de tal,
una vez constatada la evidente demora y prolongación de aquel, la solución era
unívoca: considerar conculcada la garantía del plazo razonable del proceso y
proceder, consecuentemente, a remediar tal situación por medio de la extinción
de la acción penal por prescripción.
El fallo “Cuatrín” fue dictado por la Corte en abril de 2008. En primera
instancia, la prescripción de la acción fue declarada en virtud de la reforma del
art. 67 del C.P. introducida con la ley 25.990, es decir, por aplicación del
principio de ley penal más benigna. Tras la apelación fiscal, el Tribunal de
Alzada revocó la resolución de prescripción, descartando el valor interruptivo
que se le había asignado al primer llamado a prestar declaración indagatoria,

6
Según se asentó en el dictamen del Procurador, en el caso “Barra” la causa llevaba 16 años de trámite y
el procesado había cumplido 15 años en esa condición; en “Kipperban”, el proceso se había prolongado
por 14 años, y el imputado llevaba 13 años de procesado; “Egea” resultaba equivalente, en tanto y en
cuanto, la investigación cumplía 18 años y el procesado 16; por último, el caso “Amadeo de Roth” (Fallos
323:982), registraba 21 años de trámite y la imputada había sido indagada 3 meses después del hecho.
sobre la base de que aquella convocatoria no se había materializado en la
celebración de una audiencia sino hasta 6 años después.
Al ingresar al tratamiento de la queja, la Corte ratificó la doctrina sentada
en el voto de los Dres. Petracchi y Boggiano en “Kipperban”, en cuanto al
reconocimiento de la estrecha vinculación entre el instituto de la prescripción y el
derecho a ser juzgado sin dilaciones indebidas a lo que agregó –con criterio
diametralmente opuesto al de la Cámara de Apelaciones-, que la grave
irregularidad representada por la demora en recibirle declaración indagatoria al
imputado, no podía ser ponderada en perjuicio de este último, sin incurrir en una
afectación a la garantía del debido proceso y de la defensa en juicio.
En el caso “Ibañez”, resuelto en agosto de 2009, la Corte ingresó en forma
directa a examinar la subsistencia de la acción penal, indicando que la
prescripción constituía una cuestión de orden público, que operaba de pleno
derecho y que debía ser declarada de oficio. En el caso, se verificaba una demora
de casi 10 años, entre el momento en que el condenado había articulado un
recurso de inaplicabilidad de ley, y aquel en el cual el tribunal había rechazado
ese recurso, razón por la cual –remitiéndose a “Cuatrín”- la Corte consideró que
se había excedido todo parámetro de razonabilidad, y que correspondía a esa
instancia poner fin a la causa declarando la extinción de la acción penal7.
Tres meses después del fallo “Ibañez”, la Corte volvió a ingresar al
tratamiento de un planteo vinculado a la dilación indebida del proceso. Fue en el
caso “Bobadilla” (Fallos 332:2604) y sostuvo allí que la razonabilidad en la
duración del trámite procesal no podía afirmarse bajo ningún punto de vista,
puesto que, luego de más de 12 años de haber sido dictada la sentencia de
condena de cinco personas, y por diversas vicisitudes acaecidas con posterioridad
a ella –entre las que se destacaron varias declaraciones de nulidad y

7
Según sostuvo allí la mayoría del tribunal, suspender el trámite del recurso extraordinario para que fuese
sustanciado un incidente de prescripción –tal y como lo propiciaba el Procurador- “…no haría más que
continuar dilatando indebidamente esta causa cuya prolongada duración por casi trece años (que no puede
ser atribuida al imputado ni a la complejidad del caso, toda vez que se trata de un hecho sencillo de robo
con arma ocurrido en 1996) viola ostensiblemente el derecho a ser juzgado en un plazo razonable…”.
excusaciones-, aún no se había dictado un pronunciamiento que definiese la
situación de los procesados frente a la ley penal. A consecuencia de ello,
consideró que el caso era sustancialmente idéntico al abordado por la minoría en
“Kipperban” y por la mayoría en “Barra” y que debía decidirse de conformidad
con ellos.
El último fallo de esta reseña tiene la particularidad de haber sido dictado
un mes despúes de "Demaría". Se trata del caso "Aguad", en el que se rechazó la
pretensión de la defensa, de encontrarse involucrada dentro de un proceso
indebidamente dilatado y se debatió, asimismo, la cuestión de la suspensión de la
prescripción por la condición de funcionario público del imputado. Según cabe
suponer a partir de su escueta decisión -en la que lo único que figura es la
remisión, en lo pertinente, a lo resuelto en "Egea"-, la Corte habría considerado
que la duración del proceso en ese caso resultaba ostensiblemente violatoria de la
garantía del plazo razonable y el derecho de defensa.

El análisis del caso


La primera cuestión que se desprende del análisis del caso propuesto para
este comentario es que la Corte, al ingresar al tratamiento de la queja, sostuvo la
verificación de un agravio de insuficiente, imposible o tardía reparación ulterior.
Esa consideración, teniendo en cuenta que la impugnación fue articulada por el
Fiscal General, equivaldría a reconocer, o bien que existe un derecho a la no
prescripción de la acción, o bien que la garantía del plazo razonable también está
prevista en resguardo del acusador público.
Una y otra opción, amén de ser inadmisibles, contradicen la propia
elaboración que el Máximo Tribunal expuso en el caso “Arce”8. Allí se trató
concretamente la cuestión vinculada a la inclusión del Ministerio Público dentro
del ámbito de protección de las garantías constitucionales, y la conclusión de la
Corte fue categórica, en el sentido de que “...las garantías emanadas de los

8
Fallos 320:2145.
tratados sobre derechos humanos deben entenderse en función de la protección
de los derechos esenciales del ser humano y no para beneficio de los estados
contratantes...”9.
Por otra parte, y en lo que concierne a la decisión concreta del Tribunal de
Casación, se advierte que aquél habría dispuesto la remisión del expediente al
tribunal de origen, el cual habría debido cumplir un trámite procedimental que,
según su resultado, podría haber derivado -o no- en una declaración de
prescripción; en tal caso, y de haberse declarado extinguida la acción penal, las
partes habrían quedado en condiciones de ejercer su derecho recursivo.
En consecuencia, y aún cuando pueda parecer un tecnicismo, lo cierto es
que la decisión que revisó la Corte en el caso en análisis, no solo no era una
sentencia definitiva; tampoco podía ser considerada como equiparable a aquella,
en tanto y en cuanto el fallo de la Sala II, no cerró el debate sobre la cuestión de
la prescripción sino que, más bien al contrario, lo que hizo fue abrirlo.
Pero, sin perjuicio de lo hasta ahora referido cabe destacar que la Corte
sostuvo, además, la concurrencia de otras dos circunstancias por las que habría
quedo habilitada su intervención. La primera, vinculada a la arbitrariedad que le
atribuyó al fallo del Tribunal de Casación el cual, según dijo, habría interpretado
el art. 67 del Código Penal excediendo el límite de lo razonable. La segunda,
referida a la influencia y gravitación que podía llegar a tener lo decidido en el
caso particular con respecto a un gran número de casos iniciados con anterioridad
a la reforma de aquella norma10 de lo que cabe deducir, ya que el Máximo
Tribunal no lo dijo explícitamente, que se habría estimado configurado un caso
de gravedad institucional.

9
En el caso se sostuvo, asimismo, que “...los tratados con jerarquía constitucional deben entenderse como
formando un bloque único de legalidad cuyo objeto y fin es la protección de los derechos fundamentales
de los seres humanos...” y que “...en tanto el Ministerio Público es un órgano de Estado y no es el sujeto
destinatario del beneficio, no se encuentra amparado por la norma de rango constitucional...”.
10
Esa influencia, según lo dicho en el fallo, tendría una serie de consecuencias negativas que recaerían
sobre la administración de justicia y afectarían la seguridad jurídica.
Al sostener que la Sala de Casación incurrió en arbitrariedad, la Corte no
sólo desestimó la entidad favorecedora de la situación del imputado que tendría
la interpretación normativa ensayada por aquella Sala, sino que habría ido más
allá de eso, al descartar de plano que pudiera sostenerse que esa exégesis
derivase de la aplicación del principio pro homine de interpretación normativa.
El concepto de secuela de juicio ha sido debatido en innumerables
ocasiones, y no fue sino a partir de la sanción de la Ley 25.990, que pudo darse
por terminada la discusión. En efecto, acudiendo a la reseña jurisprudencial que
antecede, se hace manifiesto que la Corte evitó siempre expedirse en cuanto al
modo correcto de interpretarlo y, sin perjuicio de eso, es claro que ese concepto
habría podido participar de las mismas condiciones a las que se refirió el Máximo
Tribunal en el fallo "Pranzetti"11 y habría podido, por ende, ser considerado como
estructuralmente débil.
En la misma línea argumental, es útil recordar que la Corte también ha
establecido la necesidad de acudir al principio de máxima taxatividad
interpretativa, cuando se está frente a conceptos normativos cuyo alcance y
naturaleza no pueden permanecer en sombras sin afectar el principio de
legalidad. El fallo “Acosta”12, si bien está centrado en el debate de una
cuestión relativa al instituto de la suspensión del juicio a prueba, da cuenta cabal
de eso. La Corte estableció allí la necesidad “...priorizar una exégesis restrictiva
dentro del límite semántico del texto legal, en consonancia con el principio
político criminal que caracteriza al derecho penal como ultima ratio del
ordenamiento jurídico, y con el principio pro homine que impone privilegiar la
interpretación legal que más derechos acuerde al ser humano frente al poder
estatal...”.
Lo argumentado por la Corte en “Egea”, en cuanto a la irrelevancia del
criterio utilizado para determinar el alcance del concepto de secuela de juicio,
frente a la preeminencia que cabe acordar a la protección del derecho a ser
11
Fallos 331:1605.
12
Fallos 331:858.
juzgado sin dilaciones indebidas se orienta, sin ninguna duda, en el mismo
sentido que consagra el principio pro homine de interpretación, de modo tal que,
el rechazo de su aplicación en este caso no parece tampoco razonable.
En cuanto a la supuesta gravedad institucional que cabría suponer
configurada en el caso, se advierte que es la consecuencia de una deducción
cuanto menos sorprendente: la decisión del tribunal de casación, en tanto y en
cuanto “…excede el interés individual de las partes y se proyecta a numerosas
causas que, iniciadas con anterioridad al 2005, se encontrarían próximas a
sucumbir por extinción de la acción...”, sería capaz de provocar un déficit en la
regularidad y estabilidad de los procedimientos, así como una afectación a la
seguridad jurídica y en el acceso a la justicia pudiendo, incluso, llegar a afligir el
funcionamiento de todo un fuero.
Lo inédito del argumento está referido, en primer lugar, a la circunstancia
de que la Corte ingresa, en el año 2014, al tratamiento de un caso que tuvo su
inicio con anterioridad a una reforma normativa que data de 2005. Luego de
transcurridos 9 años, resultaría al menos forzado sostener que en el caso existió
una concreta voluntad persecutoria, o que se cumplieron actos con capacidad
para provocar un avance cualitativo del proceso.
De hecho, lo que cabría observar al respecto, coincide con lo señalado por
la Sala II de la Casación en el precedente “Arano” en el sentido de que,
“...cuando el estado no persigue al imputado o no hace cumplir una pena,
evidencia una renuncia explícita que debe tener por efecto la cancelación de la
posibilidad de respuesta punitiva, sin que el desinterés, la incompetencia o los
tiempos de la burocracia puedan ponerse a cargo del encausado...”.
Por lo demás, y aún de ser cierto lo anunciado por el Máximo Tribunal, en
cuanto al cierre masivo de expedientes que podría provocar la convalidación de
la doctrina del Tribunal de Casación, sería extraño pensar que ello fuese a causar
un trastorno en la administración de justicia. Al contrario, el cierre de tantos
procesos prolongados en el tiempo, sólo podría tener el efecto de mejorar el
funcionamiento de los tribunales, que se verían relevados de la tarea de mantener
con vida investigaciones en las que cabe suponer que el Estado ha perdido
interés.

Conclusiones
Las garantías constitucionales, sea que se refieran a institutos procesales o
que se vinculen con cuestiones atinentes al derecho penal sustantivo, son
dispositivos previstos en favor de la persona acusada de un delito, en resguardo
de sus derechos fundamentales.
En tal sentido, tanto por el hecho de que los Tratados Internacionales de
Derechos Humanos se encuentran incorporados a la Constitución Nacional como,
fundamentalmente, por la cuestión vinculada a que los Estados Contratantes se
obligan, no con relación a otros Estados contratantes, sino respecto de los
individuos que se encuentran bajo su jurisdicción, se entiende que los derechos y
garantías previstos por aquellos gozan de una custodia especial, encargada a los
distintos tribunales del país pero, especialmente, a la Corte Suprema de Justicia
de la Nación.
Es decir que, quizás lleve razón la Corte al señalar que la decisión de la
Sala de Casación resulta excesiva, dada la inadecuación de que un tribunal de
justicia adopte decisiones de carácter general. Sin embargo, a fin de cancelar esos
efectos indebidos, habría sido suficiente con revocar el fallo, por ejemplo, en
función de una falta de tratamiento de las cuestiones que hacen a la
determinación de la prolongación indebida del proceso.
Porque, como quedó en evidencia con los comentarios que anteceden, si
hay una garantía cuya tutela inmediata debe ser propugnada y salvaguardada, es
la que protege el derecho a ser juzgado sin dilaciones indebidas. Cierto que el
derecho a transitar el proceso en libertad merece ser amparado con análoga
intensidad; pero, aún en el caso más grave -el del encarcelamiento preventivo
decidido injustamente-, ocurre que la lesión infringida, si bien en forma tardía,
puede alcanzar algún grado de reparación: el instante mismo en que se recupera
la libertad coincide –al menos- con el de la restauración del derecho.
Pero lo que es insubsanable, lo que no puede en ningún caso regresar a su
estado anterior ni, por ende, ser reparado, es el tiempo que ha durado aquélla
privación: es que el tiempo es una máquina perfecta, que avanza, inexorable, en
un único sentido, siempre hacia adelante, siempre hacia el futuro.

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