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Este folleto contiene los anuncios del Retiro de Evangelización Fundamental que se da
en la Parroquia San José, de los PP. Agustinos Recoletos, de la ciudad de Santa Fe. Ha
sido confeccionado por los jóvenes integrantes del Ministerio de Evangelización de la
Pastoral Juvenil y Vocacional.
Se trata del desarrollo del contenido del Kerygma evangelizador que luego de varios
años y de la experiencia adquirida, se ha ido puliendo y mejorando, de acuerdo con el
caminar de las comunidades juveniles.
No son charlas; son “anuncios” ya que esa es la tónica del Retiro de Evangelización
Fundamental.
Como los autores son varios, los anuncios tienen la tónica de cada uno de ellos. A veces
se estará en contacto con la forma de dirigirse a los destinatarios de la evangelización;
otras veces con la reflexión serena y meditada del tema a anunciar. Pero, en todos, será
Dios el que obre a través de quien lo anuncie.
Esta es nuestra mayor alegría: poder ser ministros del Evangelio y transmisores de una
Noticia siempre nueva; testigos del poder transformador de ese anuncio y de la vida
nueva que se nos dio.
Ministerio de Evangelización
Pastoral Juvenil y Vocacional
Parroquia San José PP. Agustinos Recoletos
CHARLA INTRODUCTORIA
2. Experiencia de fe
Sólo el espíritu Santo nos hace pertenecer a Cristo. Él es el principio de la Vida Nueva
que Cristo vino a traer a este mundo. El Espíritu da testimonio de Cristo en nuestro
corazón y nos capacita para proclamarlo como Señor de toda nuestra vida. Este mismo
Espíritu es el alma de la comunidad de creyentes que enriquece a todos sus miembros
con variedad de frutos y carismas, para proclamar el Evangelio con poder.
Hoy en día la Iglesia está necesitando un nuevo Pentecostés que manifieste con
claridad y poder la abundancia de vida que Cristo vino a traer a este mundo.
Por ello lo más urgente en estos momentos de la Iglesia es presentar el kerygma a los
que han sido bautizados pero que todavía no hay tenido un encuentro personal con el
Señor y no viven su filiación divina; a los que han sido confirmados, pero que jamás han
experimentado el poder del Espíritu; a los que van a misa los domingos pero su vida no
es una Eucaristía que consagre el mundo a Dios; en fin, a todos los que reciben los
sacramentos pero que todavía no han tenido la experiencia real y concreta de la
salvación en Jesús.
El Evangelio no es sólo anunciar a Cristo o predicarlo, sino, además gracias al poder del
Espíritu Santo, fundar un ambiente y una estructura que sea evangélica de tal forma
que se pueda dar el amor entre los hermanos.
No se trata, por tanto, de una salvación individualista. Todo lo contrario. Para que
alcancemos la salvación Dios ha querido formar un Pueblo, una Iglesia, un Reino;
figuras todas que expresen relaciones comunitarias y sociales de los individuos. La
salvación integral se dará cuando todos los hombres, los ambientes donde viven y las
estructuras que condicionan, estén renovados por los valores del Evangelio y regidos
por el Poder del espíritu que todo lo renueva y vivifica.
La meta del anuncio evangélico es la construcción del Reino de Dios en esta tierra, que
un día culminará gloriosamente en el cielo. Se trata de construir con el Poder del
Espíritu Santo un Reino de justicia y de amor donde los hombres, como Pueblo de Dios,
vivan la Nueva Vida traída por Jesús.
Sin embargo, la justicia no puede ser implantada sino por hombres justos. Y para ser
justos es necesario ser justificados por Jesús. De igual manera, nadie puede transmitir
el amor si de alguna forma él mismo no ha experimentado el amor de Dios que nos amó
primero y lo derramó en nuestros corazones por el Don de su Espíritu.
Así pues, no se puede llegar a la meta si no partimos desde el principio: la experiencia
personal de la salvación en Jesús, que nos lleva a ser instrumentos de su misma
salvación para implantar su vida en todos los ambientes donde nos encontremos.
El kerygma tiene como centro y contenido a Jesucristo, Evangelio del Padre, que
anunció con gestos y palabras que Dios es Padre misericordioso con todas sus
criaturas; que ama al hombre con un amor sin límites y que ha querido entrar en su
historia por medio de Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, para liberarnos del
pecado y de todas sus consecuencias y para hacernos partícipes de su vida divina (Cfr.
Documento de Santo Domingo 27).
Si el kerygma es anunciar a Jesucristo, y Jesucristo es el Evangelio del Padre, luego el
kerygma será sencillamente anunciar el Evangelio que “es el poder de Dios para la
salvación de todos los que creen” (Rm 1, 16). El Evangelio tiene poder por sí mismo. Y
lo mismo sucede con el kerygma: éste tiene poder por sí mismo y está más allá de quien
lo predica o de cómo lo hace. Sólo exige del evangelizador fidelidad al mensaje y
docilidad a la gracia. Parte de la situación personal del oyente; pone de manifiesto a un
Dios que actúa y que trastoca las situaciones, con el poder del Espíritu (parresía). La
meta es hacer propia la salvación alcanzada por Jesús, ser ungido por la “Fuerza de lo
Alto” (Cfr. Lc 24, 49) para ser testigos de su Resurrección e integrarse en una
comunidad cristiana.
Tres son las disposiciones que se piden a los que van a recibir el kerygma y a participar
del Retiro de Evangelización Fundamental:
1- Introducción
Recordando viejos tiempos, cuando el rey tenía que comunicar algo al pueblo, me
viene a la memoria la imagen de un montón de soldados en formación, con atuendos
coloridos y resplandecientes; con una ambientación realizada por trompetas que
suenan estridentemente. Lo mismo pasa en este momento, aquí y ahora.
Claro vos me dirás ¿donde están los soldados? - Aquí a mi lado. ¿Dónde están las
trompetas? No tenemos trompetas pero sí tenemos el soplo del Espíritu Santo que te
va a hacer resonar en lo profundo de tu alma las palabras que tengo para decirte. ¡Yo
vengo a darte un anuncio! Y tal como lo oís, es un anuncio. No puedo callar la Victoria
que ha realizado EL REY sobre la tristeza, la soledad, el rechazo, el olvido, el odio, la
ceguera, en fin la muerte.
Dios te ama; quiere lo mejor para vos y no importa como estés hoy; él te ama. No
importa como te levantaste, él te ama. No importa si estás enojado con Él; te ama igual.
Por más que me digas lo que me digas, te ama.
Ese es mi anuncio y como es un anuncio de Victoria va a venir acompañado de un
regalo: la paz. ¡Sí! Por el amor que se está derramando en este momento en tu corazón,
en tu ser, vendrá una paz incomparable como nunca hayas experimentado. No importa
si lo creés, Dios te ama igual; no importa si lo rechazas, el te espera. Pero aunque vos
no creas en Dios tenés que saber que Él ¡sí! Cree en vos, cree que podés cambiar y
renacer; cree que tenés derecho a una vida nueva.
2- El amor humano
Hoy me toca hablar del amor y no hay nada que me guste más que hablar del amor.
Somos tan soberbios los humanos que todo lo queremos hacer nosotros: los ojos
verdes de nuestros hijos, su cabello rubio, la vida, y hasta ¡el amor! No te preocupes en
hacer el amor (al mismo participante) que el Amor ya está hecho. Es más, el Amor no es
un objeto que pueda hacerse; es una consecuencia de tu relación con otra persona. Y
como si eso fuera poco, cuando hablamos de amor nos imaginamos el amor carnal. Y si
no fíjense como se puso colorado cuando le pregunté si hacía mucho que no hacía el
amor.
El amor no es lo que te quieren vender a cada momento por televisión, en una novela,
en una canción. Pero ya que tocamos el tema me gustaría mostrarte que hasta los que
no tienen fe se dan cuenta que no se puede vivir sin amor, sin ser amado, sin
experimentar el amor.
Para que te des cuenta:
O, por ejemplo, también se dijo que el amor te endulza la vida, que cura, que sana y que
vence la soledad:
Cantar un pedazo de yo te quiero besar:
Cuando llegó, me encontró tan amargo y vacío,
me entregó su amor con cariño y acabó con mi soledad.
Confieso que no estaba así tan preparado para que un gran amor me conquiste.
Te pido que ya nunca me abandones, no,
No dejes que esta llama se apague.
Mejor aún, estoy seguro que comprenderás lo que te digo: (de Donato-Steffano)
Quiero beber los besos de tu boca,
Como si fueran gotas de rocío,
Y allí en el aire dibujar tu nombre,
Junto con el mío.
Que bueno es amar y sentirse amado. Pero que confundidos estamos cuando
comparamos el amor humano al verdadero Amor.
Que el amor humano te sirva de símbolo pero que el Amor del Padre te sirva como
ejemplo.
No es que el amor humano no nos sirve; es más, si nos ponemos a pensar, podemos
imaginarnos a la mujer que le dice a su pareja:
Mujer Hace mucho que no me decís que me querés.
Hombre ¿Eh?
Mujer ¡Que te quiero dije!
Hombre Yo también.
Chicas, mujeres en general: nunca lograrás que un hombre te diga primero que te
quiere.
Muchachos: nunca dejen de decirles a sus mujeres que la quieren.
Todos necesitamos que nos lo digan; vos, yo, el que tenés al lado. El mundo tiene sed
de que le digan que alguien los quiere.
Con Dios no pasa eso. Él te amó primero y no se cansa de repetírtelo: “Te amo, te
protejo, te cuido como a nadie en el mundo”.
Pero pongámonos en el lugar del hombre. Cuando el novio se tiene que ir de la casa de
la novia solo, en colectivo o caminando ¿no te está amando?... Cuando te deja elegir
los planes; cuando sale a trabajar por tu familia, ¿no te está amando? .
Lo mismo que esto nos pasa a nosotros todos, hombres y mujeres, tenemos la
manifestación del amor en nuestras narices y no nos damos cuenta. Si me estás
pidiendo una prueba de que Dios te ama te la voy a dar: Tocate. Existís. Tocá al que
tenés al lado, existe y esa es una gran prueba del amor de Dios. No te levantaste hoy
por casualidad, tenés vida porque Dios te ama y tiene un plan para vos.
Pero la mejor manifestación del amor de Dios la tenés todos los días en la Eucaristía; en
Jesús si querés verlo mejor: Porque tanto amó Dios al mundo que nos dió a su propio
hijo para que vos y yo tengamos vida y en abundancia (Cfr. Jn 3. 16). ¿Ves que Dios te
ama y te dá una nueva vida?.
Dios reveló su amor y el mundo no supo verlo (Cfr. Jn 1, 11). Revelando su amor Dios
revela su humildad. Él es quien cede, quien busca al hombre, quien perdona y está
siempre dispuesto a volver a empezar.
Dios te ama y no es casualidad las maravillas que están a tu alrededor. Aprendé a gozar
de ese amor; del sol que te ilumina; de todo lo que te regala día a día.
Muchos dicen que el mundo se creó por un exceso de energía. Yo te digo que fue por un
exceso de amor.
Aunque tus papás no hayan querido que vos nazcas; aunque tus papás se hayan
separado, vos fuiste más que el fruto de un amor humano. No te culpes pensando:
“¿Para qué habré venido a este mundo? ¿Para sufrir? Vos fuiste el fruto del torbellino
de amor que existe entre Padre, Hijo y Espíritu Santo y aunque te cueste creerlo, es así.
Muchos de nosotros sufrimos al pensar que nuestros padres separados, o no, ya no se
tienen el mismo amor del principio y empezamos a gestar pensamientos raros porque
pensamos que si la relación entre nuestros padres fracasó, nosotros fracasaremos
también. ¡No es cierto! Dios te ama y tenélo por seguro que ese amor te coronará con la
victoria. Eso sí, no seas impaciente. Él te la dará cuando sea conveniente.
Ya no existe muro entre vos y el amor de Dios, ya nada nos puede separar de ese amor
eterno, ni tus defectos físicos, ni tus angustias, ni las heridas que alguien una vez
causó. Dios ama, Él ha creado todas las cosas y gobierna firmemente y poderoso. Ya tu
corazón está abierto porque si hablamos de vencer muros, ya también se ha derribado
el muro de separación entre tu mente y tu corazón. Eso es abrir el corazón: dejar que
fluya el amor de Dios que penetra tus oídos, acaricia tu mente y reposa en tu corazón.
Escuchá que Él te habla. Cuando Dios reprendía a su pueblo a través de los profetas, lo
hacía en forma indirecta y entonces el profeta decía: “Dice El Señor...” pero cuando
tiene que declarar su amor lo hace directamente: “Cuando eras niño, te amé, yo te
enseñé a andar y te llevé en mis brazos, con correas de amor te atraía, con cuerdas de
cariño te atraigo” (Os 11, 1-4).
Dejá que ese Amor que Dios te tiene preparado fluya hoy en vos como la leche tibia que
sale del seno de una madre para alimentar y levantar a su niño...
EL PECADO Y SUS CONSECUENCIAS
1. Introducción
Como todos serán buenos lectores de la realidad, se darán cuenta que no estamos
viviendo precisamente el plan perfecto de armonía y felicidad que Dios pensó para
nosotros. Si tratamos de buscar las causas de que esto no suceda podemos llegar a
muchas respuestas sin estar completamente seguros de estar en lo cierto.
Si nos remitimos al comienzo de la historia de salvación, en el Génesis podemos ver
claramente qué fue lo que nos separó de Dios (Cfr. Gn 3). Eso se llama pecado. ¿Pero
qué es el pecado?
Hay una cosa que podemos decir con seguridad: solamente la revelación divina sabe
en verdad qué es el pecado, no el hombre, ni tampoco ninguna ética o filosofía humana.
Nadie puede decir por sí mismo, qué es el pecado, por el simple hecho que él mismo
está en pecado. Todo lo que el hombre dice del pecado, en el fondo, no puede ser más
que un paliativo, una atenuación del mismo. “Tener una idea débil del pecado se ha
dicho- forma parte de nuestro ser de pecadores”.
En el corazón del hombre habla el pecado; por eso, es absurdo esperar que el hombre
hable contra el pecado. Yo misma, que estoy aquí hablando sobre pecado, soy una
pecadora, pero estamos seguros que es el Espíritu el que pone sus palabras en mi
boca. Sepan al menos esto: el pecado es algo más serio, infinitamente más serio de lo
que yo consiga hacerles comprender. El hombre, por sí solo, podrá al máximo llegar a
comprender el pecado contra sí mismo, contra el hombre, no el pecado contra Dios; la
violación de los derechos humanos, no la violación de los derechos divinos.
Este anuncio conseguiría su finalidad aunque sólo consiguiera conmover nuestra
inconmovible seguridad de fondo y concebir un saludable espanto frente al enorme
peligro que representa para nosotros, no digo el pecado, sino la simple posibilidad de
pecar. Ese espanto se convertiría, entonces, en nuestro mejor aliado en la lucha contra
el pecado: “Temblad, no pequéis”, dice la Escritura (Sal. 4, 5)
“Se está revelando escribe Pablo- además desde el cielo la reprobación de Dios contra
toda impiedad e injusticia humana, la de aquellos que reprimen con injusticias la
verdad. Porque lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismo se lo ha
puesto delante. Desde que el mundo es mundo, lo invisible de Dios, es decir, su eterno
poder y su divinidad, resulta visible para el que reflexiona sobre sus obras, de modo que
no tienen disculpa. Porque al descubrir a Dios, en vez de tributarle la alabanza y las
gracias que Dios se merecía, su razonar se dedicó a vaciedades y su mente insensata
se obnubiló. Pretendiendo ser sabios, resultaron unos necios que cambiaron la gloria
de Dios inmortal por imágenes de hombres mortales, de pájaros, cuadrúpedos y
reptiles” (Rom. 1, 18-23)
En qué consiste, exactamente tal impiedad se explica de inmediato diciendo que en la
negativa de glorificar y dar gracias a Dios. En otras palabras, en la negativa de
reconocer a Dios como Dios, en no tributarle la consideración que se le debe. Consiste,
podríamos decir, en “ignorar” a Dios, en donde ignorar no significa tanto “no saber que
existe”, cuanto “hacer como si no existiera”. Es el intento, por parte de la criatura, de
cancelar, por propia iniciativa, casi con prepotencia, la diferencia infinita que hay entre
ella y Dios.
Es algo mucho más oscuro y terrible de lo que el hombre puede imaginar o decir. Si el
mundo supiera lo que es, en realidad, el pecado, moriría de espanto.
Esta negativa ha tomado cuerpo, concretamente, en la idolatría, en que se adora a la
criatura en lugar del Creador (Cfr. Rom. 1, 25). En la idolatría, el hombre no “acepta” a
Dios, sino que se fabrica un dios; es él quien decide por Dios, no al revés.
Hasta aquí se ve claramente el repliegue acaecido en el corazón del hombre, su opción
fundamental contra Dios. Ahora podemos mencionar los frutos que de ahí se derivan en
el plano moral. Todo lo mencionado ha dado lugar a la disolución general de las
costumbres, un verdadero y propio “torrente de perdición” que arrastra a la humanidad
a su ruina, sin que ésta ni siquiera se dé cuenta. Podemos ver en Romanos ese
impresionante cuadro de vicios de la sociedad: homosexualidad masculina y
femenina, injusticia, maldad, codicia, envidia, engaño, difamación, soberbia,
arrogancia, rebeldía contra los padres, deslealtad, ...(Cfr. Rm 1, 26-32). Todo este
desorden moral no es más que una consecuencia del pecado, de la reprobación de
Dios. Dios “permite” tales cosas para hacer comprender al hombre a qué conduce su
repulsa.
Hasta acá somos testigo del relato del pecado de la sociedad pagana de aquel tiempo.
Vengamos al mundo de hoy; actualicemos y situemos en la historia la palabra de Dios,
tratando de ver si, y en qué medida, ésta se refiere también a nosotros, tomando el
sentido más genérico como “nosotros, hombres de hoy”.
Recordemos: “impiedad”: negativa a admitir a Dios como “creador” y a nosotros como
criaturas. En la actualidad ha adquirido una forma consciente y abierta que antes no
tenía. Por lo tanto, debemos reconocer de inmediato que “el misterio de la impiedad
está en acción” (2 Tes. 2,7); es una realidad presente, no una simple re-evocación
histórica.
“El pecado de impiedad es más profundo que lo que se pueda decir o pensar”, sobre
todo cuando se hace prescindiendo de la palabra de Dios, se pierde la idea misma de
pecado, porque ya no es “lo que está mal a los ojos de Dios” (Sal. 51, 6), sino todo lo que
está mal a los ojos del hombre. El hombre establece lo que es el pecado, es él quien
decide lo que está bien y lo que está mal; se traza autónomamente su moral
progresando en la historia, “como un río que, avanzando, va excavando por sí mismo
su propio lecho”. Y esto recae una vez más en la impiedad. Sin darse cuenta, se termina
por dar del pecado una definición perfectamente “egoísta”. De hecho, cuando se opone
el pecado contra el hombre al pecado contra Dios, por hombre no se entiende el
hombre “en sí”, sino el hombre “en mí”, es decir, el hombre se identifica con mi clase,
con mi ideología, con mis razones, o que yo puedo utilizar como argumento contra mis
adversarios para demostrarles su culpa. Casi nunca es el hombre contra quien yo peco,
sino siempre el hombre contra quien los demás pecan. Así, esta “nueva moral” que se
construye prescindiendo de Dios, la más de las veces acaba siendo como la de los
paganos, “un espléndido vicio”, una vestidura con que el egoísmo humano trata de
cubrir su desnudez. Con ella se puede justificar incluso la supresión de la vida inocente,
como sucede, de hecho, en la práctica ya generalizada y legalizada del aborto.
La tarea que nos asigna la Palabra de Dios, que es la de denunciar la impiedad del
mundo y esto con una finalidad precisa: para que tomemos conciencia de que en torno
a nosotros hay realmente una guerra entre dos “reinos” frente a la cual no podemos
permanecer neutrales, y para que abandonemos, de esa manera, la superficialidad y
un cierto optimismo, ingenuo y poco bíblico, respecto al mundo.
A veces, Dios, en sus misteriosos designios, permite al adversario (sabiendo que no
compite con Dios, que es criatura suya) inspirar pensamientos incluso a almas que le
son queridas para purificar su fe, y entonces sucede algo misterioso y tremendo que
algunas de estas almas han descrito para advertencia nuestra. El espíritu del hombre
vive, por algunos instantes y como prueba, la embriaguez de la libertad satánica; siente
en sí mismo un orgullo y un poder desmesurado, le parece encontrarse en otro
universo, del que él es el soberano. Tiene sensación de poderlo todo. Comprende qué
quiere decir la expresión utilizada en los evangelios para describir la tentación de Jesús
en el desierto: “lo llevó a la altura” (Lc. 4, 5); el alma se siente, en efecto, como liberada
por encima del mundo, en una dimensión que es sólo interior pero tan viva que parece
real y física. Experimenta una especie de éxtasis, pero de signo negativo es decir, no
hacia la luz, sino hacia las tinieblas y el abismo. Cuando el poder de sugestión satánica
cesa, la persona, atónita, se pregunta: “¿Qué ha sucedido?” y descubre, a la luz de
Dios, el engaño; comprende que el Maligno, una vez más, ha mentido, y para su
perjuicio, ha quedado al descubierto. En realidad, la criatura, incluido Satanás, puede
querer una cosa parecida, pero no puede realizarla, porque nadie puede hacer como si
no hubiera recibido su propio ser de Dios, por más que lo desee. Esto no hace más que
acrecentar la desesperación de Satanás y de quien, por desgracia, lo sigue por ese
camino. En vez de eliminar el infierno, aquellas palabras, en verdad, lo revelan. El
secreto del infierno que Satanás desvela, sin embargo, sólo a quienes ya no pueden
volverse atrás está aquí: “Yo existo y persisto gracias al engaño”. Se mantiene por el
engaño. Pone bien de manifiesto lo que está mal, o hace que aparezca como mal
pequeño, inevitable y que todos realizan lo que, sin embargo, es un gran mal; dice,
como hizo con Eva: “No moriréis, sino...”, mientras sabe bien que lo que sucederá será,
precisamente, la muerte.
Otro modo de abolir la diferencia entre Creador y la criatura, entre Dios y el “yo” es el de
confundirlos. La impiedad toma esta forma hoy en el ámbito de la psicología, por
ejemplo. Se tiende a la supresión entre el bien y el mal. Se alargan peligrosamente los
límites: el límite de lo divino hacia abajo y el límite de lo demoníaco hacia arriba, hasta
acercarlos entre sí, superponiéndolos, y ver en el mal nada más que “otra faceta de la
realidad”. Dice Isaías, en una palabra que parece pronunciada hoy mismo: “¡Ay de los
llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas!” (Is.
5, 20).
Según los momentos, pensamos de forma diferente sobre los mismos argumentos, sin
tener nunca un pensamiento estable, pues preferimos siempre poder justificar algo, dar
razones de ello antes que ser discípulos de la verdad. No están fundamentados en la
roca única, sino en la arena.
Hay manifestaciones graves de impiedad, muy serias, ya no de negación intelectual o
de por desinterés, sino la negación voluntaria, sabiendo que existe, y lo desafía
abiertamente: ¡no me someto!. Ejemplos de esto serían: profanación de la Eucaristía,
parodias obscenas y sarcásticas de narraciones de la Palabra de Dios, películas y
espectáculos profanadores y ofensivos, etc. Esta situación no es tan remota como
muchos podrían pensar, es, más bien, una catarata que está ahí, a dos pasos, a causa
de indiferencia y la “neutralidad” en la que vivimos a veces, algunos. Partiendo del
abandono de la práctica religiosa, y se acaba, un día, entre los enemigos abiertos
contra Dios, que sería el otro límite.
También, si ponemos atención, podemos escuchar discursos por decirlo de alguna
manera- que contienen una sutil veta de acusación contra Dios, a causa de sus
mandamientos “imposibles” y contrarios a la felicidad del hombre. Cualquier precepto
de la moral es volatilizado con sutiles distinciones, de manera que quede justificada
toda libertad.
Dice el profeta Jeremías: “Los que te abandonan fracasan” (Jer. 17, 13). El abandono
de Dios conduce a la confusión, e incluso, al extravío mismo. “Pérdida”, “extravío” son
las palabras que aparecen con mayor frecuencia en la Biblia cuando se habla de
pecado. El pecado es desastre y fracaso radical. No hablo de fracasos relativos, en
cuanto a un emprendimiento, un objetivo o un rol; éstos siempre dejan posibilidad de
rehacerse. Con el pecado se fracasa como criatura, es decir, en la realidad básica, en lo
que se “es”, no en lo que se “hace”. Es este caso podría decir como Jesús a Judas: “Más
le valdría no haber nacido” (Mt. 26, 24). El hombre al pecar, cree que ofende a Dios,
pero en realidad “ofende”, “daña” y “mortifica”, sólo a sí mismo, para su propia
confusión. También ofende, entristece a Dios y muchísimo, pero en cuanto mata al
hombre que él ama, lo hiere en su amor.
Podemos ir un poco más allá, a las consecuencias existenciales del pecado. El pecado
conduce a la muerte, no a la muerte como acto que duraría un instante- sino como
estado permanente. Como si fuera una enfermedad crónica. En esta situación, la
criatura tiende desesperadamente volver a la nada, pero sin conseguirlo; por eso vive
en una eterna agonía.
Es importante que quede claro esto: Matar a Dios es el más horrendo de los suicidios no
me equivoco al decir suicidio-. El salario, la paga por el pecado es, verdaderamente, la
muerte.
¿Qué parte tenemos nosotros en todo esto? A simple vista, parecería que nuestro papel
es de jueces, el de acusadores.
Esta historia nos va a servir para reflexionar sobre esto.
El rey David había cometido adulterio; para mantenerlo escondido había hecho morir
en la guerra al marido de la mujer, de forma que, a partir de ese momento, tomarla por
mujer podía parecer, incluso, un acto de generosidad por parte del rey, de cara al
soldado muerto combatiendo por él. Una verdadera cadena de pecados. Lo visitó,
entonces, el profeta Natán, enviado por Dios y le narró una parábola: “Había en la
ciudad un hombre riquísimo que tenía rebaños de ovejas y había también un pobre que
tenía sólo una oveja, que él quería mucho y de la que conseguía sustento. Llegó a casa
del rico un huésped y él, para no perder ninguna de sus ovejas, tomó la del pobre y la
mató para preparar la mesa a su huésped”. Al oír esta historia, se desencadenó la ira de
David contra aquel hombre y dijo: “¡El que ha hecho esto es reo de muerte!” Entonces
Natán, dijo a David: “'¡Tú eres ese hombre!” (2 Sam. 12, 1ss).
La respuesta es: ¡tú eres ese hombre! Muchas veces nos creemos jueces, y por eso, no
tenemos disculpa; al dar sentencia contra otro te estás condenando a ti mismo, porque
vos te portás igual.
Si lograste imaginar el horror por el pecado, es el momento de dirigirlo contra vos.
Saquemos esa extraña y frecuente ilusión que nos consideramos a salvo de la ira de
Dios, sólo por tener una idea clara del bien y del mal, por conocer la ley y aplicarla a los
demás, mientras que nosotros nos pensamos destinatarios de la “bondad” y la
“paciencia” de Dios.
Te digo, en palabra de San Pablo: con la dureza de tu corazón impenitente te estás
almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios
(Cfr. Rom. 2, 4-5). “¿No comprendes que la bondad de Dios te está empujando a la
enmienda?” ¡Qué terremoto el día que descubras, que te des cuenta que la palabra de
Dios está hablándote de este modo, precisamente a vos, sos vos el que está
acumulando castigos!
Acá no hay vuelta, no hay escapatoria: es necesario “desplomarse” y decir como David
: ¡He pecado! (2 Sam. 12, 13). Pero, por el contrario, lo que sigue es, el endurecimiento
del corazón y se refuerza la impenitencia. De acá se sale CONVERTIDOS o
ENDURECIDOS.
Quizás examinándote, llegado a este punto, reconozcas la verdad, que hasta ahora
has vivido “para vos mismo”, que también estás envuelto de un modo u otro en el
misterio de la impiedad. ¿Qué hacer en esta delicada situación? Digamos lo del Salmo:
Desde lo hondo a ti grito, Señor (Sal. 130). Desde mi propio abismo, desde mi pecado:
si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?. Creeme, el corazón es un
sepulcro; ahora estamos en situación de “espíritus en prisión”, “esperando”
desesperadamente con las manos alzadas una mano que nos libere de la cárcel.
Gritemos nosotros también, gritá desde lo hondo, desde tu profundidad, desde donde
te reconocés estar.
Sepan que existe el auxilio, que hay remedio para este mal, para tu mal, porque “Dios
nos ama”. Por eso, a pesar de lo escuchado manténganse serenos y confiados.
Repitan lo del Salmo: “No me entregarás a la muerte, ni dejarás al que te es fiel conocer
la fosa”. (Sal. 16, 10).
JESUS SOLUCIÓN DE DIOS
3. La persona de Jesús
Todos conocemos esto, ¿verdad? Y también sabemos que como todo hombre Él sintió
debilidad, tentación, dolor, pena, euforia, placer, y que, Él particularmente, valoró la
amistad y exaltó el amor y se entregó por nosotros. Su Pasión es el misterio y la prueba
de amor más grande que haya podido presenciar la humanidad, y es a ese misterio que
quiero acercarlos hoy.
Cuando hablamos de “Pasión del Señor” lo entendemos como algo más relacionado
con el dolor que con el amor siendo que el amor es la razón y fundamento de todo lo que
va a sucedió. Y de este amor sin limites y capaz “de dar la vida” toma el nombre
“Pasión”.
Está escrito que los secretos de Dios nadie los ha podido conocer jamás si no es el
Espíritu de Dios (Cfr. 1 Cor, 2,11). La Pasión de Cristo es un secreto de Dios, y uno de
los más abismales, por lo que le pido en este momento al Espíritu Santo que nos
permita contemplar de alguna manera tan sólo una gota de sus cáliz.
Convengamos que con mucha dificultad cualquier persona entregaría su vida por una
causa justa, por una buena persona quizás afrontaría uno la muerte. La situación de
Jesús al entregar su vida fue muy diferente, entregó su vida por los que exigían su
muerte, por los culpables, por los injustos, por los que lo odiaban.
Les voy a contar un cuento:
“Pepe y Juan son dos amigos de la infancia, distanciados en la actualidad por diferencia
de ideas. Pepe perdió una apuesta muy alta y no tiene con que pagarla, los ganadores
lo citan a enfrentarse a unos cuantos vándalos, si logra vencerlos se salva de pagar la
deuda y aún recibe un dinero adicional, si pierde, además del dinero perderá su vida.
Juan se entera y conociendo la debilidad de su amigo y la imposibilidad de ganar en
semejante juego se ofrece a pelear en su lugar corriendo el riesgo de morir o ganar no
sin sufrir consecuencias. Pepe acepta reconociéndose incapaz, y se queda
observando desde el estrado. Juan gana, le entrega la victoria a su amigo Pepe y
festejan juntos”.
Pepe somos nosotros incapaces de saldar nuestra culpa, Juan es Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
Juan lo devolvió a la vida, y para ser fiel a la afirmación de San Pablo “donde abundó el
pecado sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20), como si esto fuera poco nos ofrece además
la eternidad.
Este es el lado divino de nuestro amigo, por lo que deberíamos agradecer, festejar y
enorgullecernos a cada momento...
5. Un Cristo Maldito
Él, para salvarnos, debía compartir nuestra naturaleza hasta compartir nuestro
pecado.
A ver si podemos entender esto. En el momento de su Pasión Él se hizo “el pecado”,
sólo así podría crucificarlo consigo.
Prestemos atención a sus palabras: “Mi alma está triste hasta el punto de morir... Y
decía: `¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparte de mí esta copa; pero no sea lo que
yo quiero, sino lo que tú quieras” (Mc 14, 34. 36) Esto también los dice en la carta a los
Hebreos: “ El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con
poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte...” (Hb 5, 7). ¿Qué
significan sus palabras “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” (Mc 15,
34)?
¿Cómo puede ser que el que calmó las aguas y resucitó a los muertos sienta horror y
angustia, preso de un terrible descorazonamiento?
En efecto, Jesús se sentía solo y débil. Como todo el que sufre Él recurrió a sus amigos
pero incluso esto se le niega pues los encontró dormidos (Cfr Mc 14, 37).
Pablo nos dice que Jesús se hizo pecado (Cfr Gal 3,13) y lo crucificó en su carne (Cfr
Rm 8, 3).¿Cómo puede ser esto?
Imaginemos todos los pecados del mundo como en una pirámide invertida, donde todo
su peso se concentra en un sólo punto, ese punto es la persona de Jesús. Eso significa
cargar con el pecado del mundo, eso significa “hacerse” pecado, eso significa crucificar
el pecado. Él era y se sentía el pecado del mundo.
Jesús asume el pecado del mundo; es decir, todo el sufrimiento del mundo, todas las
consecuencias del pecado pesan sobre su carne, su humanidad se hizo pecado hasta
las últimas consecuencias, entre ellas la más absoluta soledad.
Con seguridad se preguntarán dónde estaba el Padre en el momento del mayor
sufrimiento de su Hijo. El Padre naturalmente es opuesto al pecado y en ese momento
su Hijo era el pecado, Jesús estaba maldito. Por primera vez Jesús siente la ausencia
total de su Padre.
Dice Pablo en la carta a los Romanos “No perdonó a su propio hijo, sino que lo entregó
por nosotros” (Rom 8,32)
Pero en la aceptación de la voluntad del Padre, Jesús encuentra toda su fuerza, la
fuerza necesaria para asumir el dolor en su carne sagrada. Y lo cargó, libremente,
porque te ama.
Lo más impactante de su Pasión es que lo hizo por la humanidad; es decir, que lo hizo
por vos. Por vos padeció y derramó su sangre. Todos somos culpables de su Pasión.
Y hoy, ¿qué significado tiene la cruz? Un himno correspondiente a la Liturgia de las
Horas del Viernes Santo le reza a la cruz, en sus últimos versos:
“Tu sólo entre los árboles guardado,
para tender a Cristo en tu regazo,
tú, el árbol que nos salva, tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido”
Dios te está abrazando hoy y te invita a aprovechar la Pasión de su Hijo. A un alma que
pensaba con amargura en su vida pasada y decía “Padre, lo único que tengo son estas
manos terriblemente vacías y sucias”, la voz infinitamente dulce del Padre respondió en
su corazón “Extiéndelas bajo la cruz, las llenarás de la sangre preciosísima de Cristo”.
¿Acaso puede haber un tesoro mayor?
Vos sos discípulo de Cristo y no tenés menos privilegios que los primeros, vos tenés
acceso y participación en la misma experiencia.
Hay una condición para ello: ser pecador. Sólo aquel que ha sentido en su propia carne
las consecuencias del pecado, a saber: soledad, angustia, dolor profundo y sin límites,
vacío espiritual, discriminación, disconformidad física y/o espiritual consigo mismo,
insatisfacción continua, abandono y culpa entre otras, esa persona es la elegida para
palpar en lo más profundo de su ser los frutos de la salvación. Ojalá sientas que esa
persona sos vos.
No olvides que, para que seas salvo Dios no se ha reservado por vos ni a su propio Hijo.
ACEPTÁ A JESÚS COMO TU SALVADOR
Habiendo recibido todo ese amor que Dios nos tiene reservado; habiendo
comprendido, en parte, el misterio del pecado; habiendo visto cómo Dios no nos deja
librados al azar, sino que interviene en la historia del hombre y no sólo eso, sino que nos
ha ganado la salvación, ahora quisiera preguntarles: “¿Quiénes de Uds. conocen a
Jesús?” (pedir que levanten la mano los que crean conocerlo).
Bien, veamos qué significa conocer a alguien. Supongamos. En una charla te digo que
tengo un amigo de apodo Pepe, de 23 años, pelo largo, un poco enrulado, de
contextura física grande, tirando a gordo, te diría, y además te cuento que le gusta le
electrónica, que es muy curioso, etc... ¿Podrían decir alguno de Uds. que conocen a
Pepe?... ¡No! No podrían. ¿Por qué no podrían? Porque si vas caminando por la
costanera y te lo cruzás, ni cuenta te darías que es él. Lo mismo si vas por la peatonal, o
en la facultad; porque quizás sea ese compañero de cursado que no sé cómo se llama,
o el del trabajo. ¿No hay ningún Pepe acá? Si lo hubiese, podría ser él, y Pepe podría
estar por cualquier lado que ni te darías cuenta que es él. Y esto porque no lo conocés a
Pepe, sino, sólo sobre Pepe; conoces sólo lo que te acabo de decir sobre Pepe, pero no
a él en persona.
¿Se dan cuenta de la gran diferencia que esconde esta sutileza de conocer sobre
alguien y conocer a alguien?
Reformulemos ahora la pregunta: ¿Conoces a Jesús? o ¿Conoces sólo sobre Jesús?
Quizás nos pasa lo mismo que con Pepe. No nos damos por enterados ni por asomo
que el va junto a nosotros en la peatonal, por la costanera, en la facultad, en la
parroquia, etc. Aún a pesar, quizás, de haber estudiado mucho sobre Él, sobre Jesús.
Pues todavía no hemos descubierto el vínculo único que existe entre Él y cada uno de
nosotros.
Es que conocemos sobre Él, pero no a Él con mayúscula. Hemos leído sobre Él, hemos
hablado de Él, conocemos algo de doctrina sobre Él pero no lo conocemos a Él. Ese Él
con mayúscula, más vivo y más presente aquí, que cualquiera de nosotros.
¿Qué pasaría si tuvieras un encuentro cara a cara con Pepe? Y además en ese
encuentro se presentan uno al otro. A partir de ese primer encuentro no sólo vas a poder
decir que ya lo conoces, sino además, lo vas a reconocer en cualquier lugar donde él se
encuentre.
Lo mismo sucede con Jesús. Necesitamos ese encuentro personal con Cristo para que
deje de ser un “eso”, colgado dentro de nosotros con alfileres y pase a ser un Él con
mayúscula, o mejor aún un Tú, un Vos. Un encuentro donde no sólo comience la
aventura de conocer al Señor, sino que me posibilitará reconocerlo donde quiera que
Él, Jesús, se muestre o se encuentre.
A ese encuentro personal con el Señor es lo que llamamos FE. Es desde ese encuentro
con el Señor de donde brota toda la doctrina de la Iglesia; es decir, toda la religión
católica. Pues el termino religión viene de re-ligar, volver a unir, es decir volver a unirnos
a Dios. Eso es la religión. Esa unión que el pecado rompió ahora hay que volverla a
ligar, volverla a unir; debemos adherirnos nuevamente a Dios, a Jesús. De ahí que el
Catecismo de la Iglesia Católica nos diga que “La fe es una adhesión personal del
hombre entero a Dios que se revela” (CIC 176).
Esto que hoy te predico no es más que lo que dijo Juan Pablo II al respecto: “A veces
vuestra sintonía de fe es débil y yo les propongo esto para reavivar su fe: un encuentro
personal, vivo, de ojos abiertos y corazón palpitante con el Señor resucitado”.
“Personal”: nadie puede tomar tu lugar, la unión se debe dar entre vos y Jesús; “Vivo,
de ojos abiertos”: no en tu imaginación, sino en tu vida concreta, real, palpable.
“Corazón palpitante”: no es un encuentro cualquiera, sino que es con Dios, con el
Todopoderoso, con tu Creador. Y no me he de detener en esto de Resucitado;
solamente he de decir al respecto lo que San Pablo a los cristianos de Corinto: “Si Cristo
no ha resucitado, tanto mi anuncio como la fe de ustedes no tienen sentido. Resulta
incluso que seríamos falsos testigos de Dios, porque estaríamos dando falso
testimonio contra él, al afirmar que resucito a Jesucristo,” (1Co 15, 14-15)¡Cristo está
vivo y resucitado! Entonces podemos encontrarnos con Jesús; conocerlo a Él y ya no
sólo sobre Él.
Te decía hace momentos que todo el cristianismo brota del encuentro con el Señor
resucitado. Veamos entonces algunas maneras en que los que nos decimos
“cristianos” desvirtuamos nuestra religión. En otros términos, ¿a qué reducimos el
cristianismo?
c- Ideología humanitaria
Un tercer grupo de “cristianos” toma la religión como una simple ideología. Un ejemplo
claro de lo que esto significa es que la política se mueve en este terreno. Ella es, por
definición, la puesta en práctica de una cierta ideología. ¿Qué implicancias tiene esto
en la religión? Se enfatiza la labor social y todo lo que tenga que ver con el hacer. Por
otro lado, se deja de lado todo lo que tenga relación con la piedad, con lo místico,
reduciendo así a la figura de Cristo a “un hombre extraordinario” que supo hacer bien
las cosas, llegando luego a equiparaciones de Cristo con lideres políticos y hasta a
afirmar que Cristo es de un determinado partido.
Como en los otros casos, no esta mal poner el acento en la labor social de la iglesia,
pero si el hacer de esto algo absoluto. Como primera cuestión Jesús es plenamente
Dios y plenamente hombre. Por otro lado dice la Madre Teresa de Calcuta: “Si creemos,
amaremos. Si amamos actuaremos”; antes de actuar es necesario creer.
En definitiva las tres maneras que hemos citado de reducir el cristianismo nos llevan a
reafirmar que para que todo tenga un sentido pleno primero debemos “buscar el Reino
de Dios y su justicia, y lo demás nos será dado por añadidura” (Cfr. Mt 6, 33)
Es decir, no sos vos el que llama a este encuentro, sino Él. Vos sólo tenés una
respuesta explícita que dar. Un “Sí, te acepto, Señor, en mi vida como mi Salvador, de
una vez y para siempre”. Por todo esto el SÍ que el Señor espera escuchar de tu boca
es el más simple y sencillo pero a la vez el más profundo y comprometido: “Sí, me
comprometo en esta carrera de la fe; comprometo mi vida en ello. Dame lo que mandas
y manda lo que quieras.”
Si se te dijera: la puerta para ese encuentro es la inocencia; la puerta es la observancia
exacta de los mandamientos; la puerta es ésta o aquélla virtud, podrías encontrar
excusas y decir: “¡No es para mí! Yo no soy inocente, no tengo esa virtud”. Pero se te
dice: la puerta es la fe. ¡Creé! Esta posibilidad no es demasiado elevada para ti, ni
demasiado lejana, no proviene de ultramar; por el contrario, a tu alcance está la
palabra, en tu razón, en tu voluntad, en tu corazón.
En verdad, ¡jamás se piensa en lo más simple! Esto es lo más simple y lo más claro del
Nuevo Testamento, pero antes de llegar a descubrirlo, ¡cuánto hay que andar! Es el
descubrimiento que se hace, habitualmente, al final, no al principio de la vida espiritual.
En el fondo, se trata de decir sencillamente un “¡SÍ!” a Dios. Ahora Dios te ofrece una
segunda posibilidad, como una segunda creación; te presenta a Cristo como salvador
y te pregunta: “¿Quieres vivir en su gracia, en Él'?” Creer significa decirle: “¡Sí, lo
quiero!” E inmediatamente será una criatura nueva, más rica que antes; serás “creado
en Cristo Jesús”
Si por un instante te dieras tiempo de meditar la profundidad de este hecho; si por un
segundo tomaras conciencia de Quién es el que viene a tu encuentro y te pide permiso
para entrar en tu vida; si por un segundo te deshicieras de tus preconceptos de cómo
es Dios y dejases que Él se te revele en toda su magnitud. ¡Qué rápido tomarías tu
decisión de decirle “Sí, te acepto como mi Salvador”!
El mismo Creador, el que hace nuevas todas las cosas; el que es Dios, el Maravilloso,
el siempre Fiel, el Justo, el Santo viene a tu encuentro y te tiene preparada esta
invitación: “Mira que estoy de pie junto a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la
puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” [Ap 3,20)
A mí solamente me resta decirte lo que el Salmo 40: “Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor”
CONVERTITE Y VOLVE AL SEÑOR
1. Introducción
Comenzamos este encuentro hablando del Amor del Padre, y cómo por medio de este
Amor, viendo que el hombre había pecado, nos envió a su único Hijo para nuestra
salvación.
Ahora, para convertirnos tenemos que tener bien en claro de que, esta acción de
conversión tiene que surgir de nosotros mismos para que Dios pueda obrar.
Vamos a ir viendo cómo debemos ir liberándonos del pecado y con ayuda de Él, estar
en su gracia para quedarnos allí.
Jesús nos dice:”es en el corazón del hombre donde está la raíz de pecado”
Convertirnos será cambiar con el corazón y desde él, un cambio desde nuestro interior
hacia el exterior, y en nuestra vida con un cambio de actitud, con criterios y valores más
acordes a la voluntad de Dios.
¿Que es imposible?... No, sólo podemos lograrlo si dejamos que Él actúe en nuestra
vida ya que para él no hay imposibles.
Esto se hace a través de ciertos pasos:
Veamos la parábola del hijo pródigo. Una vez pedida la parte que le correspondía de la
herencia, fue a malgastarla. Y una vez terminada, viendo lo mal que se encontraba,
buscó trabajo y lo único que consiguió fue el de cuidar cerdos. Hubiera dado lo que
fuera por comer de las bellotas que comían los cerdos y allí recordó el amor de Padre y
se arrepintió del pecado cometido; este es nuestro segundo paso de la conversión.
Arrepentirse del pecado. Y luego continúa la parábola en Lc 15,17 ss.: “Finalmente
recapacitó y se dijo: “Cuantos asalariados de mi Padre tienen pan en abundancia y yo
aquí me muero de hambre volveré donde mi Padre y le diré: Padre he pecado contra el
cielo y contra ti ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus
jornaleros”. Se levantó y fue a donde su Padre.
Arrepentirse significa un cambio de pensamiento, de mentalidad. Pero no se trata de
cambiar de un modo nuestro a otro también nuestro, sino sustituir nuestra mentalidad y
modo de pensar por el modo de pensar de Dios; nuestro juicio por el juicio de Dios, que
es el único verdaderamente justo. Porque es Él quien verdaderamente nos conoce.
Sólo el Espíritu puede hacernos ver la verdad; toca nuestro corazón y nuestra
conciencia como sólo Él conoce. “Peque contra el cielo y contra Ti....” (Lc 15, 21)
“Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse a su
cuello y lo besó.Entonces el hijo le habló: «Padre, he pecado contra Dios y ante ti. Ya no
merezco ser llamado hijo tuyo.» Pero el padre dijo a sus servidores: «¡Rápido! Traigan
el mejor vestido y pónganselo. Colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para
sus pies. Traigan el ternero gordo y mátenlo; comamos y hagamos fiesta, porque este
hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado.» Y
comenzaron la fiesta” (Lc 15, 20-24). Inmediatamente que el hombre reconoce su
pecado Dios está allí para abrazarnos y llenarnos de besos, ponerle sandalias en los
pies y una túnica nueva.
Mientras el hombre mantiene dentro de sí el pecado y rechaza conocerlo, éste le
consume y lo hace triste, pero cuando decide confesarlo a Dios experimenta de nuevo
la paz y la dicha. Querer arrepentirse es ya arrepentirse.
1- El bautismo de Jesús
Sería imposible decir que el Espíritu Santo sólo actuó en Jesús en algunos momentos
ya que toda su vida está impregnada del Espíritu Santo.
Pero vamos a poner especial atención en algunos momentos claves de la vida de
Jesús.
Si miramos un poquito el Evangelio recordaremos que el evangelista declara que El
espíritu lo condujo al desierto (Cfr. Mc 1, 12). Podemos decir que lo empujó al desierto
para ser tentado. En la lucha contra el demonio, Jesús ejerce su unción real porque
acaba con el reino de Satanás y establece el Reino de Dios. Como dice en Mt 12, 28:
“Si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que ha llegado a ustedes el
Reino de Dios”.
Pero concentrándonos en el mensaje profundo de la conducción de Jesús al desierto,
quiero evocar las palabras de Marcos 3, 27: “Nadie puede entrar en la casa del fuerte y
saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa”.
Esto es lo que Jesús va a cumplir en el desierto: atar al adversario, arreglar cuentas con
él antes de ponerse a trabajar. Y de este modo puede llevar adelante su campaña en
territorio enemigo. No olvidemos que en el “mundo” Satanás es local. Jesús se libera
de Satanás para liberar de Satanás. Éste es el sentido del relato de las tentaciones.
Luego de este acontecimiento se visualiza en todo el Evangelio un avance irresistible
del frente de la luz que hace retroceder a las tinieblas. Cuando Jesús se acerca, los
demonios se agitan, tiemblan, suplican no ser expulsados, tratan de pactar. Lo que
algunos secretamente pensaban se diluía ante la autoridad manifestada por Jesús
porque el Espíritu Santo ungió con poder a Jesús de Nazareth. Pensemos que fue lo
que pudo haber sucedido en el desierto.
a- Claramente satánicos.
Son todo tipo de rituales en donde se adora a Satanás. Por ejemplo: misas negras,
sacrificios, pactos con sangre.
b- Encubiertos
Estos terrenos son aquellos en donde no se nombra explícitamente a Satanás pero
toda actividad o rito tiene un trasfondo cuyos objetivos sirven a la causa del demonio.
A estos terrenos se los transita por las siguientes causas:
Adivinación: astrología, horóscopos, lectura de manos, tarot (cartas con figuras),
mancia (quiromancia y nigromancia), borra de café, juego de la copa.
Espiritismo: umbanda.
Sociedades Secretas: Rosacruces, masones, metafísica (pseudometafísica).
Todas estas actividades confluyen en una misma búsqueda que es la del conocimiento
ya sea del futuro, de la ciencia, la vida, etc.
El hombre de todos los tiempos, no sólo busca el conocimiento, si no que corre agitado
en búsqueda del poder y en este afán se cae en campos como los siguientes:
Hechicería, magia, brujería, curanderismo, amuletos.
c- Terrenos Peligrosos
Por último, decimos que las neurosis espirituales desencadenan en agitación, miedo,
angustia, depresión, fobias. Todas estas son actitudes que al maligno le vienen al pelo
ya que somos como carne blanda para sus obras.
Este tipo de terrenos que estamos describiendo son más conocidos de lo que podemos
imaginar ya que muchos católicos han tenido durante su vida alguna experiencia con
actividades que hacen bien al cuerpo, la mente, o simplemente porque están de moda.
En este terreno sólo se cae cuando uno camina al borde de la cornisa ya que son
actividades que resultan productivas para el organismo humano. Pero el problema
sobreviene cuando se empieza a profundizar cayendo en filosofías que nada tienen
que ver con el cristianismo y lo único que aportan es confusión, duda, tiniebla. Estas
actividades llevan el nombre de control mental, meditación trascendental, yoga,
budismo, parapsicología, New-Age, Hare Krishna, etc.
A estos movimientos se los llama sincretismos (mezcla de varias cosas) los cuales se
presentan sin ningún tipo de oposición a la Iglesia Católica, o al cristianismo, siendo
que los católicos somos sus peores obstáculos a los anhelos expancionistas con el fin
de manejar todas las religiones, es decir llegar ser la religión que englobe a las demás.
Debe quedar suficientemente claro que no es gratuito recorrer estos caminos. Con esto
quiero decir que puede haber dos consecuencias fundamentales:
Pecado
Daño
Para que exista pecado debe haber consentimiento libre y conocimiento suficiente.
Pero lo que nunca tenemos en cuenta es que puede ocasionar daños que del tipo:
Físico Orgánico
Psicológico Moral
Espiritual
Lo más triste de todo esto es que generalmente se cae en estos terrenos por
ignorancia, curiosidad o el deseo de experimentar juegos que estimulen la adrenalina,
como muchos dicen.
6. Superstición
El tema de la superstición es un tema que se aborda porque también nos toca a los
católicos. La superstición es asignarle a un hecho o a un objeto algo que no le
corresponde: orientación de la suerte; poder.
Los ejemplos más comunes son: creencia en sueños; números de lotería; animales;
personas; creencia en agüeros como el “martes” (no te cases ni te embarques); nº 13;
animales (mariposas negras, gatos negros, lechuzas, todos traen desgracia);
talismanes; amuletos (traen felicidad o guardan del peligro); herradura; cinta roja; ristra
de ajo (ahuyenta malos espíritus); paraguas abierto dentro de una casa; barrer de
noche; ruda; espejo roto; derramamiento de sal.
No se puede creer que en pleno siglo XXI exista gente que todavía cree en estas cosas.
Esto, lo único que hace es revelar ignorancia y debilidad de entendimiento. Muchas
veces forma parte de la cultura de la familia; pero sea así o por otros medios, se debe
acabar con la superstición.
Si aceptás que Dios te ama, debés entender que Él tiene un plan para vos que ni un
objeto ni nadie puede cambiar. Ya no podemos, como cristianos, saludar a la gente
cuando se va, diciendo: “Suerte”; antes bien digamos, sin miedo de proclamar nuestra
fe: “Que Dios te bendiga”.
7. Curaciones Raras
Son todas las actividades que abarcan la sanación a través de oraciones a personajes
desconocidos o utilizando remedios raros. Esto también nos toca muy cerca a los
católicos ya que somos especiales para hacer de nuestros signos una superstición.
Porque las necesidades son muchas, fruto de los tiempos que vivimos, ponemos
énfasis en los santos taumaturgos llegando a desconocer como se transforma en una
superstición los crucifijos, los rosarios, las estampitas, las oraciones, etc. Nunca
pienses que por repetir tantas veces una oración se te van a cumplir los deseos porque
los santos intercederán pero solo Dios es el que actúa.
Dice San Pablo a los Efesios (Ef. 6, 12): “Nuestra lucha no es contra la carne y la
sangre, si no contra principados contra potestades, contra los dominadores de este
mundo tenebroso”. Pedro también escribe (1Pe 5, 8): “Vuestro adversario, el diablo,
ronda como león rugiente, buscando a quien devorar”. Si miramos el Apocalipsis (Cfr.
Ap. 12, 13-14), éste nos ofrece una imagen clara de esta lucha: el demonio(el dragón) al
no conseguir devorar al hijo (Jesús), lleno de rabia se arroja sobre la Mujer que lo ha
engendrado, obligándola a refugiarse en el desierto. La Iglesia (La Mujer) también es
conducida por el Espíritu al desierto donde es tentada por el diablo. Nada más claro
para describir esta lucha que aún continúa después de Jesús en la Iglesia y contra la
Iglesia. Satanás lleno de furor, sabe que le queda poco tiempo y se acercan las bodas
del Cordero.
El imperio de Satanás ya no es libre para actuar por sus propios fines. Ya ha sido
sometido.
Podemos asegurar que Satanás trabaja para Jesús, como sucede en la Pasión. Cree
actuar para un fin y en cambio obtiene otro. Cree luchar por su fin propio y lo único hace
es servir a la causa de Jesús y de sus santos. Se ensañó con Jesús haciéndolo
condenar, flagelar y finalmente lo condujo a la Cruz, pero Jesús aceptando todo esto
como voluntad del Padre ha transformado esta obra en la Suprema Victoria de Dios y la
suprema derrota de Satanás.
Si volvemos a nuestro bautismo podremos ver cómo la Iglesia cristiana nos da vida a
través de este sacramento y a su vez nos presenta una opción: ¿Renuncias a...?
¿Crees en...? Como si dijera: “Existen dos señoríos, dos reinos en el mundo dentro los
cuales nosotros elegimos a cuál de ellos queremos pertenecer”.
Durante mucho tiempo los cristianos subestimamos a Satanás y la Iglesia se puso a
estudiar en los libros al respecto. Pero Satanás no está en los libros, él quiere habitar en
las almas, especialmente en la de los que se toman en serio a Dios.
A Satanás no le interesan los ateos, le interesan los que más comprometidos están con
Jesús. Es como derribar a los jefes de las tropas para luego destruir a los combatientes
fácilmente.
Satanás actúa en el mundo determinando el espíritu que domina a los incrédulos. Se
puede decir que la incredulidad del mundo de hoy impuesta sin violencia, es obra de
Satanás, en gran parte a través del silencio, que es la adaptación servil al espíritu de los
tiempos, haciendo que el hombre respire el olor de esta unción que tiene poder de
adormecer las conciencias.
Dice San Pablo a los Efesios: “Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis
resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneos firmes. ¡En pie!,
pues; ceñida la cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados
los pies con el celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe,
para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad,
también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios;
siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con
perseverancia e intercediendo por todos los santos” (Ef 6, 13-18).
Pedro recomienda: “Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como
león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe” (1Pe 5, 8-9). “Ser
sobrios” significa ver las cosas en el lugar que le corresponden y no andar tampoco
viendo a Satanás en donde no está, como muchos paranoicos lo hacen (ya dijimos que
la paranoia es obra de Satanás).
“Velar” significa no dormirnos en una peligrosa seguridad ignorando que el demonio
existe y pensando que duerme tranquilamente. ¡Él no duerme !
Debemos despertar y darnos cuenta que hoy más que nunca Satanás no duerme y su
objetivo es destruir la relación entre los hombres y separar a los hombres de Dios.
Es hora de evaluar qué lugar ocupa Satanás en nuestra fe; romper todo tipo de lazos
con Satanás; romper talismanes, amuletos y renunciar a todo tipo de actividades
peligrosas. Debemos convertirnos, pedir perdón.
Que te quede claro que es cuestión de reinos y debés hacer una elección.
Elijamos el Reino de Jesús y armemos un escudo en esta lucha.
Dice la Palabra de Dios que Jesucristo es el Señor y ante Él toda rodilla se inclina para
proclamar su gloria (Cfr. Flp 2, 10-11). Proclamemos a Jesús nuestro Señor y Satanás
no tendrá más nada que hacer. Liberémonos de Satanás para liberar de Satanás, como
lo hizo Jesús en el desierto.
Donde llega Él, el enemigo es desalojado por la unción real que lleva el nombre de
Jesús y no te olvides que vos sos partícipe de esa unción real.
RESUCITÓ NUESTRA ESPERANZA
Ya todo había pasado, Jesús estaba en el sepulcro, la piedra sellaba la puerta. Y los
discípulos... ¡qué gran decepción para ellos! En quien tenían centradas todas sus
expectativas, su Maestro, quien los iba a liberar de la opresión, estaba ahí. Muerto.
Sepultado. Algunos ya comenzaban a volver a sus ciudades. Creo que la mejor manera
de describir lo que pasaba en su interior es visualizar cómo toda la creación se había
entristecido en el momento de la muerte de nuestro Señor. Así de oscuro y triste habrá
sido el pesar de los discípulos y de las mujeres; en especial de María. A ella, como se lo
había predicho Zacarías, una espada le había traspasado el corazón.
Al tercer día las mujeres quisieron ir a poner el bálsamo al cuerpo.
Te invito a que las acompañemos en su caminar hasta el sepulcro. Para eso te pido que
cierres tus ojos, y comiences a imaginar la situación. Imagina las casas humildes; la
arena bajo tus sandalias; el sol que comenzaba a aparecer en un día que se pintaba
totalmente despejado y hermoso, delante tuyo caminando en silencio y con la cabeza
gacha, tres mujeres. El camino se pinta agreste, con un paisaje de rocas, arena y
arbustos. A medida que se acercan al sepulcro, las sensaciones comienzan a hacerse
más intensas... Dentro de unos momentos veremos al Señor envuelto en su sabana
mortuoria y seguramente el impacto será muy fuerte. A cada paso se van sucediendo
imágenes de lo que vivieron con Jesús mezcladas con las que verán ahora. El impacto
ante cualquier difunto es fuerte, pero este lo será más. Ellas lo habían visto curar, sanar,
y proclamar la llegada del Reino por doquier y ahora están yendo a embalsamarlo. No
es cualquier difunto; es el hijo de María y José. Es el que había perdonado pecados y
caminado sobre las aguas. De pronto una preguntó: “¿Quién nos moverá la piedra del
sepulcro? Y justo en eso momento, toman conciencia de que ya están frente a él. ¡Pero
la piedra... la gran piedra está... está movida! El desconcierto las invade. ¿Habrán
profanado la tumba?” Mientras comienzan a correr observan que los guardias que
custodiaban el sepulcro estaban tendidos en el piso como muertos. Al entrar en él se
encuentran con la tumba vacía. ¡La tumba está vacía! Las sábanas mortuorias están
intactas en el lugar donde yacía el cuerpo de Jesús. Desconcertados queremos salir del
sepulcro y al darnos vuelta, un joven, vestido como de plata. Y comenzamos a
escuchar... (el resto del ministerio proclama la resurrección del Señor)... “No se
asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí.” (Mc
16,6). “Este es el día que hizo el Señor. Aleluya. Alegrémonos todos en él. Aleluya”.
Cuando el Espíritu te mueva a abrir tus ojos, hacelo .
El Señor ha resucitado. La tumba está vacía.
Quizás esperabas que en este anuncio te diera un montón de pruebas históricas del
hecho. Quizás, desearías que hiciéramos una interpretación nueva y novedosa de los
relatos de la resurrección del Nuestro Señor. Pero, ¿acaso lo necesitamos? Hay dos
caminos posibles para analizar este hecho. Hay quienes quieren entender para creer y
otros lo contrario; creer para luego entender. San Juan al final de su Evangelio, justo
después de terminar los relatos sobre la resurrección, nos dice lo siguiente respecto a
los signos que Jesús hizo y él narró: “Estos han sido escrito para que ustedes crean” (Jn
20,31). No dice “para que los interpreten”, dice “para que crean”. San Pablo nos dice
que Dios ha dado a todos los hombres “una prueba segura” de Jesús, resucitándolo de
la muerte ( Cfr. Hch 17, 31)
Este anuncio, tan simple y concreto ha convertido a las gentes; cambió el mundo y dio
lugar al nacimiento de la Iglesia, no por haber sido interpretada y demostrada
científicamente, sino por ser proclamada “en Espíritu y poder”. Este es un dato que no
se puede rebatir.
San Agustín nos marca la importancia que tiene la fe en la resurrección del Señor: “No
es gran cosa creer que Jesús ha muerto; esto lo creen también los paganos, los judíos y
los ímprobos; todos lo creen. Lo verdaderamente grande es creer que ha resucitado. La
fe de los cristianos es la resurrección de Cristo” (S. Agustín, Enarr. Ps. 120, 6; CC 40, p.
1791)
Por otra parte el santo más querido por el pueblo ruso, Serafín de Sarov,
después de haber transcurrido diez años en un bosque, sin pronunciar ni una palabra,
ni siquiera con el hermano que de vez en cuando le llevaba comida, al final de este largo
silencio fue enviado por Dios en medio de los hombres y, a las personas que, cada vez
en mayor número, acudían a su monasterio, les decía con gran pasión: “Esta es mi
alegría, ¡Cristo ha resucitado!”
Esta sencilla expresión, pronunciada por él, era suficiente para cambiar el corazón de
aquella persona y del mundo que le rodeaba.
Si tal es la importancia de la fe en la resurrección, que de ella depende cualquier cosa
en el cristianismo, nos preguntamos de inmediato: ¿cómo se obtiene y dónde se
consigue esa fe? Dice San Pablo: “La fe surge de la proclamación, y la proclamación se
verifica mediante la palabra de Cristo” (Rm 10, 17). Esto es algo singular y único en el
mundo. El arte nace de la inspiración; la filosofía del razonamiento, la técnica del
cálculo y del experimento. Sólo la fe nace de la escucha. Y vos ya escuchaste el simple
y contundente anuncio de la resurrección del Señor.
Por otra parte, Cristo resucitado no nos dejó a la Iglesia las palabras del Kerygma; es
decir, todo el mensaje de este retiro, para luego irse, dejando que se lo busquemos
dentro de las palabras como dentro de un sepulcro vacío. Por eso, el Kerigma está
impregnado, grávido, lleno de Cristo y lo genera en los corazones. El Resucitado está
dentro del anuncio como la luz dentro de la linterna; o mejor, como la corriente eléctrica
en el hilo de cobre que la conduce. De ahí que el Kerigma tiene poder en sí mismo,
porque Cristo está en él.
Pero, ¿por qué no todos los que escuchan llegan a creer? La respuesta es simple: no
todos los que escuchan están dispuestos a obedecer, a inclinarse ante Dios. El
problema está en el terreno de la libertad humana, que puede abrirse o cerrarse ante la
soberana acción de Dios. San Pedro tiene una frase reveladora al respecto, que bien
cabe en la boca de este Ministerio. Tras haber proclamado que el Dios de los padres ha
resucitado a Jesús, haciéndolo Jefe y Salvador, añade: “Testigos de esto somos
nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a quienes le obedecen” (Hch 5, 32). ¡Cuántos!
¡Cuántos hermanos nuestros se han privado de vivir la fe por no arrodillarse ante el
Señor! Por no querer obedecerlo, o por temor al cambio de vida. Es que como
decíamos hoy, sólo el que encuentra el Tesoro, emprende grandes renuncias.
Ahí se da la “separación de espíritus" entre creyentes y no creyentes. Hay, pues, quien
no cree en la resurrección porque no ha oído hablar de ella, o ha oído hablar de forma
inadecuada; pero, también hay quien no cree en ella por orgullo, porque no quiere
hacerle sitio al Absoluto, o por indiferencia, pues cree que, creyendo, deberá cambiar
su vida y no está dispuesto a ello. “El incrédulo - escribe Pascal - dice: `Abandonaría los
placeres, si tuviera la fe´; pero yo le respondo: `Tendrías fe, si abandonaras los
placeres´” (Pensamientos, n° 240 Br.)
.
4. La victoria de Nuestro Señor. El nacimiento de la esperanza.
¡Qué providencial resulta el hecho que estemos viviendo todo esto en tiempo de
Cuaresma!, ya que esto nos dará la posibilidad de vivir la Pascua con un corazón nuevo
y una profundidad distinta.
Dentro de algunos días, en algún Vía Crucis, de seguro estaremos cantando todos:
“Victoria, tu reinarás. Oh cruz, tu nos salvarás”. Pero, ¿en qué consiste tal victoria?
Como consecuencia de la entrada del pecado en el mundo, había dos barreras que
separaban al hombre de Dios. Una, la barrera del cuerpo, la cual Cristo la rompe al
hacerse hombre. Pero, aún quedaba una: la barrera de la muerte. Y es aquí donde
estamos parados ahora, reviviendo el momento en que Jesús rompe esta última
barrera al resucitar de entre los muertos. Y esta es la gran victoria que reina ahora, la de
Cristo Jesús. Por todo esto, ¿de qué podemos enorgullecernos los cristianos? ¿Qué
hay de todo lo que somos, tenemos o hagamos que Cristo Jesús no nos lo haya
ganado? ¿Acaso Cristo vino al mundo o resucitó por alguna obra nuestra? San Pablo
es contundente en la respuesta: “Por la gracia, en efecto, han sido salvados mediante la
fe; y esto no es algo que venga de ustedes, sino que es un don de Dios; no viene de las
obras, para que nadie pueda enorgullecerse” (Ef 2, 8-9).
Ojalá que de este retiro salgamos todos diciendo y pensando como Pablo que nos
cuenta de que se enorgullece: “En cuanto a mí, jamás presumo de algo que no sea la
cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 6, 14)
En el mismo momento en que Cristo vence, es el momento en que nace la esperanza.
“Al resucitar a Cristo Jesús de entre los muertos, nos dio una vida nueva y una
esperanza viva” (1Pe 1 3). Entonces la resurrección no es sólo un argumento que
funda la verdad del cristianismo, sino también una fuerza que alimenta, desde dentro,
su esperanza.
La palabra “esperanza” está ausente en la predicación de Jesús. Los evangelios
refieren muchos dichos suyos sobre la fe y sobre la caridad, pero ninguno sobre la
esperanza. En compensación, tras la Pascua, vemos literalmente explotar, en la
predicación de los apóstoles, la idea y el sentimiento de la esperanza que ocupa un
lugar, junto a la fe y a la caridad, como una de los tres componentes constitutivos de la
nueva existencia cristiana. Si hasta Dios mismo es llamado «el Dios de la esperanza»
(Rom 15, 13).
Nada se consigue sin esperanza; muchas veces perdemos el rumbo en nuestro
caminar hacia la santidad y a veces al examinarme me descubro con fe, pero errando el
camino y hasta sin saber hacia dónde ir; es decir, sin esperanza que es la que nos
orienta, la que pone un rumbo verdadero y trascendente en nuestro peregrinar; ir hacia
Dios; entrar en su presencia en santidad y justicia todos los días.
¿Cuál es el objeto de esta esperanza? El objeto de la esperanza cristiana es la
resurrección de la muerte: “Aquél que resucitó a Jesús nos resucitará también a
nosotros” (2 Cor 4, 14).
Esperar quiere decir creer que esta vez será diferente, por más que ya lo hayas creído
cien veces antes y que cada vez hayas sido desmentido. Tantas veces en el pasado,
quizás, has decidido en tu corazón “el santo viaje” de la conversión; con ocasión de una
Pascua, de una tanda de ejercicios, de un encuentro importante, has tomado, como
quien dice, carrera para saltar el foso y has visto disminuir el ímpetu, e incluso
apagarse, a medida que te acercabas a la orilla, y cada vez te has encontrado,
amargamente, como antes de emprender el viaje. Si, a pesar de todo, esperás,
conmoverás el corazón de Dios que vendrá en tu ayuda. Dios se conmueve ante la
esperanza de sus criaturas: “La fe que yo prefiero - dice Dios - es la esperanza. La fe no
me asombra. La caridad tampoco. Que esos pobres hijos vean cómo van las cosas y
crean que irán mejor mañana por la mañana, esto sí que es asombroso. Y yo mismo me
asombro de ello. Y es necesario que mi gracia resulte, en efecto, de una fuerza
increíble” (Péguy).
No sólo la esperanza se alimenta y fortalece de la resurrección. Todo lo que existe y se
mueve en la Iglesia - sacramentos, palabras, instituciones - saca su fuerza de la
resurrección de Cristo. Se alimenta de es el instante en que la muerte se transformó en
vida. Es la nueva creación, como inculca la liturgia al escoger, como primera lectura de
la vigilia pascual, la narración de la creación de Génesis
El anuncio está en tu oído: “¡Jesús, el Señor, ha resucitado!” Ahora llega tu parte: tocar
al Señor resucitado. Allí, en el momento en que lo toques, han de desaparecer todas tus
dudas. Tomás tocó con su dedo esta fuente de toda energía espiritual, que es el cuerpo
del Resucitado, y recibió una “sacudida” tal que hizo desaparecer absolutamente, al
instante, todas sus dudas y exclamar lleno de seguridad: “¡Señor mío y Dios mío!”. El
mismo Jesús, en esa circunstancia, dijo a Tomás que hay un modo más
bienaventurado; es decir, más feliz, de tocarlo, que es la fe: “Dichosos los que tienen fe
sin haber visto” (Jn 20, 29). El “dedo” con que también nosotros podemos tocar al
Resucitado es la fe; y es este dedo el que debemos extender ahora, con el ardiente
deseo de recibir de este contacto luz y fuerza.
El Señor resucitado nos ha visitado, colmándonos de esperanza y fortaleciéndonos
para emprender o retomar el peregrinar hacia la santidad. A Él, gloria y alabanza.
Tengamos siempre presente estas palabras del profeta Isaías: “Los que esperan en el
Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse,
marchan sin fatigarse” (Is 40, 31). Ojalá el Espíritu Santo nos llene de humildad para
doblar nuestras rodillas ante el Resucitado.
Para terminar quiero que contesten dos preguntas: “¿Jesús es el Señor?”. “¿Creen que
Dios lo resucitó de entre los muertos?”
“Si proclamas con tu boca, que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios la ha
resucitado de entre los muertos, te salvarás” (Rm 10 ,9).
2º
BLOQUE
EL SEÑORÍO DE JESÚS
Los discípulos estaban reunidos. Era Pentecostés. Dios envió sobre ellos el Espíritu de
su Hijo y Pedro, movido por ese mismo Espíritu dijo: “Sepan pues, con plena seguridad
todos los israelitas que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús, a quien
ustedes crucificaron.” (Cfr. Hch 2, 36).
San Pablo nos dice algo similar en la carta a los Filipenses: “Por eso Dios lo exaltó y le
dio el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble
toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que
Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre.” (Cfr. Flp 2, 9-11).
También el profeta Zacarías: “Salta de alegría, Sión, lanza gritos de júbilo Jerusalén,
porque se acerca tu rey, justo y victorioso, montado en un burro, en un joven borriquillo.”
(Cfr. Zc 9 ,9) .
Y San Juan, en su Evangelio, nos dice: “Cortaron ramas de palmera y salieron a su
encuentro, gritando: -'¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito
sea el rey de Israel!'” (Jn 12 ,13) l.
Entonces: ¿Es Jesús el Rey? ¿Es Jesús el Señor? ¿Qué significa “Señor”?
Por respeto a Dios, los israelitas no pronuncian el nombre de Él, revelado a Moisés. Lo
llaman “Kyrios”, “Adonai”. O sea, que le dan el nombre divino de “Señor”. Dice la
Palabra de Dios que después de su muerte y resurrección, Dios Padre le da el Nombre
sobre todo Nombre; lo constituye Alfa y Omega, Principio y Fin. Lo pone como cabeza
de todo lo creado.
“Llevando su proyecto salvador al constituir a Cristo en cabeza de todas las cosas, las
del cielo y las de la tierra.” (Cfr. E. 1 ,10)
Recién les preguntaba si es Jesús el Rey y ustedes ¿qué me contestaron?...
¡Bien! ¡Veamos! Dice San Pablo en la carta a los romanos: “Porque si proclamas con tu
boca con tu boca que Jesús es el Señor y crees que con tu corazón que Dios lo ha
resucitado de entre los muertos, te salvaras.” (Cfr. Rm. 10, 9).
Si interpretamos textualmente lo que nos dice San Pablo, terminamos de cumplir con
unos de los requisitos: proclamar con la boca que Jesús es el Señor.. Pero lo que
realmente nos dice el apóstol es que “si proclamamos con la boca”, o sea todo lo
exterior, “y creemos en nuestro corazón”, o sea todo lo interior, entonces seremos
salvos. Entonces, ¿qué lugar ocupa Jesús en nuestras vidas? ¿Será Jesús realmente
el Rey?
YO
Aquí vemos lo que parecen dos círculos, que en realidad es tu vida. Donde dice “yo”,
pone tu nombre. ¡Salimos un poco gorditos! Pero total hoy al menos no vamos a
desfilar.
Este soy yo y esta es mi vida, ¿dónde está Jesús en mi vida? ¿Dónde? ¡Afuera! ¡Jesús
está fuera de mi vida!
Muchas veces decimos, como recién, “¡Jesús en mi Señor!” y entre nuestros amigos
católicos nos jactamos diciéndolo. ¡Jesús es el Rey! Pero Jesús está fuera de mi vida.
No tiene nada que ver conmigo, no tiene nada que ver con vos. Jesús para nosotros es
algo que pasó hace 2000 años y que quedó anclado en la historia, o sea que para mi no
resucitó. Jesús no tiene nada que ver con nosotros, para algunos es una idea, una
imagen, un ensueño colgado de una nube y está siempre fuera de nuestra vida.
Nos colgamos crucifijos, como los del Casiciaco; nos ponemos remeras con la imagen
de Jesús, como las de agustinos; compramos agendas con imágenes de Jesús... y Él
no tiene nada que ver conmigo, ¡está fuera de mi vida! Pero a lo mejor además de esto
voy a misa... y ahí sí que la cosa cambia, ¿no? Porque el hecho de ir a misa me
garantiza que Cristo está dentro de mi vida ¿no? ¿Qué les parece a Uds.? ¿El ir a misa
me garantiza que Jesús está dentro de mi vida?
¡No! Claro que ¡no!... puedo hacer esto y aún mucho más y sin que Jesús entre en mi
vida. ¡Jesús no tiene nada que ver con nosotros!
Si yo, estoy acá parado frente a Uds. dando este anuncio y Jesús no tiene nada que ver
conmigo, ¿qué estoy diciendo? ¡Palabras huecas, sin sentido!
¿Qué tiene que pasar para que eso cambie? ¿Dónde tiene que estar Jesús?
¿Jesús tiene que estar dentro de...?... ¡dentro de mi vida! (En el 2do. círculo agregar el
“YO” y la cruz)
YO
¡Tengo que dejarlo entrar en mi vida!
¡Jesús ya está dentro de mi vida! Y ahora, ¿la cosa sigue igual? ¡Jesús, Dios, ya tiene
que ver conmigo, ya tiene que ver!
¿Puedo decir ahora que Jesús es el Señor? ¿Qué es el Rey? ¿Puedo decirlo? ¿Están
seguros? ¡Vamos a ver!...
En Inglaterra hay una reina. Joyas, alhajas, doce caballos blancos -si no los cambiaron-
tirando una carroza que transporta a la reina, alfombras rojas que se despliegan ante su
llegada, honores, cortejos, un cuadro suyo en el parlamento. Pero, a ver los que
conocen un poco de cultura británica, a la hora de tomar las decisiones, ¿quién las
toma? ¡El primer ministro! La reina es reina, pero a la hora de tomar una decisión
importante para ver qué rumbo toma Inglaterra es el Primer Ministro.
Sigamos preguntándonos que ¿qué lugar ocupa Jesús en nuestra vida?
Porque como para algunos está fuera, para otros quizás sea el Rey. Pero a la hora de
tomar una decisión importante para ver qué rumbo toma mi vida, ¿no somos nosotros el
Primer Ministro? ¿No será que esa relación personal con Jesús es como una remera
que dice 'CRISTIANO' que me la pongo o saco según mi conveniencia? Me explico.
Cuando voy a misa me pongo la remera, cuando, después de misa, salgo a tomar algo,
me la saco, hasta que me tope con alguien que me conozca de la parroquia, después
me la vuelvo a sacar para estar en mi casa con mi familia, en mi estudio, en mi trabajo,
en mis momentos de ocio, con mis amigos, con mi novia o novio -según sea el caso-,
en todos esos lugares y momentos me saco la remera para poder tomar 'YO' mis
decisiones, y me la coloco nuevamente para ir a la reunión de Comunidad o
Precomunidad; para ir a misa y así sucesivamente.
Y... en la parroquia, ¿quién es el Rey?, ¿Jesús? Cuando no se hace lo que 'YO' quiero
en la reunión; cuando la comunidad no se adapta a mis gustos y caprichos sino que yo
me tengo que adaptar; cuando Carlos María o el Párroco no toman las decisiones que
'YO' tomaría en su lugar, cuando 'fulano', o 'mengano' no hace las cosas como 'YO' creo
y considero que las debería hacer... ¿Quién reina? ¿Reina realmente Cristo? ¿O reinan
mis gustos, intereses, caprichos adolescentes, sueños de grandeza, mi soberbia, mi
Ego? Y hasta cuando oramos, cuando rezamos, ¿es Jesús el Rey?: “Señor, estoy
enfermo te pido que me saques esta enfermedad de encima.” “Señor, hoy rindo. Si me
haces salir bien te prometo que me voy caminando a la basílica de Guadalupe.” “Señor,
hoy juega mi equipo. Hace que gane y que pierda el otro, vos ya sabes” “Señor, por
intermedio de San José, te pido que me des un trabajo, y lo más rápido posible.” “Señor,
consígueme novia, y preferentemente la que me gusta.”
“Señor...”, “Señor...”, “Señor...”
Me lo imagino a Jesús (simular que estoy sentado tomando nota), “¿Qué más Mariano?
¿No té falta nada más? Sanación, trabajo, que gane tu equipo, el examen, novia...
¿Qué más?”
¿No estamos haciendo del reinado de Jesús, de Dios, un simple secretariado? ¿No
reducimos el reinado de Cristo a la imagen del genio de la lámpara mágica? Claro que
en lugar de frotar la lámpara hay que “rezar”
Jesús mismo sentenció en el Sermón del Monte: “No es el que me dice '¡Señor, Señor!'
el que entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre de los
Cielos.” (Mt 7, 21).
¿Qué lugar ocupa Dios en tu vida?
(Señalando 1er. Circulo) Si Jesús está fuera de tu vida, la vida no tiene sentido, está
perdida, estamos vacíos. (Tacharlo) ¡Esto es INÚTIL!
(Señalando el 2do.) Si Jesús está dentro de tu vida, pero no gobierna, no reina... ¡Estás
siendo tibio! Y hoy al principio de la Liturgia Penitencial, en la 1er. lectura el Señor nos
decía que “a los tibios los vomitaré de mi boca (Cfr. Apoc 3, 16). (Tacharlo) ¡Esto no
sirve!
¡Algo tiene que cambiar!
Sabemos que somos templo del Espíritu Santo. Si somos templo, ¿dónde debería estar
el sagrario? (Esperar respuestas) ¡En el corazón! Tenemos que dejar el trono para que
lo ocupe Él, para que Él sea el Señor de nuestra vida. (Dibujar circulo)
YO
¡Qué Él sea el centro de nuestra vida y 'YO' a sus pies! ¡Esto es lo que sirve! Dejar que
Jesús ocupe el trono de Rey; dejarle el sagrario a Él, que Él sea Rey y Primer Ministro.
Y para eso tenemos que consagrarle cada área de nuestra vida. Todas y cada una de
las áreas de nuestra vida...
¿Pide mucho Jesús? ¿Pide mucho?
(Si contestan “si”, inmediatamente contradecirlos) ¡nooo!
(Si contestan “no”, afianzar esta respuesta repitiéndolo) ¡no! ¡claro que no!
¡Jesús no pide mucho!... ¡Pide todo! ¡Todo! Jesús no quiere ni el 80, ni el 90, ni siquiera
el 99,9% de tu vida. ¡La quiere toda! Quiere que el 100% se la entregues a Él.
San Pablo en la carta a los romanos nos exhorta: “Les pido, pues, hermanos, por la
misericordia de Dios, que se ofrezcan como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.
Este debe ser su auténtico culto. No se adapten a los criterios de este mundo; al
contrario, transfórmense, renueven su interior, para que puedan descubrir cuál es la
voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.” (Rm 12, 1-2).
Jesús quiere el 100% de tu vida. San Pablo nos lo da a entender al decirnos que nos
ofrezcamos como “sacrificio vivo”...Cristo también nos lo dijo: “el que quiera venir en
pos de mí, que se niegue a sí mismo...” (Cfr. Mc 8, 34).
¿Es fácil? ¿Yo dije en algún momento que fuera fácil? ¡No! ¡Es dificilísimo! ¡Dificilísimo!
Pero como nos dice San Pablo, “no se adapten a los criterios del mundo”, porque el
mundo les quiere hacer creer que es 'imposible' y no es así. Es dificilísimo, pero posible.
La vida de muchos santos lo atestigua.
¿Saben lo que pasa cuando dejamos reinar a Jesús? ¡Nuestra vida cambia! ¡Cambia!
Cambia desde las actitudes más notorias hasta las casi imperceptibles a mis ojos;
cambia hasta la oración que Mariano hacia al principio, y ¿saben por cuál cambia?
“Señor, estoy enfermo. Gracias por esta enfermedad que me hace valorar la salud.
Creo que podes curarme, pero si no es tu voluntad hacerlo te pido la fortaleza para
vivirla con entereza.” “Señor, mañana rindo, Vos me acompañaste en mi estudio, te
pido que me ayudes a dejar lo mejor de mí en el examen. Como acción de gracias por
contar siempre con tu apoyo, sea cual sea el resultado, voy a peregrinar hasta la
Basílica de Guadalupe.” “Señor hoy es el clásico, te pido derrames tu Espíritu para que
no haya peleas no disturbios. Que podamos disfrutar esta fiesta en paz.” “Señor, no
tengo trabajo y el dinero no me alcanza. Te doy gracias, porque sos mi pastor y en fe sé
que nada me puede faltar.” “Señor, no tengo novia y me siento presionado por mi edad.
No sé si es tu voluntad que forme una familia o me elegiste para servirte de otra manera.
Te pido me des el don de discernimiento para poder ver con claridad cuál es tu
voluntad.”
¡Es la misma oración! ¡La misma! Pero algo cambió. Jesús ya no es mi secretario, sino
mi Rey, y en fe sé que su voluntad es lo mejor para mí; en fe sé que, como dice el salmo,
“son perfectos sus caminos”.
Nuestra Madre, María, nos dejó un testamento lleno de riquezas... Su testamento dice:
“Hagan lo que él les diga”. Este es el resumen de este anuncio: “Hagan lo que él les
diga”. Porque si hacés lo que Él te dice con tu tiempo, si hacés lo que Él te dice con tu
dinero, si hacés lo que Él te dice en tu estudio y trabajo, si hacés lo que Él te dice en
cuando estas con tu familia; si hacés lo que Él te dice cuando estas con tus amigos y en
todas tus relaciones personales; porque si hacés lo que Él te dice en tu vocación
religiosa o matrimonial; si hacés lo que Él te dice en tu vida espiritual; si hacés todo eso
realmente Él será el Rey de tu vida. Realmente vas a caminar hacia la felicidad, hacia la
santidad.
¿Cuántas veces dijiste el Padre Nuestro? ¡Muchísimas! ¿No? Tantas veces como lo
dijiste, le pediste que “venga a nosotros” su Reino, y que se haga su Voluntad.
¿Cuántas veces fuiste a misa? Tantas veces como hayas ido habrás rezado junto con el
sacerdote diciendo “Tuyo es el Reino, tuyo el Poder y la Gloria por siempre, Señor”. Es
hora de que realmente venga su reino y que comencemos a hacer su voluntad, que sea
suyo el poder de manejar nuestra vidas, para gloria suya.
Esto de hacer su voluntad, no es sólo una idea. Vas por la peatonal y viste la 'pilcha' que
tanto te gusta. Tenés la 'guita' para comprarla en el bolsillo. Estás por entrar y té acordás
que le consagraste tu economía; que lo hiciste Rey de tu economía. Y te entra la duda:
¿Lo necesitás o no? ¿Lo estás por comprar por necesidad o por capricho? “Señor,
¿que harías en mi lugar?”.
Tenés que hacer tu oración diaria; es el único momento libre que tenés y te llama tu
amigo que vayas ya mismo a tomar unos mates.”Señor te consagré mi tiempo, ¿qué
harías en mi lugar?
Recordá siempre que el dejarlo reinar a Jesús, hacer su voluntad no es fácil, pero que
es posible. Que lleva toda la vida.
Que no está lejos el día en que vuelvas a caer. Recordá siempre que 'el coludo' “acecha
como león rugiente” y que espera ese momento para 'hacer leña del árbol caído'; te va a
hacer creer que el retiro no te sirvió para nada; que no servís para seguirlo a Jesús; que
eso de la comunidad no sirve; que no te levantes 'si total vas a volver a caer'; que son
muchos los esfuerzos que hacés para dejarlo reinar a Jesús y que los logros son muy
pocos... Entonces ¡dejálo!
Si caés, ¡té levantás! ¡Te levantás! Si Dios te ama incondicionalmente es porque confía
en vos; porque cree en que vos vas a poder seguirlo.
¿Vieron, alguna vez, ese programa de T.V. en donde pasan todo tipo de deportes
arriesgados? ¿A quién no le gustaría tener valor para hacer esas cosas? Bueno, te
cuento que nosotros tenemos un desafío más grande que cualquiera de estos
intrépidos pueda imaginar. Y eso que, al igual que yo, no tendrán tanto valor.
¿A quién se le ocurriría vivir toda una vida caminando a tientas, con los ojos sin ver a
dónde vas y llevando solamente 'los anteojos negros' de la Fe, 'el bastón blanco' de la
esperanza, y el 'manto negro guía' de la caridad? ¿A quién se le ocurriría dejarse morir,
para tener Vida? ¿A quién se le ocurriría buscar todas las puertas pequeñas para pasar,
si hay una puerta grande a cada paso?...
Debo reconocer que el desafío no es original y que no voy a ser el primero en
emprenderlo; porque el desafío lo lanzaron hace 2000 años y muchos llegaron el final;
muchísimos que hoy conocemos como 'Santos' -porque antes no lo eran- y sólo Dios
sabe cuantos más existen que no conocemos.
El desafío original dice: “Hagan lo que él les diga”; “Esfuércense por entrar por la puerta
pequeña”; “El que hace la voluntad de mi padre que está en los cielos, ese es mi
hermano y mi madre”; “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo,
cargue su cruz de cada día y me siga”
¡Gloria al rey y que se haga en nosotros su voluntad! Amén.
SEÑOR Y DADOR DE VIDA
LA PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO
“Ya llega el día -dice Yahveh- en que yo pactaré con el pueblo de Israel (y con el de
Judá) una nueva alianza” (Jer. 31,31).
“Les mando que no se ausenten de Jerusalén, sino que aguarden la promesa del
Padre. Ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días. Recibirán
poder al venir sobre ustedes el Espíritu Santo y serán mis testigos hasta en los confines
de la tierra”(Hch.1,4-8).
“Cuando venga el Espíritu de verdad que procede del Padre y que yo enviaré de junto al
Padre, Él dará testimonio de mí y ustedes también darán testimonio” (Jn. 15, 26-27).
Ya vemos cómo Dios nos promete la venida del Espíritu que transformará nuestros
corazones y nos regalará una vida nueva y abundante purificación; nos hará fieles a la
alianza; nos dará capacidad de conocer a Dios como pueblo unido y testigo del
Resucitado, ungidos por el poder del Espíritu.
En la antigua alianza, si bien no se hace evidente la presencia del Espíritu como
persona, encontramos la manifestación de su poder en unas cuantas personas con
alguna misión especial en el Pueblo de Dios (Moisés, Josué, David )
Luego del fracaso de la alianza de Sinaí donde Dios ve la incapacidad del hombre de
serle fiel y cumplir con sus mandatos, hizo la nueva alianza que se caracteriza por la
plenitud del Espíritu sobre todos los que creen en Jesús como Mesías, Hijo de Dios,
Salvador y Señor. Una alianza ya no escrita en tablas de piedra sino grabada en el
corazón del hombre a un precio muy alto, la entrega de su Hijo.
“Yo pediré al Padre y les dará otro Paráclito para que esté con ustedes para siempre” (
Jn 14, 16-17).
El Señor nos habla de un nuevo modo de presencia del Espíritu, no sólo como huésped,
sino como poder de Dios para ser testigos.
Su presencia se manifiesta hoy de muchas maneras, como:
a- Espíritu de verdad
Dando testimonio de Jesús en el corazón del creyente (Cfr. Rm 8, 16) . Nadie puede
decir “Jesús es el Señor” sino es por el influjo del Espíritu Santo (Cfr. 1Cor 12, 3). Nos
hace hijos adoptivos en Jesús: “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su
Hijo que clama ¡Abbá, Padre!” (Gal 4, 6). Nos lleva al conocimiento de Dios y a la
verdad completa (Cfr. Jn 16, 13) Nadie conoce lo intimo de Dios, sino su Espíritu.
Iluminando, enseñando y conduciendo a la vida nueva.
b- Fuerza de lo alto
Para proclamar la Buena Nueva y dar testimonio del Resucitado con unción, valentía y
poder, curando enfermos y expulsando demonios. Recibiendo los carismas del Espíritu
Santo para la edificación de la Comunidad. Para crecer con mayor intensidad en Jesús
y una total transformación y entrega a Él.
El Espíritu Samto nos hace anunciar y dar testimonio personal, vivo y ungido del
Resucitado.
“Les conviene que yo me vaya, sino no vendrá a ustedes el Paráclito, pero si me voy se
los enviaré. El Padre les dará otro Paráclito que se quedará con ustedes, para siempre”
(Cfr. Jn 14, 16-17; 16, 7)
Esto sólo fue posible luego de la glorificación de Cristo, constituido Señor, Hijo de Dios
con poder por la resurrección.
La Pascua es necesaria para el Don del Espíritu, por que éste no podía venir mientras
el hombre estuviera bajo el dominio del pecado. Con la muerte y resurrección de Cristo
es destruido el cuerpo del pecado. Como un gran exorcismo, Satanás ha sido
expulsado del hombre y el Espíritu puede venir en el bautismo sobre la persona
redimida. Pero este Espíritu, no obra a pesar de la voluntad humana; la acción de
unirnos a Cristo, tiene lugar siempre respetando y promoviendo desde dentro nuestra
libertad.
No somos nosotros los que en realidad nacemos de nuevo sino que es Cristo quien es
concebido y nace en nosotros por obra del Espíritu Santo.
San Juan Bautista nos señala los aspectos centrales de la misión de Jesús: “He ahí al
cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Es Jesús que con su
entrega, con su propia sangre nos da la salvación eterna al ofrecerse así mismo movido
por el Espíritu Santo. “He ahí el que bautiza en el Espíritu Santo” (Cfr. Jn 1, 33).
Ser bautizados en Él es ser sumergidos e invadidos por el poder de Dios para ser
testigos de Jesús Resucitado como en Pentecostés.
Hoy se cumple una vez más la promesa del Padre y la acción de su Espíritu se aprecia a
través de signos inmediatos y signos permanentes.
4. Signos Inmediatos
“De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó
toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se
repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del
Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía
que se expresaran.” (Hch.2,1-4).
Estos son los signos sensibles inmediatos de la efusión del Espíritu Santo: alabanza en
palabras ininteligibles, mensajes en otro idioma, euforia, temblor, llanto, viento
huracanado, fuego, paz.
A partir del día de Pentecostés, el Espíritu empieza a actuar en la iglesia demostrando
que es el Espíritu de Cristo.
5. Signos Permanentes
Más importantes que los signos inmediatos son los que deben manifestarse como fruto
y por la presencia del poder del Espíritu en cada uno de nosotros. De que les hubiera
servido a los Apóstoles si, después de la efusión del Espíritu, no hubiesen tenido los
efectos permanentes para proclamar a Cristo hasta en los confines de la tierra
afianzando a la Iglesia.
La primera actitud que debemos tener es de confianza; tener la certeza de que Dios va
a cumplir con lo que promete. Y si Dios nos prometió al Espíritu tengan la plena
seguridad de que nos lo va a enviar.
Para beber el Agua Viva debemos tener sed de ella. La única condición que se nos pide
es que reconozcamos que estamos necesitados del Espíritu Santo. Y El nos calmará la
sed.
Lo primero que se necesita para llenar un vaso con algún líquido es que esté vacío. Lo
que necesitamos para que el Espíritu Santo nos llene es ESTAR VACÍOS DE
NOSOTROS MISMOS Y DE TODO PECADO. Cuanto más grande sea tu vaso y más
necesitado estés, el Señor más te dará. Cada uno recibirá según su capacidad de
recepción y posibilidad.
No te preocupes por la envoltura del regalo. Lo más importante es el Don del Espíritu
Santo que vas a recibir. Por eso se le llama DON, porque es completamente gratuito.
Jesús ya pagó su precio con su muerte y resurrección. Dios es el que viene a vos. Por
eso tu corazón debe estar tranquilo, pues todo corre por su cuenta, como ponerle
condición a quien nos ama con locura y sólo quiere nuestro bien .
El Espíritu no sólo sirve para anunciar la salvación, sino que es la salvación; no sólo
enriquece a la Iglesia con distintos dones, sino que la hace existir. Es el alma de la
Iglesia.
Nuestra actitud es la de fe. Debemos estar seguros de que el Señor va a cumplir su
promesa.
a- El Impulso Misionero
El primer fruto de Pentecostés fue la proclamación valiente de los Apóstoles. Movidos
por el Espíritu dieron testimonio de la presencia viva de Jesús en sus vidas. El Don del
Espíritu es poder de Dios para testificar, con la palabra aprovechando toda
oportunidad. “No podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20).
Aún hoy la Iglesia mantiene vivo su impulso misionero que no sería posible sin la
presencia del Espíritu.
Los Apóstoles habían conocido a Jesús y Él les había enseñado; de él recibieron la
misión pero no pudieron salir a proclamarla hasta que no recibieron el Don del Espíritu
Santo.
El Espíritu es la clave para la tarea misionera. De Él se tiene el poder interior, la pasión
encendida y la entrega plena a la misión.
Esto no crean que sólo sucedió en las primeras comunidades. Dios, por medio del
Espíritu, adapta sus dones según como lo necesita la Iglesia hoy en día. Él derrama
sobre su Iglesia una multiforme variedad de gracia llamada “carisma”. Un carisma es un
don de Dios para la edificación de su Pueblo.
En el interior de las primeras comunidades se manifestaban los carismas y se
edificaban con solidez. El Espíritu reconoce los carismas como factor determinante
para la construcción y el crecimiento del Cuerpo de Cristo. Todos los carismas se
subordinan a la caridad. Dice San Agustín: “Ten caridad y lo tendrás todo”.
“Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno en su lugar es parte de El” (1Cor 12, 27).
A través de los carismas experimentamos el poder y el amor de Dios. Testificamos que
lo que es imposible para los hombres es posible para Dios. Nos capacita para hacer lo
que antes no podíamos con nuestras solas fuerzas. Quien niega cualquiera de los
carismas, duda del amor de Dios.
7. Caminar en el Espíritu
“Si ahora vivimos según el Espíritu, dejémonos guiar por Él” (Gal 5, 25).
En las primeras comunidades todo era movido y gobernado por el Espíritu Santo de una
manera activa.
Como cristianos debemos ser iluminados, enseñados y conducidos por el Él,
transformando los deseos de la carne en los deseos del Espíritu, los deseos personales
en los deseos de Dios.
Dejar el individualismo, ese “yo” grandote que tenemos adentro por una sola frase:
“¿Señor que me pedís que haga?”.
Esto no sólo sucedió hace 2000 años. Sigue pasando y se va a notar un cambio más
profundo en vos y en las comunidades en la medida en que dejes actuar al Espíritu con
todo su poder y su gracia en todas tus acciones.
Debemos llegar a decir con toda verdad “Vivo yo, más no soy yo, es Cristo quien vive en
mí” (Gal 2, 20).
UN NUEVO PENTECOSTÉS AHORA
LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
La Biblia relata en Hechos 2, 1 que “... Al llegar el día de Pentecostés estaban todos
reunidos en el mismo lugar”. Pentecostés era, en un principio, para los judíos la fiesta
de las cosechas donde se ofrecía a Dios la primicia del grano. También la llamaban la
fiesta de las “siete semanas” lo que es igual a 50 días (Cfr. Tb. 2,1). De allí toma su
nombre. Posteriormente, en tiempos de Jesús, la fiesta se había enriquecido con un
nuevo significado, era la fiesta de la concesión de la Ley (mandamientos) en el monte
Sinaí y de la Alianza: la fiesta en definitiva que conmemoraba los acontecimientos
descriptos en los capítulos 19 y 20 del Éxodo, ocurrido aproximadamente 50 días
después del cruce del mar rojo, es decir de la fiesta de la Pascua judía.
Esto significa que el Espíritu Santo eligió el día de Pentecostés para descender sobre
los hombres.
San Agustín dice al respecto en sus sermones “Misterio grande y maravilloso: si os dais
cuenta en el día de Pentecostés los Judíos recibieron la Ley escrita con el dedo de Dios,
y en ese mismo día de Pentecostés descendió el Espíritu Santo”. ¿Qué quiso Dios
significar con esto?. Lo que nos trae el Espíritu Santo es el verdadero y más pleno
sentido de la Ley.
“Que revelación tan grandiosa sobre el sentido de Pentecostés y sobre el mismo
Espíritu Santo! ¡Quién no quedará impresionado - exclama San Agustín - por esta
coincidencia y por esta diferencia!”
Con este descubrimiento quedan iluminadas las profecías de Jeremías y Ezequiel
sobre la Nueva Alianza:
“Así será la Alianza que haré con Israel: en aquel tiempo futuro oráculo del Señor
meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en su corazón” (Jr 31, 33)
“Os daré un corazón nuevo y os infundiré un Espíritu nuevo, arrancaré de vuestras
carnes el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36, 26-27)
En un día de Pentecostés tuvo lugar este acontecimiento.
El paso del Antiguo Testamento al Nuevo históricamente- ha tenido lugar de una vez
para siempre. Pero existencialmente y espiritualmente debe tener lugar de nuevo en
cada época y en cada creyente. Nosotros nacemos con los deseos de la carne en
rebelión contra Dios, nacemos con el temor, con el orgullo y la confianza en nuestras
obras; nacemos “bajo la ley”; nacemos siendo “hombres viejos”. El paso por derecho a
la nueva alianza tiene lugar en un instante, en el bautismo, pero el paso moral y
psicológico, de hecho, requiere toda la vida. Se puede vivir objetiva e históricamente
bajo la gracia, pero subjetivamente con el corazón bajo la ley. Incluso se puede caer
insensiblemente en la ley después de haberse abierto a la libertad del Espíritu y a su
gracia.
La gracia se puede perder no sólo pecando sino también se puede perder con el
legalismo, la búsqueda de la propia justicia, hasta con el miedo y la cobardía. El peligro
ha existido siempre y seguirá existiendo. Vivir en un nuevo Pentecostés es como nadar
contra la corriente.
¿Cuán es la fórmula? Pedirle al Espíritu sus dones, la renovación del amor del principio.
Orígenes escribía “A principio continuamente, cada día hay que renovar la misma
novedad”. Nosotros, como parte de una Iglesia renovada por la fuerza del Espíritu, no
debemos detenernos en lo externo, en lo institucional, en las personas, sino en lo
interior y espiritual; es decir, en la oración, la coherencia de vida etc.
Matamos la “vida espiritual” cuando en la evangelización, en la catequesis, en nuestras
precomunidades o comunidades se insiste unilateralmente en el “hacer” del hombre,
considerando la gracia como un subsidio que se añade para suplir lo que el hombre no
puede realizar por si solo; y no lo contrario, como un don que viene antes de todo
esfuerzo y lo hace posible.
En nuestro siglo, el Espíritu Santo ha infundido aquí y allá, en varias partes de su cuerpo
dividido, el aliento y la experiencia de un nuevo Pentecostés. Este soplo renovador, en
ocasión del Concilio Vaticano II (1963-1965) ha tomado cuerpo en lo profundo de
nuestra madre Iglesia. No ha quedado sólo como una plegaria en los labios de un Papa,
sino que se ha hecho realidad a través de muchos signos.
Pero, ¿qué significa esperar un nuevo Pentecostés en nuestra Iglesia? Un nuevo
Pentecostés puede consistir en un nuevo florecimiento de vocaciones, de ministerios,
de comunidades, de apostolados, en una ráfaga de aire fresco al rostro de la Iglesia.
Pero todo esto es reflejo y signo de algo más profundo. Un nuevo Pentecostés, para ser
verdaderamente tal, implica una transformación desde dentro, un renacer desde un
compromiso por amor, no doctrinal, ni tradicional, ni social. Debe tener lugar en tu
interior, debe renovar tu corazón para así renovar el corazón de la Esposa de Cristo, la
Iglesia, no solo de su vestido. Un nuevo Pentecostés es una renovación de la Alianza.
Por el Espíritu las comunidades y futuras comunidades constituyen la única Iglesia de
Dios. Más allá de las diversidades, cada comunidad debe sentirse y saberse Iglesia de
Cristo.
Para cada uno de nosotros la puerta de entrada en acto a la Iglesia es el bautismo. Hace
unos instantes, en la renovación de nuestro bautismo, hemos removido el manto de
cenizas que lo cubría, pidámosle ahora al Espíritu que vuelva a arder en nosotros y que
nos haga capaces de amar y de recibir amor.
1. Introducción
¿Qué es concretamente esto de la vida en el Espíritu? ¿Qué diferencia hay en vivir con
el Espíritu y sin el Espíritu? ¿El recibir el Espíritu afecta toda mi vida o sólo implica un
cambio a nivel religioso? ¿Cuáles son los preceptos o reglas que impone vivir en esta
vida?
Estas y muchas preguntas más son las que se nos pueden ocurrir bajo este título.
Vayamos a ver puntualmente cuál es el efecto que produce directamente en tu vida.
Dios ha escrito su ley en nuestros corazones con el Espíritu Santo. Esta ley nueva es el
amor que él ha infundido en nuestros corazones, en el bautismo, mediante el Espíritu
Santo y nos hace capaces de poner en práctica las leyes pronunciadas, las escritas;
nos permite caminar según el Espíritu, obedeciendo al Evangelio.
En general, toda ley, siendo una norma exterior al hombre, no modifica su situación
interior, no influye en el corazón. La ley, tanto en la observancia como en la
transgresión, es la manifestación externa de algo que se ha decidido antes en el
corazón. Acá está la razón por la cual, el pecado de fondo que es el egoísmo, no puede
hacerse desaparecer por la observancia de una ley, sino sólo cuando se restablezca el
estado de amistad que había en el principio entre Dios y el hombre.
2. El “corazón nuevo”.
Si creés que observás la ley a la perfección, pero sin esa disposición interior del
corazón concedida por el amor, en realidad estás haciendo “como si la observaras”.
Veamos con un ejemplo la relación que hay en el régimen de gracia, entre la ley y el
amor. Yo estoy embarazada, entonces en mi primer consulta con el obstetra este me
transmite reglas que debo observar durante el embarazo. Me dice qué puedo o debo
hacer y qué no debo hacer, en cuanto a la comida, al vestir, a la actividad física, a mi
salud, etc. Si soy conciente del milagro de la nueva vida, sin duda, no dejaré de cumplir
ni una solo regla, por así decirlo, que me es impuesta, es más, estaré agradecida de
todo aquello que cualquiera, con experiencia y autoridad en el tema, me enseñe que
ayude al mejor desarrollo de mi embarazo y a la salud de mi hijo en este estado y en el
futuro. No las voy cumplir porque está escrito en algún lado, o por evitar me critiquen los
de afuera, sino solamente porque amo a mi bebé que está creciendo dentro mío. Mi ley
es el amor. Estoy actuando entonces, por atracción. ¡Este es el sentido de la ley bajo la
gracia!
Si hablamos de amor, tenemos que hablar de compromiso, pero ¿hablar de
compromiso no es restringir la libertad? Volvemos a lo antes. “Para ser
verdaderamente libre, el hombre debe comenzar por atarse a sí mismo” (Silvano del
Monte Athos) Por qué es importante tener esto presente, SIEMPRE. Porque el más
tonto es aquel que hace lo que su cuerpo le dice; obedece a algo que por sí no tiene
voluntad. Por eso, abran sus cabezas, y entiendan qué es lo que conviene, lo que les
conviene.
Como sucede en las relaciones humanas, lo mismo se da pero diferente- en aquel que
se convierte a Dios, que mira a Dios de frente y decide darse en serio. Ya descubrimos
quién es Dios y qué irreparable daño sería perderlo. Entonces, ahora, ya mismo, estás
en la situación perfecta y afortunada para atarte con un decisión, con una promesa, con
un voto personal, o como el Espíritu te indique lo hagas. Una ayuda muy acertada para
vivir esta vida nueva, vida en el Espíritu, sería elegirte un padre espiritual o un confesor
por ejemplo- comprometiéndote a someterle regularmente decisiones de importancia
en tu vida y obedecerlo.
El hombre está llamado a reproducir en sí, lo que en Dios se da naturalmente ya que
fuimos creados a imagen y semejanza suya. En Dios el amor es deber, pues él es amor;
no puede dejar de hacerlo. Y, a pesar de ello, nada es más libre y gratuito que el amor de
Dios. Nos vamos a acercar e imitar a Dios cuando, libremente, optemos por vincularnos
a amar para siempre.
La diferencia entre ley y gracia, no tiene que ser teórica. No debería serlo. Es en
cambio, una cuestión práctica, de la que brotan consecuencias inmediatas para
orientar nuestra vida.
Entonces, para ir terminando, todo esto que charlamos, debe ser llevado a la práctica.
Nosotros nacemos con los deseos de la carne en rebelión contra Dios, nacemos con el
temor, el orgullo y la confianza en nuestras obras. Nacemos, verdaderamente, bajo la
ley. ¡Ya al nacer somos hombres viejos! En el bautismo pasamos “por derecho” a la
nueva ley. Pero para hacerlo de hecho necesitamos toda una vida. Se puede vivir
objetivamente bajo la gracia, pero subjetivamente, con el corazón, bajo la ley.
También puede suceder que, una vez ya viviendo en gracia, se recaiga
insensiblemente en la ley, aunque ya nos hayamos abierto a la libertad de espíritu.
Sucedió que comunidades enteras en el pasado- retrocedieran y se dejaron llevar por
las obras. “Para que seamos libres, nos liberó Jesús” (Gal 5, 1). Mantengámonos
firmes, entonces. No nos dejemos atar nuevamente por la esclavitud. ¡No caigan en
desgracia! No sólo pecando se cae en desgracia, a una vida sin gracia, también, con el
legalismo religioso, la búsqueda de la propia justicia, con el miedo. Siempre existirá
este temor de caer en desgracia, de separarnos una y otra vez del camino de la gracia,
pero vivir esta nueva vida es como nadar contra la corriente. Siempre, cada día,
continuamente hay que renovar esta novedad del Evangelio.
Para terminar, a muchos de nosotros, a los más jóvenes tal vez no tanto, pero se nos ha
inculcado en la mente y en el corazón una religiosidad del Antiguo Testamento; una
religión del temor; una religión basada en todo aquello que Cristo vino a perfeccionar.
Este es un caminar de amor, no de temor. Es libertad pura, no sometimiento. No
pensemos que tendremos que poner todo de nosotros para actuar de tal o cual manera
y, entonces, después nos vendrá la gracia. Al contrario, el Espíritu es el que se acerca a
traernos la gracia del Padre, para que así podamos vivir esta vida en el Espíritu. Dios no
sólo nos muestra de qué manera debemos caminar, sino que nos da la clave de ello y
los medios para hacerlo.
3º
BLOQUE
LA ORACIÓN EN EL ESPÍRITU
1. Introducción
Este anuncio casi podría decirles que si buscan una receta podría ser esta: ORAR SIN
CESAR.
“Pero llega la hora, y ya estamos en ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al
Padre en espíritu y en verdad. Entonces serán verdaderos adoradores del Padre, tal
como él mismo los quiere. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en
espíritu y en verdad” (Jn 4, 23-24).
Jesús mostró con un ejemplo que debemos orar siempre sin desanimarse jamás (Cfr.
Lc 18, 1).
“Por eso, estén vigilando y orando en todo momento, para que se les conceda escapar
de todo lo que debe suceder y estar de pie ante el Hijo del Hombre” (Lc 21, 36).
Dice San Agustín: “El que sabe orar bien, sabe vivir bien”.
Orar no es una pérdida de tiempo; no es consuelo para los débiles.
La oración, en efecto, te da luz, te libera de las tentaciones; te hace puro; te une a Dios.
La oración es como la respiración del alma, así como para un deporte se debe mejorar
la capacidad pulmonar también se debe ejercitar la oración para hacernos un sano
hábito.
Cuanto más tentado seas, tanto más debes perseverar en la oración.
Orar es ponerse en la presencia de Dios con una actitud de escuchar y darle una
respuesta por medio de toda la vida: pensamiento, palabra y obras. Es vivir conscientes
con Dios.
La apertura al Señor, la confianza en su amor, se expresan orando, elevando nuestro
corazón en oración.
Somos conscientes que somos muy débiles y esta debilidad se refleja en nuestra
oración, pero es el Espíritu Santo que viene en ayuda de esta debilidad transformando,
sobre todo, la fuente misma de nuestra oración que es el corazón
Somos débiles pero el Espíritu viene en nuestra ayuda. No sabemos cómo pedir ni qué
pedir, pero el Espíritu lo pide por nosotros, sin palabras, como con gemidos. Y Aquel
que penetra los secretos más íntimos entiende esas aspiraciones del Espíritu (Cfr. Rom
8, 26-27).
Nos parece saber qué debemos pedirle a Dios; tenemos siempre una lista de cosas
preparada para pedirle; apenas nos ponemos a orar un poco; las cosas se nos
amontonan en los labios.
Pero corremos el riesgo de parecemos aquel aldeano, que ha obtenido una audiencia
con el rey. Finalmente puede hablar con él en persona, puede dirigirle directamente su
petición; es la ocasión de su vida. Pero, cuando llega el momento y está en presencia
del soberano, ¿qué le pide? Le pide al rey que le regale... ¡un quintal de estiércol para
sus campos! Y muchas veces lo que nosotros pedimos, para Dios son cosas pequeñas,
referentes a nuestro bienestar material y sólo sirven para esta vida; son “estiércol”,
respecto a lo que Dios está dispuesto a concedernos; son las cosas que Él da “por
añadidura” a los que buscan su Reino.
El Espíritu Santo intercede por nosotros según los designios de Dios. Es decir, pide
aquello que él sabe que Dios quiere concedernos a través de la oración y así nuestra
oración resulta, infalible. Él, que conoce “las profundidades de Dios”; sabe cuáles son
los proyectos que Él tiene para nosotros.
2. En la palabra y en la enseñanza
3. En la aridez
Muchas veces nos sucede encontrarnos en situación de desierto, sin que sintamos
nada. Pero esto no debe ser razón para que dejemos de clamar “¡Abbá! ¡Padre!”.
Porque aunque a nosotros nos parezca nada, hacemos doblemente feliz a Dios,
abandonándonos a Él en nuestra sequedad.
Seremos como Beethoven que, aún quedando completamente sordo, no le impidió
componer sus mejores sinfonías. La sordera, en vez de apagar su música, la hizo más
pura; lo mismo hace la aridez con nuestra oración.
En realidad, cuando se habla de la exclamación “¡Abbá! ¡Padre!”, solemos pensar en lo
que esa palabra significa para nosotros pero no pensamos en lo que significa para Dios,
que la escucha Nosotros le damos a Dios una alegría sencilla v única llamándolo papá:
“ Mi corazón se conmueve y se remueven mis entrañas” (Cfr, Os 11, 8)
Jesús lo sabía, por eso ha llamado tan a menudo a Dios ¡Abbá! y nos ha enseñado y
quiere hagamos lo mismo. Todo esto lo podemos lograr aunque no sintamos nada.
Es precisamente en este tiempo de lejanía de Dios y de aridez cuando se descubre toda
la importancia del Espíritu Santo para nuestra vida de oración. Él, sin que lo veamos ni
lo sintamos, llena nuestras palabras y nuestros gemidos de deseo de Dios, de
humildad, de amor.
El Espíritu se convierte, entonces, en la fuerza de nuestra oración “débil”; en la luz de
nuestra apagada oración; en una palabra, en el alma de nuestra oración.
¡Hay un “tesoro escondido” en el campo de nuestro corazón! Y éste es el Espíritu ¿Qué
hacen algunos países que sufren de sequía cuando descubren que hay en el subsuelo
una vena de agua, no se para de excavar hasta que se alcanza esa vena y se saca a la
superficie. Tampoco nosotros debemos dejar de esforzarnos para sacar
renovadamente a la luz de nuestro espíritu ese manantial de agua que salta dando una
vida sin límite". Nosotros en vez de sacarla a la luz le tiramos tierra, cada vez que damos
vía libre dentro de nosotros a los pensamientos y deseos de la carne “contrarios al
Espíritu” (Gal 5, 17).
¿Dónde encontrar el gusto y la necesidad de la oración? ADENTRO DE VOS, si, como
dice San Agustín “Dentro del hombre habita la Verdad”. Dios está dentro de vos, la
oración está dentro de vos, ¿y la buscás afuera?
4. Formas de oración
Esta vena interior de oración, constituida por la presencia del Espíritu de Cristo en
nosotros, nos vivifica no sólo en la oración de petición, sino que también se hace viva y
verdadera en cualquier otra forma de oración: la de alabanza, la espontánea y, sobre
todo, la litúrgica. Ya que, cuando nosotros oramos espontáneamente con palabras
nuestras, es el Espíritu el que hace suya nuestra oración. Pero cuando oramos con las
palabras de la Biblia o de la liturgia, somos nosotros los que hacemos nuestra la oración
del Espíritu y eso es lo más seguro.
En la oración silenciosa de contemplación y de adoración se encuentra una
incalculable ayuda para ser hecha “en el Espíritu”. Pues, el Espíritu Santo es el “lugar”
donde hay que entrar para contemplar a Dios y adorarlo.
Los verdaderos adoradores le darán culto en Espíritu y verdad (Cfr. Jn 4, 23).
El modo más sencillo para orar es con las palabras de Jesús. Diciendo el Padrenuestro
es parecida a la oración de Jesús en la hora de la prueba: “Abbá, o sea, Padre, si para ti
todo es posible, aparta de mí esta copa. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que
quieres tú” (Mt 26, 39). Pedí que se haga su voluntad; pedí que pase el trago, como
nosotros pedimos ser “liberados del mal” y “no caer en tentación”. ¡Qué consuelo, en la
hora de la prueba y de la oscuridad, saber que el Espíritu Santo continua en nosotros la
oración de Jesús en Getsemaní! Es través de Él que nos hace llegar al Padre.
La capacidad de orar “en el Espíritu” es nuestro gran recurso.
Cuando uno ha hecho todo lo que está en su mano y no ha tenido éxito, aún le sigue
quedando una posibilidad: ¡orar y, si ya ha orado, volver a orar más!
Otro modo de concordar con la oración del Espíritu es, pues, el de interceder también
nosotros por los hermanos.
Jesús, en la víspera de su muerte nos ofrece el más sublime ejemplo de intercesión. “Te
ruego por ellos, por los que me has confiado... Protégelos en tu nombre. Conságralos
en la verdad... No te ruego sólo por éstos, sino también por los que van a creer en mí
mediante su mensaje...” (cfr. Jn 17, 9 ss.). Es Jesús mismo el que continúa su oración
de intercesión por nosotros.
La oración de intercesión no sólo es del agrado de Dios, sino que nos libera del egoísmo
y nos beneficia en el sentido que si yo ruego por mí, estoy sólo rogando por mí, mientras
que si ruego por mis hermanos, todos ellos estarán rogando por mí. En las escrituras
tenemos muchísimos ejemplos de intercesión.
5. La oración en comunidad
Todos nuestros modos de hacer oración personal se pueden usar para hacer oración
en comunidad. Todos ponen algo en común para que esa oración unida vaya subiendo
a la presencia de Dios.
Al poner la oración en común se pone el amor de la vida en común. Ratificamos su
presencia porque como dijo Jesús cuando dos o más estén reunidos Él estaré en medio
de ellos (Cfr. Mt 18, 20).
Esta forma de oración es muy importante no sólo porque nos ayuda a vivir la vida
agustiniana, sino porque somos de naturaleza sociable y por tanto antes que vivir solo
es mejor hacerlo con hermanos.
Si algo anda mal en la comunidad; si se ven desmejorías en las relaciones
interpersonales, pregúntense unos a otros si tienen oración personal primero, pues sin
ella no se puede tener una buena oración de comunidad.
Para la oración debemos combatir contra nosotros mismos y contra el Tentador que
hace lo imposible para romper ese vínculo.
La dificultad habitual es la distracción y sequedad del corazón. Jesús nos pide que
estamos despiertos, con nuestras lámparas encendidas. Nuestra falta de fe hace que le
demos importancia a otras cosas y no a Dios.
¡NUNCA DIGAS QUE NO TENÉS TIEMPO PARA ORAR O PARA DIOS. MÁS BIEN
DECÍ QUE TE FALTA AMOR!
Nuestros tiempos con el Señor nos deben ayudar a vivir según su voluntad. En todo
accionar de nuestra vida debemos preguntarnos: “¿Señor que quieres que haga?”.
Tenemos una forma sencilla de ver como está nuestra oración y nuestra relación con el
Señor. Se puede medir comparando como está mi relación con los demás, como amo a
mi prójimo, con el más importante de los mandamientos. Si de 100 personas que
conozco, 20 no me agradan; a 30, odio; 40 me son indiferente, y 10 son mis amigos; así
se ve reflejada mi relación con Dios.
Debemos hacer de la oración centro de nuestra vida diaria. Ésta nos aumenta la fe, nos
conforta, nos hace alabarle y ser agradecidos al Señor. La Iglesia que ora en sus
miembros se une a la oración de Cristo. Están tristes oren; contentos, alaben;
angustiados, oren. Pidan; pidan que se les dará.
No hagamos nada sin orar y todo como fruto de la oración.
DAR FRUTO
EL AMOR CRISTIANO
1. Introducción
2. Un amor sincero
“El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, ,bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gal 5, 22).
Entre los frutos del Espíritu, en primer lugar encontramos EL AMOR.
Jesús puso de relieve el carácter central del mandamiento de la CARIDAD cuando lo
llamó su mandamiento:
“Este es el mandamiento mío: Que os améis los unos a los otros como yo os he amado".
(Jn 13, 34)
No se trata sólo del amor al prójimo como lo prescribió el Antiguo Testamento, sino de
un "mandamiento nuevo". Es "nuevo" porque el modelo es el amor de Cristo: "como yo
os he amado", expresión humana perfecta del amor de Dios hacia los hombres. Y, es el
amor de Cristo en su manifestación suprema, la del sacrificio: "Nadie tiene mayor amor
que el que dá su vida por los amigos" (Jn 15, 13)
Nosotros, como buenos cristianos, debemos estar enraizados en la caridad, es decir,
que la caridad debe ser la raíz y el fundamento de todo. Dios mismo ha establecido este
fundamento, cuando ha dicho: “¡Amarás al prójimo como a TI mismo!” (Mt 22, 39). Él no
podía asegurar el amor al prójimo en otro amarse más firme que éste; ni habría
conseguido el mismo fin diciendo: “¡Amarás al prójimo como a tu Dios!”, pues con el
amor a Dios, el hombre aún puede hacer trampas, pero con el amor a sí, no. El hombre
sabe muy bien lo que significa, en cada circunstancia, amarse a sí mismo; es un espejo
que tiene siempre ante sí.
Amar sinceramente significa amar a esta profundidad, donde ya no puedes mentir,
pues estás solo, ante vos mismo. Solo, delante del “espejo”, bajo la mirada de Dios,
amando hasta la unidad.
Es por ello que, en primer lugar debemos amarnos a nosotros mismos, pues no se
puede compartir aquello que no se tiene. Este es el fundamento de la caridad. San
Agustín decía: “Si no sabes amarte a ti mismo, tampoco sabrás amar a los demás de
verdad”.
Aquel que se ha encontrado a sí mismo y se ha aceptado, puede volverse con amor
hacia sus semejantes.
Al hermano, al amigo, a nuestro prójimo, debemos sentirlo tan cerca de nosotros, como
si fuera una extensión del propio ser. De modo tal que, al ayudar a otro,
inexorablemente, uno se ayuda a sí mismo, ya que el amor a nosotros mismos
constituye el modelo y la medida en la cual se basa el amor al prójimo.
Amarnos a nosotros mismos es vernos como personas; es aprehender los valores que
constituyen nuestro ser, es iluminar los dones y talentos para escalar y elevarnos a las
cumbres más altas de nuestra existencia, para desde allí tender una mano abierta y
sincera, exclamándole al prójimo: ¡Vení, subí conmigo! ¡Yo te ayudo! ¡Compartí mis
dones!
3. Un amor divino
Para ser genuina, la caridad cristiana debe por tanto, partir del interior, del corazón.
El cristiano - decía San Pedro - es el que ama “de verdadero corazón”. Pero, ¿con qué
corazón? ¡Con el corazón nuevo!
Dios mismo había prometido dar un corazón nuevo (Cfr. Ez 36, 26). Ahora este corazón
ha sido creado; es una realidad, existente en todo bautizado. Hay que hacerlo entrar en
acción; ejercitarlo. Y para ello hay que hacer callar al corazón viejo.
Cuando nosotros amamos “de corazón”, es Dios, presente en nosotros con su Espíritu,
el que ama en nosotros.
Nosotros amamos a los demás no sólo porque Dios los ama, o porque él quiere que los
amemos, sino porque, dándonos su Espíritu, él ha infundido en nuestros corazones su
mismo amor por ellos.
El amor cristiano se distingue, pues, de cualquier otro amor por el hecho de que es amor
de Cristo: ¡Ya no soy yo el que ama, sino Cristo el que ama en mí!
El amor es, la solución universal. Es difícil establecer, en cada caso, qué es actuar bien:
si callar o hablar, si dejar correr o corregir... Pero, si en nosotros está el amor, cualquier
cosa que hagamos, será la justa, pues el amor no hace daño alguno al prójimo.
En este sentido, san Agustín decía: “Ama y haz lo que quieras”. Si callas, calla por amor;
si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor.
Que viva en tí la raíz del amor, pues de esa raíz no puede proceder más que el bien.
El amor es la única deuda que tenemos con todos: “A nadie le quedéis debiendo nada,
fuera del amor mutuo” (Rm 13, 8). Dios, en Cristo, te ha concedido un amor para
compartirlo con tus hermanos; ese amor no te pertenece; el hermano tiene derecho a
reclamar su parte. Eres deudor de una deuda que jamás se extingue, pues, hagas lo
que hagas, nunca conseguirás igualar la medida de amor que has recibido para
distribuirlo.
No se trata, en efecto, de emprender una lucha abstracta contra los propios
pensamientos, sino de comenzar a mirar con ojos nuevos a las personas y situaciones
que hay a nuestro alrededor. Basta que “decidas” querer mirar a una persona con ese
amor sincero y te des cuenta, que es posible una actitud del todo diferente para con ella.
Como si se abriera, en vos, otro ojo, diferente del habitual y natural y empieces a mirar
todas tus relaciones y acciones a través de él.
Cerremos los ojos, e imaginemos que estamos solos en nuestra habitación. Hagamos
entrar en ella, mediante la fe, aquellas personas que Dios te ha hecho venir a la mente
en ese momento y que son, probablemente, aquéllas respecto de las que más has de
cambiar. Mientras cada una de ellas está allí, delante de vos, o mejor, dentro de tu
corazón, empieza a mirarlas con los ojos y el corazón de Dios, con los mismos que tú
quisieras que Dios te mirara.
Como por un milagro, verás desaparecer todos los motivos de rencor, todos los
resentimientos; se te presentará como una pobre criatura que sufre, que lucha con sus
debilidades y sus límites, como vos, como todos nosotros. Como ¡alguien por quien
Cristo ha muerto y resucitado!
Y te asombrará no haberlo descubierto antes y la despedirás en paz, como se despide a
un hermano, tras besarlo en silencio y así, una tras otra. A tu alrededor, nadie se ha
dado cuenta de nada; si llega alguien, lo encontrará todo como antes, quizás sólo el
rostro un poco más radiante; pero, vos te sentirás mucho más aliviado puesto que, ha
venido a vos el Reino de Dios y te ha visitado la reina caridad!
Un poco del cielo nuevo y de la tierra nueva ha ocupado el lugar de la vieja tierra y los
primeros beneficiados de ello serán esos hermanos con quienes te has reconciliado.
Pues la caridad edifica, construye, reconcilia. Este mundo reconciliado, de hecho, no se
realizará “fuera” de nosotros, si antes no se ha realizado, de alguna manera, “dentro”
nuestro, en nuestro corazón.
Concluyamos haciendo nuestra la oración que la Liturgia de la Iglesia eleva a Dios en la
misa para pedir la virtud de la caridad:
“Inflama, oh Padre, nuestros corazones con el espíritu de tu amor, para que pensemos
y obremos según tu voluntad y te amemos en los hermanos con corazón sincero. Por
Jesucristo nuestro Señor”.
LOS CANALES DE LA GRACIA
LOS SACRAMENTOS
“Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de
llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obras de la carne, ni de
la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y nosotros hemos visto su gloria, la
gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de Él al declarar: el que viene después de mi me ha precedido,
porque existía antes que yo”.
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado
por Jesucristo.” ( Jn 1, 12-17).
Los canales de la gracia son caminos marcados por Dios que nos indican la dirección
para alcanzar la gracia de su Espíritu Santo.
Los sacramentos pueden ser concebidos como los “canales de la gracia”; esto es,
actos en los que se está seguro que actúa la gracia de Dios, instituidos por Jesucristo
para su Iglesia.
Los sacramentos significan la gracia y confieren la gracia; significan la vida y dan la
vida. La iglesia es la dispensadora visible de los signos sagrados, mientras el Espíritu
Santo actúa en ellos como dispensador invisible de la vida que significan. Junto con ella
está y actúa en ella Cristo Jesús.
Ahora bien, ¿a qué hace referencia la expresión “ la gracia de Dios”?
La Gracia de Dios es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su
llamada de llegar a ser hijos de Dios; a participar de su naturaleza divina, de su vida
eterna. La gracia de Cristo es un don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida
por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla.
La iniciativa divina en la obra de la gracia previene, prepara y suscita la respuesta libre
del hombre. La gracia responde a las aspiraciones profundas de la libertad humana y la
llama a cooperar con ella, y la perfecciona.
Nadie puede merecer la gracia primera que constituye el inicio de la conversión. Bajo la
moción del Espíritu Santo podemos obtener, en favor nuestro, y de los demás todas las
gracias útiles para llegar a la vida eterna, como también los necesarios bienes
temporales.
El verdadero, auténtico, original sacramento es Jesús, que es “el sacramento del
Padre”. Jesús vino a restaurar, a salvar, entregándose a morir, para que hoy podamos
ver; para que hoy sepamos el camino correcto a seguir. Sin él no habría modo de
permanecer.
La humanidad de Jesús es un “sacramento”, porque es signo e instrumento de su
divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena
conduce al misterio invisible de su filiación y de su misión redentora.
San Agustín dice que los sacramentos son signos sagrados. Signos en cuanto -
utilizando algo concreto y material, por ejemplo: el agua- evocan en la mente una
realidad superior; y son sagrados porque son administrados por la Iglesia para
canalizar la acción del Espíritu Santo.
Signos visibles de una gracia invisible; Dios obrando en nuestro espíritu. Dios elige el
camino de los signos para nuestra comprensión.
Son signos eficaces. Hacen referencia y producen una cierta realidad. Cuando dice
que el agua purifica, en el bautismo, mediante la intervención del Espíritu Santo
verdaderamente purifica; si sana, sana.
Los sacramentos tienen en el hombre diversos efectos: le ayuda a permanecer y
perseverar en la gracia, en las virtudes, crecimiento y curación, fuerza, potencia y
presencia.
Los sacramentos manifiestan el eterno vínculo entre Cristo y el Espíritu Santo; es decir,
la eficacia del Espíritu Santo está y actúa en los sacramentos Cristo Jesús.
La verdadera venida de Cristo en nuestras vidas tiene efectos en la medida que
vayamos alcanzando la vida sacramental o el paso por paso con una apertura a los
sacramentos, por obra del Espíritu Santo y su constante presencia.
Los sacramentos son los gestos de un obrar y hablar de Jesús, concretos en la Iglesia.
¿Cuál debe ser nuestra actitud cuando vamos a recibir un sacramento?
Hay que acercarse con la debida preparación y disposición a los sacramentos: oración,
acción de gracia, interiorización y reflexión; es así como plenamente se expresa su
contenido (cursos para tomar la confirmación, cursillos de casamiento, examen de
conciencia).
La acción sacramental debe tener, en la experiencia personal, un correlato existencial,
que consiste en detenerse y reflexionar a la luz de la Palabra de Dios sobre el sentido de
lo que hacemos. Permitiendo que la gracia inunde las distintas esferas de la persona
(afectos, voluntad, actividades cotidianas, etc)
Después de recibir un sacramento habría que, inmediatamente hacer un gesto, aunque
fuera mínimo, que exprese su fruto -como para comprobar el poder de la gracia, no para
auto convencernos sino percatarnos de las ventajas y beneficios-, por ejemplo: luego
de comulgar acercarnos al prójimo.
Los sacramentos manifiestan la proximidad del amor divino, en lo que respecta a
nuestra fragilidad humana: nos sanan, devuelven la vida, restauran, etc.
Son caminos que nos propone Dios, para que con nuestro sí, Él nos pueda acompañar
en nuestro peregrinar llenos de misericordia, amor y bendiciones.
Hoy nosotros participamos de la resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa
en los sacramentos del Cuerpo de Cristo.
No habría este regalo, este don divino en nosotros sin la Fuente Única y Verdadera de
toda gracia: el Espíritu Santo, que obra en nuestro espíritu, renovándonos y
purificándonos otorgándonos una nueva vida, un nuevo nacimiento.
En los sacramentos, el Espíritu Santo sana las heridas de nuestra fragilidad humana, al
mismo tiempo que nos permite elevarnos a la vida de Cristo que es superior al don
inicial.
Esto es evidente sobre todo en el Bautismo, mediante el cual se borra el pecado
original.
a- Bautismo
Por el Bautismo el mismo cristiano participa de la gracia de Cristo. Ahora como hijo
adoptivo puede llamar “Padre” a Dios, en unión con el Hijo Único. Recibe la vida del
Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia.
Por medio del bautismo hemos nacido a la vida de Dios, somos aptos y capaces de Él
mediante la efusión de su Espíritu Santo, que nos hace otros cristos, ungidos. Es el
sello con el que seremos reconocidos en ese día.
A través del bautismo fuimos devueltos a la vida, muertos con Cristo y resucitados con
Él.
Si bien cuando somos bebés y nos bautizan no somos consciente de tal magna
bendición o muestra de amor de Dios; igualmente, en nosotros, a través de la gracia es
depositado mediante su Espíritu Santo el don de la fe que abre al hombre a la vida
renovada, la esperanza, la caridad.
La vida divina es introducida en forma de semilla que debe convertirse en árbol y
producir frutos. Jesús antes de ascender al cielo dijo: “Juan bautizó con agua, pero
vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo” (Hch 1, 5).
Una pregunta frecuente es ¿cómo es que los padres o padrinos optan en su libertad por
nuestra adhesión a Dios?
Ciertamente, ellos toman la iniciativa y si son buenos padrinos intentarán acompañar
en ese camino de fe. Estos dones se encuentran en un estado de congelación; pero
llegado el momento de elegir consciente y libremente optaremos por Él, nos abriremos
a todos sus beneficios que serán los nuestros.
b- Confirmación
c- Eucaristía
d- Penitencia
e- Orden Sagrado
Todos los bautizados somos un pueblo sacerdotal, todos participamos del sacerdocio
de Cristo.
Este sacramento consiste en servir el nombre y representación de Jesús en medio de la
comunidad.
Es la gracia del Espíritu Santo derrama sobre los apóstoles y por ellos trasmitidas a sus
sucesores, la que garantiza con el sacramento del Orden Sagrado y la llamada
sucesión apostólica, la fidelidad de la iglesia católica y su fundador Jesucristo.
Para llegar a ese sacramento es necesario escuchar la llamada de Dios, que siempre
está llamando; está en nosotros el poder ver a qué nos llama. En el caso del Orden
Sagrado hay que ser muy astutos y sensibles para poder percibir este llamado. Muchas
veces lo que nos frena a dejarnos abrazar por Él es el temor a la vida diferente y sin
felicidad, pero hay que tener en cuenta que si Dios nos elige y nos da esta vocación es
porque ahí esta nuestra felicidad plena; en servirle a Él y a nuestros hermanos. Y ahí es
cuando corremos el riesgo de no darle sentido a nuestra vida. Es importante que nos
demos el espacio y el tiempo para que nos hable. Su felicidad es la nuestra.
No tengamos miedo de enamorarnos; dejemos que nos seduzca; permitámonos tener
la gracia de poder elegir por él, ya que es hermoso su amor.
f- Matrimonio
Unirnos con otra persona está en nuestra naturaleza. Pero el gesto sacramental del
matrimonio bajo el señorío de Jesús es extraordinario. Ya no son dos persona
simplemente juntas, sino que-unidos por el sacramento- son dos miembros del cuerpo
de Cristo que han llegado a ser, uno solo. Luego de casados hay en ellos una unidad
profunda que no anula la individualidad de cada uno, sino que la supera en esa realidad
nueva del “nosotros”.
Este sacramento da a los esposos la gracia de amarse como Cristo amó a su iglesia.
La pareja cristiana es el ámbito más restringido que expresa el “donde están dos o tres
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20) y allí Jesús nos
bendice abundantemente con mas de lo que necesitamos.
COMUNIDAD DE DISCÍPULOS
1. Introducción
Jesús, en la cruz, “expiró” ( Cfr. Jn. 19, 30). Y eso, en el lenguaje de Juan tiene dos
significados: uno natural: “hizo el último suspiro, murió” y otro místico: “emitió el
Espíritu”. El último suspiro de Jesús fue el primer suspiro de la Iglesia; la Iglesia,
simbolizada por los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía (el agua y la sangre),
nace de la muerte de Cristo.
Y son sus mismos discípulos los encargados y responsables de la explosión que hace
la Iglesia en el mundo. Sus sucesores son los que nos guían en el camino de la fe en la
actualidad. Pero ¿cómo sabemos que ésta es la misma Iglesia que Cristo puso sobre la
espalda de Pedro?
Gamaliel, un fariseo, doctor de la ley dijo: “Si su proyecto es cosa de hombres, se
vendrán abajo. Pero si viene de Dios, ustedes no podrán destruirlo, y ojalá no estén
luchando contra Dios” (Hch. 5, 35-39).
2. Desarrollo de Comunidad.
Así como Jesús fue enviado por el Padre, Él mismo envió a los suyos con la misma
misión: INSTAURAR EL REINO DE DIOS EN ESTE MUNDO. Todos, Iglesia, obreros,
estamos llamados a trabajar juntos, ladrillo sobre ladrillo, en esta construcción que
nunca se detiene.
El encuentro personal con Cristo, debe llevarlos necesariamente a un encuentro con
los hermanos; el haber tenido cada uno su Pentecostés personal hace que si ya hemos
tomado la decisión- comencemos a vivir esta nueva vida en el Espíritu. Pero solos no
podrán. No hay opción. Sus hermanos, los que están en la misma situación que
ustedes formarán comunidad, con Cristo como centro.
Estas pequeñas comunidades que formarán las cuáles no son islotes de la Iglesia, sino
que son parte del rompecabezas que conforma la Iglesia- no son sistema impuesto,
una técnica, una dinámica de grupo o una moda; es la obra misma del Espíritu Santo
que no se detiene jamás.
La pequeña comunidad es una familia y no otra cosa, que es indispensable para todo
aquel que ha nacido de nuevo, que quiera crecer y caminar perseverantemente en la
vida del Espíritu.
Pero ¿en qué consiste la vida comunitaria? ¿Implica mucho compromiso? ¿Ataduras?
¿Lleva mucho tiempo? Es más profundo de lo que se puedan imaginar. Es la vida
misma. Es vivir unidos por el amor, bajo esta ley nueva, reunidos por un objetivo común:
VIVIR EL EVANGELIO. Lo que nunca hay que olvidar es quiénes la integran, o mejor
dicho, quiénes seguro no están: los santos y los perfectos; sino personas que tomaron
la decisión, como vos, de seguir adelante en su proceso de conversión, ¡proceso he
dicho! No lo olviden y no exijan más.
Si no nos atrevemos a dar el paso de formar verdaderas comunidades, donde exista la
unidad del Espíritu, sin rivalidades ni competencias, buscando siempre servir y no ser
servido, jamás experimentaremos la vida en abundancia traída por Jesús.
El mundo pasa como dice la Palabra de Dios (1Cor 7, 31), pero ese no es el problema,
lo más importante es que no pasemos con el mundo, como decía Agustín. Nosotros
pasamos del mundo con el corazón, antes de pasar de él con el cuerpo, pasamos para
permanecer y ahí esta nuestra trascendencia nuestra búsqueda de la eternidad.
Nosotros no somos evangelizadores para que de acá salgan un montón de mentes
satisfechas por haber escuchado algo coherente. Nosotros estamos aquí para que
todos ustedes sean evangelizadores. No sabés la cantidad de gente que hay allá
afuera que necesita una palabra. Pero para que esa gente pueda recibir una palabra
debe haber alguien que se las anuncie. Ese sos vos.
¿No te resulta raro ver la gran cantidad de gente que se va de la Iglesia a otras sectas o
religiones?. En la mayoría de los casos se van porque allí se les ofrece una palabra, se
les predica.
Anunciar, proclamar, vivir una vida en Cristo, ése es tu llamado hoy.
Aquí y ahora termina el retiro pero ni bien atravieses esa puerta por donde entraste, te
vas a topar con la necedad del mundo y tu llamado en ese mundo es ser diferente. Sé
vos mismo aunque a muchos les moleste. Sé vos mismo y si tenés algún problema
consultálo con El Maestro que siempre supo ser él mismo (no le tengas miedo a la
oración).
- ¿Pero como voy a evangelizar yo?
- Anunciando, proclamando, dando testimonio de vida.
- Pero es que no puedo, soy tímido.
- No te olvides que tenés la unción del Bautismo y que además se te dio una inmensa
lista de dones para dar. Lo que pasa es que nunca te pusiste a leer el manual de
instrucciones. No te olvides que eso que se te dio a vos. Si no lo regalás a tus hermanos,
te será quitado y se le dará al que tiene y lo sabe usar. Por eso no envidies a los que
damos, empezá a dar vos.
Una cosa que siempre quiero que quede muy claro es que todo lo que escuchaste en
este retiro, todo lo que dijimos es susceptible de ser discutido, hasta la existencia de
Dios. Pero lo que nadie te va a poder discutir es lo que vos experimentaste en este
retiro. Sólo confía en Dios, no lo subestimes que Él sabe hacer las cosas.
No te preocupes que dar testimonio no es decir lo que vos hiciste por Dios, no ni mucho
menos. El testimonio se manifiesta por lo que Él ha realizado en tu vida.
No te olvides que te vas con un gran sello, el sello del Espíritu Santo y que Dios está con
nosotros y “Si Dios está con nosotros, ¿quién puede contra nosotros?” (Rm 8, 31).
Por último, quiero contarles una partecita ínfima de la historia de la Beata Angela de
Foligno, una gran mística italiana.
Ella hacía tiempo había dejado el mundo y el pecado, había entregado todos sus bienes
y vivía en austeridad. Ella había hecho sus votos como lo hacen los religiosos. Cada
uno hace los votos que están a su alcance de hecho nuestro voto fue liberarnos y
renovar el bautismo. Bien, un buen día se dio cuenta que su ser se había reunificado,
como si cuerpo y alma fueran una sola cosa. En ese momento sintió una suave voz que
le preguntaba: “¿Ángela, que quieres?”. Y ella con todas sus fuerzas gritó: “¡Quiero a
Dios!”.
Puedo imaginarme lo que habrán pensado los que estaban al lado de ella: “¡Esta está
totalmente loca!”. Pues bien, para que nadie quede como loco voy a hacer una pregunta
y todos responderán: “¡Quiero a Dios!”.
- Chicos evangelizados: ¿Qué Quieren?
- ¡Quiero a Dios!.
- No estoy preguntando quien quiere hacer el voto de castidad, así que por favor
respondan con ganas. --- ¿Qué Quieren?
- ¡Quiero a Dios!.