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¿Es posible la felicidad?

Sigmund Freud, en su texto, “El Malestar en la Cultura” se pregunta si es posible la felicidad


humana. Pregunta tan antigua como el hombre y tan pobremente respondida a lo largo de la historia
no puede más que quedar grande al original pensador vienés.
Con guiños permanentes al lector por la dificultad de su empresa, Freud nos acompaña en su
artículo a través de un recorrido por las paradojas que hacen de la vida esa mezcla singular de
tristeza y alegría.
La tesis que recorre el texto interpreta al hombre como un ser tironeado entre sus impulsos más
íntimos, siempre empujando por expresarse y las normas sociales, que instalan la represión y la
condena de los deseos singulares.
Cada hombre, para habitar en el espacio comunitario, debe renunciar a una porción de satisfacción
propia, para entregarla en sacrificio a sus semejantes y así edificar la civilización, que nos protege
de la soledad y los rigores de la naturaleza.
Si examinamos esta transacción, podemos ver que está fundada en un acto agresivo originario, el
cual impele a la pugna de los intereses individuales y colectivos en una lucha sin fin ni regulación
posible. Basta observar la educación de un niño para encontrarnos con que la interdicción y el
regaño forman parte de su desarrollo de un modo tan indispensable como el amor y la comprensión.
Un sujeto se inscribe en la cultura tanto de un modo violento como de un modo amoroso, Freud
llamó a esto pulsión de vida y pulsión de muerte (aunque un examen detallado de cada una no nos
hace tan fácil decidir cuál es amor y cual violencia).
Esta contradicción, inherente a cada persona hace a la vida rica en complejidades y produce a la
culpa y a la inhibición como su expresión más pobre.
Asi, culplables por estructura e inhibidos por cobardía, los seres humanos quedamos exhortados a
teñir la vida de una cualidad que posa orgullosa al lado de nuestras miserias: la creatividad.
Esas fuerzas íntimas que nos habitan y que la comunidad nos enseña a reprimir (Freud no dudó en
calificarlas de sexuales), constituyen nuestra potencia de invención para elevar la vida a la dignidad
de la pasión y el entusiasmo y eso, sin creatividad es una empresa fallida.
La energía inconsciente sin creatividad no es más que promiscuidad, adicciones, angustia, síntomas.
Por el contrario, la lucidez, la inventiva y la rebeldía, articulada al reconocimiento del semejante
engendran al arte, al amor, a la seducción y a las expresiones del refinamiento humano que hacen al
gusto por la vida junto a otros.
Entonces, sin olvidar al odio, sin idealizar al hombre, rescato la lectura del citado texto de Freud
como una visión optimista (lejos de lo que suele afirmarse) y arriesgo mi conclusión: la felicidad
para el hombre es posible, siempre de modo parcial, nunca como un absoluto y es esa incompletud
y precariedad de la dicha la que nos impulsa a un esfuerzo de inventiva permanente y empuja al ser
humano a una valiosa virtud: mantenerse despierto, vivir con pasión y lucidez.

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