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[Waler Benjamin, "Sobre algunos temas en Baudelaire",

Poesía y capitalismo. Iluminaciones II, Madrid, Taurus,


1993. Traducción de Jesus Aguirre.]

T.

Baudelaire contaba con unos lectores a los que la lec­


tura do 1a 1íri ca ponía en dificultades. ¡A esos leeto'res se
dirige el poema introductorio de Les Fleitrs du mal. Con su
fuerza de voluntad y con su capacidad de concentración no
se llega muy lejos; dan preferencia a los goces sensuales;
y están familiarizados con el «spleen» que acaba con el
interés y la receptividad. Resulta extraño encontrarse con
un lírico que se atiene a tal público, el más desagradecido.
Claro que la explicación* está a mano. Baudelaire quería
ser entendido: dedica su libro a los que son parecidos a
él. HI (toe) u a al 1ec Lor con c Iuye ap o siró fa n do:

IfypocrUe lecteur, mon setnblable, mon ¡rere!

El estado de la cuestión se manifiesta más fecundo


formulado de otra manera, dicho de la manera siguiente:
Baudelaire escribió un libro que de antemano tenía pocas
probabilidades de éxito inmediato entre el público. Con­
taba con un tipo de lector tal y como lo describe el poe­
ma introductorio. Y resulta que dicho cálculo fue enor­
memente perspicaz. El lector a!, que se orientaba rio se
le asoció sino en tiempos posteriores. Que sea así, con

1 I. pág. 18.

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otras palabras, que las condiciones de la recepción de la la naturaleza, y por ultimo, con cierta preferencia, de la'
literatura lírica se volviesen más desfavorables, es algo edad mítica. La obra de Dilthey Vida y poesía es'una ‘de^
que se prueba por tres hechos. El primero es que el lí­ las primeras en esta línea, que acaba con Klages y coii|
rico dejó de pasar por el poeta por antonomasia. Ya un Jung adscrito al fascismo. Sobre esta literatura se alza
no es el «vate», como lo fue todavía Lamartine; ha en­ como monumento eminente la madrugadora obra de Berg-I
trado en un género. (Vcrlaine hace que esta especiali- son Matiére el mémoire. Más que las otras guarda ésta^
zación sea palpable; Rimbaud era un esotérico que ex su conexión con la investigación exacta. Se orienta en la
ofjicio mantiene al público alejado de su obra.) Un se­ biología. Su título manifiesta que considera decisiva para’1
gundo hecho: después de 13andel ai re no se ha dado nin­ la experiencia filosófica la estructura de la memoria. Dé
gún éxito masivq de poesía lírica. (Todavía la lírica de hecho la experiencia, tanto en la vida colectiva corno en
Víctor Hugo alcanzó al publicarse una poderosa resonan­ la privada, es un asunto de la tradición. Se forma menos
cia. En Alemania el umbral lo señala el Bttch der Lieder de datos rigurosamente lijos en el recuerdo que de los
de Heine). Una tercera circunstancia viene dada con el que acumulados, con frecuencia no conscientes, confluyen
hecho anterior: el público se hizo más reservado incluso en la memoria. Desde luego la intención de Bergson no
frente a la poesía lírica que se le transmitía desde antiguo. es de ninguna manera especificar históricamente la me­
El margen de tiempo del que hablamos podría datarse moria. Más bien rechaza toda determinación histórica de
aproximadamente a mediados del siglo pasado. En esa la experiencia. Sobre todo, y esto es esencial, evita acer­
misma época se extendió sin interrupción la fama de Les carse a esa experiencia de la que ha surgido su propia
Fieurs du mal, El libro que contó con lectores muy poco filosofía o mejor aún a la que ésta ha sido transmitida.
propicios, y que ai principio no había encontrado a de­ Es la experiencia inhospitalaria, deslumbradora de la épo-¡
masiados propensos en su favor, se convirtió al correr de ca de la gran industria. Los ojos que se cierran ante dicha
unos decenios en un clásico; también fue uno de los que experiencia han de habérselas con otra de índole comple­
más se imprimieron. mentaria que diríamos que es su copia espontánea. La
Si se volvieron desfavorables las condiciones de la filosofía de Bergson es una tentativa de detallar y fijar
recepción de la literatura lírica, no será difícil imaginarse esa copia. Procura de este modo una referencia mediata
que sólo en excepciones conserva la poesía lírica el con­ a la experiencia que Baudelaire pone a la vista palmaria­
tacto con la experiencia de los lectores. Y tal vez sea así mente en la figura del lector.
porque esa experiencia se ha modificado en su estruc­
tura. Podemos dar por bueno este punto de partida, pero
tanto más embarazoso será designar lo que en ella haya
cambiado. En tal situación habrá que interrogar a la filo­ TT
sofía. Se tropieza entonces con un peculiar estado de la
cuestión. Desde finales del siglo pasado se ha hecho
una ,serie de tentativas para apoderarse de la experiencia Matiére el mémoire determina la naturaleza de la ex­
«verdadera» en contraposición a una experiencia que se periencia en la «duréc», y el lector tiene entonces que de­
sedimenta en la existencia normalizada, desnaturalizada cirse: sólo el poeta es el sujeto adecuado de esa expe­
de las masas civilizadas. Es costumbre clasificar dichos riencia. Y un poeta lia sido el que ha puesto a prueba la
tanteos bajo el concepto de filosofía de la vida. Está muy teoría bergsoniana de la experiencia. Se puede considerar
claro que no partieron de la existencia del hombre en la la obra de Proust A la recherche du temps perdu como un
sociedad. Se reclamaban de la literatura, mejor aún, de intento de elaborar, por caminos sintéticos y bajo las ac-

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tu ales condiciones sociales, la experiencia tal y como la Según Proust, es cosa del azar que cada uno cobre una
concibió Bcrgsun. Ya que cada vez contaremos menos con imagen de sí mismo, que pueda adueñarse de su experien­
su verificación por una vía natural. Además Proust no cia. Y en modo alguno resulta evidente que en tal asunto
se evade en su obra del debate de esta cuestión. .Incluso se dependa del azar. Las aspiraciones interiores del hom­
pone en juego un momento nuevo que implica una crítica bre no t ienen por naturaleza un carácter privado tan irre­
inmanente de Bergson. Este no pierde la ocasión de sub­ mediable. Sólo lo adquieren después de que disminuyen
rayar el antagonismo imperante entre la «vita activa» y las probabilidades de que las exteriores sean incorporadas
la especial «vita contemplativa» que abre la memoria. a su experiencia. El periódico representa uno de los mu­
Pero en Bergson se plantean las cosas como si afrontar chos indicios de esa disminución. Si la Prensa se hubiese
la presen Lización contemplativa del flujo vital fuese una propuesto que el lector haga suyas las informaciones como
resolución libre. De antemano anuncia Proust termino­ parte de su propia experiencia, no conseguiría su objetivo.
lógicamente su convencimiento discrepante. La memoria Pero su intención es la inversa y desde luego la consigue.
i pura — «rnémoire puré»— de la teoría bergsuniana se vucl- Consiste en impermeabilizar los acontecimientos frente
V ve en él involuntaria —«mérnuire involontairc»— . Proust al ámbito en que puchera hallarse la experiencia del lec­
confronta sin dilaciones esta memoria involuntaria con tor. Los principios fundamentales de la información pe­
la voluntaria que se llalla dominada por la inteligencia. riodística (curiosidad, brevedad, fácil comprensión' y so­
A las primeras páginas de su gran obra incumbe poner bre todo desconexión de las noLicias entre.sí) contribuyen
en claro esa relación. En ¡a consideración que introduce al éxito igual que la compaginación y una cierta conducta
el termino Proust habla de lo pobremente que durante lingüística. (Karl Kraus no se cansaba de hacer constar
muchos años se ha ofrecido a su memoria la ciudad de lo mucho que el hábito lingüístico de los periódicos para­
Combray, en la que transcurrió sin embargo una parte liza la capacidad imaginativa de sus lectores.) La im­
de su infancia. Antes de que el sabor de la magdalena, permeabilidad de la información frente a la experiencia
sobre el que vuelve a menucio, le transportase una tarde depende además de que la primera no pertenece a la «tra­
a los viejos tiempos, ProusL estuvo limitado a lo que 1c dición». Los periódicos aparecen en grandes tiradas. Nin­
proporcionaba una memoria que se doblega a la llamada gún lector dispone con tanta facilidad de eso que el otro
de la atención. Esta es la «mémoire volontaire», un re­ quisiera que se contase de él. Hay uua competencia histó­
cuerdo voluntario; Ip que pasa-con ella es que las infor­ rica entre las diversas formas de la comunicación. La
maciones que imparte sobre ei pretérito no retienen nada atrofia creciente de la experiencia se refleja en e! relevo
de éste. «Y así ocurre con nuestro pasado. En vano bus­ que del. antiguo relato hace la información y de ésta
caremos conjurarlo a nuestra voluntad; todos los esfuer­ a su vez la sensación. Todas estas forinas se destacan por
zos de nuesLra inteligencia no nos sirven de nada»2. Por su parte de Ja narración que es una de Jas formas comu­
eso Proust no tiene reparo en explicar como resumen que nicativas más antiguas. Lo que le importa a ésta no es
el pretérito se encuentra «fuera dei ámbito de la inteli­ transmitir el puro cn-sí de lo sucedido (que así lo hace la
gencia y de su campo de influencia en cualquier objeto información); se sumerge en la vida del que relata para
real... Además tampoco sabemos en cuál. Y es cosa del participarla como experiencia a los que oyen. Por eso lleva
azar que tropecemos con él antes de morir o que no nos inherente la huella de! narrador, igual que el plato de ba­
lo encontremos jamás» '1.*3 rro lleva la huella de la mano del alfarero.
La voluminosa obra de Proust da una idea de todas
,J MARCEE Proust, A ¡n rccherchc. dtt lem p a perdu , vol. I: Da las disposiciones que eran necesarias para restaurar en
c ó fé de ahez Swann, pág. 69, París, i 917.
3 P roust, I. c. la actualidad ia figura del narrador. Proust acometió la
empresa con una coherencia magnífica. Desde el comienzo nes. El recuerdo apunta a su desmembración. La memoria
se enfrenta con una tarea elemental: hacer un relato de es esencialmente conservadora; el recuerdo es destruc­
la propia infancia. Y mide toda su dificultad al exponer tivo» \ La proposición fundamental de Freud, que está
como cosa del azar que dicha tarea sea o no realizable. en la base de estas exposiciones, formula la suposición
En el contexto de estas consideraciones acuna el concepto de que «la consciencia surge en el lugar de la huellíá.cle
do memoria involuntaria. El concepto lleva las huellas un recuerdo»5**. «Estaría entonces marcada por una sin­
de la situación en la que se ha formado. Pertenece al in­ gularidad: el proceso de estimulación no deja en ella! como
ventario de la persona privada en su múltiple aislamiento. en todos los demás sistemas psíquicos, una modificación
Cuando impera la experiencia en sentido estricto, ciertos duradera de sus elementos, sino que por así decirlo se
, contenidos del pasado individual coinciden en la memoria malgasta en el fenómeno de hacerse consciente»6. La
con otros del colectivo. Los cultos con su ceremonial, con fórmula fundamental de dicha hipótesis es «que hacerse
consciente y dejar huella en la memoria son incompati­
sus fiestas, de las que en Proust: apenas se habla nunca
llevaban a cabo renovadamente la amalgama de e .t >s bles para e) mismo sistem a»7. Los residuos del recuerdo
dos materiales de la memoria. Provocaban la reminiscen­ «son a menudo más fuertes y mas firmes, cuando el pro­
cia en determinados tiempos y seguían siendo manejo de ceso que los deja atrás jamás llega a ser consciente» *. Tra­
la misma durante la vida entera. Reminiscencia volunta­ ducido a la manera de hablar de Proust: sólo puede ser"
ria y reminiscencia involuntaria perdían asi su exclusi­ componente de la memoria involuntaria lo que no ha sido
«vivido» explícita y conscientemente, lo que no Je ha
vidad recíproca. ocurrido al sujeto como «vivencia». «Atesorar huellas du-"
vaderas como fundamento de la memoria» en procesos de
III estimulación es algo, según Freud, reservado «a otros sis­
temas» que hay que concebir como diversos de Ja cons­
ciencia **. Según Freud, Ja consciencia en cuanto tal no
Es aconsejable volver a Freud en busca de una deter­ acogería ninguna huella de la memoria. Por el contrario,
minación más sustanciosa de !o que en la «inémoire de
l'intelligence.» de Proust aparece como desecho de la leona * TmionoR PaiK, Dcr ilh a ra m ch te P sychologe. Über E m iten
beresoniana. En el año 1921 se publica el ensayo Mas alia muí V ersích en tm ben m ssíer Vorgongc, pág. 132, Leyden, 1935.
5 S jcmund Fiíiain, Je n s e its d es Lustpr'mzips, pág. 31, Vienn, ,
del principio de placer, que establece una correlación en­ 1923.
tre la memoria (en el sentido de memoria involuntaria)
* En el ensayo de Freud los conceptos de recuerdo y memoria
V la consciencia. Dicha correlación tiene figura de hipó­ no presientan ninguna diferencia esencial en cuanto a su significación
tesis Las reflexiones que le añadimos seguidamente no en el contexto presente.
tienen el empeño de probarla. Deberán comentarse con (i F rgijp, 1. c., pág. 31.
comprobar su fecundidad en orden a estados de la cues­ 7 Fu RUO, /. c., pág. 32.
tión muy distantes de los que estuvieron presentes en la a F reuo, /. c., pág. 30.
concepción lieudiana. Más bien son discípulos de freud ** Proust trata múltiples veces do esos “otros sistemas". Prefiere
representarlos por medio de una serle de miembros anatómicos, y no
los que tropezarían con ellos. Las elaboraciones en las se cansa do hnblor de las imágenes que en ellos depone la memoria,
que Reik desarrolla su teoría de la memoria se mueven ele cómo no atienden a ninguna seña de la consciencia e irrumpen en
ella de modo inmediato, cuando una, cadera, un brazo o un hombro
en parte muy en la línea de la distinción proustiana entre toman involuntariamente en la cama una posición que hace ya tiempo
reminiscencia voluntaria e involuntaria. «La función t t habían también adoptado. La “inémoire tnvolonlaire des membres"
es uno de los temas preferidos de Proust.
la memoria», leemos en Reik, «es proteger las .mpresin-
1.cjidría otra función importante, la de presentarse corno pava organizar la recepción de los estímulos» 12. La recep­
defensa frente a los estímulos». Para el organismo vivo, ción del shock queda aliviada por un entrenamiento en el
defenderse frente a los estímulos es una tarca casi más dominio de los estímalos, al cual, en caso de urgencia,
importante que la descogerla; está dotada de una pro­ pueden contribuir tanto el recuerdo como el sueño. Freud
visión energética propia y debe aspirar sobre todo a pro­ supone que en los casos normales dicho entrenamiento es
teger las formas de transformación de la energía, que de incumbencia de la consciencia despierta, la cual tiene
operan cu ella especííicamente, de la influencia nivelado­ su sede en una capa cortical del. cerebro «quemada en tal
ra, esto es, destructiva de las energías demasiado grandes grado por la acción de los estímulos» 1:1 que ofrece con­
que trabajan en el exterior» s. La amenaza de; esas energías diciones favorables a la recepción de los mismos. Que el
es la del shock. Cuánto .más habitual mente se registra en shock quede apresado, atajado de tal modo por la cons­
la consciencia, tanto menos habrá que contar con su re­ ciencia, dará al incidente que lo provoca el carácter de vi­
percusión traumática. La teoría psicoanalíüca intenta en­ vencia en sentido estricto. Esterilizará dicho incidente (al
tender la naturaleza del shock traumático «por las brechas incorporarlo inmediatamente al registro del recuerdo cons­
que se abren cu la defensa frente a los estímulos», En su ciente) para toda experiencia poética.
opinión el terror tiene «su significación» en una «falta de Apunta la pregunta acerca de cómo pueda fundarse
disposición para el miedo» la poesía lírica en una experiencia para Ja cual la vivencia
La investigación de Freud parte de un sueño típico en del shock se lia convertido en norma. De dicha poesía
neuróticos traumáticos que reproduce la catástrofe que les debiera esperarse un alto grado de consciencia; .desper­
sobrevino. Sueños de tal índole «buscan —según Freud— taría Ja idea de un plan que pone por obra al hilo de su
recuperar el dominio de los estímulos desarrollando el propia elaboración. Lo cual concierne plenamente a la poe­
miedo cuya omisión se Jia convertido en cansa de la. neu­ sía de .Bau déla iré. Entre sus predecesores le liga a Poe; y
rosis traumática»11. Algo parecido debe de tener Valéry entre los que Je suceden, con Valéry. Las consideraciones
en mientes. Y merece la pena tomar buena nota de esta que Proust y Valéry han hecho sobre Baudelaire se com­
coincidencia, ya que Valéry es uno de los que se han in­ plementan de manera providencial. Proust ha escrito un
ensayo sobre Baudelaire cuyo alcance queda superado por
teresado por la manera específica en que funcionan los
ciertas reflexiones de su propia obra novelesca. En Si-lita-
"mecanismos psíquicos bajo las condiciones actuales de
lian de Baudelaire, Valéry aporta una introducción clasica
existencia. (Ha sido además capaz de conciliar dicho in­
a Les Fleurs du mal. Dice en ella: «Para Baudelaire el pro­
terés con su producción-'poél.icn, que ha seguido siendo blema se planteaba sin duda de la manera siguiente: llegar
puramente Urica. Con ello se presenta como el único autor a ser un gran poeta, pero no Lamartine, ni Hugo, ni Mus-
que remite inmediatamente a Baudelaire). «Las impre­ set. No afirmo que semejante propósito fuese en él cons­
siones y Jas sensaciones del hombre — dice Valéry— per­ ciente; pero estaba en el forzosamente, más aún, esc pro­
tenecen, consideradas en y por sí mismas, al género de pósito era Baudelaire mismo. Era su razón de Estad o»14.
las sorpresas; atestiguan una insuficiencia humana... El Resulta un Lauto extraño hablar de la razón de Estado de
recuerdo es... una manifestación elemental que tiende a un poeta. Implica algo notable: la emancipación de las
otorgarnos el Liempo, que por de pronto nos ha faltado,9*1
IE Paul V aléry, Oeuvres, ed. H vtier, vol. 2 , pág. 741, París,
1960.
9 F reud, /. c„ pág. 34. n F reud , l. c., pág. 32.
1,1 F reud, l c., pág, 41. 11 Uaudel/uke , L e s F le u r s du mal. Avcc une iniroduclion de
11 F reud, I. c., pág. 42. Paul Valéry, ed. Crcs., París, 1928.
vivencias. La producción poética de Baudelaire está orde­ blar; Gantier nos dice cómo le gustaba ir puntuando
nada a una tarea. Le atrajeron espacios vacíos en los que sus declamaciones 17; Nadar desoía be su paso abrupto 18.
instaló sus poemas. Su obra no sólo es susceptible, como La psiquiatría sabe de tipos traumaIoíalos. Baudelaire
cualquier otra, de una determinación histórica, sino que hizo asunto propio parar con su persona espiritual y fí­
quiso serlo y así es cqmo se entendió a sí misma: sica los shocks, cualquiera que fuese su procedencia. Al
describir a su amigo Constantin Guy, le busca a la hora
en que París duerme: «inclinado sobre su mesa, penetran­
do una lioja de papel con la misma mirada que hace un
IV momento dedicaba a las cosas, esgrimiendo su lápiz, su
pluma, su pincel, escurriendo la pluma en su camisa, pre­
suroso, violento, activo, como si temiese que las imáge­
Cuanto más participe el shock en su momento en cada nes se 3e escapasen, peleador, aunque solitario y recibien­
una de las impresiones; cuanto más incansablemente pla­ do él mismo sus golpes» 19*. Cogido en esta escaramuza
nifique la consciencia en interés de la defensa frente a los fantástica, se ha retratado Baíidelaire a sí mismó en la
estímulos; cuanto mayor sea el éxito con el que se traba­ estrofa inicial del poema Le soled; y es éste el único pa­
je, tanto menos se acomodará todo a la experiencia, tan­ saje de Les Fleurs du mal que le muestra trabajando poé­
to. mejor se realizará el concepto de vivencia. Quizá se ticamente:
pileda al fin y al cabo ver la función peculiar de la defensa
frente al shock en que asigna al incidente, a expensas de «Le long du vieux f emboa rg, od pendent üax masares
la integridad de su contenido, un puesto temporalmente Les persiennes, abrí des secretes luxures,
exacto en la consciencia. Se trataría de una filigrana de Quand le soled era el frappe. á traits redoublés
la reflexión, que del incidente haría una vivencia. En su Sur la vil le el les cdiamps, sur les toiis et les hlés,
defecto se instalaría el terror (ya sea el placentero o la ma­ Je vais m 'exerccr setd á ma jan lasque escrime,
yoría de las veces el cargado de disgusto), que es el que, Fluirant dans toas les coins les basarás de la rime,
según Freud, sanciona la falta de defensa frente a los Trchuchant sur les mots comme sur les pavés,
shocks. Baudelaire ha retenido este diagnóstico en una Heurtant par jais des vers depais longlemps revés» a".
imagen cruda. Habla de un duelo en el que el artista, an­
tes de ser vencido, grita de espanto 1S*. Dicho duelo es el La experiencia del shock cuenta entre las que deter­
incidente de crear. Baudelaire ha colocado, por tanto, la minaron Ja factura de Baudelaire. Gide trata de las in­
experiencia del shock en el corazón mismo de su trabajo termitencias entre imagen e idea, palabra y cosa, inter­
artístico. Incumbe una gran importancia a ese auto- mitencias en las que la excitación poética de Bau del a ire en­
testimonio. Y vanos coetáneos lo apoyan con sus expre­ cu en ira su verdadero puesto 21. Rí viere ha señalado ios
siones. Para Baudelaire no resulta raro que, abandonado
al espanto, produzca espanto él mismo, Vallés nos refiere 11 Cfr. EuciiMR Mausan, L es catines de M. Paul B on rg et et le
sus excéntricas m uecas10; Pont.mart.in advierte el rostro bou cltoi.x d e Phi!in/e. Petit ntanttel d e Vhomtne élégant, página
embargado de Baudelaire en un retrato de Nargeot; Clau- 239, París 1923.
dcl se detiene en el tono cortante del que se servía al ha- 18 Cfr. M aillar», La cité d es in tellectu els, op. cit., pág. 362.
10 II, pág. 334.
r, pág. 96.
Cit, en R aynaud, C harles B au d ela ire, op. cit.f pág. 317, 21 Cfr. Andiíi: GinE, «Baudelaire el M. Faguet», en: M crceaux
lu C1t . Tules V allés, C harles B a u d ela ire, pág. 192, París, 1931. ch a i sis, pág. 128, París, 1921.

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golpes .subtemineos que han sacudido al verso baudeJai*21* trata de ninguna clase, de ningún colectivo, cualquiera que
ríano. Es como si una palabra se derrumbase sobre sí sea su estructura. No se trata de otra cosa sino de la
misma. Ri. viere ba puesto de manifiesto dichas joa lab ras amorfa multitud de los transeúntes, del público de la
claudjcant.es M: calle *. Esa multitud, cuya existencia Baudelaire no olvida
jamás, no ha posado como modelo para ninguna de sus
«Eí. qui salí, si les f lenes no uv el les que je reve obras. Es una figura secretamente estampada en su crea­
Trouveront dans ce sol lavé con une une grave tividad, tal y como la expone la figura también secreta
Le ¡nys'tique allmenl qui ferail: leur vigueur?» *\ del fragmento citado. En ella desciframos la imagen del
lucl.i3.dor: los golpes que reparte están destinados a abrir­
O también: le un camino a través de la multitud. Claro que los «fa.u-
bou.rgs», por los que se va metiendo el poeta de Le Soled,
«Cybéle, qui les aúne, augmente ses verduras» están vacíos, sin gente. Pero la constelación escondida (en
ella se vuelve transparente hasta su fondo la belleza de
Y aquí tiene igualmente su sitio el famoso comienzo de 1.a estrofa) debe entenderse así; es la multitud fantasmal
poema: de las palabras, de los fragmentos, de los comienzos de
un verso, y con ella y en las calles abandonadas se bate
«La -servante o.u granel cacar dont volts cí.iez jalo use» el poeta por su poético botín.

Que estas legalidades ocultas cobrasen su derecho tam­


bién fuera del verso, e'S la intención que persiguió Baude-
lajre en Spleen de Parist sus poemas en prosa. En su de­ V
dicatoria de la serie al redactor jefe de La P res se, Arséne
Houssayc, dice: «¿Quién de entre nosotros no ha soñado,
en sus días de ambición, el milagro de una prosa poética, La multitud: ningún tenia ha alcanzado más atribu­
musical sin ritmo y sin rima, suficientemente ágil y lo ciones cara a los literatos clet siglo xtx. Acertó con las dis­
bastante bronca para adaptarse a los movimientos líricos posiciones necesarias para constituirse en público en am­
del. alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresal­ plias capas en las que leer se había hecho algo corriente.
tos de la consciencia? Esto ideal obsesivo nace sobre todo Proporcionaba encargos, quería encontrarse, como los do­
de la frecuentación de ciudades enormes, del cruce de sus nantes en los cuadros de la Edad Media, en. la novela con­
innumerables relaciones» In. temporánea. El autor de más éxito de) siglo siguió esta
Este pasaje facilita una formulación doble. Por u.n exigencia por una coacción interior. La multitud fue para
Jado instruye acerca del contexto íntimo que se da en él, casi en el sentido antiguo, multitud de clientes, de pú­
Baudelaire entre la Figura del shock y el contacto con Jas blico. Hugo es el primero que alude a la .multitud en los
masas de la gran, ciudad. Pero ademéis informa sobre que títulos: Les Miserables, Les Travailleurs de la raer. Hugo
debemos entender propiamente por tales masas. No se era el único que podía competir en Francia con la novela

aa Cfr. JACQUtiñ Rivjtiits, Eludes, pág. (4, Taris, 1948. * lia aspiración más intima del "flfl-neur" es prestar un alma a. esa
multitud. Los encuentros con ella son la. vivencia a la que incansable­
al 1, pág. 2.9. mente se entrega en cuerpo y alma. No podemos imaginar la obra
21 t, pág. 3J. de Baudelaire sin ciertos reflejos de esa ilusión, La cual por lo
í:i 1, pág. 113. demás no ha terminado de desempeñar su papel. El unanimismo de
ac I, pág. 405. Juica Romains es uno de sus admirados frutos tardíos.

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por entregas. El maestro del género, que comenzó a ha­ res es p ¡■iva e!os, rosa han a ií n iviás repele n le, h:¡ r ien temen te,
cerse para las gentecillas fuente de una revelación, fue, cuanto que todos se aprietan en un pequeño espacio»"1.
como es sabido, Eugéne Sue. En 1350 fue elegido por gran Esm descripción es notoriamente diferente de las que
ma3'oría de votos representante de la ciudad de París en enconírannmos en los pequeños maestros franceses, en
el Parlamento. No es, pues, extraño que el joven Marx un Gozlan, en un Del van, en un Lurine. Le faltan la des­
encontrase motivo para adentrarse en un careo con Les treza y la desenvoltura con que el «fláneur» se mueve
Mystercs de París. Ya temprano se propuso como ta­ a través de Ja muilitud y que el «folletonisla» se aprende
rea extraer la masa férrea del proletariado de aquella de carrerilla. Para Engels la multitud tiene algo que
rnasa amorfa a la que entonces procuraba adular un so­ consterna. .Provoca en él una reacción moral. Junto a la
cialismo esteticista. Por eso la descripción que Engels con­ cual desempeña su papel otra que es estética; le resulta
sigue de esa masa en una obra de juventud preludia, tí­ desagradable el tempo con el que los transeúntes se dis­
midamente como siempre, uno de los temas marxianos. paran unos al lado de otros. El incentivo de su descripción
«Una ciudad como Londres, en la que se puede caminar se constituye en la mezcla de un insobornable hábito crí­
horas enteras sin llegar siquiera al comienzo del fin, sir tico y del antiguo tenor patriarcal. E! autor procede de
topar con el mínimo signo que permita deducir la cerca­ una Alemania todavía provinciana: quizá jamás le haya
nía de terreno abierto, es cosa muy peculiar. Esa centrali­ alcanzado la tentación de perderse en un río de personas.
zación colosal, ese amontonamiento de tres millones y me­ Cuando Hegel, poco antes de su muerte, vino a París por
dio de hombres en un solo punto, han centuplicado su primera vez, escribió a su mujer: «Voy por las calles y
fuerza... Pero sólo después se descubre las víctimas que... las gentes parecen las d e vBerhn, trajeadas igual y con
ha costado. Cuando se ha vagabundeado durante un par rostros aproximadamente iguales, con el misinó aspecto,
de días por las calles principales adoquinadas es cuando pero en una masa populosa» 38.’ Para e! parisino era digo
se advierte que esos Jondineneses han tenido que sacrifi­ natural moverse en esa masa. Por muy grande que fuese
car la mejor parte de su humanidad para consumar todas la distancia a que pretendiese ponerse por su parte, que­
las maravillas de la civilización de las que su ciudad re­ daba teñido por olla y no podía verla desde fuera como
bosa; se advierte también que cientos de fuerzas, que Engels. En lo que concierne a Bnudelaire la masa es para
dormitaban en ellos, han permanecido inactivas y lian él algo tan poco externo que en su obra se sigue córrlo,
sido reprimidas... Ya el hormigueo de las calles tiene algo atraído y embelesado, se defiende sin embargo de ella.
de repugnante, algo en contra de lo cual se indigna la La masa es tan intrínseca en Baudelaire que en vano
naturaleza humana. Esos cientos, miles que se apretujan briscamos en c.l su descripción. Apon as nunca encontramos
unos a otros, ¿no son todos ellos hombres con las mis­ sus lemas más importantes en forma de descripciones.
mas propiedades y capacidades y con el mismo interés por
Como ingeniosamente dice Desjarclms, «le da más que­
ser felices':'.. Y sin embargo corren dándose de lado, como
hacer sumergir la imagen en la memoria que adornarla
si nada tuviesen en común, nada que hacer los unos con
y pintarla» ~J. Tanto en Les Llenes da mal como en Splceu
los otros, con un único convenio tácito entre ellos, c( de
que cada uno se mantenga en el lado de la acera que está
a su derecha para que las dos corrientes de Ja aglomera­ Enui'í s, Dic 'Lage dar arbei/enden Klasa in F.ngland, o/>, ci!.,
ción, que se disparan en uno y otro sentido, no se deten­ pág. ^7.
Ci. W. F. ?ti:r;í:l, 1Yerbe, V od sian d ig e A itsgabe durch ainen
gan la una a la otra; a ninguno se le ocurre desde luego
V erein ron F ren ad en d es Y crew igíen , vol. 19, pág. 257, Leipzig,
dignarse echar una sola mirada al otro. La indiferencia 1887.
brutal, el aislamiento insensible de cada uno en sus inle- -15 D csjaiídins, «Charles Bíuidelaire», arl. eit., pág. 23.

— 136 — 137
de París- busca rentos en vano correspondencias con las macabra se .mueve hacia adelante una masa compacta.
pinturas de la ciudad cu las que Víctor Mugo era maes­ Destacarse de esa gran masa con un paso que no es capaz;
tro. Baudelairc no describe ni a los habitantes ni la ciudad, de mantener el tempo, con pensamientos que ya no saben
lista renuncia le pone en situación de evocar a los unos nada del presente, es lo que constituye d heroísmo de
en la figura de la otra. Su multitud es siempre la. de la esas mujeres arrugadas a las que sigue el ciclo Les pa­
gran ciudad; su París esLá siempre superpoblado. Esto titas vieill.es. Ea masa era el velo agitado a través del cual
es lo que le hace muy superior a Barbicr, porque cí pro­ veía Baude.la.ire París *, Su presencia determina uno de los
ceder de éste es la descripción, esto es, que las masas y más célebres poemas de Les F latirs du mal.
la ciudad van por lados diferentes *. En Tableaux pan- Ninguna locución,. ninguna palabra indica por su nom­
síens se puede comprobar casi siempre la secreta presen­ bre a ja multitud en el soneto A une passante. Y sin em­
cia de las masas. Si Baudelairc aborda el Lema del amane­ bargo el incidente se apoya únicamente en ella, igual que
cer, hay siempre en las calles vacías algo de ese «silencio el. viaje del velero tiene su apoyo en el viento:
de un enjambre» que Plugo rastrea en el París nocturno.
Tari pronto como Baudot a iré posa su mirada sobre las «¿a rué assourdissante autour de moi hurla iL
láminas de tos atlas de anatomía dispuestos para la venta Longue, minee, en gra.nd deuil, douleur majes incusa,
en los rjnais polvorientos del. Sena, la masa de los muertos Une fanime passa, d’ttne main faslueuse
ocupa como si nada en esas hojas el sitio en el que antes Sotd.r.vant, balcmgant le festón ef l'ouiict;
se veían esqueletos aislados.,-En las figuras de la Dan se
Apile et noble, avec so. jambe de statué.
* Re.su11¿i, curo.cterisUco riel procedimiento de Barbicr su poema Mol, je buvais, crispé comme un extravago.nl,
Londres que describe la ciudad en veinticuatro lincas para concluir Dans san oeil, ciel livi.de oh genne í'ouragan,
torpemente con los siguientes versos; La d.ouceur qid fascine et le piáis ir qtd. lúe.
Pnjin, ítems amas río dioses, sombre, immcusc,
Un peuplc noir, uiuaní oí vwurant en silcnce. Un cclair. .. pms la nuü! — Fugitiva bea.uíc
Des étres par miUiers, snivant VínsUnct fatal,
JSf. cauranL apres l'nr par le bien et. Ic mal. Don!, le regard tn'a faU soudainement remitiré,
Ne te ver mi-je plus que dans Véternité?
(A ugusto B aiuueu/ tambes el poemas, pág, I!) 3, París, .1841). Baudelairc
fue influenciado más de lo que quisiéramos tener por cierto por
algunos poemas de Barbicr, sobre todo por su ciclo Lazare. El final AiUeurs. bien loin d'ic.U trop lord! jomáis pcuí-étre!
del Crepúsculo du. sobg de Daiulclaire dice así: car ¡ ignore oh tu ftii.s, tu ne sais oh je vais,
... Hs finissent
O (.ni que j’cussc ai.mée, ó toi. qui le savai.s!» 3".
Lanr dcsti.née el «ont vers le r/nuffre comvwv.:
L'hópHal se remplil de Icurs soupirs. Plus d’itn Con velo de viuda, .misteriosa al ser arrastrada muda­
Na vlcntlra plus cherchar la soupa parfuméc
Au coin d.n jen, le soir, auprés d’ une. dmc alinée (I, pág. 109). mente por Ja muchedumbre, cruza una desconocida por
la mirada del poeta. Una sola .frase retiene lo que quiere
Comparemos esto con el final de la oclava estrofa de Minearé de
Newcastle de B arb icr: dar a entender d soneto: Ja aparición que fascina ai habú
El. plus d’un c¡ui rénait daos le fond de son dvtc * La fantasmagoría en 3a que el que espera pasa su tiempo,
douceurs d.n loyis. d í’ocü bleu. de so femme, la Ven ocia fabricada en los pasajes, y que el Imperio simula como
Trouvc au venir o du gouffrc un éter n el tomPea.u. un sueño para los parisinos, va navegando en un panel de mosaicos.
Por eso Jos pasajes no aparecen en Baudelaire.
Con unos pocos retoques ínnppsl rales convierte Baudelairc lo suerte
del minero en el final trivial del hombre de la gran dudo,d.

— 133 —
tan te de la gran ciudad (nada más lejos de él que tener
en la multitud sólo un rival, no más que un elemenlo
hostil) es precisamente la multitud quien se la acerca. VI
El arrobo del hombre de la capital no es tanto un amor
a primera como a última vista. Es vina despedida para
siempre que en el poema coincide con el instante de la Entre las más antiguas versiones del tema de la mul­
seducción. Y así es como el soneto representa la figura titud puede considerarse como la más clásica una narra­
del s h o c k , la figura incluso de una catástrofe que ha ción de Poe traducida por Baudelaire. Pone de bulle/al­
llegado a alcanzar la naturaleza del sentimiento de quien gunas curiosidades y basta con seguirla para tropezar
tanto se emociona. Lo que hace que el cuerpo se contraiga con instancias sociales tan poderosas y tan escondidas
— «crispé comme un extravagant»— no es el embeleso que sólo de ellas procederá una influencia múltiplemente
de quien se ve poseído por el eros en todas las cámaras mediada, sutil y penetrante, sobre la producción artística.
de su ser; tiene más de esa confusión sexual que sobre­ La narración se titula El hombre en la multitud; su es­
viene al solitario. No nos dice demasiado que «estos ver­ cenario es Londres, y de narrador hace un hombre que
sos sólo hayan podido surgimen una gran ciudad», según después de una larga enfermedad se adentra por ve2 pri­
opina Thibaudet 3‘. Ponen de manifiesto los estigmas que mera en la agitación de la ciudad. En las últimas horas
la existencia en la gran urbe causa al amor. Así leyó Proust de la tarde de un día de otoño se instala tras los ventana­
este soneto y por ello ha provisto de un,nombre tan pre­ les de un gran café londinense. Examina a los clientes que
ñado de referencias como «la Parisienne» a la copia tardía le rodean y examina también los anuncios en un perió­
de esta mujer de luto que un día se le aparece en Alber- dico; pero su mirada se dirige sobre todo a la multitud
tine. «Cuando Albertine entró de nuevo en m.i cuarto que pasa, apreiujada, ante su ventana, «Dicha calle es una
tenía puesto un vestido negro de satín. La hacía macilenta de las principales avenidas de la ciudad y durante todo
y semejaba a ese tipo de parisina fogosa y sin embargo el día había transitado por ella una densa multitud. Al
pálida que, desacostumbrada al aire libre, contagiada por acercarse la noche, la afluencia aumentó, y cuando se en­
su vida en medio de las masas y quizá también por el in­ cendieron las lámparas pudo verse una doble y,continua
flujo del vicio, es fácil de reconocer en una mirada siem­ corriente de transeúntes pasando presurosos ante la puer­
pre errante en mejillas sin afeite de carmín» 3a. Todavía en ta. Nunca me había hallado a esas horas en el café, y el
Proust es así como mira el objeto de un amor que sólo tumultuoso mar de cabezas humanas me llenó de una
el habitante de la gran ciudad experimenta; y así es como emoción deliciosamente nueva. Terminé por despreocupar­
Baudckiire en su poema conquista ese amor del que no me de lo que ocurrió adentro y me absorbí en la contem­
raras veces podrá decirse que le ha sido más bien aho­ plación de la escena exterior» sa. La fábula de la que lprrna
rrado que negado el cumplimiento. parte este preludio es tan importante que tiene sentido
por sí misma; hay que considerar el marco en que se des­
arrolla.
La multitud londinense aparece en Poe tétrica y con­
fusa como la luz de gas en la que se mueve. Y esto no vale
solamente para la chusma que con la noche se arrastra
91 TmiJAUnnr, Jn iérieu rs, op. cii., pág. 22.
:‘a M ahciíi. P a m jst , A la rrc h erch e du tem p s perdit, La prison-
a/'ére, pág. 138, París, 1923, :iS P or, 1. c., I, pág. 2d7.

— 141
«fuera de sus guaridas»34. Poe describe de este iñudo la realismo socialista. Barbier sí que es uno de los mejores
clase de Jos altos empleados: «Todos ellos mostraban se­ que tal vez pueda invocar dicho realismo; describe las
ñales de calvicie y la oreja derecha, habituada a sostener cosas menos chocantemente. Escoge además un tema más
desde hacía mucho un lapicero, aparecía extrañamente trasparente: la masa de los oprimidos. En Poe ni se ha­
separada. Noté que siempre se quitaban o ponían el som­ bla de ella; decide habérselas con «las gentes» a secas.
brero con ambas manos y que llevaban relojes con cortas En el espectáculo que le ofrecían percibe, como Engels,
cadenas de oro-de maciza y antigua forma» 35. Y aún más una amenaza. Y precisamente es esa imagen de la multi­
sorprendente resulta la descripción de la multitud por su tud de la gran urbe la que fue determinante para Baude­
manera de moverse: «La gran mayoría de los que iban laire. Estaba sometido al poder con que le atraía para
pasando tenían un aire tan serio como satisfecho, y sólo [laceríe, en tanto que «fláneur», uno de los suyos; pero
parecían pensar en la manera de abrirse paso en el api­ jamás le abandonó el sentimiento de su condición huma­
ñamiento. Fruncían las cejas y giraban vivamenle los ojos. na. fíe hace cómplice suyo y casi en el mismo instante se
Cuando otros transeúntes los empujaban, no daban nin­ separa de ella. Se deja ir con ella un largo trecho para
guna señal ele impaciencia, sino que se alisaban la ropa y con una mirada, de improviso, arrojarla a la nada. Esta
continuaban presurosos. Otros, también en gran número, ambivalencia resulta un tanto fascinante cuando el poeta
se movían incansables, rojos los rostros., hablando y ges­ Ja confiesa recatadamente. Quizás dependa de ella eJ. atrac­
ticulando consigo mismos como si la densidad de la masa tivo difícilmente explicable de su Crcp úsenle du so ir.
que los rodeaba los hiciera sentirse solos. Cuando lialia­
ban un obstáculo a su paso cesaban bruscamente de mas­
cullar, pero redoblaban sus gesticulaciones, esperando con
sonrisa forzada y ausente que Jos demás les abrieran ca­ VI T
mino. Cuando los empujaban, se deshacían en saludos
hacia los responsables y parecían llenos de confusión» **\
Pensaríamos que se está hablando de individuos medio Baudelaire gustó de equiparar al tipo del «fláneur»
borrachos, miserables. En realidad se trata de «gentil- ese hombre de la multitud en cuyo rastro el narrador de
hombres, comerciantes, abogados, traficantes y agiotis­ Poe cruza de arriba a abajo Londres de noche Y En eso no
tas»37*. Esta imagen que Toe perfila no podrá ser ca­ podemos seguirle. El hombre de la multitud no es nin­
lificada de realista. Pono pomobra una fantasía que pla­ gún «fláneur». El hábito sosegado, hace sitio en el al ma­
nifica la desfiguración y que empuja el texto muy jejos niaco, Por eso se puede en él verificar lo que le pasará
de esos otros que se suele recomendar como ejemplo del al «fláneur» cuando vea que le arrebatan el entorno al
que pertenece. Si alguna vez Londres le procuró ese en­
” Püi;, i c,, 1, pág. 253, torno no fue desde luego ese Londres que Poe ha des­
75 P012, l c., J, pág. 248. crito. Comparado con él conserva el París de Baudelaire
:M Por, /, c., I, pág. 247.
1,7 Por, l c., pág, 248. —' algunos rasgos de los’ viejos, buenos tiempos. Donde luego
* Los hombres cíe negocios tienen en Poc algo demoníaco. Pen­ tenderían sus arcos puentes había todavía barcas que
samos en Marx que en El dieciocho de Bm. murió de Loitis Bonaparte atravesaban el Sena. En el año de la muerte de Baudelaire
hacía responsable a una producción material enfebrecida de que en un empresario pudo tener la idea de hacer circular, para
Estados Unidos no se hubiese todavía abolido el viejo mundo de los
espíritus. Cuando oscurece se despiertan, según Baudelaire, “pesada­ comodidad de los vecinos provistos de medios, quinientas
mente, cuino gentes de negocios... demonios malsanos” (I. pág. 108).
Tal vez este pasaje en Crepúsculo, du soir sea una reminiscencia del
texto de Poe, ;t8 TI, págs. 328-335.

142 - - 343 —
sillas ele manos. Aún estaban en boga los pasajes en los ciar a sus visitantes en las «primicias del arte de mirar» 39*.
que el «flaneur» quedaba sustraído a la vista de los co- Consiste éste en la capacidad de complacerse con cuadros
dies que. no toleran la competencia de los peatones. Había vivos, que son los que busca la burguesía de la época.
quienes pasaban apretándose como sardinas en la mul­ Sentencias edificantes procuran la interpretación**. Po­
titud, pero existía dambien el «flanear» que necesita es­ demos considerar este texto como una tentativa cuya rea­
pacio para sus evoluciones y que no está dispuesto a pres­ lización comenzaba a estar pendiente. Está desde luego
cindir de su vida privada. Los muchos, que persigan sus claro que se emprendió en Berlín bajo condiciones que
negocios; el particular sólo podrá callejear cuando se salga frustraron su plena aseen ció n. Si Hoffmann hubiese pisado
como tal de los cauces. Si es la vida privada Ja que da el siquiera una vez París o Londres, si hubiese intentado re­
tono, le queda al «flaneur» tan poco sitio como en el trá­ presentar una masa, no se hubiese atenido a un mercado;
fico enfebrecido de la City. Londres tiene su hombre de no hubiese colocado tan predominantemente en el cuadro
la multitud. Nante, el que está siempre en la esquina, fi­ a las mujeres; quizás hubiese abordado temas como los
gura popular en el Berlín anterior a marzo del 48, hace que Poe logra en la multitud que se mueve bajo la luz de
juego con él; el «flaneur» parisino estaría entre ambos *. gas. Por lo demás Lanrpoco esos temas son tan necesarios
Acerca de cómo mira ei particular sobre !a multitud para poner de bulto los aspectos lúgubres que ya han ras­
nos informa un pequeño texto en prosa, el último que es
treado otros fisonomistas de la gran ciudad. Viene aquí
críbiera E. T. A, Hoffmann. Se llama El pariente en la ven­
muy bien una frase cavilosa de Heine: «En primavera—es­
tana riel chaflán. Es quince años anterior a la narración
de Poe y representa sin duda alguna uno de los intentos cribe un corresponsal a Varnhagen en 1838— sufría mu­
más tempranos de captar la imagen de la calle en una cho de la vista. La última vez anduve con él un tramo de
gran ciudad. Merece la pena tomar nota de las diferen­ los bulevares. El brillo, la vida de esa calle, única en su*1
cias entre ambos textos. El observador de Poc mira a tra­
vés de la ventana de un local público; el pariente en cam­ :,ÍJ E víwst Tmtütmri Amadi-us H offmann, A u sg ew áh U e S chriften ,
bio está instalado en su domicilio. El observador de Poc­ vol. 14, pág. 205, Sí Litigan, 1839.
es tá sometido a una atracción que termina por arrastrarle 1' Es curioso cómo Pega a confesarlo. El visitante piensa que
el pariente sólo mira el bullicio de allí abajo porque le gusta el juego
al torbellino de Ja multitud. El pariente de Hoffmann es cambiante de los'colores. Pero eso tendría a la larga que resultar
un paralítico en su ventana de chaflán; no podría seguir cansado. De manera semejante, y por cierto no mucho más tarde,
la corriente aunque Ja sintiese en su propia persona. Más escribe Gogol con motivo cié un mercado en Ucrania: "Se pusieron
tantas gentes en camino que los ojos le hacían a uno guiños.” Quizá
bien está por encima de la multitud, tal y como lo hace ver diariamente una multitud en movimiento supuso entonces un
plausible su puesto en una vivienda de pisos. Desde é espectáculo al que la vista hubo de adaptarse. Dejémoslo estar como
conjetura, ya que no es imposible suponer que, una vez llevado u cabo
examina minuciosamente la multitud; se celebra el mer­ ese cometido, le fueran gratas las ocasiones de confirmarse en pose­
cado semanal y ésta se siente en su elemento. Sus ge­ sión de sus nuevas adquisiciones. El procedimiento de la pintura im­
melos de teatro le acolan escenas típicas. La actitud in­ presionista, que entroja el cuadro en ei tumulto de las manchas ciel
color, seria un reflejo de experiencias que se han hecho corrientes
terna de su usuario se corresponde enteramente con el uso para el ojo del habitante de la gran ciudad. Un cuadro como la
de dicho instrumento. Confiesa é! mismo que quiere ini- Catedral de Chartres, de Monet, que es casi como un hormiguero de
piedras, podría Ilustrar nuestra presunción.
*" En ese texto Hoffmann dedica ponderaciones edificantes entre
El Upo croado por Glasbrenner, atenido a su vida privarla, apa­ olios al ciego que mantiene su cabeza hacia el cielo. Baudelalre, que
rece como un retoño raquítico del "citoyeu". Nnnte no tenia ningún conocía esta narración, gana a la consideración de Hoffmarn por
motivo para afanarse. Se comporta en la callo, que evidentemente una variante en la linea final de Les Aveuyles con la que desmiente
no le- lleva a ninguna pinte, de modo tan ensero como el cursi entre so devoción: Que cherchenl. - i/s <ru Ciel, to-us ces aveugles? (I, pági­
sus cuatro paredes. na 106).

— J45 —
10
género, provocaba en mí unajidmiración sin (/miles; Hei* gestos de conmutar, oprimir, echar algo en algún sitio,
nc, por el contrario, destacó significativamente todo el ho­ tuvo consecuencias especialmente graves el «disparo» del
rror que se mezcla en este centro mundial» 40. fotógrafo. Bastaba apretar con un dedo para fijar un
acontecimiento durante un tiempo ilimitado. El aparato _
impartía al instante por así decirlo un shock postumo.1
A las experiencias táctiles de esta índole se le añadieron
. VIII las ópticas, como Jas que traen consigo la página de anun­
cios de un periódico y el tráfico de una gran ciudad. Mo­
verse en éste condiciona a cada uno con una serie de
La multitud ele la grao ciudad despertaba miedo, re­ shocks y de colisiones. En los cruces peligrosos le con­
pugnancia, terror en los primeros que la miraron de frente. traen, iguales a golpes de batería, rápidos nerviosismos.
En Poe tiene algo de bárbaro. La disciplina sólo la sujeta Baudelairc habla del hombre que se sumerge en la mul­
con grave es fuerzo. Más lar de .’! a me s En sor n o se ca nsa rá titud como en una reserva de energía eléctrica. Trazando
de confrontar en ella disciplina y ferocidad. Tiene prefe­ la experiencia dei shock, Je llama en seguida «caleidosco- .
rencia por implicar a corporaciones militares en sus ban­ pío provisto de consciencia» n. Si los transeúntes de Poe
das carnavalescas. Y res lilla ejemplar lo bien que se lle­ lanzan, aparentemente sin motivo, miradas a todos lados,
van. A saber, como modelo de Estados totalitarios en ios Jos actuales tienen que hacerlo para orientarse acerca de
que la Policía va a una con los maleantes. Valéry, que tiene las señales de tráfico. La técnica ha sometido el sensorio
un agudo sentido para ese complejo de síntomas que es humano a un entrenamiento de índole muy compleja. Lle­
la «civilización», caracteriza así uno de los estados de la gó el día en que el film ha correspondido a una nueva y
cuestión correspondiente. «El habitante de los grandes cen­ urgente necesidad de incentivos. La percepción a modo
tros urbanos cae de nuevo en el estado salvaje, quiero de shock cobra en el film vigencia como principio forma!.
decir en e! aislamiento. El sentimiento de estar referido Lo que en la cinta sin fin determina el ritmo ele la produc­
a los demás, anlaño siempre alerta a causa de las nece­ ción es en el film base de la recepción. i
sidades, se vuelve hoy paulatinamente romo en ei curso No en vano subraya Marx que en el trabajo manual h|
sin roces dei mecanismo social. Todo perfeccionamiento interconexión de-cada uno de sus momentos es continua.
de dicho mecanismo pone... fuera de juego ciertos modos Esta interconexión se independiza cosificadamente-en la
de comportamiento, ciertos sentimientos y emociones»'11. cinta sin fin frente al obrero ele la fábrica. La pieza traba­
El confort aísla. Por otro lado acerca a su beneficiario jada alcanza ése radio de acción sin contar con la volun­
a Jo mecánico. Al inventarse las cerillas hacia mediados tad del obrero. Y se sustrae a éste con igual obstinación.
de siglo, entran en escena una serie de innovaciones que «Es común a toda producción capitalista — escribe Marx—
tienen todas algo en común: sustituir una sucesión com­ que no sea el obrero el que se sirve de las condiciones
pleja de operaciones por una .manipulación abrupta. La de trabajo, sino al revés, que éstas se sirvan del obrero:
evolución avanza en muchos ámbitos; resulta por ejem­ pero sólo con la maquinaria cobra esta inversión una rea­
plo evidente en el telefono: en lugar del movimiento cons­ lidad técnicamente palpable» T En el trato con la máquina
tante que servía a la manivela de los viejos aparatos, apa­ aprenden los obreros a coordenar «su propio movimiento
rece el de levanfar el receptor. Entre los innumerables al siempre uniforme de un autómata»'11. Estas palabras42
1(i H (iiNRicii I-I cine, Ge.sprache, B vieja, Ta^ ahiichcr seiuev Zeih 42 II, pág. 333.
gevtossen, pág. Íó3, Berlín, I926. 11:1 Marx, Das K ap iloí, ecl. cit., pág, 404.
P aul V aliíry, Cnhiev B 19.10, pág. 88, París, 1926 (?). “ Marx, /. c., pág, 402.

— 146 — — 147 —
arrojan luz propia sobre .las uniformidades de índole ab­ el puro laboral). El texto dé Poe vuelve transparente la
surda a las que Poe ve que está sometida la multitud. Uni­ verdadera interdependencia entre disciplina y barbarie.
formidad en el vestir y en el comportarse y no en último Sus transeúnles se comportan como si, adaptados a los
término uniformidades en la expresión del rostro. La son­ autómatas, sólo pudiesen expresarse automáticamente. Su
risa da que pensar. Probablemente se irata de la que hoy conducta es una reacción a los shocks. «Cuando los em­
es corriente en el «keep smiling» y figuraba entonces como pujaban, se deshacían en saludos hacia los rcspqnsables
amortiguador mímico de choques. y parecían llenos de confusión.»
«Todo trabajo en la máquina — se dice en el texto an­
tes aludido— exige un adiestramiento previo del obrero» **\
Dicho adiestramiento debe distinguirse del ejercicio, liste,
único determinante en el artesanado, tiene todavía sitio J. X
en la manufactura, sobre cuya base «cada rama especial
de la producción encuentra en la experiencia la figura
técnica que le corresponde y que va perfeccionando lenta­ A la vivencia del shock que tiene el transeúnte en la
mente». La cristaliza pronto «en cuanto se alcanza un multitud corresponde la vivencia clel obrero en la maqui­
cierto grado de madurez» 4C. Pero por otro lado esa misma naria. Lo cual no permite suponer que Poe tuviese la
manufactura produce «en cada obra manual de la que se menor idea del proceso industrial del trabajo. En cualquier
apropia una clase de obreros que llamamos no especiali­ caso Baudelaire estuvo muy lejos de esa idea. Pero sí es­
zados a los que el artesanado excluía rigurosamente. Si taba obsesionado por un proceso en el que el mecanismo
la especialización simplificada se desarrolla en virtuosismo reflejo que la máquina desala en el obrero, puede estu­
a costa de la capacidad de traba jo, comenzará a hacer una diarse de cerca, corno en un espejo, en el desocupado. El
especialidad incluso de la falta de todo desarrollo. En juego de azar representa dicho proceso. La afirmación pa­
lugar de una ordenación por categorías aparece la simple recerá paradójica. Una contraposición, ¿dónde se estable­
división en obreros especializados y no especializados»”. ce con más crédito, si no es entre el trabajo y el azar?
Al obrero no especializado es al que más humilla el adies­ Alain escribe de manera esclarecedora: «El concepto...
tramiento en la máquina. Su trabajo se hace impermeable de juego... implica... que ninguna partida dependa de la
a la -experiencia. El ejercicio pierde en él su derecho L precedente. El juego no quiere saber nada de ninguna
Lo que el Luna Park consigue con sus diversiones no es posición segura... No tiene en cuenta los méritos adqui­
más que la prueba de.í adiestramiento al que eí obrero no ridos antes y por eso se diferencia del trabajo. El juego
especializado está sometido en la fábrica (una prueba acaba pronto el pleito con ese importante pasado en el
que a temporadas se convertía en el programa entero, ya que se apoya el trabajo»4®. El trabajo que Alain tiene en
que el arte del excéntrico, en el cual el hombre cualquiera mientes es sumamente diferenciado (y puede conservar,
podía dejarse adiestrar en Luna Parle, tomaba auge con como e! espiritual, ciertos rasgos del artesanado); no es
eí de la mayoría de los obreros de una fábrica y menos aún
15 M arx, ibícl. de los no especializados. Claro que al de estos últphos
1S M arx, 1. c., pág. 323.
17 Marx, 1. c., pág. 336. les falta el empaque de la aventura, el liada Morganá que
* Cnanto más corto es el tiempo de formación de un obrero de atrae al jugador. Pero de lo que desde luego no carece
la industria, tanto más largo se hace el de un militar. Tal vez forme es de la futilidad, del vacío, de la incapacidad para con-
parte de la preparación de la sociedad para la guerra total que el
ejercicio pase de la praxis de la próüucción a la praxis de la des­
trucción. Alain, Les idees cí les ages, pág. 183, París, 1927.

149 —
sumarse inherentes a Ja actividad del obrero asalariado veía por los ojos de Baudelaire al escribir; «Si se ahorra­
en una fábrica. Incluso sus gesLos, provocados por el sen la fuerza y la pasión... que cada año se despilfarran
ritmo,del trabajo automático, aparecen en el juego, que en Europa en las mesas de juego--., bastarían para formar
.no se lleva a cabo sin el rápido movimiento de mano de! un pueblo romano y una historia romana. Pero claro, como
que apuesta o toma una carta. En el juego de azar el lla­ todo hombre nace romano, la sociedad burguesa intenta
mado «coup» equivale a la explosión en el. movimiento des román izarlo, v por eso ha introducido juegos de azar
de la maquinaria. Cada manipulación del obrero cu la y de sociedad, .novelas, óperas italianas y periódicos ele­
máquina no tiene conexión con la anterior, porque es su gantes»50. Sólo en el siglo diecinueve llegó a asentarse en
repetición estricta. Cada manejo de la máquina es tan la burguesía el juego de azar; en el siglo dieciocho juga­
impermeable al precedente como el «coup» de una par­ ba únicamente la nobleza. Lo propagaron los ejércitos na­
lada de azar respecto de cada uno de los anteriores; por poleónicos y formó entonces parte del «espectáculo de
eso la prestación, del asalariado coincide a su manera con la vida elegante y de miles de existencias flotantes que
la prestación del jugador. El. trabajo de ambos está igual­ circulan en. los subterráneos' de una gran ciudad», ese
mente vaciado de contenido. espectáculo en el. que se empeñaba Baudelaire en ver lo
Hay una litografía de Sene!eider que representa un club heroico «tal y como es propio de nuestra época» 51.
de juego. Ni uno de los retratados en ella sigue c! juego Si concebimos el azar no tanto en su aspecto técnico
de modo .habitual.. Cada uno está poseído por su pasión; como en el psicológico, se revelará la enorme importancia
este, por una alegría confiado.; el otro, por la desconfianza de la concepción de Baudelaire. Es evidente que el juga­
para con su compañero; un tercero, por una desesperación dor intenta ganar. Sin embargo no llamaríamos deseo
sorda; un cuarto, por el afán de pendencias; uno de ellos en el sentido propio del término a su esfuerzo por ganar
incluso toma disposiciones para abandonar este mundo. y por hacer dinero. Quizá por dentro le invada la avidez,
En actitudes tan múltiples se esconde algo común: las quizás uan oscura resolución. En cualquier caso está en
figuras representadas muestran cómo ct mecanismo al un estado de ánimo que no le permite hacer demasiadas
que el jugador se entrega, en el juego de azar, les acapara cosas con. la experiencia L El deseo, por el contrario, per­
en. cuerpo y al.nía. Incluso en su esfera privada, por muy tenece a los órdenes de la experiencia. Goethe dice que
apasionados que sean siempre, no serán capaces de actuar <do que deseamos en la. juventud se cumple en la. edad
más que mecánicamente. Se comportan como los tran­ avanzada». Cuanto antes formulemos un deseo en la vida,
seúntes en el texto de Poc. Viven su existencia como autó­ tanto mayores serán las probabilidades de que se cumpla.
matas y se asemejan a las figuras ficticias de Bergson ------------ i
que han liquidado por completo su memoria. •w LumviG J3orme, G csünunclíe o d ir ijíc n , vol. .3, pág. 3S, Ham-
No parece que Baudclairc se entregase al. juego, aun­ burgo-Frankfurt;, 1862.
que haya encontrado palabras de simpatía, incluso de S1 IL, pág. 135.
homenaje, para los que sucumben a él ”, El tema que * El juego deja sin fuerza a los órdenes de la experiencia, Quizá
trató en su poema nocturno Le jen estaba, a su entender, lo sientan asi oscuramente los Jugadores entre los que es corriente
“la plebeya invocación de la experiencia’1. E) jugador dice "mi nú­
previsto en lo moderno. Escribir sobre él formaba parle mero”, como dice el vividor "mi Upo”. Su actitud daba el tono a fines
de su. tarea. La imagen oel jugador era para Baudclairc del Segundo Imperio. "En el bulevar era. lo más normal reducirlo
todo a la suerte" (G ustave Hageot, "Qu'est-ce qu’un événement?", en:
el complemento moderno de la imagen arcaica del lucha­ Le Temps. abril', 1939). Semejante manera de pensar se ve favorecida
dor. Al uno y al otro los tiene por figuras heroicas. Borne por la apuesta. Esta, es un medio de dar a los acontecimientos carác­
ter de shock, de desligarlos do contextos de experiencia. Para la
burguesía los acontecimientos políticos toman fácilmente forma
<!1 .1, pág. 456; II, pág. 630. de incidentes de mesa de Juego.

— .150 — — 15.1 —
Cuanto más lejos alcance un 'deseo en el tiempo, lanío «Volla le uoir tablean qu’eu un reve nocíame
mejor podremos esperar su cumplimiento. Pero lo que Je vis se déronler sous mon oeil clairvoyaiit.
nos conduce a Ja lejanía del tiempo es la experiencia que Mol - mame, dans un coin de l'antre taciturne, J
lo llena y estructura. Por eso el deseo cumplido es la co­ Je me vis accnudé, froid, irme!, emñant.
rona que se destina a Ja experiencia. En la simbólica ele
los pueblos la lejanía del espacio puede hacer las veces de Envianí de oes gens la passton tenace» 55.
la del tiempo; de ahí que la estrella fugaz, que se hunde
en Ja infinita lejanía del espacio, se haya convertido en El poda no participa en el juego. Está de pie en un
símbolo del deseo cumplido. La bolita de marfil que va ro­ rincón; no es más feliz que los jugadores. También él
dando .hasta la casilla próxima, la carta siguiente, la que es un hombre defraudado en su experiencia; es un mo­
está encima de todas, son auténtica contraposición de la derno. Sólo que desdeña el estupefaciente con que/ios
estrella fugaz. El tiempo contenido en el instante en que jugadores procuran acallar la consciencia que IqS ha
la luz ele la estrella fugaz brilla para un hombre es del abandonado al paso del segundero *:
I r
mismo material que el ele) que perfila Joubart con la se­
«El mon cocnr s’ejfraya d ’envier ntatní pauvre honune
guridad que le es propia. «El tiempo — dice— se encuen­
Courani avec ¡erveur á l'abhne hécmt,
tra de antemano en la eternidad; pero no es el tiempo
El qni, soúl de son sang, préjércrah cu somme
terreno, el mundano... Ese tiempo no destruye, sólo con­
La donleur a la morí el í'enfer au nécmt»
sum a»53. Es lo contrario del tiempo infernal, en el que
discurre la existencia de los que no acaban nada de lo que
En estos últimos versos Baudelaire hace de la dmpa­
acometieron. De hecho el descrédito del juego de azar
ciencia substrato de la furia del juego. Encuentra ese subs­
viene ele que el jugador mismo pone mano ti la obra. (Un
trato en sí mismo y en estado puro. Su arrebato de có­
.incorregible cliente de la lotería no caerá en igual pros­
lera poseía la fuerza expresiva de la Iracundia del Giotto
cripción que el jugador de azar en sentido estricto).
en Padua.
Empezar siempre de nuevo y por el principio es la
idea regulativa del juego (y del trabajo asalariado). Tiene 55 L pág. 110.
por tanto un sentido exacto que Baudelaire haga aparecer * El efecto de ebriedad del qnc aquí se trata, está especificado
la manecilla do los segundos como compañera del ju­ temporalmente, igual que el padecimiento que ha de aliviar. El tiempo
(íii el material en el que se tejen las fantasmagorías del juego. Gouv-
gador: don escribe en sus Fuveheurs de imita: “Afirmo que la pasión del juego
es la más nol.de de todas las pasiones, ya que incluye a todas las de­
más. Una serie de “coups” afortunados me hace disfrutar más de
«Souviens - íoi que le Temps así un janear avíele lo que un hombre, que no juega, disfrutaría en años... ¿Creéis que
Qni gagne sans tricher á tout coup! c ’esí la. loi» “ en el oro que me cae en suerte no veo sino ia ganancia? Os equivocáis.
Veo en él las delicias que procura y las apuro. Y me llegan demasiado
rápidas para que puedan hastiarme, y en tal variedad que no pueden
En otro texto Satán ocupa el puesto del segundero aburrirme. Vivo cien vidas en una sola. Si viajo, lo hago a la manera
en que viaja la chispa eléctrica... Si soy avaro y reservo mis billetes
mencionado51. Sin duda que pertenece a su distrito ese “pam jugar", es porque conozco el valor del tiempo demasiado bien
infierno silencioso que el poema Le jeu señala para los para emplearlo como los otros. Un determinado placer que me con­
cediese me costaría otros mil placeres... Los placeres los tengo en
que han sucumbido al juego de azar: mi espíritu y no quiero otros" (E houard Gouhdon, Les Fmicheurs de
«uíís/pág. H, París 1360). Anatole France plantea las cosas de manera
parecida en ’sus notas, tan hermosas, sobre el juego en el Jardín
5i Jowir.iíT, op. cif., voL 2, pág. 162.
cVEpicure.
5:J I, pág. 94.
s* I, págs. 455-459. S(l Ibíd.

— 152 — — Í53 —
reconocer tal descalabro como el reto que aceptó — úni­
camente a él le estaba destinado— en Les Fleurs du mal.
o i de veras existe, una arquitectura secreta del libro, con
la cual se ha especulado tanto, debiera el ciclo inaugural
de poemas estar dedicado a algo irreparablemente per­
S i davnos c red ito a B ergson, es !a presentí znc.jó n de 1a dido. En este ciclo se incluyen dos soné Los idénticos en su
«clurée» la que alivia al alma del hombro de la obsesión tema. El primero, titulado Curresponda.ncas, comienza
del tiempo. PlolisL mantiene esta creencia y forma en ella así:
esos ejercicios en los que a Jo largo de su vida entera saca «La Natura est un templa ou de vivante pillers
a 1.a luz Jo pretérito, saturándolo de todas Jas reminis­ Luisseui parfois sor (ir de confusas paroles;
cencias que se le lian entrado por los poros mientras L’koranie y pasca á iravars des ¡órete de symboles
permanecía en lo inconsciente. Proust: fue un lector in­ Q lil l’oh ser ve ni avee des regards faniilies.
comparable de Les Fleurs du mal, porque se percató de
lo que en esta obra le estaba emparentado. No hay fami­ Coimue de loriga édios qui de lotn se confondcnt
liaridad con Bandeó ai re que no quede abarcada por la Dans una tcnébreuse ct: profonde imita,
experiencia que de él tuvo Proust. «El tiempo — dice Vaste connnc la. nuil ct camine la ciarte.
Proust— está en Baude.la.irc desmembrado de una manera Les parfuius, les couleurs ct les sons se répoudent» S!.
extraña; son escasos los días que se abren; y son impor­
tantes. Así os como se entiende que sean en él frecuentes Lo que Baudelaire tiene en mientes con. las corres­
giros como "una tarde" » w. Esos días importantes son, pondencias puede ser definido como una experiencia que
para hablar con .Toubcrl, días del tiempo de la consuma­ busca establecerse al abrigo de toda crisis. Pero exp crien-
ción, Son días de la reminiscencia. No están señalados c ia sem ej a n te no es pos.i ble si no en el á m.bito dedo cul­
por ninguna vivencia. No se unen a los restantes, sino tual. Si apremia, más allá de dicho ámbito, deberá pre­
que más bien se destacan del tiempo. Lo que constituyo sentarse como «lo bello». En lo bello aparece el valor cul­
su contenido hn sido fijado por Laúdela iré en. el concepto tual corno valor del arle **.
de «co rres pon elanees ». Es l;e se á linca de m a nera imned ia la
** I, pág. 23.
junto al de «belleza moderna». * I .o bebo puede definirse per dos vías: en su velación pare con.
Dejando de lado ln literatura erudita sobre las «co- la historia y en su relación para con la naturaleza. En ambas rela­
r responda.unes» (que es patrimonio común de los .místi­ ciones cobra, vigencia la apariencia, lo aporético en lo bello. (A Ja pri­
mera aludiremos brevemente. Según su existeuda histórica, lo bello es
cos; Baudelaire había dado con ella en Fourier), Proust una llamada para, que se reúnan los que lo han admirado precedente­
no hace acopio de .las variaciones artísticas sobre el es­ mente. Captar lo bello es un “a.d plores iré”, que es como llamaban los
roma,nos a lo muerte. La apariencia en lo bello consiste en cuanto a
tado de ía cuestión, variaciones puestas en tela, de juicio esta determinación en que él objeto idéntico, ése por el que se afana
por las si Destosías. Lo esencial es que las corresponden­ la, admiración, no so encuentra en la obra. La admiración cosecha lo
cias fijan un concepto de experiencia que incluye elemen­ que gejieracion.es anteriores han admirado en él. Una. frase de Goethe
nos hace oír la última conclusión de la sabiduría: “Todo lo que haya
tos cultuales. Sólo al apropiarse de esos ciernen los pudo ejercido una. gran influencia, no podrá, ser ya nunca más juzgado.”)
Baudelaire medir plenamente lo que significaba el. desca­ Lo Gol lo en su relación para, con la naturaleza puede ser determinado
como “aquello que sólo voladamente es cji esencia igual a sí mismo’'
labro del que, como moderno, fue testigo. Sólo así pudo iCfr., W. B f.n.tamin, “Las afinidades electivas do Goethe’’. [Este trabajo
se publicará en tlu.iiünat:Íones ¡V. N. del E.J). Las correspondencias
nos informan de cómo hay que entender ese “veladamentc”. Podría­
Proust, «A propos de .Baudelaire», op. cit., pág. 652. mos decir, con una abreviatura desde luego arriesgada, que se trata

— 154 — — 155
Las correspondencias son las fechas de la reminis­ «Ley houtes en roulavit Ies images ¿Ies cieux,
cencia. No son fechas históricas, sino fechas de la prehis­ Mélaient cl'ime fagan solennelle et mystique
toria. Lo que hace que los días festivos sean grandes e Les tout - pnissants accords de leitr riche musiqne
importantes es el encuentro con una vida anterior. Bau- Ai ix conleu rs du conchant re fleté par mes yeux.
delaíre lo consignó así en el soneto titulado La. vte ante-
rieure. Las imágenes de grutas y plantas, de nubes y olas, C'est la que j'ai véctt» ct).
que evoca el comienzo del segundo soneto, se alzan del
vaho caliente de las lágrimas, lágrimas que lo son de la La voluntad restauradora de Proust queda presa en la
nostalgia. «El paseante, al contemplar esas extensiones barrera de la existencia terrena; la de Baudelaire en cam­
veladas de luto, siente subir a sus ojos las lágrimas de la bio se dispara por encima. Lo cual puede entenderse como
histeria, hysterical tears» £,J —escribe Baudelaire en su síntoma de que en Baudelaire se anunciaron Jas fuerzas
recensión de los poemas de Maree] ine Des bordes-Val more. contrarías con mayor intensidad, con una originalidad
No hay correspondencias simultáneas como las que más más grande. Y difícilmente logra algo más perfecto, si
tarde cultivaron los simbolistas. Lo pasado murmura en no es cuando parece capitular dominado por ellas. iRe-
las correspondencias; y la experiencia canónica de éstas cueillewent traza sobre el fondo del cielo las alegorías
tiene su sitio en una vida anterior: de los años pasados:

«... vo/s se ponchar las défuntes Années,


Sur les balcons du cíe1, en robes snran rices»
de lo “reproductivo” en la obra de arte. Las correspondencias repre­
sentan la instancia ante la cual el objeto del arle aparece como fiel­ En estos versos Baudelaire se conforma con rendir tri­
mente reproduciblc. esto es por completo aporético. Si intentó sen ios bu lo en la figura de lo pasado de moda a lo inmemorable
copiar esta aporía en el material del lenguaje, llegaríamos a deter­
minar lo bello como objeto de experiencia en estado de semejanza. que se le ha escapado. Al volver, al final de su obra, sobre
Dicha determinación se correspondería con la formulación siguiente la experiencia que 1c traspasó degustando una magda­
de Valéry: “Lo bello quizás exija copiar servilmente eso que hay de lena, Prousl: piensa que los años de Combray sirven fra­
indefinible en las cosas” (P aul Valéiiy, Autres Jlhumbs, pág. 1G7,
París, 1934). Si Proust está siempre dispuesto a volver sobre esc tema ternalmente a esos otros que aparecen en el balcón. «En
(que en él aparece como el tiempo recobrado), no podemos decir Baudelaire... esas reminiscencias son aún más numerosas;
que esté divulgando un secreto. Más bien es propio del lado disperso
de su procedimiento que ponga siempre locuazmente en el centro de está claro: lo que las provoca no es el azar y por eso son,
sus consideraciones el concepto de obra de arte como reproducción, el a mí entender, decisivas. No hay nadie como él para, con
concepto de lo bello, en una palabra el aspecto hermético del arte. amplio gesto, descontentadizo e indolente, perseguir por
Del nacimiento y de las intenciones de su obra trata con la soltura
y la urbanidad propias de un aficionado distinguido. Lo cual en- ejemplo en el olor de una mujer, en el perfume de sus
cucnira réplica en Bergson, La frase siguiente, en la que el filósofo cabellos y de sus senos las correspondencias y relaciones
insinúa que no todo puede esperarse de la presentlzación intuitiva del
flujo intacto del devenir, tiene acentos que recuerdan a .Prmtst. que le aportarán luego «el azul del cielo inmenso y bonn
“Podemos dejar que esta contemplación penetre nuestra existencia beado» o «un puerto invadido de flamas y de mástiles»®.
día a día, y de este modo disfrutaremos, gracias a la filosofía, de Estas palabras son un lema confidencial de la obra de
satisfacciones similares a las que disfrutamos gracias al arte; sólo
que si se diese con mayor frecuencia, sería, entonces fácil, constan­ Prousl:, que tiene con la de Baudelaire un parentesco:
temente accesible a cualquier mortal” (HeNni B iírgson, La pensée
c.t le mnuvant, pág. 198, París, 193*1). Bergson ve a distancia lo que ÜU I, pág. 30.
para el atisbo, goethiano y más acertado, de Valéry está muy cerca C1 I, pág. 102.
en cuanto un "aquí" en el que lo insuficiente se hace acontecimiento. 1,2 Pito ust , /I la recfterr.he du tem p s p ard a. Le tem p s retrouvé,
63 IL pág. 536. ; págs. 82 y ss., París, 1927.

156 —
haber reunido en un año espiritual los días de la remi­ llama «Timón con el. genio de un Arquíloco» M. La ira se
niscencia. enfrenta con sus estallidos al compás de segundero al que
Pero Las Fíeurs du ¡nal no serían lo que son s.i en ellas sucumbe el. melancólico:
imperase sólo este acierto. Más bien son inconfundibles
porque a ¡a ineficacia del mismo consuelo, al fracaso del «Et le Ternps m ’en gloul.it minute par minute,
mismo fervor, a 'la misma obra malograda Je han arran­ Con une la neige hnnmnse un corps pris de rolden r » Y
cado poemas que no se quedan atrás respecto de los poe­
mas en los que las correspondencias celebran sus fies­ Estos versos siguen inmediatamente a los citados más
tas. En el ciclo de Les Fíeurs du mal, el libro Spleen et arriba. En el «spleen», el tiempo se cosifica; los minutos
ideal es el primero. El ideal dispensa la fuerza para la cubren al hombre como copos. Ese tiempo carece de his­
reminiscencia; el «spleen» en cambio ofrece la desbandada toria como el de la memoria involuntaria. Pero en el
de los segundos. Es su dueño y señor, igual que el diablo «spleen» la percepción del tiempo se afila de manera so­
es dueño y señor de las sabandijas. En ia. serie de los poe­ brenatural; cada segundo encuentra a la consciencia dis­
mas del «spleen» está Le goilt du mitin i: y en él se dice: puesta para parar su golpe *.
El cálculo del tiempo, que superpone su simetría a la
duración, no puede sin embargo renunciar a que en él
«Le Printanps adorable a perdu son odeurhd*.
persistan fragmentos desiguales, privilegiados. Haber uni­
do el reconocimiento de una calidad a la medida de la can­
En esta línea Baudelairc dice algo extremo con extrema tidad fue obra de los calendarios que con los días festivos
discreción; eso es lo que la hace inconfundiblemente suya. diríamos que ahorran pasajes del recuerdo. El hombre al
Esc estar-inmerso-en-sí-mismo de la experiencia de la que que se le escapa la experiencia se siente arrojado del ca­
antes lia. participado lo confiesa en. la palabra «perdu». lendario, El habitante de la gran ciudad traba en do­
El olores el refugio inaccesible déla memoria involunta­ mingo trato con ese sentimiento; Baudelairc lo conoció
ria. .Difícilmente se asocia con representaciones visuales; «avanl la Icüre» en uno de los poemas de Spleen:
entre las impresiones sensoriales sólo so emparejará con
el. mismo olor. Si el reconocimiento de un aroma tiene, M B ahuhy D’Auujzvm l.i.y, X JX c siécle. Les oettvres ct les {tom­
antes que cualquier otro recuerdo, el privilegio de con­ ines, «Les poetes», op. cit., pág. 331.
155 I, pág. 89.
solar, tal vez sea así porque adormece la consciencia del
* En el Diáloyo mislivo mitre Monos y Una, Poe lia copiado en
paso del tiempo. Un aroma deja que se hundan años en la "durée” el vacío decurso del tiempo al que el sujeto se ve entre­
el aroma que recuerda. Por eso el verso de Baude.lai.re gado en el "spleen”, y parece que siente felicidad por (pie se libera de
es insondablemente desconsolado, No hay consuelo para sus terrores. Es un "sexto sentido" el que le toca en suerte al difunto
cu figura de un don capaz de conseguir armonía en ese decurso tem­
quien ya no quiere hacer ninguna experiencia. Y no es otra poral vacío. Claro que el paso del segundero le perturba, fácilmente.
cosa sino esta incapacidad la que constituye la naturaleza “Pero en mi cerebro perecía haber surgido eso para lo cual no hay
palabras que puedan dar una concepción aun borrosa a la inteligencia
propia de la ira. El iracundo «no quiere saber de nada»; meramente humana. Permíteme denominarlo una pulsación pendular
su arquetipo, Timón, trona contra los hombres sin distin­ mental. Era la encarnación moral de la idea humana abstracta del
Tiempo. La absoluta coordinación de este movimiento o de alguno
ción; no está ya en situación de distinguir el amigo pro­ equivalente había regulado los cielos de los globos celestes. Por él
bado del enemigo mortal. Con mirada pendrante ha reco­ medía ahora las irregularidades del reloj colocado sobre la chimenea
y do los relojes de los presentes. Sus latidos llegaban sonoros a mis
cido D'Aurevilly este estado de ánimo en Baude-:lacre; le oidos. La más ligera desviación de la medida exacta (y esas desvia­
ciones prevalecían en todos ellos) me afectaban del mismo modo
que las violaciones de la verdad abstracta afectan en la tierra el
ra b p á g . 39. sentido mora]” (P oe, l, c., I, pág, 370),

— 159 —
«Des el oches tout á cottp san teñí avec fu He
Et 1aneeni vers le ciel un affreux hurlemerü,
A insi que des esprits erran ts et saris patrie XT
Qtti se meiient á geindre opiniútrement» É0.

Las campanas, que antaño formaban parte de los días Si llamamos aura a las representaciones que, asentadas
de fiesta, lian sido, como los hombres, arrojadas del ca­ en la memoria involuntaria, pugnan por agruparse en torno
lendario. Se asemejan a las ánimas del purgatorio que se a un objeto sensible, ese aura corresponderá a la expe­
afanan mucho, pero que no tienen historia. En el «spleen» riencia que como ejercicio se deposita en un objeto uti­
y en la «vie antérienre» Baudelaire sostiene en sus manos litario. Los procedimientos fundados en la cámara foto­
Jos trozos dispersos de una auténtica experiencia histó­ gráfica y en otros aparatos similares posteriores amplían
rica; en su representación de la «durée» Bcrgson se ha el radio de la memoria involuntaria; hacen posible fijar
alienado más y más la historia. «El metafísico que es por medio del aparato y siempre que se quiera un suceso
Bergson camufla la muerte» ü\ Que en la «durée» bergso- en su imagen y en su sonido. Se convierten así en asecu-
niana brille la muerte por su ausencia es lo que la hace ciones de una sociedad en la que el ejercicio se atrofia.
impermeable a un orden histórico (y prehistórico). El La deguerrotipia tenía para Baudelaire algo de aterra­
«sano y buen sentido» por el que sobresale el «hombre do)' y de incitante; de su incentivo dice que es «cruel y
práctico» confiesa ser su ahijado w. La «durée», en ía que sorprendente» 7ú. Esto es, que si bien no la lia calado del
se ha saldado la muerte, tiene la mala infinitud de un todo, sí que ha sentido la conexión aludida. Se empeñó
ornamento. Excluye que se le aporte toda tradición L siempre en reservar su sitio a lo moderno y, sobre todo,
Es la vivencia por antonomasia que se pavonea con d traje en cuanto al arte, en señalársele incluso; con la fotogra­
prestado de la experiencia. El «spleen», por e! contrario, fía hizo lo mismo. Cuantas veces sintió su peligro, buscó
expone la vivencia en su desnudez. El melancólico ve con hacer responsables del mismo a sus «progresos mal apli­
terror que la tierra recae en un estado meramente natu­ cados»71. Confesaba desde luego que la «estupidez de la
ral. No exhala ningún hálito de prehistoria. Ningún aura. gran mas a » los lavore c ía'. «Es ta m ultitud idólatra postu­
Y así emej'ge en los versos de Coúl dit neant que siguen laba un ideal digno de ella y adecuado a su naturaleza...
a los citados antes; Un Dios vengativo ha atendido a sus ruegos. Daguerre fue
su Mesías» T2. A pesar de todo Baudelaire se esfuerza por
«Je contemple d'eu himt le globe en sa rondel tr, una manera más conciliadora de ver las cosas. Que la fo­
Et je u'y cherche plus Vahri d'une cahule» w.* tografía se apropie sin trabas de las cosas perecederas que
«postulan un sitio en los archivos de nuestra memoria»,
con tal de que se detenga ante «el ámbito de lo impalpa­
“ í. pág. 88. ble y de lo imaginativo», ante el clel arte en el que sólo
Max H oiíkhwmer, «Zu Bergsons Metaphvsik cler Zcít», en:
Z eiisch frit fiir S oziatforschu n g, 3, pág 332, 1934, tiene puesto eso a lo cual «el hombre añade su alma» Ts.
':íl H hxiu B euc Sun, M atiére et tném aire. llssai su r tu reíation Tal arbitraje difícilmente es salomónico. La disposición
ihi co rp s ít t'esprit, pág. 166, París, 1933. constante del recuerdo voluntario, discursivo, favorecida
* lia atrofia de la experiencia se anuncia en Pronst en el éxito sin
fisuras de su intención final. Nada más habilidoso, nada más leal 7U II, pág. 197.
tjue su constante a la vez que casual manera de hacer presente al 71 II, pág. 224.
lector que la redención es cosa suya y muy privada. 13 II, pág. 222.
1, pág. 89. n II, pág. 224.

— 160 — 161 —

n
por la técnica de la reproducción, recorta el ámbito de nica. (En ella lo bello no tiene sitio.) En el texto en que
juego de la la nías ¡a. Quizás ésta pueda concebirse como Proust impugna la indigencia, la falta de profundidad de
una capacidad cíe formular deseos de una índole especial, las imágenes que la memoria involuntaria Je depara, ele
tales que se les destine como cumplimiento «algo bello». Venecia, escribe que a la mera palabra «Venecia» se le
Otra vez es Val.cry quien determina más aproximadamen­ antoja ese acopio de imágenes tan. insulso como una expo­
te los condicionamientos de ese cumplimiento. «Recono­ sición de fotografías 7li. Si lo distintivo de las imágenes
cemos la obra de arte en que ninguna .idea que despierta que emergen de la memoria involuntaria hay que verlo en
en noso tros, n ingún co nvpor ¡a inien lo que no s acerque, pue­ que tienen aura, Ja fotografía tendrá entonces parte deci­
den agotarla, liquidarla. Podemos aspirar cuanto quera­ siva en el fenómeno de la «decadencia cte.l aura». Lo que
mos una Mor que halaga nuestro olfato; no suprimire­ tenía que ser sentido como inhumano, diremos incluso
mos nunca ese aroma que despierta en nosotros tal avi­ que como mortal en la daguerrotipia, era que se miraba
dez, y ningún rcc ucrd o, ningú n pensamiento, n ingú n m o do dentro deí aparato (y además detenidamente), ya que el
ele conducta apagarán su eficacia o nos declararán libres aparato tomaba la imagen del hombre, y no le era a éste
del poder que tiene sobro nosotros. Lo mismo persigue devuelta su mirada. Pero a la mirada le es inherente la
quien se propone hacer una obra ele arte»71. Según esta expectativa de que sea correspondida por aquél a quien
manera de considerar Jas cosas, un cuadro reproduciría se le otorga. Si su expectativa es correspondida (que en
en una escena eso en Jo que el ojo no pudo saciarse. Lo c! pensamiento puede fijarse tanto en una mirada inten­
que cumple el deseo proyectado en su origen sería algo cional de la atención como en una. mirada en el llano sen­
que incansablemente alimentaba el deseo. Es, por tanto, tido del término), le cae entonces en suerte la experiencia
claro lo que separa la fotografía de la pintura (no puede del aura en toda su plenitud. Novalis es Lima que «la per­
darse, pues, un único principio que abarque a ambas en ceptibilidad es una atención» Y Y la perceptibilidad de la
cuanto a Ja «configuración»): para la mirada que no pudo que habla así no es otra que la del aura. La experiencia de
saciarse en un cuadro, Ja fotografía significa más bien esta consiste por tanto, en la transposición de una forma
lo que el alimento liara el hambriento o la bebida para de reacción, normal en la sociedad humana, frente a la re­
quien tiene sed. lación de lo inanimado o de la naturaleza para con el hom­
Así se perfila la crisis de la reproducción artística en bre. Quien es mirado o cree que es mirado levanta la vista.
cuanto parte integrante do una crisis de la percepción Experimentar el aura de un fenómeno significa dotarle ele
misma. Lo que hace que el placer de lo bello sea .insacia­ la capacidad de alzar la vista *. A lo cual corresponden los
ble es la .imagen de un mundo anterior que Baudelairc hallazgos de la memoria involuntaria. (Que por lo demás
nombra a través de un velo de lágrimas nostálgicas. Cuan­
do confiesa; « ¡Ay!, tú, mujer, hermana en tiempos ya vi­ acar iciad o por el hálito del tiempo perdí do se convierte en incompa­
rable. se destaca de la serie de los días.
vidos», rinde el tribulo quc 1o be11o exige. En tanto eí arte
t5 P roust, A la rec h e r c h e du /eni./j5 pcrdit. L e icin p s reírou ve,
persigue lo bello'y, si bien muy simplemente, io «repro­
op. cii., píig. 236.
duce», lo recupera (como Fausto a i.felc.na) de las honduras 7Q Novalis, Schriftcn, ed. Heilborn, pág. 293, Berlín, J90J.
del tiempo **. Lo cual ya no ocurre en Ja reproducción tée- "■ Esta enseñanza es el punto hontanar de la poesía. Cuando
el hombre, el animal o lo inanimado, enseñados por el poeta, levan­
"* Pa u l V a m ír v , « A v a n t-p ío p o s » . l l i t c y c l o p é d i e [ van p a is a , v o ¡. tan la vista, la llevan hasta lejos; la mirada de esa naturaleza así
16, tase. 1604-05, París, 1935. despierta sueña y arrastra al poeta tras sus sueños. Cas palabras
pueden también tener su aura. Karl Kraus lo ha descrito de este
* 151 in.sta.nte de dicho logro ss distingue a su vez por ser irre­ modo: '‘Cuanto más de cerca se mira a una palabra, tanto más
petible. En ello consiste la pltinta de construcción de )a obra de lejos mira desde atrás ella” (ICahi, Iíraus , Pro domo e l mundo,
Proust: caria una de las situaciones en las Que el cronista se siente
púy. Iti4, Munich, 1912).

— 163 —
son irrepetibles: se escapan al recuerdo que busca in­ aura. Sucedió en la figura de una cifra que se encuentra
corporárselos. Apoyan así un concepto de aura que im­ en casi todos los pasajes de Les Fletirs du mal, en los que
plica «la manifestación irrepetible de una lejanía» ”, Tal la mirada surge de unos ojos humanos. (Resulta evidente
determinación hace transparente el carácter cultual del que Baudelaire no lo ha organizado así conforme a un
fenómeno. Lo esencialmente lejano es inaccesible: de he­ plan.) Se trata de que la expectativa que acosa a la mirada
cho la inaccesibilidad es una cualidad capital de la imagen del hombre cae en el vacío. Baudelaire describe ojos de
cultual). los que diríamos que han perdido la facultad de mirar.
No es preciso que subrayemos lo versado que estaba Pero esta propiedad los dota de un incentivo del que en
Proust en el problema del aura. Con todo resulta notable gran parte, en parte quizá preponderante, se alimenté sü
que en ocasiones roce conceptos que incluyen su teoría: economía pulsional. En el hechizo de esos ojos se ha libe­
«Algunos, amantes de los misterios, se halagan pensando rado el sexo en Baudelaire del eros. Si los versos de Goe­
que en las cosas permanece algo de las miradas que una the:
vez se posaron sobre ellas». (Naturalmente la capacidad «No hay para ti distancia, obstáculo,
de devolverlas.) «Opinan que los monumentos y los cua­ y (legas en volandas y hechizado» (/
dros sólo se presentan bajo el delicado velo que el amor
y la veneración de tantos admiradores tejieron a su alre­ pasan por ser la descripción clásica del amor saturado de
dedor a lo largo de los siglos.» Y Proust concluye con una experiencia del aura, difícilmente habrá en la poesía lírica
digresión: «Esa quimera sería verdad si se refiriese a la versos que les hagan frente con mayor decisión que estos
única realidad presente para el individuo, a saber, a su de Baudelaire:
mundo de sentimientos» ,B. Parecida a ésta es la definición
de Valéry de la percepción en el sueño como aura, aunque «Je t’adore á Legal de la voúte nocturne,
dicha determinación es de mayor alcance, ya que está O vase de tristesse, ó grande taciturna,
orientada objetivamente, «Si digo: veo esto ahí, no se es­ Et t’aime d'autant plus, bella, que tu me fuis;
tablece por ello una equiparación entre yo mismo y la Et que tu me parais, ornemenl de mes nuits,
cosa... En el sueño, por el contrario, sí que se da una equi­ Plus ironiquement accurmder les Ueties
paración. Las cosas que yo veo me ven como yo las veo Qui séparent mes bras des immensités bienes» m.
a ellas» M. Propia de la percepción onírica es la naturaleza
de los templos: Las miradas son tanto más subyugadoras cuanto más
honda es la ausencia superada del que mira. En estos ojos
«L’homme y passe á travers des joréis de symhules que sólo reflejan no está ía ausencia aminorada. Por eso
Qtii Vobservent avec des regarás ¡amilters.» no saben nada de lejanías. Baudelaire ha incorporado su
limpidez en una rima taimada:
Baudelaire supo mucho de todo esto; tanto más certe­
ramente se inscribió en su obra lírica la decadencia del «Plungc (es yeax clans les yeux fixes
Des Satyressas ou de Nixes» 8\
■1 Waltlr B enjamín, oeuvre d’art á Pépoque de sa repro-
duction mécanisée», en: Z eitsch rlji jü r S ozialforsch im g 5, pág, 43, Satiresas y náyades no pertenecen a la familia de los
1936. seres humanos. Están apar le. Curiosamente Baudelaire
P uoust, A la ra ch erch e du lem pa perdit. Le. lem pa reírouvé,
TI, op. cid, pág. 33. M L pág. 40.
Paul V aléry, Anal veta, pág. 193, París, 1935. 91 1, pág. 190.

165 —
ha introducido en .sus poemas como «regare! farnilier» Ja minutos e incluso horas sin cambiar cutre sí palabra al­
mirada cargada de lejaníara. El, que no fundó ninguna guna» E0.
familia, lia dado al término «familiar» una textura satu­ La mirada —seguro prescinde de perderse soñadora-
rada de promesas y renuncias. Sucumbe a ojos sin mirada mente en la lejanía. Puede incluso llegar a sentir placer en
y se adentra sin ilusiones en su radio de poder; su degradación. Según este sentido habría que leer las si­
guientes frases, tan curiosas. En el Salón de 1859 B a ude­
« Tes yeu.x, iílwninás ainsi. que des houíiques libre pasa revísta a los cuadros de paisajes para concluir
Bt des ijs //amboyants dans les féter, publiques, confesando: «Deseo volver a los dioramas cuya magia,
11sen t insolevan ¡en t d'un pouvoir emprunté» s\ enbrme y brutal, sabe imponerme una ilusión útil. Pre­
fiero contemplar algunos decorados de teatro en los que
En. una de sus primeras publicaciones B andel, ai re es- encuentro, artísticamente expresados o concentrados (trá­
oribe; «La estupidez es con frecuencia ornamento de la gicamente, mis sueños más queridos. Porque son falsas,
están estas cosas infinitamente más cerca de lo verdadero;
belleza. Es ella la que da a los ojos esa limpidez taciturna
mientras que la mayor parte de nuestros paisajistas son
de los estanques negruzcos y esa calma ele aceite de los
unos mentirosos, precisamente porque han descuidado
mares lropi.cal.es» "h Si esos ojos cobran vicia, será ésta la
.mentir»67. Quisiéramos dar menos valor a la «ilusión útil»
del animai de rapiña que se pone a seguro al tiempo que
que a la «concisión trágica». BaudeJ.aire insiste en la fas­
espía su presa. (Así la prostituta, que atiende al transeún­
cinación de la lejanía; mide una pintura de paisaje según
te a la par que se cuida del. agente de Policía.) Bando­
los módulos de los pintores de barraca de feria. ¿Quiere
la i re encontró el tipo fí sonó mico que engendra este modo
ver destrozada la fascinación de la lejanía, igual que le
de vida en las numerosas estampas que Guy dedicó a las
ocurre al espectador que se acerca demasiado al escena­
prostitutas. «Dirige su mirada al horizonte como el animal
rio? El tema ha penetrado en uno de los grandes versos
rapaz; el mismo extravío, la misma distracción indolente
de Les Fleurs dn mal:
y también, a veces, igual fijeza de atención» E Es clarísimo
que los ojos dej. hombre de la gran ciudad están sobrecar­
«Le Fíats ir vaporeas futra vers T!/.orizan
gados con funciones de seguridad. Está menos a flor de Ain si qu’tme sylpki.de au fond. de la coulisse» nn.
piel otra presión que señala Simmcl. «Quien, ve sin oír
está mucho más--, inquieto que quien oye sin ver, Me aquí
algo... característico de la gran Ciudad. Las relaciones re­
cíprocas de los hombres en las grandes ciudades... se dis­ X 11
tinguen por eí predominio curioso cíe la actividad de Jos
t>jos sobre ía del oído. Los medios públicos de transporte
son causa cíe ello. Antes del desarrollo en el siglo dieci­ Les Fleurs du mal es la última obra lírica que ha tenido
nueve de los autobuses, de los trenes, de los tranvías, no repercusión europea; ninguna posterior ha superado
estuvieron las gentes en Ja situación de tener que mirarse un círculo lingüístico níás o menos reducido, A lo cual
hay que añadir que Baudelaire dedicó casi exclusiva-
02 I, pág. 23. Grima S.iMMJii.., M alangas d e p h ila so p h ie relativista, pág. 26,
fl1 I, pág. 40. París, 1912.
^ II, pág. 622. 81 JJ, pág. 273.
85 II, pág. 359. 8B T, pág. 94.

- - J66 — — 167 —
mente a este solo libro su capacidad productiva. Y por — ¡Ni pensarlo! Me encuentro muy bien aquí. Sólo Ud.
último no hay que dejar de lado que entre sus temas hay me ha reconocido. Además, la dignidad me aburre. Por
algunos, de los que hemos tratado en esta investigación, otro lado pienso con regocijo que algún mal poeta la re­
que hacen problemática la posibilidad de la poesía lírica. cogerá y se la pondrá en la cabeza impúdicamente. ¡Cuán­
Este triple estado de la cuestión determina a Baudelaire to disfruto haciendo a alguien feliz! ¡Y sobre todo a un
históricamente. Muestra que no se dejaba apartar de su aforluñado que me hará reír! Piense Ud. en X o en Z. ¡Oh,
cometido. Baudelaire era inequívoco en la consciencia de sí, será muy cómico! » 81.
su tarea. Va en ella tan lejos que designa como meta «crear El mismo tema so encuentra en los Diarios; pero el
un patrón»80. En ella veía la condición de todo lírico fu­ final es diferente. El poeta recoge de prisa su aureola. Y le
turo. Tenía en menos a los que no se mostraban a su altu­ inquieta el sentimiento de que el incidente sea de mal
ra. «¿Bebéis caldos de ambrosía? ¿Coméis chuletas de Pa­ agüero n**.
ros? ¿Cuánto prestan por una lira en la casa de empe­ El autor de estos apuntes no es ningún «fláneur». Iró­
ño?» M. Para Baudelaire está anticuado el lírico con su nicamente dejan constancia de la misma experiencia que
aureola. Le ha señalado su sitio como comparsa en un Baudelaire, sin atavío alguno, confía de paso a la frase
texto en prosa que se titula Ferie cVaureole. Dicho texto siguiente: «Perdido en este picaro mundo, a codazos con
vio la luz tarde. En la primera clasificación de su legado Jas multitudes, soy corno un hombre fatigado cuyos ojos
póstumo fue separado como «no apto para la publicación». no ven más hacia atrás, en la profundidad de los años,
Y en la bibliografía sobre Baudelaire se sigue hoy no pres­ que desengaño y amargura, y hacia delante no más tam­
tándole atención. poco que una tormenta que no contiene nada nuevo, ni
«— ¡Cómo! ¿Ud. aquí, mi querido amigo? ¡Ud., en un dolor ni enseñanzas» üa. Haber sido empujado por la mul­
lugar de mala nota! ¡Ud., bebedor de quintaesencias; Ud., titud es la experiencia que Baudelaire destaca como deci­
que come ambrosía! De veras que me sorprende mucho. siva e inconfundible entre todas Jas que hicieron de su
— Amigo mío, Ud. conoce mi terror a los caballos y a vida lo que llegó a ser. Ha perdido la aureola en una mul­
los coches. Hace un momento, cuando atravesaba a toda titud movediza, animada, de la que estaba prendado el
prisa el bulevar, brincando en el barro, a través de esc «fláneur». Para poner mejor en claro su abyección imagina
caos en movimiento donde la muerte llega al galope de el día en que incluso las mujeres perdidas y los parias irán
todos Jos Jados a la vez, mí aureola, en un gesto brusco, tan lejos que harán causa común con un estilo ordenado
de vivir, condenarán el libertinaje y no dejarán en pie
ha resbalado de mi cabeza al fango del asfalto. No be te­
otra cosa que no sea el dinero. Traicionado por est^s úl­
nido valor para recogerla. He estimado menos desagrada­
timos cómplices, Baudelaire se vuelve contra la muíiitud.
ble perder mis insignias que dejarme romper los huesos-.
Y lo hace con la cólera impotente de quien se vuelve con­
Y además, me he dicho, no hay bien que por mal no ven­ tra la lluvia o el viento. Así está tramada la vivencia,?, la
ga. Ahora puedo pasearme de incógnito, cometer bajas que Baudelaire dio peso de experiencia. Baudelaire señaló
acciones y entregarme a la crápula como los simples mor­
tales. ¡Y heme aquí, como Ud. ve, igual a Ud.!
— Debiera Ud. por lo menos poner un anuncio por su l pág. 48.3.
n H, pág. 634.
aureola o hacer que la reclame el comisario.
* No es imposible que el motivo de este texto haya sido un shock
patógeno. Tanto más instructiva resulta la configuración que le asimila
a la, obra de Baudelaire.
J h u ís L iím a ít ií E, L es co n len ip orain s, op. cit., pág. 29.
11, pág. 422. ->n .TI, p á g . 641.

168 — 169 —
l
el precio al que puede tenerse la sensación de io moderno:
la trituración del aura en la vivencia del shock. Le costó
caro estar de acuerdo con esa trituración. Pero es la ley
de su poesía. En el finnamento~.de! Segundo Imperio se
alza ésta como «un astro sin atmósfera» r'\

PARIS, CAPITAL DLL SIGLO XIX

L os agu as son azules y las p lañ ías son ro sa ;


¡qu é du lce d e m irar esíá la fa rd e! S alim os de
p a s e o ; las g ra n d es señ ora s j alen d e p a sco ; Iras
ellas s e o r ea n las señ ora s pequ eñ as.

N guven -T uonu-H jH'I’ : P arís capitule


d e la Fran ca (1897).

1,1 F iu n m ic n NieTZSCUi;, Unzeiigcm iis se B cf.r a ch lu u g e u , pág.


t.04, Leipzig, i 893.

— 170

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