La historia del teatro italiano tiene su origen en la sociedad
romana que una vez obtuvo estabilidad económica y militar, se dejo seducir por la hedonista cultura griega de la edad helenística. El impulso que dio a la cultura teatral fue esencial ya que el soporte que recibió sirvió para consolidarlo como un “arte mayor”, pero más cercano al ocio, a lo profano y como forma de evasión, y con tres modelos: arcaico, la forma dramática, y la de los espectáculos. Donde curiosamente las actuaciones de personajes femeninos eran representadas por hombres ya que no estaba autorizado a las mujeres participar. El aspecto crítico, irónico y laico supuso una amenaza para las autoridades eclesiásticas que prohibieron su representación. Con la caída del imperio y el control del “estado” sobre el ocio, el teatro sobrevive en la corte y en ámbito privado de la nobleza, mientras que la iglesia sacraliza las obras para acercarse al pueblo y sobre todo para hacer liturgia y dogmatizar. Este control hizo desaparecer la figura profesional del actor, si bien se permitía que bufones y saltimbanquis realizaran comedia y entretenimiento, con una mezcla de acrobacias, danza, canto, o recitando obras clásicas. Los personajes de la comedia del arte eran las máscaras donde aparecían los “viejos”, los enamorados (jóvenes sin máscara), y los siervos (personajes como Arlequín, Pulchinela, Colombina, Esmeraldina, etc.). Todos ellos hablaban en dialecto, mientras que los “enamorados hablaban en el Toscano. El Humanismo y el Renacimiento marcaron el fin del drama litúrgico y la diferencia entre teatro de culto y popular. El gusto por las nuevas corrientes de drama y comedia se difunde desde Italia al resto de Europa, y el siglo XVI ya encontramos sólo teatro profano.