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¿Patriotismo versus cosmopolitismo?

Carlos Alberto Quiñones Leyva

En La mirada cosmopolita o la guerra es la paz Ulrich Beck parte de la tesis de que


la realidad misma se ha vuelto “cosmopolita” y que el “cosmopolitismo” ha dejado
de ser simplemente una idea de la razón, para emigrar de los sueños filosóficos a
la pura y simple realidad.1 En general, da la impresión de que parece referirse más
a todos los efectos (o transformaciones) que han tenido las comunicaciones, el
mercado, la globalización y lo que llama el “cosmopolitismo institucionalizado” (el
Banco Mundial, el FMI, la ONU, CPI, etc.) que trata de moldear y ordenar el mundo
por encima y más allá de lo nacional.2 Su atención está mucho más en las formas
de “interpretación” que puede darnos la “mirada cosmopolita”, como él llama al
“sentido de ausencia de fronteras”, que en el contenido moral de la propuesta que
quiero resaltar aquí3. Sin embargo, creo que encuentra la tensión principal del
cosmopolitismo en el resurgir de identidades nacionales y locales en todo el mundo:
[…] Se trata, en primer lugar, de unas identidades denominadas, tal vez algo
apresuradamente, «neonacionalistas», pero que, a diferencia del nacionalismo, con
la explosiva fuerza fascista que se ha dado en el siglo XX, no airean campañas de
conquista ideológicas y militarse más allá de las propias fronteras. […]4
Debe reconocerse que ha habido un resurgir del sentimiento nacionalista en muchas
zonas del mundo y que las personas son cada vez más conscientes de sus
identidades nacionales; redescubren sus narrativas histórica propias y están
exigiendo el reconocimiento de sus diferencias y derechos.5 El nacionalismo, como
identifica Javier Muguerza, es la contraparte del cosmopolitismo6, su antítesis y
probablemente la principal razón de que nos sea tan complicado vernos como
“ciudadanos del mundo”.

1
Cfr. Beck, U., La mirada cosmopolita o la guerra es la paz [Trad. Bernardo Moreno], Paidós, España, 2005, pp. 9-10.
2
Ibíd. pp. 49-50.
3
Cfr. Kleingeld, Pauline, “Six Varieties of Cosmopolitanism in ate Eighteenth-Century Germany”, en Journal of the History of
Ideas, Vol. 60, No. 3 (Julio, 1999), pp. 507-9. Tengo en cuenta que el “cosmopolitismo” kantiano tiene varias expresiones;
desde la jurídica, la política, la institucional. Por cosmopolitismo moral entiendo aquí, como Kleingeld, la postura de que todos
los seres humanos son miembros de una sola comunidad moral y que tienen obligaciones morales con todos los demás seres
humanos sin importar su nacionalidad, lenguaje, religión, costumbres, etc.
4
Beck, U., Op. Cit., 12.
5
Cfr. McMahan, J., et all [comp], La moral del nacionalismo Vol 1: orígenes, psicología y dilemas de parcialidad de los
sentimientos nacionales, Gedisa, España, 2003, pp.17-19.
6
Cfr. Muguerza, J., “Los peldaños del cosmopolitismo” en Aramayo, R., (Ed.) La paz y el ideal cosmopolita de la ilustración:
a propósito del bicentenario de “Hacia la paz perpetua” de Kant, Tecnos, España, 1996, p. 348.
El Estado-nación es uno de los supuestos del pensamiento político7 (y del
pensamiento político de la época en general) de Kant y acepta la diversidad de
naciones, pues esto le sirve incluso para realizar la analogía con el Estado de
Naturaleza de los llamados contractualistas:
[…] Los pueblos pueden considerarse, en cuanto Estados, como individuos que en
su estado de naturaleza (es decir, independientes de leyes externas) se perjudican
unos a otros por su mera coexistencia y cada uno, en aras de su seguridad, puede
y debe exigir del otro que entre con él en una constitución semejante a la constitución
civil, en la que se pueda garantizar su derecho. […]8

El proyecto kantiano de una “federación de Estados libres” (Federalismo) sólo tiene


sentido si se parte de que hay una pluralidad de aquellos en existencia. Por mor de
la cuestión, supondremos que hay algo análogo en Kant a lo que hoy entendemos
por “identidad nacional” y que cada Estado-nación acoge bajo sí un conjunto de
personas que comparte determinados (varios) rasgos y que constituyen un pueblo.9
Suponemos esto porque el hecho de que haya unidades políticas diversas llamadas
Estados que representan una comunidad de seres humanos significa que esas
comunidades se reconocen a sí mismas como siendo distintas a sus vecinos pues:
[…] la idea misma de diferencia exige la de identidad, identidad en este caso
nacional. Aquello por lo que un pueblo es visto como «diferente» se convierte para
él […] en seña de su «identidad». […]10

El problema de las relaciones entre los Estados-nación y sus respectivas diferencias


sólo podrá resolverse reglamentando aquellas. Por eso, Javier Echeverría ha
tachado la propuesta de Kant de “cosmopolitismo estatista”,11 pues supone que,
entre individuos, el “Estado” es la única forma de organización donde puede darse
la civilidad y el derecho se hace valer (la perfección moral de la especie). Si Kant
acepta el Estado-nación tiene que aceptar el desafío que representa el
nacionalismo, y con él, una forma de “patriotismo” que apela a una cierta identidad

7
Cfr. Kleingeld, P., “Kantian patriotism” en Philosophy and Public Affairs, Vol. 29, No. 4 (Otoño, 2000), pp. 321-2. Pauline da
por hecho que en Kant está justificada la existencia de una pluralidad de Estados. Cabe también recordar que Kant niega la
“disolución” de los Estados en la constitución de un Estado Mundial (VolkerStäat) pues como dice: […] muchos pueblos en
un Estado vendrían a convertirse en un solo pueblo, lo cual contradice la hipótesis (nosotros hemos de considerar aquí el
derecho de los pueblos en sus relaciones mutuas en cuanto formando Estados diferentes, que no deben fundirse en uno sólo.
[…] (Paz Perpetua, Segundo Artículo Definitivo).
8
Kant, I., Ensayos sobre la paz, el progreso y el ideal cosmopolita [Trad. Joaquín Abellán], Cátedra, España, 2010, p.153.
9
Cfr. Miller, D., Sobre la nacionalidad, Paidós, España, 1997, pp. 35-6.
10
Muguerza, J., Op. Cit., p. 349.
11
Cfr., Echeverría, J., “Cosmopolitas domésticos a finales del siglo XX” en Aramayo, R., (Ed.) La paz y el ideal cosmopolita
de la ilustración: a propósito del bicentenario de “Hacia la paz perpetua” de Kant, Tecnos, España, 1996, pp. 328-9.
nacional. Y de hecho, su propuesta para una Paz perpetua, es precisamente lo que
trata de hacer, introducir para ello el elemento cosmopolita. Pues como bien observa
Bilbeny:
[…] Todos los estados buscan perpetuarse. Lo hacen, entre otros recursos,
inculcando en sus súbditos la identificación política, mediante algunas formas de
nacionalismo y patriotismo […] La primera y más importante barrera para el
cosmopolitismo es algo tan evidente como el sistema de estados nacionales y la
cultura patriótica que prodigan. […]12
Habría que distinguir esquemáticamente, antes de proseguir, qué entenderemos por
Estado, nacionalismo y patriotismo. El Estado es todo el andamiaje institucional
político que aspira a poseer para sí lo que Weber llamó “el monopolio de la violencia
legítima” en un territorio.13 La confusión entre “Estado” y “Nación” es común, pues:
[…] En el lenguaje coloquial “nación” es utilizado con frecuencia como sinónimo de
Estado: cuando uno se refiere a “las naciones emergentes del tercer mundo”, es
muy probable que se esté refiriendo a “Estados” de reciente creación. […]14

El nacionalismo, para diferenciarlo del Estado, suele verse como una “ideología”
(quizás la ideología del Estado mismo),15 es la creencia de que una nación ha de
poder autodeterminarse.16 Ello supone que una “nación” que es anterior a esa
voluntad de autodeterminarse y que se reconoce como tal nación. En un sentido,
implica el tener un apego sentimental o emocional a un sentido de pertenencia a
una nación, un apego basado en características étnicas, herencia cultural o
nacionalidad.17 Debido a que el nacionalismo ha sido asociado a connotaciones
indeseables y negativas el término ha sido sustituido por el concepto de
“patriotismo”18 porque el contenido es similar.
La concepción nacionalista perversa es la que proclama la “superioridad” de la
propia nación sobre las demás, y por ello (porque no pertenecen a aquella), el
derecho a pisotearlas (en virtud de su “inferioridad”) en la consecución de nuestros
propios intereses. Esto, afirma Margalit, sitúa al nacionalismo en un continuum cuyo
extremo es el fascismo: “Si el fascismo es la expresión extrema de esa actitud, todo

12
Bilbeny, Norbert, La identidad cosmopolita: los límites del patriotismo en la era global, Kairos, España, 2007, p. 34.
13
Cfr. Miller., D., Op. Cit., p. 35.
14
Ibíd. p. 36.
15
Cfr. Bilbeny, N., Op. Cit., p. 15.
16
Cfr. Glover, Jonathan, “Naciones, identidad y conflicto” en McMahan, J., et all [comp], La moral del nacionalismo Vol 1:
orígenes, psicología y dilemas de parcialidad de los sentimientos nacionales, Gedisa, España, 2003, pp. 27-8.
17
Cfr. Ikuenobe, Polycarp, “Citizenship and patriotism” en Public Affairs Quarterly, Vol. 24, No. 4( Octubre), 2010, p. 298.
18
Cfr. Miller, D., Op. Cit., p. 22.
nacionalismo está infectado de él en cierto grado.”19 Aunque esto es muy revelador,
el aspecto central del nacionalismo que me interesa es el que tiene que ver con el
patriotismo, que Pauline Kleingeld llama “patriotismo nacionalista”:
[…] Historically, the nationalist tradition has tied ‘patriotism’ to the ideal of the nation-
state. The term can refer to the devotion and promotion of one’s country out of love
for one’s nation, with the assumption that a country constitutes the political
incarnation of a particular nation […] The nationalist tradition has been so successful
in its appropriation of the language of patriotism that in current literature the term is
often used as synonym of ‘nationalism’, entirely overshadowing the earlier meaning
if had in the republican tradition. […]20

Aunque se acepta que hay una distinción conceptual,21 me parece que la diferencia
no es tan grande y por eso se han usado como sinónimos. Por un lado, como ya se
ha mencionado, el nacionalismo es la identificación y sentimiento de pertenencia
con una “nación” particular, que puede ser en términos étnicos, de lenguaje, o
características raciales. Por el otro, el patriotismo que exige un deber moral especial
de lealtad, aprecio y devoción que tienen los ciudadanos por su “país”, al punto de
ser capaz de realizar algún tipo de sacrificio por él.22
En el sentido de que exigen a los miembros del Estado (la nación) que profesen un
cierto tipo de lealtad unos a otros y también al país (o a la nación) se está
suponiendo que concederán prioridad al interés nacional, o a sus mutuos intereses
antes que a los intereses de los otros.23
Esta es, me parece la exigencia fundamental del “patriotismo nacionalista”, para
usar la noción de Kleingeld, la moral implícita, cuasi-inconsciente que forma parte
de la identidad nacional de los ciudadanos que habitan arropados bajo un Estado.
Pero como bien observa, Muguerza, este punto de vista es:
[…] pues, confesadamente, un punto de vista particular o «particularista» y de ahí
que no falten quienes piensan que se trata de un punto de vista incompatible con el
punto de vista universal o «universalista » de la moralidad, en cuyo caso la respuesta
a la pregunta de si el patriotismo es una virtud tendría que ser para ellos
rotundamente un «no». […]24

19
Avishai, M., “La psicología moral del nacionalismo” en McMahan, J., et all [comp], La moral del nacionalismo Vol 1: orígenes,
psicología y dilemas de parcialidad de los sentimientos nacionales, Gedisa, España, 2003, p. 126.
20
Kleingeld, P., Op. Cit., p. 319.
21
Cfr. Ikuenobe, Polycarp, Ibíd. p. 298.
22
Ibíd., p. 299.
23
Cfr. McMahan, J, “Introducción”, Op. Cit., p. 17.
24
Muguerza, J., Op. Cit., p. 355.
Por ello se presume continuamente que el patriotismo y el cosmopolitismo son
mutuamente excluyentes, y chocan en las motivaciones de su moralidad, ya que la
moral del cosmopolitismo:
[…] is committed to the cosmopolitan view that all human beings, qua rational beings,
are members of a single moral community. They can be called ‘citizens’ in this ‘moral
world’ because they are conceived of as free and equal legislators of moral law and,
as such, are analogous to citizens of a political state. They have fundamental moral
obligations to other regardless of their nationality, language, religion, customs, and
so on. […]25

Es decir, la moral cosmopolita no me permitiría tener preferencia por algún ser


humano en virtud de que es mi vecino, mi compatriota, o mi hermano. La exclusión
se da porque, mientras el patriotismo nacionalista me hace tener una lealtad-
obligación y preferencia por mis compatriotas y mi país, el cosmopolitismo me exige
a su vez, que mis obligaciones morales son con todos los seres humanos.
Para Martha Nussbaum, hay siempre un potencial conflicto entre cosmopolitismo y
patriotismo; pues el hacer énfasis en el orgullo patriótico es moralmente peligroso,
ya que puede subvertir algunos de los objetivos que suelen considerarse dignos en
el patriotismo como la unidad nacional en la lealtad a los ideales morales de justicia
e igualdad.26 Al respecto, la preocupación de Nussbaum tiene lugar, debido a los
renovados llamamientos a la nación y al orgullo nacional.27El peligro, como bien lo
ve Nussbaum, es que:
[…] en el fondo, el nacionalismo y el particularismo etnocéntrico no son ajenos el
uno al otro, sino que son afines; que el apoyar los sentimientos nacionalistas llega,
en última instancia, a subvertir incluso los valores que mantienen unida una nación,
puesto que tales sentimientos sustituyen los valores universales y sustantivos de la
justicia y el derecho por un pintoresco ídolo. […]28

Los “sentimientos patrióticos” son campos fértiles potenciales donde pueden


germinar las semillas de un nacionalismo agresivo beligerante que funciona, como
dice Beck, bajo la lógica de la diferencia excluyente, la del: «o esto o lo otro».29 A
pesar de que critica esta lógica, Beck reconoce también que este principio es

25
Kleingeld, P., Op. Cit., p. 314.
26
Cfr. Nussbaum, M., Los límites del patriotismo: identidad, pertenencia y “ciudadanía mundial” [Trad. Carme Castells],
Paidós, España, 1999, p. 13-14. Cfr. También, Muguerza, Javier, Op. Cit., 361. Para Muguerza el patriotismo también es
moralmente peligroso porque implica una adhesión acrítica, y en última instancia irracional, al proyecto más o menos sugestivo
de vida en común en que consiste una nación.
27
Cfr., Ver. Supra, p. 1.
28
Nussbaum, M., Op. Cit., p. 15.
29
Beck, U., Op. Cit., p. 12.
necesario como una de las categorías elementales con las que opera el
pensamiento. En este sentido, la lógica amigo-enemigo de Schmitt juega un papel
fundamental no sólo en la política, sino en la constitución misma de la identidad
nacional y no puede reducirse a ninguna otra.30 Pero aunque esta distinción sea
fundamental y juegue un papel importante, según Beck, en la “teoría territorial de la
identidad”:
[…] No se puede aislar a unos hombres respecto a otros, ni siquiera en los extensos
espacios de una nación, para que puedan tomar consciencia de sí y actuar
políticamente. Sólo podremos dejar completamente fuera de juego la imagen social
de unos mundos e identidades congelados y separados […] oponiendo el modo de
diferenciación excluyente al modo de la diferenciación incluyente […]31

La respuesta a la que apunta Beck es el cosmopolitismo, como aquello que nos


puede permitir atenuar la fuerza que estos sentimientos pueden detonar en los
individuos. En este sentido, para Bilbeny, apelar al cosmopolitismo es apelar a una
“mentalidad”32 cuyo talante más fuerte es una visión moral. Aunque no me parece
completamente correcto concebir así al cosmopolitismo, creo que capta la idea de
que hay una “psicología moral cosmopolita”, y podemos hacer la analogía (con la
identidad nacional) con una “identidad cosmopolita”.
A diferencia de la “identidad nacional”, cuya importancia en la configuración de
nuestra personalidad no puede minimizarse33, me parece que hay dificultades al
tratar de justificar la importancia y la necesidad de la identidad cosmopolita. Así,
parece que la gente prefiere pensar en términos nacionales pues satisfacen algo
más fundamental de su estructura psicológica, por ello:
[…] El cosmopolitismo, en cambio, es la llamada a una empresa en solitario, Nunca
será lo que es para muchos una patria una especia de ampliación del hogar donde
cumplir parte de nuestros deseos. […]34

30
Cfr. Margalit, A., Op. Cit., pp. 116-7.
31
Beck, U., Op. Cit., p. 16.
32
Cfr. Bilbeny, N., Op. Cit., p. 15. Bilbeny piensa que el cosmopolitismo y el nacionalismo son “mentalidades”. El
cosmopolitismo, para él, es una mentalidad, es decir, una manera vaga e indefinida de pensar, pero también honda y personal.
Tanto así que responde, de hecho a una “personalidad”, más que a una explícita teoría o un delimitado programa de acción.
El patriotismo también es otra mentalidad. Al hacer esto, Bilbeny quiere evitar que pensemos que el “cosmopolitismo” es una
“ideología” en sentido peyorativo y restarle valor.
33
Cfr. Miller, D., pp. 22-3. De acuerdo con Miller, los caracteres de los seres humanos son moldeados profundamente por los
grupos a los que pertenecen, en este caso, la nación.
34
Bilbeny, N., Op Cit., p. 36.
El convertirse en “ciudadano del mundo” resulta, como afirma también Nussbaum,
una empresa en solitario, porque el patriotismo está lleno de color, intensidad y
pasión, y el cosmopolitismo tiene que enfrentarse a la difícil tarea de excitar nuestra
imaginación.35 La fuerza del nacionalismo como un hecho no se pone en duda, pero
en tanto que idea, el cosmopolitismo es mucho más rico. La tensión, así planteada,
la encontramos en Beck:
[…] El patriotismo es unilateral y pequeño, pero práctico y útil, y procura contento y
sosiego. El cosmopolitismo es señorial y grande, pero es casi demasiado grande
para el hombre; es un pensamiento hermoso, pero su consecuencia en esta vida es
el desconcierto interior. […]36

¿A qué se debe el desconcierto interior? ¿La soledad? El cosmopolita no tiene


patria, no pertenece a ningún lado. Está libre del dominio de los sentimientos
patrióticos que lo atan emocionalmente a un territorio determinado por fronteras
jurídicas, su espíritu flota y viaja en todas las lenguas, su personalidad se pierde en
todas las nacionalidades. No tiene patria, cualquier lugar es su patria. Necesita usar
su imaginación donde todo esto es posible, porque a la vuelta de la esquina hay
rechazo, conflictos, luchas, fronteras, facciones. El cosmopolitismo no ofrece, pues,
refugio; desampara, invita al exilio y le falta la calidez del sentido de pertenencia.
Nos obliga a ver y sentir a través de un abstracto punto de vista moral, del punto de
vista de la eternidad o punto de vista al margen de toda perspectiva, a saber, que
ese punto de vista es ciego, no ve nada y no existe.37
Es difícil ser cosmopolita, como es difícil actuar sin motivación alguna. ¿Cómo
volverse cosmopolita en mundo donde las diferencias económicas, políticas y
sociales son cada día más evidentes? ¿No resulta mucho más fácil retrotraerse a lo
propio, a lo conocido, a lo que da aunque sea un poco de tranquilidad? ¿Cómo
elevar nuestra conciencia nacional a una conciencia cosmopolita? La idea de
ciudadanía cosmopolita sólo puede entenderse por analogía con un modelo de
ciudadanía nacional. La dependencia de la psicología humana de la necesidad de
la formación de una identidad representa un obstáculo, quizás todavía mayor, que

35
Cfr. Nussbaum, M., Op. Cit., p. 27.
36
Beck, U., Op. Cit., p. 16.
37
Cfr. Muguerza, J., p. 359.
el sistema de Estados-nación y no está claro a qué necesidad responde la identidad
cosmopolita.
[…] Ser patriota o cosmopolita no son dos maneras de estar, sino de ser. Más aún:
de pensar. Son una mentalidad. […] Son dos mentalidades opuestas, pero con una
referencia común: la identidad política. Para el patriota, primero es su país. Para el
cosmopolita, es el mundo. La oposición se establece, pues, en torno a la polis, la
ciudad o lugar de vida común. Están reñidos por la identidad, pero en su relación
con la política. […] No obstante, para ser cualquiera de las dos cosas hay que
referirse a un aspecto concreto de la identidad política […] aquel aspecto que nos
hace decir si un sujeto es o no cosmopolita, o patriota, consiste, en concreto, en la
relación de pertenencia (membership) del individuo respecto del grupo o comunidad
política. […] 38

Bilbeny resalta aquí el aspecto que me interesa resaltar como un componente


esencial de la identidad nacional. Se trata de la “relación de pertenencia” a un grupo.
Para David Miller también se trata de un requisito de la identidad nacional, pues
cuando me identifico como perteneciente a una nación particular, estoy implicando
que aquellos que incluyo como mis connacionales comparten mis creencias y
encentro en ellos reciprocidad a mis compromisos.39 Entre otros requisitos enumera
la identidad nacional encarna una “continuidad histórica”, en el sentido de que
comparten un pasado (sucesos importantes) y también una proyección hacia el
futuro: así como nos reapropiamos de los sucesos o hechos heroicos (o tragedias)
del pasado, también nos comprometemos (en cierta forma, no podemos renunciar)
a un proyecto.40
Estos vínculos que compartimos con nuestros compatriotas en el día a día, cara a
cara, se nos hacen patentes a través de costumbres, el idioma, nuestra historia
(como nos la enseñan), y aunque no parezca evidente, nos reconocemos de una
manera vaga en los extraños que vemos todos los días, pues no nos confrontamos
con ellos, seguimos ciertas normas de convivencia, y ofrecemos ayuda cuando
alguno de ellos la necesita. Hacemos todo esto porque sentimos que
“pertenecemos” a este grupo llamado nación, que a pesar de ser una abstracción
(una ficción)41, se nos impone a través de estas relaciones concretas cotidianas.

38
Bilbeny, N., Op. Cit., p. 69.
39
Cfr. Miller, D., pp. 39-40.
40
Cfr., Ibíd., p. 41.
41
Cfr., Ibíd., p. 40. Dice Miller que, en general, toda identidad nacional es ficticia. (Pero no lo que provoca o motiva)
Por último, y más importante, es el hecho de que la “identidad nacional” es el
elemento que conecta a un grupo de personas con un espacio geográfico
particular.42 Una nación debe tener una tierra natal.
El sentimiento de pertenencia a un grupo que de alguna forma está fijado en un
espacio geográfico (y también podría decirse que históricamente) no tiene que
equipararse con la condición de “ciudadanía”. Como bien apunta Seyla Benhabib,
el sistema moderno de Estados-nación había regulado la pertenencia en términos
de la categoría de ciudadanía.43
La ciudadanía, entendida como “pertenencia” a una nación, planteaba un modelo
lineal y fijo que estribaba en la atribución de ciertos “derechos” que uno goza y que
también le obligan a uno a tener ciertos deberes para con la nación y con los
compatriotas. Este modelo de membresía política, como afirma Benhabib, está en
declive y nuevas formas de “pertenencia” y de atribuir “derechos” a quienes no
nacieron en el espacio geográfico nación están surgiendo.44 Dos cosas deben
señalarse al respecto de lo anterior:
a.) ¿Qué función tiene la noción de pertenencia en la psicología humana?
b.) ¿Qué cosa es la que obliga a uno a contraer deberes morales para con la
nación y los compatriotas?
Primero, la formación de la identidad nacional y el Estado-nación responden, como
afirma Jonathan Glover, a ciertas necesidades psicológicas.45
[…] Los participantes desarrollaron una fuerte identificación con su propio grupo y
también hostilidad hacia el otro. […] Esta propensión de los seres humanos a la
identificación y la hostilidad, incluso en el caso de los grupos mínimos, es un
desconcertante fenómeno psicológico. […]46

El sentido de identificación con un grupo, de pertenecer a él, de acuerdo con Glover,


tiene efectos formativos y positivos en la formación de la personalidad y la identidad.
Como ya hemos mencionado antes, diferenciarse de los otros requiere que uno se

42
Cfr. Ibíd., p. 41.
43
Benhabib, S., Los derechos de otros: extranjeros, residentes y ciudadanos [Trad.Gabriel Zadunaisky], Gedisa, España,
2005, pp. 13-14.
44
Ibíd. pp. 15-20.
45
Cfr. Glover, J., Op. Cit., pp. 28-29. Cfr. También, Miller, D., Op. Cit., p. 21. […] en términos de las necesidades
subconscientes de los individuos o de forma quizás más funcional, en términos de los requisitos de una sociedad en
modernización. Y no como algo que es creado y sustentado mediante procesos activos de pensamiento e intercambio entre
un cuerpo relevante de personas. El nacionalismo es todavía algo que le pasa a uno en lugar de algo que generamos de
consuno. […] p.21
46
Ibíd., p. 32.
asuma (colectiva e individualmente) como algo distinto de lo que se está marcando
los límites. La formación de los Estados-nación, y por ende, la de la ciudadanía
requiere que se haga esta distinción. De acuerdo con Glover, no podemos más que
suponer que la “identificación” con un grupo (o pertenencia) y la respectiva hostilidad
respecto a otro tiene que ver con algo que llama “tribalismo” y que:
[…] posee raíces que arraigan profundamente en nuestra psicología. Esas raíces
hacen imposible su eliminación, o al menos la convierten en algo
desalentadoramente difícil. Habrá quien se alegre de esto. Otros lo encontrarán
deprimente. Aquellos que, como es mi caso, encuentran deprimente aceptar el que
el tribalismo sea casi indestructible tendrán que pensar en modos de controlarlo.
[…]47

Lo que me parece que nos está diciendo Glover es que es casi imposible
desarraigarse de la necesidad de identificación, y por lo tanto, de la necesidad
psicológica de pertenencia a un grupo. Por ello, de hecho, se explica el hecho de
que haya podido haber conflictos (sin la presencia de Estados-nación), por ejemplo,
entre “franceses” e “ingleses”. En otro sentido, si no tuviéramos esa necesidad de
identificación con un grupo (o para formar grupos), la supervivencia frente a la
inhóspita naturaleza hubiese sido mucho más complicada sino imposible. El
nacionalismo respondería, por tanto, a alguna necesidad psicológica insoslayable
que no podemos renunciar. Si bien, podría pensar que el “cosmopolitismo” es
aquello a lo que podemos recurrir para controlarlo. Pero aquí no podemos ser tan
optimistas pues el nacionalismo agresivo siempre estaría latente y con mucho más
fuerza y más vivo. Me parece que de esto se sigue la continua dificultad del
“cosmopolitismo” por arraigar en la psicología humana.
Por otro lado, es fundamental entender las razones que nos obligan a contraer
deberes morales con nuestros compatriotas. En este sentido es que David Miller
habla de que las naciones son “comunidades éticas”, pues
[…] Las obligaciones que tenemos hacia nuestros prójimos nacionales son distintas
y más amplias que las obligaciones que tenemos para con los seres humanos como
tales. Esto no quiere decir que no tengamos obligaciones para con los seres
humanos como tales; ni tampoco niega que pueda haber otras comunidades, quizá
menores o más intensas, hacia cuyos miembros tengamos obligaciones más
exigentes que las contraídas con los británicos, los suecos, etc., en general. […]48

47
Ibíd., p. 34.
48
Miller, D., Op. Cit., pp. 26-7.
Para Miller existen razones por las que tenemos un “deber moral especial” para
nuestros connacionales.49 En general, se trata del compromiso que surge de haber
obtenido cierta mezcla de “beneficios”50 (y el pertenecer a esa nación hace que se
mantengan) que nos permitirían desarrollar nuestras potencialidades humanas.
También puede argumentarse que participamos dentro de un esquema de
“reciprocidad” en el que compartimos valores, creencias o proyectos con los demás,
y en donde cada uno contribuye de cierta forma positiva al bienestar del otro. Esta
razón nos compromete con la comunidad a la que pertenecemos y también con las
personas que forman parte de ella.
Pero Miller no concluye que no tengamos ningún tipo de obligación moral con los
seres humanos en cuanto tales, es decir, deberes globales. Lo que sucede es que
debemos diferenciar nuestros deberes y darnos cuenta que debemos más a unos
que a otros.51 Las exigencias morales del cosmopolitismo sólo tendrían sentido para
un “Estado-mundial” el cual las haría legítimas. Siguiendo la analogía de la
“ciudadanía-mundial”, así como son los Estados a quienes, según Miller, debemos
exigir la protección de los derechos, se requeriría la institucionalización de un
Estado-mundial para exigirle proteger a los “ciudadanos del mundo”.52
Es cierto, como dice Miller, que esto puede hacer que desarrollemos una sentido de
pertenencia hacia nuestra nación, pero tampoco resulta claro qué tipo de beneficios
debemos tener en cuenta. Si pensamos hoy en día en el eclipse del Estado de
bienestar puede decirse que, aunado a los procesos de globalización (acceso a la
información de otros países, el consumo de la tecnología, la cercanía “virtual” con
todos los países del mundo) podemos decir que el apego o sentimiento de
pertenencia se palidece. Y se manifiesta en forma de protestas o movilizaciones
para un Estado al que, como dice Miller, nuestras exigencias poseen legitimidad.
Pero aunque creemos que esto “palidece” al nacionalismo, la unión en las protestas
y movimientos sociales dice lo contrario.

49
Cfr. Miller, D., “Cosmopolitanism: a critique” en Critical Review of International Social and Political Philosophy, 5:3, 2002, p.
82.
50
Ibíd., p. 83.
51
Ídem.
52
Cfr. Ibíd., p. 84.
Además de lo anterior, cómo observa Kleingeld, las razones del patriotismo (y por
ende, de nuestra parcialidad moral) pueden tener diferentes fuentes: desde el deseo
de proteger unas instituciones que garantizan una forma de vida con libertades
(patriotismo cívico), el apego a una nación (patriotismo nacionalista), o apegarnos
un país por reflexión o directa apreciación de sus cualidades (Trait-based
patriotism).53 No me interesa decir cuál de ellas es válida ni más importante que
otra. En lo que quiero hacer hincapié es en la necesidad de que haya alguna
motivación para sentir un deber moral especial.
De esto pueden sacarse ciertas conclusiones. Si el proyecto moral cosmopolita
aspira a tener éxito debe haber alguna forma de que la “identidad cosmopolita” se
asiente de manera firme en la psicología humana. Esto, siguiendo el modelo de la
“ciudadanía”, requiere la formación de dicha “identidad” y la generación de un
sentimiento de pertenencia, en este caso, a la comunidad de comunidades, la
humanidad. Ahora bien, como hemos visto, la idea misma de esta identidad
cosmopolita es contraria a la “psicología moral del nacionalismo” (pues esta requiere
la identificación con un grupo y la consecuente identificación de otro como lo
opuesto, lo enemigo) y en la realidad lo que encontramos es una pluralidad de
Estados diferentes que afirman sus intereses y proyectos sobre los demás. Pero
para no ir tan lejos, las diferencias (grupales) se dan incluso en comunidades más
pequeñas como provincias o municipios.
En primer lugar, los mecanismos psicológicos de la formación de identidad nacional
cubren una necesidad fundamental de los seres humanos, más allá de sentir (o no)
amor o devoción por la nación, es evidente que las naciones tienen un papel
fundamental de la formación de nuestra identidad. El cosmopolitismo no responde
a una necesidad de este tipo y por ello no es fácil ver cómo puede arraigarse en la
personalidad de los individuos. Incluso, a pesar de que se pregone a los cuatro
vientos que nuestra realidad es “cosmopolita”, nuestras instituciones básicas, más
concretas, y sobre todo las que más tienen influencia en nuestras vidas cotidianas
son “nacionalistas”. Lo cual, por ende, generará y potencializará las identidades
nacionales. Sobre todo, no es fácil tampoco ver, cómo podríamos sentirnos

53
Cfr. Kleingeld, P., “Kantian patriotism”, pp. 318-322.
identificados o que pertenecemos a una “comunidad” que no ocupa ningún lugar,
sino que parece ser sólo imaginaria. Javier Muguerza es optimista respecto a que
esta comunidad no es sólo imaginaria sino que:
[…] continuaría siendo aquí y ahora una comunidad en el sentido sociohistórico del
término y no tendría por qué llegar a tanto como constituir una comunidad “ideal” o
trascendental, comunidad por otra parte imposible de concretar en lugar o instante
alguno y en cuyo nombre nadie podría hablar sino los individuos reales que pueblan
hoy por hoy este planeta […]54

La “comunidad humana” con la que intenta identificarnos el cosmopolitismo es una


abstracción que para MacIntyre puede tener consecuencias negativas para nuestra
vida en comunidades nacionales, pues es una idea:
[…] cuya abstracción, según sostiene, debilita su fuerza de motivación y comporta
el riesgo de disolución de los vínculos morales que unen entre sí a los miembros de
una comunidad, vínculos a menudo sustituidos por meros lazos de interés recíproco.
[…]55

Pero además, podría incluso ser que MacIntyre no tenga nada de qué preocuparse,
pues puede que la idea de pertenencia a la “comunidad humana” no se arraigue lo
suficientemente fuerte en nuestra personalidad como para motivarnos a actuar de
cierta forma, incluso a sentirnos “ciudadanos del mundo”. Si ya es bastante difícil
concebir la idea de una “comunidad humana” y nuestra pertenencia a ella, lo es más
el hecho de que como ciudadanos cosmopolitas nos sea difícil ver “beneficio”56
alguno que venga de tal membresía.
El camino hacia el cosmopolitismo (como la construcción de una identidad
cosmopolita) es largo y difícil. Y lo es porque el cosmopolitismo parece ser lo
opuesto al nacionalismo. No subestimo el avance que representan las instituciones
de carácter cosmopolita, pero sí pienso que el hecho de nuestra psicología y la
existencia de Estados-nación es una barrera constante para generar esta “identidad
cosmopolita”. Kant parece haber reconocido las limitantes del cosmopolitismo y

54
Muguerza, J., Op. Cit., p 365.
55
Ibíd., p. 362.
56
Puede considerarse, en analogía con la “identidad nacional”, que las instituciones cosmopolitas como la ONU, la CPI o el
DIF son el análogo al Estado (como conjunto de instituciones jurídico-políticas) que proporciona la protección de ciertos
derechos (humanos) sin importar la nacionalidad, la raza, o la religión. Pero es difícil ver inmediatamente cómo éstas
contribuyen a nuestro bienestar y que pudiera ayudar a confeccionar nuestra identidad cosmopolita. No considero instituciones
cosmopolitas, como algunos lo hacen, al Fondo Monetario Internacional o al Banco Mundial pues no me parece que exista un
compromiso en ellos para combatir las injusticias y la protección de los derechos económicos y sociales de los individuos.
Estas instituciones, más bien, protegen los intereses de las transnacionales, particulares y los Estados (que, desde el punto
de vista cosmopolita, no deberían tener primacía moral).
aceptó la pluralidad de Estados existentes junto con la imposibilidad de crear un
Estado-mundial (Volkerstäat) y conformarse con una Confederación de Estados
(Volkerbund).57 Sin la generación de una “identidad cosmopolita” difícilmente estas
instituciones podrán esperar ayuda de sus ciudadanos cosmopolitas.
Con todo esto, el panorama no es completamente pesimista. Al respecto, el
contenido moral del cosmopolitismo puede verse como una atemperador del
siempre latente nacionalismo “agresivo” que puede generar conflictos bélicos entre
las naciones. Kant no estaba equivocado en que se necesitaba un antídoto para la
siempre latente inclinación nacionalista. Ante este, propuso dos cosas: una dosis de
cosmopolitismo político (la construcción de una federación de Estados republicanos
que regulara o fuera capaz de dirimir los conflictos estatales, instituciones que
tengan influencia en los diversos Estados) y un cosmopolitismo moral (la idea de
que todos los seres humanos poseen dignidad moral y que ello conlleva la atribución
de un deber moral hacia ellos).
El asunto parece marchar bien, con sus respectivas reservas, con respecto a las
instituciones cosmopolitas. Los Estados ya no son las unidades máximas y
supremas. La dificultad está en arraigar la “identidad cosmopolita”, como hemos
afirmado, y en la siempre latente bomba de tiempo que puede representar la
identidad nacional generada y manipulada a veces, por los Estados. Con todo, me
parece que una posibilidad a esta cuestión es lo que propone Martha Nussbaum, el
proyecto de una educación cosmopolita, que generaría, creo, una moral capaz de
contribuir a pensarnos como ciudadanos del mundo y acercarnos más arraigar la
identidad cosmopolita.
[…] Si, como creo deberíamos hacer, adoptamos la moral kantiana con todas sus
consecuencias, es preciso que eduquemos a nuestros hijos para que se preocupen
por ello. De otro modo, no hacemos sino educar una nación de hipócritas morales
que hablan el lenguaje del universalismo pero cuyo universo, por el contrario, tiene
un alcance restringido e interesado. […]58

Bibliografía
Avishai, M., “La psicología moral del nacionalismo” en McMahan, J., et all [comp], La moral del

57
Cfr. Kant, I., Op. Cit., pp., 154-6.
58
Nussbaum, M., Op. Cit., p. 24.
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