La compraventa a plazos resulta ser un eficaz agente de desarrollo
económico y social que dinamiza la producción y la demanda de los bienes muebles duraderos al facilitar a las clases sociales menos pudientes la disponibilidad inmediata de los mismos pese a carecer de la suficiente liquidez para su adquisición. Sin embargo, esta situación provoca un desequilibrio en el juego de intereses y prestaciones que preside el clásico negocio de compraventa, en tanto que el vendedor se desprende de la cosa vendida en favor del comprador pese a no haber recibido en su totalidad la contraprestación debida por éste, esto es, el precio de la cosa. Por esta razón, se hace preciso articular una serie de medidas que garanticen suficientemente al vendedor la percepción de su crédito.
La vigente Ley 28/1998, de 13 de julio1, de venta a plazos de bienes muebles
(en adelante, LVP) no ha perdido de vista esta necesidad y, ya en su art. 1, señala como objeto específico de regulación por la misma « las garantías que se constituyan para asegurar el cumplimiento de las obligaciones nacidas» de los contratos de compraventa a plazos y de financiación por ella disciplinados. De este modo, buena parte de sus preceptos tienden a proporcionar a vendedores y financiadores los derechos y garantías que les permitan afianzar su posición contractual, asegurándoles el cobro del precio o el reembolso del préstamo concedido. En este sentido, la LVP, pese a que, según se infiere de lo dispuesto en su art. 7.10, permite a las partes contratantes acordar el establecimiento de «cualquier garantía (admisible sobre bienes muebles) de las previstas y reguladas en el Ordenamiento jurídico2», se limita a regular de forma específica tan solo algunas de ellas que, precisamente, constituirán el objeto de nuestro estudio en las siguientes páginas de este trabajo. Así, ante el incumplimiento del comprador, permite la LVP (ex art. 10) al vendedor o, en su caso, al financiador optar por solicitar la resolución del contrato o bien exigir su total cumplimiento a través del procedimiento de ejecución singular previsto en su extenso y proceloso art. 16; pero son, sin duda, las garantías que recaen sobre el propio bien vendido las que tratan de garantizar con mayor vigor la posición jurídica de vendedores y financiadores no solo frente a la potencial debilidad económica de los compradores, sino, sobre todo, frente a la actuación de los acreedores de éstos: nos referimos a la reserva de dominio y a la prohibición de disponer que pueden ser así consideradas como las principales garantías mobiliarias instauradas por la LVP en defensa de los intereses de vendedores y financiadores.