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Snobismo Musical

Hay que reconocer ese accidente histórico que surgió más de quinientos años atrás: la
llegada del europeo a América, sin negar la gran aportación y trascendencia de la cultura
ibérica a la cultura latinoamericana. Si hoy la cultura latinoamericana tiene nombre y
apellido; si podemos afirmar que hay un hilo conductor que nos une a todos los pueblos
llamados "latinoamericanos", ello se debe a la presencia de la cultura ibérica en nuestro
espacio geográfico. De la transformación y síntesis que surgió de la interacción entre los
aborígenes, los peninsulares y luego los africanos, nace una nueva civilización producto
de la extraordinaria simbiosis del descubrimiento mutuo y de los encuentros que han
contribuido a la forjación de una cultura con perfil propio que hoy nos define como parte
de ese conglomerado de pueblos denominado Latinoamérica.
En lo que a la cultura puertorriqueña respecta, es imperativo destacar el hecho de que,
como factores negativos de la herencia colonial española, hemos tenido que padecer el
azote inmisericorde del exterminio de nuestra población aborigen, así como de la
inferiorización de ésta. Hemos tenido que padecer el azote del autoritarismo, el
clericalismo, el militarismo, el racismo y, en consecuencia, el elitismo cultural.
El establecimiento de este elitismo cultural, específicamente del musical, para nuestros
propósitos, se debe en gran medida a los conquistadores y colonizadores españoles que
además de transmitirnos sus enfermedades, transplantaron una supuesta cultura musical
superior en nombre del cristianismo, ignorando y/o negando la cultura aborigen. Con el
paso del tiempo y tras la evolución y síntesis, las clases alta y media criollas utilizan esta
cultura musical europea como herramienta para mantener su propio "status quo".
La perpetuación de este snobismo (ya que el "snob" mantiene un aire de superioridad y
menosprecia lo que él considera inferior), es obra de varios factores sociales. Un factor es
la educación musical. La tendencia a deificar a los compositores y a la música del pasado
es un fenómeno cultural que hemos heredado de Europa. Por ejemplo, hay que re-evaluar
los cursos de Apreciación Musical, donde se le está enseñando al discípulo,
inconcientemente quizás, que la única música legítima es la del pasado. Muchos de los
educadores de estos cursos no entienden ni tienen ningún interés en la música
contemporánea, ya sea culta o popular. Le suben las narices a toda música que no sea
una "obra maestra" certificada y más aún si no está escrita por un europeo muerto.
Cualquiera que fuesen las deficiencias pedagógicas de la Apreciación Musical, ésta tiene
gran éxito como estrategia de mercado. En vez de focalizarse en la música como tal, los
"educadores" de la Apreciación Musical se fijan en la reputación y la personalidad; los
grandes compositores, los grandes intérpretes. La antipatía a la modernidad, a la cultura
contemporánea, produce un catálogo permanente de mercancía: obras maestras
familiares que se pueden reciclar sin fin. El resultado es un público manipulable para la
música sinfónica y de cámara, siempre y cuando la música sea famosa, vieja y europea.
Este proceso de deificación ha dividido la música en santa y pecadora, alta y baja.
Sinfonías encerradas en un relicario para ser veneradas por un público privilegiado pero
pasivo, en vez de un público diversificado y demostrativo. Este rito deificado de los
conciertos de hoy día con un artista "aloof" y un público complaciente, es un legado de
este desarrollo snobista.
Otro aspecto que ha contribuido a perpetuar la situación, se encuentra en los mismos
profesionales de la música: los críticos, los directores de orquesta, los musicólogos y los
músicos sinfónicos. Cuántas veces hemos escuchado a personas decir después de un
concierto: "era interesante"; o "no sé si me gustó, pero como yo no sé nada de música"; o
"me gusta la música pero no entiendo la música contemporánea"; etc. Persiste la noción
de que la música es algo que tiene que ser entendido, aunque nadie sabe exactamente
qué es lo que hay que entender. Entendimiento implica, en este caso, sentido, y no una
estructura definible. Por lo tanto, el público ha renunciado en general a opinar y pensar
por sí mismo, delegando esa tarea a los profesionales. El poder de la palabra del
profesional manipula fácilmente la opinión pública. Se ha creado el mal hábito de buscar
razones pretensiosas para la música, en vez de sencillamente disfrutarla. En realidad, al
profesional le interesa perpetuar la estética y la técnica europeas para mantener su
estatus y prestigio como "connoisseur" de la buena música. Y más aún, ha convencido al
público de que esta es la manera en que debe ser. Lo que cuenta es la opinión del
profesional - no importa lo que crea el público. Bajo condiciones normales, este tipo de
endoso no sería suficiente para mantener el snobismo musical que nos aflige.
Si lo analizamos, existen sólo dos tipos de música: la música bien hecha y la música mal
hecha. El resto es cosa de gusto personal. El único criterio a considerarse debe ser la
excelencia artística y no necesariamente la popularidad o reputación. Si nos gusta pensar
que la música de concierto tiene la noble encomienda de trascender las dicotomías de
privilegiados-oprimidos, superiores-inferiores, ricos-pobres, ellos-nosotros, sería muy
saludable evitar la presunción. En otras palabras, bajar del pedestal, de la torre de marfil.
Se debe buscar el camino hacia los instintos musicales básicos del ser mortal común, del
cual se deriva la música, para el cual y por el cual se produce,y sin el cual no puede
existir. Me parece que muchos de los profesionales de la música de concierto han perdido
contacto con los gustos y realidades del pueblo. Quizás por considerarlos inferiores o -
algo que se ha perpetuado por la superstición popular - que la música clásica es por
definición superior a la música popular.
Si un arte va a ser verdaderamente contemporáneo, tiene que tener la fuerza cultural y el
apoyo de la sociedad en que nació. Una de las peculiaridades de la sociedad
latinoamericana es la costumbre de muchos intelectuales de pensar sobre cultura en
términos europeos, como si la cultura fuese exclusivamente sinónimo de los gustos y
logros europeos en la música, las artes plásticas, la literatura, etc. Es natural que un
compositor que tiende a ser cerebral, prefiera continuar con la tradición europea; ya que
los grandes nombres y obras maestras de la historia están asociados con esa tradición.
Quizás piensa que su estatus y prestigio como compositor "serio" peligra, si renuncia a
esa tradición. El concepto histórico que parte de la premisa de que toda música es
producto de individuos, fuera del espacio y del tiempo, con muy poca o sin ninguna
influencia de la sociedad, contribuye a distorsionar esta realidad. La realidad es que la
música no puede existir sin un público. La historia de la música es la historia de
compositores y obras que se han dado a conocer de una forma u otra. Todas las crisis en
la historia de la música de occidente han sido crisis basadas en la relación entre productor
y consumidor. En esencia, han sido conflictos entre complejidad y simplicidad. De hecho,
durante todo el curso de la historia de la música se puede comprobar este círculo vicioso
de períodos de simplicidad con períodos de complejidad. La música muy sencilla deja de
ser un reto para el oyente y pierde su interés. La música muy complicada lo frustra e
igualmente él le pierde el interés. A mi entender, la música que es compleja no es
inherentemente mejor o peor que la música sencilla. El truco o idea es conseguir el punto
medio.
Como compositor, siempre he tenido el interés de relacionar mi música con la vida que
me rodea. Cómo se puede lograr esa integración de la sociedad hoy día, con los nuevos
avances tecnológicos y científicos y con nuevos problemas sociales, es un reto. Lo que
definitivamente no hace falta es el snobismo que socava cualquier intento de unir nuestra
frágil y fragmentada cultura musical.
Me gustaría pensar que hoy día está surgiendo un nuevo tipo de músico. Un
librepensador que acepta, admira y valida todo recurso sonoro que tenga el potencial de
inspirar y crear. Músicos que no tengan como base la consideración de alta cultura versus
baja cultura para fundamentar su estética. Esto nos permitirá honestidad y verdad para
conseguir la belleza donde quiera que esté, sin negarle esta libertad a otros.

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