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DAVID HUME

1. EVOLUCIÓN DE SU OBRA
Generalmente se caracteriza a Hume como un pensador empirista y escéptico. Lo primero
porque sostiene que todo conocimiento se deriva de la experiencia y no de la razón, tal como
sostenían los racionalistas. Lo segundo, porque las conclusiones que se derivan de sus investigaciones
tienen por término la afirmación de que el único conocimiento absolutamente cierto es el que nos
proporcionan las relaciones de ideas, en cambio, las cuestiones de hecho en las que se
fundamentan el conocimiento físico y el ordinario tienen un valor de verdad meramente
probable.
La evolución del pensamiento humeano puede describirse a través de sus dos principales obras:
En el Tratado de la naturaleza humana... (1739) pretende aplicar el método newtoniano a los
asuntos morales, entendiendo por moral el conjunto de costumbres o hábitos del ser humano en
cualquier dominio del saber tanto práctico como teórico. El proyecto primero de Hume tiene como
finalidad de construir una ciencia de la naturaleza humana. Centrándose en examinar “la extensión y
las fuerzas del entendimiento humano, y explicar la naturaleza de las ideas que empleamos y de las
operaciones que realizamos al argumentar”.
En La investigación sobre el entendimiento humano (1748) abandona la idea de crear una
ciencia del hombre, y ya no pretende aplicar el método de Newton. La nueva obra es mucho más
breve, se centra en el análisis del entendimiento humano, y tiene un fuerte carácter crítico. En ella
Hume pretende determinar los límites del conocimiento y el instrumento de análisis se centra en la
distinción entre cuestiones de hecho y relaciones de ideas.
En definitiva, abandonado el primer proyecto sistemático, se dedica a estudios críticos diversos:
moral religión, política, economía... a la manera de cualquier otro filósofo ilustrado, empleando en
ellos el método descriptivo e histórico.
2. EL CONOCIMIENTO HUMANO
Hume divide los actos y contenidos de conocimiento, que en general llama percepciones, en
impresiones e ideas.
Las impresiones son los actos y contenidos originarios del conocimiento. Pueden ser de dos
clases:
1. Impresiones de sensación: tienen su origen en los sentidos externos y son absolutamente
originarias.
2. Impresiones de reflexión: surgen de nuestra actividad mental interna.
Las ideas se derivan de las impresiones. Hume explica el origen de las ideas recurriendo al
Principio de asociación de ideas: las ideas son elaboraciones que la memoria y la imaginación
producen al trabajar las impresiones, tales ideas no están separadas en nuestro intelecto, sino que
aparecen asociadas entre sí en virtud de tres leyes fundamentales: semejanza, contigüidad y causa-
efecto:
- Semejanza: asociamos las cosas parecidas entre sí, por ejemplo, la relación que existe entre
un paisaje pictórico y un paisaje natural.
- Contigüidad: asociamos cosas que comúnmente aparecen próximas en el tiempo y en el
espacio, por ejemplo, la visión de una mano nos lleva a pensar inmediatamente en el resto del cuerpo, o
relacionamos las dos de la tarde con la hora de la comida.
- Causa-efecto: se basa en la costumbre o en el hábito de relacionar fenómenos entre sí
suponiendo que el primero origina el segundo, ejemplo, si una bola de billar choca con otra, la segunda
se desplaza a causa del choque. Una vez observado este fenómeno tendemos, por el hábito a suponer
que siempre que suceda lo primero, sucederá lo segundo. Sin embargo, según Hume, causa y efecto son
dos hechos diferentes, únicamente conectados por nuestro hábito, y no por sí mismos.
La diferencia básica entre ideas y impresiones radica en dos características: Las
impresiones son originarias respecto a las ideas (las auténticamente originarias son las de sensación,
mientras que las de reflexión, tienen sólo una originalidad relativa, en orden a aquellas ideas que
puedan derivarse de ellas). Las impresiones son más vivaces que las ideas. El criterio de distinción
entre impresiones e ideas es la vivacidad:
“En cambio, todas las impresiones, es decir, toda sensación -bien externa bien
interna-, es fuerte y vivaz: los límites entre ellas se determinan con mayor precisión, y
tampoco es fácil caer en error o equivocación con respecto a ellas. Por tanto, si
albergamos la sospecha de que un término filosófico se emplea sin significado o idea
alguna, como ocurre con demasiada frecuencia, no tenemos más que preguntarnos de
qué impresión se deriva esta supuesta idea, y si es imposible asignarle una; esto serviría
para confirmar nuestra sospecha.” D. Hume, Investigaciones sobre el entendimiento
humano.
Según el principio empirista, afirma que todas nuestras ideas se derivan de la experiencia,
y por lo tanto, los límites de nuestro entendimiento están marcados por ella. Por otra parte, las ideas
son "Todas nuestras ideas no son sino copias de nuestras impresiones, es decir, que nos es imposible
pensar algo que no hemos sentido previamente con nuestros sentidos internos o externos"
[Investigación...]
Este criterio permite negar las ideas innatas de los racionalistas:
1. Si innato significa simultaneo a nuestro nacimiento, entonces no existen ideas innatas, ya que
antes de haber nacido, según Hume, no hemos recibido impresión alguna.
2. Sin embargo, si entendemos innato como natural, entonces todas nuestras percepciones son
innatas.
3. Si por innato se entiende lo que es original y no copiado, entonces sólo las impresiones
pueden ser llamadas innatas.
El criterio de copia tiene otra virtualidad, además de la negación de la existencia de ideas
innatas racionalistas: Toda idea que no se corresponda con alguna impresión carece de significado,
y por lo tanto, puede ser desechada.
Se considera a Hume un nominalista porque niega que existan ideas generales (los
universales de la Edad Media) Todas las ideas son, según el escocés, estrictamente particulares,
aunque solemos vincular a estas últimas entre sí asignándoles un término general. Por ejemplo, la
idea general designada con el término caballo surge de las relaciones de semejanza que establecemos
entre diversos ejemplares animales que reúnen un conjunto de características comunes según nuestra
imaginación y memoria, sin embargo cada animal nos proporciona impresiones diferentes.
Todo lo anteriormente dicho tiene como inmediato resultado la destrucción de la metafísica, ya
que sus objetos, tales como la idea de sustancia, de alma inmortal y de Dios, no poseen ninguna
impresión a su base, y por lo tanto carecen de significado a nivel científico.
Cuestiones de hecho y relaciones de ideas
Hume se apoya en la distinción leibniziana entre verdades de razón y verdades de hecho. A
las primeras se refiere como relaciones de ideas: son necesarias y su negación implica contradicción.
Se trata fundamentalmente de tautologías basadas en el Principio de Identidad si son afirmativas, y en
el de Contradicción si son negativas. Son universales. Pertenecen a este grupo todas las verdades
matemáticas y las leyes lógicas. Ejemplo: "Un triángulo es una figura geométrica con tres ángulos".
A las segundas, las verdades de hecho, las denomina cuestiones de hecho y son contingentes y
su opuesto no implica contradicción. Se refieren a hechos de la experiencia. Ejemplo: "Hoy llueve",
será verdadera si y sólo si lo confirma la experiencia y será falsa si no se corresponde con ella. Son
verdades meramente probables.
A las relaciones de ideas corresponden razonamientos demostrativos, a las cuestiones de hecho
razonamientos meramente probables:
El problema de la realidad (cuestiones de hecho)
Después de establecer la distinción anterior se plantea el problema de la realidad. La existencia
de la realidad presente y pasada resulta evidente porque de ella tenemos noticias o bien por las
impresiones presentes, o bien por la facultad de la memoria que retiene los recuerdos de las
impresiones pasadas. El problema está en el futuro, ya que sobre él no podemos tener ninguna
impresión: el hecho de que hoy salga el sol no significa que mañana saldrá, o dicho de otra manera,
que el sol salga hoy no es causa para que se produzca el efecto de salir el sol mañana. Según Hume,
todos los razonamientos acerca de cuestiones de hecho parecen fundarse en la relación de causa-
efecto, y tan sólo por medio de esta relación podemos ir más allá de nuestra memoria y sentidos. Pero
¿es ésta inferencia válida científicamente?. El principio de causalidad, que utilizamos para hacer estas
inferencias o predicciones futuras no es un principio lógico o a priori, sino el resultado de la
experiencia pasada que extrapolamos al futuro, y por el hábito, creemos que algo que ha sucedido en
el pasado volverá a repetirse en el futuro (efecto) si concurren las mismas circunstancias (causa). Pero
Hume demuestra que el solo examen racional de una cosa en sí misma no permite descubrir los efectos
de que pueda llegar a ser causa. Por ejemplo, si vemos por primera vez el fuego no tenemos manera de
saber que puede quemar, sólo cuando hemos experimentado que en efecto el fuego nos ha quemado o
lo hecho a otras personas o cosas podemos afirmar que el fuego puede ser causa de una quemadura.
Por lo tanto el principio de causalidad es fruto de la experiencia. Tal principio, el de causalidad, está
basado en la semejanza que descubrimos en los objetos o hechos semejantes, la cual nos induce a
esperar efectos semejantes a los que hemos visto seguir de tales objetos o hechos. Pero no es
lógicamente contradictorio que el futuro contradiga al pasado o al presente, luego el principio de
causalidad no es un principio lógico y necesario, sino el resultado de diversas experiencias que
dan lugar a hábitos de pensamiento o creencias. Dicho todo lo anterior concluiremos diciendo que la
certeza de este tipo de juicios basados en el principio de causalidad es meramente psicológica. En
resumen: La ley de la causalidad no es una ley de las cosas, es una ley de nuestro modo de pensar las
cosas, y depende de nuestra experiencia, hábito, etc..., que nos determinan a entender así los
fenómenos.
El instinto y creencia juegan un papel muy importante en la filosofía de Hume. En efecto el
análisis del principio de causalidad muestra claramente cómo Hume restringe el uso de la razón y le
impone límites estrechísimos. Las cuestiones de hecho no nos proporcionan certeza racional, sino
sólo creencia porque son fruto de una especie de instinto natural que nos induce a interpretar la
realidad según un conjunto de hábitos creados por la experiencia.
Como conclusión a la teoría del conocimiento humeana diremos que su investigación sobre las
relaciones de hechos destruye el principio de causalidad en el que se basan las ciencias naturales,
haciendo de sus verdades algo meramente probable.
En cuanto al problema de la unidad e identidad del yo sucede un tanto de lo mismo. Los
racionalistas afirmaban que el yo es sustancial, que consiste en pensar. Según Hume, la idea de un yo,
o de la mente, no se corresponde con ninguna realidad o impresión, es simplemente una creencia sin
valor objetivo, ya que comúnmente nos acostumbramos a pensar que el yo es uno y continuo porque a
él referimos un encadenamiento de percepciones ligadas entre sí por relaciones de semejanza y
causalidad. Es esta asociación la que nos induce a creer en el yo como algo unitario y continuo. Pero
en realidad el yo no es una realidad sustancial, sino un haz de percepciones del pasado y del presente
con expectativas de futuro. La sustancia es un artilugio de la imaginación para poder explicar la
permanencia con que las cosas se nos presentan.
Cuando volvemos sobre nosotros mismos encontramos percepciones diversas (“estados de
conciencia”). Ninguna de ellas pareciéndose al yo sustancial. Igual que fingimos un sujeto que soporte
las cualidades de las cosas, fingimos un sujeto que soporte las percepciones, impresiones o ideas. Este
segundo sujeto fingido es el yo. Hume no niega que existamos, Hume dice que creemos en el yo como
creemos en el mundo, y, en sentido estricto, tampoco lo conocemos.
En cuanto a la existencia de Dios y las demostraciones de los filósofos, Hume viene a decir
que no demuestran nada, ya que de Dios no tenemos impresión alguna, y aplicando el criterio
empirista del significado, ninguna idea podemos tener de él. Por lo tanto la existencia en Dios, al igual
que sucede con la inmortalidad del alma, no es más que una creencia, y no objeto de conocimiento
alguno.
3. MORAL, POLÍTICA Y RELIGIÓN EN HUME
Si en el plano teórico puede caracterizarse a Hume como un escéptico empirista y psicologista,
en el plano práctico: ético, político y religioso, podemos además adjetivarlo de emotivista y
utilitarista porque rechaza la posibilidad de fundar lo práctico en la razón, tal como pretendieron
hacerlo los racionalistas anteriormente y posteriormente Kant y los idealistas alemanes. Hume, por el
contrario, desplaza toda su atención al análisis psicológico, encontrando en la emoción y el
sentimiento el fundamento de la ética. En efecto, la razón por sí misma, según Hume, no puede
mover en el hombre el impulso a actuar, sólo la pasión o el sentimiento son capaces de motivarlo. El
único papel que le asigna a la razón en el comportamiento consiste en darnos información sobre los
fines que podemos perseguir y los medios más idóneos para conseguirlos, lo cual no implica que
elijamos siempre fines razonables. Dirá Hume, no es contrario a la razón preferir la destrucción del
mundo antes que sufrir el más ligero rasguño en nuestro dedo. Tampoco es contradictorio preferir un
fin menor, antes que uno mayor.
El hecho de valorar una acción como virtuosa o viciosa, buena o mala, no se basa en criterios
objetivos, sino en subjetivos, ya que la aprobamos o desaprobamos en función de un sentimiento de
simpatía o antipatía. Lo que despierta ese sentimiento es la utilidad que la acción comporta para la
comunidad, o lo que es lo mismo que decir: una acción merecerá nuestra aprobación si resulta útil para
la colectividad, y nuestra desaprobación si sucede lo contrario. He aquí el incipiente utilitarismo de
Hume.
En cuanto a la actitud política de Hume podemos decir que es igualmente utilitarista y
positivista= realista. Lo primero porque afirma que es la utilidad de los hombres lo que explica la
formación de sociedades a partir de la célula familiar. Y positivista porque se centra en la
consideración de la política como una realidad histórica, positiva o real. Por ejemplo, Hume mantiene
que el poder es legítimo, no porque se asiente en un origen divino: "Rey por la gracia de Dios", sino
porque ha habido un hecho histórico que ha dado lugar a ello: una usurpación, una transmisión
hereditaria, una elección, etc...
En lo que se refiere a la religión, vuelve a hacer un análisis utilitarista. La creencia religiosa es fruto de
la utilidad y el interés, y, por lo tanto, no se basa en la existencia objetiva de ninguna divinidad. Al
igual que lo hará Kant, critica las demostraciones de la existencia de Dios defendidas por los
diversos filósofos, apoyándose en el argumento lógico de la no contradicción, el cual transcurre más o
menos así: Nada es demostrable a no ser que su concepto incluya contradicción, y como no existe un
ser cuya inexistencia implique contradicción, podemos afirmar que no existe un ser cuya existencia esté
demostrada. Por último, rechaza las doctrinas teístas, las que afirman la existencia de un Dios
personal, porque las considera intolerantes.

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