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Las redes son un filtro. ¿Qué es un filtro?

Es un cristal por dónde se


percibe la realidad. El dato que muestra, el enunciado leído en
Facebook, la imagen que se puede ver en Instagram, ese tuit, esa
explicación encontrada en Google requiere de un lector, de un
espectador, es decir un operador que se llama lector porque las
imágenes se leen. Pero, esa lectura puede estar sostenida o en la
creencia o en la sospecha. Creer en lo que se lee y se mira (que en
esencia es una operación de lectura) o sospechar de lo leído y
mirado.

En la Edad Media la liturgia de los días de la vida estaba dictada por


Dios. Ahora que Dios ha muerto, Google ocupó su lugar. El algoritmo
Google, la inteligencia artificial de la era digital, ocupa el lugar que
Dios ha dejado vacante. Los objetos de esa realidad (virtual) que
capturan la atención del lector obtienen su ser del hecho de estar
inscriptos en esa gran biblioteca de Babel que es internet. De lo
contrario, la existencia le es negada. Y si se inscriben para existir, si
ese objeto efímero y de sustancia peculiar circula en la web su
existencia va a estar atravesada por la fugacidad y la instantaneidad.
Es la condena que recae sobre estos objetos, cuya permanencia en la
existencia depende de la repetición.

Mostrarse en las redes. Exhibirse a la mirada global. Mi ser está


sostenido de esa mirada global. Es una suerte de lógica sartreana
aplicada a la era del Big Data. Soy los que todos leen que soy. No hay
valoración moral en esto. Funciona así. ¿Vamos hacia una nueva
ética, hacia una nueva moral propia de la era digital? No lo sé. Se
verá.

El deseo opera sobre la base de lo que no hay, no de lo que hay. Lo


que no hay, lo que no satisface, causa el deseo. Fuerza pulsionante.
Si el Otro es completo, es perfecto, como un teorema sin resto, como
un algoritmo, eso equivale a la muerte del deseo. La perfección creo
que no seduce a nadie.

Verdad o mentira en las redes. Si hay seres hablantes, la mentira es


inevitable. De lo contrario caemos en paradojas tales como la que
sostenía Epiménides: "Yo siempre digo la verdad".
Ahora, creerse nuestra propia mentira, eso equivale a a la neurosis
de cada uno, ya que cada uno necesita de alguna dimensión de la
mentira para soportar la vida. Verdad mentirosa que tanto Freud
como Lacan llamaron fantasma. Enfrentarse con la verdad será muy
deseable y seductor pero no creo que sea muy confortable vivir
mucho tiempo en ese desierto. Porque la verdad no es ningún
paraíso: la verdad de cada uno es en el fondo insoportable, hay que
tener las agallas de Freud para enfrentarla y sólo se puede acceder a
ella al modo de la alusión.

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