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La congoja ensordece

Unas semanas atrás, compartí un mensaje titulado “La bendición de la soltería”,


en el que hablaba de la congoja que los solteros sienten al no encontrar pareja
y cómo en vez de entristecerse, deberían aprovechar la oportunidad única de
agradar al Señor y servirle. Esto lo hice basado en la Escritura de 1ra de
Corintios 7:32-34. En ella, el Espíritu me dio a entender que la congoja es un
sentimiento que bloquea nuestros sentidos espirituales al punto de limitarnos
en nuestra búsqueda de Dios. De esa manera, los solteros afanados o
preocupados por su edad y su estado civil, no ven cómo podrían dedicar más
tiempo a orar, leer su Palabra y servir en su obra.
Cuando seguí meditando acerca de la congoja, encontré que ésta nos priva de
alcanzar las promesas de Dios en cualquier área de nuestra vida. Por ejemplo,
el pueblo de Israel no escuchó lo que Moisés les debía decir en nombre de Dios,
porque sus corazones estaban acongojados. Lo mismo con los hermanos de
José. Y Abraham, cuando Dios le habló que su esposa Sara tendría un hijo, se rió
y pidió que el hijo de la esclava fuera bendecido. Todos ellos estuvieron delante
de una palabra divina, pero no la recibieron, porque estaban más conscientes
de sus problemas que de Dios.
Esto podría estar pasando en tu vida. Dios puede darte la promesa que te
bendecirá y prosperará en tu trabajo, pero el cansancio de las adversidades te
evita escuchar su promesa y no te ilusionas del porvenir. La congoja y la carga
te podrían apartar del socio o compañero con quien Dios desea bendecirte.
Puedes estar perdiendo la ayuda divina para tu matrimonio por preocuparte
tanto de los problemas. La depresión no te permite gozar de los días que el
Señor te ha dado.
Cuando dejas que la tristeza te invada el corazón, ésta no te permitirá escuchar
a Dios. En vez de confrontarte con su Palabra, buscarás justificar tu tristeza o
amargura. Esto no te deja creer en Dios, porque estás tan centrado en ella que
no puedes decir: “Sí, Señor, creo en lo que tú dices”. La congoja no te permite
disfrutar la vida como Dios siempre lo planeó para ti.
Hay quienes no escuchan su Palabra ni la creen por el sentimiento que llevan en
su corazón. Así hay mucha gente hoy en las iglesias, sentados oyendo mensajes
que les predican, pero pensando en otra cosa. Sus mentes divagan en los
problemas, en los culpables, en las ofensas y en las suposiciones, en vez de
escuchar la Palabra que los puede hacer libres. Es irónico, pero la misma
congoja que los aprisiona, les impide escuchar lo que les libertaría. No
necesitan que el diablo robe la semilla de sus corazones, la tristeza y la
amargura lo hacen.
La voz interna
Todos tenemos una voz interna. Aunque no lo creas, tú mismo eres quien más
se habla a sí mismo. Dentro de ti, escuchas tres voces: la de Dios, la del diablo
y la tuya. Pero la que más resuena es la tuya. Hay quienes se hablan para
motivarse y edificarse a sí mismos, cultivando su fe. Por eso triunfan y son
seguros de sí mismos. Los triunfos y los halagos de los demás sólo confirman lo
que ellos ya han creído anteriormente, y por eso no les afectan. Por el contrario,
hay quienes se autoflagelan con sus comentarios, haciéndose a sí mismos de
menos. Éstos poseen una imagen propia pobre reflejada en su inseguridad ante
los demás. Para éstos los comentarios y gestos negativos de la gente sólo
confirman lo que ya han dicho de sí mismos y les afecta. Por eso se separan de
todos aquellos que les recuerden esa voz interna.
Leyendo Génesis 17, encontré un ejemplo de esto. Abraham se encuentra con
el Señor, quien le confirma promesas que cualquiera de nosotros saltaría de
alegría sólo de escuchar. Pero Abraham no reaccionó así. Cuando el Señor le
habló que su esposa de noventa años tendría un hijo, Abraham se postró hasta
la tierra y se rió. Esto a pesar que Dios le repitió la promesa dos veces. Su acto
de postrarse podría interpretarse como un gesto espiritual, pero no fue así. El se
agachó para que Dios no viera lo que iba a decir. Se rió porque no creía lo que
estaba escuchando. Pensó que ya era demasiado viejo para tener un hijo con su
esposa estéril, así que se había resignado a criar al hijo que la esclava Agar le
había dado. El pensó dentro de sí algo equivocado. Su edad y la falta de un hijo
lo tenían acongojado, y eso le evitó escuchar la mismísima promesa que por
tanto tiempo había deseado.
Como sabrás, el Señor le reprendió por su incredulidad y le afirmó que nacería
Isaac, el hijo de la promesa. Hasta le dio el tiempo del cumplimiento: un año. Y
así sucedió. Hoy, el pueblo de Israel existe gracias a una promesa cumplida en
una pareja anciana con problemas de esterilidad. Pero esa historia quedó
escrita para enseñarnos a no confiar en nuestros sentimientos o perspectivas.
Abraham pensó dentro de sí algo que trajo a luz en la conversación con Dios.
Así somos nosotros en algunos momentos. Pensamos cosas dentro que nunca
decimos, pero que sí rigen nuestra vida. Muchas veces son buenas razones,
pero aún así, nos privan de recibir las promesas de Dios. Lo que Abraham debía
haber dicho desde el inicio era: “Señor, te creo”. De igual forma, nosotros.
¿Por qué no podemos creer a la primera? ¿Por qué no podemos creer que Dios
realmente nos ama y nos desea bendecir? Cuando Dios te dé una promesa,
debes decirle: “Te creo”. Todas las promesas de Dios son “Sí” y “Amén” en
Cristo.
Cuando Dios te diga “Te amo” y “eres mi especial tesoro”, dile “te creo”, y los
complejos y la imagen de inferioridad desaparecerán. (Jeremías 31.3, Malaquías
3.17)
Cuando te prometa: “te bendeciré grandemente y te multiplicaré en gran
manera”, respóndele: “te creo”; y la ilusión de una vida próspera y exitosa
florecerá en tu corazón. (Hebreos 6.14)
Cuando te afirme: “ningún enemigo te podrá hacer frente en todos los días de
tu vida” y “te he dado autoridad sobre toda fuerza del enemigo y nada te
dañará”, dile: “Te creo”; y tendrás una vida de victoria. (Josué 1.5, Lucas 10.19)
Y cuando te asegure que “todo pecado ha sido perdonado” y que él es “tu
ayuda y tu libertador”, créele, y vivirás una vida en su gracia, ayudado en cada
prueba que enfrentes. (Efesios 1.7, Salmo 40.17)
El es el Dios que te ve. El mira tu interior y conoce los pensamientos de tu
corazón. Evalúalos tú, y ponlos de acuerdo a su Palabra, y vivirás la vida plena y
abundante que El siempre ha deseado para ti.

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