Vous êtes sur la page 1sur 2

La Semana Santa:

momento privilegiado
para el encuentro con el amor de Dios

Todos los años, la Iglesia nos regala un tiempo sagrado y litúrgico donde
podemos encontrarnos privilegiadamente con Dios, es el momento central que tenemos
los católicos para renovar nuestra Fe en Cristo, para volver a contemplar una y otra vez
el amor que Dios nos tiene, entregando a su propio Hijo; y a su vez, seguir
profundizando en esa relación personal con nuestro Señor Jesucristo, «El cual, siendo
de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de
sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y
apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la
muerte y muerte de cruz. » (Flp. 2, 6-8); ese amor que Cristo nos manifiesta en la Cruz
nos lleva a amarlo cada día más, ya que nadie ha hecho nada parecido por nosotros, y la
Semana Santa es la que, con su ritmo propio, nos pone de frente a este gran amor.

El Papa Benedicto XVI, nos enseña en su primera encíclica que el amor a Cristo
modifica radicalmente nuestra vida: «Hemos creído en el amor de Dios: así puede
expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano
por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,
con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva.» (Deus Caritas est, nº: 1), ese “acontecimiento” no es más que el hecho que
vivimos litúrgicamente en la Semana Santa, y que es fuente de nuestra alegría: que
Cristo padeció en la Cruz para salvarnos y que luego de su muerte, al tercer día resucitó,
he aquí el núcleo de nuestra Fe, de la Fe que nos salva, de esa Fe que nos hace ir al
encuentro de esa Persona que nos revela el verdadero horizonte de nuestra vida; porque
como enseña el Concilio Vaticano II: «el misterio del hombre sólo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había
de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación
del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre
y le descubre la sublimidad de su vocación.» (Gaudium et Spes, nº: 22).

Es así entonces que la vivencia de esta Semana especial que Dios nos regala,
debe estar signada por el amor que Dios nos tiene, y por el amor con el cual le
respondemos a ese Dios que derrama su preciosa Sangre por nosotros; de este modo
podremos ingresar en esa dimensión nueva que Dios nos dona, que es la de los hijos de
Dios, la de los redimidos, la de aquellos que viven su relación personal y comunitaria
con su Señor, alabándolo, amándolo y sirviéndolo, hasta que El vuelva. Esta relación no
es vacía, oscura y sin sentido, sino todo lo contrario, pues los cristianos adoramos a un
Dios vivo, a un Cristo resucitado, y no a una proyección humana, o bien a un mito
inventado por hombres, adoramos a un Dios hecho hombre, y que «puso su Morada
entre nosotros» (Jn. 1, 14), adoramos a ese Jesús que es verdadero Dios y verdadero
hombre, y que nos revela la verdad de nuestra vida a través de su Cruz.

Para nosotros, fieles de la Parroquia Santo Cristo, todo esto debe tener un
resonancia particular, puesto que la imagen de este amor de Cristo entregado por
nosotros en la Cruz es cotidiana, ya que en cada misa, o en cada oración en el Templo,
podemos contemplar a nuestro Santo Patrono elevado por encima de todo y de nuestro
Altar, atrayendo todas las cosas hacia El, lo cual constituye, sin dudas, un memorial
continuo del amor de Cristo, que nos permite, aún fuera de la Semana Santa, seguir
contemplando la obediencia de Cristo, y su entrega redentora.

La Cruz de Cristo es el alimento permanente de nuestra vida espiritual, ya que en


ella no contemplamos muerte, sino amor y vida eterna, vida que se manifestará
plenamente en la Vigilia Pascual, cuando celebremos y nos alegremos que Cristo,
nuestro Señor, ha resucitado.

El Cuerpo y la Sangre de Cristo también constituyen nuestro alimento, puesto


que en cada Misa entramos en comunión con ese Cristo Resucitado y vivo por medio de
la Eucaristía, el sacramento que nos ha dejado el Señor en la Ultima Cena —el Jueves
Santo— como su Presencia permanente y real entre nosotros. Este Cuerpo y esta Sangre
que se nos da en cada Misa es alimento verdadero ya que nos sacia en lo más profundo
de nuestra alma y calma nuestra sed de Dios, pero la Eucaristía es también
manifestación del amor de Dios, puesto que es el mismo Cristo que se da a nosotros en
cada Misa, y es también a su vez expresión de nuestro amor a Dios, porque junto a
Cristo y su sacrificio redentor, nos ofrendamos también nosotros como «hostias vivas»,
es decir, nos asociamos, por Gracia de Dios, a la acción de Jesús.

Todo esto y más, implica vivir santamente esta Semana que Dios nos regala para
confirmar una vez más nuestra Fe, nuestra Esperanza y nuestro Amor, pidamos entonces
a Nuestro Señor que nos conceda la Gracia de poder ingresar en la Semana Santa, ya
desde el Domingo de Ramos, con un corazón atento a su amor, atento a su Cruz, atento
a su Viernes Santo, donde muerto por nuestros pecados, nos da su mismo Cuerpo y su
misma Sangre, para que unidos a El y a su resurrección podamos dar testimonio a
nuestros hermanos, por medio de obras de amor, de lo que Dios obra en nuestra vida.

Guillermo L. Gomila

Vous aimerez peut-être aussi