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LA CATEQUESIS AL SERVICIO DE LA “COMPETENCIA CRISTIANA”

La teoría del acto catequético o de la acción de catequizar propuesto en esta reflexión, no pretende de ninguna
manera sustituir a otras modalidades o enfoques. Pretende por lo contrario enriquecer, a través de un enfoque
específico, la comprensión plural que podamos tener.

NOCIÓN DE COMPETENCIA
La noción moderna de “competencia” ha sido construida o forjada en el ámbito empresarial y por lo mismo, levanta
suspicacias. La “competencia” es la calidad de una persona capaz de lograr sus objetivos con imaginación en el
compromiso con las personas como también la capacidad para adaptarse a los imperativos de la acción cotidiana.
Por lo tanto la “competencia” comporta tres aspectos esenciales: La creatividad, la eficacia y la responsabilidad.
Esta noción de “competencia”, subrayémoslo, concierne a la gestión creativa y responsable de situaciones globales.
Se diferencia, desde este punto de vista, de la de “experto” que, se refiere al dominio específico muy puntual de
algunas realidades.
Esta noción de competencia ha pasado ya hace un tiempo al dominio pedagógico-curricular. Se viene hablando ya
hace un buen tiempo de “pedagogía de las competencias”. Desde esta óptica, el sistema educativo se propone como
objetivo lograr un ciudadano capaz de responder de manera acertada a las situaciones-problema que encuentre o
encontrará en las diferentes situaciones de su existencia. Desde esta visión, concebimos la formación como un
equipamiento del alumno para que logre hacerse cargo de su vida en las diferentes dimensiones y que pueda, de esa
manera, contribuir a la construcción de la sociedad con talento y rigurosidad, con creatividad y responsabilidad.
Esta competencia, bien entendida, no es adquirida de una vez para siempre; implica un continuo desarrollo. Por lo
tanto es en la medida en que se multiplican y diversifican los problemas encontrados que la competencia se
acrecienta y desarrolla en ese ejercicio continuo.
Proponemos por lo tanto esta definición general de competencia:
“Es la aptitud de una persona a movilizar, de manera integral y creativa, un conjunto de recursos (saberes, saber
hacer, actitudes, saber convivir, saber confiar) para responder adecuadamente a las situaciones dadas, siempre
singulares y únicas, y a mejorar continuamente esta aptitud por el ejercicio constante a través de diferentes
situaciones. Como dice, Ph. Zafirian: “La competencia es una inteligencia práctica respecto a las diferentes
situaciones que se me aparecen que se apoya sobre conocimientos adquiridos y los transforma con tanta mayor
fuerza según la diversidad de situaciones o problemas lo exigen”.
Precisemos que la noción de competencia tal como la acabamos de definir no está ligada al concepto neo-liberal de
“competitividad” a través de la cual se pretende mostrar mejor “performant-performance” (hacer mejor-ser mejor)
que los otros; ganar más que los otros, lograr mejores éxitos y acaparar mejores puestos en el mercado.
Asimilar la noción de “competencia a la de competitividad” sería volver, en pedagogía, a instrumentalizar a los
alumnos a favor del sistema neo-liberal en lugar de equiparlos para una autonomía, libertad, desarrollo socialmente
creativo y responsable. Al contrario, en otro sentido totalmente distinto, la noción de competencia tal como la
venimos presentando y entendemos se asimila a la noción humanista de “excelencia” de “lograr lo mejor”. En este
sentido, ser competente, es excelencia en el arte de vivir y de encarar la vida, de tomar y asumir sus
responsabilidades, de participar en la vida social, de construir la ciudadanía, de servir a los demás, etc.

LA COMPETENCIA CRISTIANA
¿Se puede transferir esta noción de competencia al campo de la vida cristiana? Esto es lo que pretendemos intentar
en esta reflexión procurando sacar las consecuencias necesarias sobre la pedagogía catequética.
La competencia cristiana, nosotros la entendemos, sencillamente, como la aptitud para llevar adelante la
vida cristiana.

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Designa el arte de vivir de la fe y desde la fe de una manera libre, responsable y creativa; no desde el punto de
vista de una obligación que se impone, sino en virtud de una gracia ofrecida que cada uno acoge y que desea
ver desarrollada en sí mismo como también en los demás, para su propio bien y para el de los demás. Más
concretamente aún, por competencia cristiana, entendemos:
“La aptitud para hacerse cargo de su propia vida desde la fe, para desarrollarla y escribirla a partir de la fe,
esperanza y caridad unida a la comunidad cristiana y en un contexto cultural concreto, movilizando de manera
creativa y responsable los distintos recursos (saberes, conocimientos, saber hacer, actitudes y valores…) de la
Tradición cristiana y de las culturas, y acrecentarla en el ejercicio cotidiano”.

Explicitemos cada una de estas partes de la definición. Esto nos permitirá comprender mejor todos los aspectos de la
“competencia cristiana”.
 La competencia cristiana consiste en “escribir” personalmente, expresar personalmente en
lo cotidiano la vida desde la óptica de la fe. Queremos decir con esto que la vida cristiana es
una obra “totalmente singular y única en cada uno”. Es, por lo tanto, una “autobiografía”, una
escritura de la propia vida que uno redacta y estampa bajo la inspiración del Evangelio y con la
fe como norma fundamental. Esta “regla o norma” no conduce a conformarse de forma fácil y
monótona, rutinaria. Al contrario, la abre al juego de la vida en y desde el Espíritu Santo. En
este sentido, la vida cristiana, es la redacción creativa del “quinto evangelio” que a su vez los
cuatro primeros inspiran y motivan. Por lo tanto la vida cristiana es una vocación, un llamado
dirigido a cada uno: encarnar el Evangelio en la vida de todos los días, de manera singular y
propia, para hacerla cada día más humana.
 Unida a la comunidad cristiana. La fe de la que aquí se trata no es una fe cualquiera, sino la fe
en Jesucristo tal como es transmitida por la Tradición y las comunidades cristianas. El “yo creo”
de los cristianos, bien que totalmente personal, no es nunca en solitario; supone siempre la
comunidad cristiana de fe que le precede y sostiene en esa fe. El “yo creo”, por más personal
que sea, se inscribe siempre en un “nosotros creemos”. Es decir, que la competencia del
cristiano no se puede separar de su pertenencia a la comunidad cristiana; supone la aptitud y
compromiso a moverse dentro de ella, en comunidad, a tomar parte, de manera fraterna, crítica y
creativa, en sus compromisos, encuentros y celebraciones.
 En un contexto cultural concreto. La vida cristiana está siempre inmersa en un contexto
cultural, histórico y sociocultural concreto con sus acontecimientos, problemas y aspiraciones
concretas. Implica la participación en la vida social, una participación en el desarrollo de los
acontecimientos, a comprometerse con los demás seres humanos en sintonía con “los gozos y
las esperanzas” (Cf. G.S. 1). Nada de la vida humana es o puede ser extraño a la vida cristiana.
Y la vida cristiana no tiene sentido si no es para hacer la vida social más humana, según el
Espíritu del Evangelio.
 Movilizando de manera creativa e integral, los recursos de la tradición cristiana y de las culturas.
El término “movilización” indica en este caso que la vida cristiana no es simplemente “aplicación” de los
principios o de las verdades. La movilización implica una elección, una alianza de varios elementos entre los
distintos recursos disponibles y además una activación de esos recursos para lograr encarnar la elección
realizada. Los recursos elegidos son puestos juntos, integrados para lograr un cierto proceso, para construir una
estrategia de resolución de ciertos problemas planteados: cuestiones a tratar, tareas a realizar, proyectos a llevar
adelante, situaciones a gestionar, dificultades a superar, etc. La diversidad de problemas encontrados exige una
inteligencia práctica de las distintas situaciones y una movilización de los recursos totalmente original.
Los recursos en los cuales uno se apoya y que moviliza son los saberes, conocimientos, los métodos, los
procesos por etapas, etc., e incluso otras actitudes como: la paciencia, la resistencia, la fidelidad, la fortaleza.

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Estos recursos pertenecen a la tradición cristiana pero también a las culturas donde la fe es llamada a
encarnarse, a expresarse y a enriquecerse con esos aportes nuevos.
Por ejemplo, Para responder en cristiano a una cuestión moral en un contexto determinado, es necesario
apoyarse o tener en cuenta la tradición cristiana pero también el conocimiento de las situaciones concretas, los
aportes de las ciencias humanas, de la historia, etc.
 Enriqueciendo dicha competencia con el ejercicio mismo de la práctica a través de la
variedad de las situaciones concretas dadas. La competencia cristiana llega a ser
verdaderamente competencia cuando es capaz de mejorarse sin cesar en el contacto con las
situaciones concretas con las que se encuentra. Evaluando de forma crítica las actitudes o las
soluciones adoptadas frente a las realidades. Lo cual quiere decir que la competencia cristiana
no está nunca adquirida del todo; está en proceso permanente.

CUATRO GRUPOS DE SITUACIONES-PROBLEMAS


Tratándose de la vida cristiana, se pueden distinguir cuatro situaciones-problema que las personas, en diversas
circunstancias, tienen que resolver o son llamados a resolver.
1º- Hay, en primer lugar, situaciones-problema que se refieren a la vida privada o a la vida doméstica
(familia, amigos, esparcimiento, etc.) Surgen aquí los problemas que se refieren a las relaciones humanas, a las
relaciones amorosas, a la salud, a la utilización del dinero, a la educación de los hijos, etc. La competencia cristiana
consiste aquí en saber asumir, desde la fe, las cuestiones y los desafíos que se plantean en este sector de la vida
privada doméstica. Por Ej. ¿Qué decirle a la hija de 15 años que ha perdido la fe? ¿Cómo asumir en familia un
fallecimiento o un accidente grave de uno de sus miembros? ¿Cómo cultivar una vida de oración y meditación en
familia? ¿Cómo llevar adelante las dificultades de relacionamiento con los vecinos? ¿Qué signos de fe introducir en
el ambiente que me rodea?
2º- Un segundo grupos de situaciones-problema se refieren a la vida eclesial-comunitaria, a las actividades:
encuentros, celebraciones, acciones, compromisos, etc. de y en la comunidad cristiana.
La competencia cristiana consiste en este caso en tomar parte, con una cierta asistencia, en la vida de la comunidad
cristiana en sus distintos aspectos: litúrgico, solidario y caritativo, festivo, social, jurídico, administrativo. La
competencia del cristiano consiste aquí en participar en las actividades de la comunidad cristiana e incluso a ejercer
o asumir cierta responsabilidad. Por Ej. Asumir la dinámica del ciclo litúrgico, preparar las intenciones para las
celebraciones litúrgicas, conocer los diversos servicios que existen en la parroquia y participar de algunos, conocer
las normas canónicas esenciales que regulan la vida cristiana. Todo esto y más pertenecen a la competencia de la
inserción del cristiano en la vida eclesial.
3º-. Un tercer grupo de situaciones-problema se refieren a la colaboración, con espíritu evangélico, a la
edificación de una sociedad más humana. La competencia del cristiano consiste en asumir de manera activa y
responsable su condición de ciudadano para lograr que la ciudad humana sea más fraterna, más justa, más
impregnada del espíritu de las bienaventuranzas. La competencia del cristiano será permanecer despierto y ayudar a
permanecer despiertos a los demás respecto a los valores de la justicia y de la libertad, discernir dónde se plantean
los problemas al respecto y de ayudar a resolverlos en la medida de sus posibilidades con los medios de los que
dispone.
4º-. Un cuarto grupo de situaciones-problema se refieren a la misión evangelizadora que incumbe a todo
cristiano. La competencia cristiana consiste en este caso en poder dar cuenta, dar razón, dar testimonio de manera
pertinente de la fe que profesa en diálogo con los demás, en tener la preocupación de despertar simpatía en los otros
respecto a la riqueza de la fe para la vida humana, en acompañar a todos los que desearían dar algunos pasos en el
camino de la fe, estar pronto y dispuesto a dar testimonio del Dios de Jesucristo, con propiedad, libremente y en el
respeto a las otras libertades de cada persona, en medio de un contexto cultural concreto.

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EL OBJETIVO, LA FUNCIÓN DE LA CATEQUESIS
Si tal es la competencia cristiana en los distintos ámbitos de la vida y en los distintos dominios donde se ejerce, la
catequesis puede entonces ser encarada como poniéndose al servicio de la adquisición y desarrollo de la
competencia cristiana. Su objetivo será entonces habilitar-autorizar-permitir a los cristianos gestionar su vida desde
la óptica de la fe, habilitar para participar en la vida de la comunidad cristiana, colaborar en la construcción de un
mundo más humano según el Espíritu del Evangelio y testimoniar su fe con el fin de hacerla posible, comprensible
y deseable para los demás.
Para contribuir en la adquisición de esta competencia, la catequesis deberá retomar, asumir las situaciones
concretas: problemáticas a resolver, tareas a realizar, dificultades a superar, desafíos a asumir, pruebas a atravesar,
misiones a cumplir, etapas a superar, las cuales los cristianos comúnmente están comprometidos a enfrentar. Deberá
también discernir sobre los recursos que parezcan los más oportunos y los más útiles para enfrentar los planteos y
cuestiones de la vida humana. Por lo tanto la catequesis tendrá como misión la de equipar al catequizando para
vivir su vida cristiana en el hoy y en el futuro, previendo en lo posible los planteamientos y desafíos que se le
puedan presentar.
LA PRÁXIS DE LA CATEQUESIS DESDE LA ÓPTICA DE LA COMPETENCIA CRISTIANA.
Subrayaremos tres orientaciones para la puesta en práctica de una pedagogía catequística al servicio de la
competencia cristiana.
1º-. Articular los aprendizajes parciales con las situaciones-problema globales y complejas.
La pedagogía de las competencias en la catequesis se esfuerza por adquirir un conjunto de recursos variados
mostrando cómo estos recursos pueden ser movilizados, de manera creativa, para hacer frente a las situaciones-
problema. El proceso de aprendizaje desde esta óptica podría considerarse desde tres miradas:
 O bien, se partirá de tareas complejas a realizar (animar una celebración litúrgica, realizar
una obra de arte, organizar una acción solidaria, proponer un juicio ético sobre una situación
determinada, dar razón de la propia fe en una situación determinada) y, para realizar la tarea se
pasará por una serie de aprendizajes parciales. En este caso, es la puesta en práctica de una tarea
la que propicia el aprendizaje y apropiación de los distintos recursos que se precisarán para
llevarla adelante.
 O bien, se partirá de una tarea ya realizada o de una experiencia de vida (experiencia de
participación litúrgica, experiencia de vida comunitaria, de acción solidaria; experiencia
personal o acontecimiento vivido en grupo, etc.) y, para analizarlos, para comprenderlos o para
evaluarlos, se pasará por una serie de aprendizajes parciales. Es como meterse en la lógica de la
catequesis mistagógica que desarrolla, en diferentes facetas, la riqueza de una experiencia vivida
que abre a un aprendizaje parcial, el cual podrá aplicarse a otras situaciones vividas o a otras
tareas a desarrollar. Una pedagogía de las competencias privilegia los dos estilos de itinerario a
recorrer. Esto no impide que se adopte también, según las circunstancias, un itinerario más
clásico. En ese caso se vigilará para que se realice un aprendizaje sistemático para adquirir los
recursos diversos mostrando cómo esos recursos pueden ser movilizados, dispuestos de manera
creativa para hacer frente a las situaciones-problema.
 En cualquier hipótesis, sean cuales sean los itinerarios recorridos, la catequesis deberá
trazar, diseñar su camino distinguiendo claramente tres niveles de aprendizaje: puntual,
articulado e integrado. En el nivel de los aprendizajes puntuales, se trata de apropiarse de
conocimientos, saberes y de un saber hacer preciso, de acciones prácticas concretas y eficientes.
A nivel de los aprendizajes articulados, se trata de introducir en el ámbito de los significados, de

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la adquisición de sentido o bien en operaciones complejas que articulan un conjunto de
elementos distintos. En fin, en el nivel de los aprendizajes integrados, se trata de aprender a
movilizar y poner en acción una serie de recursos para hacer frente, de manera coherente y
ordenada, a una situación-problema. Los dos primeros niveles de aprendizaje, permanecen
siempre en el orden de las acciones particulares, parcelarias. El último nivel de aprendizaje, el
tercero apuntado, entra dentro de los aprendizajes llamados de integración. Es sobre este tercer
nivel de integración que se dirige la competencia cristiana.
2º-. Ejercitarse en acciones y operaciones de transferencia; capacidad de transferir
La transferencia es una operación que consiste en utilizar los conocimientos o las aptitudes adquiridas en un
contexto determinado y saberlas transferir a otro contexto. La transferencia, en otras palabras, transforma lo
adquirido en herramientas para resolver nuevas situaciones. La transferencia supone una descontextualización de
los saberes y de las aptitudes de su lugar de origen y la recontextualización en un lugar nuevo. Es decir, la capacidad
de adaptar lo adquirido en un momento determinado en el tiempo a otro momento diferente y con una problemática
diferente. Sin duda el proceso interno es movilizador y transformador. Esta recontextualización, capacidad de
adaptación supone ajustes creativos y no solamente repetición, o aplicación estándar. Por Ej., la experiencia
adquirida para realizar una tarea determinada puede ayudar, si se realiza una adaptación criteriosa, a emprender con
éxito tareas de otro tipo. Esta capacidad de transferencia es fundamental en la adquisición y desarrollo de la
competencia. Una persona competente, en efecto, es aquella persona que es capaz de amalgamar, armonizar todo el
bagaje de conocimientos, prácticas y aptitudes para ponerlas en obra, de forma creativa, en las nuevas situaciones.
Si definimos la competencia cristiana como la capacidad de enfrentar situaciones inéditas, el ejercicio de la
transferencia es evidentemente decisivo. Desde esta óptica, la catequesis deberá ejercitar a los catequizandos en los
saberes y las realizaciones que vayan de las más simples a las cada vez más complejas. Por ejemplo, una
transferencia simple consiste en poner en acción un método de lectura adquirido a partir de un texto bíblico respecto
a otro texto cualquiera. Otro caso de transferencia más complejo: un testigo del Evangelio en un contexto diferente
del nuestro puede resultar inspirador, iluminador para nuestro contexto. Pero para que esto sea así, será necesario
que haya analogías entre ambos contextos lo cual ayudaría a renovar la percepción de un contexto y del otro.
Otro ejemplo aún. Cuando San Pablo habla de la vida espiritual como de una carrera semejante a la de un atleta,
utiliza la realidad de la vida humana para hablar de otra vida propiciando así, sugiriendo, introduciéndonos en otros
sentidos inéditos para nosotros; o al menos a descubrir.
El aprendizaje de la transferencia en catequesis puede adquirir diferentes dimensiones y caminos, pero siempre
desde el principio simple de una activación creativa, en los nuevos contextos, de los saberes y de los saberes
adquiridos, de las aptitudes. Lo esencial en la adquisición de la aptitud es crear lazos, vínculos, percibir y descubrir
las analogías entre los distintos problemas o situaciones, poner en obra estrategias de resolución de problemas. Esta
capacidad es la señal de una competencia bien adquirida.

3º-. Adquirir un conjunto de recursos básicos.


Las acciones y operaciones que hemos señalados, de las que hemos hablado en los puntos anteriores requieren un
conjunto de recursos básicos que sean progresivamente adquiridos y articulados entre ellos. Podríamos hablar, por
lo tanto, “de niveles de competencias o dicho de otra manera de sub-competencias” destinadas a ser integradas
en el ejercicio siempre creativo de una competencia más global ya que se trata de hacer frente a situaciones cada vez
más complejas. Distinguiremos seis competencias de base, básicas o sub-competencias, que está llamadas a
articularse entre ellas para construir progresivamente la competencia global del cristiano.

SEIS COMPETENCIAS BÁSICAS DEL CRISTIANO A DESARROLLAR


A-. Poder leer la Biblia

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La aptitud para leer la Biblia es, por supuesto, fundamental en la elaboración de la competencia cristiana. Con la
inteligencia de la fe, constituye uno de los pilares sobre los cuales se fundamenta la competencia cristiana. Además
del objetivo de la familiarización progresiva con el mensaje bíblico, con la riqueza de sus temas que abarcan toda la
gama de situaciones humanas, la variedad de sus libros y géneros literarios, la catequesis vigilará en que adquieran
un conjunto de aptitudes coherentes con los conocimientos. En particular las aptitudes siguientes:
 Poder distinguir y experimentar distintos modos de acercamiento a los textos bíblicos,
especialmente el acercamiento externo al texto que ubica a éste en su contexto histórico y al
acercamiento interno que descubre el texto en sí como un tejido de elementos relacionados.
 Tener un conocimiento acertado, aunque resulte un poco superficial, de la historia bíblica en sus
grandes partes. Conocer la Historia de la Salvación.
 Saber que el orden de los libros en la Biblia no sigue el orden cronológico de su redacción; lo cual
supone una cierta percepción del proceso de redacción de la Biblia
 Saber que el Espíritu Santo, que ha inspirado a los autores de la Biblia, permanece vivo en la
comunidad de los lectores de la Biblia.
 Comprender cómo el Credo de los cristianos encuentra su justificación y su norma en las
Escrituras, en la Historia de la Salvación que ahí se encuentra narrada.

2º-. Disponer para una comprensión justa, estructurada y dinámica del mensaje cristiano.
Esta segunda sub-competencia es tan fundamental como la primera, e incluso más, pues un cristiano, como
mínimo, aunque no sea lo ideal, puede vivir con la sola predicación y confesión de la fe de la Iglesia, sin contacto
personal y asiduo con el texto de las Escrituras. Lo primero, en efecto, en la tradición cristiana, no es la Escritura,
sino la palabra, la predicación de la fe.
La competencia cristiana pasa forzosamente por la comprensión de la fe. Una tarea fundamental de la catequesis
por lo tanto es asegurar esta comprensión de la fe, de una manera simple, accesible a todos pero no simplista.
Ayudar a crecer en esta comprensión de la fe, es ayudar a percibir lo esencial, lo orgánico y la coherencia. Es
señalar que ciertos puntos de la confesión de la fe son anteriores a otros, que aunque sigan siendo esenciales, no
provocan tantas derivaciones. Implica también vigilar para que la fe sea concebida en su integralidad sin que nada
de lo esencial sea omitido, como en su integridad para que ninguna interpretación interesada pueda desnaturalizar
la fe. El Credo proclamado en la liturgia, además de señalar un itinerario catecumenal, tiene un lugar central en la
iniciación de la comprensión de la fe. La catequesis tendrá entonces la preocupación de dar toda la importancia que
tiene el Credo mostrando, en primer lugar, que es un “símbolo”, un sigo para reconocerse entre los cristianos,
expresando de manera breve la gracia que los une y que es ofrecida a todo ser humano. La catequesis subrayará
también cómo el Credo es una confesión de fe eminentemente personal ya que siempre empieza con el “yo creo”,
en primera persona, pero que sin embargo esta confesión de fe personal no es posible sino con el apoyo de la gracia
y el testimonio del “nosotros creemos”. Por lo tanto, para no caer en una interpretación fijista del dogma, la
catequesis deberá aún indicar que el Credo es la norma, la regla de oro de la fe: una regla, si bien ofrece y pone
señales para conducirse, al mismo tiempo abre al ejercicio creativo de la comprensión intelectual y afectiva, de la
celebración, y de la vida de los cristianos según la variedad de las culturas donde se encuentra y de los contextos
personales. Los dogmas cristianos, las afirmaciones esenciales del mensaje cristiano enunciadas en el Credo, lejos
de cerrar la comunicación, hablan del misterio de la comunicación fraterna y filial en la que somos todos invitados
a entrar en el nombre de un Dios trinitario que es en sí mismo movimiento relacional expresado en: dar/ recibir y
volver a entregar lo recibido.
El núcleo de todo esto es que el cristiano, no solamente es, una presencia-testimonio-representación justa del
contenido de la fe, sino que también descubre cómo puede llegar a ser creyente y cómo la vida de fe es una
manera de ser y vivir en relación.

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3º-. Poder participar activamente en la celebración litúrgica como “representación-
actualización de la historia de la salvación”
Capacidad para leer la Biblia y comprensión de la fe no se pueden separar en la vida de los cristianos, pues es el
dispositivo litúrgico y sacramental que les permite celebrar en comunidad y personalmente, apropiarse siempre de
una manera nueva del misterio de la salvación en Jesucristo que les hacer vivir. Por lo tanto participar activamente
en la liturgia entra intrínsecamente en la competencia cristiana. La liturgia es “una puesta en escena”, una
“representación” de la historia de la Salvación.
La liturgia nos “la hace presente” al invitarnos a entrar no solamente como meros espectadores sino como
verdaderos actores de tal manera que nuestra propia historia se convierte en historia de salvación. Por todo esto es
muy importante que en la catequesis se ayude a descubrir que la liturgia se organiza alrededor de dos ejes
íntimamente ligados:
1º-. El eje de la historia de la Salvación en primer lugar, después la primera creación hasta los últimos
enviados y en el centro la celebración de la Pascua. Es este el eje que sigue el ciclo litúrgico anual.

2º-. El otro es el eje de la historia personal y del misterio del desarrollo de la persona humana: bautismo,
confirmación, reconciliación, matrimonio, unción de los enfermos, muerte y pascua.
Notemos además, que el santoral, el ciclo de las fiestas de los santos, es también una manera de introducir en la
liturgia esta dimensión personal.

4º-. Poder moverse, desempeñarse con soltura en el espacio eclesial-comunitario.


La participación en la liturgia, como veíamos en el apartado anterior, constituye la comunidad cristiana cuyo
culmen es la celebración de la Eucaristía. Es ahí, prioritariamente, en efecto, que la comunidad se experimenta
convocada y reunida fraternalmente por la gracia de Dios. Pero la competencia del cristiano relativa a su inserción
eclesial no se reduce a las prácticas litúrgicas. La Iglesia, está formada por comunidades particulares, por
movimientos, por distintos servicios, por celebraciones varias, por costumbres, tiene una historia, una jerarquía que
pastorea, por documentos de referencia, por equipos de responsables, por estructuras, normas canónicas, por una
administración, etc. La competencia cristiana consiste en poder moverse por todo ese tejido eclesial vio y
complejo, con espíritu de solidaridad, de acogida, como también de libertad crítica.
El rol de la catequesis, a este respecto, será de ayudar a descubrir a los catecúmenos ese medio eclesial para que
puedan encontrar ahí su camino y tener voz.

5º-. Poder vivir los valores éticos en una dinámica espiritual: valores, ética y espiritualidad.
Esta quinta sub-competencia del cristiano concierne a los valores y estilos de vida que se inspiran en las Escrituras,
en el Credo y en las prácticas litúrgicas. Lo que está en juego aquí, es la ética de la espiritualidad en tanto que los
valores, la espiritualidad y las prácticas litúrgicas constituyen el espacio de apropiación existencial en la vida
corriente tanto a nivel privado como social, del mensaje cristiano.
En general no es difícil reconocer los valores fundamentales que se desprenden de la tradición cristiana. Por lo
tanto la catequesis tiene como tareas:
 Recuperar los valores cristianos, hacerlos emerger y señalarlos. Ayudar a descubrirlos, nombrarlos
mostrando que si la tradición cristiana ha promovido y cultivado estos valores, pertenecen al tesoro
de la humanidad y pueden ser vividos fuera de la fe. En efecto, todos los valores humanos
promovidos por el Evangelio pueden ser vividos de manera autónoma, sin ser ligados a la fe
cristiana. En este sentido no existe una ética propiamente cristiana, más bien, una manera cristiana
de asumir los valores éticos, que les da un peso, una fundamentación y un sentido suplementario
desde la óptica de la fe.

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 Mostrar cómo la ética puede ser asumida desde una visión de fe y constituirse de esa manera
en espiritualidad. Se puede ser “artesano de la paz” sin necesariamente ser cristiano, pero ser
“artesano de la paz” desde la fe cristiana, es reconocer que, en todo esfuerzo por las paz, el Reino
de Dios se hace más próximo. La competencia cristiana no se reduce entonces a una vida
moralmente buena. Asume y transforma las exigencias éticas dándoles un peso suplementario de
urgencia y de gravedad como de dinamismo y de gracia, bajo el signo incondicional del amor de
Dios manifestado en Jesucristo. Vivir de la fe, la esperanza y la caridad es, entiéndase bien, vivir las
exigencias éticas de la fraternidad humana, pero reconociendo en esa fraternidad la gracia de una
filiación común; hijos de un mismo Padre.
Ser cristiano, en todo caso, no es otra cosa sino reconocerse hermanos y hermanas en Jesucristo; hijos e
hijas de un mismo Dios al que le podemos llamar “Abba, Padre”.
 Ejercitar al catecúmeno en el discernimiento y en el juicio de conciencia en las situaciones en que
haya conflicto entre los valores y los deberes. La catequesis le ayudará a aprender y ejercitarse en cómo
la tradición cristiana se ha esforzado, a través de la historia, en encontrar las soluciones más humanas a los
problemas éticos más complejos. Con el apoyo de esta tradición, enseñará al catecúmeno a adquirir un
juicio crítico y a decidir en conciencia, en las situaciones personales y comunitarias que le sucedan.

6º-. Poder dar testimonio de la fe en un contexto cultural concreto.


Hay una sexta sub-competencia, que la catequesis puede desarrollar: Poder dar razón de la propia fe en el
ambiente cultural determinado en el que me encuentre. Esta competencia consiste en poder participar de la
conversación de los seres humanos, mezclarse en su vida, en sus planteos y cuestionamientos y ahí poder dar
razón de su fe. Esto supone la capacidad de enriquecerse con lo que de noble tiene esa cultura, de expresar la
propia fe como también de saber descartar lo que en esa cultura se opone al Evangelio. Un cristiano maduro
encuentra en cada cultura la forma de madurar y enriquecer su fe y de enriquecer, a su vez, esa misma cultura y
sus realizaciones con la inspiración de la fe. El cristiano maduro es alguien que es capaz de acompañar
fraternalmente el proceso de fe de otra persona dando y recibiendo.
Estas seis competencias de base que venimos de describir son diferentes pero se implican las unas a las otras. En
los distintos grupos de situaciones-problema que hemos mencionado, están llamadas a compenetrarse, a actuar
una en el campo de la otra, constituyendo así un recurso para vivir la fe.

CONCLUSIÓN
Quisiéramos terminar esta reflexión que hemos iniciado hablando de las competencias en la empresa, después en
el ámbito pedagógico y terminando con la competencia cristiana, señalando que la noción de “competencia”
encuentra sus raíces más lejanas en la misma tradición catequética de la Iglesia primitiva. En el catecumenado de
los primeros siglos, los “competentes”, que son llamados también los “electos” designaban a los catecúmenos de
la fase última de su preparación al Bautismo durante la vigilia Pascual. En este contexto, el verbo “competir”
significa “desear juntos y ardientemente”. Los “competentes” son, entonces, los catecúmenos totalmente
lanzados por el deseo de ajustarse, con todas sus fuerzas y en comunidad, a recibir la gracia del Bautismo. Este
deseo, bien entendido, nunca será totalmente satisfecho en esta historia. Siempre permanecerá el impulso a seguir
deseando la gracia plena. Aquí lo importante es el deseo mismo que nos hace avanzar. La catequesis, en esta
dinámica, se pone al servicio del deseo de los cristianos para permitir desarrollar en ellos, en comunidad y en el
mundo, la gracia del Bautismo. La catequesis está, entonces, fundamentalmente entregada a desarrollar,
promover, gustar, saborear, descubrir y potenciar la gracia del Bautismo que es gracia para el mundo.

N.B. Esta reflexión pertenece al capítulo octavo del Libro “Dieu désirable, proposition de la foi et initiation” de
André FOSSION, Ed. NOVALIS-Lumen Vitae, Bruselas 2010.

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André FOSSION es profesor en el Centro Internacional Lumen Vitae de Bruselas. Ha sido director de este
Centro desde 1992 a 2002 y además presidente del Equipo Europeo de la Catequesis desde 1998 hasta 2006
cuando lo remplazó el Hno. Enzo BIEMMI . Es autor de varios libros y publicaciones como: “Leer las
Escrituras”, “Teoría y Práctica de la lectura estructural”, “La catequesis en el campo de la comunicación”,
“Dios siempre nuevo”, “Una nueva fe”, “Veinte caminos para recomenzar a creer”.
Fue uno de los invitados especiales al Capítulo General de Valladolid 2007 para ayudarnos a iluminar la realidad
actual y cómo enriquecerla desde el Evangelio como Hermanos y Laicos con carisma nazareno.

(Traducción, del original francés, por el Hno. Aurelio. Abril de 2011)

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