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CONTENIDO
1. PALABRAS DE INTRODUCCIÓN
2. DEFINICIÓN GENERAL DE LAS OFRENDAS
3. EL HOLOCAUSTO: EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS (1)
4. EL HOLOCAUSTO: EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS (2)
5. EL HOLOCAUSTO: EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS (3)
6. EL HOLOCAUSTO: EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS (4)
7. EL HOLOCAUSTO: EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS (5)
8. EL HOLOCAUSTO: EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS (6)
9. EL HOLOCAUSTO: EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS (7)
10. EL HOLOCAUSTO: EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS (8)
11. LA OFRENDA DE HARINA: EL CRISTO QUE SATISFACE AL PUEBLO
DE DIOS Y QUE ÉSTE DISFRUTA JUNTAMENTE CON DIOS (1)
12. LA OFRENDA DE HARINA: EL CRISTO QUE SATISFACE AL PUEBLO
DE DIOS Y QUE ÉSTE DISFRUTA JUNTAMENTE CON DIOS (2)
13. LA OFRENDA DE HARINA: EL CRISTO QUE SATISFACE AL PUEBLO
DE DIOS Y QUE ÉSTE DISFRUTA JUNTAMENTE CON DIOS (3)
14. LA EXPERIENCIA Y EL DISFRUTE PRÁCTICOS QUE TENEMOS DE
CRISTO COMO LAS OFRENDAS
15. LOS ELEMENTOS DE LA OFRENDA DE HARINA PARA LA VIDA
CRISTIANA Y LA VIDA DE IGLESIA
16. LA VIDA DE IGLESIA COMO OFRENDA DE HARINA
17. LA OFRENDA DE PAZ: CRISTO COMO PAZ ENTRE DIOS Y EL PUEBLO
DE DIOS PARA QUE AMBOS DISFRUTEN EN MUTUA COMUNIÓN
18. LA OFRENDA POR EL PECADO: EL CRISTO QUE SE OFRECIÓ A SÍ
MISMO POR EL PECADO DEL PUEBLO DE DIOS (1)
19. LA OFRENDA POR EL PECADO: EL CRISTO QUE SE OFRECIÓ A SÍ
MISMO POR EL PECADO DEL PUEBLO DE DIOS (2)
20. LA OFRENDA POR EL PECADO: EL CRISTO QUE SE OFRECIÓ A SÍ
MISMO POR EL PECADO DEL PUEBLO DE DIOS (3)
21. LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES: EL CRISTO QUE SE
OFRECIÓ A SÍ MISMO POR LOS PECADOS DEL PUEBLO DE DIOS (1)
22. LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES: EL CRISTO QUE SE
OFRECIÓ A SÍ MISMO POR LOS PECADOS DEL PUEBLO DE DIOS (2)
23. LA LEY DEL HOLOCAUSTO
24. LA LEY DE LA OFRENDA DE HARINA
25. LA LEY DE LA OFRENDA POR EL PECADO
26. LA LEY DE LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES
27. LA LEY DE LA OFRENDA DE PAZ
28. LA CONSAGRACIÓN DE AARÓN Y SUS HIJOS (1)
29. LA CONSAGRACIÓN DE AARÓN Y SUS HIJOS (2)
30. LA CONSAGRACIÓN DE AARÓN Y SUS HIJOS (3)
31. EL INICIO DEL SERVICIO SACERDOTAL DE AARÓN Y SUS HIJOS
32. EL RESULTADO DEL SERVICIO SACERDOTAL
33. LA LECCIÓN Y LAS NORMAS PARA LOS SACERDOTES (1)
34. LA LECCIÓN Y LAS NORMAS PARA LOS SACERDOTES (2)
35. PALABRAS DE CONCLUSIÓN ACERCA DE LAS OFRENDAS Y
EL SACERDOCIO
36. EL DISCERNIMIENTO EN LA DIETA
37. LA ABSTENCIÓN DE TODA MUERTE
38. LA INMUNDICIA PRESENTE EN EL NACIMIENTO HUMANO
39. LA INMUNDICIA PROCEDENTE DEL INTERIOR DEL HOMBRE (1)
40. LA INMUNDICIA PROCEDENTE DEL INTERIOR DEL HOMBRE (2)
41. LA INMUNDICIA PROCEDENTE DEL INTERIOR DEL HOMBRE (3)
42. LA PURIFICACIÓN DEL LEPROSO (1)
43. LA PURIFICACIÓN DEL LEPROSO (2)
44. LA LEPRA EN UNA CASA
45. PURIFICARSE DE LOS FLUJOS DEL CUERPO DEL VARÓN Y DE
LA MUJER
46. LA EXPIACIÓN (1)
47. LA EXPIACIÓN (2)
48. CUIDAR DEBIDAMENTE DE LOS SACRIFICIOS Y LA SANGRE
49. EL VIVIR SANTO DEL PUEBLO SANTO: DESPOJARSE DE LA VIEJA
VIDA Y VESTIRSE DE LA NUEVA
50. EL VIVIR SANTO REQUERIDO PARA EL SACERDOCIO Y SER
DESCALIFICADO DE EJERCER EL SACERDOCIO
51. LA SANTIDAD EN CUANTO A DISFRUTAR DE LAS COSAS SANTAS Y
LA MANERA ACEPTABLE DE PRESENTAR UNA OFRENDA POR VOTO
Y UNA OFRENDA VOLUNTARIA
52. LAS FIESTAS (1)
53. LAS FIESTAS (2)
54. LAS FIESTAS (3)
55. LA DISPOSICIÓN DEL CANDELERO Y DE LA MESA DEL PAN DE LA
PRESENCIA Y EL JUICIO DE MUERTE POR HABER BLASFEMADO EL
NOMBRE SANTO
56. EL AÑO SABÁTICO Y EL JUBILEO (1)
57. EL AÑO SABÁTICO Y EL JUBILEO (2)
58. EL AÑO SABÁTICO Y EL JUBILEO (3)
59. PALABRAS DE ADVERTENCIA (1)
60. PALABRAS DE ADVERTENCIA (2)
61. PALABRAS DE ADVERTENCIA (3)
62. LAS DEDICACIONES POR VOTO (1)
63. LAS DEDICACIONES POR VOTO (2)
64. PALABRAS DE CONCLUSIÓN
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE UNO
PALABRAS DE INTRODUCCIÓN
Lectura bíblica: Lv. 1:1; 27:34
En este mensaje daremos unas palabras de introducción al Estudio-vida de Levítico.
La revelación divina en la Biblia avanza continuamente. La Biblia fue escrita durante un pe-
ríodo de más de mil quinientos años, comenzando en la época de Moisés y concluyendo en la
época del apóstol Juan. En el transcurso de este extenso período, la revelación divina fue com-
pletada, y posteriormente los libros de la Biblia fueron ordenados en una secuencia significa-
tiva. Al examinar el avance de la revelación divina, debemos seguir la secuencia de la Biblia.
Consideremos ahora cómo la revelación divina avanza en los primeros tres libros de la Biblia:
Génesis, Éxodo y Levítico.
En Génesis vemos que el hombre cayó volviéndose de la presencia de Dios a ser regido por su
conciencia, de ser regido por su conciencia al gobierno humano, del gobierno humano a la
rebelión, y de la rebelión al mundo. El mundo actual es la expresión de la caída del hombre en
el nivel más bajo, ya que el mundo es la máxima expresión de los pasos de la caída del hombre.
El primer versículo de Génesis dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, y el último
versículo dice que José “fue puesto en un ataúd en Egipto” (50:26). En el primer versículo se
menciona la creación efectuada por Dios, y en el último versículo encontramos el resultado de
todos los pasos de la caída del hombre: un hombre puesto en un ataúd en Egipto. Ésta es la clara
revelación hallada en Génesis.
B. En Éxodo: la salvación efectuada por Dios
y la edificación de Su morada
El libro de Éxodo revela la salvación efectuada por Dios y la edificación de Su morada. Sí, el
hombre creado por Dios cayó, y el hombre que Dios eligió y llamó también cayó. Pero Dios es
Dios, y nada de esto lo desanimó. No existe nada que pueda detener a Dios ni anular Su propó-
sito. Después que el hombre cayó al máximo, Dios intervino para rescatar al hombre caído.
Después de redimir a Su pueblo caído, Dios los llevó a un punto en el cual pudiera edificarlos
como Su morada en la tierra. Por tanto, en Éxodo vemos dos asuntos principales: la redención
lograda por Dios y la morada de Dios.
La palabra éxodo significa “salida”. Lo que vemos en el libro de Éxodo es el camino para que
el hombre salga de la caída. Génesis concluye con un hombre puesto en un ataúd en Egipto,
pero en Éxodo encontramos el camino para salir de ese ataúd, el camino para salir de esa caja
de muerte. Este camino tiene que ver con la redención lograda por Dios. La obra redentora de
Dios tiene como finalidad sacarnos del ataúd y llevarnos de regreso a Dios mismo.
En Éxodo, a todos los que fueron llevados de regreso a Dios se les encargó edificar un taber-
náculo, una morada, para Dios. Esto indica que Dios es poderoso no solamente para sacar de la
muerte al hombre caído, sino también para usar a este hombre a fin de que le edifique una
morada en la tierra. Mientras que al final de Génesis tenemos un ataúd que contiene un cadáver,
al final de Éxodo tenemos un tabernáculo que contiene al Dios vivo. ¡Qué gran avance es éste!
En Génesis tenemos la creación efectuada por Dios y la caída del hombre, mientras que en
Éxodo tenemos la redención lograda por Dios y la morada de Dios. Alabamos al Señor que
debido a la obra redentora de Dios, ya no estamos en la caída. Por medio de la redención, hemos
sido introducidos en la morada de Dios, la cual es la iglesia en la actualidad. El tabernáculo
como morada de Dios en Éxodo tipifica a la iglesia. La morada de Dios hoy en día es la iglesia,
y nosotros estamos en ella.
Éxodo 40 habla del tabernáculo, pero Levítico 1:1, que es la continuación de Éxodo, habla de
la Tienda de Reunión. Estas dos expresiones se refieren a lo mismo. El tabernáculo es una
morada, y la Tienda de Reunión es un lugar de reunión. El tabernáculo se refiere al lugar donde
Dios mora, donde Él habita, mientras que la Tienda de Reunión se refiere al lugar donde Su
pueblo se reúne. El tabernáculo es la morada de Dios y, al mismo tiempo, esta morada es tam-
bién el centro donde se reúne el pueblo de Dios. De ahí que se le llame la Tienda de Reunión.
La Tienda de Reunión es el lugar donde Dios se reúne con Su pueblo redimido. Hoy en día la
iglesia es el tabernáculo y la Tienda de Reunión. Dios tiene una morada en la tierra, y esta
morada es también el lugar donde nos reunimos los unos con los otros y con Dios. ¿Qué es
entonces la iglesia? La iglesia es la reunión que tienen las personas salvas con el Dios que salva.
Inmediatamente después que el tabernáculo fue edificado y erigido, Dios vino a morar en él
(Éx. 40:2, 33-35). El Dios que mora en el tabernáculo ha llegado a ser el Dios que mora entre
los hombres. Dios ya no está únicamente en los cielos. A nosotros nos era imposible ir a los
cielos para reunirnos con Dios, pero Dios vino a fijar tabernáculo entre nosotros (Jn. 1:14). Esto
significa que Dios se encarnó para hacerse hombre, y este hombre vino a ser el tabernáculo de
Dios en la tierra. Dios bajó de los cielos y tomó forma de hombre, y ahora le podemos tocar.
Los cuatro Evangelios revelan que el Dios que estaba en los cielos y que no se podía tocar, un
día vino a ser un tabernáculo, un hombre en la tierra. Al haber descendido a la tierra, Él se
presentó a nosotros no en forma de Dios, sino en forma de hombre. ¿Quién es esta persona?
¿Es un hombre o es Dios? Él es el Dios-hombre. Hoy nuestro Dios está en los cielos no sola-
mente en calidad de Dios, por cuanto Él, el Dios-hombre, vino a la tierra en forma de hombre
para ser un tabernáculo.
El tabernáculo de Éxodo era un tabernáculo en el cual se podía entrar. Nuestro Dios, al encar-
narse, no sólo se hizo hombre, sino un tabernáculo en el cual se podía entrar. La intención de
Dios era que todos los hijos de Israel fuesen sacerdotes (Éx. 19:6) a fin de que todos tuviesen
el derecho y el privilegio de entrar en el tabernáculo, es decir, de entrar en Dios y morar en Él.
En el Antiguo Testamento, los sacerdotes podían entrar en el tabernáculo, y hoy nosotros, los
que creemos en Cristo, podemos entrar en Dios y morar en Él. El Nuevo Testamento habla de
permanecer en Dios (1 Jn. 4:15, 13; 3:24; 2:6). Permanecer en Dios equivale a morar en Dios.
El Dios encarnado se ha convertido en nuestra morada, nuestro hogar, el cual es un lugar de
disfrute.
C. En Levítico: la adoración
y el vivir propios de los redimidos
En Levítico vemos la adoración y el vivir propios de los redimidos. No debemos prestar
atención al entendimiento común que se tiene acerca de la adoración. Según el enten-
dimiento común, adorar consiste en postrarse o realizar un servicio con rituales. Sin
embargo, esto no es lo que significa adorar según la Biblia. Conforme a la Biblia, adorar
denota tener contacto con Dios para disfrutar con Dios de una porción común a fin de
tener comunión con Él. En Levítico, la adoración consiste en tener contacto con Dios
al disfrutar juntamente con Él de una porción común. Como resultado, tenemos comu-
nión con Él y los unos con los otros en Su presencia. Hacer esto equivale a adorar a
Dios.
Por muchos años hemos procurado practicar esta clase de adoración. Pero debo decir-
les francamente que no hemos tenido mucho éxito. Tal parece que por nacimiento he-
mos adquirido el concepto de la adoración religiosa. Además, muchos de nosotros fui-
mos criados en una atmósfera de adoración religiosa y aprendimos esta clase de ado-
ración. Finalmente, la adoración religiosa llegó a formar parte de nuestro ser. Esto nos
ha impedido ofrecer la clase de adoración revelada en la Biblia.
En cuanto a la adoración, necesitamos un cambio de concepto. Cada vez que nos reuna-
mos, debemos ofrecer una clase de adoración en la que tengamos contacto con Dios al
disfrutar, juntamente con Dios y los unos con los otros, a Cristo como nuestra porción
común. Si éste es el entendimiento que tenemos de la adoración, cuando vengamos a
una reunión ciertamente compartiremos la experiencia y el disfrute que hemos tenido
de Cristo en nuestra vida diaria. Podemos hacer esto alabando, orando o dando nuestro
testimonio.
Debemos ofrecer una adoración que sea viviente, real y rica en Cristo. Esta clase de
adoración requiere que experimentemos y disfrutemos a Cristo todos los días. También
requiere que ejercitemos nuestro espíritu para liberar todo lo que hay de Cristo en
nuestro espíritu a fin de que podamos compartirlo con los demás santos. En tal adora-
ción, Dios disfruta a Cristo, y nosotros también lo disfrutamos. Éste es un aspecto de
la revelación divina contenida en el libro de Levítico.
Supongamos que en una reunión tenemos contacto con Dios al disfrutar a Cristo como
nuestra porción común juntamente con Dios y los unos con los otros. Después de tal
reunión seremos santos, ya que el resultado de esta clase de reunión es una vida diaria
santa. Así, no solamente seremos adoradores santos, sino un pueblo santo que cada día
lleva una vida santa. Esto también constituye parte del avance de la revelación de Dios
hallada en Levítico.
El avance de la revelación divina que vemos en Génesis, Éxodo y Levítico nos lleva de
la creación a la caída y a la redención, y de la redención a la morada de Dios, donde
adoramos a Dios al tener contacto con Él mediante Cristo como nuestra porción y al
disfrutar de esta porción juntamente con Él y los unos con los otros. Esta adoración
redundará en que cada día llevemos una vida santa. De este modo, en Levítico Dios no
sólo obtiene una morada sobre la tierra, sino también un pueblo que le adora, un pue-
blo que tiene contacto con Él y disfruta a Su Cristo como porción común juntamente
con Él y los unos con los otros, y que, como resultado de ello, lleva una vida santa que
expresa a Dios. Esto ciertamente es un avance en la revelación divina.
El primer y el último versículo de Levítico indican que el libro entero es una crónica
del hablar de Dios. El hablar iniciado en 1:1 tuvo lugar no en los cielos ni en el monte
Sinaí, sino en el tabernáculo. Hoy en día Dios también habla en Su tabernáculo, y este
tabernáculo es la iglesia. Según el principio que establece la tipología aquí, Dios habla
en la iglesia, Su tabernáculo, la Tienda de Reunión. Esta Tienda de Reunión es el
oráculo, el lugar donde Dios habla.
En la iglesia, Dios habla continuamente. La medida en que una asamblea es la iglesia
—en términos reales y concretos— depende de cuánto Dios habla allí. Si el hablar de
Dios no está presente en cierto grupo, es difícil que se le considere una iglesia.
Según la tipología, donde estaba la Tienda de Reunión, allí estaba el hablar de Dios.
Los hijos de Israel acampaban en miles de tiendas, pero Dios hablaba únicamente en
una sola tienda, una tienda única: la Tienda de Reunión.
La única señal que distinguía a la Tienda de Reunión era que allí Dios hablaba. La
tienda y todo su mobiliario era algo que se podía copiar o reproducir, mas no el hablar
de Dios. El hablar de Dios no puede ser imitado, copiado ni reproducido. Este mismo
principio se aplica hoy en día. En la iglesia hay muchas cosas que pueden ser imitadas,
copiadas o reproducidas, pero hay una sola cosa que no se puede imitar: el hablar de
Dios. El hablar de Dios es único; dicho hablar depende exclusivamente de Dios y no del
hombre.
Supongamos que un día Aarón se molestara con Moisés, quien tomaba la delantera en
la Tienda de Reunión, y que, con la ayuda de un grupo de israelitas, hiciera otro taber-
náculo. En todo sentido el tabernáculo de Aarón era una réplica del original; los dos
tabernáculos eran idénticos en color, materiales, diseño y confección. Si usted hubiera
estado allí, ¿a cuál tabernáculo habría acudido: al que erigió Moisés o al que erigió Aa-
rón? Tal vez usted diría: “Yo jamás iría al tabernáculo de Aarón, sino únicamente al
tabernáculo de Moisés”. Esta respuesta no sería la correcta. La forma correcta de con-
testar esta pregunta es decir: “Yo nunca iría a un tabernáculo donde no esté presente
el hablar de Dios; únicamente iría al tabernáculo donde Dios habla. De hecho, no acu-
diría a un tabernáculo, sino a recibir el hablar de Dios. Sin el hablar de Dios, el taber-
náculo carecería de todo valor”.
El tabernáculo era precioso no por el oro que contenía; de hecho, había más oro en
Egipto que en el tabernáculo. Lo que hacía al tabernáculo precioso era el hablar de
Dios. Esto mismo se aplica a la iglesia hoy. La preciosidad de la iglesia es el hablar de
Dios o, dicho de mejor manera, el Dios que habla. ¡Alabado sea el Señor porque en la
iglesia se encuentra el hablar de Dios! Este hablar es un tesoro para nosotros.
En Éxodo vemos que Dios habló desde el fuego, pero en Levítico Él habla en Su gracia.
Lo que encontramos en Levítico no es las llamas de fuego, sino la presencia de Dios
como gracia única dada a Su pueblo redimido.
C. Las llamas de fuego
hacen que Dios sea temible,
y la redención efectuada por Cristo
hace que Dios sea accesible
En Éxodo, las llamas de fuego hacían que Dios fuese temible; en Levítico, la redención
efectuada por Cristo hace que Dios sea accesible. En Éxodo Dios era un Dios temible,
y nadie se atrevía acercarse a Él. En Levítico, la redención efectuada por Cristo ha he-
cho posible que las personas no sólo se aproximen y se acerquen a Dios, sino también
que coman juntamente con Él, es decir, que tengan comunión e intimidad con Él. Hoy
en la iglesia Dios es accesible. Podemos tener contacto con Él, tener intimidad con Él y
tener comunión con Él al disfrutar a Cristo con Él. Ésta es la revelación hallada en el
libro de Levítico.
V. LAS SECCIONES
El libro de Levítico se puede dividir en cinco secciones: las ordenanzas relacionadas
con las ofrendas (caps. 1—7), las ordenanzas relacionadas con el servicio (caps. 8—10),
las ordenanzas relacionadas con el vivir (caps. 11—22), las ordenanzas relacionadas con
las fiestas (cap. 23) y otras ordenanzas y advertencias (caps. 24—27).
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE DOS
DEFINICIÓN GENERAL DE LAS OFRENDAS
Lectura bíblica: Lv. 1—7
En este mensaje daremos una definición general de las ofrendas.
Juan 1:29 dice que el Cristo, el tabernáculo, es también el Cordero de Dios: “¡He aquí
el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. Cristo, como Cordero de Dios, es
la totalidad, la suma, de todas las ofrendas.
Por una parte, Cristo es el tabernáculo; por otra, Él es las ofrendas. En calidad de ta-
bernáculo, Él trajo a Dios a nosotros, y en calidad de ofrendas, Él ahora nos lleva a
todos nosotros a Dios. El hecho de que Cristo sea el tabernáculo guarda relación con la
encarnación. El hecho de que Él sea las ofrendas guarda relación con la crucifixión y la
resurrección. Cristo vino en la encarnación, y Él se fue por medio de la crucifixión y la
resurrección. Éste es el tráfico de doble sentido que trae a Dios a nosotros y que nos
lleva a todos nosotros a Dios, a fin de que Dios sea uno con nosotros y nosotros seamos
uno con Él.
Cristo como las ofrendas tiene por finalidad nuestro disfrute debido a que las ofrendas
son comestibles. Dios no es el único que puede comerlas, sino también nosotros. No-
sotros podemos disfrutar y comer a Cristo juntamente con Dios. Este disfrute mutuo
puede compararse al disfrute que se experimenta en un banquete donde nos animamos
unos a otros a disfrutar de los diferentes platillos. El disfrute mutuo que experimenta-
mos en un banquete es un cuadro descriptivo del disfrute que tenemos de Cristo jun-
tamente con Dios. Al disfrutar a Cristo en algún aspecto particular, tal vez digamos:
“Padre, quisiera que Tú también disfrutes de esta porción de Cristo”. Luego, el Padre
podría decirnos: “Hijo, quisiera que disfrutes de lo que Yo estoy disfrutando”. Ésta es
la comunión del disfrute mutuo, la comunión del co-disfrute.
Todas las ofrendas nos permiten no sólo disfrutar a Dios, sino también asimilarlo en
nuestro ser. Esta asimilación redunda en una mezcla. Debemos comprender que esta-
mos mezclándonos con Dios y que Dios está mezclándose con nosotros. El Señor Jesús
como Espíritu está en nuestro espíritu, y a diario Él se mezcla con nosotros. Pero dicha
mezcla depende de que nosotros comamos a Cristo, digiramos a Cristo y asimilemos a
Cristo. Además, tal vez nos sirvan una comida muy buena, pero si no la comemos como
se debe, podría causarnos indigestión. De igual manera, si no comemos a Cristo como
es debido, esto podría causarnos indigestión espiritual. En dado caso, no asimilaríamos
a Cristo. Debemos aprender a comer a Cristo, digerir a Cristo y asimilar a Cristo. En-
tonces seremos nutridos, fortalecidos y nos mezclaremos con Dios.
El tabernáculo no sólo tiene como finalidad que nosotros entremos en él, sino también
que Dios more en él. El tabernáculo es Dios mismo que viene a nosotros en Cristo y por
medio de Cristo. Este tabernáculo es la morada de Dios, en la cual Dios mora en Cristo.
Esto significa que la corporificación de Dios es la morada de Dios. Dios mora en Cristo,
quien es Su corporificación.
El Cristo que es las ofrendas no sólo tiene como finalidad nuestro disfrute, sino tam-
bién el disfrute de Dios. El holocausto tiene como finalidad ser comido por Dios, ser
disfrutado por Él. El objetivo de las ofrendas no es únicamente que nosotros disfrute-
mos a Dios y nos mezclemos con Él, sino también que Dios las disfrute. Por consi-
guiente, Dios no solamente mora en Cristo, sino que también disfruta a Cristo.
La finalidad del tabernáculo es que Dios more en él, y la finalidad de las ofrendas es
que Dios las disfrute. ¿Significa esto que Dios mora en Sí mismo y se disfruta a Sí
mismo? La respuesta a tal pregunta guarda relación con el misterio de la Trinidad. El
Señor Jesús dijo: “Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (Jn. 14:10). El libro de
Hebreos revela que Cristo se presentó a Dios para satisfacción de Dios. Allí vemos el
misterio de que Dios se hizo hombre para morir en la cruz y que luego se levantó en
resurrección por causa de Dios y de nosotros.
Las ofrendas tienen como finalidad ser disfrutadas por Dios juntamente con nosotros
en virtud de nuestro aprecio por ellas y al ser presentadas por nosotros. Si nosotros no
apreciamos al Cristo que es las ofrendas ni lo presentamos como tal, Dios no obtendrá
ningún disfrute de las ofrendas. Dios vino a nosotros en Cristo y, de este modo, llegó a
ser el tabernáculo, la morada, en beneficio Suyo. Además, Él llegó a ser todas las ofren-
das, en beneficio nuestro y Suyo. No obstante, si nosotros no apreciamos las ofrendas
ni las presentamos a Dios, Dios no obtendrá ningún disfrute de ellas.
Tal como los israelitas debían laborar en la buena tierra para luego ofrecer el producto
a Dios, de la misma manera nosotros debemos laborar en Cristo para ofrecérselo a
Dios. Laborar en Cristo es esforzarnos por disfrutarle y experimentarle. Cuanto más
disfrutemos y experimentemos a Cristo, más le apreciaremos. Luego debemos ofrecer
Cristo a Dios para Su disfrute.
Las cinco ofrendas principales tienen como objetivo que nosotros podamos tener co-
munión con Dios. Los capítulos del 1 al 7 de Levítico hablan de la comunión que los
hijos de Dios tienen con Dios. Para que esta comunión pueda efectuarse son necesarias
las dádivas.
Cuando asistimos a las reuniones de la iglesia, no debemos venir con sacrificios, sino
con dádivas para Dios. Los sacrificios son para redención, para propiciación, mientras
que las dádivas son regalos que fomentan una íntima comunión entre nosotros y Dios.
Las dádivas que traemos para esta comunión deben ser el propio Cristo que hemos
experimentado. Este Cristo por el cual sentimos tanto aprecio es el que debemos ofre-
cer a Dios como dádiva. Incluso la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgre-
siones pueden ser dádivas que traemos a Dios.
Ofrecer un sacrificio por el pecado es un acto solemne. Traer una dádiva a un amigo
íntimo no es un acto solemne, sino algo dulce. Cada vez que asistamos a una reunión,
debemos tener la dulce sensación de que venimos a presentarle a Dios preciosas e ines-
timables dádivas a fin de disfrutarlas con Él. Debemos ofrecer Cristo a Dios no mera-
mente como sacrificios por nuestros problemas, sino también como dádivas para que
Él las disfrute y para que nosotros las disfrutemos juntamente con Él.
¿Se había dado cuenta usted alguna vez de que las reuniones de la iglesia son reuniones
en las que se cocina, reuniones donde se come? En ocasiones pasadas hemos hablado
de venir a las reuniones a comer, y en nuestras reuniones hemos cantado un breve
himno que dice: “¡A comer!” (Himnos, #228). Sin embargo, es posible que nunca nos
haya cruzado por la mente el pensamiento de que debemos cocinar. Los víveres están
listos, y los comensales también, pero ¿quiénes son los cocineros? Puedo afirmarles
con toda certeza que Dios y el Espíritu no son los cocineros, sino que los cocineros
somos nosotros. Por tanto, todos debemos aprender a cocinar.
Si examinamos los tipos contenidos en Levítico, podremos ver que Dios ciertamente
desea disfrutar a Cristo. Él desea disfrutar al Cristo que nosotros apreciamos y le ofre-
cemos. Sin embargo, hasta ahora seguimos siendo demasiado viejos, tradicionales, su-
perficiales y religiosos. Que todos veamos que nuestro Dios desea disfrutar a Cristo.
Cristo no sólo debe ser nuestra comida, sino también la comida de Dios, la cual noso-
tros le cocinamos al apreciar a Cristo y presentárselo. Todos debemos cocinar a Cristo
para que podamos alimentar a Dios con Cristo.
A. El holocausto
El holocausto es el Cristo que satisface a Dios (1:1-17; 6:8-13). El holocausto es el ali-
mento de Dios que le trae disfrute y satisfacción. Esta ofrenda debía ser ofrecida dia-
riamente, en la mañana y en la noche.
B. La ofrenda de harina
La ofrenda de harina es el Cristo que satisface al pueblo de Dios y que éste disfruta
juntamente con Dios (2:1-16; 6:14-23). El holocausto es el alimento de Dios, y la
ofrenda de harina es nuestro alimento. Sin embargo, comemos la ofrenda de harina
juntamente con Dios. Cristo primero debe ser disfrutado absolutamente por Dios, y
luego debe ser disfrutado por nosotros a fin de que disfrutemos a Cristo juntamente
con Dios. Según Levítico 2, una parte de la ofrenda de harina es ofrecida a Dios, pero
la parte principal de esta ofrenda es para nosotros. Esto indica que Cristo es dado para
nuestro disfrute a fin de que lo disfrutemos juntamente con Dios.
C. La ofrenda de paz
La ofrenda de paz es Cristo en calidad de paz entre Dios y el pueblo de Dios, del cual
ambos disfrutan mutuamente en comunión (3:1-17; 7:11-38). El holocausto es el Cristo
que Dios disfruta, la ofrenda de harina es el Cristo que nosotros disfrutamos junta-
mente con Dios, y la ofrenda de paz es Cristo en calidad de paz entre Dios y Su pueblo.
Cristo, como tal ofrenda, llega a ser el disfrute mutuo que comparten Dios y Su pueblo.
En este disfrute hay comunión.
Los tipos contenidos en los capítulos del 1 al 7 de Levítico nos muestran cuánto Cristo
es para nosotros. Estos capítulos nos muestran muchos puntos detallados acerca de
Cristo. Debemos aprender a ser precisos al experimentar a Cristo en relación con todos
estos detalles.
El holocausto tiene como finalidad la ofrenda por el pecado. Ésta es la relación que
existe entre estas dos ofrendas. Asimismo, la ofrenda de harina tiene como finalidad la
ofrenda por las transgresiones. Ésta es la relación que existe entre estas dos ofrendas.
Si Cristo no hubiera llevado una vida de absoluta entrega a Dios, no habría podido ser
nuestra ofrenda por el pecado para hacerse cargo del pecado en nuestra naturaleza. Y
si Él no hubiera sido perfecto en Su humanidad, no habría podido ser nuestra ofrenda
por las transgresiones para quitar nuestras transgresiones. Cristo llevó una vida de ab-
soluta entrega a Dios y fue perfecto en Su humanidad. Por tanto, Él era apto para poner
fin a nuestro pecado y quitar nuestras transgresiones.
Debemos aplicar a nuestra vida de iglesia todos estos puntos referentes a Cristo como
las ofrendas, y cocinar a Cristo y presentárselo a Dios en las reuniones de la iglesia.
Todos debemos aprender a cocinar a Cristo detalladamente, comerlo detalladamente y
presentarlo detalladamente. Ésta es la manera en que debemos estudiar el libro de Le-
vítico. No sólo debemos poseer un conocimiento doctrinal de los puntos detallados con
respecto a Cristo, sino que también debemos aprender a cocinar a Cristo, presentar
Cristo a Dios y disfrutar a Cristo juntamente con Dios en calidad de holocausto, ofrenda
de harina, ofrenda de paz, ofrenda por el pecado y ofrenda por las transgresiones. Si
hacemos esto, seremos plenamente constituidos en personas que desean entrar al ta-
bernáculo y moran allí para disfrutar todo el contenido del Dios Triuno.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TRES
EL HOLOCAUSTO:
EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS
(1)
Lectura bíblica: Lv. 1:2-6; He. 10:5-10; 9:14
En este mensaje comenzaremos a considerar el holocausto, el cual es el Cristo que satisface a
Dios.
Los tipos más finos y detallados de Cristo se encuentran en el libro de Levítico. Sin el capítulo
1 de Levítico, no podríamos explicar ni definir a Cristo como holocausto. Es correcto afirmar
que el holocausto es el Cristo que satisface a Dios, pero ¿cómo pudo Cristo ser tal ofrenda?
Esto no es fácil de explicar. Si queremos conocer a Cristo como holocausto, necesitamos estu-
diar Levítico 1.
Sin embargo, antes de estudiar este capítulo quisiera que consideráramos primero Hebreos 10:5-
10. El versículo 5 dice: “Por lo cual, entrando en el mundo, dice: ‘Sacrificio y ofrenda no qui-
siste; mas me preparaste cuerpo’”. Aquí “sacrificio y ofrenda” se refiere al conjunto total de los
distintos sacrificios y ofrendas.
Existe una diferencia entre los sacrificios y las ofrendas. Los sacrificios se ofrecen por los pe-
cados, y las ofrendas se ofrecen en calidad de dádivas. Si sentimos que somos pecaminosos y
que debemos ofrecerle algo a Dios, esta ofrenda por el pecado, hablando con propiedad, es un
sacrificio. En cambio, si le traemos algo a Dios no por nuestro pecado, sino para tener comunión
con Él, lo que traemos no es un sacrificio sino una ofrenda.
Hebreos 10:5 dice que Dios no quiso sacrificios ni ofrendas; mas bien, le preparó un cuerpo a
Cristo. Esto indica que Dios deseaba que Cristo remplazara todos los sacrificios y ofrendas
antiguotestamentarios.
Los versículos del 7 al 10 dicen además: “Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer
Tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de Mí’. Habiendo dicho antes: ‘Sacrificios
y ofrendas y holocaustos y sacrificios por el pecado no quisiste, ni te complacieron’ (cosas que
se ofrecen según la ley), y diciendo luego: ‘He aquí que vengo para hacer Tu voluntad’; quita
lo primero, para establecer lo segundo. Por esa voluntad hemos sido santificados mediante la
ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”. El “rollo del libro” mencionado
en el versículo 7 se refiere al Antiguo Testamento. ¿A qué se refiere la voluntad mencionada
en los versículos 7, 9 y 10, y qué significan las palabras: “Vengo, oh Dios, para hacer Tu vo-
luntad”? Algunos maestros de la Biblia dicen que esto significa que todo lo que el Señor Jesús
hizo y dijo se conformaba a la voluntad de Dios. Sin embargo, esta interpretación no concuerda
con el contexto. “Esa voluntad” en el versículo 10 se refiere a la “voluntad” mencionada en los
versículos 7 y 9. En estos versículos, la voluntad de Dios consiste en quitar lo primero, los
sacrificios animales del antiguo pacto, para establecer lo segundo, el sacrificio de Cristo del
nuevo testamento. Por consiguiente, aquí la voluntad de Dios es que Cristo viniera a reemplazar
las ofrendas y sacrificios antiguotestamentarios. Cuando Cristo vino, Dios quería que Él quitara
los sacrificios antiguotestamentarios —los sacrificios de ovejas, cabras y novillos— y estable-
ciera los sacrificios neotestamentarios, que son el propio Cristo.
Hebreos 10:5-10 indica claramente que los sacrificios y ofrendas en el Antiguo Testamento son
tipos, sombras, de Cristo. Cristo es la realidad, el cuerpo, de todos esos sacrificios y ofrendas.
Hebreos 10:5-10 revela además que la ofrenda principal es el holocausto. Esto también se mues-
tra en Levítico, donde el holocausto es mencionado primero. Si hemos de entender qué es el
holocausto, debemos considerar Hebreos 10, que nos dice que Cristo —en calidad de holo-
causto— hizo la voluntad de Dios. No debemos interpretar la palabra “voluntad” en este capí-
tulo de manera común, natural o humana. Dios deseaba que Cristo reemplazara todas las ofren-
das y sacrificios antiguotestamentarios. A esto se refiere la voluntad de Dios aquí, y Cristo vino
a cumplirla.
No fue nada sencillo que Cristo reemplazara consigo mismo las ofrendas y los sacrificios.
¿Cómo podía un hombre reemplazar todas las ofrendas y los sacrificios? Consideren los requi-
sitos que debía cumplir y la clase de persona que debía ser. La persona que reemplazara las
ofrendas y los sacrificios tenía que ser alguien absolutamente entregado a Dios, aun en cada
cosa pequeña. Todo aquel que no vive absolutamente entregado a Dios en todas las cosas pe-
queñas no es apto para cumplir la voluntad de Dios respecto a reemplazar los viejos sacrificios
y ofrendas con los nuevos, es decir, quitar lo primero y establecer lo segundo. Quitar lo primero
y establecer lo segundo equivale a quitar el antiguo pacto y establecer el nuevo pacto. La vo-
luntad de Dios en Hebreos 10 consiste en reemplazar todos los sacrificios y ofrendas antiguo-
testamentarios con los sacrificios y ofrendas del nuevo pacto, y para hacer esto, uno tenía que
vivir absolutamente entregado a Dios.
A menudo hemos hablado de andar en el espíritu y de poner en práctica ser un solo espíritu con
el Señor. En las cosas importantes tal vez nos resulte fácil ser un solo espíritu con el Señor, pero
no es fácil hacer esto en las cosas pequeñas. ¡Cuán fácil es que algo pequeño rompa nuestra
unidad en espíritu con el Señor! Pero esto nunca le aconteció al Señor Jesús. Cuando Él estuvo
en la tierra, nunca hubo algo pequeño que le hiciera perder Su unidad con el Padre. Si esta
unidad se hubiese quebrantado, entonces Él mismo habría necesitado un Cristo. Además, Él
habría sido descalificado para ser el holocausto, pues habría necesitado que alguien fuera Su
Salvador. No obstante, el Señor Jesús vivió absolutamente entregado a Dios y, por consiguiente,
era apto para ser el holocausto. Fue algo grandioso que el Señor Jesús hiciera la voluntad de
Dios, a saber: que fuese el holocausto para reemplazar las ofrendas y sacrificios antiguotesta-
mentarios.
Ninguno de nosotros es apto para ser el holocausto. Si hubiéramos sido regenerados antes de la
caída, sería muy difícil que se quebrantara nuestra unidad con el Señor en nuestra vida diaria.
Aunque fuimos regenerados, seguimos viviendo en la naturaleza vieja y caída. Tal vez ejerci-
temos nuestro espíritu para llevar una vida en la que somos uno con el Señor, pero a menudo
una cosa pequeña hace que se quebrante esta unidad. ¿Qué haremos entonces? En lugar de
desilusionarnos, debemos reconocer que necesitamos a Cristo; lo necesitamos como nuestro
holocausto.
I. REPRESENTA A CRISTO
NO PRINCIPALMENTE COMO AQUEL
QUE REDIME AL HOMBRE DEL PECADO,
SINO COMO AQUEL QUE LLEVA UNA VIDA
PARA LA SATISFACCIÓN DE DIOS
El holocausto representa a Cristo no principalmente como Aquel que redime al hombre
del pecado, sino como Aquel que lleva una vida para Dios y para la satisfacción de Dios.
Como ofrenda por el pecado, Cristo redime al hombre de su pecado, pero como holo-
causto, Él lleva una vida de absoluta entrega a Dios para Su total satisfacción. Durante
toda Su vida en la tierra, el Señor Jesús siempre llevó una vida que satisfizo plenamente
a Dios. En los cuatro Evangelios Él es presentado como Aquel que era absolutamente
uno con Dios. Sus atributos divinos se expresaron en Sus virtudes humanas, y a veces
Sus virtudes humanas se expresaron en Sus atributos divinos y con ellos. Cuando fue
confrontado, examinado e interrogado por Sus malignos y astutos opositores —los es-
cribas, los fariseos, los saduceos y los herodianos— durante Sus últimos días en la tie-
rra, en algunas ocasiones Sus virtudes humanas se expresaron por medio de Sus atri-
butos divinos, y en otras ocasiones, Sus atributos divinos se expresaron en Sus virtudes
humanas.
En la vida del Señor Jesús no había ninguna mancha, defecto o imperfección. Él era
perfecto, y llevó una vida perfecta y de absoluta entrega a Dios. Él era completamente
apto para ser el holocausto. Puesto que mediante la encarnación le fue preparado un
cuerpo para que fuese el verdadero holocausto (He. 10:5-6), Él hizo la voluntad de Dios
(vs. 7-9) y fue obediente hasta la muerte (Fil. 2:8). En la cruz Él ofreció Su cuerpo a
Dios una vez para siempre (He. 10:10).
A. Conforme al aprecio
que tiene el oferente y su capacidad
El tamaño del holocausto dependía del aprecio que tuviera el oferente y de su capaci-
dad, y se conformaba a dicho aprecio y capacidad. Tal vez apreciemos mucho la
ofrenda, pero puede ser que no tengamos la capacidad de preparar una ofrenda grande,
un novillo, sino solamente una ofrenda pequeña, una tórtola o un palomino. Esto, por
supuesto, no significa que Cristo como holocausto sea de diferentes tamaños. En Sí
mismo, Cristo es siempre igual; no existe tal cosa como un Cristo grande, un Cristo
pequeño y un Cristo mediano. No obstante, en términos de nuestra experiencia, el ta-
maño de Cristo puede variar. Conforme a nuestra experiencia, Cristo puede ser un ho-
locausto pequeño o mediano, pero conforme a la experiencia de Pablo, Cristo era un
holocausto grande, un novillo, ya que la experiencia que él tenía de Cristo era mucho
más grande que la nuestra, y su aprecio por Cristo y capacidad de ofrecerlo a Dios eran
mayores. Por consiguiente, en Sí mismo, Cristo es el mismo, pero conforme a nuestra
experiencia, Él puede ser de diferentes tamaños.
B. Capaz de moverse
y actuar según su propia voluntad
Todos los holocaustos mencionados en Levítico 1 eran animales vivos, capaces de mo-
verse y actuar según su propia voluntad. Esto indica que un holocausto tiene que ser
algo que posea vida. Una persona muerta no puede ser obediente a Dios; sólo una per-
sona viva puede serlo. Sin embargo, para obedecer a Dios, se requiere que ella sujete
su voluntad a la de Dios. A fin de que Cristo pudiera ser un holocausto para Dios, Él
tenía que ser una persona viviente y con una voluntad férrea, pero cuya voluntad estu-
viese sujeta a la voluntad de Dios.
D. Fuerte y joven
El holocausto debía ser un animal fuerte y joven. Esto significa que debía estar lleno de
fuerzas y lozanía, sin ninguna señal de debilidad ni vejez. En Levítico 1 el macho repre-
senta fuerzas, y el hecho de que fuese joven representa lozanía. En un sentido espiri-
tual, Cristo era macho, lleno de fuerzas, y también era joven, lleno de lozanía. Él era
fuerte y lozano. Aunque Cristo es longevo, Él nunca envejece. Él es siempre fuerte y
lozano. En Él no hay debilidad ni vejez.
E. Sin defecto
El holocausto tenía que ser sin defecto. Esto significa que no podía tener ninguna tacha
ni mancha. Como holocausto, Cristo no tiene defecto ni mancha alguna (1 P. 1:19; He.
9:14).
III. OFRECIDO A LA ENTRADA
DE LA TIENDA DE REUNIÓN
A. En el atrio del tabernáculo
El holocausto era ofrecido a la entrada de la Tienda de Reunión (Lv. 1:3), o sea, en el
atrio del tabernáculo. El atrio representa la tierra.
IV. EL OFERENTE
Levítico 1:4-6 también habla del oferente.
Al poner nuestras manos en Cristo como nuestro holocausto, somos unidos a Él. No-
sotros y Él, Él y nosotros, llegamos a ser uno. Tal unión, tal identificación, indica que
todas nuestras debilidades, deficiencias, faltas y defectos son llevados por Él y que to-
das Sus virtudes llegan a ser nuestras. Esto no es un intercambio, sino una unión.
Tal vez nos percatemos de que no somos aptos y de que somos un caso perdido; ésta es
nuestra verdadera condición. Pero cuando ponemos nuestras manos sobre Cristo,
nuestros defectos son llevados por Él, y Sus cualidades, Sus virtudes, llegan a ser nues-
tras. Además, en un sentido espiritual, en virtud de tal unión Él se hace uno con noso-
tros y vive en nosotros. Y al vivir en nosotros, Él repite en nosotros la vida que llevó en
la tierra, la vida de holocausto. En nosotros mismos no podemos llevar esta clase de
vida, pero Él sí puede vivirla en nosotros. Al poner nuestras manos sobre Él, le hacemos
uno con nosotros y nos hacemos uno con Él. De esta manera, Él repite en nosotros la
misma vida que Él llevó. Esto es lo que significa ofrecer el holocausto.
Anteriormente teníamos problemas con Dios, y Dios tenía problemas con nosotros.
Pero Cristo hizo propiciación por nuestra situación ante Dios y se ocupó de todos estos
problemas. Ahora simplemente necesitamos poner nuestras manos sobre Él. Una vez
que pongamos nuestras manos sobre Cristo, los problemas que existan entre nosotros
y Dios y entre Dios y nosotros, quedarán resueltos. Por consiguiente, la imposición de
nuestras manos sobre el holocausto también tiene como finalidad hacer propiciación.
1. Desuella la ofrenda
La piel del holocausto es la expresión externa de su belleza. Por tanto, desollar tal
ofrenda es despojarla de su expresión externa. La acción de desollar el holocausto in-
dica que Cristo estuvo dispuesto a permitir que se le despojara de la manifestación ex-
terna de Sus virtudes. Cuando Cristo fue crucificado, le despojaron de Su ropa. Esto
indica que Él fue “desollado”.
Si Cristo no fuese nuestro holocausto, nosotros tendríamos que sufrir la muerte, ser
desollados y ser cortados en trozos. Debemos tener esto presente cada vez que ofrezca-
mos Cristo a Dios como holocausto. También debemos tener presente que Él fue inmo-
lado, despojado de Su expresión externa y cortado en trozos. Todos estos sufrimientos
eran necesarios para que Cristo hiciera la voluntad de Dios. Cristo hizo la voluntad de
Dios al ir a la cruz para ser inmolado, desollado y cortado en trozos.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CUATRO
EL HOLOCAUSTO:
EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS
(2)
Lectura bíblica: Lv. 1:2-6
El holocausto es el Cristo que lleva una vida de absoluta entrega a Dios para Su satis-
facción. En este mensaje, basándonos en el texto de Levítico 1, veremos cómo ofrecer
a Cristo en calidad de holocausto.
Levítico 1—7 no nos proporciona detalles respecto a lo que Cristo es como las ofrendas;
más bien, estos capítulos nos muestran la manera en que podemos ofrecer a Cristo.
Aunque Levítico 1—7 nos dice que Cristo es el holocausto, la ofrenda de harina, la
ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones, en realidad
estos capítulos no nos dicen cómo Cristo es dichas ofrendas, sino que presentan cómo
ofrecer a Cristo en calidad de ofrenda. Levítico 1—7 no habla de todo lo que Cristo es
como las ofrendas. Por ejemplo, Levítico 1 no presenta todo lo que Cristo es como ho-
locausto, sino que presenta la manera de ofrecer a Cristo como holocausto. Si estos
capítulos únicamente nos hablaran de todo lo que Cristo es como las ofrendas, enton-
ces sólo nos enseñarían doctrinas objetivas. Sin embargo, estos capítulos no contienen
meras enseñanzas objetivas, sino que nos revelan las experiencias subjetivas que po-
demos tener de Cristo. El capítulo 1 no nos enseña todo lo que Cristo es como holo-
causto, sino cómo podemos experimentar a Cristo y cómo podemos presentar a Dios
nuestra experiencia de Cristo. Esto guarda relación por completo no con la doctrina,
sino con la experiencia.
En Levítico 1 vemos a Cristo en calidad de holocausto primero como un novillo (v. 5),
en segundo lugar, como una oveja o una cabra (v. 10), y finalmente, como una tórtola
o un palomino (v. 14). Cuando yo era joven, esto me inquietaba mucho, pues me pre-
guntaba cómo podíamos tener a un Cristo de distintos tamaños. Por supuesto, en Sí
mismo y en Su totalidad Cristo tiene un solo tamaño. El tamaño de Cristo es universal;
Sus dimensiones son la anchura, la longitud, la altura y la profundidad (Ef. 3:18). Ni
siquiera un novillo puede representar a Cristo en Su grandeza universal, en Sus dimen-
siones.
Aunque en Sí mismo Cristo tiene un solo tamaño, en términos de nuestra experiencia
Él puede tener varios tamaños. Por ejemplo, un nuevo creyente a quien se le ha ayu-
dado a conocer a Cristo en cierta medida, puede ofrecer Cristo a Dios en la mesa de
Señor. A los ojos de Dios, lo que él ofrece de Cristo tal vez sea como un palomino. Pero
supongamos que el apóstol Pablo estuviera presente en la reunión y también ofreciera
Cristo a Dios como holocausto. A los ojos de Dios, la ofrenda de Pablo tal vez sería
comparable a un novillo. Luego, supongamos que en la misma reunión otro creyente,
quien ha estado en el Señor durante quince años y ha tenido muchas experiencias con
el Señor, ofrece a Cristo como su holocausto. Quizás a los ojos de Dios esa ofrenda sería
semejante a un cordero. Así pues, en la misma reunión veríamos a Cristo como holo-
causto en tres tamaños. Por supuesto, esto no significa que Cristo en realidad sea de
diferentes tamaños. En Sí mismo Cristo tiene un solo tamaño. La diferencia, por tanto,
no radica en lo que Él es, sino en lo que nosotros experimentamos.
Al leer Levítico 1 debemos tener presente que este capítulo no nos enseña respecto al
verdadero tamaño de Cristo en Su totalidad; más bien, este capítulo nos enseña acerca
del Cristo que nosotros experimentamos. Cristo es eternamente grande, pero en térmi-
nos de nuestra experiencia, Él quizás sea del tamaño de un palomino. Después de al-
gunos años, tal vez podríamos ofrecer a Cristo como cordero; y si continuamos cre-
ciendo, con el tiempo podríamos ofrecer como holocausto a un Cristo semejante al que
ofreció Pablo: un novillo. Esto guarda relación con la experiencia, no con la doctrina.
El hecho de que en Levítico 1 el holocausto sea de distintos tamaños indica que este
capítulo no enseña algo relacionado con la doctrina, sino con la experiencia.
Supongamos que un israelita que ha heredado una porción de la buena tierra es una
persona indisciplinada y perezosa, que no labra la tierra, ni siembra semilla en ella ni
la riega. Cuando llegue el tiempo de la cosecha, esa persona no tendrá nada que segar.
Como resultado, no tendría nada que llevar a la fiesta; él se presentaría con las manos
vacías. Al igual que las vírgenes insensatas de Mateo 25, las cuales quisieron que las
vírgenes prudentes les prestaran de su aceite, este israelita perezoso procuraría pedir
algo prestado o comprar algo de otros para ofrecerlo a Dios.
Hoy en día muchos santos son así. Son indisciplinados y perezosos y no laboran sobre
Cristo, en Cristo, con Cristo y para Cristo. Sin embargo, Pablo era diferente. Él declaró
que trabajaba, luchaba (Col. 1:28-29), laboraba (1 Co. 15:10), y aun combatía por causa
de Cristo. Pablo era una persona muy activa; él trabajó más que todos los demás após-
toles, pero no él, sino la gracia de Dios que estaba con él. Al igual que Pablo, debemos
laborar en Cristo a fin de obtener algo de Cristo que presentarle a Dios.
Por supuesto, en nosotros mismos y por nosotros mismos no somos nada ni podemos
hacer nada. Ciertamente tenemos que depender de la lluvia del cielo. Supongamos que
los cielos enviaran lluvia, pero que nosotros no laboráramos. ¿Qué sucedería? No se-
garíamos nada de Cristo y, por ende, no tendríamos nada de Cristo que presentarle a
Dios. Debemos laborar en Cristo para poder presentarle algo de Cristo a Dios. Esto no
guarda relación con la doctrina de Cristo como holocausto, sino con la experiencia de
presentarle Cristo a Dios.
La palabra hebrea traducida “presenta” en Levítico 1:2 es la palabra corbán, que signi-
fica “una dádiva o un regalo”. Lo que traemos a la presencia de Dios se convierte en
una dádiva, un regalo. Si quisiéramos traerle una dádiva a Dios, tendríamos que labo-
rar en Cristo y trabajar, luchar y combatir por Cristo. Laborar en Cristo, nuestra buena
tierra, significa labrar la tierra, sembrar la semilla, regar la semilla y, finalmente, reco-
ger la cosecha. Esto equivale a trabajar o laborar diligentemente como labrador. En 2
Timoteo 2:6 se nos indica que somos labradores, la gente más diligente y trabajadora.
Como labradores que somos, debemos laborar en Cristo. Si laboramos en Cristo, ten-
dremos algo de Cristo como holocausto que presentarle a Dios.
EL HOLOCAUSTO ES DEGOLLADO
La manera en que se ofrecía el holocausto es una demostración de nuestra experiencia
de Cristo; es una demostración de cómo hemos experimentado la experiencia de Cristo.
La manera en que se presenta la ofrenda es, por tanto, una demostración de la expe-
riencia que hemos tenido de la experiencia de Cristo y también de la manera en que
hemos experimentado esa experiencia de Cristo.
“Degollará el novillo delante de Jehová” (Lv. 1:5a). Esto indica que Cristo, como holo-
causto, fue degollado. Ser degollado es una experiencia personal que Cristo tuvo en la
tierra. Como personas que aman a Cristo y desean tomar a Cristo como holocausto,
debemos experimentar Su degollación. ¿Ha sido usted degollado alguna vez? ¿Ha ex-
perimentado alguna vez la degollación de Cristo? ¿Alguna vez ha hecho suya la expe-
riencia de la degollación de Cristo? Debemos hacer nuestra la experiencia que tuvo
Cristo al ser degollado.
Si todos los que estamos en las iglesias tenemos esta experiencia, no habrá riñas ni
contiendas entre nosotros, sino que únicamente experimentaremos el ser llevados al
matadero. En la mesa del Señor se ofrecerán muchas alabanzas al Señor, quizás con
lágrimas, por las oportunidades que Él nos haya dado para experimentar la degollación
de Cristo.
A veces argumentamos con los hermanos o con nuestro cónyuge. Cada vez que hace-
mos esto, nos alejamos de la cruz. Argumentar no es otra cosa que alejarnos para no
ser degollados. Si hacemos esto, no podremos ofrecerle alabanzas al Señor en Su mesa.
Todo cuanto digamos en nuestra oración o alabanza será vacío debido a que no hemos
experimentado verdaderamente a Cristo en Sus sufrimientos. Por consiguiente, no ten-
dremos holocausto que ofrecer. En tales circunstancias, no estaremos viviendo abso-
lutamente entregados a Dios ni estaremos tomando a Cristo como nuestro holocausto
para experimentar lo que Él experimentó al ser degollado. Es por ello que en la mesa
del Señor acostumbramos cantar los mismos cánticos y ofrecer las mismas oraciones y
alabanzas de una manera repetida, común y rutinaria, sin experimentar verdadera-
mente lo que es apreciar y ofrecer al Cristo que hemos experimentado.
EL HOLOCAUSTO ES DESOLLADO
La primera parte de 1:6 dice: “Desollará el holocausto”. Que el holocausto fuese de-
sollado significa que Cristo estuvo dispuesto a ser despojado de la manifestación ex-
terna de Sus virtudes. En los cuatro Evangelios vemos que Cristo fue difamado, despo-
jado de la belleza de Sus virtudes. Por ejemplo, algunos decían: “¿No decimos bien no-
sotros, que Tú eres samaritano, y que tienes demonio?” (Jn. 8:48). Otros decían de Él:
“Demonio tiene, y está loco; ¿por qué le oís?” (10:20). Esto indica que el Señor Jesús,
en calidad de holocausto, fue “desollado”.
Pablo también experimentó esta desolladura. Él fue desollado por los corintios, quie-
nes lo acusaron de enviarles a Tito con el propósito de obtener dinero de ellos. Pablo
se refirió a esta acusación en 2 Corintios 12:16-18. “Pero, “¡así sea! Yo no os he sido
carga, sino que, según algunos de vosotros dicen, como soy astuto, os prendí por en-
gaño, ¿acaso he tomado ventaja de vosotros por alguno de los que os he enviado? Rogué
a Tito, y envié con él al hermano. ¿Acaso se aprovechó de vosotros Tito? ¿No hemos
procedido con el mismo espíritu y en las mismas pisadas?”. Algunos de los corintios
acusaron a Pablo de ser astuto. Dijeron que él era astuto para obtener ganancia, que
aseguraba su provecho enviando a Tito con el fin de que éste recibiera la colecta para
los santos pobres. El versículo 15 expresa la verdadera actitud de Pablo: “Yo con el ma-
yor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras
almas. Si amándoos más abundantemente, ¿seré yo amado menos?”. Él estaba dis-
puesto a gastarse completamente por amor de ellos; con todo, lo acusaron de engañar-
los y de usar a Tito con el fin de robarles dinero. ¿No es esto una desolladura?
En 2 Corintios 6:3-13 Pablo enumera muchas señales que demuestran que él era un
siervo, un ministro, de Dios. El versículo 8 dice: “A través de gloria y de deshonra, de
mala fama y de buena fama”. Quizás nos resulte difícil creer que la propagación de
rumores malignos en cuanto a Pablo fuera señal de su apostolado. Estos rumores de-
mostraban que Pablo era un siervo de Dios. Un rumor maligno es una manera de de-
sollar a alguien, de despojarlo de su belleza externa.
A nadie le gusta ser desollado. En los años que llevo en la vida de iglesia, muchos se
han acercado a mí para pedirme que les volviera a “pegar la piel” que les fue quitada.
Si su cónyuge lo desollara a usted, ¿no haría todo lo posible por volverse a “pegar la
piel”? ¿No intentaría restaurar su buena fama, es decir, recobrar la expresión externa
de sus virtudes?
Supongamos que usted intentara volverse a pegar la piel que le fue quitada. Al venir a
la mesa del Señor, ¿podría alabar al Señor por ayudarle a recobrar la piel desollada?
No creo que nadie pudiera ofrecer tal alabanza al Señor.
Sin embargo, supongamos que en la vida familiar y en la vida de iglesia usted pasa por
muchas experiencias en las que es desollado. En este caso podría declarar: “Señor, he
tenido la misma experiencia que Tú tuviste al ser desollado. Deseo seguirte y por eso
acepto ser desollado, despojado, difamado, calumniado, así como Tú lo aceptaste. Se-
ñor, lo que yo he experimentado es lo mismo que Tú experimentaste al ser desollado”.
Si usted es una persona con esta clase de experiencia, la alabanza que usted ofrezca en
la mesa del Señor, aunque sea breve, conmoverá profundamente a todos en la reunión.
Esto es lo que significa presentar a Cristo como holocausto de una manera auténtica,
sincera y honesta.
Lo único que puede solucionar los problemas que surgen entre cónyuges y entre los
santos es el perdón. ¿Sabe usted lo que es perdonar? Perdonar equivale a olvidar. Si
usted llegara a ofender a algunos de los santos que están en la vida de iglesia, es posible
que no lo perdonen por el resto de sus vidas. Esta renuencia a perdonar afecta las ala-
banzas que se ofrecen en la mesa del Señor. Si los santos tienen quejas unos de otros,
será difícil que la reunión de la mesa del Señor sea viviente y elevada.
Nosotros preferimos protegernos antes que estar dispuestos a ser cortados en trozos.
Durante la vida que Cristo llevó en la tierra, Él fue cortado en trozos continuamente, y
nosotros debemos experimentar lo mismo. En nuestra vida matrimonial y en nuestra
vida de iglesia, debemos seguir los pasos del Señor en virtud de Su vida que está en
nosotros. Su vida no es una vida contenciosa. Su vida es una vida que está dispuesta a
experimentar el sufrimiento de ser cortado. Si experimentamos esto, podremos pre-
sentarle a Dios el Cristo que hemos experimentado.
A menudo hemos hablado de laborar en Cristo para tener algo de Cristo que exhibir en
las reuniones. Laborar en Cristo incluye estar dispuestos a ser cortados en trozos al
igual que Él. Si laboramos en Cristo de esta manera, el producto que ofrezcamos a Dios
será el Cristo que fue cortado en trozos.
EL HOLOCAUSTO ES LAVADO
El holocausto era lavado con agua por el oferente. “Lavará con agua las partes internas
y las piernas” (v. 9; cfr. 13a). Ciertamente esto no significa que Cristo, nuestro holo-
causto, estuviera sucio. Cuando el Señor Jesús vivió y anduvo en la tierra, el Espíritu
que estaba en Él continuamente lo guardaba, lo protegía, lo resguardaba, a fin de que
no se ensuciara. En nuestro andar diario necesitamos tener esta misma experiencia.
Necesitamos experimentar lo mismo que Cristo experimentó al ser limpiado, lavado,
por el Espíritu Santo. Podemos experimentar esto debido a que Su Espíritu que limpia
está en nosotros y nos lava día tras día para guardarnos de ensuciarnos con el polvo
terrenal.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CINCO
EL HOLOCAUSTO:
EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS
(3)
Lectura bíblica: Lv. 1:5-17
En este mensaje consideraremos la manera de ofrecer el holocausto. Abordaremos este
asunto desde el ángulo de la experiencia.
V. LA MANERA DE OFRECER
En cuanto a la manera de ofrecer el holocausto según se revela en Levítico 1, hay varios
puntos difíciles de entender. Uno de ellos tiene que ver con los sacerdotes, quienes son
los siervos.
A. Por el sacerdote
En Levítico 1 a menudo leemos las palabras “los hijos de Aarón, los sacerdotes” (vs. 5,
7, 8, 11). Varios versículos hablan simplemente de “el sacerdote” (vs. 9, 12, 13, 15, 17).
Aquí los sacerdotes pertenecen a tres categorías: Aarón, los hijos de Aarón y un sacer-
dote en particular, especialmente designado para el servicio. Como lo indica el libro de
Hebreos, Aarón es un tipo de Cristo. Los hijos de Aarón tipifican a los creyentes. En
este capítulo no vemos ninguna acción realizada por Aarón; en vez de ello, con relación
al ofrecimiento del holocausto, aquí se nos habla del servicio de los hijos de Aarón o
del servicio de un sacerdote en particular. Cada vez que alguien presentaba un holo-
causto a Dios, los sacerdotes que servían ayudaban al oferente.
B. Las ofrendas difieren no sólo en tamaño,
sino también en la manera de ser ofrecidas
Las diversas clases de holocausto no sólo diferían en tamaño, sino también en la ma-
nera de ser ofrecidas. Según Levítico 1, el holocausto podía consistir en un novillo, en
una oveja o una cabra, o en tórtolas o palominos. Como dijimos anteriormente, los
diferentes tamaños de holocaustos no significan que Cristo varíe en Sí mismo, sino que
nuestra aprehensión de Cristo, nuestro entendimiento de Él y nuestro aprecio por Él
difieren en grado. Ciertamente un novillo no sería lo suficientemente grande para re-
presentar la manera en que Pablo aprehendía, entendía y apreciaba a Cristo, mientras
que un palomino podría ser demasiado grande para representar la aprehensión, el en-
tendimiento y el aprecio que un nuevo creyente tiene de Cristo. Por muy ferviente que
sea un nuevo creyente, el aprecio que éste tiene de Cristo es muy limitado.
Después de haber visto el significado de las diferencias en tamaño del holocausto, de-
bemos considerar ahora el significado de las diferentes maneras en que se ofrecían los
holocaustos. Las primeras dos clases de holocausto —el novillo y la oveja o cabra— eran
presentadas del mismo modo. Primero, la ofrenda era degollada; esto lo hacía el ofe-
rente, no los sacerdotes. Luego, la ofrenda era desollada y cortada en trozos (no se per-
mitía presentar entera la ofrenda a Dios). Después de que la ofrenda era cortada en
trozos, las partes internas y las piernas eran lavadas con agua. La ofrenda entonces
estaba lista para ser puesta en el fuego, donde permanecía hasta consumirse por com-
pleto. Ninguna parte de la ofrenda era rechazada por Dios. Ésta era la manera en que
se ofrecían las primeras dos clases de holocaustos.
La tercera clase de holocausto —las tórtolas y los palominos— se ofrecía de una manera
muy distinta. Con relación a las primeras dos clases de holocausto, el sacerdote no ha-
cía nada con la ofrenda, excepto rociar la sangre sobre el altar y disponer las piezas de
la ofrenda sobre el fuego. El oferente era quien degollaba la ofrenda, la desollaba, la
cortaba en trozos y la lavaba. Podríamos decir que el oferente era el “cocinero” y que
los sacerdotes eran simplemente los “meseros”. Sin embargo, en el caso de las ofrendas
pertenecientes a la tercera clase de holocausto, el oferente se limitaba a traer la ofrenda
a la Tienda de Reunión, y el sacerdote era quien hacía todo lo demás. El sacerdote lle-
vaba la ofrenda al altar, la desnucaba, le quitaba el buche, la hendía por las alas y la
quemaba sobre el altar (vs. 14-17). Esto ciertamente es diferente de lo que se hacía con
las ofrendas de las primeras dos clases, donde casi todo lo hacía el oferente, y no el
sacerdote.
Debemos ver que según Levítico 1, la manera en que se ofrece el holocausto es muy
particular y peculiar. Esta manera de proceder difiere según nuestra edad espiritual y
capacidad espiritual. Por tanto, en este mensaje mi carga consiste en hacerles ver que
la manera en que ofrezcamos Cristo a Dios como holocausto dependerá totalmente de
la aprehensión que tengamos de Cristo así como de nuestro entendimiento y aprecio
por Él.
En términos espirituales, quien ofrece al Cristo tipificado por las tórtolas o los palomi-
nos tiene un entendimiento, aprehensión y aprecio limitados de Cristo. Tal persona es
joven en la vida espiritual y, por ende, carece de madurez. No tiene mucha capacidad
para sentir aprecio por Cristo. A diferencia de la gente del mundo, que no conoce ni
siente aprecio por Cristo en absoluto, un nuevo creyente ha empezado a sentir aprecio
por Cristo. Sin embargo, él todavía no está capacitado para degollar su holocausto, de-
sollarlo, cortarlo en trozos ni lavarlo. Lo único que puede hacer es presentar a Cristo
como un holocausto muy pequeño.
El aprecio que siente un creyente por Cristo y la manera en que lo ofrece podrían ser
muy naturales. Por ejemplo, algunos creyentes quizás sientan aprecio por el Cristo pre-
sentado en los cuatro Evangelios, pero dicho aprecio podría ser natural. Además, su
amor por el Señor Jesús podría ser solamente según el entendimiento natural. Yo era
así después de que fui salvo y empecé a amar al Señor. La manera en que ofrecía Cristo
a Dios también era, en gran medida, muy natural. Sin embargo, a través de los años mi
entendimiento y aprehensión de Cristo, así como el aprecio que siento por Él y la ma-
nera en que lo ofrezco, ha cambiado.
Los que ofrecen a Cristo como novillo sienten aprecio por Cristo de manera profunda
y detallada. Pero los que ofrecen a Cristo como tórtola no tienen tal aprecio profundo
y detallado. Además, la manera en que ellos ofrecen a Cristo como holocausto es natu-
ral.
Los sacerdotes del Antiguo Testamento sabían que para que una tórtola fuese aceptada
como holocausto, ésta tenía que pasar por un proceso. El sacerdote tenía que matar el
ave, quitarle el buche y las plumas y hendirla por las alas. Quitarle el buche y las plumas
equivalía a quitarle lo impuro. El sacerdote se encargaba de todo lo requerido para
procesar la ofrenda. Esto significa que ofrecer a Cristo como tórtola es ofrecer a un
Cristo que no ha sido procesado por el oferente; esto es presentar a Cristo de una ma-
nera natural. Por consiguiente, cuando alguien ofrece a Cristo como tórtola, la ofrenda
debe ser procesada por una persona distinta al oferente. Sin embargo, el que ofrece a
Cristo como novillo o como cordero, presenta a Cristo de una manera procesada, y no
de manera natural.
Todas las ofrendas eran presentadas en la Tienda de Reunión. Puesto que la Tienda de
Reunión tipifica a la iglesia, ofrecer el holocausto en la Tienda de Reunión tipifica ofre-
cer Cristo a Dios en las reuniones de la iglesia.
Como hemos dicho, el tamaño de la ofrenda que ofrece el creyente así como la manera
en que la presenta dependen de su madurez, capacidad y destreza espirituales. Hay
santos que ofrecen a Cristo como holocausto de una manera que no es natural y no
presentan una ofrenda entera, sino procesada. Estos santos, que son maduros y ricos
en cuanto a entender, aprehender y apreciar a Cristo, han tenido experiencias muy
profundas de Él. Ellos han tenido las experiencias representadas por las distintas par-
tes del holocausto: la cabeza, la grosura, las partes internas y las piernas. Experimentar
la cabeza de Cristo equivale a experimentar Su entendimiento, sabiduría y prudencia.
Experimentar las partes internas de Cristo equivale a experimentar Su sensibilidad, Su
afecto, Sus sentimientos, Sus pensamientos, Su voluntad, Sus intenciones y Sus propó-
sitos. El holocausto presentado por dichos santos es una ofrenda que ha sido cortada
en trozos. Esto indica que ellos experimentan a Cristo de modo detallado y que la ma-
nera en que ofrecen Cristo a Dios como holocausto no es nada natural.
Poco a poco, los santos de mayor madurez experimentan a Cristo de modo detallado
conforme a cada uno de los aspectos de Cristo. Ellos han llegado a comprender que el
Señor Jesús llevó una vida en la que Sus partes internas fueron purificadas por el Es-
píritu. Esto es tipificado en Levítico 1 por el agua. Estos santos también han experi-
mentado el andar que Cristo tuvo en la tierra, un andar en el cual el Espíritu continua-
mente lo conservó limpio y puro en Sus acciones externas. En su experiencia diaria,
ellos sienten aprecio por Cristo como Aquel que continuamente fue lavado interna y
externamente, no porque fuera impuro, sino con el propósito de ser guardado en Su
limpieza y pureza. Éste es el Cristo que ellos aprehenden, entienden y aprecian, y éste
es el Cristo que ellos ofrecen a Dios.
Según Levítico 1, el que ofrecía tórtolas o palominos no era rechazado. Su ofrenda, aun-
que era cruda y no había sido procesada, era aceptada, pero era aceptada debido a la
labor del sacerdote que procesaba la ofrenda. Después que el sacerdote preparaba la
ofrenda, es decir, después que la desnucaba, la hendía por las alas y le quitaba el buche
y las plumas, la ofrenda ya no era natural, sino que había sido procesada.
En la reunión quizás un nuevo creyente ofrezca, de manera natural, a Cristo como dos
aves. El Cristo que él presenta podría entonces ser procesado por las oraciones y los
testimonios de otros santos. A medida que este nuevo creyente escuche tales oraciones
y testimonios, tal vez caiga en cuenta de que su manera de presentar a Cristo era natu-
ral y no había sido procesada; no obstante, algunos de los sacerdotes procesaron la
ofrenda a favor de él. Por consiguiente, los sacerdotes son los santos que, en las reunio-
nes de la iglesia, procesan un holocausto que ha sido presentado de manera natural.
Todos debemos ver que la diferencia en las clases de holocaustos no radica solamente
en su tamaño, sino también en la manera de ser ofrecidos. En la vida de iglesia, los que
son jóvenes presentan a un Cristo muy pequeño en tamaño, y además lo presentan de
una manera natural, es decir, lo ofrecen sin procesarlo. Los que tienen más madurez y
experiencia no sólo presentan a un Cristo de mayor tamaño, sino que presentan a
Cristo absolutamente de una manera procesada. Por ejemplo, ellos lavan con agua las
partes internas y las piernas de su holocausto, lo cual indica que ellos han experimen-
tado a Cristo en el aspecto de que Él fue conservado limpio por el poder del Espíritu
Santo.
Los santos maduros experimentan a Cristo de manera detallada. Ellos entienden los
pensamientos, los sentimientos y las decisiones de Cristo. Los que experimentan a
Cristo de esta manera sentirán aprecio por los detalles acerca de la vida del Señor des-
critos en los cuatro Evangelios. En la experiencia de ellos, Cristo ha sido cortado en
trozos, por lo cual sienten aprecio por Cristo de una manera fina y detallada. No expe-
rimentan de manera externa a un Cristo entero, sino que, al cortar a Cristo en trozos,
ellos penetran en las profundidades de Su ser. Puedo testificar que hace muchos años
no experimenté a Cristo de manera tan detallada como lo experimento hoy. Ahora,
cuando ofrezco Cristo a Dios como holocausto, presento a un Cristo que ha sido cortado
en trozos.
Los que ofrecen a Cristo como aves de una manera natural necesitan que los santos de
más edad, en calidad de sacerdotes, les ayuden a procesar su ofrenda. Sin embargo, es
posible que si los santos de más edad procesan la ofrenda presentada por un santo
joven, éste se ofenda. Quizás a él le moleste el hecho de que desnuquen su ofrenda y le
quiten el buche y las plumas. Por ejemplo, supongamos que en la reunión un hermano
joven testifique de la mansedumbre del Señor, declarando que Él siempre es manso;
más tarde, un hermano de más experiencia podría citar los casos en los que el Señor
purificó el templo y reprendió a los fariseos, con lo cual resalte el hecho de que algunas
veces el Señor Jesús no fue manso. Al oír esto, el hermano joven tal vez sienta que el
hermano de más experiencia desnucó su ofrenda, una ofrenda que él había presentado
entera y sin haberla procesado.
Quisiera pedirles a los que llevan muchos años en la vida de iglesia que recuerden sus
experiencias de cuando presentaban a Cristo en las reuniones de la iglesia. Lo que us-
tedes ofrecieron mediante su oración y su testimonio, ¿no fue en gran medida proce-
sado por los sacerdotes? Es posible que tales ofrendas en su mayor parte hayan sido
“despedazadas”. Quizás hubo momentos en los que usted dijo: “Nunca volveré a ofrecer
algo de esa manera”. Con el tiempo usted llegó a ser no sólo un oferente, sino también
un sacerdote que ayuda a procesar las ofrendas de otros santos.
Los holocaustos mencionados en Levítico 1 no representan el tamaño de Cristo en Sí
mismo. Ni siquiera un novillo tipifica adecuadamente el verdadero tamaño de Cristo.
Nadie, ni siquiera Pablo, podría experimentar a Cristo conforme a Su verdadero ta-
maño. Por tanto, lo que ofrecemos de Cristo como holocausto corresponde únicamente
a lo que hemos llegado a aprehender, entender y apreciar de Cristo.
Mi punto es que la manera en que ofrezcamos a Cristo como holocausto varía según el
entendimiento, aprehensión, aprecio y experiencia que tengamos de Él. A medida que
obtengamos un mejor entendimiento, aprehensión, aprecio y experiencia de Cristo,
también mejorará la manera en que lo ofrezcamos. Con el tiempo, todo lo natural —
especialmente cualquier concepto natural— relacionado con la manera en que ofrece-
mos a Cristo será eliminado. Si todavía ofrecemos a Cristo como dos aves, necesitare-
mos que los santos más experimentados procesen nuestra ofrenda. Pero cuando ten-
gamos más experiencia y madurez, no necesitaremos más esta clase de ayuda por parte
de los sacerdotes que sirven. ¡Que todos podamos adentrarnos en las profundidades
del ser de Cristo y experimentarle de una manera profunda, fina y detallada!
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE SEIS
EL HOLOCAUSTO:
EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS
(4)
Lectura bíblica: Lv. 1:5-17; 6:10-11; 7:8
Lo más crucial que debemos interpretar y entender acerca del holocausto es la diferen-
cia que existe en la manera en que éste era ofrecido. Por muchos años los maestros de
la Biblia han resaltado la diferencia que había en el tamaño de la ofrenda: el novillo era
la ofrenda más grande; el cordero o la cabra le seguía en tamaño; y un par de aves era
la ofrenda más pequeña. Es fácil ver que hay una diferencia en tamaño, pero no es fácil
percatarnos de la diferencia en la manera en que estas ofrendas eran ofrecidas, pese a
que ello se describe claramente en Levítico 1. Aun si viéramos las diferentes maneras
en que se ofrecía el holocausto, probablemente nos resultaría difícil comprender la im-
portancia de esta diferencia.
Para entender el significado del holocausto debemos comprender que cada vez que
presentamos un holocausto, repasamos la experiencia que hemos tenido en nuestra
vida cotidiana. Puesto que el holocausto, en un sentido subjetivo, está totalmente rela-
cionado con nuestra vida diaria, con nuestro andar diario, presentar el holocausto
equivale a hacer una demostración, una exhibición, de nuestra experiencia cotidiana.
Si a diario y a cada hora llevamos una vida en la que experimentamos a Cristo, tendre-
mos entonces a Cristo como nuestro holocausto, el cual podremos ofrecer a Dios. Sin
embargo, si no experimentamos a Cristo en nuestro andar diario, no podremos tenerlo
a Él como nuestro holocausto y, en tal caso, únicamente podremos ofrecerlo como
ofrenda por las transgresiones. El punto aquí es que no podremos ofrecer a Cristo como
holocausto si no vivimos a Cristo ni le experimentamos en nuestro andar diario.
El hermano que experimenta a Cristo como novillo vive a Cristo en todo momento, en
todo aspecto y en su relación con todos. Al vivir a Cristo, él primeramente experimenta
la crucifixión de Cristo; él experimenta la degollación de Cristo en la cruz. Esto es ex-
perimentar verdaderamente la muerte de Cristo, la verdadera experiencia de ser con-
formados a la muerte de Cristo (Fil. 3:10). Este hermano experimenta la muerte de
Cristo en la relación con sus padres, con su esposa y con sus hijos. En su vida diaria, él
es verdaderamente conformado a la muerte de Cristo.
Además, a medida que este hermano sea conformado a la muerte de Cristo, también
será cortado en trozos. Esto significa que él experimentará lo mismo que Cristo expe-
rimentó cuando fue cortado en trozos. Este tipo de experiencia quizás sea lo contrario
de lo que esperamos. Tal vez pensemos que cuanto más amemos al Señor y temamos a
Dios, más bendiciones recibiremos. Consideremos el caso de Juan el Bautista, el pre-
cursor del Señor Jesús. En lugar de recibir bendiciones, Juan fue encarcelado y deca-
pitado. Consideremos también el caso del propio Señor Jesús. ¿Cuánta bendición reci-
bió Él? ¿Acaso no fue cortado en trozos? Los Evangelios revelan que, en lo referente a
Su humanidad, el Señor Jesús fue cortado en trozos en todo sentido. Ni un solo aspecto
de Su vida humana quedó entero; al contrario, todo aspecto de Su vida humana fue
cortado en trozos. Por tanto, el Señor Jesús es el ejemplo único de uno que fue cortado
en trozos en todo sentido.
Ser cortado en trozos también será la experiencia de los que siguen al Señor Jesús hoy
en día. Por eso Pablo dice: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la co-
munión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte” (Fil. 3:10). Llevar una
vida en la que somos conformados a la muerte de Cristo requiere el poder de Su resu-
rrección, pues a medida que experimentemos el ser conformados a la muerte de Cristo,
seremos cortados en trozos. Todo nuestro ser y toda nuestra vida serán cortados en
trozos. El hermano que experimenta a Cristo como novillo tiene la experiencia de ser
cortado en trozos.
A medida que dicho hermano lleve una vida en la que es conformado a la muerte de
Cristo y es cortado en trozos, comprenderá que ciertamente necesita sabiduría. Una
persona insensata no puede llevar una vida que concuerde con la experiencia de la vida
de Cristo. Para llevar tal vida se requiere la sabiduría más elevada. La sabiduría hu-
mana no es lo suficientemente adecuada; de nada sirve. Esta clase de vida requiere la
misma sabiduría con la cual se condujo Cristo cuando vivió en la tierra. Los cuatro
Evangelios revelan que el Señor Jesús es la persona más sabia que jamás ha vivido.
Todo cuanto Él hizo estaba bien y fue hecho en el momento preciso. Él nunca desper-
dició ninguna palabra, ni jamás hizo algo que fuera vano, imprudente o sin sentido. Él
fue alguien que llevó una vida sabia en todo sentido.
Esta sabiduría es tipificada por la cabeza del novillo usado para el holocausto. El her-
mano que experimenta la misma vida que Cristo llevó en la tierra experimentará tam-
bién la cabeza de Cristo; esto es, experimentará la sabiduría de Cristo. Supongamos
que, conforme a la soberanía de Dios, la familia de este hermano, incluyendo a sus
padres, su esposa y sus hijos, fuese una familia difícil. Al vivir en esta clase de entorno,
él comprende que necesita la sabiduría de Cristo. Al relacionarse con los miembros de
su familia, él experimenta espontáneamente la cabeza, la sabiduría, de Cristo. De este
modo, la sabiduría con la cual se condujo Cristo en relación con Su familia, vendrá a
ser la experiencia de este hermano en su vida diaria.
Cuando este hermano venga a la reunión de la iglesia para presentar a Cristo, él pre-
sentará a Cristo no sólo como ofrenda por las transgresiones, sino también como holo-
causto. Al presentar su holocausto, este hermano lo degollará, lo desollará, lo cortará
en trozos y lavará sus piernas y sus partes internas. Tal degollación del holocausto será
un repaso de las experiencias que él ha tenido de la muerte de Cristo. La acción de
desollar la ofrenda y cortarla en trozos será una demostración, una exhibición, de las
experiencias diarias que él ha tenido de los sufrimientos de Cristo. Asimismo, la acción
de lavar la ofrenda será un repaso de las experiencias en las cuales el Espíritu Santo lo
lavó interna y externamente, esto es, su experiencia del lavamiento que Cristo experi-
mentó cuando estuvo en la tierra. Por consiguiente, la manera en que este hermano
presente el holocausto será una demostración de su experiencia; será un repaso de su
experiencia diaria. Sin esta experiencia diaria no habría nada que repasar, por lo cual
no habría nada que exhibir o demostrar. Todo lo que el hermano hace al presentar el
holocausto constituye un repaso, una exhibición y una demostración de las experien-
cias diarias que él ha tenido de Cristo. Sin embargo, lo que le ofrece a Dios no son sus
experiencias, sino al Cristo que ha experimentado.
Levítico 1:4 dice que la ofrenda del ganado vacuno será aceptada a favor del oferente
“para hacer expiación por él”. El versículo 5 continúa diciendo que después que el ofe-
rente degollaba la ofrenda, los sacerdotes “presentarán la sangre, y la rociarán sobre el
altar y alrededor del mismo, el cual está a la entrada de la Tienda de Reunión”. Rociar
la sangre tenía como finalidad hacer expiación, propiciación, lo cual todo oferente ne-
cesita. Puesto que a los ojos de Dios todavía tenemos deficiencias, todos necesitamos
que se haga propiciación por nosotros. Por consiguiente, lo primero que hace el holo-
causto por el oferente es hacer propiciación por él, a fin de que Dios esté complacido y
satisfecho con él.
Consideremos ahora el caso de un hermano que ofrece a Cristo como holocausto tipi-
ficado por las tórtolas o palominos. Éste es un hermano que quizás fue salvo reciente-
mente. Él es muy ferviente y asiste a todas las reuniones de la iglesia. Sin embargo, en
su vida cotidiana no aprecia el hecho de que, por causa de él, Cristo llevó una vida de
absoluta entrega a Dios. Con el tiempo, él comienza a conocer a Cristo como Aquel que
llevó tal vida, y empieza a apreciarlo en este aspecto. Puesto que, en cierta medida,
siente aprecio por el Cristo que llevó una vida de absoluta entrega a Dios, él ahora trae
una ofrenda a las reuniones, pero su ofrenda es un par de aves. Luego, los sacerdotes
que sirven desnucan el ave, le quitan el buche y las plumas y la hienden por sus alas.
Esto indica que cuando este hermano ofrece a Cristo como su holocausto, él no tiene
nada que repasar o exhibir.
En la reunión de la mesa del Señor, raras veces oímos a alguien orar de tal modo que
ofrezca a Cristo como holocausto, haciendo un rico repaso, exhibición y demostración
de las experiencias diarias que haya tenido de Cristo. Esta carencia se debe a que no
muchos entre nosotros tienen una experiencia rica de Cristo en Su crucifixión así como
en el hecho de que Él fue despojado y cortado en trozos. Puesto que nuestra experiencia
de Cristo no es completa, no tenemos mucho que repasar, exhibir y demostrar. En con-
traste con esto, a menudo la alabanza que se ofrece en la mesa del Señor consiste de
oraciones que elevan algunos jóvenes fervientes al ofrecer a Cristo como un par de aves,
sin que haya ningún repaso del proceso que consiste en degollar, desollar y cortar la
ofrenda en trozos.
B. El fuego
1. Representa al Dios santo
Varios versículos de Levítico 1 hablan del fuego (vs. 7, 8, 9, 12, 13, 17). El fuego aquí
representa al Dios santo. Esto lo confirma Hebreos 12:29, que dice: “Nuestro Dios es
fuego consumidor”.
Aparentemente, el fuego del holocausto y el fuego de la ofrenda por el pecado son dos
fuegos distintos. En realidad, hay un solo fuego con dos funciones distintas: la función
de aceptar y la función de juzgar.
C. La incineración
En Levítico 1, los versículos 9, 13, 15 y 17 hablan de quemar el holocausto, esto es, la
incineración del holocausto hacía que éste se elevara en el humo.
1. Arde como incienso aromático
El holocausto ardía como incienso aromático (Éx. 30:7-8; Lv. 16:12-13). La palabra he-
brea traducida “quemará” [lit., hará que se eleve en el humo], un término especial
usado para referirse a la incineración del holocausto sobre el altar, hace alusión al in-
cienso. Así que, quemar el holocausto sobre el altar era semejante a hacer arder el in-
cienso aromático. Esta incineración producía un aroma que satisfacía a Dios, un olor
grato que ascendía a Dios para Su deleite y satisfacción.
2. Difiere de la incineración
de la ofrenda por el pecado
y de la ofrenda por las transgresiones
La incineración del holocausto difería de la incineración de la ofrenda por el pecado y
de la ofrenda por las transgresiones (4:12).
D. Las cenizas
1. Una señal de que Dios acepta la ofrenda:
ésta es convertida en cenizas
Las cenizas son señal de que Dios acepta el holocausto. Dios demuestra Su aceptación
del holocausto al convertirlo en cenizas. Al respecto, Salmos 20:3 dice: “Que se acuerde
de todas tus ofrendas de harina / y acepte tu holocausto”. La palabra hebrea traducida
aquí “acepte” en realidad significa “convierta en cenizas”. Cuando nuestra ofrenda es
reducida a cenizas, ello constituye una clara señal de que Dios la ha aceptado.
Comúnmente la gente no consideraría las cenizas como algo agradable. Sin embargo,
para nosotros los que ofrecemos el holocausto, las cenizas son agradables, e incluso
preciosas, por cuanto son una señal que nos asegura que nuestro holocausto ha sido
aceptado por Dios.
La palabra hebrea traducida “acepte” no sólo puede ser traducida “convierta en ceni-
zas”, sino también “acepte como grosura”, “engorde” y “sea como grosura”. Al aceptar
nuestro holocausto, Dios no solamente lo convierte en cenizas, sino que además lo
acepta como grosura, algo que Él considera agradable y placentero. A nuestros ojos la
ofrenda ha sido reducida a cenizas, pero a los ojos de Dios, dicha ofrenda es grosura;
es algo que le agrada y lo satisface.
Que el holocausto se convierta en cenizas significa que Dios está satisfecho y que no-
sotros, por ende, podemos estar en paz. Si entendemos esto, comprenderemos que en
nuestra vida cristiana debe haber muchas cenizas.
2. Colocadas junto al altar, hacia el oriente
Las cenizas no eran desechadas; más bien, eran colocadas al lado oriental del altar
(1:16; 6:10), el lugar de las cenizas. El lado oriental es el lado de la salida del sol. Colocar
las cenizas junto al altar, hacia el oriente, hace alusión a la resurrección.
VII. LA PIEL
Todo el holocausto era incinerado con excepción de la piel.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE SIETE
EL HOLOCAUSTO:
EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS
(5)
EXPERIMENTAR A CRISTO
EN SUS EXPERIENCIAS Y OFRECER AL CRISTO
QUE HEMOS EXPERIMENTADO,
Y OFRECER CRISTO A DIOS
COMO NUESTRO HOLOCAUSTO
SEGÚN NUESTRAS EXPERIENCIAS DE ÉL
(1)
Lo que hemos abarcado en los mensajes anteriores acerca del holocausto ha sido en gran parte
doctrinal. Por tanto, siento la carga de que veamos esta ofrenda desde la perspectiva de la ex-
periencia. En este mensaje consideraremos a Cristo en Sus experiencias como holocausto para
Dios. En el siguiente mensaje consideraremos nuestras experiencias de Cristo en Sus experien-
cias.
La segunda parte del título de este mensaje es un tanto extraña e incluso peculiar: “Experimentar
a Cristo en Sus experiencias y ofrecer al Cristo que hemos experimentado, y ofrecer Cristo a
Dios como nuestro holocausto según nuestras experiencias de Él”. Este título tiene tres puntos.
El primer punto es experimentar a Cristo en Sus experiencias; el segundo es ofrecer al Cristo
que hemos experimentado; y el tercero es ofrecer Cristo a Dios como nuestro holocausto según
nuestras experiencias de Él. Aquí quisiéramos recalcar el hecho de que no podemos ofrecer a
Dios un Cristo que no hayamos experimentado. Si usted intenta ofrecer como holocausto a Dios
un Cristo que no ha experimentado, descubrirá que esto es imposible. Lo que ofrezcamos de
Cristo como holocausto debe ser algo que hayamos experimentado. Si hemos experimentado a
Cristo como novillo, entonces podemos ofrecerlo como tal. Pero si sólo hemos experimentado
a Cristo como dos palominos, no podemos ofrecerlo como novillo, ya que no le hemos experi-
mentado como tal. No podemos ofrecer como holocausto a Dios un Cristo que sea más grande
que el Cristo que hemos experimentado. Tenemos que ofrecer Cristo a Dios, pero debemos que
ofrecer a Cristo según las experiencias que hayamos tenido de Él.
A. Es llevado al matadero
Isaías 53:7 profetizó que Cristo sería llevado al matadero: “Como cordero que es llevado al
matadero”. El cumplimiento de esta profecía se ve en Mateo 27:31, donde dice que los soldados
“le llevaron para crucificarle”.
Otro versículo del Nuevo Testamento que indica que Cristo fue llevado al matadero es Filipen-
ses 2:8, un versículo que nos dice que Cristo se hizo “obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz”. Cristo fue obediente cuando lo sacaron de la ciudad y lo llevaron al matadero, al Gólgota.
B. Es degollado
Después que Pilato hizo llamar al Señor Jesús para juzgarle y encontró que era inocente, él
quiso soltarlo. Pero el pueblo dando voces, decía: “¡Crucifícale, crucifícale!” (Lc. 23:21), y sus
voces prevalecieron. Pilato, por temor a la muchedumbre y queriendo agradarla, sentenció a
muerte al Señor Jesús. Después de esto, el Señor fue llevado al matadero y fue inmolado en la
cruz. En Hechos 2:23 Pedro se refiere a esto, cuando dice: “A éste [...] matasteis clavándole en
una cruz por manos de inicuos”. Matar al Señor Jesús equivalía a degollarlo.
Hace muchos años, leí un artículo que describía cómo los judíos mataban el cordero el día de
la Pascua. Según este artículo, el cordero era puesto sobre dos estacas de madera en forma de
cruz; dos de sus patas eran atadas a una estaca, y las otras dos eran atadas al travesaño de la
cruz. El cordero era entonces inmolado. Esto indica que la crucifixión del Señor pudo haber
sido el cumplimiento de la manera, en tipología, en que se inmolaba al cordero pascual.
C. Es desollado (despojado)
Cristo también fue desollado, esto es, fue despojado de la manifestación externa de Sus virtudes
humanas. Vemos un ejemplo de esta desolladura en Mateo 11:19, que dice: “Vino el Hijo del
Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre glotón y borracho”. Esto que dijeron
acerca del Señor Jesús lo despojó de la manifestación externa de Sus virtudes. Él no era un
hombre glotón ni un borracho; al contrario, Él era un hombre íntegro con una conducta íntegra.
Otros ejemplos de esta desolladura, o despojamiento, se encuentran en Marcos 3:22 y Juan 8:48.
En Marcos 3:22, los escribas dijeron del Señor Jesús: “Tiene a Beelzebú, y por el príncipe de
los demonios echa fuera los demonios”. El nombre Beelzebú significa “señor de las moscas”,
y se refiere a Satanás, el diablo. Las moscas tienen vida, pero son inmundas. Los escribas dije-
ron que el Señor Jesús era inmundo y echaba demonios por medio del señor, el rey, de las
moscas. ¡Qué calumnia! En Juan 8:48, los judíos le dijeron: “¿No decimos bien nosotros, que
Tú eres samaritano, y que tienes demonio?”. Un samaritano era una persona de linaje impuro.
Así que, el Señor Jesús fue acusado de ser una persona de linaje impuro y de tener demonio.
Esto también fue una especie de despojamiento.
En Mateo 26:65, el sumo sacerdote dijo del Señor Jesús: “¡Ha blasfemado! [...] He aquí, ahora
mismo habéis oído la blasfemia”. Esto también despojó al Señor de la expresión externa de Sus
virtudes humanas.
Finalmente, cuando el Señor Jesús estaba a punto de ser inmolado, fue despojado de Su ropa
(Mt. 27:28). ¡Qué vergüenza la que tuvo que pasar! Además, después que los soldados le cru-
cificaron, “se repartieron Sus vestidos, echando suertes” (v. 35). Esto había sido profetizado en
Salmos 22:18, y se cumplió en presencia del Señor mientras estaba en la cruz. ¡Cuánto despo-
jamiento experimentó el Señor Jesús!
D. Es cortado en trozos
¿Cuándo y dónde fue cortado en trozos el Señor Jesús? Creo que esto ocurrió cuando la gente
le decía cosas crueles mientras estaba colgado en la cruz. Consideren lo que dice Marcos 15:29-
32. “Los que pasaban blasfemaban contra Él, meneando la cabeza y diciendo: ¡Ah! Tú que
derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a Ti mismo, y desciende de la cruz. De
esta manera también los principales sacerdotes junto con los escribas se burlaban entre ellos,
diciendo: A otros salvó, a Sí mismo no se puede salvar. Que el Cristo, Rey de Israel, descienda
ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los que estaban crucificados con Él le
injuriaban”. Los que pasaban tergiversaron lo que el Señor habló acerca del templo y le dijeron
que se salvara a Sí mismo. ¿No es éste un caso de ser cortado en trozos? Ciertamente lo es. El
Señor Jesús también fue cortado en trozos cuando los principales sacerdotes junto con los es-
cribas se burlaron de Él, diciéndole que descendiera de la cruz para que así ellos viéndolo,
pudieran creer. Incluso los que estaban crucificados con Él le injuriaban y, de este modo, toma-
ban parte en la acción de cortarlo en trozos.
El hecho de que el Señor sería cortado en trozos fue profetizado en Salmos 22:16 y 17. “Porque
perros me rodean; / una compañía de malhechores me cerca; / [...] me miran, me fijan la mi-
rada”. Esta profecía se cumplió durante las primeras tres horas de las seis horas que el Señor
Jesús estuvo en la cruz. Antes de que Dios lo juzgara por causa de nosotros durante las últimas
tres horas, fue el hombre quien lo cortó en trozos durante las primeras tres horas. Por consi-
guiente, Cristo fue degollado, desollado y cortado en trozos.
Durante el periodo de Su ministerio, el Señor Jesús dijo muchas máximas y palabras de sabi-
duría. Por ejemplo, en Marcos 9:40 dijo: “El que no está contra nosotros, por nosotros está”, y
en Mateo 12:30 dijo: “El que no está conmigo, está contra Mí; y el que no recoge conmigo,
desparrama”. Estas palabras no son contradictorias. La máxima que se expresa en Marcos 9:40
habla de conformarse exteriormente en la práctica y tiene que ver con personas que no se opo-
nen a Él; aquella que se ve en Mateo 12:30 habla de la unidad interior de propósito y tiene que
ver con las personas que sí se oponen a Él. Para mantener la unidad interior, necesitamos prac-
ticar lo dicho en Mateo, y con respecto a la afinidad exterior, debemos practicar lo dicho en
Marcos, esto es, tolerar a los creyentes que no son como nosotros.
El contexto de la máxima dada en Marcos 9:40 era el caso de una persona que no seguía al
Señor y a los discípulos, pero echaba demonios en Su nombre. Los discípulos se lo prohibieron
porque no los seguía (v. 38). Cuando el Señor Jesús los oyó hablar de esto, dijo: “No se lo
prohibáis; porque ninguno hay que haga obra poderosa en Mi nombre, que pueda luego hablar
mal de Mí. Porque el que no está contra nosotros, por nosotros está” (vs. 39-40). No era nece-
sario que los discípulos le prohibieran a esa persona echar fuera demonios en el nombre del
Señor. Con relación a la conformidad externa en la práctica, todo aquel que no esté contra el
Señor y Sus discípulos, por ellos está.
La máxima de Mateo 12:30 fue dada en un contexto diferente. Los fariseos, quienes se oponían
al Señor Jesús, lo habían acusado de echar fuera demonios “por Beelzebú, príncipe de los de-
monios” (v. 24). Así que, con respecto a los fariseos, quienes se oponían a Él, dijo: “El que no
está conmigo, está contra Mí”. Ellos no estaban con Él, sino con Satanás. Por consiguiente, lo
que el Señor dice aquí tiene que ver con la unidad interior de propósito.
¡Cuán sabias fueron las palabras del Señor! En toda la historia humana no ha habido ningún
filósofo que haya pronunciado semejantes palabras de sabiduría. Las palabras del Señor son
sencillas, pero Sus pensamientos son maravillosos. Sólo Él tiene la sabiduría para expresar tales
palabras.
El Señor Jesús pronunció otras palabras de sabiduría cuando los principales sacerdotes y ancia-
nos del pueblo lo interrogaron con respecto a Su autoridad (Mt. 21:23). Él contestó la pregunta
de ellos con otra pregunta. “Yo también os haré una pregunta, y si me la contestáis, también Yo
os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o
de los hombres?” (vs. 24-25a). Los opositores discutieron entre sí, diciendo: “Si decimos, del
cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, tememos a la
multitud; porque todos tienen a Juan por profeta” (vs. 25b-26). Así que, decidieron mentir y
decir: “No sabemos” (v. 27a). Entonces el Señor Jesús les contestó: “Tampoco Yo os digo con
qué autoridad hago estas cosas” (v. 27b). El hecho de que el Señor dijera “tampoco” indica que
Él sabía que ellos mentían. Era como si les estuviera diciendo: “No es cierto que vosotros no
sabéis. Vosotros en efecto sabéis, pero no queréis decírmelo; pues yo tampoco os diré con qué
autoridad hago estas cosas. Vosotros mentís, mas Yo digo la verdad”. ¡Cuánta sabiduría tiene
el Señor Jesús!
El Señor exhibió una vez más Su sabiduría en Mateo 22:15-22. Los fariseos le enviaron sus
discípulos con los herodianos, diciendo: “Maestro, sabemos que eres veraz, y que enseñas con
verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no haces acepción de personas.
Dinos, pues, qué te parece. ¿Es lícito pagar tributo a César, o no?” (vs. 16-17). Esta pregunta
capciosa puso al Señor Jesús en un dilema. Todos los judíos se oponían a pagar tributo a César.
Si Él hubiera dicho que era lícito hacer esto, habría ofendido a los judíos, cuyos líderes eran los
fariseos. Si Él hubiera dicho que no era lícito, los herodianos, quienes apoyaban al gobierno
romano, habrían tenido una base sólida para acusarle. En Su sabiduría, Él les dijo: “Mostradme
la moneda del tributo” (v. 19a), y le mostraron un denario. El Señor Jesús no mostró la moneda
romana, sino que les pidió que ellos le mostraran una. Por poseer una de las monedas romanas,
ellos fueron sorprendidos. Luego, les preguntó: “¿De quién es esta imagen, y la inscripción?”
(v. 20). Cuando contestaron, “De César”, Él les dijo: “Devolved, pues, a César lo que es de
César, y a Dios lo que es de Dios” (v. 21). Oyendo estas sabias palabras, se maravillaron y se
fueron.
En Juan 6:38 el Señor Jesús dijo: “He descendido del cielo, no para hacer Mi propia
voluntad, sino la voluntad del que me envió”. ¡Cuánto deleite halló el que envió, es
decir, el Padre, en esta maravillosa persona, quien vino no para hacer Su propia volun-
tad, sino la voluntad del que lo envió!
“Mi enseñanza no es Mía, sino de Aquel que me envió [...] El que busca la gloria del
que le envió, éste es verdadero, y no hay en Él injusticia” (Jn. 7:16, 18). Esto indica que
cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él vivió absolutamente entregado a Dios.
Puesto que Él, en todo sentido, llevaba una vida de absoluta entrega a Dios, en Él no
había injusticia alguna. Es injusto no entregarnos a Dios, porque Dios nos creó para Sí
mismo. Hablando con justicia, debemos entregarnos a Él. Si no nos entregamos a Dios,
no estaremos siendo justos. En el Señor Jesús, no había injusticia alguna, porque Él se
entregó absolutamente a Dios. Fue de este modo que Él experimentó complacer a Dios.
Varios versículos revelan la experiencia de Cristo en Sus partes internas. Según Lucas
2:49, cuando el Señor Jesús tenía doce años de edad, Él dijo: “¿No sabíais que en los
asuntos de Mi Padre me es necesario estar?”. Esto también se podría traducir así:
“Debo pensar en los asuntos de Mi Padre”. La mente del Señor estaba puesta en los
asuntos de Su Padre. Él pensaba continuamente en los asuntos del Padre. Aquí vemos
la función que desempeña la mente del Señor, y vemos cuán entregado estaba Él al
Padre.
Juan 2:17 habla del celo del Señor: “El celo de Tu casa me consumirá”. El celo guarda
relación con la parte emotiva. El celo que tenía el Señor Jesús estaba encendido, ardía,
por el templo de Dios. Aquí vemos que el Señor ejercitaba Su parte emotiva.
En Mateo 26:39 el Señor Jesús oró, diciendo: “Pero no sea como Yo quiero, sino como
Tú”. Ésta fue la oración que Él ofreció en Getsemaní cuando estaba a punto de ser
arrestado y llevado al matadero. Él hizo Suya la voluntad del Padre, pues había sujetado
Su propia voluntad a la voluntad del Padre. Esto guarda relación con la función que
desempeña la voluntad del Señor.
Isaías 53:12 profetizó respecto a la muerte del Señor Jesús en la cruz: “Derramó Su vida
[lit., Su alma] hasta la muerte”. El Señor Jesús entregó Su alma, estando dispuesto a
derramar Su vida hasta la muerte. Esto, por supuesto, fue una función que desempe-
ñaba Su alma.
Refiriéndose a Cristo, Isaías 42:4 dice: “No desmayará [no se descorazonará] ni se des-
alentará”. Esto se refiere a la condición del corazón del Señor. Él nunca se descorazonó;
Él nunca perdió el ánimo.
Marcos 2:8 dice: “Jesús, conociendo en Su espíritu”. El Señor Jesús usaba Su espíritu,
y conocía las cosas en Su espíritu. En cualquier situación en que se encontrara, conocía
la situación al ejercitar Su espíritu. Él usó Su espíritu por causa de Dios y para conver-
tirse en holocausto.
Hebreos 7:26, refiriéndose a Cristo como Sumo Sacerdote, usa la palabra incontami-
nado. Aunque el Señor Jesús tuvo contacto con muchas cosas impuras cuando estuvo
en la tierra, Él nunca se contaminó. El Espíritu Santo que estaba en Él lo guardó de
toda contaminación.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE OCHO
EL HOLOCAUSTO:
EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS
(6)
EXPERIMENTAR A CRISTO
EN SUS EXPERIENCIAS Y OFRECER AL CRISTO
QUE HEMOS EXPERIMENTADO,
Y OFRECER CRISTO A DIOS
COMO NUESTRO HOLOCAUSTO
SEGÚN NUESTRAS EXPERIENCIAS DE ÉL
(2)
En el mensaje anterior consideramos los diferentes aspectos de Cristo en Sus experien-
cias como holocausto para Dios. En este mensaje y en el siguiente consideraremos
nuestras experiencias de Cristo en Sus experiencias.
No podemos llevar una vida de absoluta entrega a Dios en nosotros mismos. Hace poco
tuve la profunda sensación de que incluso nuestra santidad y la confesión que hacemos
de nuestros pecados no son puras, sino sucias. Nosotros, los seres humanos, no somos
más que suciedad. Todo lo que procede de nuestro ser está sucio, y todo cuanto toca-
mos se vuelve sucio. Por esta razón, según la tipología de la Biblia, incluso cuando nos
acercamos a Dios para realizar algo que es santísimo, necesitamos la ofrenda por el
pecado y la ofrenda por las transgresiones. Cada vez que proclamo la palabra santa, en
lo profundo de mi ser me doy cuenta de que necesito la ofrenda por el pecado y la
ofrenda por las transgresiones, y pongo mi confianza en el lavamiento y la limpieza del
Señor.
El holocausto indica una vida entregada absolutamente a Dios. Esta vida procede ab-
solutamente de una fuente pura, en la que no hay elemento alguno de la caída, ni hay
defecto ni pecado. Esta clase de vida es pura y santa. En nosotros mismos no podemos
llevar esta clase de vida. Hemos caído al grado de convertirnos en el mundo, el cual es
completamente sucio. De hecho, el mundo es lo que nosotros somos, y nosotros somos
el mundo. Cada parte de nuestra sustancia, nuestra esencia, nuestras fibras, nuestro
elemento, está sucio. Nosotros jamás podríamos ser un holocausto para Dios. Por con-
siguiente, debemos tomar a Cristo como nuestro holocausto.
En lo que se refiere a nosotros, el holocausto tiene como finalidad hacer expiación (Lv.
1:4). Necesitamos de la propiciación efectuada por la sangre de Cristo, el holocausto.
Para tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestra ofrenda por
las transgresiones no necesitamos experimentar lo que Cristo experimentó. Sin em-
bargo, para tomar a Cristo como nuestro holocausto necesitamos experimentar lo que
Cristo experimentó. De nada sirve ofrecer a Cristo como nuestro holocausto si no he-
mos tenido alguna experiencia de lo que Él experimentó como holocausto. La medida
en que podamos ofrecer a Cristo como holocausto dependerá del grado al que le haya-
mos experimentado como tal ofrenda.
Una persona no necesita tener ninguna experiencia de Cristo para ofrecerlo a Dios en
calidad de ofrenda por el pecado y ofrenda por las transgresiones. Un pecador puede
oír el evangelio, arrepentirse y declarar: “¡Oh Dios, ten misericordia de mí! Recibo al
Señor Jesús como mi Salvador”. Un pecador que ora así es perdonado inmediatamente,
pues no se le exige experimentar a Cristo. El pecador arrepentido sencillamente toma
a Cristo como su ofrenda por el pecado y como su ofrenda por las transgresiones. Pero
el caso es totalmente distinto con relación al holocausto. Podremos tomar a Cristo
como holocausto únicamente al grado al cual hayamos experimentado a Cristo en Su
experiencia.
Tardé muchos años en darme cuenta de que nuestro ofrecimiento de Cristo como ho-
locausto no puede exceder las experiencias que hayamos tenido de Él como tal ofrenda.
Con respecto a este asunto, el libro de Levítico aún no me había sido abierto, aunque
sí en el sentido de haber aprendido las enseñanzas de la Asamblea de los Hermanos en
cuanto a las ofrendas. Con el tiempo fui alumbrado para ver que los capítulos de Leví-
tico que tratan sobre las ofrendas no nos revelan en un sentido total a Cristo como
holocausto, sino que nos revelan cómo presentar a Cristo en calidad de holocausto.
Nuestro ofrecimiento de Cristo es conforme a las experiencias que hayamos tenido de
Él. Si no hemos experimentado nada de Cristo en Su experiencia como holocausto, no
podremos ofrecerlo como holocausto a Dios.
El hecho de que Cristo sea el holocausto sin duda se refiere al hecho de que Él llevó una
vida de absoluta entrega a Dios. En todas Sus experiencias como holocausto para Dios,
Cristo fue un hombre auténtico que vivió absolutamente entregado a Dios. De ahí que
Él pudiera reemplazar todas las ofrendas. El hecho de Él fuese el holocausto lo hizo
apto para ser la ofrenda por el pecado. Si Cristo no hubiera sido el holocausto, no ha-
bría sido apto para ser la ofrenda por el pecado.
Como holocausto, Cristo fue degollado, despojado y cortado en trozos. ¿Cómo pudo
estar dispuesto a ser degollado? Porque estaba absolutamente entregado a Dios.
¿Cómo pudo estar dispuesto a ser desollado y cortado en trozos? Porque estaba abso-
lutamente entregado a Dios. La razón por la cual nosotros no estamos dispuestos a ser
degollados, desollados ni cortados en trozos es que no estamos absolutamente entre-
gados a Dios.
¿Por qué los cristianos siguen teniendo problemas en su vida familiar? ¿Por qué existen
problemas entre los hermanos y entre las hermanas en la iglesia, y también entre los
ancianos y los colaboradores? Puesto que hemos sido salvos y amamos al Señor Jesús,
no debiera haber ningún problema. Es natural que haya problemas entre las personas
de la sociedad que no son salvas, pero ¿por qué existen problemas entre los santos en
la iglesia? La razón por la cual tenemos problemas en nuestra vida matrimonial y en la
vida de iglesia es que no estamos absolutamente entregados a Dios.
Las parejas argumentan y discuten incluso al realizar cosas para Dios. Pese a que un
hermano y su esposa aman al Señor, es posible que discutan, aun respecto al asunto de
amar al Señor. Además, podrían argumentar acerca de ofrendar dinero a Dios. Tal vez
uno de los cónyuges quiera dar cierta cantidad de dinero para un propósito determi-
nado, y el otro quiera destinar ese dinero para otro propósito. A veces también un her-
mano y su esposa pueden estar en desacuerdo sobre qué himno cantar para alabar al
Señor en la reunión de hogar. Debido a este desacuerdo, se echa a perder la reunión.
Todas estas discusiones se deben a que no estamos absolutamente entregados a Dios.
En Hechos 15 vemos que se suscitó un problema entre Bernabé y Pablo (vs. 35-39). Fue
Bernabé quien había introducido a Saulo de Tarso en la comunión del Cuerpo (9:26-
28). También fue Bernabé quien buscó a Saulo y lo introdujo en el ministerio neotes-
tamentario (11:25-26). Sin embargo, en Hechos 15, después de haber obtenido la vic-
toria con relación al problema de la circuncisión, se separaron. Podríamos dar diferen-
tes razones por las cuales se produjo esta separación, pero a los ojos de Dios, el pro-
blema se debió a una sola cosa: no estar absolutamente entregados a Dios.
Debido a que Cristo estaba absolutamente entregado a Dios y nosotros estamos entre-
gados a Él sólo de manera limitada, no podemos experimentar a Cristo como holo-
causto de manera completa. Tal vez estamos entregados a Dios, pero no de manera
absoluta. Por consiguiente, sólo podemos ofrecer Cristo como holocausto a Dios de
manera limitada.
A. Llevado al matadero
Si experimentamos a Cristo en Sus experiencias como holocausto para Dios, compren-
deremos que nosotros, al igual que Cristo, debemos ser llevados al matadero. Podemos
aplicar esto a la vida matrimonial. Si en las disputas que surgen entre el marido y la
mujer, ambos —o tan siquiera uno de los dos— experimentaran a Cristo en Su expe-
riencia de ser llevado al matadero, la disputa se acabaría. El resultado sería el mismo
con respecto a los problemas en la vida de iglesia si experimentáramos a Cristo en Su
experiencia de ser llevado al matadero.
Si en lugar de ofrecer resistencia, permitimos que otros nos lleven al matadero, expe-
rimentaremos a Cristo en Su muerte. En Filipenses 3:10 Pablo dice: “A fin de conocerle,
y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a
Su muerte”. Ser llevados al matadero equivale a dar el paso de ser configurados a la
muerte de Cristo. Esto hace que nuestra vida sea amoldada conforme al modelo que
Cristo nos dejó al no ofrecer resistencia y permitir, sin expresar palabra alguna, que
otros lo llevaran al matadero. Cristo fue llevado al matadero en el Gólgota, pero ésa no
fue la única vez que lo llevaron al matadero. La vida de Cristo, especialmente durante
los años de Su ministerio, fue una vida en la que Él continuamente fue llevado al ma-
tadero.
La vida cristiana debe ser una vida de holocausto. Este holocausto, por supuesto, no se
refiere a nosotros, sino a Cristo. La vida cristiana, por tanto, es en realidad una vida
caracterizada por Cristo como holocausto. Pablo llevó tal vida, y por eso pudo decir:
“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). Pablo llevó una vida en la
que se repitió la vida de holocausto que Cristo llevó cuando estuvo en la tierra. Esto
guarda relación con experimentar a Cristo en Sus experiencias como holocausto.
Quizás usted se pregunte cómo puede tener la experiencia de ser llevado al matadero.
Si usted está dispuesto a llevar una vida de holocausto, en ocasiones tendrá la expe-
riencia de ser llevado al matadero por los hermanos de la iglesia. Además, un hermano
puede ser llevado al matadero por su esposa, y una hermana, por su marido. Estas co-
sas ocurren a menudo en la vida cristiana. Si usted nunca ha sido llevado al matadero,
no es imitador de Cristo. Si usted lleva la clase de vida que Cristo llevó, no podrá evitar
ser llevado al matadero. Usted será llevado al matadero una y otra vez.
B. Degollado
Finalmente, Cristo fue degollado; Él fue inmolado. Hoy podemos experimentar a Cristo
en Su experiencia de ser inmolado. Pablo se refiere a esta experiencia en 2 Corintios
4:11, que dice: “Siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús”. Estar en-
tregado a muerte equivale a ser inmolado. Si experimentamos al Cristo que fue inmo-
lado, tendremos algo de Cristo que ofrecer como holocausto a Dios.
En Filipenses 3:10 Pablo habla de ser configurado a la muerte de Cristo. Cristo fue cru-
cificado, y nosotros hoy estamos siendo crucificados. El hecho de ser crucificados tiene
que ver con el hecho de ser conformados, configurados, a la muerte de Cristo. Día tras
día estamos siendo inmolados. Por tanto, en cierto sentido un cristiano no vive, sino
que muere. Una vez leí un libro titulado Dying to Live. Cada día morimos para vivir;
somos entregados a muerte para poder vivir.
Debemos aplicar a nuestras situaciones diarias las experiencias que Cristo tuvo al ser
llevado al matadero y al ser degollado. Si por la misericordia de Dios experimentamos
al Cristo que fue llevado al matadero y que fue inmolado, no tendremos problemas en
nuestra vida familiar ni en nuestra vida de iglesia. La razón por la cual todavía tenemos
problemas con los demás es que no estamos dispuestos a experimentar a Cristo en Sus
experiencias.
C. Desollado
También podemos experimentar al Cristo que fue desollado, esto es, despojado de la
manifestación externa de Sus virtudes humanas. Desollar la ofrenda consiste en qui-
tarle la piel que la cubre. Según la interpretación espiritual de este tipo, ser desollado
equivale a ser difamado.
Varios versículos indican que podemos experimentar al Cristo que fue desollado. He-
chos 24:5 y 6 dice: “Hemos hallado que este hombre es una plaga, y promotor de insu-
rrecciones [...] Intentó también profanar el templo”. Aquí vemos que a Pablo se le acusó
de ser una plaga, de estar lleno de gérmenes contagiosos. En realidad, Pablo era un
buen hombre que no haría daño a nadie. Pablo también fue acusado de ser promotor
de insurrecciones, de causar divisiones adondequiera que iba; más aun, se le acusó de
intentar profanar el templo. ¡Cuánta difamación experimentó él!
En 2 Corintios Pablo indica que había adquirido mala fama. La mala fama es una es-
pecie de difamación, en la que alguien es despojado de la expresión externa de sus vir-
tudes.
En 2 Corintios 12, los corintios, los hijos espirituales que Pablo había engendrado por
medio del evangelio, acusaron a Pablo de ser astuto en cuestiones monetarias. Decían
que, con engaño, él había tomado ventaja de ellos al enviar a Tito para tomar su dinero
(vs. 16-18). Aquí vemos que Pablo fue difamado incluso por sus hijos espirituales.
Mateo 5:11 dice: “Por Mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal
contra vosotros, mintiendo”. Con estas palabras el Señor Jesús predijo que Sus segui-
dores serían difamados y calumniados, y que se dirían mentiras acerca de ellos. Esto
definitivamente es una verdadera desolladura, lo cual nos despoja de nuestra buena
reputación de modo que quedamos desnudos, sin nada que nos cubra. Si llevamos una
vida de holocausto, no podremos evitar esto. Conforme al Nuevo Testamento, nuestro
destino como seguidores de Cristo es sufrir esta clase de desolladura, con lo cual expe-
rimentamos al Cristo que fue desollado.
Cada vez que otros hablan mal de usted, usted es desollado. ¿Qué debe decir usted
cuando sea desollado, cuando sea difamado? No debe decir nada. Si dice algo para de-
fenderse, eso será señal de que usted no está dispuesto a experimentar a Cristo en Su
experiencia de ser desollado.
D. Cortado en trozos
Hoy en día incluso podemos experimentar al Cristo que fue cortado en trozos. En 1
Corintios 4:13 vemos que Pablo experimentó esto: “Nos difaman [...] hemos venido a
ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todas las cosas”. Las pala-
bras escoria y desecho son sinónimos. La escoria denota aquello que es arrojado al ha-
cer la limpieza, o sea, el desperdicio, la inmundicia. El desecho denota aquello que se
debe quitar, o sea, la basura, la mugre. Llegar a ser la escoria del mundo y el desecho
de todas las cosas equivale a ser cortado en trozos.
¿Piensa usted que cuanto más siga al Señor Jesús, más lo respetarán los demás y lo
tendrán en alta estima? Tal vez en cierto sentido lo respeten, pero en otro sentido, us-
ted será tratado como escoria y desecho. Ésta fue la experiencia de Cristo. Sus discípu-
los lo respetaban y lo tenían en alta estima, pero para los opositores, quienes lo corta-
ron en trozos, Él era escoria y desecho. Experimentar a Cristo en Sus experiencias como
holocausto para Dios equivale a experimentarlo en Su experiencia de ser cortado en
trozos.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE NUEVE
EL HOLOCAUSTO:
EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS
(7)
EXPERIMENTAR A CRISTO
EN SUS EXPERIENCIAS Y OFRECER AL CRISTO
QUE HEMOS EXPERIMENTADO,
Y OFRECER CRISTO A DIOS
COMO NUESTRO HOLOCAUSTO
SEGÚN NUESTRAS EXPERIENCIAS DE ÉL
(3)
En el mensaje anterior vimos que podemos experimentar a Cristo en Sus experiencias
de ser llevado al matadero, ser degollado, ser desollado y ser cortado en trozos. En este
mensaje veremos otros aspectos de las experiencias que tenemos de Cristo en Sus ex-
periencias como holocausto para Dios.
E. Su sabiduría
En 1 Corintios 1:30 dice que Cristo nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría. En
Levítico 1, la sabiduría de Cristo es tipificada por la cabeza del holocausto. Necesitamos
la cabeza de Cristo, esto es, necesitamos Su sabiduría.
Si deseamos tomar a Cristo como nuestra sabiduría, tenemos que vivir a Cristo. La vida
cristiana apropiada, una vida que consiste en permanecer en el Señor para disfrutar Su
vida, es una vida en la que no hacemos cosas por nosotros mismos, sino por Él. Mien-
tras actuemos por nosotros mismos, no podremos tener la sabiduría de Cristo y Él no
podrá ser sabiduría para nosotros. Por ejemplo, si usted habla con su cónyuge o con
sus hijos en usted mismo y por usted mismo, Cristo no será sabiduría para usted
cuando hable con ellos. Si hemos de hablar y hacer todas las cosas por Cristo, debemos
orar: “Señor, vive en mí. He sido crucificado, y ya no vivo yo. Señor, no quiero hacer
nada por mí mismo; deseo hacerlo todo por Ti. De hecho, Señor, deseo permitir que
Tú vivas en mí y lo hagas todo para mí”. Cuando permitamos que Cristo viva en noso-
tros y lo haga todo para nosotros, Él llegará a ser nuestra sabiduría.
Nuestro problema hoy es que queremos llevar una vida victoriosa y perfecta, pero no
vivimos ni actuamos por Cristo. Tenemos el deseo de vivir por Cristo, incluso de vivir
a Cristo, pero no estamos acostumbrados a hacerlo. En vez de ello, estamos acostum-
brados a vivir por nosotros mismos. Vivimos por nosotros mismos espontáneamente,
sin proponérnoslo y sin ejercitar deliberadamente ninguna parte de nuestro ser. Sin
embargo, si hemos de vivir a Cristo, debemos ejercitar todo nuestro ser.
Si vivimos a Cristo en nuestra vida matrimonial, Cristo no sólo será nuestra vida, sino
también nuestra sabiduría. Cada vez que tenemos dificultades con nuestro cónyuge,
ello indica que estamos carentes de Cristo como nuestra sabiduría. Si no vivimos a
Cristo, tendremos problemas en nuestra vida matrimonial. La manera de evitar pro-
blemas con nuestro cónyuge es vivir a Cristo y tenerlo como nuestra sabiduría.
Cristo es muy sabio. Al vivir en nosotros, Él repite en nosotros Su vida llena de sabidu-
ría. De esta manera, experimentamos a Cristo en Su sabiduría y llevamos una vida en
la que Cristo es nuestra sabiduría.
Pablo experimentó a Cristo de esta manera. En Gálatas 1:10 él dice: “¿Busco ahora el
favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía
tratara de agradar a los hombres, no sería esclavo de Cristo”. Pablo llevó una vida en la
que se repitió la vida de Cristo, una vida que siempre complacía a Dios. Por consi-
guiente, su vida fue un deleite para Dios.
Tal vez pensemos que Pablo fue una persona extraordinaria, que la vida que Él llevó
era incomparable y que la norma de su conducta es demasiado elevada para nosotros.
Sin embargo, Pablo nos pide que seamos imitadores de él (1 Co. 4:16; 11:1). Pablo era
igual que nosotros. Él era un ser humano, formaba parte de la vieja creación y vivía en
la carne. Si hemos de imitar a Pablo —en quien Dios se complacía—, ello dependerá de
si somos nosotros quienes vivimos o de si es Cristo quien vive en nosotros. Si somos
nosotros quienes vivimos, Dios no se complacerá en nosotros. Pero si permitimos que
Cristo viva en lugar de nosotros y si vivimos por Cristo e incluso vivimos a Cristo, nues-
tra vida ciertamente será un deleite para Dios. Cada vez que Dios se sienta complacido
con nuestra vida, tendremos dentro de nosotros la profunda sensación de ello. Sabre-
mos que llevamos una vida en la que se repite nuevamente la vida de Cristo y en la cual
Dios tiene Su complacencia.
Creo que todos nosotros hasta cierto punto hemos experimentado esto y hemos tenido
la profunda sensación de que agradamos a Dios y de que incluso nos sentimos conten-
tos con nosotros mismos. Sin embargo, muchas veces no agradamos a Dios, y por eso
tampoco nos sentimos contentos con nosotros mismos.
¿Qué clase de vida agrada a Dios? La única vida que agrada a Dios es aquella que sea
una repetición de la vida que llevó Cristo en la tierra. Una vida que experimenta a Cristo
en Sus experiencias como holocausto es una vida que agrada a Dios. Tal vida es un
deleite para Dios.
En Romanos 14:18, Pablo dice: “El que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios”. La pala-
bra esto se refiere al versículo 17, el cual dice que el reino de Dios es justicia, paz y gozo
en el Espíritu Santo. El que sirve como esclavo en esto —en el reino de Dios— agrada a
Dios. Cuando llevamos la vida del reino, llevamos una vida que es justa y llena de paz
y gozo. Esta vida es una repetición de la vida que llevó Cristo como holocausto, la cual
es siempre un deleite para Dios.
En Romanos 8:6 Pablo habla de poner la mente en el espíritu. Esto no es tan enfático
como lo que dice acerca de tener la mente de Cristo. No sólo debemos poner nuestra
mente en el espíritu, sino que debemos tener la misma mente de Cristo.
“Os añoro a todos vosotros en las partes internas de Cristo Jesús ” (Fil. 1:8). La palabra
griega traducida “partes internas” literalmente significa “entrañas”, lo cual significa
afecto profundo, y también tierna misericordia y compasión. En su añoranza por los
santos, Pablo era uno con lo que Cristo sentía en Sus entrañas, las tiernas partes inter-
nas de Cristo. Esto indica que Pablo no conservó sus propias partes internas, sino que
hizo suyas las partes internas de Cristo. Él no solamente hizo suya la mente de Cristo,
sino también todo Su ser interior. Por consiguiente, Pablo experimentó un cambio, una
reordenación, una reestructuración y una reconstitución intrínseca de todo su ser in-
terior. Las partes internas de Cristo vinieron a ser la constitución intrínseca de Pablo.
Pablo no llevó una vida conforme a su ser natural; él llevó una vida en las partes inter-
nas de Cristo.
“La veracidad de Cristo que está en mí” (2 Co. 11:10). Aquí veracidad significa hones-
tidad, fidelidad, confiabilidad. Lo que estaba en Cristo como veracidad, es decir, como
honestidad, fidelidad, confiabilidad, estaba también en el apóstol Pablo.
“Mi amor en Cristo Jesús esté con todos vosotros” (1 Co. 16:24). El amor que Pablo
sentía por los corintios no era su propio amor, sino el amor que es en Cristo, el cual es
el amor de Cristo. Pablo no amó a los santos con su amor natural, sino con el amor de
Cristo.
Si juntamos todos estos versículos, veremos que Pablo era un hombre que experimen-
taba continuamente las partes internas de Cristo. Debido a que experimentaba a Cristo
de esta manera, él ciertamente podía ofrecer Cristo a Dios conforme a la experiencia
que tenía de Él.
H. Su andar
En Levítico 1, las piernas del holocausto representan el andar de Cristo, así como la
cabeza representa Su sabiduría. Debemos experimentar a Cristo en Su andar.
En Mateo 11:29 el Señor Jesús dice: “Tomad sobre vosotros Mi yugo, y aprended de
Mí”. Esto equivale a tomar las piernas del Señor, Su andar, y experimentarlo en Su
andar.
“Vosotros [...] habéis aprendido así a Cristo” (Ef. 4:20). Aprender a Cristo equivale a
tener Sus piernas y Sus pies a fin de vivir, andar y movernos exactamente como Él lo
hizo.
“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). Este versículo indica que
Pablo no anduvo con sus propias piernas y pies, sino con las piernas y pies de Cristo.
Pedro también experimentó a Cristo en Su andar. Esto es indicado por lo que él dijo
acerca de seguir las pisadas de Cristo: “Dejándoos un modelo, para que sigáis Sus pi-
sadas” (1 P. 2:21). Tanto Pablo como Pedro anduvieron con las piernas y los pies del
Cristo que se ofreció como holocausto a Dios.
En 1 Corintios 6:11 y en Tito 3:5, Pablo se refiere a nuestra experiencia de este lava-
miento. En 1 Corintios 6:11 se nos dice: “Ya habéis sido lavados [...] en el Espíritu de
nuestro Dios”. Si a diario experimentamos este lavamiento y luego presentamos a
Cristo como nuestro holocausto, podremos presentarlo según nuestra experiencia.
Pero si no tenemos la experiencia de ser lavados por el Espíritu Santo, no tendremos
la capacidad de presentar un holocausto que ha sido lavado. Necesitamos experimentar
a Cristo como Aquel que fue lavado por el Espíritu Santo.
En Tito 3:5 Pablo habla de “la renovación del Espíritu Santo”. Esta renovación también
está relacionada con nuestra experiencia cotidiana en la cual somos guardados de toda
contaminación mediante el lavamiento del Espíritu Santo.
La situación actual de los cristianos es que muy pocos de ellos tienen a un Cristo que
puedan presentar como holocausto. ¿Dónde puede uno encontrar un grupo de cristia-
nos que a diario le ofrezcan como holocausto a Dios al Cristo que han experimentado?
Y con respecto a esto mismo, ¿cuál es la situación entre nosotros? Me preocupa el he-
cho de que nosotros también estemos carentes de experiencias. A esto se debe el que
muchos santos no tengan nada que expresar en la reunión de la mesa del Señor ni en
la reunión de oración. Tal vez queramos ofrecer alabanzas a Dios, pero si estamos ca-
rentes respecto a experimentar las experiencias de Cristo, no tendremos nada que ex-
presar. No obstante, si experimentamos de una manera plena las experiencias de Cristo
como holocausto, tendremos mucho que expresar a modo de alabanzas, no sólo en las
reuniones, sino también en nuestro tiempo personal con el Señor. Por consiguiente,
debemos esforzarnos por experimentar diariamente a Cristo como holocausto en todos
Sus aspectos. Así, debido a que le experimentamos abundantemente, podremos ofre-
cerle a Dios al Cristo que hemos experimentado. Nuestras oraciones y alabanzas ex-
presarán las experiencias que hemos tenido de Cristo.
Los testigos de tal repaso y exhibición ciertamente se llevarán una buena impresión de
ello. Por supuesto, como estamos carentes de este tipo de experiencias, no presencia-
mos esto muy a menudo. No obstante, en las reuniones a veces oímos una alabanza o
un testimonio que es un repaso y una exhibición de la experiencia que un hermano ha
tenido de Cristo, y admiramos esa alabanza o testimonio.
Quizás usted sienta que le es imposible experimentar a Cristo en Sus experiencias como
holocausto. Sin embargo, en Filipenses 3:10 Pablo nos dice que podemos ser configu-
rados a la muerte de Cristo si experimentamos el poder de la resurrección de Cristo, el
cual nos sostiene y fortalece. En uno de sus himnos, A. B. Simpson dice: “Dulce es morir
con Cristo / Si vivo en resurrección” (Himnos, #199). Si recibimos la visión respecto a
experimentar a Cristo en Sus experiencias y sentimos deseos de llevar tal vida, debe-
mos tener la fe de que el mismo Cristo que presenta Sus experiencias a modo de ejem-
plo reside ahora en nosotros como nuestro suministro de vida. Dentro de nosotros te-
nemos un suministro todo-suficiente, y este suministro es el Espíritu de Cristo en Su
resurrección. Ésta fue la razón por la cual Pablo pudo decir: “Todo lo puedo en Aquel
que me reviste de poder” (Fil. 4:13). Así pues, ya que Cristo está en nosotros y a favor
nosotros, no debemos desanimarnos.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE DIEZ
EL HOLOCAUSTO:
EL CRISTO QUE SATISFACE A DIOS
(8)
EXPERIMENTAR A CRISTO
EN SUS EXPERIENCIAS Y OFRECER AL CRISTO
QUE HEMOS EXPERIMENTADO,
Y OFRECER CRISTO A DIOS
COMO NUESTRO HOLOCAUSTO
SEGÚN NUESTRAS EXPERIENCIAS DE ÉL
(4)
En los dos mensajes anteriores consideramos en detalle el asunto de experimentar a
Cristo en Sus experiencias y de ofrecer a Dios el Cristo que hemos experimentado. En
este mensaje quisiera añadir algo breve en relación con experimentar a Cristo en Sus
experiencias como holocausto.
Me preocupa que algunos puedan malentender lo que quiero decir cuando hablo de
experimentar a Cristo en Sus experiencias. Es posible que muchos cristianos, al oír que
debemos experimentar a Cristo en Sus experiencias a fin de que Él sea nuestro holo-
causto, piensen que esto equivale a imitar a Cristo de forma externa, es decir, tomarle
como un ejemplo y un modelo externos, para luego seguirle y aprender de Él. Esta
comprensión es equívoca.
Algunos versículos del Nuevo Testamento parecieran sustentar esta corriente de pen-
samiento. En los Evangelios, el Señor Jesús a menudo exhortó a las personas a que lo
siguieran. En Mateo 11:29 Él dijo: “Tomad sobre vosotros Mi yugo, y aprended de Mí,
que soy manso y humilde de corazón”. Además, Pablo exhortó a los creyentes, di-
ciendo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). Versículos como
éstos aparentemente sustentan la enseñanza de que experimentar a Cristo consiste en
imitarlo de forma externa.
Vivir a Cristo
Según la segunda corriente de pensamiento, la cual sostienen sólo unos cuantos maes-
tros de la Biblia, experimentar a Cristo en Sus experiencias no es imitarle externa-
mente, sino vivir a Cristo. Experimentar a Cristo en Sus experiencias no es tomarlo
como modelo externamente, sino vivir a Cristo. Al respecto, Pablo dice: “Con Cristo
estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Pablo
no dice: “Yo tomo a Cristo como mi modelo y lo sigo”; más bien, él dice: “Con Cristo
estoy juntamente crucificado” y “vive Cristo en mí”. Luego, en Filipenses 1:21, Pablo
añade lo siguiente: “Para mí el vivir es Cristo”. Pablo no tomó a Cristo meramente como
su modelo ni lo imitó externamente. Pablo vivió a Cristo.
No obstante, hay quienes tienen una voluntad muy férrea y logran vencer la tentación
de altercar. Por mucho que otros los provoquen, ellos no se enojan. Ellos han tomado
la resolución de imitar a Cristo, de seguirlo en cuanto a no altercar y, debido a que
tienen una voluntad férrea, lo logran. ¿Será que ellos experimentan verdaderamente a
Cristo en Sus experiencias? ¡Por supuesto que no! Ellos meramente practican una en-
señanza religiosa.
Sí, es cierto que en los cuatro Evangelios el Señor Jesús dijo: “Sígueme”. Sin embargo,
esta palabra no se encuentra ni en Hechos ni en las Epístolas. En lugar de exhortarnos
a seguir a Cristo de forma externa, las Epístolas hablan de estar en Cristo. Pablo dice:
“Conozco a un hombre en Cristo” (2 Co. 12:2), y expresa el deseo de ser hallado en
Cristo (Fil. 3:9). En Gálatas 2:20 Pablo dice que con Cristo está juntamente crucificado
y que ya no vive él, mas vive Cristo en él. Luego, en Filipenses 1:21, Pablo nos dice que
para él, el vivir es Cristo. ¡Cuán grande es la diferencia entre tratar de imitar a Cristo
de forma externa y estar en Cristo, vivir a Cristo y que Cristo viva en nosotros!
Me preocupa que cuando algunos santos —sobre todo los más nuevos— oigan hablar
de experimentar a Cristo en Sus experiencias, ellos procuren seguir a Cristo meramente
de forma externa. Si tratamos de imitar a Cristo, seremos como monos que tratan de
imitar a los humanos. No debemos tratar de seguir a Cristo; antes bien, es necesario
que seamos alumbrados para ver que en nosotros mismos no tenemos ninguna espe-
ranza. Somos “monos”. ¿Cómo podríamos imitar a un hombre? Debemos olvidarnos
acerca de imitar a Cristo y ver que en nosotros está una persona que es nuestra vida.
Esta persona es nuestro Salvador, el propio Dios Triuno, quien vive en nosotros. Él no
sólo es nuestra vida, sino que incluso es nuestra persona.
Nuestro testimonio debiera ser que no sabemos lo que es hacer el bien o el mal; sólo
sabemos vivir a Cristo. Nosotros le amamos y tenemos comunión con Él. En la mañana,
lo primero que hacemos es invocarle de manera cariñosa y amorosa, diciendo: “Señor
Jesús, te amo”. Luego podemos comenzar a hablar con Él, a tener comunión con Él y a
ingerirlo. Ingerir a Cristo es comerle. Entonces le disfrutaremos, lo viviremos a Él y
seremos lo que Él es.
A fin de ayudar a los nuevos creyentes y a los más jóvenes, quisiera contarles una ex-
periencia que tuve cuando era un joven cristiano. Poco después de ser salvo, mi her-
mana, que estudiaba en un instituto teológico, intentó ayudarme en mi vida cristiana.
Un día, me habló acerca de un maestro de la Biblia que era muy paciente y que siempre
andaba muy lentamente con la Biblia en la mano, deteniéndose de vez en cuando para
contemplar los cielos o para mirar la Biblia. Cuando oí hablar de él, decidí que también
sería paciente y andaría lentamente. Sin embargo, al tratar de hacer esto, yo era un
“mono” que procuraba ser un hombre. Yo soy una persona rápida, y por mí mismo no
puedo llevar una vida calmada y paciente. A la postre, aprendí algunas de las enseñan-
zas de la vida interior y fui alumbrado para ver que yo había sido crucificado y sepul-
tado juntamente con Cristo. Vi que ya no vivía yo, sino que Cristo vivía en mí.
En lugar de imitar a Cristo, debemos vivirle a Él. A fin de vivir a Cristo, debemos invo-
car Su nombre y disfrutarlo. Ésta es la manera de llevar una vida victoriosa, la cual es
de hecho el Cristo vencedor como nuestra vida.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE ONCE
LA OFRENDA DE HARINA:
EL CRISTO QUE SATISFACE AL PUEBLO DE DIOS
Y QUE ÉSTE DISFRUTA JUNTAMENTE CON DIOS
(1)
Lectura bíblica: Lv. 2:1
En este mensaje empezaremos a considerar el capítulo 2 de Levítico, el cual trata sobre
la ofrenda de harina.
B. El holocausto recalca
que Cristo es la justicia de Dios,
y la ofrenda de harina recalca
que Cristo es justo delante de Dios
El holocausto recalca que Cristo es la justicia, esto es, la justicia de Dios. La ofrenda de
harina recalca que Cristo es justo, esto es, justo delante de Dios. En el holocausto vemos
a Cristo como justicia, pues el holocausto indica que Cristo es la justicia de Dios. La
ofrenda de harina indica que Cristo es justo.
Debemos diferenciar entre justicia (sustantivo) y justo (adjetivo). Podemos decir que
Cristo es la justicia misma, y podemos decir también que Él es justo. El mismo princi-
pio se aplica con relación a las palabras pecado (sustantivo) y pecaminoso(adjetivo).
Por una parte, podemos decir que somos pecado, que somos la totalidad del pecado
mismo; y por otra, podemos decir que somos pecaminosos.
Cuando Cristo murió en la cruz, Él fue hecho pecado (2 Co. 5:21). Aquel que murió en
la cruz no era simplemente una persona, Jesucristo, sino una persona hecha pecado en
su totalidad. Al ser hecho pecado, Él quitó el pecado de la humanidad (Jn. 1:29), y el
pecado, el cual es personificado, fue condenado (Ro. 8:3). Esto se refiere a Cristo como
ofrenda por el pecado.
Cristo es también la ofrenda por las transgresiones. La ofrenda por las transgresiones
no se refiere al Cristo que fue hecho pecado por nosotros, sino al Cristo que llevó nues-
tros pecados (1 P. 2:24; He. 9:28). Por un lado, como ofrenda por el pecado, Cristo fue
hecho pecado; por otro, como ofrenda por las transgresiones, Él llevó nuestros peca-
dos.
Debemos darnos cuenta de que como personas caídas, no simplemente somos pecami-
nosos, sino que somos pecado. A menudo, cuando me arrodillo delante del Señor, le
oro diciendo: “Señor, no sólo soy pecaminoso; soy el pecado mismo. No soy más que
pecado”.
Nosotros también debemos ser la justicia de Dios, agradando a Dios al punto de ser un
aroma que le satisface. Pero, ¿cómo podemos ser esta clase de persona? A los ojos de
Dios nosotros no somos justicia, sino pecado. ¿Cómo podemos ser holocaustos para
Dios? ¿Cómo nosotros, siendo pecado, podemos ser justicia? En nosotros mismos esto
es imposible, pero es posible si experimentamos a Cristo en Sus experiencias.
En los primeros años de mi ministerio, los hermanos y hermanas recién casados que
tenían problemas con su mal genio, a menudo me preguntaban cómo podían ser un
buen esposo o una buena esposa. No querían enojarse, pero a pesar de todos sus es-
fuerzos, fracasaban. Ellos querían que les dijera cómo podían vencer su mal genio.
Como llevaba poco tiempo en el ministerio, todavía no había visto la visión de vivir a
Cristo. Debido a que me hacía falta visión y aún influían en mí ciertos libros que había
leído acerca de cómo vivir la vida cristiana, les decía que debían amar al Señor, orar
mucho y memorizar versículos de la Biblia. Ellos aceptaron mi consejo e intentaron
seguirlo, pero no les funcionó, y el resultado de ello fue el fracaso. Ellos decidían no
volverse a enojar, pero al cabo de poco tiempo fracasaban y se volvían a enojar. Su
experiencia, al igual que la mía, era similar a la de Pablo en Romanos 7: “El querer el
bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que
no quiero, eso practico” (vs. 18b-19). Si hoy se me pidiera ayudar a los santos a vencer
su mal genio, les diría: “Deben darse cuenta de que ustedes son el enojo mismo. ¿Cómo,
entonces, creen que pueden evitar enojarse? La única manera de vencer el enojo es que
vivan a otra persona, a Aquel que no es enojo, sino la justicia de Dios”.
III. EL ACEITE
A. Representa al Espíritu de Dios
El aceite de la ofrenda de harina representa al Espíritu de Dios (Lc. 4:18; He. 1:9).
Cristo es un hombre y, como tal, Él posee una humanidad excelente. Él también posee
el elemento divino, que es el Espíritu de Dios. El elemento divino está en el Espíritu de
Dios y es el Espíritu de Dios.
Como ofrenda de harina, Cristo está lleno de aceite. Incluso podríamos decir que Él ha
sido “aceitado”. Él se ha mezclado con el aceite. Esto significa que Su humanidad se
mezcló con Su divinidad.
IV. EL OLÍBANO
A. Representa la fragancia de Cristo
en Su resurrección
El olíbano tiene un aroma agradable y da a las personas una sensación muy placentera.
En tipología, el olíbano en la ofrenda de harina representa la fragancia de Cristo en Su
resurrección.
Si tenemos este pensamiento presente mientras leemos los Evangelios, veremos qué
clase de persona fue Cristo mientras vivió en la tierra. Él fue una persona que poseía la
mejor y más elevada humanidad. Su humanidad estaba “aceitada”, debido a que se ha-
bía mezclado con Su divinidad. En Su vivir humano, Él no expresó Sus padecimientos,
sino la resurrección. Esta resurrección es el olíbano, el aroma fragante, el olor grato,
en todo el universo. No hay nada más grato, más fragante, que este aroma de resurrec-
ción. Así fue el vivir humano de Cristo en la tierra.
Incluso cuando el Señor Jesús fue arrestado y crucificado, Él llevó una vida en la que
Su humanidad estaba mezclada con Su divinidad y que expresaba la resurrección. Una
compañía de soldados y alguaciles de parte de los principales sacerdotes y de los fari-
seos fueron al huerto a buscar a Jesús. Él les preguntó dos veces: “¿A quién buscáis?”
(Jn. 18:4, 7), y en ambas ocasiones contestaron: “A Jesús nazareno” (vs. 5, 7). Entonces,
el Señor Jesús les dijo: “Pues si me buscáis a Mí, dejad ir a éstos” (v. 8). Al decir “éstos”
se refería a Sus discípulos. En el momento en que era traicionado por Su falso discípulo
y era arrestado por los soldados, el Señor seguía cuidando de Sus discípulos. En esto
podemos percibir la fragancia de la resurrección.
Sin importar cuáles fueran las circunstancias, el Señor Jesús llevó una vida de sufri-
mientos, pero siempre expresó la fragancia de Su resurrección. En todo lugar y en todo
momento, Cristo llevó una vida en la que Su humanidad estaba mezclada con Su divi-
nidad y que expresaba Su resurrección. Ésta es la ofrenda de harina.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE DOCE
LA OFRENDA DE HARINA:
EL CRISTO QUE SATISFACE AL PUEBLO DE DIOS
Y QUE ÉSTE DISFRUTA JUNTAMENTE CON DIOS
(2)
Lectura bíblica: Lv. 2:2-13
Antes de considerar otros aspectos de la ofrenda de harina, quisiera comparar el holocausto y
la ofrenda de harina.
En el holocausto, el ítem principal es la sangre (1:3, 11). En la ofrenda de harina, los ítems
principales son el aceite y el olíbano (2:1). El aceite se mezcla con la harina y la unge, y el
olíbano se pone sobre la ofrenda de harina.
El holocausto tiene como finalidad hacer expiación, propiciación. Tenemos necesidad de pro-
piciación debido a que no estamos entregados a Dios de forma absoluta. Aunque no hayamos
cometido ningún error ni hayamos pecado, y aunque seamos perfectos e íntegros, no llevamos
una vida de total, completa, plena y absoluta entrega a Dios. Si no vivimos completamente
entregados a Dios, carecemos de la gloria de Dios (Ro. 3:23). Esto significa que somos peca-
minosos; somos pecaminosos al no vivir absolutamente entregados a Dios.
Dios es nuestro origen. Fuimos creados por Dios con el propósito de que lo expresáramos y
representáramos. Pero para expresar y representar a Dios se requiere que llevemos una vida de
absoluta entrega a Él. Sin embargo, entre el linaje humano caído nadie está absolutamente en-
tregado a Dios. Quizás algunos de nosotros nos hemos entregado a Dios en gran medida, mas
no de forma plena y completa. No vivimos absolutamente entregados a Dios como lo hizo el
hombre Jesús cuando estuvo en la tierra. En los cuatro Evangelios se le describe como alguien
que vivió absolutamente entregado a Dios. Ninguno de nosotros puede compararse con Él. Por
esta razón, carecemos de la gloria de Dios y necesitamos que se haga propiciación por nosotros.
La propiciación se hace no sólo para redimir, sino también para resolver los conflictos que
existen entre Dios y nosotros, los cuales impiden que haya paz. La propiciación apacigua el
conflicto existente entre nosotros y Dios, y resuelve ciertos conflictos.
Para que se haga propiciación debemos ofrecer a Cristo como holocausto. Sin embargo, pode-
mos ofrecer a Cristo como holocausto sólo en la medida en que lo hayamos experimentado. A
fin de ofrecer Cristo como holocausto a Dios, debemos experimentar a Cristo en Sus experien-
cias.
Para hacer expiación, se necesita sangre. El holocausto únicamente se puede hacer con animales
porque sólo ellos tienen sangre que derramar para expiación. Por esta razón, conforme a Leví-
tico 1, el holocausto debía ser un novillo del ganado, una cabra o una oveja del rebaño, o tórtolas
o palominos.
Las ofrendas sirven como alimento a Dios y a nosotros para que Dios y nosotros podamos tener
un disfrute mutuo. El holocausto era totalmente consumido por Dios; Dios era el único que lo
comía. La “boca” de Dios era el fuego que consumía el holocausto, el fuego que ardía incesan-
temente, día y noche. En la manera en que Dios comía el holocausto vemos mucho orden. Esto
es indicado por la manera ordenada en que se colocaban las partes del holocausto que habían
de ser quemadas (Lv. 1:7-8). Todo lo que Dios hace, incluso comer el holocausto, lo hace de
manera ordenada.
Debido a que el holocausto es para propiciación, puede ser ingerido únicamente por Dios. Dios
es el único apto para disfrutar algo que se ofrece por nuestra propiciación. Por consiguiente, no
se nos permite comer el holocausto.
Aunque no nos es permitido comer el holocausto, sí se nos permite comer parte de la ofrenda
de harina. Cuando una persona ofrecía la ofrenda de harina, debía tomar “su puñado de la flor
de harina con el aceite, junto con todo el olíbano”, y esto era quemado “sobre el altar; porción
memorial es, ofrenda por fuego, aroma que satisface a Jehová” (2:2). Aquí vemos que parte de
la harina y del aceite, y todo el olíbano, servía de alimento para Dios. Dios debe ser el primero
en gustar y disfrutar la ofrenda de harina. El resto de la ofrenda de harina, que consiste de la
flor de harina y el aceite sin el olíbano, era alimento de los sacerdotes.
Los sacerdotes sirven a Dios; su servicio es santo, y su alimento también es santo. Si hemos de
servir a Dios como sacerdotes, debemos comer el alimento sacerdotal, el alimento santo acorde
con nuestro servicio santo. Esta comida nos nutre a fin de que tengamos la fuerza necesaria para
servir a Dios.
La ofrenda de harina guarda relación con el Cristo que satisface al pueblo de Dios y que éste
disfruta juntamente con Dios. Primero, Dios disfruta Su porción de la ofrenda de harina, y luego
nosotros disfrutamos nuestra porción. Nuestro disfrute es, por tanto, un disfrute mutuo, un dis-
frute que compartimos con Dios.
V. TODO EL OLÍBANO,
JUNTO CON UNA PARTE DE LA FLOR DE HARINA
Y DEL ACEITE, ES QUEMADO SOBRE EL ALTAR
Todo el olíbano, junto con una parte de la flor de harina y del aceite, era quemado sobre
el altar (2:2). Esto significa que una porción considerable de la vida de Cristo —una
vida excelente, perfecta, llena del Espíritu y saturada de la resurrección— es ofrecida a
Dios como alimento para Su disfrute.
El vivir humano de Cristo en la tierra fue excelente, pero es difícil describir a qué se
refiere esta excelencia. Podríamos decir que se refiere a la elevada norma de Sus atri-
butos y virtudes. ¿Cuán elevada es esta norma? No lo sabemos. Entre el linaje humano
nadie había expresado jamás tal norma.
Cristo es Dios y hombre a la vez. Él es un Dios-hombre, que fue ungido por el Espíritu
de Dios y que estaba mezclado con Él y lleno de Él; más aún, incluso antes de ser cru-
cificado, Él expresó la resurrección. Él expresó la resurrección en todo, aun cuando
reprendió a los fariseos (Mt. 23:1-36) y cuando purificó el templo (Jn. 2:12-17). La ex-
celencia del vivir humano que Cristo llevó en la tierra se hizo manifiesta tanto en Su
condición de hombre como en Su condición de Dios; esta excelencia se manifestó en
Su humanidad y divinidad en el Espíritu y con la resurrección. Es así como los cuatro
Evangelios lo revelan a Él en Su excelencia.
A. Para memorial
El olíbano, junto con parte de la flor de harina y del aceite, era quemado como porción
memorial debido a su grato efecto. Un memorial es mucho más que una simple satis-
facción. Tal vez sintamos satisfacción con muchas cosas, pero no necesariamente ha-
remos de ellas un memorial. No obstante, si la satisfacción es sublime, haremos de ella
un memorial. Dios disfruta a Cristo a tal grado que dicho disfrute llega a ser un memo-
rial.
Es fácil decir que podemos disfrutar el vivir humano de Cristo como nuestro alimento,
pero ¿cómo podemos hacer esto en la práctica? Si consideramos el tipo hallado en Le-
vítico 2, esto nos ayudará a contestar la pregunta. Dicho tipo es un cuadro descriptivo
del vivir humano de Cristo. La flor de harina representa la humanidad de Cristo, y el
aceite representa al Espíritu de Dios. El aceite y la harina se mezclan para producir flor
de harina con aceite, esto es, flor de harina mezclada con aceite. Por tanto, comer de la
flor de harina equivale a comer del aceite; esto equivale también a comer de la mezcla,
ya que el aceite y la harina no pueden ser separados.
Si hemos de comer a Jesús por medio del Espíritu, debemos comprender que el Espí-
ritu hoy está consolidado en la palabra. Al tocar la palabra, tocamos aquello que se ha
consolidado, o corporificado, en la palabra. Para comer a Jesús, ingerir a Jesús, disfru-
tar a Jesús, tenemos que tocar Su palabra, y cuando tocamos Su palabra, tenemos con-
tacto con el Espíritu.
Según el Nuevo Testamento, el Espíritu divino está relacionado con nuestro espíritu
humano. Debemos tocar la palabra del Señor valiéndonos de nuestro espíritu. La ma-
nera de tocar la palabra del Señor mediante nuestro espíritu consiste en orar-leer la
palabra. Cuando acudimos a la palabra, no sólo debemos ejercitar nuestros ojos y nues-
tra mente, leyéndola como si meramente fuese un periódico. Además de ejercitar nues-
tros ojos y nuestra mente, debemos orar y ejercitar nuestro espíritu. Si hacemos esto,
aparentemente estaremos tocando la palabra; pero en realidad, estaremos tocando el
Espíritu. El Espíritu está mezclado con la humanidad de Cristo. Por consiguiente,
cuando ejercitamos nuestro espíritu para tocar el Espíritu que está consolidado en la
palabra, comemos la vida y el vivir humanos de Cristo.
¿Cómo podemos disfrutar a Cristo? Podemos disfrutar a Cristo ejercitando nuestro es-
píritu para orar-leer la palabra. Cuando oramos-leemos la palabra del Señor, tocamos
Su Espíritu, y este Espíritu está mezclado con Su humanidad. Entonces somos nutridos
con la humanidad más elevada: la humanidad de Cristo.
En nosotros mismos no podemos llevar una vida humana como la que llevó el Señor
Jesús. Sólo Él puede vivir tal vida. Pero sí podemos tomar a Jesús en todo momento,
acudiendo a Su palabra y ejercitando nuestro espíritu para orar-leer la palabra. Cuando
hacemos esto, tocamos el Espíritu, y el Espíritu nos suministra a Jesús como nuestro
nutrimento. Puesto que somos lo que comemos, cuanto más comemos a Jesús, más Él
llega a ser nuestro elemento constitutivo. Al comer el vivir humano de Jesús, Su vivir
llega a ser nuestro. Espontáneamente, sin ningún esfuerzo, seremos tan humildes y
santos como Jesús. En esto consiste disfrutar a Jesús como nuestro alimento a fin de
llevar una vida apta para servir a Dios.
Durante un período de más de mil quinientos años, Dios preparó un libro para noso-
tros, la Biblia, y lo puso en nuestras manos. Además, nos dio Su Espíritu. El Espíritu
está por dentro, y la Biblia está por fuera. Al combinar estos dos, tenemos a Cristo en
Su vida humana. Cuando ejercitamos nuestro espíritu y oramos-leemos la palabra, to-
camos el Espíritu y disfrutamos el vivir humano de Cristo. Ésta es la ofrenda de harina.
VII. POR FUEGO
A. Toda ofrenda de harina
es ofrecida por fuego en el altar
Toda ofrenda de harina, ya sea cocida al horno, horneada en bandeja o hecha en ca-
zuela, era ofrecida por fuego en el altar (Lv. 2:4-9). Esto significa que Cristo, quien en
Su humanidad fue ofrecido a Dios para ser Su alimento, ha pasado por el fuego. Cuando
tocamos la ofrenda de harina, tocamos el fuego de prueba.
B. El fuego representa
al Dios que es fuego consumidor,
fuego que denota aceptación y no juicio
El fuego en Levítico 2 representa al Dios que es fuego consumidor, fuego que denota
aceptación y no juicio. La porción de la ofrenda de harina que se ofrecía a Dios como
alimento para Su satisfacción, era quemada, es decir, era consumida por el fuego. Esto
era una señal de aceptación, no de juicio. Esto significa que Dios aceptó a Cristo como
alimento Suyo que le satisface. Dios acepta la ofrenda de harina al consumirla por
fuego.
En Gálatas 2:20, Pablo dice: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, y en Filipenses 1:21,
dice: “Para mí el vivir es Cristo”. Pablo no sólo estaba mezclado con Cristo: Pa-
blo era Cristo. Al oír esto, es posible que algunos argumenten y me acusen de tergiver-
sar las palabras de Pablo. Tal vez digan: “Pablo no nos dijo que él era Cristo. Él declaró
simplemente que Cristo vivía en él y que para él el vivir era Cristo. Vivir a Cristo es una
cosa, y ser Cristo es otra”. A esto, yo contestaría: “¿Cómo puede una persona vivir a
otra persona sin ser esa persona? ¿Cómo pudo Pablo vivir a Cristo sin ser Cristo?”.
Mientras Pablo iba camino a Damasco, el Señor Jesús le preguntó: “¿Por qué me per-
sigues?”, y después añadió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch. 9:4-5). Pablo
pensaba que perseguía a Esteban y a otros discípulos; él no comprendía que de hecho
perseguía a Cristo. Sin embargo, el Señor consideró a Sus discípulos parte Suya. El
complemento me de Hechos 9:4 es una persona corporativa que incluye al Señor Jesús
y a todos los creyentes. Todos los creyentes son uno con Cristo, pero no como resultado
de una combinación o unión, sino de una mezcla.
Puesto que el Señor Jesús es Dios mismo que se encarnó para ser hombre, Él es un
Dios-hombre. ¿Piensa usted que Su divinidad se puede separar de Su humanidad, o
que, sin que haya mezcla alguna, Su divinidad y humanidad simplemente se unen para
constituirlo un Dios-hombre? Si no hubiera ninguna mezcla, ¿cómo podría Él vivir
como Dios-hombre? La divinidad de Cristo está mezclada con Su humanidad. Sin em-
bargo, esta mezcla de lo divino con lo humano de ningún modo produjo un tercer ele-
mento, algo que no es divino ni humano. Afirmar que con respecto al Señor Jesús la
mezcla de la naturaleza divina con la naturaleza humana produjo una tercera natura-
leza, una naturaleza que no era totalmente divina ni totalmente humana, es herético.
Esto definitivamente no es nuestro entendimiento de la palabra mezcla. Nosotros es-
tamos de acuerdo con la definición que nos da Webster’s Third New International Dic-
tionary acerca de la palabra mezclar: “juntar o combinar conjuntamente o con otras
cosas, de manera que los componentes aún se pueden distinguir en la combinación”.
En esta mezcla de dos elementos, los elementos aún se distinguen y de ningún modo
se produce un tercer elemento.
Cristo es tanto el Dios completo como el hombre perfecto y, como tal, posee la natura-
leza divina y la naturaleza humana de modo distinguible, sin que se produzca una ter-
cera naturaleza. Esto se revela en el Nuevo Testamento, y nos lo presenta el tipo en
Levítico 2. En este tipo vemos un ejemplo claro de la mezcla: el aceite está mezclado
con la flor de harina, y la flor de harina está mezclada con el aceite. Sin embargo, aun-
que estos dos elementos están mezclados, la esencia de cada elemento aún se distingue,
y no se produce un tercer elemento. Éste es el entendimiento correcto de la pala-
bra mezcla.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TRECE
LA OFRENDA DE HARINA:
EL CRISTO QUE SATISFACE AL PUEBLO DE DIOS
Y QUE ÉSTE DISFRUTA JUNTAMENTE CON DIOS
(3)
Lectura bíblica: Lv. 2:4-7, 13-16
En este mensaje abarcaremos otros aspectos relacionados con la ofrenda de harina.
Hay dos cosas que me perturban en el recobro del Señor. Una es la ambición, que con-
sidero levadura, y la otra es el afecto natural, que considero miel. Tal vez algunos santos
afirmen que el amor que tienen unos por otros es conforme al mandamiento del Señor
(Jn. 13:34). Pero en realidad, su amor es un afecto natural y no tiene nada que ver con
el mandamiento del Señor.
Nada perjudica más la vida de iglesia, el ministerio del Señor y la obra del Señor que la
ambición y el afecto natural. La ambición por el liderazgo es levadura, y la levadura
trae corrupción. El afecto natural es miel, y la miel produce fermentación.
La razón por la cual hay tanta ambición y afecto natural en la iglesia es que hay muy
poca sal. Nos hace falta experimentar la cruz de Cristo, nos hace falta aplicar la muerte
de Cristo. Si tenemos suficiente sal en la iglesia, la cruz acabará con la ambición y el
afecto natural. Mientras la cruz esté presente, tendremos la sal; y mientras tengamos
la sal, ésta matará los gérmenes. En tanto que la cruz esté presente, ella acabará con la
ambición y el afecto natural. Espero que ésta sea la experiencia de todos nosotros. En-
tre nosotros no debe haber ambición ni afecto natural. Lo único que debe haber entre
nosotros es la muerte del Señor que crucifica. Entonces tendremos humildad pura y
amor puro. Seremos puros y llevaremos una vida semejante a la que llevó el Señor Je-
sús cuando estuvo en la tierra, una vida sin levadura y sin miel, pero llena de sal.
La flor de harina no tiene una forma definida, pero las tortas de flor de harina son
sólidas y tienen una forma definida. Por tanto, las tortas indican una experiencia más
sólida de Cristo. Podemos experimentar a Cristo como flor de harina, como un ali-
mento sin forma. También podemos experimentar a Cristo como tortas, como algo só-
lido y con una forma definida.
A. La ofrenda de harina de mayor tamaño
Las tortas de flor de harina eran la ofrenda de harina de mayor tamaño. Así que, las
tortas representan la porción más grande de Cristo en lo referente a nuestra experien-
cia de Él. Esto nos muestra que la experiencia de la ofrenda de harina difiere en grado.
La porción suya puede ser de cierto tamaño, y la de otro santo puede ser de un tamaño
diferente.
B. Perforadas o traspasadas
Las tortas de flor de harina eran perforadas o traspasadas. Perforar o traspasar repre-
senta una determinada clase de sufrimiento padecido por Cristo en Su humanidad.
Durante Su vida humana, el Señor experimentó diversas clases de sufrimientos, y el
hecho de que las tortas fuesen perforadas o traspasadas, representa cierta clase de su-
frimientos que Cristo experimentó.
C. Sin levadura
Las tortas de flor de harina no contenían levadura. No tener levadura significa no tener
pecado ni ninguna cosa negativa.
XIII. HOJALDRES
La ofrenda de harina también podía ser de “hojaldres sin levadura ungidos con aceite”
(v. 4b).
B. Sin levadura
Una vez más, no tener levadura significa que en Cristo, como ofrenda de harina, no hay
pecado ni ninguna cosa negativa.
A. Sin levadura
Una vez más, no tener levadura significa no tener pecado ni cosas negativas.
C. Partida en trozos
La ofrenda de harina era partida en trozos. Esto significa que la humanidad de Cristo
es perfecta, pero jamás permanece intacta; ésta siempre es quebrantada. Tal quebran-
tamiento representa otra clase de sufrimiento por el cual Cristo pasó en Su humanidad.
Aquí vemos un cuadro de la experiencia que Cristo tuvo del Espíritu de Dios. En primer
lugar, Él nació del Espíritu de Dios (Mt. 1:18, 20). Esto guarda relación con el hecho de
que Él se mezcló con el Espíritu. Luego, a la edad de treinta años, Él fue ungido con el
Espíritu de Dios. El Espíritu Santo fue derramado sobre Él después de Su bautismo en
agua (3:16). Así que, incluso en la ofrenda de harina, una ofrenda tan pequeña, pode-
mos ver los dos aspectos de la experiencia que Cristo tuvo del Espíritu de Dios.
A. Producto de la cosecha
después de haber laborado en el campo
Las espigas frescas eran el producto de la cosecha después de haber laborado en el
campo. Esto significa que nuestra labor en Cristo produce una cosecha de espigas fres-
cas. Las espigas frescas son muy tiernas, muy frescas y muy sabrosas.
B. Como primicias de espigas frescas
Las primicias de las espigas frescas representan el fresco disfrute de Cristo en Su resu-
rrección. Cristo fue el grano sembrado en la tierra; Él murió y luego brotó en resurrec-
ción para producir espigas frescas (Jn. 12:24). Estas espigas frescas son las primicias
de Su resurrección.
C. Grano majado
Levítico 2:14 habla de “grano majado de la espiga fresca”. La palabra majado alude a
la aplicación de la cruz de Cristo. Las espigas frescas debían ser majadas, es decir, de-
bían experimentar la obra aniquiladora de la muerte de Cristo. Esto indica que si que-
remos llevar una vida en la que Cristo sea nuestra ofrenda de harina, no podremos
evitar la cruz. Debemos experimentar el ser majados; esto equivale a experimentar la
muerte de Cristo que nos aniquila.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CATORCE
LA EXPERIENCIA Y EL DISFRUTE PRÁCTICOS
QUE TENEMOS DE CRISTO COMO LAS OFRENDAS
En este mensaje, siento la carga de tener comunión con ustedes acerca de la experien-
cia y el disfrute prácticos que tenemos de Cristo como las ofrendas.
El libro de Hebreos nos revela lo maravillosa que es la persona de Cristo. Capítulo tras
capítulo, Pablo corre el velo y nos muestra la maravillosa, misteriosa y todo-inclusiva
persona de Cristo. En particular, Hebreos nos habla del sacerdocio de Cristo. Cristo no
es solamente nuestro Salvador, sino también nuestro Sumo Sacerdote. En el capítulo
10 vemos que esta persona ha reemplazado todas las ofrendas del Antiguo Testamento.
Él vino para hacer la voluntad de Dios (He. 10:7, 9). Según la economía neotestamen-
taria, la voluntad de Dios consiste en reemplazar con Cristo las ofrendas del Antiguo
Testamento.
Todo el que entiende correctamente Levítico ve la relación que existe entre este libro y
el libro de Hebreos. Por más de sesenta años hemos estudiado el libro de Hebreos y
cómo éste se relaciona con Levítico.
Aunque los Hermanos me ayudaron a ver a Cristo en los tipos, fue después de algún
tiempo que descubrí que las ofrendas servían de alimento para Dios (Lv. 3:11, 16; 21:6,
8; Nm. 28:2). ¿Se ha dado usted cuenta de que Dios tiene hambre, que Él necesita ali-
mento, que necesita comer? Decir que Dios tiene hambre y que necesita alimento no
concuerda con nuestro concepto humano natural. Cuando decimos que las ofrendas
son sacrificios, tal vez lo único que nos venga a la mente es que tenemos problemas con
Dios y que necesitamos las ofrendas para que hagan propiciación por nosotros a fin de
apaciguar el conflicto existente con Dios. Pero quizás nunca hayamos comprendido
que, de hecho, uno de los principales propósitos de las ofrendas es que ellas servían
como alimento para Dios y también para Sus siervos.
En los libros de Éxodo y Levítico vemos que los sacerdotes, quienes servían en el ta-
bernáculo y en torno a él, comían los alimentos sacerdotales. ¿En qué consistían estos
alimentos sacerdotales? Eran las distintas clases de ofrendas, tanto de la vida animal
como de la vida vegetal. El objetivo de las ofrendas no era únicamente hacer propicia-
ción por nuestro caso y agradar a Dios para que estuviera contento con nosotros. Ade-
más de esto, las ofrendas tenían como finalidad satisfacer a Dios y satisfacer, fortalecer
y vigorizar a los siervos de Dios.
Tal vez hablemos mucho de servir a Dios, pero ¿qué debemos servirle? Debemos ser-
virle a Cristo como alimento. Además, este alimento no se debe de servir de una sola
forma, o platillo; antes bien, al igual que los banquetes chinos, debe constar de muchos
platillos. Cada una de las ofrendas constituye un platillo diferente. Todas las ofrendas
—el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por las transgresio-
nes, la ofrenda por el pecado, la ofrenda mecida, la ofrenda elevada, la ofrenda volun-
taria y la libación— son Cristo como distintos platillos que podemos servirle a Dios.
Cristo es la comida de Dios, y también es nuestra comida. Puesto que Cristo es nuestro
alimento, es necesario que le comamos. No obstante, algunos cristianos se sienten mo-
lestos cuando nos oyen hablar de comer a Jesús. A ellos quisiéramos recordarles lo que
el Señor dijo en Juan 6:57: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del
Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Cristo, quien es
nuestro alimento, nos fortalece y nos vigoriza.
En el libro de Levítico podemos ver muchos detalles relacionados con el disfrute que
tenemos de Cristo. En el Evangelio de Juan, el Señor Jesús reveló que Él es el pan de
vida, que Él es el pan que descendió del cielo y que lo podemos comer (6:48, 50-51).
No obstante, aunque el Señor dijo esto claramente en Juan, los detalles de esto no se
encuentran en Juan. Si queremos conocer los detalles respecto a comer a Cristo, debe-
mos acudir a Levítico.
El Espíritu de realidad:
Cristo como realidad de las ofrendas
para nosotros
Algunos afirman que la realidad de las ofrendas es Cristo. Esto, por supuesto, es co-
rrecto. En Juan 14, el Señor Jesús nos dijo incluso que Él es la realidad. “Yo soy el
camino, y la realidad, y la vida” (v. 6). En otro versículo del mismo capítulo, Él habla
del Espíritu de realidad (v. 17). No obstante, Cristo no puede ser realidad para nosotros
si Él simplemente es la realidad. Él, en Sí mismo, es la realidad, pero todavía no es la
realidad para nosotros. A fin de que Cristo sea realidad para nosotros, necesitamos al
Espíritu de realidad.
Juan 1:17 dice: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinie-
ron por medio de Jesucristo”. Esto indica que cuando el Señor Jesús vino, también vino
la realidad. Cristo mismo es la realidad. Así que, por un lado, el Señor Jesús nos dice
que Él es la realidad; pero, por otro, Él nos habla del Espíritu de realidad. “Yo rogaré
al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espí-
ritu de realidad” (14:16-17a).
El Espíritu no sólo es poder, fuerza y vigor: Él es una persona. Sin embargo, quizás no
nos demos cuenta de que esta persona vive en nosotros y camina con nosotros. No
estamos solos; hay otra persona —Cristo como Espíritu de realidad— quien está en no-
sotros y con nosotros. Esto significa que cuando ingerimos a Cristo y lo disfrutamos,
ingerimos y disfrutamos a una persona. Todos debemos darnos cuenta de que dentro
de nosotros está Cristo, una persona.
En Mateo 28:20 el Señor Jesús dijo: “He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días”.
Esto significa que Él está con nosotros cada día. ¿No tiene usted la sensación de que el
Señor Jesús que está con usted es una persona? Aunque esta persona todavía posee la
naturaleza humana y la naturaleza divina, Él ya no está en la carne, pues fue transfigu-
rado para ser el Espíritu. Él es ahora el Espíritu consumado, el Espíritu que es la con-
sumación del Dios Triuno procesado.
¿Se dan cuenta de que tenemos a un Dios procesado y que este Dios procesado llegó a
ser el Espíritu consumado? Yo puedo testificar que tengo la profunda sensación de que
esta persona está en mí y conmigo, ayudándome, fortaleciéndome, vigorizándome y
cuidando de mí. Pablo tenía esta convicción, y por ello pudo decir: “Todo lo puedo en
Aquel que me reviste de poder” (Fil. 4:13).
La Biblia revela que Cristo es una persona maravillosa y que esta persona maravillosa
es ahora el Espíritu vivificante. Él es el Dios Triuno consumado que, como Espíritu
compuesto, está siempre con nosotros para ser nuestro disfrute. ¿Cómo podemos dis-
frutarle? Podemos disfrutarle en calidad de todas las ofrendas.
El pensamiento de que podemos disfrutar a Cristo como las ofrendas está escondido
en el libro de Levítico. Por ejemplo, podemos disfrutar a Cristo como holocausto. No-
sotros no podemos llevar una vida de absoluta entrega a Dios, pero Cristo como holo-
causto vive absolutamente entregado a Dios. Por consiguiente, debemos tomar a Cristo
como holocausto y disfrutarlo en calidad de holocausto. Para tener esta experiencia y
disfrute de Cristo, debemos orar, diciendo: “Señor Jesús, Tú eres una persona maravi-
llosa. Eres el Espíritu consumado que siempre está conmigo, y estás conmigo para ser
mi holocausto. Señor, yo no puedo satisfacer a Dios, pero Tú sí puedes. Yo no vivo ab-
solutamente entregado a Dios, pero Tú siempre viviste y sigues viviendo absolutamente
entregado a Dios. Ahora, Señor Jesús, te tomo como mi holocausto”. Al orar así, dis-
frutaremos a Cristo como nuestro holocausto.
También podemos disfrutar a Cristo como nuestra ofrenda de harina. Como ofrenda
de harina, Cristo sirve de alimento a Dios y también a nosotros. En este alimento tene-
mos olíbano y sal, pero no levadura ni miel. La sal se refiere a la muerte de Cristo, y el
olíbano, a la resurrección de Cristo. La ofrenda de harina, por tanto, está repleta de la
muerte y resurrección de Cristo.
Cuanto más oremos acerca del Cristo que es las ofrendas, con la comprensión de que
Él es el Espíritu vivificante, más lo disfrutaremos como las ofrendas. La manera en que
disfrutamos a Cristo consiste en tener contacto con Él y poseerlo como Espíritu de
realidad.
Hoy en día entre los cristianos, incluyéndonos a nosotros, hay carencia en cuanto a
disfrutar a Cristo al liberar nuestro espíritu por medio de la palabra en la Biblia. Es
posible aprender muchas cosas y adoptar diferentes prácticas, pero aun así quizás no
ejercitemos debidamente nuestro espíritu en oración con la palabra constante en la
Biblia de modo que ésta llegue a ser, en nuestra experiencia, la palabra dada para el
momento a fin que podamos disfrutar a Cristo de forma práctica. Si durante algún
tiempo oramos liberando nuestro espíritu por medio de la palabra, tendremos la pro-
funda sensación de que el Señor Jesús está con nosotros para suministrarnos todo lo
que necesitemos.
Disfrutar a Cristo como las ofrendas consiste en comer a Cristo para poder servir a
Dios. Cuanto más comamos a Cristo, más seremos llenos de Él y más estaremos satis-
fechos con Él. Esto nos capacitará para servir a Dios y adorarlo.
En primer lugar, nosotros mismos debemos estar satisfechos con Cristo como las
ofrendas. Luego, una vez que disfrutemos al Cristo que nos capacita para amar a los
demás, podremos ministrarles a Cristo. Por ejemplo, por un lado, debemos tomar a
Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, disfrutando de Su propiciación; por otro,
debemos ministrar a los demás el Cristo que hemos disfrutado, especialmente a los
más débiles que aún viven en pecado. Si les ministramos a Cristo de esta manera, ellos
serán abastecidos y alumbrados para confesar sus pecados. Finalmente, obtendrán la
victoria sobre su pecado y lo vencerán completamente.
Mi carga en este mensaje es que los santos en el recobro del Señor sepan cómo disfrutar
a Cristo de una manera práctica y concreta, y que comprendan que Él, una persona viva
y maravillosa, es nuestras ofrendas. Cristo, como Espíritu consumado del Dios Triuno
procesado, lo es todo. Él es el Padre, el Hijo y el Espíritu; Él es el Dios procesado; Él es
un hombre mezclado con Dios. Él es también nuestro alimento santo. Esto significa
que Él es las ofrendas que llegan a ser nuestro alimento. Él es incluso la adoración
misma que rendimos a Dios y Aquel dentro de nosotros que agrada a Dios. Nuestra
necesidad hoy en día es disfrutar a este Cristo a fin de que lo prediquemos y lo minis-
tremos a los demás.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE QUINCE
LOS ELEMENTOS DE LA OFRENDA DE HARINA
PARA LA VIDA CRISTIANA Y LA VIDA DE IGLESIA
Lectura bíblica: Lv. 2:1-2, 4, 11, 13; Lc. 1:35; Mt. 1:18, 20; Lc. 3:21-22; 4:1; 23:14;
Mt. 12:46-50; Mr. 10:38; Jn. 12:24; 7:6, 16-18; Ro. 8:2, 3, 6, 9-11, 13; 1 Co. 10:17
En este mensaje siento la carga de decir algo más sobre la ofrenda de harina. Sin em-
bargo, no siento la carga de hablar de la ofrenda de harina como tal, sino tener comu-
nión con ustedes en cuanto a los elementos, los componentes, de la ofrenda de harina
en relación con la vida cristiana y la vida de iglesia.
Con respecto a nuestro entendimiento del libro de Levítico, estamos apoyados sobre
los hombros de muchos maestros de la Biblia que nos han precedido, especialmente
aquellos que estuvieron entre los Hermanos. Ciertamente debemos darle crédito a
ellos; con todo, debido a que estamos apoyados sobre sus hombros, podemos ver cosas
que ellos nunca vieron. Una de estas cosas es el hecho de disfrutar las ofrendas a fin de
que éstas se forjen en nosotros y nos constituyan en cierta clase de personas. Nosotros
nos convertimos en lo que comemos. Si comemos a Cristo como ofrenda de harina,
Cristo llegará a ser nuestro elemento constitutivo.
Es necesario conocer los elementos que componen la ofrenda de harina. Debemos com-
prender que la ofrenda de harina incluye cuatro elementos, pero que, de manera espe-
cífica, excluye dos elementos. Conocer todos estos elementos equivale a conocer a
Cristo de una manera práctica y detallada.
LA FLOR DE HARINA
El primer elemento de la ofrenda de harina es la flor de harina. La flor de harina repre-
senta la humanidad de Cristo, la cual es equilibrada y fina.
EL ACEITE
Mientras que la flor de harina en la ofrenda de harina representa la humanidad, el
aceite representa la divinidad. El aceite representa a Dios. La flor de harina es la base,
a la cual se agrega el aceite.
EL OLÍBANO
El tercer elemento es el olíbano. En tipología, el olíbano representa la resurrección. El
olor grato del olíbano representa la fragancia de la resurrección de Cristo. ¡Cuán dulce
es Cristo en Su resurrección!
LA SAL
El cuarto elemento de la ofrenda de harina es la sal. En tipología, la sal representa la
muerte, o la cruz, de Cristo. La sal sazona, mata los gérmenes y conserva. Éste es el
efecto de la cruz de Cristo.
LA OFRENDA DE HARINA
NO CONTIENE LEVADURA NI MIEL
La ofrenda de harina no debía contener levadura ni miel. La levadura representa el
pecado y otras cosas negativas. En los Evangelios, el Señor Jesús habla de la levadura
de los fariseos, de la levadura de los saduceos y de la levadura de Herodes (Mt. 16:6,
11-12; Lc. 12:1; Mr. 8:15).
La vida que Cristo llevó en la tierra fue una vida sin levadura y sin miel, y nosotros
debemos llevar la misma clase de vida hoy en día. Debemos tener los cuatro elementos
positivos —la flor de harina, el aceite, el olíbano y la sal—, pero no los dos elementos
negativos: la levadura y la miel. Si ésta es nuestra situación, seremos una ofrenda de
harina apropiada, una ofrenda compuesta de humanidad aceitada con divinidad en re-
surrección por medio de la muerte de Cristo, y sin levadura ni miel. Esta clase de vida
es el alimento que satisface a Dios y que también nos nutre a nosotros, que servimos a
Dios.
Cuando el Señor Jesús comenzó a ministrar en favor de Dios, Él fue bautizado. “Jesús
fue bautizado; y mientras Él oraba, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre
Él en forma corporal, como paloma” (Lc. 3:21b-22a). El hecho de que el Espíritu Santo
descendiera en forma de paloma, la cual se caracteriza por su mansedumbre, indica
que el Espíritu de Dios es una persona, y no simplemente un poder, un medio o un
instrumento. El Espíritu Santo como persona descendió sobre el Señor Jesús. Esto sig-
nifica que así como se derramaba el aceite sobre la flor de harina, el Espíritu Santo fue
derramado sobre el Señor Jesús. Por una parte, en Su humanidad, Él estaba mezclado
con el Espíritu Santo; por otra, el Espíritu Santo fue derramado sobre Él y lo ungió.
La primera parte de Lucas 4:1 dice: “Jesús, lleno del Espíritu Santo”. Él estaba lleno
del Espíritu, plenamente aceitado con el Espíritu, por cuanto se había mezclado con el
Espíritu y el Espíritu había sido derramado sobre Él. Por esta razón, Él se conducía y
obraba en el Espíritu. Todo cuanto Él hizo en Su ministerio lo hizo en el Espíritu: en el
Espíritu esencial y también en el Espíritu económico. Él es un hombre que se mezcló
con el Espíritu y sobre el cual se derramó el Espíritu.
Hechos 15:36-39 narra un problema que se suscitó entre Pablo y Bernabé. Este pro-
blema fue causado por la miel de la vida natural. Bernabé quería que llevasen consigo
a Juan Marcos en sus viajes, pero “a Pablo no le parecía bien llevar consigo al que se
había apartado de ellos desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra” (v. 38). Como
resultado de ello, “hubo un agudo conflicto entre ellos, hasta el punto que se separaron
el uno del otro” (v. 39a). Marcos era primo de Bernabé (Col. 4:10), y es muy probable
que el problema entre Pablo y Bernabé se debiera a la relación natural que había entre
Bernabé y Marcos. Pablo, quien fue vindicado por la crónica divina (Hch. 15:39b-40),
no estuvo de acuerdo con esta miel.
En nuestra vida cristiana, debemos aprender del Señor Jesús a alejarnos de la vida
natural lo más que podamos. Como creyentes, ciertamente debemos amar a los demás,
pero debemos tener cuidado de no amar de una manera natural. ¡Cuán fácil es amar a
los demás de una manera humana y natural! Aun en la vida de iglesia a veces amamos
a los que son iguales a nosotros en un sentido natural. A veces amamos a cierto her-
mano simplemente porque su manera de ser es similar a la nuestra. Esta clase de amor
es miel; es amor natural.
En Filipenses 2:2, Pablo habla de tener “el mismo amor”. Tener el mismo amor signi-
fica amar a todos los santos por igual. En nosotros mismos no podemos amar de esta
forma, debido a que nuestra tendencia natural es tener distintos niveles de amor. Nues-
tro amor por ciertos santos se encuentra en un nivel más elevado que el amor que sen-
timos por otros santos. Esto es miel. El amor del Señor Jesús no es así.
Una vida siempre sazonada con sal
Marcos 10:38 y Juan 12:24 indican que el Señor Jesús siempre llevó una vida sazonada
con sal, una vida bajo la operación de la cruz. Incluso antes de ser crucificado, Él vivió
diariamente una vida crucificada.
En Marcos 10:38 el Señor Jesús les preguntó a Jacobo y a Juan: “¿Podéis beber la copa
que Yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que Yo soy bautizado?”. Cuando
ellos dijeron que sí podían, Él añadió: “La copa que Yo bebo, la beberéis, y con el bau-
tismo con que Yo soy bautizado, seréis bautizados” (v. 39). Tanto la copa como el bau-
tismo se refieren a la muerte de Cristo (Jn. 18:11; Lc. 12:50). Por tanto, beber la copa
del Señor y ser bautizados con el bautismo con que Él fue bautizado equivalen a expe-
rimentar Su muerte, esto es, que se nos aplique Su muerte en nuestra experiencia.
Un himno que habla de ser sazonados con sal es Himnos, #297. La segunda estrofa y
el coro dicen:
La vida que Cristo llevó fue una vida en la que continuamente fue sazonado con sal.
Para nosotros hoy en día, experimentar la cruz equivale a ser sazonados con sal. Debe-
mos recibir la sal en nuestra vida cotidiana. Si hacemos esto, seremos la flor de harina
apta para la ofrenda de harina.
En Juan 12 vemos que cuando el Señor Jesús entró en Jerusalén, las multitudes le die-
ron la bienvenida. En términos humanos, ése fue Su tiempo dorado. Sin embargo,
cuando Él oyó que el pueblo lo buscaba, dijo: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y
muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (v. 24). Estas palabras indican
que en lugar de dejarse exaltar, el Señor Jesús fue sazonado con sal. Es como si Él
dijera: “Yo soy un grano de trigo. No necesito que la gente me dé la bienvenida, me
glorifique ni me exalte. Lo que necesito es caer en la tierra y morir”.
Debemos aprender del Señor Jesús a ser sazonados con sal. Cuando otros nos dan la
bienvenida, nos exaltan y nos glorifican, nos resulta muy fácil preferir la miel en lugar
de la sal. Cada vez que los demás nos dan la bienvenida o nos exaltan, debemos apli-
carnos la sal y ser personas que no desean ser exaltadas, sino morir. Esto significa que
debemos aprender a aplicar la cruz de Cristo.
En los versículos del 16 al 18, Él añadió: “Mi enseñanza no es Mía, sino de Aquel que
me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la enseñanza es de Dios,
o si Yo hablo por Mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria
busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en Él
injusticia”. Aquí vemos que el Señor Jesús no habló Sus propias palabras, sino las pa-
labras del Padre. La fuente de donde provenían Sus palabras no era Él mismo, sino el
Padre. Esto indica que Él rechazó Su vida natural y vivió por la vida del Padre. En esto
consiste la resurrección. Por consiguiente, aun antes de ser crucificado, el Señor Jesús
llevó una vida en resurrección al negarse a la vida natural y al vivir la vida del Padre.
LA VIDA CRISTIANA:
UNA DUPLICACIÓN DE LA VIDA DE CRISTO
Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él era la flor de harina, Él fue aceitado con
el Espíritu Santo, era continuamente sazonado con sal y vivió en resurrección, despi-
diendo el aroma del olíbano. Además, en Él no había levadura ni miel. Por tanto, Él
podía ser una ofrenda de harina.
La situación con respecto a nosotros hoy debe ser igual. Esto significa que nuestra vida
cristiana debe ser una duplicación, una fotocopia, de la vida de Cristo. Esto se revela
claramente en Romanos 8.
Romanos 8 pone juntos a Cristo y a nosotros. Allí vemos la humanidad de Cristo (v. 3),
el Espíritu de vida (v. 2), la cruz (v. 13) y la resurrección (v. 11), todo junto como uno
solo. Esto nos muestra la clase de vida que debemos llevar hoy en día. Debemos llevar
la misma vida que llevó Cristo. Él era un hombre, y nosotros también somos humanos.
Él fue aceitado con el Espíritu, y nosotros también hemos sido aceitados con el Espí-
ritu, al menos hasta cierto grado. Asimismo, hemos sido mezclados con el Espíritu de
Aquel que levantó a Jesús de entre los muertos. Cristo fue sazonado con sal, fue cruci-
ficado, y nosotros también debemos hacer morir nuestro ser natural. Además, Cristo
vivió en resurrección, y nosotros también podemos vivir en resurrección.
Romanos 8 revela definitivamente que debemos ser una duplicación del Cristo que es
la ofrenda de harina. Debemos ser copias Suyas, reproducciones, y por ende, ser como
Él es. Cristo llegó a ser una persona en la carne, y nosotros hoy somos personas en la
carne. Como hombre en la carne, Cristo fue aceitado con el Espíritu. Hoy en día noso-
tros también somos aceitados por el Espíritu que mora en nosotros. El Espíritu mora
en nosotros para efectuar la obra de aceitarnos. Ya que el Espíritu que mora en noso-
tros nos aceita, debemos poner nuestra mente en el espíritu, no en la carne (v. 6).
Luego, por el Espíritu, debemos hacer morir los hábitos del cuerpo (v. 13). Si hacemos
esto, viviremos, y esta vida será una vida en resurrección. Como resultado, seremos
aptos para ser la ofrenda de harina que satisface a Dios.
Como miembros de Cristo, debemos ser Su duplicación y llevar la misma clase de vida
que Él llevó. Ésta es una vida en la cual la humanidad es aceitada con el Espíritu Santo.
Día tras día necesitamos ser aceitados con el Espíritu Santo. Además, necesitamos re-
cibir continuamente la sal, es decir, debemos experimentar la cruz de Cristo y hacer
morir nuestras acciones naturales. Entonces viviremos en resurrección y tendremos el
olíbano que satisface a Dios.
Todo el olíbano de la ofrenda de harina era quemado en el fuego. Esto indica que todo
el olíbano era para Dios; ninguna porción del olíbano era para los sacerdotes. Esto nos
muestra que todo el olíbano en Cristo como ofrenda de harina es quemado para pro-
ducir una fragancia que satisface a Dios. Ésta fue la experiencia de Cristo. Puesto que
somos miembros de Cristo, Su duplicación, ésta debe ser nuestra experiencia hoy en
día.
A fin de obtener una ofrenda de harina en forma de torta, necesitamos flor de harina
mezclada con aceite. La mezcla de la harina con el aceite producirá una masa. Luego la
masa, al ser horneada, se convierte en una torta. Esta torta es un símbolo de la vida de
iglesia. Este símbolo indica que, a la postre, la vida de Cristo y nuestra vida cristiana
individual tienen como resultado una totalidad, y esta totalidad es la vida de iglesia.
La vida de iglesia no es una vida angelical, sino una vida llena de humanidad. Sin em-
bargo, a algunos cristianos se les ha dicho que deben procurar ser como ángeles y dejar
de vivir como seres humanos. Este concepto es totalmente erróneo. Si hemos de expe-
rimentar más la vida de iglesia, requerimos más humanidad. Por causa de la vida de
iglesia, debemos ser muy humanos. No obstante, esta humanidad no debe estar sepa-
rada del Espíritu Santo, sino que debe ser una humanidad que está mezclada con el
Espíritu Santo y sobre la cual el Espíritu Santo ha sido derramado. En otras palabras,
por causa de la vida de iglesia debemos ser personas aceitadas, es decir, personas que
han sido aceitadas por el Espíritu y con el Espíritu. Además, no debemos tener levadura
ni miel, sino poseer sal y olíbano. A nuestra vida se le debe aplicar mucha sal, la muerte
de cruz, y debemos estar llenos de la resurrección. Ésta es la vida de iglesia apropiada.
Si queremos llevar una vida de iglesia semejante, debemos estar llenos de humanidad
y vivir como hombres, no como ángeles. Sin embargo, hay algunas hermanas, e incluso
algunos hermanos, que tratan de vivir como si fueran ángeles. Estos santos son pecu-
liares y carecen de humanidad. Cuanto más usted procure ser como un ángel, más pe-
culiar se volverá. En vez de ser humano, usted será un “fantasma”. Por tanto, quisiera
recalcar una vez más que en la vida de iglesia necesitamos estar llenos de humanidad,
pero no una humanidad que sea independiente del Espíritu Santo.
Debemos depender plenamente del Espíritu Santo, permitiendo que el Espíritu Santo
nos aceite interiormente y se derrame sobre nosotros exteriormente. Si somos tales
personas, seremos llenos del Espíritu. Tomaremos al Espíritu como nuestro centro y
seremos poseídos por el Espíritu. Llevaremos también una vida en la que experimen-
taremos la sal y el olíbano, es decir, una vida que pasa por la muerte de Cristo y se lleva
a cabo en Su resurrección. La sal pondrá fin a la levadura, a los gérmenes del pecado;
la sal también pondrá fin a la miel, con lo cual aniquilará la vida natural. Ésta es la
manera de llevar una vida de iglesia como ofrenda de harina.
La vida de iglesia como ofrenda de harina puede ser quemada para producir una fra-
gancia que satisface a Dios, y la parte restante de dicha ofrenda llega a ser nuestro ali-
mento. Esto significa que comeremos nuestra vida de iglesia, ya que la vida de iglesia
será nuestro suministro diario. Por tanto, la ofrenda de harina que es nuestro suminis-
tro diario no es únicamente Cristo, sino Cristo con la vida de iglesia. Ahora nos alimen-
tamos de Cristo y también nos alimentamos de la vida de iglesia. Comemos la ofrenda
de harina no solamente en su primera forma, la harina, que es Cristo en su aspecto
individual, sino que también comemos la ofrenda de harina en su segunda forma, la
torta, que es el Cristo corporativo, la iglesia. Creo firmemente que en los días venideros,
en todas las iglesias veremos la vida de iglesia como ofrenda de harina, una vida que
primeramente satisface a Dios y que luego nos alimenta a nosotros.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE DIECISÉIS
LA VIDA DE IGLESIA COMO OFRENDA DE HARINA
Lectura bíblica: 1 Co. 1:2, 9, 18, 22-24, 30; 2:2-4,12; 3:16; 5:6-8; 6:5, 17, 19; 7:20,
24, 40; 9:22, 26-27; 10:16-17, 23-24, 31; 11:27-29; 12:3, 4, 11, 18, 24, 27; 13:4-7;
14:26, 40; 15:9-10; 16:13
El libro de 1 Corintios nos muestra una clase particular de vida de iglesia. Puesto que
la vida de iglesia revelada allí tiene tantos aspectos, resulta difícil resumir esta vida de
iglesia en una sola frase, una sola cláusula, o incluso una sola oración. Si hemos sido
alumbrados con respecto a la ofrenda de harina, la cual describe la vida que el Señor
Jesús llevó en la tierra, veremos que la vida de iglesia descrita en 1 Corintios corres-
ponde a la vida del Señor Jesús. Esta vida fue la que dio formación a la ofrenda de
harina, y la vida de iglesia descrita en 1 Corintios podría ser llamada la vida de iglesia
como ofrenda de harina.
Hemos visto que la ofrenda de harina contenía cuatro elementos: la flor de harina, el
aceite, el olíbano y la sal. La flor de harina representa la fina humanidad de Cristo, el
aceite representa al Espíritu de Dios, el olíbano representa la fragancia de la resurrec-
ción de Cristo, y la sal representa la cruz de Cristo que, de manera subjetiva, pone fin a
todas las cosas negativas en nuestra vida.
Hemos visto también que la ofrenda de harina no contiene levadura ni miel. La leva-
dura representa el pecado y todas las cosas negativas. La miel representa la vida natural
en sus aspectos positivos, lo cual incluye el afecto natural.
Si leemos los cuatro Evangelios, veremos que los cuatro elementos de la ofrenda de
harina fueron los mismos componentes de la vida que Cristo llevó en la tierra y que
hicieron de Él la verdadera ofrenda de harina. Como cristianos, nosotros debemos lle-
var la misma vida que llevó el Señor Jesús. Esto significa que, hablando con propiedad,
la vida cristiana debe ser una ofrenda de harina.
Si poseemos tal humanidad, ejerceremos dominio propio. Esto lo indica lo que dice
Pablo en 9:26 y 27: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta
manera lucho en el pugilato, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo,
y lo pongo en servidumbre”. Estos versículos revelan que Pablo poseía una humanidad
elevada y que él tenía un carácter firme y excelente. Él no corrió a la ventura ni golpeó
el aire, sino que ejerció dominio propio. Él fue un verdadero hombre que poseía una
elevada norma de moralidad en su vivir humano.
En 16:13 Pablo no dice: “Sed héroes”; él dice: “Sed hombres”. Desde toda perspectiva y
en todo aspecto, debemos ser hombres. Desde la perspectiva de la ética, debemos ser
hombres. Desde la perspectiva del dominio propio, debemos ser hombres. Desde la
perspectiva de la sabiduría y del amor, debemos ser hombres. Esto es lo que significa
tener una humanidad elevada. En el libro de 1 Corintios podemos ver la verdadera flor
de harina. Este libro ciertamente nos presenta la vida de iglesia como ofrenda de ha-
rina.
En la vida de iglesia como ofrenda de harina, el primer ítem es una humanidad fina y
elevada. Si hemos de llevar una vida de iglesia apropiada, todos debemos tener un ca-
rácter firme. Sin embargo, este carácter firme debe ser equilibrado, pues una humani-
dad desequilibrada es una humanidad con prejuicios. Así que, debemos ser firmes, y a
la vez, apacibles. Si en la vida de iglesia somos firmes pero no apacibles, acabaremos
por ofender a otros. No obstante, si bien debemos ser apacibles y a la vez firmes, no
debemos ser demasiado apacibles. Los que son demasiado apacibles son como fideos.
Hay un proverbio que dice que podemos levantar una caña de bambú, pero no un fideo.
No podemos llevar una vida de iglesia apropiada si los santos son demasiado firmes o
demasiado apacibles. Así que, debemos ser equilibrados. Por causa de la vida de iglesia,
debemos ser hombres que poseen una humanidad fina, equilibrada y elevada.
Además, 1:30 dice: “Por Él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de
parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. Es por Dios que estamos
en Cristo Jesús, y Cristo nos ha sido hecho sabiduría. Éste es el Cristo que nos ha sido
dado.
Cristo es la dádiva, el regalo, que Dios nos ha dado. Esta dádiva es una persona; Él es
el Hijo de Dios y también el Dios-hombre. Dios también nos llamó al disfrute de esta
dádiva y ha hecho de esta dádiva nuestra sabiduría, esto es: justicia y santificación y
redención. Éste es Cristo como hombre según se revela en 1 Corintios 1.
EL ESPÍRITU DE DIOS
El segundo elemento de la ofrenda de harina era el aceite, que representa al Espíritu
de Dios. El libro de 1 Corintios tiene mucho que decirnos acerca del Espíritu. Pablo
habla del Espíritu de Dios en los capítulos 2 y 3. En 2:4 él dice que su palabra y su
proclamación fueron “con demostración del Espíritu”, y en el versículo 12 dice que he-
mos recibido “el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha
dado por Su gracia”. Luego, en 3:16, agrega: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que
el Espíritu de Dios mora en vosotros?”. Muchos cristianos no se dan cuenta de que son
templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en ellos. ¿Sabía que en su vida diaria hay
una persona que mora en usted? ¿Se da cuenta de que el Espíritu de Dios lo toma a
usted por morada? El Espíritu nos ha sido dado, y ahora Él mora en nosotros.
En 6:17 Pablo dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Esto alude a la
mezcla del Señor, quien es el Espíritu, con nuestro espíritu. Ya que somos un solo es-
píritu con el Señor, formamos parte de Él. Esto no significa que formemos parte de
Dios en el sentido de ser objetos de adoración; más bien, formamos parte del Señor en
la experiencia de vida. En nuestro espíritu somos uno con el Espíritu divino. Hemos
sido aceitados con el Espíritu, e incluso hemos sido unidos al Espíritu. No sólo hemos
recibido al Espíritu Santo, sino que somos uno con Él.
CRISTO EN RESURRECCIÓN
En 1 Corintios vemos también el olíbano, esto es, a Cristo en resurrección. De hecho,
todo un capítulo, el capítulo 15, está dedicado al tema de la resurrección. Por tanto, en
este libro sin duda se percibe la fragancia del Cristo resucitado.
Algunos de entre los corintios habían sido engañados por el diablo y decían que no
había resurrección de muertos. Pablo argumentó con ellos, diciendo: “Si no hay resu-
rrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces
nuestra proclamación, vana es también vuestra fe. Además, somos hallados falsos tes-
tigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que Él resucitó a Cristo, al cual no
resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan,
tampoco Cristo resucitó” (15:13-16).
En 15:9 y 10 Pablo habla de la experiencia que tuvo del Cristo resucitado. Primero, en
el versículo 9, se refiere a sí mismo como “el más pequeño de los apóstoles”. Luego, en
el versículo 10, dice: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia para conmigo
no ha sido en vano, antes he trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la
gracia de Dios conmigo”. En este versículo la gracia de Dios equivale a la resurrección,
equivale al Cristo resucitado. La gracia de Dios, de la cual disfrutamos hoy, es Cristo
en resurrección. Al igual que Pablo, nosotros podemos declarar: no yo, sino la gracia
de Dios; no yo, sino Cristo en resurrección.
En el versículo 58 Pablo nos da unas palabras de aliento: “Así que, hermanos míos
amados, estad firmes e inconmovibles, abundando siempre en la obra del Señor, sa-
biendo que vuestra labor en el Señor no es en vano”. Nuestra labor no es en vano por-
que no laboramos en nuestra vida natural, sino en la resurrección de Cristo. La labor
que realicemos por el Señor en Su vida de resurrección nunca será en vano.
PERMANECER EN EL ESTADO
EN QUE FUIMOS LLAMADOS
En el capítulo 7 Pablo exhorta a los creyentes a permanecer en el estado en que fueron
llamados: “Cada uno, hermanos, en el estado en que fue llamado, así permanezca con
Dios” (v. 24). Él usa a los esclavos como ejemplo: “¿Fuiste llamado siendo esclavo? No
te dé cuidado; pero aunque puedas hacerte libre, aprovecha más bien tu condición de
esclavo. Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor” (vs.
21-22a). En lugar de realizar una obra de emancipación, Pablo alentó a los creyentes
que eran esclavos a permanecer en esclavitud, en el estado en que fueron llamados, y a
llevar una vida capaz de soportar la esclavitud y vencerla. Los esclavos tienen una opor-
tunidad muy especial para demostrar la realidad de la resurrección y glorificar a Cristo
al llevar una vida que vence la esclavitud. ¡Qué testimonio sería un vivir así!
El principio es el mismo con relación a la vida matrimonial. Pablo dice: “Que la mujer
no se separe del marido” (v. 10), y en los versículos 12 y 13, agrega: “Si algún hermano
tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si
una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo aban-
done”. Esto requiere una humanidad elevada. La razón por la cual hay tantos divorcios
hoy en día es que la humanidad de las personas es demasiado frágil. Permanecer con
un cónyuge con quien es difícil vivir y que no nos agrada requiere que seamos hombres
y tengamos una humanidad elevada.
Conocí a una pareja que, antes de ser salva, decidió divorciarse. Ellos no se amaban y
estaban decididos a divorciarse. Pero oyeron el evangelio, recibieron al Señor Jesús y
fueron salvos. A partir de ese momento otra persona, Cristo, empezó a vivir en ellos, y
Él elevó la humanidad de ellos y cambió su carácter. Así que, abandonaron la idea de
divorciarse y empezaron a convivir dulcemente, en la fragancia de la resurrección de
Cristo. Todo el que se relacionaba con ellos podía percibir la fragancia de la vida de
resurrección de Cristo.
El punto aquí es que los santos no deben tener la expectativa de experimentar un cam-
bio de estado. En cuanto a esto, podemos poner a Pablo como ejemplo. Él, siendo judío,
había nacido bajo el imperialismo romano; sin embargo, nunca alentó a los judíos a
emanciparse de los romanos. Al contrario, en Romanos 13 él exhortó a los santos a
someterse a las autoridades del Imperio romano. Esto indica que él no los animó a
cambiar de estado, sino a permanecer en el estado en que habían sido llamados.
Cuanto más difícil sea ese estado, más oportunidades tiene uno para vivir a Cristo. Los
que están en esclavitud tienen la oportunidad de vivir a Cristo en resurrección mientras
están en esclavitud. Esto es lo que significa ser hombres. Todos podemos ser hombres
aceitados con el Espíritu y que están unidos al Espíritu para ser un solo espíritu con Él,
y podemos estar plenamente inmersos en la resurrección, con lo cual manifestamos la
fragancia del Cristo resucitado.
LA CRUZ DE CRISTO
La sal —el cuarto elemento de la ofrenda de harina— también se encuentra en 1 Corin-
tios. Al escribirles a los corintios, Pablo habló de la cruz de Cristo y del Cristo crucifi-
cado: “Los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predica-
mos a Cristo crucificado” (1:22-23a). Pablo no dijo que él predicaba a Cristo glorificado,
sino que predicaba a Cristo crucificado. Pablo no predicaba milagros ni sabiduría; más
bien, él predicaba a Cristo crucificado.
El Cristo crucificado es un Cristo que no hace nada por salvarse a Sí mismo. Mientras
el Señor Jesús estaba en la cruz, “los principales sacerdotes junto con los escribas se
burlaban entre ellos, diciendo: A otros salvó, a Sí mismo no se puede salvar. Que el
Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos” (Mr.
15:31-32a). Por mucho que lo desafiaron, el Señor Jesús permaneció en la cruz y no
hizo nada por salvarse a Sí mismo.
A los corintios, Pablo les predicó a este Cristo crucificado. Para los griegos, quienes se
jactaban de su cultura y sabiduría, esto era necedad. Pasa lo mismo hoy en día. La gente
aún se jacta de su cultura y su sabiduría, y nosotros debemos predicarles al Cristo cru-
cificado.
En 1 Corintios 1:18 dice: “La palabra de la cruz es necedad para los que perecen; mas
para los que se salvan, esto es, para nosotros, es poder de Dios”. Mediante la predica-
ción del evangelio, la palabra de la cruz puede salvar a las personas. Si hemos de tener
poder en la predicación del evangelio, es necesario que llevemos una vida crucificada.
Tenemos que aprender a llevar una vida crucificada, siendo crucificados cada día. Esto
lo podemos experimentar en nuestra vida matrimonial, pues cada esposa es una cruz
para su marido y cada marido es una cruz para su esposa. Esta situación, que tiene
como finalidad que seamos sazonados con sal, ha sido dispuesta por la soberanía del
Señor.
Nosotros somos sazonados con sal no sólo en nuestra vida matrimonial, sino también
en la vida de iglesia. Existe tal cosa como ser sazonados con sal en la vida de iglesia.
Por una parte, en la vida de iglesia encontramos felicidad; por otra, también nos en-
contramos con el desagrado de ser sazonados con sal. En lo profundo de su ser, los
hermanos sienten que las hermanas los sazonan con sal, que ellas los crucifican. Las
hermanas sienten lo mismo con respecto a los hermanos. En la vida de iglesia se expe-
rimenta mucho el ser sazonados con sal.
En 1 Corintios Pablo no nos enseña a ser glorificados, sino que nos enseña a ser cruci-
ficados. Sin la cruz, no puede existir la vida de iglesia. Sin sal, no puede haber ofrenda
de harina. La ofrenda de harina tiene que ser sazonada con sal.
DESECHAR LA LEVADURA:
LAS COSAS QUE SON PECAMINOSAS Y NEGATIVAS
Hemos señalado que la ofrenda de harina no contenía levadura ni miel. En 1 Corintios
vemos que tanto la levadura —las cosas pecaminosas y negativas— como la miel —la
vida natural— son desechadas.
En 5:6b-8 se nos habla de desechar la levadura: “¿No sabéis que un poco de levadura
leuda toda la masa? Limpiaos de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin le-
vadura como sois; porque nuestra Pascua, que es Cristo, fue sacrificada. Así que cele-
bremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad,
sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad”. Aquí vemos que la levadura
no es tolerada en la vida de iglesia.
Indudablemente, Pablo no era una persona de carácter débil. Antes de ser salvo, él te-
nía un carácter muy firme, pues había tomado la delantera al perseguir a los santos.
Pero después de ser salvo, él fue hecho apóstol y trabajó más que todos los demás após-
toles. Sin embargo, su labor no fue realizada en la vida natural.
En la vida de iglesia debemos desechar la vida natural y el afecto natural. Esto significa
que en la vida de iglesia no debe haber miel. A todos nos gusta comportarnos de manera
natural y llevar una vida natural, pero en la vida de iglesia no se permite la vida natural;
ésta debe morir. La miel propia de la vida natural tiene que ser aniquilada por la sal,
por la cruz de Cristo.
UN SOLO PAN
La vida de iglesia es una ofrenda de harina corporativa representada por el único pan
en 10:17: “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo; pues
todos participamos de aquel mismo pan”. Este pan, o torta, representa la vida corpo-
rativa.
Dios desea que en cada localidad haya una ofrenda de harina. Él desea que cada iglesia
local sea una ofrenda de harina que lo satisfaga a Él y abastezca plenamente a los santos
de día en día.
Nuestra hambre no solamente es satisfecha por Cristo, sino también por la vida de
iglesia. La vida de iglesia nos satisface porque ella es una ofrenda de harina corporativa,
de la cual la mejor porción es para Dios, y el resto, para nosotros. Por consiguiente,
nosotros somos nutridos por la vida de iglesia y con ella. La vida de iglesia es la ofrenda
de harina que nos brinda un suministro diario. ¡Aleluya por la vida de iglesia como
ofrenda de harina!
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE DIECISIETE
LA OFRENDA DE PAZ:
CRISTO COMO PAZ
ENTRE DIOS Y EL PUEBLO DE DIOS
PARA QUE AMBOS DISFRUTEN EN MUTUA COMUNIÓN
Lectura bíblica: Lv. 3:1, 5-7, 12; 6:12; 7:37
Todo lo dicho en Levítico referente a las ofrendas fue hablado por el Señor en una pequeña
tienda, la Tienda de Reunión. En el desierto, lejos de millones de personas que se encontraban
ocupadas en tantas cosas, el propio Dios que creó el universo entró en una pequeña tienda. Todo
lo que el Dios Triuno habló allí fue dicho para la eternidad. Por medio de estas maravillosas
palabras de Dios, aquella pequeña Tienda de Reunión poco a poco se convertirá en la Nueva
Jerusalén. Cada aspecto de este hablar referente a Cristo y al disfrute que nosotros, juntamente
con Dios, tenemos de Cristo se cumplirá en la Nueva Jerusalén. Allí, en la Nueva Jerusalén, sin
duda comprenderemos que Cristo es nuestro holocausto, nuestra ofrenda de harina, nuestra
ofrenda de paz, nuestra ofrenda por el pecado, nuestra ofrenda por las transgresiones, nuestra
ofrenda mecida y nuestra ofrenda elevada. Al final, todas estas ofrendas redundarán en la Nueva
Jerusalén.
En Levítico, las ofrendas siguen una secuencia particular. Primero vemos el holocausto, luego
la ofrenda de harina, y después la ofrenda de paz. El holocausto significa que debemos vivir
absolutamente entregados a Dios, y la ofrenda de harina indica que Cristo es nuestro alimento
diario. Cuando llevamos una vida de absoluta entrega a Dios y vivimos alimentándonos de
Cristo, el resultado es paz. Tenemos paz con Dios y unos con los otros. Esto significa que
cuando Cristo nos satisface, Él llega a ser la paz entre nosotros y Dios. Hoy estamos en esta
paz, la cual es Cristo.
Cristo es Aquel por el cual y mediante el cual llevamos una vida de absoluta entrega a Dios y
delante de Dios. Cristo es también Aquel de quien nos alimentamos cada día. Él es nuestra
comida diaria. Ahora este Cristo es la paz que disfrutamos con Dios y unos con otros. Así que,
el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz son las ofrendas básicas que nos permiten
disfrutar a Cristo como nuestra paz con Dios y unos con otros. Éste es el significado de la
secuencia de estas tres ofrendas.
Cuando nos salimos de Cristo, no tenemos paz. Si estamos escasos de paz, estamos escasos de
Cristo. La medida de paz que tenemos depende de cuánto Cristo tenemos. Por consiguiente, la
paz es un factor que nos muestra en qué grado disfrutamos a Cristo.
No hay razón para que los miembros de la iglesia no tengan paz. No debemos intentar tener paz
por nuestros propios esfuerzos. Cuanto más nos esforcemos por tener paz, menos paz tendre-
mos. La única forma de tener paz consiste en disfrutar a Cristo cada día. Por la mañana, debe-
mos tomar a Cristo como nuestro holocausto y ofrecerlo para satisfacer a Dios. Luego, debemos
tomarlo como nuestro alimento diario para suplir las necesidades específicas de ese día.
Debemos disfrutar a Cristo hoy y olvidarnos del día de ayer y del día de mañana. El día de ayer
ya pasó, y aún no ha llegado el día de mañana. Puesto que el día de ayer ya pasó, ninguno de
nosotros debe permanecer más en él. Si ayer fracasamos o tuvimos éxito, eso ya pasó. Como
cristianos, no tenemos el día de mañana; sólo tenemos el día de hoy. No se preocupen por el
día de mañana: ¡vivan hoy! ¿Qué tenemos hoy? Tenemos a Cristo. Cristo es el hoy.
Hemos visto el significado de la secuencia de las primeras tres ofrendas. Consideremos ahora
algunos asuntos relacionados con la ofrenda de paz.
Esto no guarda relación con la doctrina, sino con la experiencia. Si hemos de disfrutar
a Cristo como nuestra paz de una manera práctica y diaria, primero tenemos que to-
marlo como nuestro holocausto para satisfacción de Dios, y después tenemos que ali-
mentarnos de Él como ofrenda de harina al disfrutarlo como nuestro alimento. Enton-
ces Cristo se convertirá en nuestra ofrenda de paz. Creo que todos hemos experimen-
tado esto.
Aunque hemos experimentado a Cristo como las ofrendas, tal vez no hayamos tenido
el conocimiento que comunican los cuadros en Levítico. Al presentarnos estos cuadros,
Levítico usa muchos términos técnicos. Muchos de nosotros hemos experimentado a
Cristo sin conocer estos términos técnicos. Uno de estos términos es holocausto. Por
la mañana, podemos orar así: “Padre Dios, amo a Tu Hijo, y quisiera ofrecértelo”. Dis-
frutamos a Cristo de una manera muy dulce y presentamos este Cristo a Dios para
complacerlo. En esto consiste presentar Cristo a Dios como holocausto.
Después de presentar Cristo a Dios como holocausto, podemos decir: “Oh Señor, Tú
eres mi suministro diario. Sin Ti, no podría vivir”. Esto es tomar a Cristo como ofrenda
de harina, como nuestro suministro de vida. Ofrenda de harina es el término técnico
que equivale a suministro de vida.
Cuando tomamos a Cristo como nuestro holocausto y como nuestra ofrenda de harina,
tenemos paz. En lo profundo de nuestro ser tenemos una sensación de gozo y de que
estamos bien con Dios y que Él nos acepta. Quizás unos momentos antes usted había
tenido un problema, y debido a ello no se sentía en paz con Dios; pero ahora ya no hay
problemas, y usted está en paz. Esto es disfrutar a Cristo como ofrenda de paz. Todos
podemos experimentar y disfrutar esto cada día.
III. LAS DIFERENTES CLASES
DE OFRENDA DE PAZ
En Levítico vemos que hay diferentes clases de ofrenda de paz. Así como hay diferentes
tamaños de holocausto, también existen diferentes clases de ofrenda de paz.
A. No es debido a Cristo,
sino a que el disfrute de Cristo experimentado
por el oferente puede encontrarse
en diferentes condiciones
El hecho de que haya diferentes clases de ofrenda de paz no es debido a Cristo mismo,
sino a que el disfrute de Cristo experimentado por el oferente puede encontrarse en
diferentes condiciones. A veces disfrutamos a un Cristo grande. En otras ocasiones algo
sucede, quizás algún problema en nuestra vida familiar, que limita el disfrute que te-
nemos de Cristo. Esto no significa que Cristo se haya hecho más pequeño; más bien,
significa que la condición en la cual disfrutamos a Cristo se ha vuelto estrecha y pe-
queña. Satanás busca limitar el disfrute que tenemos de Cristo y hacer más estrecha la
condición en la cual disfrutamos a Cristo. Por consiguiente, debemos aprender a vencer
toda clase de dificultades, incluso orar en nuestro “aposento” (Mt. 6:6) para evitar in-
terrupciones, a fin de estar en una condición más propicia y más elevada en la cual
podamos disfrutar a un Cristo de mayor tamaño.
No es que Cristo sea fuerte o débil; más bien, nosotros somos fuertes o débiles. Si so-
mos fuertes, disfrutaremos a un Cristo más fuerte. Si somos débiles, disfrutaremos a
un Cristo más débil; no es que Cristo sea débil en Sí mismo, sino que es más débil en
nuestra experiencia a causa de nuestra debilidad. Cuando estamos débiles o nos senti-
mos desilusionados, tenemos un disfrute más débil del Cristo fuerte. Debido a que so-
mos débiles, Él es débil en nuestra experiencia.
2. Hembra
La hembra representa a un oferente débil, quien disfruta a Cristo como hembra del ganado
vacuno.
De hecho, todos los animales del ganado vacuno son fuertes. Cristo en Sí mismo es fuerte. Si
disfrutamos a un Cristo fuerte o a un Cristo débil depende de nuestra condición. Si según nuestra
condición somos fuertes, disfrutaremos a un Cristo fuerte; pero si estamos débiles, disfrutare-
mos a un Cristo débil.
C. Del rebaño, un cordero o una cabra
1. Un cordero
Levítico 3:6 y 7 dicen: “Si su ofrenda para el sacrificio de ofrendas de paz a Jehová es del
rebaño, presentará un macho o una hembra sin defecto. Si presenta un cordero como su ofrenda,
lo presentará delante de Jehová”. Un cordero significa que el oferente disfruta a Cristo en Su
perfección y belleza como cordero. Creo que todos nosotros hemos tenido esta clase de expe-
riencia, en la cual disfrutamos a Cristo en Su perfección y belleza.
2. Una cabra
El versículo 12 dice: “Si su ofrenda es una cabra, la presentará delante de Jehová”. Aquí la
cabra significa que el oferente disfruta a Cristo como cabra, no tanto en Su perfección y belleza.
Según Mateo 25, las ovejas son buenas y las cabras no son buenas. ¿Cómo, entonces, podríamos
experimentar a Cristo a veces como oveja y a veces como cabra? Si nuestra condición es la-
mentable, no disfrutaremos a Cristo como oveja en Su perfección y belleza; más bien, lo dis-
frutaremos como cabra sin perfección ni belleza. Supongamos que un hermano intenta disfrutar
a Cristo después de altercar con su esposa. En ese momento, el disfrute que él tiene de Cristo
será pobre; por tanto, disfrutará a Cristo no como oveja, sino como cabra. Esto indica que según
nuestro sentir, Cristo varía conforme a nuestra condición. Por supuesto, no es que Cristo en Sí
mismo varíe, sino que somos nosotros los que tenemos un sentir distinto según la condición en
que nos encontremos.
V. PONER LA MANO
SOBRE LA CABEZA DE LA OFRENDA
El que presentaba la ofrenda de paz debía poner su mano sobre la cabeza de la ofrenda (3:2, 8,
13). Esto representa la unión del oferente con la ofrenda. En lugar de usar la palabra unión, tal
vez debiéramos usar la palabra identificación. Al poner su mano sobre la ofrenda, el oferente
se identifica con la ofrenda.
Al respecto, debemos tener cuidado respecto a decir que Cristo nos reemplaza. Nuestra relación
con Cristo no es una cuestión de reemplazo, sino de identificación. Identificación es más que
unión. La palabra unión no comunica plenamente la verdad en cuanto a nuestra comunión con
Cristo. Nuestra comunión con Cristo es una cuestión de identificación, es decir, consiste en que
nosotros llegamos a ser lo que Él es, y en que Él llega a ser lo que nosotros somos. Nosotros y
Cristo somos uno solo. Nosotros llegamos a ser Él, y Él llega a ser nosotros. Por consiguiente,
debemos cambiar nuestro concepto acerca del reemplazo. Ser reemplazados por Cristo significa
que nosotros desaparecemos por completo. La relación que tenemos con Cristo no es una cues-
tión de reemplazo, sino de ser uno con Él.
VI. DEGOLLADA A LA ENTRADA
DE LA TIENDA DE REUNIÓN
La ofrenda de paz era degollada a la entrada de la Tienda de Reunión (vs. 2, 8, 13). Esto signi-
fica que Cristo fue inmolado en la tierra y delante de Dios.
Hoy en día podemos disfrutar a Cristo aquí en la tierra. No espere ir al cielo para disfrutar a
Cristo. Disfrútelo aquí en la tierra, donde usted se encuentra ahora mismo. Hay un proverbio
que dice que el agua que está lejos no puede apagar nuestra sed. Si Cristo estuviera únicamente
en el cielo, no tendría nada que ver con nosotros. Hoy disfrutamos a Cristo en la tierra, en el
lugar donde nos encontramos.
Esta sangre no se llevaba al Lugar Santísimo para apaciguar a Dios, sino que era rociada sobre
el altar y alrededor del altar, donde estaba el oferente. Esto nos muestra que la sangre de la
ofrenda de paz nos da paz y seguridad. Cuando vemos la sangre de la ofrenda de paz, tenemos
la certeza de que nuestros pecados han sido lavados. La sangre de la ofrenda era derramada por
causa de nosotros, y ahora está ante nuestros ojos. Así que, podemos decir: “Gracias, Señor.
Mis pecados han sido perdonados. Esto lo sé porque veo Tu sangre. La sangre es la prueba de
que Dios ha perdonado mis pecados”.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE DIECIOCHO
LA OFRENDA POR EL PECADO:
EL CRISTO QUE SE OFRECIÓ A SÍ MISMO
POR EL PECADO DEL PUEBLO DE DIOS
(1)
Lectura bíblica: Lv. 4:1-35; 1 Jn. 1:5-9; Col. 1:12; Ro. 5:12; 7:17, 20; 8:3; Jn. 1:14;
2 Co. 5:21; Jn. 3:14; Ro. 6:6; He. 2:14; 4:15; Gá. 5:19-21; Jn. 12:31
En los mensajes anteriores abarcamos las primeras tres de las cinco ofrendas básicas:
el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz. La cuarta ofrenda básica es la
ofrenda por el pecado, y la quinta es la ofrenda por las transgresiones. En este mensaje
empezaremos a considerar la ofrenda por el pecado.
LA SECUENCIA EN QUE
SON DISPUESTAS LAS OFRENDAS
Me siento maravillado al ver la secuencia en que fueron dispuestas las cinco ofrendas
básicas. Esta secuencia no es según el pensamiento humano, que pondría la ofrenda
por el pecado en primer lugar. Puesto que sabemos que somos pecaminosos, lo primero
que queremos es que se ponga fin a nuestro pecado. Después de esto, podríamos esco-
ger el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz. Sin embargo, la secuencia
divina es diferente. La secuencia divina comienza con el holocausto, lo cual nos mues-
tra que con relación a nosotros, lo primordial es que vivamos absolutamente entrega-
dos a Dios. Después del holocausto sigue la ofrenda de harina, lo cual nos muestra que
debemos tomar a Cristo como nuestro suministro de vida y vivir diariamente por Él. El
resultado de tomar a Cristo como nuestro holocausto y nuestra ofrenda de harina es
que tenemos paz. No obstante, aunque tenemos paz, aún tenemos ciertos problemas —
el pecado por dentro y los pecados por fuera—, a los cuales ciertamente se les debe dar
solución.
La secuencia que siguen las ofrendas en Levítico concuerda con la secuencia de 1 Juan
1. El versículo 5 dice: “Dios es luz, y en Él no hay ningunas tinieblas”. El versículo 6
afirma que si decimos que tenemos comunión con el Dios que es la luz misma y “anda-
mos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad”. El versículo 7 añade: “Pero
si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre
de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado”. Esto indica que mientras tenemos comu-
nión con Dios y lo disfrutamos, nos daremos cuenta de que entre nosotros y Dios existe
un problema, y que este problema es el pecado.
Cristo, como ofrenda por el pecado (Lv. 4; Is. 53:10; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; He. 9:26), puso
fin a nuestro pecado, el pecado que mora en nuestra naturaleza (Ro. 7:17); y Cristo,
como ofrenda por las transgresiones, llevó sobre Sí nuestros pecados, nuestras trans-
gresiones (Lv. 5; Is. 53:11; 1 Co. 15:3; 1 P. 2:24; He. 9:28). Sin embargo, después de ser
regenerados, todavía necesitamos tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado,
como se indica en 1 Juan 1:8, y también como nuestra ofrenda por las transgresiones,
como se indica en 1 Juan 1:9.
En 1 Juan 1:8 se nos dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a noso-
tros mismos, y la verdad no está en nosotros”. Este versículo habla del pecado que mora
en nosotros, el pecado que heredamos por nacimiento. Éste es el pecado mencionado
en Romanos 5:12. Si decimos que, después de ser salvos y regenerados, ya no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos. Aunque hemos sido salvos y regenerados,
y aunque buscamos al Señor, lo amamos y tenemos comunión con Él, el pecado sigue
morando en nosotros. Esto es un hecho. Si lo negamos, la verdad no está en nosotros.
A continuación, 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para
perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. Esto se refiere a la
confesión de nuestros pecados después de nuestra regeneración, y no a la confesión de
nuestros pecados antes de la regeneración. Aquí pecados denota nuestras acciones pe-
caminosas.
Quizás procuremos ser buenos y hacer lo correcto; sin embargo, acabamos por hacer
todo lo contrario. Entonces, al igual que Pablo, decimos: “Ya no soy yo quien obra aque-
llo, sino el pecado que mora en mí” (Ro. 7:17). Mediante nuestra comunión con Dios,
quien es luz, descubrimos que somos pecaminosos, que tenemos pecado internamente
y pecados externamente. Interiormente tenemos una “madre” pecaminosa, y externa-
mente cometemos acciones pecaminosas, que son los “hijos” de esta madre pecami-
nosa.
Gálatas 5:19-21 habla de las obras de la carne. Estas obras incluyen contiendas, celos,
divisiones y sectas. ¿Podríamos afirmar que no tenemos contiendas ni celos en nuestra
vida de iglesia? No podríamos afirmarlo. Es posible que en la vida de iglesia también
haya sectas, es decir, que los santos tomen partido por ciertas personas. Ésta era la
situación que imperaba en Corinto. “Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo
de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1 Co. 1:12). Si hay contiendas, celos, divisiones
y sectas en nuestra vida de iglesia o en nuestra vida familiar, queda claro que vivimos
y actuamos en la carne. Si decimos que tenemos comunión con Dios y tenemos todavía
estas obras de la carne, andamos en tinieblas y nos engañamos a nosotros mismos. Si
hay contiendas, celos, divisiones y sectas en nuestra vida de iglesia, eso significa que
nuestra vida de iglesia se halla en tinieblas. Asimismo, si decimos que estamos en co-
munión con Dios, pero nuestra actitud para con nuestro cónyuge es la equivocada, nos
engañamos a nosotros mismos.
Colosenses 1:12 dice que Cristo es la porción de los santos en la luz. Cristo no es la
porción de los santos que están en tinieblas, en críticas o en sectas. ¿Dónde estamos:
en luz o en tinieblas? No podemos disfrutar a Cristo como la porción de los santos si
no estamos en la luz.
Después de disfrutar a Cristo como las primeras tres ofrendas, lo necesitamos como la
ofrenda por el pecado. Mientras le disfrutamos, podemos decirle desde lo más pro-
fundo de nuestro ser: “Señor, te doy gracias que estoy en Tu presencia. Te amo, Señor,
y te tomo como mi suministro diario”. Espontáneamente, la luz resplandecerá. Tal vez
nos ilumine acerca de cierta palabra que le dijimos a nuestro cónyuge o acerca de al-
guna crítica que hicimos de algún hermano. Inmediatamente lo confesaremos y le pe-
diremos al Señor que nos perdone.
Todo lo que no se haga en el espíritu, sea bueno o malo, proviene de una sola fuente:
la carne. Criticar a otros proviene de la carne, y elogiar a los demás valiéndonos de
nuestro ser natural también proviene de la carne. Sólo aquello que hacemos al andar,
hablar y actuar en total conformidad con el espíritu, poniendo nuestra mente en el es-
píritu (Ro. 8:6), no proviene de la carne.
En Romanos 8:4, Pablo dice que el justo requisito de la ley se cumple en aquellos que
andan conforme al espíritu. Pablo no dice que el justo requisito de la ley se cumple en
nosotros cuando hacemos el bien, pues hacer el bien no es conforme al árbol de la vida
sino conforme al árbol del conocimiento del bien y del mal. En lugar de esforzarnos por
hacer el bien, simplemente debemos andar conforme al espíritu. Si no sentimos la un-
ción en nuestro espíritu, no debemos decir nada, ni bueno ni malo. Esto es andar en el
espíritu y ser liberados de la carne.
LA CARNE Y LA CRUZ
Desde el momento en que traje el recobro del Señor a los Estados Unidos, he recalcado
cuatro asuntos: Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia. La carga con respecto a estos
asuntos ha sido muy pesada. Sin embargo, en este mensaje siento la carga de hablar
acerca de la carne y la cruz. Debemos saber qué es la carne y cómo la cruz de Cristo le
pone fin. Necesitamos hoy en el recobro del Señor escuchar una palabra en cuanto a la
carne y la cruz. Es posible que nuestro disfrute de Cristo esté lleno de levadura y miel
y que también carezca de sal. Por tanto, siento la carga de ministrar sal, esto es, la cruz,
a las iglesias.
En esos momentos, debemos orar, diciendo: “Señor, ten misericordia de mí. No quiero
andar conforme a esta horrenda carne que es instigada por Tu enemigo. Deseo disfru-
tarte a Ti, Señor”. Entonces, quizás con lágrimas, continuemos orando así: “Padre,
tomo a Tu Hijo, mi amado Señor, como mi holocausto. Yo no puedo vivir absoluta-
mente entregado a Ti, pero sí puedo disfrutar esa vida que está en Él. Lo tomo a Él
como mi holocausto y te lo ofrezco a Ti, Padre. También lo tomo como mi alimento
diario”. Esto nos permitirá disfrutar a Cristo como ofrenda de paz. Luego, mientras
estamos en la presencia del Señor, seremos alumbrados, quedará al descubierto nues-
tra condición y veremos la clase de persona que somos. En ese momento necesitaremos
que nuestro amado Señor Jesús sea nuestra ofrenda por el pecado. Esto es lo que sig-
nifica tomar como nuestra ofrenda por el pecado a Cristo mismo, quien es nuestro ho-
locausto, ofrenda de harina y ofrenda de paz. Esta secuencia no tiene que ver con la
doctrina; más bien, guarda relación con nuestra experiencia personal que, muy me-
nudo, resulta tan dolorosa.
Cada vez que tengamos la experiencia de disfrutar paz con el Dios Triuno, nos daremos
cuenta de que necesitamos la ofrenda por el pecado. Confesaremos esto al Señor, di-
ciendo: “Padre, nunca me había dado cuenta de que soy tan pecaminoso. No sólo soy
pecaminoso, sino que soy pecado. El pecado mora en mi carne, y soy por completo
pecado. Ciertamente necesito que mi Señor Jesús sea mi ofrenda por el pecado.
¡Cuánto lo atesoro por ser mi ofrenda por el pecado!”.
Todo lo que proceda de la carne es pecado. Ya sea que critiquemos a los demás o los
alabemos, ambas acciones tienen su origen en la carne y son pecado. Lo único que
puede dar fin a la carne es la cruz, la sal. Necesitamos mucho la sal en nuestra vida
cotidiana, en nuestra vida familiar y en nuestra vida de iglesia. Es únicamente cuando
tenemos la sal que los “gérmenes” dejan de estar activos. La vida de iglesia hoy necesita
una “fumigación”, la aniquilación de todos los gérmenes mediante nuestra experiencia
de la cruz. Esta aniquilación es una misericordia de parte del Señor; es la salvación que
el Señor nos brinda en Su misericordia.
El tipo de la serpiente de bronce (Jn. 3:14; Nm. 21:4-9) indica que Cristo no tenía la
carne de pecado, sino únicamente la semejanza de carne de pecado. Cuando los hijos
de Israel pecaron contra Dios, fueron mordidos por serpientes y comenzaron a morir.
De hecho, a los ojos de Dios, ya estaban muertos. Entonces, Dios le dijo a Moisés que
levantara una serpiente de bronce para que el juicio de Dios recayera sobre la serpiente
y no sobre ellos; de ese modo, todo aquel que mirara la serpiente de bronce sería salvo
y viviría. La serpiente de bronce era el salvador de ellos. Aquello fue un tipo. En Juan
3:14, el Señor Jesús aplicó este tipo a Sí mismo, dando a entender que mientras estaba
en la carne, Él —según las palabras de Pablo— tenía la semejanza de carne de pecado,
esto es, la forma de la serpiente de bronce. La serpiente de bronce sólo tenía la forma
de una serpiente, pero no el veneno. Cristo tenía la semejanza de carne de pecado, pero
de ningún modo participó del pecado de la carne (2 Co. 5:21; He. 4:15). La serpiente de
bronce es un tipo de Cristo como nuestro Salvador. “Como Moisés levantó la serpiente
en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo
aquel que en Él cree, tenga vida eterna” (Jn. 3:14-15).
El Cordero de Dios,
la serpiente de bronce y el grano de trigo
El Evangelio de Juan usa tres figuras para describir a Cristo en Su muerte: el Cordero
de Dios (1:29), la serpiente de bronce (3:14) y un grano de trigo (12:24). Estas figuras
describen tres aspectos de Cristo como nuestro Salvador. Con respecto al pecado, Él es
el Cordero. Con respecto a Satanás, la antigua serpiente, Él es la serpiente de bronce,
Aquel que vino en semejanza de carne de pecado. Con respecto a liberar la vida divina
para producirnos como los muchos hijos de Dios, Él es el grano de trigo. Por consi-
guiente, Él es el Salvador-Cordero, el Salvador-serpiente y el Salvador-grano. Lo tene-
mos como nuestro Salvador en tres aspectos: Aquel que pone fin a nuestro pecado,
Aquel que destruye la antigua serpiente y Aquel que nos produce como los muchos
hijos de Dios.
Creo que Adán, el hombre creado por Dios, era apuesto. En cambio, en el Señor Jesús
no había parecer ni hermosura, ni era atractivo físicamente (Is. 53:2). Él era un hombre
que se veía desgastado a causa de todos los dolores que experimentó (v. 3). Nuestro
Señor tenía la semejanza de un hombre caído; no obstante, cuando el Señor Jesús es-
tuvo en la cruz, Dios contó esa semejanza como real.
Romanos 6:6 afirma que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo.
Nuestro viejo hombre está en la carne. Puesto que Cristo fue crucificado en la carne,
nuestro viejo hombre, que está en la carne, también fue crucificado juntamente con Él.
Nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo en la carne.
Por medio de la muerte de Cristo, no sólo fue condenado el pecado y fue crucificado
nuestro viejo hombre, sino que también Satanás, el diablo, fue destruido (He. 2:14).
Además, por medio de la cruz de Cristo, el mundo fue juzgado y el gobernador, el prín-
cipe del mundo, fue echado fuera (Jn. 12:31). Así que, mediante la muerte de Cristo
fueron eliminadas cuatro cosas: el pecado en la carne, el viejo hombre, Satanás y el
mundo. Esto significa que por medio de la muerte de Cristo en la carne, se le dio fin a
todas las cosas negativas.
Debemos tener esta comprensión cada vez que tomemos a Cristo como nuestra ofrenda
por el pecado. La ofrenda por el pecado significa que el pecado fue condenado en la
carne, que nuestro viejo hombre fue crucificado, que Satanás fue destruido, y que el
mundo fue condenado y el príncipe del mundo echado fuera.
Todos debemos aprender a tomar a Cristo como tal ofrenda por el pecado. Cuando en-
tramos en comunión con el Dios Triuno mediante Cristo como holocausto, ofrenda de
harina y ofrenda de paz, entonces debemos aplicar a Cristo como nuestra ofrenda por
el pecado.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE DIECINUEVE
LA OFRENDA POR EL PECADO
EL CRISTO QUE SE OFRECIÓ A SÍ MISMO
POR EL PECADO DEL PUEBLO DE DIOS
(2)
Lectura bíblica: Lv. 4:1-7, 13-18, 22-25, 27-30, 32-34
En este mensaje abarcaremos varios asuntos relacionados con la ofrenda por el pecado.
En Romanos 7, el pecado está personificado, pues puede morar en nosotros (v. 17),
matarnos (v. 11) y hacer muchas cosas en nosotros. Por tanto, el pecado es una persona
viva. No podemos encontrar ningún versículo que diga que el pecado es Satanás
mismo. Sin embargo, la Biblia indica que el pecado es la naturaleza de Satanás. Puesto
que el pecado es la naturaleza de Satanás, el pecado es en realidad Satanás mismo.
El pecado entró en el linaje humano cuando Adán cayó. Esto significa que la caída de
Adán abrió la puerta para que el pecado —que es la naturaleza de Satanás e incluso
Satanás mismo— entrara a nuestro ser. Romanos 7 dice claramente que el pecado mora
en nuestra carne (vs. 17, 20, 23). A menudo hemos tenido el deseo de hacer el bien, por
ejemplo, honrar a nuestros padres o mostrar consideración por nuestro hermano, pero
el resultado ha sido exactamente lo opuesto. Pecamos involuntariamente, haciendo
algo que no teníamos ninguna intención de hacer. Pablo tuvo esta experiencia, y fue
por eso que dijo: “Ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí” (Ro. 7:20b).
En Romanos 7 vemos a dos personas. Una persona no desea pecar, y la otra, que está
dentro de la primera, es la que peca. Esto indica que Pablo tenía dos vidas que corres-
pondían a dos personas: la vida de sí mismo, Saulo de Tarso, y la vida de algo que se
llama pecado. Estas dos personas vivían juntas, pero no por voluntad propia. A veces
eran buenos amigos, y otras veces, se peleaban la una con la otra.
Romanos 7 presenta un cuadro de la experiencia que tuvimos no sólo antes de ser sal-
vos, sino también de nuestra experiencia hoy en día. ¿Acaso no han descubierto que se
libra una guerra dentro de ustedes? Por una parte, podemos declarar: “Amo a la igle-
sia”; por otra, hay algo dentro de nosotros que dice: “No me gusta la iglesia”. A veces
decimos: “Amo a todos los santos. Todos ellos son queridos y preciosos”. Sin embargo,
quizás haya un anciano al cual no podemos amar. Así que, hay una lucha dentro de
nosotros. Aspiramos a ser santos, pero el resultado no es la santidad. Todo el día peca-
mos involuntariamente.
Tal vez hayamos sido cristianos por muchos años, con todo, aún se libra una guerra
dentro de nosotros. Quisiéramos ser perfectos, pero hacemos muchas cosas que son
pecados cometidos involuntariamente. Así que, puesto que el pecado mora en nosotros
y cometemos pecados involuntariamente, no somos dignos de confianza.
Todo lo que hacemos impulsado por la carne es pecado. A los ojos de Dios, aun nuestro
amor procedente de la carne es pecado. No sólo las cosas malas son pecado, sino tam-
bién las cosas buenas que proceden de la carne son pecado. Lo que cuenta es la fuente,
no el producto o resultado. Ésta es la razón por la que Gálatas 5:24 dice: “Los que son
de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias”.
Según la perspectiva humana, la carne puede tener tanto una apariencia de bondad
como de maldad. Pero independientemente de si somos buenos, malos o algo en el
medio, mientras seamos carne, seremos pecado. La carne es completamente una con
el pecado (Ro. 8:3), y el pecado es totalmente uno con Satanás. De hecho, el pecado es
Satanás mismo. Además, Satanás es uno con el mundo, y el mundo es uno con el prín-
cipe del mundo (Jn. 12:31). Estas cinco cosas constituyen una sola: la carne, el pecado,
Satanás, el mundo y el príncipe (la autoridad o poder) del mundo.
El mundo de hoy está relacionado con la carne, el pecado, Satanás y el príncipe del
mundo. Aquí la palabra príncipe implica autoridad o poder. El mundo es, de hecho, la
lucha por alcanzar el poder. Toda persona y toda nación lucha por el poder. En todas
partes se compite, se disputa, por el poder. En las universidades, tanto los profesores
como los estudiantes luchan por el poder. Por ejemplo, tal vez un profesor diga que su
intención es ayudar a la sociedad o que desea inventar algo que beneficie a la sociedad.
Pero en realidad él, al igual que el resto de la gente, lucha por el poder. Esta lucha por
el poder es el resultado, el fruto, de la carne, el pecado, Satanás, el mundo y el príncipe
del mundo.
Gálatas 5:16-26 habla de la lucha entre la carne y el Espíritu. El versículo 26, el ver-
sículo con el que concluye esta sección, dice: “No nos hagamos vanagloriosos, provo-
cándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros”. En este versículo vemos la lucha
por vanagloria. Esto indica que aun en la vida de iglesia podría haber lucha por vana-
gloria. Esto lo confirma el hecho de que Pablo dirija estas palabras a las iglesias, a las
iglesias de Galacia (Gá. 1:2), que era una provincia del antiguo Imperio romano. Todos
buscamos vanagloria. Si no fuera así, Pablo no habría visto la necesidad de dirigirnos
estas palabras. Tal vez pensemos que los asuntos mencionados en 5:16-26 existían en-
tre las iglesias de Galacia, pero no entre nosotros hoy en día. Sin embargo, no debemos
leer estos versículos como si se aplicaran solamente a ellos; debemos incluirnos a no-
sotros mismos al leer estos versículos. Así como aplicamos Juan 3:16 a nosotros mis-
mos, debemos hacer lo mismo con respecto a Gálatas 5:16-26.
La ofrenda por el pecado tiene una denotación muy amplia; no sólo tiene que ver con
el pecado, sino también con nuestra carne, con Satanás, el maligno que está en nuestra
carne, con el mundo y con la lucha por el poder. Según la Biblia, el pecado está relacio-
nado con estas cuatro cosas.
Satanás es el príncipe del mundo; Satanás quizás se sienta orgulloso de ser tal príncipe.
Isaías 14 revela que aunque él estaba cercano a Dios, no estaba satisfecho. Él quería
colocarse por encima de Dios, o por lo menos, estar en posición para rivalizar con Él.
Por esta razón, cuando la Biblia condena al pecado, condena a Satanás y también la
carne, el mundo y la lucha por el poder. Todo lo que acontece hoy en la tierra está
relacionado con la lucha por el poder. Todos los buenos discursos, los buenos sermones
y las buenas explicaciones que ofrecen los hombres no son más que capas que encubren
la lucha por el poder.
Si recibimos esta revelación, veremos que tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el
pecado no es simplemente cuestión de confesar nuestro pecado y que éste sea limpiado.
Tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado significa también que se le da fin a
nuestro viejo hombre, a Satanás, al mundo y a la lucha por el poder. Ya que la elimina-
ción de todas estas cosas está incluida en la ofrenda por el pecado, tomar a Cristo como
nuestra ofrenda por el pecado no es un asunto sencillo, sino algo que guarda relación
con el hombre caído, con el pecado que mora en la naturaleza del hombre caído, con
Satanás, con el mundo y con la lucha por el poder.
El tamaño de Cristo como nuestra ofrenda por el pecado depende del grado al que to-
memos a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado. Puede ser que tomemos a Cristo
como nuestra ofrenda por el pecado a un grado inferior o superior. Tal vez un hermano
tome a Cristo como su ofrenda por el pecado únicamente para resolver el problema de
su pecado, sin darse cuenta de que en el pecado está implícito la carne. Otro hermano
quizás se dé cuenta de que la ofrenda por el pecado está relacionada con la carne, pero
no se percate de que también tiene que ver con la destrucción de Satanás. Si vemos que
mientras que el pecado more en nosotros también estarán presentes la carne, Satanás,
el mundo y la lucha por el poder, ofreceremos a Cristo como un novillo grande.
B. Sin defecto
Levítico 4 dice que la ofrenda por el pecado debía ser sin defecto (vs. 3, 23, 28, 32).
Esto significa que Cristo no tiene pecado (2 Co. 5:21; He. 4:15).
IV. LA IMPOSICIÓN DE MANOS
SOBRE LA CABEZA DE LA OFRENDA
Levítico 4 habla de la imposición de manos sobre la cabeza de la ofrenda (vs. 4, 15, 24,
29, 33). Esto representa la unión del oferente con la ofrenda.
Esta lucha por el poder es uno de los cinco ítems que en conjunto constituyen el pecado.
Estos ítems son la carne, el pecado, Satanás, el mundo y el príncipe del mundo. El prín-
cipe del mundo representa la lucha por el poder. A todo ser humano, incluyendo a los
niños, le gusta ser un príncipe, un líder, y en todos los lugares de la tierra se libra la
lucha por el poder. Como veremos, tal lucha por el poder está relacionada con la
ofrenda por el pecado.
Cuando nos arrepentimos ante el Señor y le recibimos como nuestro Salvador, fuimos
alumbrados para ver que éramos malignos y estábamos bajo la condenación de Dios.
Cuanto más amamos al Señor, más nos damos cuenta de que somos malignos. Cuanto
más ora un creyente, más percibe que es maligno en extremo. Finalmente, llegamos a
la comprensión que aun hoy, nosotros, los cristianos que buscamos al Señor, no somos
más que un cúmulo de pecado. No solamente somos malignos y pecaminosos, sino que
somos un cúmulo de pecado.
Si nos damos cuenta de que somos pecaminosos y empezamos a confesar nuestros pe-
cados, descubriremos que cuanto más pecados confesamos, más tenemos para confe-
sar. Ésta fue mi experiencia en 1935. Un día, teniendo el profundo sentir de que debía
estar a solas con el Señor, me fui a un lugar apartado, me arrodillé, oré y comencé a
confesar mis pecados. Mi confesión se extendió por bastante tiempo. Antes de aquella
ocasión, no sabía cuán pecaminoso era ni cuántos pecados tenía. Vi que todo cuanto
había hecho desde mi juventud era pecaminoso, e hice una confesión exhaustiva de-
lante del Señor.
Debemos orar y tomar al Señor Jesús como nuestro holocausto, como Aquel que vive
absolutamente entregado a Dios. Disfrutar a Cristo como holocausto nos llevará a to-
marle como nuestro suministro de vida, nuestra ofrenda de harina, que es Cristo en Su
humanidad quien llega a ser nuestro alimento diario. Debemos disfrutarle hasta que
sintamos paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Si hacemos esto, de in-
mediato estaremos en la luz, y la luz brillará dentro de nosotros, sobre nosotros y alre-
dedor de nosotros. Entonces nos daremos cuenta de que hemos pecado y que somos
pecado. Ésta es la experiencia que vemos en 1 Juan 1. Dios es luz (v. 5). Si hemos de
tener comunión con Él, debemos andar en luz como Él está en luz. Si hacemos esto,
nos percataremos de que tenemos algo que se llama pecado (vs. 7-8).
¿Por qué no llevamos una vida de absoluta entrega a Dios? No llevamos tal vida porque
en lo profundo de nuestro ser estamos en pro de nosotros y no de Dios. En esto radica
la lucha. Tal vez una hermana experimente esta lucha mientras hace sus compras en
una tienda departamental. Quizá ella desee comprar algo en particular, pero percibe
que el Señor no está de acuerdo. Así que, le ruega al Señor que le permita hacer aquella
compra por esa vez. El ruego de ella es, de hecho, una señal de la lucha que existe entre
ella y el Señor. Satanás se halla escondido detrás de esa lucha.
Nosotros luchamos con el Señor acerca de muchas cosas. Amamos al Señor, asistimos
a las reuniones de la iglesia y participamos plenamente en la vida de iglesia. Aparente-
mente, todo está bien. Sin embargo, sólo nosotros sabemos cuánto luchamos con Dios
día tras día. Dios quiere que llevemos una vida de absoluta entrega a Él, pero nosotros
quizás estemos dispuestos a vivir así sólo hasta cierto grado. Quizás critiquemos a los
demás por no vivir absolutamente entregados a Dios, pero nosotros, ¿vivimos absolu-
tamente entregados a Él? En vez de llevar una vida de absoluta entrega a Dios, experi-
mentamos una continua lucha con Él por el poder.
¿Quién puede decir que lleva una vida de absoluta entrega a Dios? Ya que ninguno de
nosotros vive así, necesitamos a Cristo como nuestro holocausto. Sólo Cristo vive ab-
solutamente entregado a Dios.
Al abordar el tema del pecado, Pablo finalmente arribó a algo más profundo: no sim-
plemente el pecado en sí, sino la ley del pecado (Ro. 7:25; 8:2). Muchos cristianos no
se dan cuenta de que existe algo que se llama la ley del pecado. ¿Sabe usted qué es la
ley del pecado? La ley del pecado es simplemente el poder, la fuerza y la energía espon-
tánea que nos lleva a luchar con Dios. Hay algo en nosotros que está vivo y activo; se
esconde en nuestro ser interior y nos vigila. Cada vez que nos viene el menor pensa-
miento de vivir entregados a Dios, algo dentro de nosotros se levanta para subyugar-
nos. Esto es la ley del pecado. Pablo por experiencia descubrió que no sólo el pecado
moraba en su carne, sino que dentro de él también había un poder, una fuerza y una
energía naturales que oponían resistencia cada vez que él deseaba vivir entregado a
Dios. Esto hizo que fuera un hombre miserable (7:24). Ésta es la ley del pecado, la cual
es el significado más profundo del pecado.
A menudo hemos sido derrotados por esto que se esconde en nosotros. Por ejemplo,
tal vez deseemos amar al Señor, pero espontáneamente la ley del pecado opera en no-
sotros, y poco después, el pensamiento de amar al Señor desaparece.
La experiencia que Pablo tuvo con relación a la avaricia, o la codicia, fue lo que lo llevó
a descubrir la ley del pecado (Ro. 7:7-8). Cada uno de los Diez Mandamientos tiene que
ver con acciones externas, excepto el mandamiento de no codiciar. Este mandamiento
confronta la codicia que está dentro de nosotros. Pablo no quería ser codicioso, pero
no podía evitarlo. Cada vez que intentaba obedecer este mandamiento, algo en su inte-
rior reaccionaba y producía “toda codicia”. Así pues, Pablo era víctima de la ley del
pecado.
No debemos tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado de una manera super-
ficial; más bien, debemos tomarlo como nuestra ofrenda por el pecado a un grado más
profundo. Esto remodelará todo nuestro ser.
Ya que hemos visto que el pecado implica la lucha por el poder y que la ley del pecado
es el poder, la fuerza y la energía que opera espontáneamente en nosotros para que
luchemos contra Dios, prosigamos ahora a considerar otros aspectos de la ofrenda por
el pecado según Levítico 4.
Estas partes de la ofrenda por el pecado eran quemadas sobre el altar del holocausto.
Esto significa que Dios acepta la ofrenda por el pecado sobre la base del holocausto.
Sin el holocausto como base, Dios no puede aceptar la ofrenda por el pecado.
A. En un lugar limpio
La ofrenda por el pecado se quemaba en un lugar limpio. Esto representa el lugar
donde Cristo, como ofrenda por el pecado, fue rechazado por el hombre y donde el
pecado del hombre es quitado.
Si vemos cuán pecaminosos somos, nos daremos cuenta de que tanto nuestro amor
como nuestro odio son pecaminosos. Éticamente, es malo aborrecer a los demás y es
bueno amarlos. Tal vez pensemos que a los ojos de Dios, amar a los demás es aceptable
y que aborrecerlos es inaceptable. Pero a los ojos de Dios, aborrecemos a las personas
y las amamos por causa de nosotros mismos, y no por causa de Dios. Desde esta pers-
pectiva, amar a los demás es tan pecaminoso como aborrecerlos. Todo cuanto hagamos
por causa de nosotros mismos y no de Dios —ya sea moral o inmoral, bueno o malo,
cuestión de amar o aborrecer—, es pecaminoso a los ojos de Dios. Mientras hagamos
algo por causa de nosotros mismos, ello será pecaminoso.
Dios nos creó exclusivamente para Él. Él nos creó para que fuésemos Su expresión y
Su representación. Él no nos creó para nosotros mismos; sin embargo, vivimos inde-
pendientemente de Él. Cuando aborrecemos a los demás, actuamos independiente-
mente de Dios, y cuando los amamos, también actuamos independientemente de Dios.
Esto significa que ante Dios, nuestro odio y nuestro amor son iguales.
Además, ni nuestro odio ni nuestro amor provienen de nuestro espíritu; en vez de ello,
nuestro odio y nuestro amor provienen de nuestra carne, y ambos proceden del árbol
del conocimiento del bien y del mal. El árbol del conocimiento del bien y del mal re-
presenta a Satanás. No debemos pensar que únicamente el hacer el mal proviene de
Satanás y no el hacer el bien. Tanto el hecho de hacer el bien como el mal podrían
provenir de Satanás. Debemos percatarnos de que todo cuanto hagamos por nosotros
mismos, sea bueno o malo, lo hacemos a favor de nosotros mismos y, por consiguiente,
es pecado.
Quisiera hacerles notar una vez más que el pecado implica la lucha por el poder. Tal
vez amemos a los demás, pero hagamos esto a favor de nosotros mismos, esto es: por
causa de nuestro nombre, de nuestra posición, de nuestro beneficio y de nuestro orgu-
llo. Esta clase de amor forma parte de la lucha que sostenemos contra Dios por el poder.
Debemos orar: “Señor, sálvame de hacer algo por causa de mi orgullo, de mi repu-
tación, para lograr un ascenso o un beneficio, o por causa de mis intereses”. Esto equi-
vale a ser salvo de la lucha que sostenemos contra Dios por el poder. Cuando amamos
a los demás por causa de nuestra reputación o para lograr un ascenso, no vivimos en-
tregados a Dios. Esta clase de amor procede de Satanás; se halla en la carne, y es pe-
cado. Todo lo que esté en la carne es pecado, todo lo que sea el pecado en nuestra carne
es Satanás, y todo lo que Satanás haga constituye una lucha por el poder.
Algunos quizá se pregunten acerca del amor que como padres cristianos sentimos por
nuestros hijos. Es posible que el amor por nuestros hijos esté en la carne. El Nuevo
Testamento nos exhorta a criar a nuestros hijos en el Señor. Sin embargo, es posible
que los criemos para el beneficio de nosotros mismos y de nuestro futuro. Eso es pe-
cado.
Inclusive en la vida de iglesia es posible que hagamos cosas no para Dios, sino para
nosotros mismos. Quizás hagamos algo que se considere muy bueno, pero en lo pro-
fundo de nuestro ser tengamos la intención oculta de hacerlo en beneficio nuestro. Esto
es pecaminoso. Por ejemplo, al dar un testimonio o al orar, tal vez queramos que todos
nos digan “amén”. Quizás ofrezcamos una oración muy espiritual y elevada, pero con
el propósito de recibir muchos “amenes”. Tal oración es pecaminosa por cuanto no se
ofrece absolutamente para Dios. Con esto podemos ver que aun en nuestra oración
sostenemos una lucha contra Dios por el poder. Lo que deseamos es una posición, y no
a Dios mismo.
Puesto que es posible tener motivos ocultos al realizar cosas espirituales, el Señor Jesús
habló de aquellos que aparentemente hacen cosas para Dios, pero que en realidad las
hacen con el propósito de sobresalir. Por tanto, Él dijo: “Guardaos de hacer vuestra
justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos” (Mt. 6:1). En cuanto a dar
limosnas, dijo: “No sepa tu izquierda lo que hace tu derecha” (v. 3). En cuanto a la
oración, añadió: “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque ellos aman el orar
en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres”
(v. 5). En cuanto al ayuno, Él dijo: “Cuando ayunéis, no seáis como los hipócritas que
ponen cara triste; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que
ayunan” (v. 16). Aun en asuntos tales como hacer justicia, dar limosnas, orar y ayunar
podría librarse la lucha contra Dios por el poder. Hacer estas cosas en beneficio propio
y no de Dios, es pecaminoso ante Él. Los que hacen tales cosas en beneficio propio no
le dan ningún lugar a Dios; antes bien, se toman todo el lugar para ellos mismos.
Tomar a Cristo como ofrenda por el pecado es algo muy profundo. La experiencia que
tenemos de la ofrenda por el pecado está totalmente relacionada con nuestro disfrute
del Señor Jesús como holocausto. Cuanto más amemos al Señor y lo disfrutemos, más
descubriremos cuán malignos somos. A veces, cuando amamos al Señor al máximo,
sentimos que no hay ningún lugar donde podamos escondernos. Pablo tuvo tal com-
prensión con respecto a sí mismo. Mientras buscaba al Señor, él vio que en sí mismo
no había nada bueno.
Por una parte, la ofrenda por el pecado se basaba en el holocausto; por otra, el holo-
causto sigue a la ofrenda por el pecado. Cuanto más disfrutamos al Señor Jesús como
nuestro holocausto, más nos damos cuenta de que somos pecaminosos. Entonces lo
tomamos como nuestra ofrenda por el pecado de una manera más profunda que antes,
lo cual a su vez nos permite disfrutarlo más como holocausto. Por consiguiente, parti-
cipamos del holocausto antes de disfrutar la ofrenda por el pecado, y también después.
Cada vez que tengamos contacto con las cosas santas, las cosas espirituales, y con el
servicio que rendimos a Dios en la vida de iglesia, debemos traer con nosotros la
ofrenda por el pecado. Esto se revela claramente en la tipología del Antiguo Testa-
mento. Cada vez que el pueblo de Dios hacía algo con relación a Dios, aun con relación
a las cosas más santas, ellos tenían que ofrecer la ofrenda por el pecado. Hoy en día
también necesitamos la ofrenda por el pecado porque no estamos limpios ni somos
puros, ni vivimos absolutamente entregados a Dios. ¿Quién de entre nosotros puede
afirmar que lleva una vida de absoluta entrega a Dios? Nadie puede afirmar esto. Por
consiguiente, en todo lo que hagamos para el Señor, necesitamos la ofrenda por el pe-
cado. Incluso cuando hablamos por el Señor, necesitamos tomar a Cristo como nuestra
ofrenda por el pecado, escondiéndonos en Él y pidiéndole que nos cubra con Su sangre
preciosa.
En primer lugar, el Señor nos salva, y después nos atrae para que le amemos, le reci-
bamos y le disfrutemos. Cuando le recibimos y disfrutamos como holocausto, nuestra
pecaminosidad queda al descubierto, y vemos que no vivimos absolutamente entrega-
dos a Dios tal como el Señor vivió. Quizás en la vida de iglesia otros nos aprecien, pero
en lo profundo de nuestro ser sabemos que no somos buenos, que no vivimos absolu-
tamente entregados a Dios. Tal vez amemos la iglesia y aparentemente lo hayamos
dado todo por la iglesia; pero no vivimos absolutamente entregados a Dios. Todavía
nos reservamos algo en nuestro ser.
Cuando disfrutamos al Señor como holocausto y como ofrenda de harina, nos damos
cuenta de que somos pecaminosos. Entonces lo tomamos como ofrenda por el pecado,
y después como ofrenda por las transgresiones. Esto es lo que vemos en 1 Juan 1. Mien-
tras disfrutamos al Dios Triuno en la comunión divina, nos damos cuenta de que en
nuestro interior todavía tenemos el pecado y que externamente hemos cometido peca-
dos. Entonces recibimos la limpieza de la sangre preciosa. Esto se convierte en un ciclo.
Cuanto más somos limpiados, más profunda se hace nuestra comunión con el Dios
Triuno; luego, cuanto más disfrutamos de esta comunión, más somos iluminados; y
cuanto más somos iluminados, más nos percatamos de que somos pecaminosos, e in-
cluso el pecado mismo. Es mediante este ciclo que somos liberados y salvos de nuestro
yo. De hecho, somos liberados y salvos del pecado, de la carne, de Satanás, del mundo,
del príncipe del mundo y de la lucha por el poder. Cuanto más disfrutemos a Cristo,
menos contenderemos con Dios por el poder. Finalmente, le cederemos a Él todas las
áreas de nuestro ser.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE VEINTIUNO
LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES:
EL CRISTO QUE SE OFRECIÓ A SÍ MISMO
POR LOS PECADOS DEL PUEBLO DE DIOS
(1)
Lectura bíblica: Lv. 5:1-10; 7:2
En este mensaje empezaremos a considerar la ofrenda por las transgresiones. Tal vez
pensemos que, por ser la última de las cinco ofrendas básicas, la ofrenda por las trans-
gresiones no es tan importante y que es bastante fácil de entender. No obstante, la
ofrenda por las transgresiones es de suma importancia y es difícil de entender adecua-
damente. Por consiguiente, en nuestro estudio de Levítico debemos leer 5:1-10 cuida-
dosamente y con mucho detenimiento.
Al hablar del pecado, muchas personas no se dan cuenta de la gran diferencia que existe
entre el pecado y los pecados. El pecado tiene que ver con el pecado que mora en no-
sotros, el cual es la naturaleza de Satanás. Los pecados tienen que ver con las acciones
pecaminosas externas. La ofrenda por el pecado resuelve el problema referente al pe-
cado, y la ofrenda por las transgresiones resuelve el problema referente a los pecados,
las transgresiones y las faltas, incluyendo las mentiras, errores y toda índole de malda-
des. Toda falta es una transgresión, y las transgresiones son diferentes clases de peca-
dos.
I. EL SIGNIFICADO
DE LA OFRENDA
POR LAS TRANSGRESIONES
Primeramente debemos conocer el significado de la ofrenda por las transgresiones.
Romanos 8:3 dice: “Dios, enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado
y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. Dios condenó al pecado. ¿Cómo
lo hizo? Lo hizo enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado.
En 2 Corintios 5:21 dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”. El
Señor Jesús no conoció pecado, pero Dios lo hizo pecado en la cruz por nosotros.
Cuando el Señor Jesús estaba en la cruz, Él no sólo tenía la semejanza de una persona
pecaminosa —tal como la serpiente de bronce tenía la forma de una serpiente (Jn.
3:14)—, sino que también fue hecho pecado por Dios. Si Jesús no hubiera sido hecho
pecado, el pecado no habría sido juzgado cuando Él fue crucificado. El pecado fue con-
denado porque Cristo, mientras estaba en la cruz, fue hecho pecado por Dios a causa
de nosotros.
La ofrenda por el pecado resuelve el problema interno del pecado en nuestra natura-
leza, mientras que la ofrenda por las transgresiones resuelve el problema externo de
los pecados en nuestra conducta (1 P. 2:24). Como lo indican las notas al margen de la
versión American Standard, Isaías 53:10 combina la ofrenda por las transgresiones
con la ofrenda por el pecado. Lo mismo se aplica al capítulo 5 de Levítico.
En 5:7 vemos el origen de una transgresión y también la razón por la cual cometemos transgre-
siones. ¿De dónde proviene la transgresión? ¿Cuál es su origen? El origen de toda transgresión
es el pecado que está en nuestra carne. ¿Cuál es la razón por la cual se comete una transgresión?
La razón por la cual cometemos una transgresión es que no vivimos entregados a Dios. Por
consiguiente, con respecto a las transgresiones que cometemos, tenemos un origen y una razón.
Podríamos decir que el pecado interno es semejante a un hombre, un marido, y que el hecho de
no vivir entregados a Dios es semejante a una mujer, una esposa. El matrimonio de estos dos
engendra un hijo, cuyo nombre es transgresión.
También podríamos usar un árbol frutal como ejemplo del pecado interno, del hecho de no vivir
entregados a Dios y de las transgresiones. El árbol frutal necesita un ambiente y entorno propi-
cios para crecer. Cuando el árbol frutal crece en este ambiente y entorno, produce fruto. En este
ejemplo, el pecado interno es el árbol frutal, el hecho de no amar a Dios ni vivir entregados a
Él constituye el ambiente y entorno en que crece el árbol, y las faltas y transgresiones son el
fruto.
¿Por qué cometemos errores y hacemos cosas que no están bien? Hacemos esto de manera
espontánea e incluso involuntaria porque tenemos el pecado en nuestra carne y porque no esta-
mos entregados a Dios y no lo amamos ni vivimos para Él.
Si nuestra entrega a Dios es absoluta, seremos sinceros, fieles y cuidadosos. Esto lo demuestra
nuestra experiencia. Cada vez que no vivimos entregados absolutamente a Dios, actuamos con
ligereza y empezamos a razonar, murmurar y criticar a otros. En Filipenses 2:12-14, Pablo nos
encarga llevar a cabo nuestra salvación con temor y temblor, haciéndolo todo sin murmuracio-
nes y argumentos. Cuando llevamos una vida entregada a Dios, no murmuramos, argumenta-
mos, criticamos, chismeamos ni altercamos. Cuando no llevamos una vida entregada a Dios,
hablamos con ligereza de los demás. No obstante, cuando llevamos una vida entregada a Dios,
tenemos mucho cuidado con lo que decimos.
La razón por la cual cometemos errores y transgresiones es que no vivimos entregados a Dios.
Debido a que somos personas caídas, no llevamos una vida de absoluta entrega a Dios. Puesto
que fuimos creados por Dios, deberíamos vivir absolutamente entregados a Él, pero no vivimos
así. Tal vez vivamos entregados a Dios en gran medida, pero no de forma absoluta. El hecho
de no vivir absolutamente entregados a Dios indica que seguimos en una condición caída. So-
mos personas caídas, toda persona caída es carne y la carne es pecado, el cual produce trans-
gresiones, que son los hijos, el fruto.
Según 5:7, necesitamos tanto la ofrenda por el pecado como la ofrenda por las transgresiones.
La ofrenda por el pecado se encarga del origen; la ofrenda por las transgresiones se encarga de
“los hijos”, o “los frutos”, producidos a partir de dicho origen. Esto nos muestra que a Dios le
preocupa el origen, esto es, el pecado que está en nosotros, y también el fruto producido a partir
de dicho origen, a saber, las transgresiones manifestadas externamente. Por consiguiente, nece-
sitamos tanto la ofrenda por el pecado como la ofrenda por las transgresiones.
Estas dos ofrendas en realidad ponen fin a una sola cosa: el pecado. El pecado incluye el pecado
que mora en nosotros y los pecados manifestados externamente; en otras palabras, es cuestión
del pecado en su totalidad. Como hemos señalado, éste es el significado de la palabra pecado en
Juan 1:29. El Señor Jesús, el Cordero de Dios, quitó el pecado en su totalidad. En la cruz, Él
fue la ofrenda por el pecado y también la ofrenda por las transgresiones.
Levítico 5:1-3 menciona algunas transgresiones en particular. El versículo 1 dice: “Si alguien
peca porque, habiendo oído la voz que le insta a declarar y siendo testigo por haber visto o
sabido de un asunto, no lo declara, llevará su iniquidad”. La expresión hebrea traducida “la voz
que le insta a declarar” literalmente significa “la voz de un juramento”. La frase llevará su
iniquidad significa “llevar la responsabilidad del pecado o la culpa”. Este versículo se refiere a
una persona que ha oído la voz que le insta a declarar y no declara lo que sabe, por lo cual debe
llevar su iniquidad.
Tal vez pensemos que lo que se dice aquí es insignificante y que no tiene nada que ver con
nosotros hoy. Sin embargo, este asunto, aparentemente insignificante, pone al descubierto lo
que somos; pone de manifiesto que nuestra entrega a Dios no es absoluta. Si en verdad estamos
absolutamente entregados a Dios y vivimos para Él, especialmente en la vida de iglesia, sere-
mos fieles, honestos y sinceros en testificar lo que sabemos. Daremos testimonio de la verdad.
Fracasar en esto equivale a ser deshonesto e infiel, a diferencia de nuestro Dios, quien es fiel y
honesto.
Levítico 5:2 añade: “O si alguien toca cualquier cosa inmunda, sea cadáver de un animal in-
mundo, de una bestia inmunda o de cualquier ser inmundo que pulula, y no se da cuenta, y él
es inmundo, será culpable”. Aquí vemos que con tan sólo tocar un cadáver, una persona era
inmunda, pues había tocado la inmundicia de la muerte. Éste es un tipo que tiene aplicación
espiritual para nosotros. Actualmente hay mucha muerte entre los hijos de Dios, y esta muerte
continúa propagándose. Además, existen diferentes clases de muerte, representadas por los ca-
dáveres de animales inmundos, de bestias inmundas y de seres inmundos que pululan. Las pa-
labras nose da cuenta indican que podríamos no darnos cuenta de haber tocado la inmundicia
de la muerte espiritual. Pero si el Señor nos alumbra, nos daremos cuenta de cuánto hemos
tocado la inmundicia de la muerte espiritual y cuánto ella nos ha contaminado.
Levítico 5:3 dice además: “O si toca inmundicia de hombre, cualquiera que sea la inmundicia
con que se hace inmundo, y no se da cuenta, cuando llegue a saberlo, será culpable”. Aquí la
inmundicia de hombre representa la inmundicia del hombre natural, de la vida natural. En el
hombre natural hay inmundicia. Todo lo que secreta el hombre natural y la vida natural es
inmundo.
En el contacto que tenemos unos con otros como miembros del Cuerpo, podría haber inmundi-
cia: la inmundicia de la muerte espiritual y la inmundicia de nuestro ser natural. Al tener comu-
nión unos con otros, debemos estar alertas respecto a estas dos clases de inmundicia. Por ejem-
plo, tal vez un hermano le diga a usted algo de una manera amorosa, o le exprese su aprecio y
respeto; sin embargo, usted percibe que estas palabras son totalmente naturales. Si usted recibe
estas palabras, se contaminará, por cuanto habrá tocado la inmundicia del hombre, la inmundi-
cia del ser natural.
Un día, mientras tenía comunión con el hermano Nee, me dijo que la cortesía es una especie de
lepra. Ser cortés es diferente de ser amable. A fin de llevar una vida humana apropiada, siempre
debemos ser amables con los demás; pero ser corteses en realidad equivale a ponerse una más-
cara. Esto significa que la cortesía es cuestión de fingir. Por ejemplo, tal vez un hermano sea
cortés con otro hermano, y después chismee acerca de él y lo critique. Esto es lepra, algo peor
que ser natural.
Lo que dice Levítico 5 no fue dirigido a individuos, sino a la asamblea del pueblo de Dios. En
tipología, dichas palabras están dirigidas a la iglesia. Entre los santos en la iglesia, puede ser
que haya diferentes clases de muerte. La muerte a menudo se propaga entre los santos. Tal vez
no nos percatemos cuánta inmundicia de muerte espiritual hemos tocado. Esparcir chismes y
críticas es propagar muerte espiritual. Es posible que, sin darnos cuenta, toquemos la muerte
día tras día. Además, es posible que haya “camaradería” entre los santos y que se amen de
manera natural, y no en el espíritu. Esta clase de amor es natural, carnal e inmundo.
Si el Señor nos ilumina mediante este pasaje de la Palabra, nos daremos cuenta de que cierta-
mente necesitamos la ofrenda por las transgresiones. Cuanto más tiempo pasemos con el Señor
y cuanto más lo tomemos como holocausto, más veremos que lo necesitamos como ofrenda por
las transgresiones y como ofrenda por el pecado. Necesitamos la ofrenda por el pecado para
resolver el problema referente al pecado que mora en nosotros, que es la fuente, y necesitamos
la ofrenda por las transgresiones para resolver el problema referente a “los hijos”, las transgre-
siones producidas a partir de dicha fuente.
B. El resto de la sangre
es exprimida (drenada) al pie del altar
El resto de la sangre era exprimida (drenada) al pie del altar (Lv. 5:9b). Esto significa que la
sangre de Cristo es la base para el perdón de Dios a los pecadores (Ef. 1:7).
V. NO SE PONE ACEITE NI OLÍBANO
SOBRE LA FLOR DE HARINA PRESENTADA
COMO OFRENDA POR EL PECADO
PARA LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES
Levítico 5:11 dice que el que trae “la décima parte de un efa de flor de harina para ofrenda por
el pecado” no pondrá “sobre ella aceite ni olíbano, porque es ofrenda por el pecado”. Esto sig-
nifica que ni el Espíritu Santo ni la fragancia de la resurrección de Cristo tienen relación alguna
con el pecado.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE VEINTIDÓS
LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES:
EL CRISTO QUE SE OFRECIÓ A SÍ MISMO
POR LOS PECADOS DEL PUEBLO DE DIOS
(2)
Lectura bíblica: Lv. 5:1—6:7; 7:2
Las palabras de Levítico 5 no fueron dirigidas a un santo individual, sino a la congre-
gación de Dios, al pueblo de Dios como asamblea. Estas palabras no fueron habladas
para ayudar o instruir a algún santo individual, sino que se expresaron con el propósito
de guardar al pueblo escogido de Dios como entidad corporativa, de modo que el pue-
blo fuese apropiado, santo y apartado para Él. Además, lo que aquí se dice no debe
aplicarse a la sociedad humana secular. Dios no desea hacer de toda la sociedad hu-
mana una congregación similar a los hijos de Israel en la antigüedad. En Levítico, la
intención de Dios era guardar limpios y santos a Sus escogidos a fin de morar entre
ellos. El tabernáculo estaba en medio del pueblo, y Dios deseaba que el pueblo, que se
encontraba alrededor del tabernáculo, fuese santo. Por esta razón fueron habladas es-
tas palabras en Levítico.
Levítico 5:2 dice: “Si alguien toca cualquier cosa inmunda, sea cadáver de un animal
inmundo, de una bestia inmunda o de cualquier ser inmundo que pulula, y no se da
cuenta, y él es inmundo, será culpable”. Este versículo habla de cadáveres de animales,
de bestias y de seres que pululan. Aquí animales denota fieras salvajes, y bestias de-
nota animales domésticos. Según el capítulo 11, los animales mencionados en este ver-
sículo tipifican distintas clases de personas. Algunas personas son como fieras, otras
como animales domésticos, y otras como seres que pululan, que se arrastran. La pala-
bra cadáver en 5:2 representa muerte. Por tanto, los cadáveres de estas tres clases de
animales —los cadáveres de las fieras, los cadáveres de los animales domésticos y los
cadáveres de los seres que se arrastran— representan tres clases de muerte. Una clase
de muerte es salvaje como una fiera salvaje. La segunda clase de muerte es apacible
como un animal manso y domesticado. La tercera clase de muerte es sutil como un ser
que se arrastra. En tipología, esto indica que entre el pueblo de Dios puede haber tres
clases de muerte: muerte salvaje, muerte apacible y muerte sutil.
Según la tipología del Antiguo Testamento, el pecado no es tan sucio como la muerte.
Si alguien pecaba, podía ser perdonado y purificado inmediatamente presentando una
ofrenda por las transgresiones (5:10). Pero si alguien tocaba la muerte, tenía que espe-
rar varios días para ser limpio. Esto nos muestra que la muerte contamina aún más que
el pecado. Sin embargo, en la vida de iglesia tal vez pensemos que el pecado es grave,
pero que tocar muerte es algo común y no es grave. Sin embargo, a los ojos de Dios,
tocar la muerte es algo sumamente grave.
El veneno de la muerte puede dañar y destruir a los santos. En Romanos 14 Pablo dice
que no debemos destruir la obra de Dios al actuar descuidadamente (vs. 15, 20). Cristo
redimió y salvó a los santos, y nosotros no debemos destruirlos al actuar descuidada-
mente. El Señor ha realizado una gran obra de gracia y redención en los santos del
recobro del Señor, y por años hemos estado laborando para edificarlos. Nadie debería
destruir la obra de gracia que Cristo realiza en los santos. Nadie debería destruir a
aquellos en quienes hemos estado laborando para edificarlos. ¿No creen que nos par-
tiría el corazón ver que los santos fuesen destruidos por el veneno de la muerte? Debe-
mos ser sobrios, justos, tranquilos y amables a fin de considerar si en verdad estamos
edificando el Cuerpo de Cristo o si, sin percatarnos de ello, estamos haciendo algo que
destruye la obra de Dios al propagar el veneno de la muerte.
Levítico 5:3 dice: “Si toca inmundicia de hombre, cualquiera que sea la inmundicia con
que se hace inmundo, y no se da cuenta, cuando llegue a saberlo, será culpable”. Aquí
la inmundicia de hombre representa la inmundicia de la vida natural del hombre. El
Señor Jesús dijo que nada de lo que entra en nosotros nos contamina, sino que lo que
sale de nosotros, eso es lo que nos contamina (Mt. 15:17-20). La vida natural, al igual
que la muerte, trae inmundicia. En la vida de iglesia, en la comunidad santa, la muerte
y la vida natural podrían estar prevaleciendo.
La vida natural incluye el asunto del afecto natural. Por lo general, o no nos importan
los demás, o los amamos de una manera natural, con nuestro afecto natural. Quizás
alguien sentía afecto por usted en el pasado, pero ahora ya no muestra ningún interés
por usted. Esto no concuerda con nuestra naturaleza cristiana que siempre ama y está
dispuesta a ayudar y cuidar de otros; más bien, se halla completamente en la esfera
natural. Es posible que amemos a los demás o, como resultado de buscar vanagloria y
tener celos de otros, que los envidiemos. Este amor y esta envidia pertenecen, ambos,
a la vida natural.
Levítico 5:4 añade: “O si alguien jura a la ligera con sus labios hacer mal o hacer bien,
respecto a cualquier asunto por el cual pronuncia un juramento a la ligera, si no se da
cuenta, cuando llegue a saberlo, será culpable por una de estas cosas”. Aquí vemos el
asunto de hablar a la ligera, de hablar algo delante de Dios de una manera apresurada,
descuidada e imprudente. A veces oímos hablar de algo y de inmediato expresamos que
nos gusta o que no nos gusta, y que haremos esto o aquello al respecto. Hablar de esta
manera no sólo indica que no vivimos para Dios, sino que ni siquiera tenemos temor
de Dios. ¿Quiénes somos nosotros para expresar con ligereza que algo no nos gusta?
Quizá a Dios le guste. Nosotros no somos Dios y, por tanto, debemos tener cuidado de
hablar a la ligera. En lugar de expresar nuestra opinión sobre algún asunto, no debe-
mos decir nada y, de ser necesario, debemos presentarle el asunto al Señor, orando y
pidiéndole que nos muestre si debemos participar en ello o mantenernos apartados del
asunto. Ésta es la actitud apropiada de una persona que teme a Dios.
En 5:1-4 vemos cuatro asuntos que sirven de ejemplos de cosas que requieren la
ofrenda por las transgresiones. Si tuviéramos que hacer una lista de tales cosas, posi-
blemente no incluiríamos los cuatro elementos que aquí se mencionan: no dar testi-
monio de lo que sabemos (v. 1), tocar el cadáver de un animal (v. 2), tocar la inmundicia
de hombre (v. 3) y hablar a la ligera (v. 4). Dios habla de estos asuntos, pues Él conoce
la verdadera condición y necesidad de Su pueblo.
El primer asunto, no dar testimonio de lo que sabemos, en realidad tiene que ver con
el acto de mentir. Como ya hemos dicho, esto involucra a Satanás, el padre de la men-
tira. Por consiguiente, aquí se alude a Satanás.
El segundo asunto es la muerte en tres formas: salvaje, apacible y sutil. A los ojos de
Dios, lo más aborrecible es la muerte. La muerte se propaga de manera salvaje, de ma-
nera apacible y de manera sutil. Ésta es la verdadera situación que impera en la con-
gregación de Dios en esta era.
El tercer asunto es la vida natural con su inmundicia. Es muy común para los cristianos
andar y actuar en la vida natural. ¿Acaso no impera la vida natural hoy en día en la vida
de iglesia? Los que son sociables de manera natural son muy bien recibidos, pero los
que andan en el espíritu a menudo son malentendidos. Hoy en día se ve mucho de la
vida natural entre los cristianos y en la congregación de Dios.
El cuarto asunto es hablar con ligereza. Los que hablan a la ligera son rápidos para
expresar si algo les gusta o no. Dios enumera estas cuatro cosas como pecados, y como
tal, requieren la ofrenda por las transgresiones.
Levítico 5:5 y 6 dice: “Y cuando sea culpable respecto a cualquiera de estas cosas, con-
fesará aquello en que pecó, y traerá a Jehová su ofrenda por las transgresiones, por el
pecado que cometió, una hembra del rebaño, sea oveja o cabra, como ofrenda por el
pecado; y el sacerdote le hará expiación por su pecado”. La ofrenda más grande que se
ofrece por las transgresiones es una oveja o una cabra. Esta ofrenda por las transgre-
siones nos recuerda principalmente de una cosa: que nuestros pecados son fruto del
pecado que mora en nosotros. Aparentemente estamos tomando medidas con respecto
a los pecados, pero en realidad estamos tomando medidas con respecto al pecado como
origen de nuestros pecados. Por esta razón, la ofrenda por las transgresiones es una
ofrenda por el pecado. Nosotros nos percatamos de que hemos cometido pecados, pero
a los ojos de Dios estos pecados se originan en el pecado. Por consiguiente, al final lo
que ofrecemos a Dios para resolver el problema referente a nuestros pecados no es
simplemente una ofrenda por las transgresiones, sino una ofrenda por el pecado.
Quizás nos preguntemos cómo una ofrenda por las transgresiones puede convertirse
en una ofrenda por el pecado. Lo que llevamos a Dios para resolver el problema refe-
rente a nuestros pecados es una ofrenda por las transgresiones. Pero después que trae-
mos dicha ofrenda a Dios, ésta se convierte en una ofrenda por el pecado. Esto se debe
a que Dios no hace propiciación únicamente por nuestros pecados; Él hace propicia-
ción también por nuestro pecado. Él no simplemente quita el fruto del árbol, sino que
también desarraiga el árbol. Si el árbol es desarraigado, el fruto será totalmente elimi-
nado. Nuestro problema no es solamente los pecados que hemos cometido, sino tam-
bién el pecado que mora en nosotros. Por tanto, lo que ofrecemos a Dios debe resolver
tanto el problema del pecado así como el de los pecados. Ésta es la razón por la cual
Dios llama ofrenda por el pecado a esta ofrenda por las transgresiones.
El versículo 7 añade: “Si no tiene lo suficiente para un cordero, traerá a Jehová como
ofrenda por las transgresiones, por aquello en que pecó, dos tórtolas o dos palominos,
el uno para ofrenda por el pecado y el otro para holocausto”. Este versículo revela que
la ofrenda por las transgresiones no sólo está relacionada con la ofrenda por el pecado,
sino también con el holocausto. Según este versículo, la ofrenda por las transgresiones
se compone de la ofrenda por el pecado y del holocausto. En conjunto, estas dos ofren-
das constituyen la ofrenda por las transgresiones.
Tal vez pensemos que nuestro único problema es los pecados que hemos cometido. En
realidad, nuestro verdadero problema es el pecado que mora en nosotros y el hecho de
que no vivimos entregados a Dios. La raíz, la fuente, de nuestros pecados es nuestro
pecado, y el motivo por cual cometemos pecados es que no llevamos una vida de abso-
luta entrega a Dios. Por consiguiente, no sólo necesitamos la ofrenda por las transgre-
siones, la cual se encarga de nuestros pecados, sino también la ofrenda por el pecado,
la cual se encarga de la raíz de nuestros pecados, a saber, el pecado que mora en noso-
tros, y el holocausto, el cual se encarga del motivo por el cual pecamos, a saber, el hecho
de no vivir absolutamente entregados a Dios. Si tomamos medidas con respecto a la
fuente de nuestros pecados y al hecho de no vivir absolutamente entregados a Dios, a
la vez también tomamos medidas con respecto a nuestras transgresiones.
Los versículos 8 y 9 agregan: “Los traerá al sacerdote, quien presentará primero el que
es para la ofrenda por el pecado; y el sacerdote la desnucará, sin cercenar la cabeza;
rociará de la sangre de la ofrenda por el pecado sobre un lado del altar, y el resto de la
sangre será exprimida al pie del altar; es ofrenda por el pecado”. Estos versículos no
hablan de la ofrenda por las transgresiones, sino de la ofrenda por el pecado y de la
sangre de la ofrenda por el pecado. Una parte de la sangre es rociada sobre un lado del
altar, lo cual significa que los pecadores son rociados con la sangre de Cristo (1 P. 1:2).
El resto de la sangre es exprimida al pie del altar, lo cual significa que la sangre de
Cristo es la base para el perdón de Dios a los pecadores (Ef. 1:7).
Nosotros cometemos muchos pecados no sólo porque el pecado está en nuestra natu-
raleza y no sólo porque nuestra entrega a Dios no es absoluta, sino también porque
estamos carentes de la humanidad de Jesús. Jesús nunca cometería ningún pecado. Él
no tiene pecado y vive absolutamente entregado a Dios. Su humanidad no tiene parte
con el padre de mentira. Su humanidad jamás tocaría nada relacionado con la muerte
o con la vida natural. Además, Su humanidad nunca haría ni hablaría nada a la ligera,
ni de manera apresurada o imprudente; antes bien, como vemos en Juan 7:3-8, mien-
tras estuvo en la tierra, Él siempre habló y actuó con mucha consideración.
¿Por qué está el pecado en nosotros? ¿Por qué no vivimos absolutamente entregados a
Dios? La razón por la cual el pecado está dentro de nosotros y por la cual no vivimos
absolutamente entregados a Dios es que nos falta la humanidad de Jesús.
Ofrecer la décima parte de un efa de flor de harina como ofrenda por el pecado significa
que únicamente basta con una pequeña porción de la humanidad de Jesús. Esto mues-
tra lo poco que aplicamos la humanidad del Señor. Somos lo que somos porque esta-
mos carentes de la humanidad del Señor. Debido a esta carencia, estamos llenos de
mentiras, de muerte, de la vida natural y de impetuosidad. Sin embargo, la humanidad
de Jesús es una dosis todo-inclusiva que mata nuestros gérmenes, sana nuestra enfer-
medad y suple nuestra necesidad. Creo que nuestra vida matrimonial y nuestras rela-
ciones con los hermanos y hermanas en la vida de iglesia serían completamente dife-
rentes si tuviéramos más de la humanidad de Jesús.
VII. EL RESTO DE LA FLOR DE HARINA
PARA LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES
ES DEL SACERDOTE, COMO LA OFRENDA DE HARINA
Levítico 5:13 dice: “Y el sacerdote hará expiación por él, por el pecado que cometió
respecto a cualquiera de estas cosas, y él será perdonado. El resto será del sacerdote,
como la ofrenda de harina”. Que el resto de la flor de harina para la ofrenda por las
transgresiones perteneciera al sacerdote significa que el Cristo redentor es el alimento
de aquel que sirve.
La ofrenda por las transgresiones no es algo sencillo. Esta ofrenda se encarga del pe-
cado que mora en nosotros y del hecho de no vivir absolutamente entregados a Dios;
también se encarga de Satanás, el mentiroso, de la muerte que hay en la congregación
de Dios, de la vida natural y su inmundicia y de la presunción de hacer las cosas a la
ligera delante de Dios, sin ningún temor ni consideración. Además, la ofrenda por las
transgresiones abarca el hecho de hurtar y engañar a nuestro socio.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE VEINTITRÉS
LA LEY DEL HOLOCAUSTO
Lectura bíblica: Lv. 6:8-13
A partir de este mensaje abarcaremos las leyes de las ofrendas. Las leyes de las ofrendas
son las ordenanzas y normas relacionadas con las ofrendas. A cada ofrenda le corres-
ponde una ley, una norma, una ordenanza. Aparentemente, las leyes de las ofrendas
son bastante sencillas; en realidad, como veremos más adelante, ellas esconden un sig-
nificado espiritual profundo y elevado.
Por la misericordia y gracia del Señor, nuestro corazón es diferente del corazón de los
incrédulos. Sabemos que el holocausto indica que nuestro corazón está absolutamente
entregado a Dios en esta era. No buscamos nada más, ni tenemos ningún otro interés.
Aunque alentamos a los jóvenes a que obtengan la mejor educación, la educación no es
aquello que amamos. Los jóvenes tal vez obtengan la más alta educación, pero es pre-
ciso que comprendan que en esta tierra, nosotros, los cristianos, al final no seremos
más que cenizas. Éste será el resultado de ofrecernos a Dios como holocausto y de ser
consumidos por el fuego.
Quisiera dirigir unas palabras a los jóvenes que tienen el corazón de servir al Señor de
tiempo completo. Debo decirles que les esperan penurias y que no hay futuro para us-
tedes en la tierra. No tendrán nada terrenal de lo cual puedan depender para su segu-
ridad y subsistencia. Tal vez sientan que le serán muy útiles a Dios, pero al final, serán
cenizas. Todo el mundo tiene el deseo de ser alguien, pero si ustedes sirven al Señor
Jesús de tiempo completo, deben prepararse para ser un don nadie, incluso para ser
cenizas. ¿Están dispuestos a ser incinerados? Ser incinerados hasta convertirse en ce-
nizas no es un disfrute, sino un sufrimiento. El destino de uno que sirve de tiempo
completo es una vida de sufrimientos. Lo que se ofrece a Dios en holocausto debe per-
manecer sobre el lugar de incineración, no sobre un lugar glorioso o exaltado. Final-
mente, el resultado de esa vida, una vida de sufrimiento, una vida sin futuro y sin se-
guridad, será un montón de cenizas.
Por muy larga que sea la noche, finalmente habrá una mañana, un amanecer. El ver-
dadero amanecer será la venida del Señor, y esto es lo que estamos esperando. Sin em-
bargo, no debemos tener la expectativa de que el Señor Jesús regresará pronto para
salvarnos de la prueba de la noche oscura. Cuanto más le pidamos que venga pronto
por esta razón, tal vez más demore Su venida por nuestro bien y para que pasemos por
una noche oscura más extensa.
Servir de tiempo completo significa ofrecernos a Dios como holocausto. Con respecto
a esto, habrá y deberá haber un resultado. Debemos valorar este resultado y no menos-
preciarlo ni considerarlo insignificante. El resultado de ser un holocausto será algo que
llevará a cabo la economía neotestamentaria de Dios. Lo que hacemos como servidores
de tiempo completo no es simplemente predicar el evangelio a fin de salvar pecadores,
establecer iglesias locales, enseñar la Biblia o ayudar a las personas a crecer en la vida
divina y en la verdad. Lo que hagamos debe redundar en la edificación del Cuerpo de
Cristo, que es una miniatura de la Nueva Jerusalén venidera.
Lo que hacemos es realmente extraordinario, pero para la gente del mundo no significa
nada. Para ellos, lo que hacemos no es más que cenizas. Sin embargo, Dios tiene estas
cenizas en muy alta estima, pues finalmente estas cenizas se convertirán en la Nueva
Jerusalén. ¿Se había dado cuenta alguna vez de que las cenizas, el resultado del holo-
causto, serán la Nueva Jerusalén venidera? Yo estoy consciente de esto y lo creo. Creo
firmemente que estaré allí y que lo que estoy haciendo será parte de esa ciudad. La
Nueva Jerusalén es nuestra destinación y nuestro destino.
¿Cómo pueden las cenizas del holocausto convertirse en la Nueva Jerusalén? Las ceni-
zas indican el resultado de la muerte de Cristo, el cual es llevarnos a nuestro fin, o sea,
convertirnos en cenizas. Pero la muerte de Cristo trae consigo la resurrección. En re-
surrección, las cenizas se convierten en materiales preciosos —oro, perlas y piedras
preciosas— con miras a la edificación de la Nueva Jerusalén. Cada uno de estos tres
materiales preciosos es el resultado de la transformación de las cenizas. Ser reducidos
a cenizas nos conduce a la transformación que efectúa el Dios Triuno.
VI. EL SACERDOTE PONE EN ORDEN SOBRE EL ALTAR
EL HOLOCAUSTO Y QUEMA SOBRE ÉL
LA GROSURA DE LAS OFRENDAS DE PAZ
“El sacerdote [...] pondrá en orden sobre él el holocausto y quemará sobre él la grosura
de las ofrendas de paz” (6:12b). Esto indica que hacer arder el holocausto establecía el
fundamento para percibir la dulzura de la ofrenda de paz. Así pues, el holocausto tiene
como finalidad el disfrute de la ofrenda de paz. En su significado espiritual, la ofrenda
de paz implica tener comunión con el Dios Triuno e incluye el disfrute que tenemos del
Dios Triuno. El holocausto era incinerado, pero esto tenía como finalidad la ofrenda de
paz.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE VEINTICUATRO
LA LEY DE LA OFRENDA DE HARINA
Lectura bíblica: Lv. 6:14-23
La ofrenda de harina no es un alimento común para gente común. La ofrenda de harina
es el alimento reservado sólo para los sacerdotes. Todos los creyentes neotestamenta-
rios son sacerdotes. Por tanto, la ofrenda de harina es para aquellos creyentes en la
vida de iglesia que son sacerdotes de Dios de hecho y en la práctica.
Cristo es nuestra ofrenda de harina para que sirvamos a Dios como sacerdotes. Sin
embargo, en la actualidad hay muchos creyentes genuinos que son sacerdotes de Dios
solamente de nombre, mas no en realidad. En su vida diaria, ellos no son sacerdotes
de Dios.
Para ser un sacerdote, uno no tiene que servir de tiempo completo. Llegamos a ser
sacerdotes por medio de nuestra regeneración. Puesto que hemos sido regenerados,
ahora debemos vivir como sacerdotes de Dios, sirviendo a Dios. Usted puede servir a
Dios como sacerdote aunque tenga un trabajo de tiempo completo. Tal vez estemos
ocupados en diferentes tipos de empleo que son apropiados, pero eso no impide que
trabajemos en el sentido de ser sacerdotes para Dios. Por ejemplo, un hermano que es
médico puede realizar su práctica médica como servicio sacerdotal, predicando el
evangelio a los incrédulos para conducirlos a Cristo y ministrando vida a los creyentes.
Si todos nos condujéramos como sacerdotes de esta manera, sirviendo a Dios en Su
evangelio, en Su misericordia, en Su gracia y en Su vida, ésta sería la mejor manera de
predicar el evangelio.
Sin embargo, la verdadera situación que impera entre los creyentes es todo lo contra-
rio. Quizás más de la mitad de la población de los Estados Unidos sea cristiana, pero
es raro oír de alguien que predique el evangelio en su trabajo. Muchos creyentes viven
como gente mundana, como personas comunes, y no como sacerdotes. ¡Cuán vergon-
zoso es esto! Ya que somos sacerdotes, debemos preguntarnos cómo está nuestra pre-
dicación del evangelio.
Según lo que he estudiado del Nuevo Testamento, lo primero que debemos hacer como
sacerdotes de Dios es predicar el evangelio y presentar a los pecadores a Dios como
ofrendas. Esto es lo que hizo Pablo; su predicación del evangelio era un servicio sacer-
dotal (Ro. 15:16). En su servicio sacerdotal, él ofreció a los gentiles a Dios. ¿Tenemos
pecadores salvos que ofrecerle a Dios?
El libro de Levítico trata sobre los sacerdotes. Casi cada capítulo tiene que ver con la
vida, el vivir, la necesidad y el suministro de los sacerdotes y todo lo demás relacionado
con ellos. Si realmente no somos sacerdotes, no somos aptos para profundizar en este
libro. Así que, en lo profundo de mi ser siento la carga de rogarles que regresen a su
llamamiento celestial como sacerdotes de Dios. Nuestro primer deber en nuestro ser-
vicio sacerdotal es el de presentar pecadores a Dios como ofrendas.
Pablo dijo que él fue salvo a fin de ser un modelo para todos los creyentes (1 Ti. 1:16).
Él era un modelo para los creyentes, y su primer deber consistía en ganar pecadores y
ofrecérselos a Dios como ofrendas. Su obra de predicación constituyó el verdadero ser-
vicio sacerdotal del Nuevo Testamento. Ciertamente Pablo sabía lo que significaba ex-
perimentar a Cristo como ofrenda de harina en relación con su servicio sacerdotal. Pero
es posible que la ofrenda de harina no sea tan real para nosotros como lo era para Pa-
blo, debido a que muy raras veces llevamos la vida de un sacerdote. ¡Cuán triste sería
si sólo habláramos del servicio sacerdotal sin participar verdaderamente en él!
Cuando disfrutamos a Cristo como nuestro suministro diario para nuestro servicio sacerdotal,
debemos comprender que este disfrute incluye tomar medidas con respecto al pecado presente
en nuestra naturaleza caída así como con respecto a los pecados manifestados en nuestra con-
ducta. Si tratamos de disfrutar la ofrenda de harina sin tomar tales medidas, cometeremos pe-
cado. No podemos recibir a Cristo como ofrenda de harina a menos que tomemos medidas con
respecto a nuestro pecado interno y a nuestros pecados externos. Ésta es la razón por la cual la
ofrenda de harina nos remite a la ofrenda por el pecado y a la ofrenda por las transgresiones.
Cuando oímos que para participar de la ofrenda de harina debemos ser fuertes en términos de
la vida divina, tal vez nos sintamos desanimados, pensando que estamos descalificados. Por
esta razón, casi todos los días hago al Señor esta súplica: “Señor, ten misericordia de todos
nosotros”. Nuestra condición es probablemente apropiada únicamente para recibir la misericor-
dia del Señor. De hecho, conforme a este estatuto particular de la ley de la ofrenda de harina,
no somos aptos para participar de la ofrenda de harina. No somos los varones de entre los hijos
de Aarón; es decir, de entre los santos, no somos los más fuertes en vida. Los más fuertes en
vida son los únicos aptos para disfrutar a Cristo como ofrenda de harina.
Por mucho que pensemos que disfrutamos a Cristo a diario, en realidad no lo hemos disfrutado
tanto. Nuestro disfrute es poco por cuanto tenemos un problema en vida. Aún somos muy jó-
venes y débiles en vida. No somos los varones apropiados. Lo que somos, Dios lo sabe, y no-
sotros también. No podemos decir que somos fuertes en la vida divina como debiera ser. Por
esta razón, tenemos que pedirle al Señor que tenga misericordia de todos nosotros. Necesitamos
la misericordia del Señor.
La ofrenda de harina era únicamente para los sacerdotes y prevalece únicamente en el servicio
sacerdotal. Quizás seamos sacerdotes, pero es posible que nuestro servicio sacerdotal no sea
prevaleciente. Si éste es nuestro caso, el alimento sacerdotal tampoco será prevaleciente. Este
alimento espiritual puede ser prevaleciente únicamente en un servicio sacerdotal prevaleciente.
Debemos ser sacerdotes que sirven en realidad. Sólo así la comida sacerdotal será de hecho
nuestra porción.
C. La ofrenda de harina
es quemada por completo,
y el sacerdote no debe comer de ella
“Esto será un estatuto perpetuo; será quemada completamente para Jehová. Toda ofrenda de
harina del sacerdote será quemada por completo; no se comerá” (vs. 22b-23). Esto significa que
el disfrute de Cristo que es para la satisfacción de Dios, debe ser absolutamente para Él.
Nuestro disfrute de Cristo se mide según la medida en que realmente seamos sacerdotes que
sirven a Dios. Nuestros sentimientos no son la medida. Somos sacerdotes, pero si tenemos pro-
blemas con respecto a nuestro servicio sacerdotal, también tendremos problemas con respecto
al disfrute de Cristo como ofrenda de harina.
Mi intención al darles esta exhortación amorosa es animarlos a que reflexionen sobre sus cami-
nos. No piensen que están bien. Puedo testificarles que a diario necesito reflexionar sobre mis
caminos y mi situación. Esto es un asunto serio, pues ninguno de nosotros sabe cuándo el Señor
podría llevárselo. Él nos puede llevar en cualquier momento. Y una vez que el Señor nos lleve,
será demasiado tarde para tratar de remediar nuestra situación. Se nos ha dicho claramente que
a Su regreso, el Señor establecerá un tribunal (Ro. 14:10; 2 Co. 5:10). Todos compareceremos
allí y le rendiremos cuentas. En particular, tendremos que confesar todas las palabras que salie-
ron de nuestra boca mientras estuvimos en la tierra (Mt. 12:36-37). Por consiguiente, debemos
tener cuidado de lo que hablamos.
Mi deseo no es ser un expositor de la Biblia. Mi carga es ministrar la palabra del Señor de una
manera viviente y que imparta luz. Quisiera que todos los queridos santos sean alumbrados y
reciban un poco de luz con respecto a sí mismos, con respecto a la iglesia y con respecto a la
economía neotestamentaria de Dios. Es crucial que seamos introducidos en la luz y que la luz
brille sobre nosotros, alrededor de nosotros y en nosotros.
Debemos recordar que las primeras tres ofrendas —el holocausto, la ofrenda de harina y la
ofrenda de paz— nos introducen en la luz. En la luz, somos alumbrados para ver nuestro pecado
y nuestros pecados. Esto es lo que necesitamos.
Ya sea que seamos viejos o jóvenes, o que tengamos muchos años de ser salvos o sólo unos
cuantos meses, necesitamos ser alumbrados. Todos debemos ser introducidos en la luz divina.
Damos gracias al Señor porque somos hijos de luz (Ef. 5:8). Puesto que somos hijos de luz,
debemos estar en la luz a fin de tener claridad, primeramente con respecto a nosotros mismos
y luego con respecto a la economía de Dios. Esto es lo que anhelo ver.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE VEINTICINCO
LA LEY DE LA OFRENDA POR EL PECADO
Lectura bíblica: Lv. 6:24-30
En este mensaje consideraremos la ley de la ofrenda por el pecado.
No nos es difícil considerar como ley los Diez Mandamientos dados por medio de Moi-
sés. Sin embargo, tal vez se nos haga difícil considerar como ley algo que guarda rela-
ción con el disfrute de Cristo. Tal vez pensemos que si hay alguna ley con respecto a
disfrutar a Cristo, no habrá ningún disfrute. No obstante, a cada una de las cinco ofren-
das le corresponde una ley. Por tanto, a la ofrenda por el pecado le corresponde una ley
particular, y dicha ley incluye varias normas.
Como descendientes de Adán, tenemos una vida caída, una vida que rechaza todo tipo
de ley y se resiste a ser regida, gobernada y controlada. Nuestra vida adámica es re-
belde, y nuestra naturaleza adámica es ingobernable. Sin embargo, cuando fuimos sal-
vos y regenerados, recibimos otra vida —la vida divina, la vida de Dios—, y esta vida es
lo opuesto de nuestra vida caída e ingobernable. Esto significa que como creyentes ge-
nuinos de Cristo tenemos dos vidas, a saber, una vida vieja y una vida nueva. La pri-
mera es la vida humana natural, y la segunda es la vida divina, la vida eterna. No sería
una exageración decir que la vida divina es el propio Dios; es el Dios que está en noso-
tros para ser nuestra vida. Mientras que la vida natural caída es ingobernable, la vida
divina que está en nosotros se conforma totalmente a la ley y a las normas.
Toda clase de vida posee su propia ley. Por ejemplo, un pájaro vuela conforme a la ley
de la vida del pájaro, y un duraznero produce duraznos conforme a la ley de la vida del
duraznero. Del mismo modo, la vida divina también tiene su propia ley.
Toda ley escrita ha sido redactada conforme a cierta vida. Si tuviéramos que escribir
una ley en cuanto a los ancianos, esa ley tendría que corresponder con la vida de ellos.
Lo mismo tendría que hacerse con respecto a una ley que se redacta para los jóvenes.
Este mismo principio aplica a la ley que Dios nos dio. Dios nos dio la ley de que debe-
mos adorarlo porque tenemos una vida que adora. Dios nunca le daría esta ley a los
animales, porque ellos no poseen tal vida.
Tres pasajes en el Nuevo Testamento indican que debemos ser regulados incluso en el
disfrute que tenemos de Cristo. En 1 Corintios 9:26 y 27 Pablo dice: “Así que, yo de esta
manera corro, no como a la ventura; de esta manera lucho en el pugilato, no como
quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que
habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado”. La palabra griega tra-
ducida “golpeo” significa literalmente “golpear el rostro debajo del ojo hasta dejarlo
amoratado”. Esto no se refiere a maltratar el cuerpo, como se hace en el ascetismo, ni
considerar el cuerpo como maligno, como se le considera en el gnosticismo; más bien,
es someter el cuerpo haciéndolo un cautivo vencido a fin de que nos sirva como esclavo
para el cumplimiento de nuestro propósito santo. En estos versículos no sólo vemos
requisitos, sino exigencias. Aquí nos encontramos con la exigencia más estricta de la
más estricta ley.
Gálatas 6:15 y 16 dice: “Ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva
creación. Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea sobre
ellos, o sea sobre el Israel de Dios”. En el versículo 15, Pablo nos dice que “ni la circun-
cisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación”. Esto es gracia. Hoy en
día lo que necesitamos no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino únicamente la
gracia. Pero en el versículo 16 Pablo nos dice que la manera de recibir paz y misericor-
dia es andar “conforme a esta regla”, la regla de la nueva creación. Al salvarnos, Dios
nos elevó al estado y condición de una nueva creación, cuya vida es Cristo. Ahora de-
bemos andar conforme a la regla de esta nueva creación.
La regla de la nueva creación nos regulará con respecto a la hora en que debemos acos-
tarnos por la noche y la hora en que debemos levantarnos por la mañana. En particular,
en el día del Señor la regla de la nueva creación nos instará a levantarnos un poco más
temprano, a orar por la reunión y a llegar temprano a la reunión para reunirnos con el
Señor y adorarlo.
Andar por la regla de la nueva creación guarda relación con la ley. En la nueva creación,
existe una nueva vida, y dentro de esta nueva vida hay una nueva ley. Esta nueva ley es
de hecho el propio Señor que está en nosotros, quien constantemente nos regula.
Nosotros somos la nueva creación de Dios y tenemos la vida de esta nueva creación.
Dicha vida incluye también una ley que nos regula. En nuestra vida diaria debemos ser
regulados por esta ley.
En Filipenses 3:13 y 14 Pablo nos dice que él se olvidaba de lo que quedaba atrás, se
extendía a lo que estaba delante y proseguía “a la meta para alcanzar el premio del
llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús”. Luego, en los versículos 15 y 16
él dice: “Así que, todos los que hemos alcanzado madurez, pensemos de este modo; y
si en algo tenéis un sentir diverso, esto también os lo revelará Dios. Sin embargo, en
aquello a que hemos llegado, andemos conforme a la misma regla”. La palabra griega
traducida “andemos” significa “andar en orden”; deriva de una palabra que significa
disponer conforme a líneas regulares, marchar en filas, llevar el paso, ser conformados
a la virtud y a la piedad. Por tanto, aquí Pablo nos exhorta a andar en fila, en orden y
de una manera regulada.
Cada uno de estos tres pasajes del Nuevo Testamento indica lo mismo: que en el dis-
frute de la gracia debemos ser regulados.
Tal vez pensemos que si traemos una ofrenda a Dios, podemos inmolarla en cualquier lugar.
Pero aquí Dios le exige a Su pueblo degollar la ofrenda por el pecado delante de Él en el lugar
donde se degüella el holocausto. La ofrenda debe ser presentada conforme a las normas de Dios.
En esto vemos que aunque hoy en día disfrutamos a Cristo como gracia, sigue habiendo normas
con respecto al disfrute que tenemos de Cristo, las cuales debemos acatar.
Tal vez pensemos que con tal de que sirvamos ministrando Cristo a los demás, podemos hacerlo
en cualquier lugar. Sin embargo, según la regla espiritual, debemos hacer esto conforme a la
norma de Dios.
Debemos comprender que cuando impartimos Cristo como ofrenda por el pecado a un pecador,
este Cristo es santo. Cuando un pecador toca a este Cristo santo, él es santificado y llega a ser
santo. De inmediato, el que ha sido santificado abandonará el pecado y permitirá que su carne
natural sea crucificada.
Debemos tener esta comprensión y fe con respecto a Cristo como ofrenda por el pecado. Luego,
debemos llevar el evangelio —esto es, Cristo mismo— a los demás para que lo toquen. El Cristo
que les ministramos es la ofrenda por el pecado. En la cruz, Él puso fin al pecado intrínseco en
nuestro ser y a nuestra carne pecaminosa.
La vestidura sobre la cual salpicaba la sangre de la ofrenda por el pecado debía lavarse en un
lugar santo. Esto significa que aquel que ha recibido la redención mediante la sangre de Cristo
como ofrenda por el pecado deberá tomar medidas con respecto a su vivir diario en un ámbito
separado y santificado. En esto vemos que debemos tener la debida consideración por la sangre
de Cristo y jamás considerarla común.
VI. EL VASO DE BARRO EN EL CUAL
ES HERVIDA LA OFRENDA POR EL PECADO,
ES QUEBRADO
“El vaso de barro en que sea hervida, será quebrado” (6:28a). Esto significa que todo
aquel —el vaso de barro— que se relacione con Cristo como ofrenda por el pecado de-
berá ser quebrantado. Si queremos predicar a Cristo como ofrenda por el pecado, no-
sotros —los vasos de barro— tenemos que ser quebrantados. Si no somos quebranta-
dos, y aun así predicamos el evangelio en nuestra vida natural, no veremos muchos
resultados. Debemos ser vasos quebrantados.
Si queremos predicar a Cristo como ofrenda por el pecado, debemos ser tratados, ya
sea al ser quebrantados o al ser fregados y enjuagados con agua. No podemos salir a
predicar de una manera natural.
No debemos pensar que predicar el evangelio sea algo insignificante. Para ello, se re-
quiere que seamos fuertes en la vida de Cristo.
En lo concerniente a Cristo como ofrenda por el pecado, hay una porción reservada
únicamente para Dios, y también hay una porción de la cual nosotros podemos parti-
cipar. La mejor porción está destinada para el deleite de Dios. Dios logró que Cristo
hiciese propiciación por los pecadores, y en ello nosotros no tenemos parte. Eso está
absolutamente reservado para Dios. Sin embargo, cuando predicamos Cristo a otros,
ministrándoles a Cristo como ofrenda por el pecado, sí podemos participar de Él. Así
pues, Dios obtiene Su parte, y nosotros obtenemos la nuestra.
Todas estas normas en cuanto a la ofrenda por el pecado son llamadas “la ley de la
ofrenda por el pecado”. Esto indica que incluso en el disfrute que tenemos de Cristo,
debemos acatar todas las normas en vida. Con respecto a la manera de disfrutar a
Cristo, no debemos seguir nuestras preferencias. Debemos disfrutar a Cristo conforme
a la manera que Dios escogió.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE VEINTISÉIS
LA LEY DE LA OFRENDA
POR LAS TRANSGRESIONES
Lectura bíblica: Lv. 7:1-10
En el estudio que he hecho de biografías y de historia, me han ayudado mucho el vivir y las
prácticas de dos personas: George Müller y Hudson Taylor. George Müller, uno de los que
tomaba la delantera en la Asamblea de los Hermanos Británicos, se levantaba cada mañana a
leer la Biblia y a orar mientras caminaba al aire libre. Mientras leía, oraba. Él testificó que esta
práctica le proporcionaba el mejor alimento, fortalecimiento, conocimiento y edificación en su
vida cristiana. Hudson Taylor, fundador de la Misión al Interior de China, tenía una práctica
similar. Él también se levantaba por la mañana para pasar tiempo con el Señor en la Palabra, y
dio testimonio del alimento que recibía al hacerlo.
Menciono la práctica de George Müller y de Hudson Taylor porque me preocupa la vida cris-
tiana de los jóvenes. En la vida cristiana, el nacimiento espiritual es solamente el comienzo. Si
un ser humano ha de criarse apropiadamente y crecer normalmente en cada etapa de su vida,
debe ser criado en un buen hogar y asistir a la escuela, desde el jardín de infancia hasta la
escuela secundaria. Ésta es la ley según la vida física. El principio es el mismo con relación a
la vida cristiana. Necesitamos un hogar espiritual donde podamos crecer y una escuela espiritual
donde podamos recibir una educación apropiada. Además, debemos comportarnos bien, coope-
rando tanto con el hogar como con la escuela. Ésta es la ley conforme a la vida espiritual.
Cuando fuimos regenerados, recibimos otra vida —la vida divina, la vida de Dios—, la cual es
diferente de nuestra vida natural. Independientemente de si nuestra vida natural es buena o
mala, debemos olvidarnos de esa vida y hacer caso a la segunda vida, la vida divina. Esta se-
gunda vida posee una ley que concuerda con las cinco leyes descritas en Levítico 6 y 7, las
cuales guardan relación con el disfrute de Cristo en cinco aspectos. Hoy en día debemos obe-
decer en todo a esta segunda vida. Si lo hacemos, recibiremos mucho beneficio espiritual.
Cada vida tiene su propia ley y su propio grado de sensibilidad. La vida divina, por tanto, posee
una ley y también su propio grado de sensibilidad. Hoy esta vida no es objetiva para nosotros,
sino completamente subjetiva. La vida divina está en nosotros. Esta vida en nosotros se percibe
de una manera tan subjetiva que a menudo nos es difícil distinguir entre nuestra vida natural
original y nuestra segunda vida, la vida divina. No obstante, es un hecho que la vida divina está
en nosotros, y esta vida tiene un grado de sensibilidad particular.
Algunos ejemplos les ayudarán a entender lo que quiero decir cuando hablo del grado de sen-
sibilidad de la vida divina que está en nosotros. Antes de ser salvos, tal vez ustedes disfrutaban
de cierta clase de entretenimiento mundano. Cuando querían participar en esa clase de entrete-
nimiento, sencillamente lo hacían. Pero después de ser salvos y regenerados, a menudo tenían
una sensación o un sentir interno que no aprobaba el que ustedes participaran de aquel entrete-
nimiento mundano. Quizás en tal momento sintieron que era mejor usar ese tiempo para orar,
y algo en su interior —el sentir de la vida divina— aprobaba aquello.
Hay ocasiones en que el sentir interior no aprueba la intención suya de dedicar algún tiempo a
la oración. Después de reflexionar más, siente deseos de visitar a su primo con el fin de predi-
carle el evangelio, y el sentir interior le da su aprobación. La oración y la predicación del evan-
gelio son cosas buenas y santas; sin embargo, es posible que el sentir interior apruebe lo se-
gundo y no lo primero. Debido a ello, usted no siente paz de quedarse en casa para orar, sino
que, más bien, siente paz para predicar el evangelio. Esta experiencia le demuestra que ahora
usted tiene algo que no tenía antes de ser salvo: la vida divina con su ley y su sentir o sensibi-
lidad. Si presta atención a este sentir interior, el sentir de la vida divina, usted guardará la ley
de esta vida.
Quisiera ayudarle a tomar una decisión, a que decida vivir y andar conforme a la ley de la nueva
vida. Debe decidir que no vivirá más según la vieja manera. Usted ya no es lo que era antes de
ser salvo. Usted es una nueva creación, una persona regenerada, un miembro del nuevo hombre.
Por ser personas regeneradas, debemos ser completamente diferentes de como éramos antes.
Nuestros padres nos engendraron y recibimos la vida humana natural, pero fuimos regenerados
por Dios para recibir la vida divina, por lo cual llegamos a ser hijos de Dios. Ahora debemos
vivir como hijos de Dios.
Si usted fuese adoptado por el presidente, seguramente decidiría de forma espontánea vivir y
actuar como hijo del presidente. Debemos comprender que somos los hijos del Señor de todo
el universo, de Aquel que está muy por encima del presidente. Puesto que somos hijos de tal
Dios, debemos comportarnos como Sus hijos.
A pesar de que somos hijos de Dios, puede ser que vengamos a las reuniones de la iglesia bien
sea de una manera adecuada o de una manera inadecuada. Quizás algunos asistan a la reunión
del día del Señor mal vestidos, y que además lleguen tarde y escojan sentarse donde más les
guste. Por supuesto, en la reunión la gracia abunda, y tal vez un poco de gracia sea derramada
sobre ellos, pero sería discutible cuánta gracia recibirán y cuánto la valorarán. Otros, por su
parte, vienen a la reunión del día del Señor muy pulcros y bien vestidos, y preparados no sólo
en su espíritu, sino también en todo su ser. Tal vez lleguen temprano, ocupen el asiento apro-
piado y oren por la reunión. Ciertamente ellos recibirán más gracia y valorarán lo que reciban.
Asimismo recibirán beneficio espiritual, y a su vez serán de beneficio para la iglesia.
Necesitamos toda índole de normas en nuestra vida cristiana. Quizás a algunos les parezca que
esto es demasiado legalista, pero en la tipología se nos habla de las leyes, las normas, con res-
pecto al disfrute de Cristo.
Consideremos ahora los distintos aspectos de la ley de la ofrenda por las transgresiones.
Al aplicar a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones, debemos hacerlo de
una manera santa. Nunca debiéramos aplicar esta ofrenda descuidadamente o a la li-
gera, mucho menos de forma pecaminosa. En cuanto a la ofrenda por las transgresio-
nes, debemos tener presente que Dios usa esta ofrenda para remitirnos a la ofrenda
por el pecado al recordarnos que el pecado está en nuestra carne y que el pecado incluye
a Satanás, quien es el padre de la mentira (Jn. 8:44), al mundo (1 Jn. 5:19) y a la lucha
por el poder. La ofrenda por las transgresiones también nos remite al holocausto al
recordarnos que cometemos pecados debido a que no vivimos total y absolutamente
entregados a Dios. La razón por la cual nos enojamos o contendemos con algunos san-
tos es que nuestra entrega a Dios no es absoluta. Puesto que la ofrenda por las trans-
gresiones nos remite a la ofrenda por el pecado y al holocausto, no debemos tomar la
ofrenda por las transgresiones a la ligera. En realidad, casi toda la vida cristiana tiene
que ver con la ofrenda por las transgresiones. Por tanto, debemos entender adecuada-
mente esta ofrenda y aplicarla conforme a su ley.
Tanto la ofrenda por el pecado como la ofrenda por las transgresiones se basan en el
holocausto. Por ser el holocausto, Cristo es apto para ser la ofrenda por el pecado y la
ofrenda por las transgresiones. Si Cristo no hubiera vivido absolutamente entregado a
Dios, no podría ser nuestra ofrenda por el pecado ni nuestra ofrenda por las transgre-
siones. En vez de ello, Él mismo habría necesitado que alguien fuese Su ofrenda por el
pecado y Su ofrenda por las transgresiones. Así pues, la entrega absoluta de Cristo a
Dios es el fundamento, la base, para que nuestro Salvador sea nuestra ofrenda por el
pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones. Esto nos sirve de recordatorio y nos
fortalece para que cada vez que tomemos a Cristo como nuestra ofrenda por las trans-
gresiones, le tomemos también como nuestro holocausto, de modo que en Él, con Él y
por medio de Él vivamos absolutamente entregados a Dios.
Este disfrute de Cristo debe realizarse en un lugar santo, en un ámbito separado y san-
tificado. Si queremos ayudar a otros a que tomen a Cristo como su ofrenda por las
transgresiones a causa de sus pecados, debemos ser fuertes, y debemos hacerlo en un
ámbito que no sea común ni mundano, sino santo y santificado, separado de los demás
lugares.
Lo que hemos visto en estos versículos es la ley de la ofrenda por las transgresiones. Si
ministramos Cristo a otros, lo disfrutaremos a Él. Ésta es una ley, una norma, estable-
cida por Dios.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE VEINTISIETE
LA LEY DE LA OFRENDA DE PAZ
Lectura bíblica: Lv. 7:11-38
La ley de la ofrenda de paz en cuanto al disfrute que tenemos de Cristo es bastante
extensa. Ningún cristiano se imaginaría que el disfrute de Cristo estuviese regulado por
tantas normas. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento contienen ad-
vertencias con respecto a disfrutar a Cristo de manera impropia o incontrolada. En 1
Corintios 11:17 dice que es posible congregarnos no para lo mejor, sino para lo peor. El
versículo 27 dice: “Cualquiera que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente,
será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor”. El versículo 29 habla de que aquel
que “come y bebe, sin discernir el cuerpo, juicio come y bebe para sí”. Aquí vemos que
la palabra en el Nuevo Testamento es más solemne que la del Antiguo Testamento.
Consideremos ahora algunos puntos relacionados con la ley de la ofrenda de paz.
I. LA OFRENDA DE PAZ
OFRECIDA EN ACCIÓN DE GRACIAS
ES PRESENTADA JUNTAMENTE
CON LA OFRENDA DE HARINA
COMPUESTA DE TORTAS SIN LEVADURA
MEZCLADAS CON ACEITE, HOJALDRES SIN LEVADURA
UNGIDOS CON ACEITE
Y TORTAS DE FLOR DE HARINA
EMPAPADAS Y MEZCLADAS CON ACEITE
La primera clase de ofrenda de paz es aquella que se ofrece en acción de gracias. Entre
las distintas ofrendas de paz, ésta es la más débil. En cuanto a esta ofrenda, Levítico
7:12 dice: “Si lo presenta en acción de gracias, presentará juntamente con el sacrificio
de acción de gracias tortas sin levadura mezcladas con aceite, hojaldres sin levadura
ungidos con aceite y tortas de flor de harina empapadas y mezcladas con aceite”. Esto
significa que el Cristo —bien sea mezclado con el Espíritu y sin pecado, o ungido con el
Espíritu y sin pecado, o como una persona excelente, empapada del Espíritu— que es
la ofrenda de harina y que disfrutamos en Su conducta también es nuestra ofrenda de
paz, Aquel que fue crucificado y derramó Su sangre en la cruz (Col. 1:20), en nuestra
acción de gracias a Dios.
La razón por la que la ofrenda de paz ofrecida en acción de gracias es la más débil de
las ofrendas de paz es que ella incluye levadura. Esto indica que el oferente aún tiene
pecado y, por tanto, se encuentra en una condición débil.
Tal vez nos sintamos agradecidos con Dios y le presentemos una ofrenda de paz. Ésta
es una ofrenda en la que disfrutamos a Cristo en presencia de Dios. Sin embargo, la
ofrenda de paz en acción de gracias es una ofrenda más débil, y su disfrute no dura de
un día para otro. El poder de esta ofrenda no perdura por mucho tiempo.
Este asunto es de crucial importancia. Como sacerdotes, cada vez que comemos debe-
mos preocuparnos por el alimento de Dios y no debemos comer la grosura, que es la
porción de Dios. Al poner en práctica nuestro servicio sacerdotal, estamos sirviendo a
Dios, por lo cual no debemos considerar lo nuestro, sino lo que le pertenece a Dios. La
grosura, la mejor porción de las ofrendas, no la deben comer los sacerdotes, sino que
la deben ofrecer a Dios para Su satisfacción.
XI. LA GROSURA DE UN ANIMAL MUERTO
O DESPEDAZADO POR FIERAS
PUEDE UTILIZARSE PARA CUALQUIER OTRO USO,
PERO LOS HIJOS DE ISRAEL NO LA COMEN
“La grosura de un animal muerto, y la grosura de un animal despedazado por fieras,
podrá utilizarse para cualquier otro uso, pero de ningún modo la comeréis” (v. 24).
Esto significa que la contaminación propia de la muerte estropea el significado que
para Dios tiene Su disfrute de Cristo. Dios aborrece la muerte y no desea ver nada re-
lacionado con ella.
Los versículos del 29 al 33 revelan que la mejor parte, la grosura, es dada a Dios, y que la parte
amorosa, el pecho, así como también la parte fortalecedora, el muslo derecho, son dadas a los
servidores. Cuanto más ministremos Cristo como ofrenda de paz y cuanto más ofrezcamos
Cristo como ofrenda de paz a Dios, más será nuestra la capacidad de amar y el poder fortalece-
dor de Cristo. De esta manera, seremos más fuertes y más amorosos.
Dios nos ungió para que fuésemos sacerdotes, y nos asignó por porción la capacidad
amorosa de Cristo y Su poder fortalecedor. Por tanto, podemos amar a Dios y perma-
necer firmes en nuestro servicio sacerdotal a Él.
Hemos visto que en los capítulos del 1 al 5, las ofrendas siguen una secuencia particu-
lar: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la
ofrenda por las transgresiones. Esta secuencia no es conforme a la doctrina, sino con-
forme a nuestra experiencia práctica. Sin embargo, al darse las leyes de las cinco ofren-
das, la secuencia cambia significativamente. Aquí la ley del holocausto es primero, des-
pués de lo cual viene la ley de la ofrenda de harina, la ofrenda por el pecado, la ofrenda
por las transgresiones y la ofrenda de paz. Esta última secuencia concuerda con el cua-
dro total de la economía de Dios. Según el corazón de Dios y Su deseo, Él dispuso que
experimentemos a Cristo como cuatro clases de ofrendas: el holocausto, la ofrenda de
harina, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. El holocausto es el
requisito necesario para la ofrenda por el pecado, y la ofrenda de harina es el requisito
necesario para la ofrenda por las transgresiones. De estas cuatro ofrendas, dos guardan
relación con el requisito, y dos guardan relación con el resultado. La ofrenda por el
pecado y la ofrenda por las transgresiones tienen como finalidad un resultado particu-
lar. Estas cuatro ofrendas, en acción conjunta, tiene como resultado la paz. Esta paz es
lo que Dios desea. Según Su corazón, Dios desea que nosotros disfrutemos de Su eco-
nomía, la cual se centra en Su Hijo, Cristo. Cristo es nuestro holocausto, nuestra
ofrenda de harina, nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgre-
siones a fin de que nosotros le disfrutemos como paz. En nuestra acción de gracias, en
nuestros votos y en nuestras ofrendas voluntarias, disfrutamos a Cristo como nuestra
paz con Dios. Esta secuencia retrata la economía de Dios en su totalidad.
Así pues, en Levítico 1—7 encontramos dos secuencias: la secuencia conforme a la ex-
periencia y la secuencia conforme a la economía de Dios en su totalidad. Las cuatro
ofrendas —el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda por el pecado y la ofrenda
por las transgresiones— tienen como finalidad que nosotros disfrutemos a Cristo como
nuestra paz con Dios en todo sentido.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE VEINTIOCHO
LA CONSAGRACIÓN DE AARÓN Y SUS HIJOS
(1)
Lectura bíblica: Lv. 8:1-21
En este mensaje empezaremos a considerar la consagración de Aarón y sus hijos.
En hebreo, la palabra consagrar (Éx. 28:41; 29:9, 33, 35) significa “llenar las manos”.
Al consagrarse Aarón para recibir la posición santa de sumo sacerdote, sus manos va-
cías fueron llenadas (Lv. 8:25-28).
Los primeros siete capítulos de Levítico describen cinco categorías de ofrendas: el ho-
locausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda
por las transgresiones. Luego, se dan cinco clases de leyes con respecto a la aplicación
de las cinco clases de ofrendas. El resultado de la aplicación de estas ofrendas es la paz.
La paz equivale a la totalidad de lo que Cristo es para nosotros ante Dios. Puesto que
hemos sido redimidos por Cristo, disfrutamos a Cristo como un todo, y dicha totalidad
es la paz, lo cual implica descanso, disfrute y satisfacción.
Según el significado espiritual de este libro, todos nosotros somos sacerdotes. Nacimos
de nuevo, fuimos regenerados, para ser sacerdotes (Ap. 1:6; 5:10). En tanto que seamos
personas regeneradas, somos los verdaderos sacerdotes. Sin embargo, necesitamos te-
ner un día de consagración en el cual nos entreguemos a Dios y le digamos: “Señor, soy
Tuyo porque Tú me compraste. Me redimiste con Tu sangre y me regeneraste. Ahora
que tengo Tu vida y el disfrute de Tu redención, quisiera ofrecerme a Ti. Me entrego a
Ti para servirte en calidad de siervo, incluso en calidad de esclavo”. Dios aceptará de
inmediato nuestra ofrenda y nos ordenará para que seamos Sus servidores, Sus sacer-
dotes. Por tanto, la consagración es una acción realizada por nosotros, y la ordenación
es una acción realizada por Dios.
Levítico no es un libro escrito para personas comunes, sino para sacerdotes. Por haber
sido santificados y separados del común de la gente, ya no somos personas comunes.
Somos un pueblo especial: somos sacerdotes. Todas las ofrendas hacen referencia a
Cristo, y todo cuanto Cristo es para nosotros y hace por nosotros tiene como finalidad
constituirnos sacerdotes. Esta constitución es la ordenación divina.
Dios cambia nuestra constitución intrínseca y hace que seamos diferentes de lo que
somos por nuestro nacimiento natural. En nuestro primer nacimiento, nuestro naci-
miento original, fuimos constituidos pecadores (Ro. 5:19). Independientemente de
cuál sea su clase o condición social, todos los seres humanos fueron constituidos peca-
dores. Todos son pecadores por nacimiento. Sin embargo, por medio de nuestro se-
gundo nacimiento, nosotros, que hemos creído en Cristo, fuimos constituidos sacerdo-
tes. Ahora, a fin de que nuestro sacerdocio sea oficial, se necesita la consagración por
parte nuestra y la ordenación por parte de Dios.
Consideremos ahora los detalles relacionados con la consagración de Aarón y sus hijos.
I. A LA ENTRADA
DE LA TIENDA DE REUNIÓN
La consagración de Aarón y sus hijos tuvo lugar a la entrada de la Tienda de Reunión
(Lv. 8:3-4). Esto significa que nuestra consagración al sacerdocio no sólo es hecha ante
Dios, sino también en pro de la vida de iglesia.
Aquí Moisés en cierto modo representa a Cristo, y el agua tipifica al Espíritu Santo.
Cristo nos lava con el Espíritu Santo. Para el sacerdocio, el cual hace referencia tanto
al servicio sacerdotal como al cuerpo de sacerdotes, necesitamos ser lavados por el Es-
píritu. De ahí que en 1 Corintios 6:11 se nos diga que hemos sido lavados, purificados,
por el Espíritu.
El Nuevo Testamento usa la vestimenta para referirse a nuestra expresión externa (Mt.
21:7; Jn. 13:4). Nuestra expresión externa debe ser la expresión de los atributos divinos
de Cristo. Estos atributos incluyen el amor, la bondad y la santidad divinos. Los atri-
butos divinos de Cristo se expresan en la vida humana como virtudes. Esto significa
que los atributos divinos llegan a ser virtudes humanas, y que las virtudes humanas
son la expresión de los atributos divinos. Los atributos divinos y las virtudes humanas
no simplemente se combinan y se unen, sino que se mezclan. Por ejemplo, Cristo, como
hombre, tenía amor humano, pero este amor humano estaba mezclado con el amor
divino. Lo que Dios es (aceite) estaba mezclado con lo que Cristo es (la flor de harina)
en Su humanidad. De esta manera, la naturaleza de Dios vino a formar parte de la ex-
presión de la humanidad de Cristo. Puesto que en Cristo los atributos divinos están
mezclados con las virtudes humanas, Su amor, Su bondad y Su misericordia son extra-
ordinarios. En Él, el amor, la bondad y la misericordia divinos se mezclaron con el
amor, la bondad y la misericordia humanos.
Esta mezcla de los atributos divinos con las virtudes humanas ha llegado a ser nuestra
vestidura, por cuanto nosotros, los que hemos sido bautizados en Cristo, de Cristo es-
tamos revestidos (Gá. 3:27). Estar revestido de Cristo significa que Cristo es nuestra
vestidura. El propio Cristo del cual estamos revestidos es nuestra vestidura sacerdotal.
Ahora, independientemente de si somos maridos o esposas, padres o hijos, maestros o
estudiantes, debemos llevar puesta nuestra vestidura sacerdotal: una vestidura que es
la expresión de los atributos divinos de Cristo mezclados con Sus virtudes humanas.
Debemos llevar puesta esta vestidura sacerdotal especialmente cuando salimos a pre-
dicar el evangelio a los pecadores. La expresión de Cristo debe ser nuestro uniforme.
Al contactar a las personas, debemos hacerlo de manera que les impresione la expre-
sión de Cristo, esto es, el Cristo del cual estamos revestidos. Si hacemos esto, tendre-
mos poder y autoridad en nuestra predicación del evangelio.
Cuando somos ordenados por Dios para servirle como sacerdotes, Él nos reviste de
Cristo. Supongamos que un día usted se consagra al Señor como sacerdote. De inme-
diato Dios, Cristo y el Espíritu Santo lo adornarán. En ocasiones, los siervos del Señor
laborarán junto con el Dios Triuno para adornar a los santos con Cristo mismo. Yo no
soy más que un pequeño siervo de Dios que colabora con Él para adornarlos a ustedes
con Cristo, para ayudarles a que se quiten el uniforme de su vida humana, cultura y
nacionalidad naturales, y se pongan otro uniforme: el uniforme de Cristo. Los distintos
uniformes culturales dividen, pero el uniforme único, el uniforme de Cristo, nos hace
uno.
En la Biblia, el tabernáculo tipifica a Cristo como individuo (Jn. 1:14), y tipifica también
a la iglesia como morada de Dios. Sin embargo, en Levítico 8 el tabernáculo denota
mucho más a la iglesia que a Cristo. Moisés ungió a los sacerdotes y también ungió el
tabernáculo. El ungimiento del tabernáculo representa el ungimiento de la iglesia, en
la cual nosotros, los sacerdotes neotestamentarios, servimos a Dios.
El altar en el versículo 11 se refiere al altar del holocausto que estaba en el atrio. Todas
las ofrendas se ofrecían sobre este altar. El lavacro era una fuente donde los sacerdotes
se lavaban las manos y los pies. El altar representa la cruz, y el lavacro representa al
Espíritu Santo, el cual es el Espíritu que lava. En el Espíritu que lava está el agua de
vida que lava. La iglesia, la cruz y el lavamiento del Espíritu son provisiones destinadas
a nuestra consagración práctica para que seamos los sacerdotes de hoy.
La iglesia, la cruz y el Espíritu que lava están relacionados con la santificación. Ante-
riormente, éramos personas comunes, es decir, no éramos diferentes de nuestros pa-
rientes, vecinos, compañeros de clase y colegas. Pero ahora, después de haber sido con-
sagrados y ordenados como sacerdotes de Dios, somos un pueblo santificado. Santifi-
car es separar, hacer que algo sea hecho especial, hacer que algo sea hecho santo. No
sólo debemos ser un grupo de personas limpias y puras, sino también separadas, espe-
ciales y santas. Debemos ser muy diferentes del común de la gente. Sin embargo, eso
no significa que debamos usar ropa peculiar para mostrar que hemos sido santificados.
Debemos usar ropa normal, pero incluso en tal ropa debe hacerse manifiesta nuestra
consagración.
La ordenación de Dios tiene que ver con la santificación. Ya que Dios nos ha santifi-
cado, hemos dejado de ser personas comunes.
La unción trae al Dios Triuno mezclado con humanidad a los sacerdotes y a la vida de
iglesia. Esta unción incluye el vivir humano de Cristo, Su muerte en la cruz y Su resu-
rrección. Según Éxodo 30, el aceite de la unción es un ungüento compuesto de aceite,
el cual tipifica al Espíritu, mezclado con cuatro especias, que representan la humanidad
(tipificada por el número cuatro), el vivir humano, la muerte de cruz y la resurrección.
Cuando somos ungidos como sacerdotes y como iglesia, somos ungidos con el Dios
Triuno, a quien se añadieron como componentes la humanidad de Cristo, Su vivir hu-
mano, Su muerte y Su resurrección. El ungimiento de los sacerdotes y del tabernáculo
también está relacionado con la ofrenda por el pecado (Lv. 8:14-17) y con el holocausto
(vs. 18-21). Todos los elementos del aceite de la unción, el Espíritu compuesto, junto
con la ofrenda por el pecado y el holocausto, deben llegar a formar parte de nuestra
constitución intrínseca. Entonces seremos verdaderos sacerdotes para Dios, no por lo
que somos por nuestro nacimiento natural, sino en virtud del Dios Triuno, quien se ha
mezclado con la humanidad, el vivir humano, la muerte, la resurrección y la ascensión
de Cristo.
La ofrenda por el pecado se encarga de nuestro hombre natural, de nuestra carne, del
pecado personificado que mora en nosotros, de Satanás, del mundo que está vinculado
a Satanás y de la lucha por el poder. Si queremos ser los sacerdotes del Nuevo Testa-
mento, debemos permitir que Cristo, como ofrenda por el pecado, ponga fin a todas
estas cosas. Cuando Cristo fue crucificado como nuestra ofrenda por el pecado, Él puso
fin al hombre natural, a la carne, al pecado que mora en nosotros, a Satanás, al mundo
y a la lucha por el poder. En la ordenación divina, nos es aplicada tal ofrenda por el
pecado para que seamos sacerdotes prevalecientes que sirven a Dios.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE VEINTINUEVE
LA CONSAGRACIÓN DE AARÓN Y SUS HIJOS
(2)
Lectura bíblica: Lv. 8:14-29
En este mensaje seguiremos considerando la consagración de Aarón y sus hijos.
En la consagración del sacerdocio, lo primero que se hacía era ungir a los sacerdotes.
Esto indica claramente que la consagración o ungimiento del sacerdocio tiene como
finalidad hacer que Dios sea uno con nosotros, pues el aceite de la unción significa que
todo cuanto Dios es, así como todo cuanto Él hace y hará, llega a ser nuestro. Lo que
Dios ha hecho, está haciendo y hará implica muchos hechos, tales como la encarnación
de Cristo, Su vivir humano, Su muerte, Su resurrección, Su ascensión y Su segunda
venida. Nosotros hemos sido ungidos con todo esto, es decir, hemos llegado a ser uno
con ello. Éste es el aspecto positivo de la ordenación del sacerdocio.
La ofrenda por el pecado es la primera en recordarnos esto. Aarón fue ungido con el
aceite de la unción, lo cual significa que el Dios Triuno con todo lo que Él es, ha hecho
y hará pertenecía ahora a Aarón. Esta unción también indica que Aarón era uno con el
Dios Triuno. Sin embargo, esta persona ungida aún necesitaba que se le recordara cla-
ramente que por sí mismo y en sí mismo él era pecado, un pecador constituido de pe-
cado, y que era carne, en la cual no hay nada bueno; había que recordarle que él era un
hombre natural, parte de la vieja creación, la cual está totalmente saturada, poseída,
usurpada y habitada por el maligno; y había que recordarle que él estaba lleno del
mundo y de la lucha por el poder.
El Dios Triuno ordenó a Aarón para que fuese un servidor Suyo y lo ungió consigo
mismo. Sin embargo, Aarón aún necesitaba darse cuenta de lo que él era. Por tanto,
Dios se valió de la ofrenda por el pecado para recordarle lo que él era. En el primer día
de su sacerdocio, y cada día a partir de entonces, Aarón tenía que presentar la ofrenda
por el pecado a Dios para que ésta le recordara lo que él era.
Hoy en día, nosotros somos los sacerdotes de Dios. Él nos escogió, designó y ordenó
para que seamos Sus sacerdotes santos. Todo lo que el Dios Triuno ha hecho, está ha-
ciendo y hará, es nuestro. Él es uno con nosotros, y nosotros somos uno con Él. Sin
embargo, aún necesitamos que se nos recuerde que, en nosotros mismos, somos pe-
cado, carne y el viejo hombre, que somos la vieja creación, la cual está saturada de
Satanás, el maligno, y que estamos llenos del mundo y de su lucha por el poder. Si a
diario y durante todo el día los hermanos, los colaboradores y los ancianos recordaran
esto, y se acordaran de lo que son, la situación entre nosotros sería muy diferente.
Con respecto a nuestra vida y nuestra obra, debemos preguntarnos si la persona que se
mueve, actúa y hace las cosas es el viejo hombre o el sacerdote de Dios. ¿Puede afirmar
confiadamente que todo lo que usted hace en la vida de iglesia, en la obra del Señor y
en el recobro procede del sacerdocio divino y no de la carne? ¿Quién puede decir que
sus manos están limpias y que está totalmente exento de la carne? Puesto que no po-
demos decir esto, necesitamos la ofrenda por el pecado tal como es tipificada en Leví-
tico. Necesitamos esta ofrenda, no sólo para ser perdonados por Dios, sino también
para que nos recuerde lo que somos. Incluso cuando amamos a los demás, necesitamos
que se nos recuerde que somos pecado, carne, el viejo hombre y la vieja creación, y que
estamos llenos de mundanalidad. Si amamos a los demás conforme a nuestra carne, a
nuestros gustos y a nuestras preferencias, nuestro amor es pecaminoso a los ojos de
Dios, por cuanto tal amor estará vinculado al maligno. Además, cuando oramos y com-
partimos algo en las reuniones, es posible que nos vengan a la mente pensamientos que
provienen de la carne, donde se esconde el pecado y donde Satanás actúa secretamente.
Ésta es nuestra verdadera condición. Por tanto, necesitamos la ofrenda por el pecado
no sólo en el momento de nuestra ordenación como sacerdotes, sino también cada vez
que ejercemos nuestro sacerdocio.
Puesto que Aarón había sido ungido por Dios, ¿por qué aún necesitaba el holocausto?
Aarón necesitaba esta ofrenda porque Dios quería que se le recordara a Aarón que de-
bía vivir absolutamente entregado a Dios, pero que él no vivía de esa manera. Esto debe
recordarnos que hoy nosotros tampoco vivimos absolutamente entregados a Dios. Esto
también debe advertirnos que a diario debemos ofrecer un holocausto. Diariamente
debemos ofrecer un holocausto por nuestro sacerdocio, esto es, por nuestro servicio
sacerdotal. Los ancianos y colaboradores en particular deben ofrecer el holocausto
cada mañana. Debemos decirle al Señor: “Señor, recuérdame durante todo el día que
debo llevar una vida de absoluta entrega a Ti. Me doy cuenta de que no vivo de esta
manera ni tampoco puedo. Señor, confío en Ti y te tomo como mi vida, mi persona y
mi entrega absoluta. Mi entrega absoluta a Dios eres Tú mismo, Señor”. Esto es vivir a
Cristo.
Tal vez estemos familiarizados con las palabras vivir a Cristo, pero quizás no entenda-
mos lo que verdaderamente significa vivir a Cristo. ¿Vivimos a Cristo en nuestro hogar
y en la vida de iglesia? En nuestra vida familiar y en nuestra relación con los santos,
¿estamos absolutamente entregados a Dios? Cuando otros tocan nuestros sentimientos
o nuestros intereses, quizás nos ofendamos. ¿No indica esto que no estamos absoluta-
mente entregados a Dios? Ciertamente necesitamos que se nos recuerde que, en noso-
tros mismos, no llevamos una vida de absoluta entrega a Dios.
Según Levítico, el holocausto debía ofrecerse cada mañana (6:12-13). El fuego del ho-
locausto nunca debía apagarse. “El holocausto estará encima del altar, en el lugar
donde arde el fuego, toda la noche y hasta la mañana, y el fuego del altar ha de mante-
nerse encendido en éste” (v. 9). Esto indica que el holocausto debe arder durante la
noche oscura de esta era hasta la mañana, hasta que regrese el Señor Jesús.
Nuestro movimiento (los pies) y nuestro trabajo (las manos) están siempre bajo la di-
rección de lo que oímos. Actuamos en conformidad con lo que oímos. Por consiguiente,
en la vida de iglesia, el oír es de crucial importancia.
Por el oír fuimos salvos, y por el oír somos alimentados y edificados. Sin embargo, lo
que oímos también puede traernos perjuicio y muerte, y podemos hacer mal a otros
por causa de lo que oímos. Lo que oímos puede ser un problema. En 2 Timoteo 4:3
Pablo habla de algunos que “teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros con-
forme a sus propias concupiscencias”. Por tanto, la disciplina divina debe comenzar
por el origen: lo que oímos.
Si una iglesia dejara de oír cosas negativas, esa iglesia sería muy saludable y viviente.
La iglesia más débil y más muerta es aquella donde abundan las críticas, los chismes y
los argumentos.
El mismo principio se aplica a la vida matrimonial. Un hermano puede ser muy vi-
viente; pero si su esposa le habla de una manera negativa, él será envenenado e inun-
dado por la muerte, y le será difícil orar en las reuniones de la iglesia. Asimismo, si un
hermano le cuenta cosas negativas a su esposa, aquello la matará. Estos ejemplos de la
vida de iglesia y de la vida matrimonial nos muestran la importancia del oír.
Ya que somos sacerdotes de Dios, debemos preguntarnos qué clase de cosas estamos
dispuestos a oír. ¿Vamos a oír cosas positivas o cosas negativas? Puesto que a menudo
oímos cosas inmundas, cosas no saludables y contagiosas, debemos lavar nuestros oí-
dos con la sangre de Cristo. Según la Biblia, donde la sangre lava, allí el Espíritu unge.
Después de experimentar el lavamiento de la sangre, disfrutaremos la unción del Es-
píritu. Entonces nos olvidaremos de las cosas negativas que hemos oído, o por lo menos
no las repetiremos. También seremos saludables y vivientes, y la iglesia seguirá ade-
lante al estar nosotros sanos.
Adondequiera que vayamos, debemos tener cuidado con lo que oímos. Si lo hacemos,
todo cuanto oigamos será apropiado y positivo. Entonces seguiremos por el camino
correcto y haremos la obra correcta. Sin embargo, si en lugar de tener cuidado con lo
que oímos, prestamos oídos a conversaciones negativas, nuestras acciones y nuestra
obra se verán afectadas negativamente.
Levítico 8:26 habla de “una torta sin levadura, una torta de pan con aceite y un hojal-
dre”. Este versículo se refiere también a la grosura y al muslo derecho. La torta sin
levadura, la torta de pan con aceite y el hojaldre representan, respectivamente, a Cristo
como alimento sin pecado, a Cristo como alimento que está mezclado con el Espíritu y
a Cristo como alimento que está disponible, que se ingiere fácilmente y que es idóneo
para alimentar a los más jóvenes. Nos alimentamos con las tortas, y alimentamos a los
demás con los hojaldres. La grosura representa la porción de Cristo reservada para
Dios, y el muslo derecho representa a Cristo como nuestra fuerza para permanecer fir-
mes.
El versículo 27 dice: “Puso todo esto en las palmas de las manos de Aarón y en las
palmas de las manos de sus hijos, y lo meció como ofrenda mecida delante de Jehová”.
Una vez que fueron llenas las manos de ellos, llegaron a ser sacerdotes ordenados y
consagrados. Hoy en día nuestras manos también pueden ser llenas del Cristo todo-
inclusivo, del Cristo que es la torta sin levadura, la torta de pan con aceite, el hojaldre,
la grosura y el muslo derecho. Tenemos al Cristo que es la porción de Dios (la grosura)
y al Cristo que es nuestra fuerza para permanecer firmes (el muslo derecho). Tenemos
también a Cristo como tortas para alimentarnos, y como hojaldres para alimentar a los
demás, especialmente a los más jóvenes.
Todo esto fue mecido delante de Jehová. Esto significa que todo ello era una ofrenda
mecida, la cual representa a Cristo en resurrección. Aquí nada es natural; al contrario,
todo se encuentra en la resurrección de Cristo. En resurrección, Cristo es alimento para
nosotros y para los más jóvenes. En resurrección, Cristo es también la porción de Dios
y nuestra fuerza para permanecer firmes.
“Moisés lo tomó de las palmas de ellos y lo quemó en el altar sobre el holocausto. Fue-
ron una ofrenda de consagración como aroma que satisface a Jehová; fue una ofrenda
presentada por fuego a Jehová” (v. 28). Aquí vemos que la ofrenda de consagración no
era solamente un carnero, sino que había aumentado de modo que incluía otras cosas.
Esta ofrenda todo-inclusiva era ofrecida a Dios en la resurrección de Cristo para satis-
facción de Dios.
Este versículo indica que el servidor merece una porción particular de Cristo. Cuando
usted predica a Cristo, se hace merecedor de Cristo. Cuando usted predica el evangelio,
se hace merecedor del rico disfrute del evangelio. Cada vez que nosotros, los servidores,
ministramos Cristo a los demás, merecemos disfrutar al mismo Cristo que ministra-
mos.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TREINTA
LA CONSAGRACIÓN DE AARÓN Y SUS HIJOS
(3)
Lectura bíblica: Lv. 8:30-36
Antes de considerar otros asuntos relacionados con la consagración de Aarón y sus hi-
jos, quisiera añadir algo respecto a la sangre que se aplicaba sobre el lóbulo de la oreja
derecha, sobre el dedo pulgar de la mano derecha y sobre el dedo pulgar del pie dere-
cho, y añadir también algunas palabras sobre la ofrenda que se ponía en las palmas de
las manos de los sacerdotes.
Parte de la sangre del carnero de la consagración era puesta sobre la oreja derecha de
Aarón y de sus hijos, sobre el dedo pulgar de su mano derecha y sobre el dedo pulgar
de su pie derecho. Esto significa que la sangre redentora de Cristo purifica nuestros
oídos con relación a lo que oímos, nuestras manos con relación a nuestro trabajo y
nuestros pies con relación a nuestro andar. Esto tiene como fin que ejerzamos nuestro
sacerdocio neotestamentario.
Nuestro oír se menciona primero porque éste afecta nuestro trabajo y nuestro mover.
La sangre de Cristo obra primero en nuestro oído a fin de que escuchemos la palabra
de Dios, el hablar de Dios. Para servir a Dios como sacerdotes, debemos ser fieles es-
clavos, o siervos, de Dios. Como lo indica Isaías 50:4 y 5, un siervo debe tener un oído
que oiga. Un siervo que no escucha las palabras de su amo no puede servirle conforme
a su voluntad, corazón y deseo.
La purificación de la oreja derecha, del dedo pulgar de la mano derecha y del dedo
pulgar del pie derecho se necesitaba en dos ocasiones: en la ordenación de los sacerdo-
tes y en la purificación de los leprosos (Lv. 14:14). Tanto los leprosos como los sacer-
dotes necesitaban que su oreja, el dedo pulgar de su mano derecha y el dedo pulgar de
su pie derecho fuesen limpiados por la sangre redentora. Esto indica que a los ojos de
Dios, nosotros, los pecadores, que hemos sido ordenados como sacerdotes de Dios, so-
mos leprosos. Como sacerdotes de Dios, Sus siervos, necesitamos que nuestros oídos
sean redimidos de escuchar todo lo que no es Dios y se vuelvan para escuchar la palabra
de Dios. Necesitamos también que nuestra mano que labora sea redimida de todo lo
que no sea la obra de Dios. Además, el dedo de nuestro pie, que sirve para andar, tam-
bién necesita ser redimido.
En 8:26-28 vemos que se ponía una torta sin levadura, una torta de pan con aceite y
un hojaldre (que corresponden a la ofrenda de harina) sobre las porciones de grosura
y sobre el muslo derecho (otra categoría de ofrendas). Estas dos categorías de ofrendas,
como un todo, se ponían en las palmas de las manos de Aarón y de sus hijos. En ese
momento, las manos de Aarón y de sus hijos dejaban de estar vacías. Luego, estas
ofrendas eran mecidas delante de Jehová (v. 27), probablemente por aquellos cuyas
manos habían sido llenas de dichas ofrendas. Esta acción de mecerlas representa el
mover de Cristo en Su resurrección. Las ofrendas primeramente eran “inmoladas”, y
después, eran mecidas, es decir, resucitadas, con lo cual se convertían en ofrendas de-
lante de Jehová en la resurrección de Cristo.
Las dos tortas, el hojaldre, la grosura y el muslo eran quemados (lo cual indica un fuego
lento para obtener el aroma) en el altar sobre el holocausto en calidad de ofrenda de
consagración presentada por fuego a Jehová como aroma que le satisfacía (v. 28). Este
aroma que satisface es exclusivamente para Dios; es Su porción para Su disfrute. Las
partes tiernas y excelentes (la grosura), la parte fuerte (el muslo derecho), y las dos
tortas y el hojaldre —que representan distintos aspectos de la humanidad de Cristo, la
cual no tiene pecado y está mezclada con el Espíritu— constituyen el alimento, no de
los sacerdotes, sino de Dios. La porción que correspondía a Dios se ofrecía en el altar,
que representa la cruz. Esto indica que ofrecemos el alimento de Dios en la comunión
de los padecimientos de Cristo, los cuales Él sufrió hasta la muerte de cruz. Aunque
esto tiene como fin la satisfacción de Dios, también nos capacita para ejercer el sacer-
docio neotestamentario.
Quizás hayamos proclamado el hecho de que somos sacerdotes de Dios, pero proba-
blemente ninguno entre nosotros llegó a darse cuenta de todo lo que implica ser un
sacerdote. Hace cincuenta y cinco años yo no sabía que necesitaba la ofrenda por el
pecado para que me recordara que no soy más que carne, un viejo hombre de la vieja
creación que está vinculado a Satanás, el mundo y la lucha por el poder. Afirmaba ser
un sacerdote de Dios, pero practicaba mi sacerdocio en ignorancia. No sabía que para
ser un sacerdote en el sacerdocio neotestamentario necesitaba la humanidad de Cristo,
Su poder fortalecedor y Su capacidad de amar (representada por el pecho que se mecía
como ofrenda mecida, v. 29). Si examinamos nuestro pasado, la luz de la gracia de Dios
pondrá de manifiesto dónde estábamos como sacerdotes de Dios: en la vieja creación,
en la carne y en la vida natural con el amor natural, el afecto natural. En cuanto a esto,
nuestra condición debe quedar al descubierto, y todos debemos ser limpiados. Necesi-
tamos que la sangre purificadora nos sea aplicada sobre el lóbulo de nuestra oreja de-
recha, sobre el dedo pulgar de nuestra mano derecha y sobre el dedo pulgar de nuestro
pie derecho.
Independientemente de cuánto Dios haya trabajado en nosotros para darle fin a nues-
tro pecado, a nuestra vida natural y al viejo hombre, aún necesitamos recibir más “ca-
pas” del aceite de la unción. El aceite de la unción se refiere al Dios Triuno procesado
con todo lo que Él ha llegado a ser, ha hecho y ha experimentado. Tal Dios Triuno,
quien ha sido procesado y llegó a ser un compuesto mezclado con las “especias” de la
encarnación, el vivir humano, la muerte todo-inclusiva, la maravillosa resurrección y
la excelente ascensión, ha llegado a ser el aceite de la unción, el ungüento, que nos
“pinta” (Éx. 30:23-30). Necesitamos ser pintados una y otra vez con el Dios Triuno
procesado, quien es el aceite de la unción.
Si hemos de adquirir el conocimiento apropiado de nuestro sacerdocio neotestamen-
tario, debemos estudiar el libro de Levítico. Levítico no está dirigido únicamente a los
santos del Antiguo Testamento. Si entendemos la tipología de este libro, veremos que
un asunto tras otro se aplica a nosotros de una manera práctica hoy en día.
El versículo 32 indica que el Cristo que ofrecemos a Dios para Su disfrute y a quien
nosotros disfrutamos, es inagotable. Después de ofrecerle a Dios Su porción y de dis-
frutar nosotros nuestra porción, aún queda algo. Según Levítico 8, el sobrante era que-
mado al fuego, el cual representa la santidad de Dios. Esto nos muestra que las inago-
tables riquezas de Cristo deben ser guardadas en la santidad de Dios y por ella.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TREINTA Y UNO
EL INICIO DEL SERVICIO SACERDOTAL
DE AARÓN Y SUS HIJOS
Lectura bíblica: Lv. 9:1-21
El libro de Levítico nos muestra un nuevo comienzo, en el cual, por primera vez, el
pueblo de Dios le presentaba a Dios ofrendas según Sus normas. Ésta fue la primera
vez que el pueblo de Dios ofreció Cristo a Dios, no meramente según la necesidad de
ellos, sino también en conformidad con las leyes de Dios, según Sus normas. Antes de
aquel tiempo, algunos hombres, tales como Abel, Noé y Abraham, presentaron ofren-
das a Dios, pero no fue hasta que los israelitas celebraron la Pascua (Éx. 12:1-28) que
se presentaron ofrendas a Dios según Sus instrucciones. Hablando con propiedad, aun-
que el cordero pascual era una ofrenda, no se le llamó ofrenda.
En Levítico, después que fue erigido el tabernáculo, Dios obtuvo una morada sobre la
tierra desde la cual Él hablaba a Su pueblo. La primera categoría de las cosas que Él
habló tenía que ver con las ofrendas (Lv. 1—7). Las ofrendas, las cuales el hombre ne-
cesitaba y Dios exigía, fueron ordenadas por Dios mediante normas que concordaban
completamente con la mente y el deseo de Dios. Moisés debió de haber entendido el
significado de estas ofrendas en cuanto al asunto de la expiación (Lv. 9:7), pero es po-
sible que haya entendido muy poco en cuanto a los detalles relacionados con las ofren-
das.
En Levítico, los israelitas empezaron a presentar ofrendas a Dios como nunca antes lo
habían hecho. Ahora las ofrendas no las ofrecía un solo individuo, sino un pueblo, una
congregación, y ellos no las ofrecían en el lugar que quisiesen. Dios pidió al pueblo que
se acercara a la entrada de la Tienda de Reunión para tener contacto con Él y que pre-
sentara sus ofrendas por medio de los sacerdotes, no por ellos mismos. (Esto difiere de
la manera en que Abel, Noé y Abraham presentaron sus ofrendas, los cuales no sólo
eran oferentes sino también sacerdotes que servían). La manera en que se ofrecían las
ofrendas llegó a ser una ceremonia, un conjunto de formas, que debía llevarse a cabo
delante de Dios a la entrada de Su morada según Sus normas, leyes y disposiciones.
Todo eso definitivamente era algo nuevo.
Aunque Moisés no vio que las ofrendas eran Cristo, Dios en realidad estaba dando
mandamientos a Su pueblo acerca de cómo aplicar a Cristo, en calidad de todas las
ofrendas, según las leyes de Dios. Hoy en día nosotros debemos aprender a aplicar a
Cristo conforme a los requisitos de Dios. Temprano por la mañana, debemos aplicar a
Cristo como nuestro holocausto, nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda de
harina a fin de tener algo que nos sustente durante el día.
Consideremos ahora el pasaje de Levítico 9:1-21 con respecto al inicio del servicio sa-
cerdotal de Aarón y sus hijos.
I. EN EL OCTAVO DÍA
El inicio del servicio sacerdotal de Aarón y sus hijos tuvo lugar en el octavo día (v. 1),
que representa la resurrección (Mr. 16:9a). Esto indica que todo servicio sacerdotal
tiene que ser realizado en resurrección (cfr. Ap. 20:6).
En Levítico 9:1, el octavo día se refiere al día después de los siete días que duraba la
consagración de Aarón y de sus hijos. En cada uno de esos siete días, Aarón y sus hijos
tenían que observar el mismo procedimiento. Pero en el octavo día, el día después de
ese periodo de consagración, ellos experimentaron un nuevo comienzo. Por consi-
guiente, el octavo día implica tanto un nuevo comienzo como el fin de la vejez.
Como sacerdotes de Dios, nuestro sacerdocio, nuestro servicio sacerdotal, tiene que ser
realizado en resurrección. En cuanto a esto, la vida natural, el viejo hombre y la carne
no tienen cabida alguna. Sin embargo, lamentablemente, en nuestra actual vida de igle-
sia hay muchas cosas naturales y mucha vejez. Tales cosas no pertenecen al octavo día,
es decir, no se encuentran en la esfera de la resurrección, sino en la esfera de la vida
natural.
Por lo general, nosotros condenamos las cosas malas, pero quizás nunca condenamos
las cosas buenas que se hacen en la vieja creación. Por ejemplo, condenamos el odio,
pero tal vez no condenamos el amor que es natural y que no está en el Espíritu. En el
Nuevo Testamento, por el contrario, se rechaza el amor natural, que de hecho es una
especie de “miel”. Según Levítico 2, no se permitía añadir levadura ni miel a la ofrenda
de harina. La levadura se refiere a lo que es malo, y la miel, a lo que es bueno de forma
natural. El odio natural es levadura, mientras que el amor natural es miel. El odio na-
tural es malo, pero el amor natural es bueno. Sin embargo, tanto el bien como el mal
proceden de la misma fuente: el árbol del conocimiento del bien y del mal. Puesto que
el odio natural y el amor natural son naturales, ambos pertenecen al árbol del conoci-
miento del bien y del mal; y puesto que ambos pertenecen a dicho árbol, ambos deben
ser condenados. Ésta es la razón por la cual en el Evangelio de Juan, cada vez que al-
guien le hacía preguntas al Señor Jesús acerca de lo que es bueno o malo, correcto o
incorrecto, preguntas de sí o no, Él dirigía a las personas a la vida. Lo que al Señor le
interesaba era la vida, no el bien y el mal.
El servicio sacerdotal que rendimos a Dios tiene que ser realizado en resurrección. La
realidad de la resurrección es Cristo como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Todo
cuanto hagamos en el Espíritu es hecho en el octavo día, en resurrección. Todo cuanto
hagamos fuera del Espíritu, en nuestra vida natural, en nuestra mente o parte emotiva
naturales, no es hecho en el octavo día, es decir, no es hecho en resurrección.
Espero que todos los santos, inclusive los recién salvos, reciban estas palabras en
cuanto a llevar a cabo el servicio sacerdotal en el octavo día. Cuando usted quiera mos-
trarle amor a cierta persona, debe considerar si ese amor emana de su espíritu o de sus
emociones naturales. ¿Tiene que ver dicho amor con sus gustos naturales, con el hecho
de sentir que nos cae bien una persona y no otra? Además, es posible que a causa del
amor natural que usted sienta por cierta persona, le dé a ella un trato preferencial. Esto
es miel, y la miel termina por fermentarse y tener el mismo efecto que la levadura. Esto
significa que, a los ojos de Dios, el amor natural es tan negativo como el odio natural.
A menudo, el Señor nos exige que amemos a alguien que no somos capaces de amar en
nuestra vida natural ni con nuestro amor natural. La única forma de amar a dicha per-
sona es hacerlo con un amor que no es natural, sino que está en resurrección. Todo
nuestro servicio debe ser realizado en el espíritu, en resurrección.
Como pecadores, teníamos un problema con nuestro Dios, quien es justo. Aunque Él
nos amaba, algo injusto se interponía entre Él y nosotros. En tanto que esta situación
injusta no fuese apaciguada, no podíamos ser uno con Él. Por consiguiente, en la cruz
Cristo efectuó la redención por nosotros. Cristo no sólo derramó Su sangre para efec-
tuar la redención, sino que en Su ascensión Él entró en los cielos y presentó Su sangre
delante de Dios. Al presentar Su sangre, Él obtuvo, logró, eterna redención por noso-
tros (He. 9:12). Cuando creímos en Cristo, entramos en Él y recibimos esta redención.
¿Cómo resolvió Dios el problema referente a los pecados que cometieron los santos del
Antiguo Testamento antes que Cristo viniera? Dios cubrió los pecados de ellos, pero no
los quitó. Pablo nos dice claramente que “es imposible que la sangre de toros y de ma-
chos cabríos quite los pecados” (He. 10:4); más bien, en estos sacrificios “año tras año
se hace memoria de los pecados” (v. 3) en la Fiesta de la Expiación. Los pecados come-
tidos por los santos del Antiguo Testamento aún permanecían, pero eran cubiertos.
Esta acción de cubrir los pecados se efectuaba en el propiciatorio (Ro. 3:25), que era la
tapa del Arca del Testimonio. Dentro del Arca había dos tablas, en cada una de las cua-
les estaban inscritos cinco de los Diez Mandamientos. Los Diez Mandamientos conde-
naban a todo el que se acercaba a Dios. Pero la sangre de la ofrenda por el pecado,
derramada en el Día de la Expiación, era rociada sobre la tapa del Arca para que se
hiciera expiación. Por esta razón, a la tapa del Arca se le conocía como la cubierta ex-
piatoria.
En Levítico 9:7 se le dijo a Aarón que hiciera expiación por sí mismo y por el pueblo.
Él tenía un problema con Dios y necesitaba hacer algo para apaciguar el conflicto exis-
tente a fin de tener paz con Dios.
Hoy en día la ofrenda por el pecado nos recuerda de muchas cosas negativas, y el ho-
locausto nos recuerda que debemos vivir absolutamente entregados a Dios, pero que
no lo hacemos. Debemos tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado para que
Él nos redima y nos traiga de nuevo a una condición de paz con Dios, y debemos tomar
a Cristo como holocausto, como Aquel que lleva en nosotros y por nosotros una vida
de absoluta entrega a Dios.
La ofrenda por el pecado guarda relación con la muerte, y el holocausto guarda relación
con la resurrección. Somos uno con Cristo en Su muerte, y Él es uno con nosotros en
Su resurrección.
El disfrute de Cristo como ofrenda de paz, tal como se describe en los versículos del 18
al 21, se basa en el hecho de que Cristo es nuestra ofrenda por el pecado, nuestro holo-
causto y nuestra ofrenda de harina, según consta en los versículos del 7 al 17. Quizás
usted se pregunte por qué no se hace mención de la ofrenda por las transgresiones en
estos versículos. Aquí la ofrenda por las transgresiones está incluida en la ofrenda por
el pecado.
Ésta era la primera vez en toda la historia humana que se aplicaba a Cristo de esta
manera y a tal grado. En esta aplicación, Cristo es nuestra ofrenda por el pecado, nues-
tro holocausto y después nuestra ofrenda de harina para nuestra vida diaria, con el
resultado de que entramos en la paz, la que es Cristo mismo. Éste es el inicio de las
ofrendas, las cuales apuntan al Cristo vivo, a quien disfrutamos y del cual comemos
cada día como nuestro alimento diario.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TREINTA Y DOS
EL RESULTADO DEL SERVICIO SACERDOTAL
Lectura bíblica: Lv. 9:4, 6, 22-24
En este mensaje centraremos nuestra atención en el fruto, el resultado, de nuestro ser-
vicio sacerdotal. Es difícil hablar del resultado de nuestro sacerdocio porque dicho re-
sultado no es material, sino espiritual, misterioso, celestial y divino. El resultado del
servicio sacerdotal del Nuevo Testamento es la aparición de Dios a nosotros (v. 4), la
aparición de la gloria de Dios a nosotros (vs. 6, 23b), la bendición divina (vs. 22-23) y
el fuego consumidor (v. 24). Consideremos ahora cada uno de estos asuntos.
Cuando sirvamos a Dios con Cristo como las ofrendas según las normas prescritas por
Dios y no según nuestras propias preferencias, a menudo disfrutaremos la aparición
de la gloria de Dios. Veremos a Dios mismo expresado de distintas maneras. Por ejem-
plo, al visitar a un incrédulo en su casa para predicarle el evangelio, tal vez percibamos
la gloria de Dios manifestada en nuestras palabras o en la expresión o actitud que esa
persona muestra para con nosotros. Además, a menudo disfrutamos la gloria de Dios,
Su expresión, en las reuniones de la iglesia. Quizás la reunión no sea muy viviente, pero
de pronto alguien ofrece una oración muy viviente, y la reunión es resucitada y avivada.
En esos momentos, percibimos que Dios es expresado en gloria.
Las reuniones cristianas son maravillosas y misteriosas porque tienen que ver con
Dios. El Señor Jesús dijo: “Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy
Yo en medio de ellos” (Mt. 18:20). Creemos que el Señor está con nosotros en cada
reunión, pero Él manifiesta Su presencia de distintas maneras y, dependiendo de nues-
tra condición en la reunión, Él nos da diversas sensaciones con respecto a la reunión.
Por ejemplo, algunas veces Él permite que tengamos una sensación de muerte a fin de
mostrarnos que estamos mal. Otras veces, Él despierta a todos los que están en la
reunión, y todos tienen la sensación de que Dios los ha despertado. Este despertar es
totalmente divino, y es en tales circunstancias que Dios se nos aparece en Su gloria, en
Su expresión.
La atmósfera de las reuniones indica lo que somos para con Dios. Nadie puede aparen-
tar nada. La reunión es verdaderamente una exhibición de nuestra vida cristiana y, en
particular, del grado en que disfrutamos a Cristo en nuestra vida privada y en nuestra
vida familiar. Nuestras reuniones son una exhibición del verdadero disfrute que tene-
mos de Cristo. Si disfrutamos a Cristo, la reunión será una exhibición de las riquezas
de Cristo. Si no disfrutamos a Cristo, no habrá ninguna exhibición de las riquezas de
Cristo en la reunión. En ese caso, de nada servirán nuestros gritos y alabanzas, ya que
la reunión no está bajo nuestro control. El punto aquí es que nuestra experiencia de
Cristo afecta las reuniones; en particular, afecta —e incluso determina— la atmósfera
de las reuniones de la iglesia.
El Señor en Su resurrección está con nosotros todos los días, hasta la consumación del
siglo (Mt. 28:20). La presencia del Señor con nosotros equivale a Su bendición. Mien-
tras tengamos Su presencia, estamos bajo Su bendición. Cuando Su bendición está con
nosotros, aun nuestros errores se tornan en bendiciones. Pero sin Su presencia, aun
cuando estemos bien en todo, todo es vanidad. Aunque nuestro Sumo Sacerdote se fue
a los cielos, Él sigue presente con nosotros, y Su presencia es una bendición no sólo en
la vida de iglesia, sino también en nuestra vida familiar y en nuestra vida cotidiana.
La presencia del Señor como bendición nuestra viene a nosotros cuando aplicamos a
Cristo en calidad de todas las ofrendas. Cada día debemos aplicar a Cristo como nuestra
ofrenda por el pecado, nuestro holocausto, nuestra ofrenda de harina y nuestra ofrenda
de paz. Si lo aplicamos como tales ofrendas, tendremos Su bendición, la cual es Su
presencia.
Juan 3:16 dice que Dios amó al mundo de tal manera, que dio a Su Hijo unigénito. ¿De
qué manera nos dio Dios a Su Hijo? Él nos lo dio en calidad de todas las ofrendas.
Cuando tomamos la ofrenda por el pecado, tomamos un aspecto de Cristo; cuando to-
mamos el holocausto, tomamos otro aspecto de Cristo; y cuando tomamos la ofrenda
de harina y la ofrenda de paz, tomamos otros aspectos de Cristo.
Nuestro Salvador es la única ofrenda por el pecado. Cuando nos arrepentimos y creí-
mos en el Señor Jesús, lo aplicamos como ofrenda por el pecado sin darnos cuenta de
ello. Después, probablemente nos sentimos inspirados a vivir absolutamente entrega-
dos a Dios. Aunque nunca antes habíamos oído nada acerca del holocausto, oramos y
nos ofrecimos a Dios. En ese momento, el Espíritu probablemente nos mostró que éra-
mos pecado, incluso leprosos, y que no éramos capaces de llevar una vida de absoluta
entrega a Dios. Entonces, quizás oramos algo así: “Señor Jesús, no puedo llevar una
vida entregada absolutamente a Dios, pero Tú sí puedes, y Tú puedes ser mi entrega
absoluta a Dios”. Esto es lo que significa tomar a Cristo, el Hijo dado a nosotros por
Dios, como nuestro holocausto.
Muchos cristianos entienden Juan 3:16 de una manera muy general. ¿Cómo podemos
aceptar a Cristo como la gran dádiva que Dios nos dio, si no lo aplicamos como las
ofrendas? Si hemos de disfrutar a esta persona todo-inclusiva, debemos aplicarlo dia-
riamente como nuestra ofrenda por el pecado, nuestro holocausto, nuestra ofrenda de
harina y nuestra ofrenda de paz. Entonces disfrutaremos de Su presencia, la cual será
una bendición para nosotros en todo sentido.
Tanto Moisés como Aarón tipifican a Cristo. Moisés era el líder, el príncipe, y Aarón
era el sumo sacerdote. Hoy Cristo es nuestro Príncipe y nuestro Sumo Sacerdote.
Cuando Él viene a nosotros, viene con bendiciones, y el hecho de que esté con nosotros
es la bendición todo-inclusiva que necesitamos. Podemos disfrutar esta bendición sólo
al aplicar a Cristo como las ofrendas. Si aplicamos a Cristo como la ofrenda por el pe-
cado, el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz, recibiremos la bendición
que necesitamos.
Para los judíos, la bendición de Aarón y Moisés sigue vigente. Esta bendición conti-
nuará vigente hasta que toda la casa de Israel se arrepienta y se vuelva al Salvador
cuando Él venga por segunda vez. El mismo principio se aplica con relación a la ben-
dición espiritual que disfrutamos hoy. Una bendición espiritual dura más de lo que
pensamos. Yo sigo disfrutando bendiciones que recibí hace muchos años. Una bendi-
ción espiritual, por tanto, es de crucial importancia.
El Nuevo Testamento nos dice que bendigamos a otros y que no los maldigamos (Lc.
6:28; Ro. 12:14). Aun cuando seamos aborrecidos, perseguidos y difamados, debemos
bendecir a los que nos persiguen y orar para que el Señor los perdone. El sentir nuestro
debe ser que ninguna persona esté bajo maldición.
Para nosotros hoy en día, el fuego consumidor puede ser una señal de que Dios ha
aceptado nuestro ofrecimiento a Él, o puede ser el juicio de Dios a causa de nuestras
ofensas. ¿Cómo sabemos si el fuego consumidor es señal de que Dios nos acepta o si es
el juicio de Dios? Podemos discernirlo por la situación en que nos encontremos. Si dis-
frutamos a Cristo y lo ofrecemos a Dios, el fuego consumidor será la señal de que Dios
nos ha aceptado; pero si hemos cometido alguna ofensa contra el gobierno de Dios, el
fuego que nos sobrevenga será el juicio de Dios por haber tocado Su gobierno. Éste es
un asunto serio.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TREINTA Y TRES
LA LECCIÓN Y LAS NORMAS
PARA LOS SACERDOTES
(1)
Lectura bíblica: Lv. 10:1-11
En los capítulos del 1 al 9 de Levítico, hemos visto las ofrendas y sus respectivas leyes,
la consagración de Aarón y de sus hijos, el inicio del servicio sacerdotal y el resultado
de dicho servicio. El resultado del servicio sacerdotal incluye la aparición de Dios, la
aparición de la gloria de Dios, la bendición dada al pueblo y el fuego que sale de delante
de Dios y que consume el holocausto (9:24). Este fuego consumidor, que representa la
santidad de Dios, lo usa Dios en dos casos distintos, uno positivo y otro negativo. En el
caso positivo, cuando tenemos algo que presentarle a Dios y se lo ofrecemos, Él lo
acepta consumiéndolo por fuego. Esta acción de consumir es positiva; ello significa que
Dios ha aceptado lo que somos, lo que hacemos y lo que tenemos para Él. En el caso
negativo, el fuego santo viene de parte de Dios como juicio. Este caso negativo —el caso
de Nadab y Abiú— se encuentra en Levítico 10:1-11, la sección que consideraremos en
este mensaje.
El caso de Nadab y Abiú descrito en 10:1-11 concuerda con los eventos relatados en el
capítulo anterior. Pareciera que este triste incidente ocurrió el mismo día en que “salió
fuego de delante de Jehová y consumió el holocausto y las grosuras que estaban sobre
el altar” (9:24).
Nadab y Abiú, hijos de Aarón, hicieron algo que aparentemente era bueno: ellos ofre-
cieron algo a Dios. No obstante, ofrecieron “fuego extraño” (10:1), esto es, fuego co-
mún, no el fuego que viene de los cielos. Dios juzgó el ofrecimiento del fuego extraño
consumiendo a los dos sacerdotes que lo ofrecieron. Esto nos muestra, por una parte,
que Dios es misericordioso y benévolo, y por otra, que Él es muy severo y estricto. Des-
pués de las bendiciones de aquel excelente y glorioso día descrito en el capítulo 9, el
día en que Dios dio inicio a la aplicación de Cristo para el disfrute de Su pueblo, pro-
bablemente nosotros habríamos tolerado el error relatado en el capítulo 10. Pero Dios
no lo toleró. Inmediatamente después de bendecir, Dios vino a juzgar.
El fuego celestial que consumió las ofrendas fue totalmente positivo. Este fuego consu-
midor fue una clara confirmación de que Dios es el Dios vivo y verdadero, y que Él
estaba con Su pueblo, el pueblo de Israel. Además, este fuego consumidor era una con-
firmación de lo que Moisés había hecho y de lo que había dicho al pueblo respecto a
Dios. Antes de aquel momento, los Israelitas quizás se preguntaban qué clase de Dios
tenían, porque aunque habían oído hablar de Él por medio de Moisés, no lo habían
visto. Ahora habían tenido un día especial, un día formal y oficial, en que se dieron toda
clase de leyes, normas y ofrendas. En ese día apareció la gloria de Dios, y Su bendición
descendió sobre Su pueblo; más aún, en aquel día hubo la aceptación divina de las
ofrendas. Esta aceptación vino en forma de fuego consumidor. Este fuego descendió
del cielo; no provenía de la tierra, ni se había originado en los hijos de Israel. Cuando
el fuego descendió del cielo a un lugar específico —al altar—, donde estaban las ofren-
das, y consumió dichas ofrendas, todos los del pueblo lo vieron, dieron un grito reso-
nante y se postraron sobre sus rostros (9:24b).
Poco después, el fuego consumidor apareció de nuevo, pero esta vez en forma negativa.
En lugar de mostrar aceptación, el fuego santo juzgó. En el capítulo 9, el fuego santo
consumió en señal de aceptación; en el capítulo 10, el fuego santo consumió en señal
de juicio. Refiriéndose a Nadab y Abiú, 10:2 dice: “Salió fuego de delante de Jehová y
los consumió, y murieron delante de Jehová”. Algo semejante a esto ocurrió en Hechos.
En el día de Pentecostés, la gloria de Dios descendió del cielo (Hch. 2:1-4), pero no
mucho después, una pareja engañó al Espíritu Santo y murió como consecuencia de
ello (5:1-11). En el caso de Levítico 10, el ofrecimiento de algo no santificado, un fuego
común y mundano, acarreó juicio. El fuego santo y celestial consumió a Nadab y Abiú,
y éstos murieron.
Cuanto más consideramos el caso de Nadab y Abiú, más nos percatamos de que Dios
no sólo es misericordioso, sino también santo, y que Él no sólo es benévolo, sino tam-
bién severo. Por consiguiente, no debemos ser descuidados en nuestro servicio a Él ni
tampoco en la manera en que tratamos las cosas divinas.
Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, este mismo principio se aplica con
respecto al resultado de servir a Dios y tocar las cosas divinas descuidadamente. En el
caso de Nadab y Abiú, y en el de Ananías y Safira, el resultado fue la muerte. Esto nos
muestra que tocar los asuntos divinos descuidadamente es algo muy serio y que puede
acarrear muerte. Conforme al Nuevo Testamento, esta muerte quizás no sea física, sino
espiritual.
Nadab y Abiú fueron juzgados no porque hubieran hecho algo que no era para Dios,
sino porque actuaron en conformidad con la vida natural. Ellos hicieron algo para Dios,
pero de una manera natural. Quizás amaban a Dios, pero lo amaban de una manera
natural.
Debemos ser ardientes y fervorosos por el Señor; no obstante, nuestro fervor no debe
ser natural, sino espiritual. La manera en que dejamos de ser personas naturales y
avanzamos para ser personas espirituales consiste en tomar el camino de la cruz. La
cruz debe eliminar todo lo que somos en la vida natural. El hombre natural ya fue cru-
cificado juntamente con Cristo. Ahora en nuestra vida y andar cristianos debemos te-
ner la actitud de que nuestro hombre natural ya fue crucificado y que debe ser
desechado. Puesto que la vida natural ya fue condenada, nosotros debemos condenarla
hoy. Debemos comprender que nuestro hombre natural ya fue juzgado por Dios en la
cruz y que, por tanto, no debemos estimarlo ni tenerlo en cuenta.
Todos debemos aprender a no tocar las cosas santas de Dios valiéndonos de la vida
natural. No sólo lo que hacemos debe ser apropiado, sino también la manera en que lo
hacemos. No basta simplemente con hacer lo correcto. Debemos hacer lo correcto en
la manera correcta. Ofrecer fuego extraño a Dios es hacer lo correcto en la manera in-
correcta, y esto acarrea el juicio de muerte.
La vida de Moisés es un buen ejemplo de lo que es dar muerte al hombre natural. Moi-
sés dijo que “los días de nuestros años son setenta años”, y son ochenta años “si hay
vigor” (Sal. 90:10). Según su entendimiento, la edad de ochenta años marca el fin de la
vida humana. Es muy significativo, por tanto, que Moisés fuese llamado por Dios a la
edad de ochenta años. Esto indica que la vida natural de Moisés había llegado a su fin
y que todo cuanto él hizo para Dios, lo hizo en resurrección. A la edad de ochenta años,
Moisés tuvo un nuevo comienzo, y a partir de entonces no actuó según su vida natural,
sino conforme a un espíritu de resurrección.
El fuego que ofrecieron Nadab y Abiú era un fuego común; no era el fuego procedente
del altar. El fuego del altar, por haber tocado las ofrendas, era santo y estaba santifi-
cado. Sin embargo, Nadab y Abiú, en lugar de ofrecer el fuego santificado y que santi-
fica, ofrecieron un fuego común. Dicho fuego no provenía de Jehová, sino del hombre;
no provenía de los cielos, sino de la tierra, y no tenía la expiación como fundamento.
Sin expiación, la situación entre el hombre y Dios no puede ser apaciguada; más bien,
los problemas entre el hombre y Dios aún permanecen.
Debido a la influencia del catolicismo y del protestantismo, hoy en día muchos cristia-
nos actúan a la ligera y descuidadamente con respecto a la adoración y el servicio que
le rinden a Dios. No toman la adoración y el servicio con la debida seriedad y, por ello,
ejercitan la vida natural, lo cual les acarrea muerte espiritual.
El fuego del versículo 2 sirve también para que Dios sea santificado en aquellos siervos
Suyos que se acercan a Él (v. 3a). La muerte de Nadab y Abiú santificó a Dios. La muerte
de ellos nos muestra que Dios no es común, sino santo, y que no debemos ofrecerle a
este Dios santo nada que sea común. De la muerte de Nadab y Abiú aprendemos que
Dios debe ser honrado como Dios santo que es. Si no tomamos en serio las cosas con
Él, seremos juzgados, y Él será santificado en el juicio infligido sobre nosotros.
El fuego del versículo 2 sirve también para que Dios sea glorificado ante Su pueblo (v.
3b). Tal vez para Aarón y el pueblo este fuego consumidor no hubiera sido más que un
castigo y juicio, pero para Dios, este fuego estaba relacionado con Su glorificación.
El requisito expresado del versículo 6 indica que debemos tomar en serio a Dios. Al
acercarnos a Él y al tocar los asuntos referentes a Su servicio y obra, debemos hacerlo
con toda solemnidad. Aun si sufrimos la pérdida de parientes a causa de la muerte
infligida por el juicio de Dios, debemos atender a los intereses de Dios y no a los nues-
tros. El hecho de comportarnos en semejante situación como si no hubiéramos sufrido
ninguna pérdida demuestra que estamos sujetos a la autoridad de Cristo como Cabeza.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TREINTA Y CUATRO
LA LECCIÓN
Y LAS NORMAS
PARA LOS SACERDOTES
(2)
Lectura bíblica: Lv. 10:12-20
En el mensaje anterior abarcamos la lección para los sacerdotes. En este mensaje con-
sideraremos las normas para los sacerdotes.
II. LAS NORMAS
PARA LOS SACERDOTES
A pesar de que en un día de gloria, un día lleno de bendición y disfrute, algo severo le
sucedió a Aarón (10:1-11), en 10:12 se expresa nuevamente la misericordia y la gracia
de Dios. “Moisés dijo a Aarón, a Eleazar y a Itamar, los hijos que le quedaban: Tomad
la ofrenda de harina que queda de las ofrendas de Jehová presentadas por fuego, y
comedla sin levadura junto al altar, pues es cosa santísima”. Este versículo no habla
del holocausto, de la ofrenda por el pecado ni de la ofrenda por las transgresiones, sino
de la ofrenda de harina. La ofrenda de harina en este caso guarda relación con la mise-
ricordia y la gracia de Dios. Según nuestra manera de pensar, inmediatamente después
de la corrección hecha en 10:1-11, Aarón y sus hijos necesitarían una ofrenda por el
pecado. Sin embargo, Moisés les dijo que comieran la ofrenda de harina. A Aarón y a
sus hijos se les ofreció algo para que comieran. Darle a los demás algo de comer en
tiempo de necesidad equivale a mostrarles misericordia.
El fuego santo que consumió a Nadab y Abiú fue para juicio. Este juicio no se ejecutó
sobre los incrédulos, sino sobre el pueblo de Dios. Según 1 Corintios 11:27-32, esta clase
de juicio constituye un castigo disciplinario, una corrección misericordiosa, y no un
juicio para perdición. El juicio de Dios sobre los dos hijos de Aarón no puso fin a la
misericordia que Dios manifiesta a Su pueblo. Como lo indica Levítico 10:12, la mise-
ricordia de Dios vino juntamente con Su castigo y corrección.
Quisiera recalcar una vez más el hecho de que la ofrenda de harina mencionada en los
versículos 12 y 13 viene inmediatamente después del juicio disciplinario infligido a Na-
dab y Abiú, e indica que Dios es misericordioso. Después de este juicio mortal, Moisés
no dijo: “Aarón, has cometido errores, y ahora es el momento en que debes ofrecer a
Dios una ofrenda por el pecado”. En lugar de decirles a Aarón y a sus hijos que ofrecie-
ran una ofrenda por el pecado o un holocausto, Moisés les dijo que comieran lo que
quedaba de la ofrenda de harina. Esto indica que el Dios que juzga y corrige sigue
siendo misericordioso.
La ofrenda de harina, que era cosa santísima, debía ser comida en un lugar santo, esto
es, en el lugar donde Dios está. Esto significa que la ofrenda de harina debía comerse
en la presencia de Dios. Además, debía comerse al lado de la cruz (el altar). Sin la cruz,
no tenemos la debida posición para disfrutar nada de Cristo. La ofrenda de harina tam-
bién debía comerse sin pecado (sin levadura) como ofrenda que pudiera ser aceptada
por Dios en el fuego de Su santidad.
El pecho y el muslo debían ser comidos en un lugar limpio, lo cual representa una con-
dición limpia lejos del pecado o de cualquier cosa negativa. Además, debían comerse
como ofrenda que Dios pudiera aceptar en el fuego de Su santidad.
En la época del Antiguo Testamento, Cristo aún no había venido; sin embargo, había
un tipo que apuntaba a Cristo. Este tipo era el sacrificio animal ofrecido a Dios como
ofrenda por el pecado. En el Día de la Expiación se inmolaba el animal, y su sangre
derramada era llevada al Lugar Santísimo y rociada sobre la tapa del Arca. De esta ma-
nera, el problema entre Dios y el hombre quedaba cubierto, mas no solucionado. Esta
acción de cubrir el pecado satisfacía temporalmente los requisitos de Dios. Esto es lo
que significa hacer expiación, apaciguar, hacer algo por la parte que está en deuda a fin
de satisfacer a la parte que exige, lo cual trae paz a ambas partes.
Hebreos 9:12 habla claramente de la obra redentora de Cristo y nos dice que “por Su
propia sangre” Cristo “entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, obteniendo
así eterna redención”. La redención que Cristo efectuó y consumó se obtuvo cuando Él
llevó Su sangre a los cielos y la roció allí. De esta manera Cristo halló, obtuvo o logró la
redención. La redención fue efectuada por Cristo en la cruz, y el Cristo Redentor obtuvo
dicha redención de mano del Dios redentor. Lo que recibimos hoy no es una mera ex-
piación ni una especie de apaciguamiento, sino la redención efectuada y consumada.
Ahora disfrutamos de tal redención.
Levítico 10:17 y 18 indica que nosotros, los sacerdotes neotestamentarios, somos par-
tícipes del Cristo que es la ofrenda por el pecado presentada por los creyentes en el
sentido de que participamos en la vida de Cristo, la vida que lleva sobre sí los pecados
de otros, como el suministro de vida que nos capacita para sobrellevar los problemas
del pueblo de Dios. Si hemos de tomar a Cristo como ofrenda por el pecado, debemos
comprender que después de comer a tal Cristo, debemos sobrellevar los problemas del
pueblo de Dios.
Uno come no sólo para estar satisfecho, sino también para trabajar (2 Ts. 3:10). Si co-
memos a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, la ofrenda que logró redención
por nosotros y resolvió los problemas que teníamos con Dios, debemos tomar la res-
ponsabilidad de resolver los problemas del pueblo de Dios.
Si usted se da cuenta de que cierto hermano tiene problemas con el pecado, primera-
mente debe sobrellevar la carga de orar por él. Luego, según lo dirija el Espíritu, puede
ir a visitarlo, no para condenarlo ni para hacerle ver su fracaso, sino para tener comu-
nión con él e introducirlo en la presencia del Señor y en el sentir de la misericordia y
gracia del Señor. Si puede introducirlo en la luz de Dios, la luz brillará sobre él y dentro
de él, y él verá su pecaminosidad, sus errores y sus defectos.
Por consiguiente, la mejor forma de ayudar a un hermano pecaminoso es que usted sea
una persona que vive en comunión con el Señor. Entonces, al visitar a alguien así, lle-
vará consigo una atmósfera de comunión y ayudará a aquella persona a entrar en co-
munión con el Dios que ilumina. En esta comunión, el hermano será alumbrado y po-
drá percibir la misericordia y gracia de Dios. La misericordia y gracia de la vida divina
ablandarán su corazón endurecido y calentarán su corazón frío. (Puesto que el pecado
endurece y enfría el corazón del pecador, es necesario que el corazón de un hermano
pecaminoso sea ablandado y calentado). Bajo la luz de Dios, la cual ablanda y calienta
nuestro corazón, el hermano verá su pecaminosidad y la confesará. No habrá necesidad
de que usted se la mencione. Esta manera de ayudar a un hermano pecaminoso es el
camino del amor en sabiduría.
Si queremos sobrellevar los problemas del pueblo de Dios, debemos disfrutar rica-
mente a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado. Entonces, con mucha oración y
consideración, podemos acercarnos a otros en amor y con sabiduría, para ministrarles
el Cristo que es la vida que pone fin al pecado, a fin de que así ellos puedan tomar
medidas con respecto a sus pecados. Si contactamos a otros de esta manera, no les
haremos daño a ellos ni a la iglesia; antes bien, sobrellevaremos los problemas del pue-
blo de Dios.
D. Debido a su debilidad
en cuanto al juicio de Dios sobre Nadab y Abiú,
Aarón y sus hijos no son idóneos
para comer la ofrenda por el pecado
Debido a su debilidad en cuanto al juicio de Dios sobre Nadab y Abiú, Aarón y sus hijos
no eran idóneos para comer la ofrenda por el pecado (Lv. 10:16-17a, 19-20). Esto sig-
nifica que si somos débiles en aceptar el juicio de Dios sobre los servidores con quienes
tenemos una relación íntima y cercana, no podremos participar de Cristo como nuestra
ofrenda por el pecado en el aspecto de tomar Su vida sin pecado como nuestro sumi-
nistro de vida que nos capacita para ministrar a los creyentes el Cristo que es la vida
que pone fin al pecado.
“Moisés preguntó con diligencia acerca del macho cabrío de la ofrenda por el pecado,
pero ya había sido quemado. Así que se enojó con Eleazar e Itamar, los hijos que le
habían quedado a Aarón, diciendo: ¿Por qué no habéis comido la ofrenda por el pecado
en el lugar del santuario?” (vs. 16-17a). Puesto que la sangre de la ofrenda por el pecado
no había sido llevada al interior del santuario, ellos debieron haber comido la ofrenda
como lo había ordenado Moisés (v. 18). Moisés, por tanto, los reprendió por no hacerlo.
Entonces, Aarón dijo a Moisés: “Mira, hoy ellos han presentado su ofrenda por el pe-
cado y su holocausto ante Jehová, ¡y me han acontecido tales cosas! Si yo hubiera co-
mido hoy la ofrenda por el pecado, ¿acaso habría agradado a Jehová?” (v. 19). Por un
lado, Aarón y sus hijos eran débiles con respecto al juicio de Dios; por otro, Aarón tuvo
la debida consideración, pues él y sus hijos se lamentaron y se entristecieron, así que
comer la ofrenda por el pecado bajo tales circunstancias no habría agradado al Señor.
Así que, Aarón le dijo a Moisés que debido a su dolor, no habría sido apropiado comer
la ofrenda por el pecado. “Cuando Moisés oyó eso, le pareció bien” (v. 20). La respuesta
dada por Aarón agradó a Moisés, quién representaba a Dios; por consiguiente, Dios
también debió de haber estado complacido.
Este incidente indica que con respecto a cumplir con las normas establecidas por Dios,
en la misericordia de Dios, hay un margen para ciertas consideraciones según nuestras
circunstancias. Aarón y sus hijos no habían guardado las normas de Dios de una ma-
nera legal. Ellos no siguieron las normas divinas, no debido a una actitud desobediente,
sino debido a que supieron considerar sus circunstancias, lo cual fue positivo.
Estos versículos nos muestran también que no debemos guardar las normas de Dios
de forma apresurada. Aarón y sus hijos no guardaron las normas divinas de forma
apresurada, sino que tuvieron en cuenta la situación y circunstancias en que se encon-
traban y, debido a ello, no observaron la ordenanza de manera legalista. Lo que Aarón
y sus hijos hicieron aparentemente iba en contra de la norma establecida por Dios, pero
en realidad, fue algo hecho en sabiduría.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TREINTA Y CINCO
PALABRAS DE CONCLUSIÓN
ACERCA DE LAS OFRENDAS Y EL SACERDOCIO
Lectura bíblica: He. 1:2-3; 2:14; 3:1; 4:14-15; 6:20; 7:22, 25-26; 8:1-2; 9:11-12,
24-28; 10:5-7, 9-10, 19-21; 12:2, 24; 13:21
Este mensaje, el cual se centrará en Hebreos como estudio expositivo de Levítico, es una con-
clusión a todos los mensajes dados anteriormente acerca de las ofrendas y el sacerdocio.
EL CRISTO TODO-INCLUSIVO
SEGÚN SE REVELA EN HEBREOS
En el libro de Hebreos se hacen muchas referencias al libro de Levítico, sobre todo a las ofren-
das y al sacerdocio. Por ejemplo, Levítico habla a menudo del sumo sacerdote. Ningún otro
libro del Nuevo Testamento habla tanto acerca de Cristo en calidad de Sumo Sacerdote como
lo hace el libro de Hebreos.
El libro de Levítico en sí no nos muestra cuán grande, excelente, maravilloso, todo-inclusivo e
inagotable es el Cristo que ofrecemos y disfrutamos como las ofrendas. En Levítico podemos
ver que todas las ofrendas tipifican a Cristo, pero no alcanzamos a percatarnos ni a darnos
cuenta de cuán grandioso es Cristo. No hay palabras que puedan expresar la grandeza del Cristo
que es todas las ofrendas.
Si hemos de recibir una revelación de lo todo-inclusivo que es Cristo, debemos acudir al libro
de Hebreos. Hagamos ahora un breve repaso de los aspectos de Cristo revelados en Hebreos.
El Precursor
Hebreos 6:20 revela que Cristo es nuestro Precursor. El Señor Jesús, como Precursor, fue el
primero en pasar a través de un mar tempestuoso y entrar en el albergue celestial, el lugar que
está detrás del velo (v. 19), para ser nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, el
orden del sacerdocio que se lleva a cabo tanto en humanidad como en divinidad. Como Precur-
sor, Él abrió el camino a la gloria.
Dios preparó un cuerpo humano para Cristo, el Dios-hombre encarnado (v. 5), para
que Él fuese el reemplazo de todas las ofrendas del Antiguo Testamento. Al reemplazar
consigo mismo las ofrendas del primer pacto, Cristo hizo la voluntad de Dios (vs. 7, 9),
que consistía en quitar lo primero, las ofrendas del Antiguo Testamento, para estable-
cer lo segundo, Él mismo como la realidad de todas aquellas ofrendas.
Este Cristo maravilloso es nuestra porción perpetua. Eso significa que el Cristo todo-
inclusivo es nuestra porción eterna de la cual podemos disfrutar. Nosotros no sólo ofre-
cemos Cristo a Dios, sino que también disfrutamos a Cristo mientras lo ofrecemos a
Dios. Por consiguiente, disfrutamos a Cristo juntamente con Dios, ya que nosotros y
Dios comemos a Cristo juntos en comunión. Este disfrute es maravilloso, y no hay pa-
labras humanas que puedan describirlo adecuadamente.
CRISTO, LA DÁDIVA QUE HEMOS RECIBIDO
DE PARTE DE DIOS
Cristo es la dádiva que Dios nos dio. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado
a Su Hijo unigénito” (Jn. 3:16). En las ofrendas, Cristo es también la dádiva que noso-
tros le ofrecemos a Dios. (La palabra hebrea traducida “ofrenda” en Levítico 1:2 es cor-
bán, que significa “regalo o presente”). ¿Qué dádiva podría ser más grande que Cristo?
¡Sin duda Cristo es la dádiva más grande!
Hoy nosotros disfrutamos a Cristo como una dádiva de parte de Dios en la “tienda de
regalos“ de la iglesia. Cada iglesia local es una tienda de regalos que exhibe a Cristo.
Este regalo único tiene miles de aspectos. Así como un diamante tiene muchas facetas,
también Cristo tiene muchísimas facetas. En una faceta, Él es el Padre, mientras que
en otra, Él es el Hijo.
EL CRISTO INAGOTABLE
ES EL ESPÍRITU VIVIFICANTE
QUE MORA EN NOSOTROS
Hebreos 13:21 dice que Dios nos perfecciona en toda obra buena para que hagamos Su
voluntad, haciendo Él en nosotros lo que es agradable delante de Él por medio de Je-
sucristo. Este versículo indica que el Cristo grandioso, maravilloso e inagotable está
ahora dentro de nosotros. El Cristo que está en nosotros es el Espíritu vivificante (1 Co.
15:45). Como Espíritu dentro de nosotros, Él está muy disponible, y podemos experi-
mentarle fácilmente. Si tan sólo oráramos un poco, entraríamos en nuestro espíritu
mediante la oración para tener contacto con esta persona y la disfrutaríamos. Él es
inagotable, y a la vez, está muy disponible a nosotros. A medida que le disfrutemos en
los aspectos mencionados anteriormente, experimentaremos más Su humanidad, Su
divinidad, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión, y creceremos en Él en todos estos
aspectos.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TREINTA Y SEIS
EL DISCERNIMIENTO EN LA DIETA
Lectura bíblica: Lv. 11:1-24a, 26-27a, 29-31a, 41-44; Hch. 10:9b-14, 27-29
El libro de Levítico se puede dividir en dos secciones principales. La primera sección,
que incluye los capítulos del 1 al 10, abarca las ofrendas y el sacerdocio; la segunda
sección, que incluye los capítulos del 11 al 27, abarca el vivir santo del pueblo santo de
Dios. Después que Dios habla de las ofrendas y del sacerdocio en la primera sección,
Él habla acerca de todo Su pueblo en la segunda sección. Los sacerdotes no son los
únicos que deben llevar una vida santa y un vivir santo. El pueblo de Dios, entre el cual
sirven los sacerdotes, también debe ser santo.
Levítico es un libro de tipos, un libro de tipología. En los primeros siete capítulos vemos
las distintas clases de ofrendas, las cuales son tipos. El sacerdocio, descrito en los ca-
pítulos del 8 al 10, también debe considerarse un tipo. Además, todos los asuntos rela-
cionados con el vivir santo del pueblo santo de Dios, presentados en los capítulos del
11 al 27, también deben ser considerados como tipos. Estos capítulos tratan sobre el
vivir de los israelitas, el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Sin embargo, si en-
tendemos correctamente los tipos, comprenderemos que todos los tipos contenidos en
estos capítulos son tipos del vivir de los creyentes neotestamentarios.
Por ser Levítico un libro de tipos, es necesario hacer una exposición de él. Sin la debida
exposición, a cualquiera se le dificultaría entender este libro; no obstante, hay quienes
han dicho que no se necesita la exposición de la Biblia. Según el concepto de ellos, si
uno no entiende algún pasaje de la Palabra la primera vez que lo lee, debe leerlo una y
otra vez hasta que lo entienda. Sin embargo, esto no sucede con relación a un libro
como Levítico. Les aseguro que aunque ustedes leyeran Levítico centenares de veces,
no lo podrían entender. Así que, si hemos de entenderlo, éste nos tiene que ser abierto
por la debida exposición.
El libro de Levítico ha sido abierto por el pueblo de Dios de una manera colectiva; éste
ha sido abierto por el pueblo de Dios para el pueblo de Dios. El primero en empezar a
abrir este libro fue el apóstol Pablo, quien expuso Levítico mientras escribía la Epístola
a los Hebreos. Pedro también recibió cierto entendimiento de Levítico por medio de la
visión que le fue dada en Hechos 10. La visión de un “objeto semejante a un gran lienzo”
(v. 11), en el cual había toda clase de animales, fue el cumplimiento de Levítico 11. He-
chos 10, por tanto, es una exposición de Levítico 11. Con esto vemos que la exposición
del libro de Levítico comenzó con los apóstoles.
Esta exposición ha continuado a lo largo de los siglos, y ahora estamos apoyados sobre
los hombros de los expositores que nos han precedido. En particular, nos sentimos en-
deudados con la Asamblea de los Hermanos, quienes fueron levantados por el Señor
en Inglaterra hace un siglo y medio. Después de ser salvo, estuve con los Hermanos por
siete años y medio. Durante aquellos años, aprendí mucho de ellos acerca de la tipolo-
gía y las profecías. Los maestros entre los Hermanos tenían mucho que decir acerca de
los animales mencionados en Levítico 11. Sin la ayuda que recibí de parte de ellos, no
podría entender lo que se abarca en este capítulo. Así como yo estoy apoyado sobre los
hombros de los Hermanos, ustedes están apoyados sobre mis hombros. Espero que en
los años venideros, ustedes, quienes ahora están apoyados sobre mis hombros, vean
más que lo que yo he visto.
Puesto que el libro de Levítico se escribió totalmente a manera de tipos, algunos ver-
sículos son muy difíciles de entender. Un versículo sumamente difícil de entender se
encuentra en 11:3a, que habla de “todo animal de casco partido y pezuña hendida”
(BNC). Aquí vemos dos asuntos: tener pezuña dividida y tener casco partido. El ver-
sículo 7 dice que el cerdo tiene la pezuña dividida y el casco partido. ¿Cuál es la dife-
rencia entre estas dos cosas? No lo sé. La versión china de la Biblia pone estas dos
expresiones en aposición como si se refirieran a lo mismo. En otras palabras, los eru-
ditos que prepararon dicha traducción consideraron que tener la pezuña dividida era
lo mismo que tener el casco partido. Por tanto, se requiere más estudio para ver la
diferencia entre tener la pezuña dividida y tener el casco partido.
I. EL SIGNIFICADO DE COMER
Lo primero que debemos considerar con respecto al discernimiento en la dieta es el
significado de comer. Conocer este significado es conocer el verdadero significado de
comer según Levítico 11.
Por ejemplo, hablemos de la diferencia que existe entre ir al teatro y asistir a una
reunión de la iglesia. Ir al teatro equivale a hacer algo terrenal, pero asistir a una
reunión de la iglesia equivale a hacer algo celestial. Sin embargo, una persona —incluso
un cristiano— que no tenga pezuña dividida verá muy poca diferencia entre ir al teatro
y asistir a una reunión de la iglesia. Tal persona carece de discernimiento con respecto
a las actividades en que participa. Con respecto a tales actividades, dicha persona no
tiene capacidad de discernimiento. Por tanto, debemos tener cuidado al relacionarnos
con este tipo de personas, ya que el contacto que tengamos con ellas podría contami-
narnos. Debemos tener pezuñas divididas, esto es, debemos tener la capacidad y fuerza
para discernir lo que procede de Dios y lo que no procede de Él, así como también lo
que debemos hacer y lo que no debemos hacer.
Rumiar significa recibir la palabra de Dios reflexionando sobre ella una y otra vez. Así
como la vaca rumia, nosotros también debemos reflexionar sobre la palabra de Dios
una y otra vez. Podemos hacer esto mientras oramos-leemos temprano por la mañana.
Mientras oramos-leemos la palabra, podemos reflexionar sobre ella una y otra vez.
Esto es rumiar a fin de recibir el nutrimento reflexionando sobre lo que hemos recibido
de la palabra de Dios.
En los versículos 2 y 3 vemos la sabiduría de Dios. Las dos expresiones “pezuña divi-
dida” y “rumia” son muy significativas. Por una parte, debemos rumiar, esto es, debe-
mos comer la palabra de Dios masticándola una y otra vez; por otra, debemos llevar un
andar lleno de discernimiento. Sin embargo, hoy en día hay muchos que no tienen pe-
zuñas divididas ni tampoco rumian; nunca tienen el menor contacto con la palabra de
Dios. No debemos relacionarnos con personas que no tienen pezuñas divididas ni ru-
mian. Debemos evitar a tales personas, no sea que nos afecten y ejerzan influencia so-
bre nosotros.
Las escamas protegen y guardan de la sal marina a los peces que viven en aguas saladas.
Los peces pueden vivir en agua salada por muchos años sin ser salados debido a que
tienen escamas que repelen la sal. Por tanto, las aletas fortalecen al pez para moverse,
y las escamas lo protegen de la sal.
En la Biblia, el mar representa el mundo caído y corrupto. Hoy en día el mundo entero
es un vasto mar, y muchos de los que viven en este mar no tienen aletas ni escamas.
Ellos no se pueden mover libremente en el mundo y, a la vez, resistir su influencia.
Como creyentes en Cristo, debemos poseer aletas y escamas que nos permitan mover-
nos libremente en el mar del mundo sin ser salados por él.
Por una parte, nosotros mismos debemos tener aletas y escamas; por otra, debemos
tener cuidado de relacionarnos con personas que no tengan aletas ni escamas. Cuí-
dense de amigos, de vecinos e incluso de familiares que no tengan aletas ni escamas.
Al oír esto, tal vez algunos digan: “¿Qué debemos hacer entonces respecto a visitar a la
gente en sus hogares para predicarles el evangelio? ¿Debemos ir solamente a las casas
de personas que tengan escamas?”. Yo contestaría que ir con este propósito constituye
una gran escama que nos protege. Con todo, aun al predicar el evangelio debemos tener
cuidado al tener contacto con las personas. No quisiéramos ser salados con la sal del
mundo.
C. Las aves que tienen alas para volar
y que se alimentan de semillas de vida
como su suministro alimenticio
Las aves que tienen alas para volar y que se alimentan de semillas de vida como su
suministro alimenticio (cfr. vs. 13-19) representan a las personas que pueden vivir y
accionar llevando una vida alejada del mundo y por encima de éste y que, además, to-
man las cosas propias de la vida divina como su suministro de vida. Por tener alas para
volar, las aves limpias pueden volar lejos del mundo y elevarse por encima de él. Ade-
más, las aves limpias se alimentan de semillas de vida como su suministro alimenticio.
En cambio, las aves inmundas mencionadas en 11:13-19 no se alimentan de semillas.
Puesto que las semillas de vida no les satisfacen, estas aves inmundas se alimentan de
cadáveres.
Nosotros los cristianos debemos ser como aves que tienen alas y que se alimentan de
semillas de vida. Esto significa que debemos vivir y accionar llevando una vida alejada
del mundo y por encima de éste y que, además, debemos tomar las cosas propias de la
vida divina como nuestro suministro de vida. Más aún, al relacionarnos con los demás,
incluso con otros creyentes, debemos discernir si son aves limpias, como los gorriones,
que se alimentan de semillas, o si son aves inmundas, como los gavilanes, que se com-
placen en alimentarse de animales muertos. Si nos relacionamos con aves inmundas,
ellas ejercerán influencia sobre nuestros gustos y con el tiempo nos volveremos aves
inmundas. Por esta razón, debemos tener cuidado al tener contacto con aquellos que
se alimentan de las cosas propias de la muerte.
Si queremos llevar una vida santa, debemos considerar la clase de personas con las
cuales nos relacionamos. ¿Tienen pezuña dividida y rumian? ¿Poseen aletas y esca-
mas? ¿Tienen alas para volar? ¿Se alimentan de semillas de vida y no de las cosas pro-
pias de la muerte? ¿Tienen alas y piernas largas? ¡Cuán agradable es relacionarnos con
tales personas!
III. LAS CATEGORÍAS DE SERES VIVOS
QUE NO SON LIMPIOS
EN CUANTO A LA DIETA
Levítico 11 presenta cinco categorías de seres vivos que no son limpios en cuanto a la
dieta.
A. Los animales
que no tienen pezuña dividida
y los que andan en cuatro patas
Los animales que no tienen pezuña dividida y los que andan en cuatro patas (vs. 4-8a,
26a, 27a) representan a personas que no tienen discernimiento con respecto a las acti-
vidades en las que participan y a personas que andan y se mueven sin ejercer ningún
discernimiento.
Si queremos vivir de una manera santa, debemos tener cuidado referente al contacto
que tenemos con las personas. Relacionarnos con las personas es algo de suma impor-
tancia, sobre todo para nosotros los cristianos. No debemos tener contacto con las per-
sonas sin la debida precaución ni debemos entablar amistades de manera descuidada.
Como lo indica la Biblia, las amistades que se entablan de manera descuidada termi-
narán por corrompernos.
Todos debemos aprender a tener cuidado y precaución al tener contacto con las perso-
nas. Debemos conocer las cuatro categorías de seres vivos que son limpios y las cinco
categorías de seres vivos que son inmundos. Cuando vayamos a tener contacto con al-
guien, debemos preguntarnos si esa persona es limpia o inmunda. Esto nos protegerá
y guardará de contaminarnos o corrompernos.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TREINTA Y SIETE
LA ABSTENCIÓN DE TODA MUERTE
Lectura bíblica: Lv. 11:24-25, 27b-28a, 31-35, 39-40, 36a, 37, 3, 9, 21, 44-45
Hemos visto que el capítulo 11 de Levítico hace hincapié en el asunto de la dieta, el
asunto del comer. Ahora debemos ver que este capítulo también hace mucho hincapié
en la muerte. En Levítico 11 se usa la palabra cadáver o cadáveres por lo menos trece
veces, y muertos o muere es usada tres veces. Sin la muerte, no habría cadáveres; de
ahí que un cadáver denote muerte. Mientras haya un cadáver, hay muerte.
Que la muerte sea mencionada en relación con nuestra dieta indica que lo que come-
mos, nuestra dieta, es un asunto de vida y muerte. Si tenemos contacto con cosas lim-
pias, recibiremos vida; pero si tenemos contacto con cosas inmundas, recibiremos
muerte.
Después que Dios creó al hombre, lo puso frente a estos dos árboles (Gn. 2:8-9). El
árbol de la vida es simple, llana, íntegra y absolutamente un árbol de vida. Con respecto
a este árbol no hay complicación alguna; únicamente posee un solo elemento: la vida.
El hombre que Dios creó, por consiguiente, se encontraba frente al árbol de la vida.
En la Biblia, Dios es representado o simbolizado por un árbol (cfr. Os. 14:8). Cuando
Dios se encarnó y vivió en la tierra, Él dijo de Sí mismo: “Yo soy la vid” (Jn. 15:5a). Una
vid se extiende a medida que crece, y es por ello que está disponible a nosotros. Un
pino, por el contrario, crece hacia arriba. No podríamos tocar la copa de un pino que
ha crecido completamente, pero sí tenemos fácil acceso a una vid. Me alegro de que el
Señor no dijo que era un pino, sino que era una vid. Nuestro Dios es elevado, pero
descendió al grado de convertirse en una vid, extendiéndose a los cuatro confines de la
tierra.
Esta vid es el árbol de la vida. Podemos demostrar esto al unir Juan 15:5a con Juan
14:6a, donde el Señor declara: “Yo soy [...] la vida”. Por una parte, Él es la vid, un árbol;
por otra, Él es la vida. Por consiguiente, Él es el árbol de la vida. Cristo, la corporifica-
ción del Dios Triuno, es el árbol de la vida.
La Biblia no sólo comienza con el árbol de la vida, en Génesis, sino que también con-
cluye con el árbol de la vida, en Apocalipsis. Apocalipsis 22:2a dice: “A uno y otro lado
del río, estaba el árbol de la vida”. El versículo 14 del mismo capítulo añade: “Biena-
venturados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida”. Estos
versículos hablan sobre el árbol de la vida, el cual está en la Nueva Jerusalén. ¿Y qué
acerca de hoy? Hoy en día, en la vida de iglesia podemos disfrutar a Cristo como árbol
de la vida. Según Apocalipsis 2:7, el Señor prometió darse a nosotros como árbol de la
vida para nuestro deleite. “Al que venza, le daré a comer del árbol de la vida, el cual
está en el Paraíso de Dios”. La vida de iglesia hoy en día es una figura anticipada, una
miniatura, de la Nueva Jerusalén, la cual es el Paraíso de Dios. Por tanto, en un sentido
muy real, en la vida de iglesia nosotros estamos verdaderamente en el Paraíso de Dios,
disfrutando a Cristo como nuestro árbol de la vida.
En el huerto del Edén no sólo estaba el árbol de la vida, sino también el árbol del cono-
cimiento del bien y del mal. El árbol de la vida representa a Dios mismo como la tota-
lidad y fuente de la vida. Cuando Dios puso a Adán en el huerto, Él sabía que en este
universo había también otra fuente: Satanás, el enemigo de Dios. No sólo existe una
fuente, Dios, quien es la fuente de la vida, sino también otra fuente, Satanás, la fuente
de la muerte. Así como Dios es la totalidad y fuente de la vida, Satanás es la totalidad y
fuente de la muerte. Por consiguiente, el árbol del conocimiento del bien y del mal re-
presenta la muerte.
La vida es pura y sencilla, mientras que la muerte está llena de complicaciones. El árbol
que representa la muerte es el árbol del conocimiento del bien y del mal. En él vemos
tres cosas que hacen de la muerte un asunto complicado: el conocimiento, el bien y el
mal. Puesto que el conocimiento está relacionado con la muerte, cuanto más conoci-
miento adquiramos, mayor será nuestra participación en la muerte. Asimismo, el bien
tiene que ver, no con la vida sino con la muerte. El mal, por supuesto, es un elemento
propio de la muerte. Todos asociamos el mal con la muerte, pero es posible que asocie-
mos el conocimiento y el bien con la vida. Sin embargo, según la Biblia, la vida se men-
ciona por aparte, mientras que la muerte se menciona junto con el conocimiento y con
el bien. A la postre, el conocimiento, el bien y el mal redundan en la muerte.
Si hemos de llevar una vida santa, debemos abstenernos de todo lo que pertenezca a la
muerte. En particular, debemos abstenernos de esparcir chismes, una práctica muy
común. Los que tienen el hábito de chismorrear a menudo aparentan estar preocupa-
dos por los demás y por su situación; en realidad, debido a que tienen el hábito de
contar chismes, lo que buscan es más conocimiento con el propósito de chismorrear.
La fuente de donde proviene el hábito de chismorrear es el árbol del conocimiento del
bien y del mal.
Por medio de la caída de Adán, dicho árbol fue plantado en nosotros. Pese a que hemos
sido salvos y a que Dios como árbol de vida fue plantado en nuestro ser, el árbol del
conocimiento del bien y del mal todavía está en nosotros. Eso significa que cada uno
de nosotros es un huerto del Edén en miniatura. Dentro de nosotros está Dios como
árbol de la vida y también Satanás como árbol del conocimiento del bien y del mal.
La práctica de chismorrear no tiene nada que ver con el árbol de la vida, ya que el
chisme jamás imparte vida a los oyentes. Contar chismes es involucrarse con la muerte;
es esparcir a los demás muerte, la cual pertenece al enemigo de Dios. Abstenerse de
contar chismes es abstenerse de la muerte. Si hemos de llevar una vida santa, una vida
que se abstiene de todo lo relacionado con la muerte, tenemos que apartarnos de la
fuente de la muerte, es decir, tenemos que apartarnos del árbol del conocimiento del
bien y del mal.
La muerte contamina más que el pecado y es más abominable. Pero según nuestros
conceptos, el pecado es un problema más grave que la muerte. Si no tenemos el con-
cepto correcto en cuanto a la muerte, no nos será fácil comprender que la muerte con-
tamina más que el pecado. Debido a nuestros conceptos éticos y morales, sabemos que
mentir es pecaminoso. Si alguien nos miente, condenaremos esa mentira como algo
pecaminoso. Sin embargo, quizás no nos demos cuenta de que una charla ética también
podría estar llena de muerte. Por ejemplo, tal vez no estemos conscientes de que hablar
con un hermano acerca de su familia podría estar relacionado con la muerte. Dicha
conversación podría ser ética, y al mismo tiempo, estar llena de muerte.
Usando otro ejemplo, haré notar que incluso darle un libro a un hermano podría estar
relacionado con la muerte. Supongamos que un hermano le da un libro a otro hermano
con la intención de complacerlo. Aun algo tan bueno como esto podría estar lleno de
muerte. No debemos dar algo a un hermano con la intención de complacerlo, sino sen-
cillamente porque al hacerlo seguimos la dirección del Señor. Tener un propósito, una
intención, al dar algo a un hermano es jugar a la política.
Supongamos que alguien le regala un libro a un hermano para complacerlo a fin de que
más tarde tome partido por él. Dicha intención está llena de muerte, y los que tienen
entendimiento espiritual, discernimiento espiritual, reconocerán esto. El resultado de
dar un libro con esta intención es formar un partido, y tal partido esparcirá muerte. El
que recibe el libro será el primero en ser contaminado por la muerte, y después, entre
estos dos hermanos que han formado el partido, no habrá más que muerte. Aparente-
mente la acción de dar el libro era buena, pero en realidad tenía que ver con la muerte.
Esto nos sirve de ejemplo para ver que la muerte está más encubierta que el pecado.
No es fácil reconocer lo que hay detrás de una acción y discernir que aquello está lleno
de muerte. Un acto como el de regalar un libro tal vez sea muy bien visto, pero es posi-
ble que esté lleno de la inmundicia de la muerte. Sin duda alguna, la muerte es más
contaminante y más abominable que el pecado.
A. Mediante la ofrenda
por las transgresiones todo pecado
será perdonado inmediatamente
Levítico 5 revela que mediante la ofrenda por las transgresiones todo pecado será per-
donado inmediatamente (vs. 2, 17-18). Esto nos muestra que resolver el problema del
pecado, esto es, que nuestro pecado sea perdonado, es algo sencillo. Todo lo que hace-
mos es ofrecer la ofrenda por las transgresiones, y luego somos perdonados.
VIII. CONCLUSIÓN
Ahora quisiera añadir unas palabras de conclusión a lo que hemos abarcado en estos
dos mensajes sobre el capítulo 11 de Levítico.
A. Cristo es la realidad de la limpieza
Comer guarda relación con la limpieza. Esta limpieza tipifica al propio Cristo que es
nuestro contenido, suministro de vida y alimento espiritual. Cristo es la verdadera lim-
pieza. Él es la realidad de la limpieza.
C. En términos de tipología:
1. Cristo tiene pezuña dividida y rumia
Cristo tiene pezuña dividida y rumia (v. 3). Cuando Cristo anduvo en la tierra, Sus “pe-
zuñas” estaban claramente divididas, y Él también “rumiaba”. Él estaba lleno de dis-
cernimiento y recibía la palabra de Dios reflexionando mucho sobre ella.
D. Cristo es el suministro
en cada aspecto de nuestra vida diaria
Incluso un capítulo como Levítico 11 está lleno de Cristo. Él es nuestro suministro en
cada aspecto de nuestra vida diaria. Como realidad de todas las cosas positivas del uni-
verso (Col. 2:17), Él es todos los seres vivos limpios. Todos los seres vivos limpios que
andan sobre la tierra, viven en el agua y vuelan en el aire son tipos de Cristo. Cristo es
Aquel que puede remontar vuelo en el aire y vivir en el agua salada. Además, todas las
ofrendas mencionadas en los capítulos del 1 al 7 también tipifican a Cristo. Ante Dios,
Cristo es todas las ofrendas. Mientras tengamos a Cristo, tenemos aquello apropiado
que podemos contactar, comer y digerir. En todo sentido, Él es nuestro suministro de
vida; Él incluso es nuestra limpieza.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TREINTA Y OCHO
LA INMUNDICIA PRESENTE
EN EL NACIMIENTO HUMANO
Lectura bíblica: Lv. 12; Col. 2:11-12; He. 10:5-7
En este mensaje sobre el capítulo 12 llegamos al tema de la inmundicia presente en el
nacimiento humano. Levítico 12 revela que la fuente misma de nuestro ser es inmundo.
El capítulo 11 nos insta a ser cuidadosos al tener contacto con ciertas clases de personas
para no ser contaminados, pero el capítulo 12 nos muestra que somos totalmente in-
mundos por nacimiento. La inmundicia es la fuente de la cual hemos nacido.
Nosotros somos inmundos por nacimiento, y ahora, en nuestro vivir, seguimos siendo
inmundos. No somos inmundos simplemente por haber tocado algo inmundo; somos
inmundos por nacimiento. Éramos inmundos aun cuando estábamos en el vientre de
nuestra madre. Por consiguiente, nacimos en inmundicia y, por ello, vivimos en in-
mundicia. No importa cuán cuidadosos seamos, seguimos siendo inmundos por el sim-
ple hecho de ser parte de la humanidad. No solamente somos inmundos, sino que so-
mos la inmundicia misma. Los seres humanos son totalmente inmundos. Si estamos
bajo la iluminación del Señor, bajo la luz divina, nos daremos cuenta de que de pies a
cabeza somos la inmundicia en su totalidad.
La segunda sección de Levítico no sólo nos muestra quiénes somos, sino también qué
somos. Somos la inmundicia misma. Sin embargo, Levítico nos exige llevar una vida
santa. ¿Cómo puede la inmundicia llevar una vida santa? Lógicamente, esto es impo-
sible; es absolutamente imposible que la inmundicia pueda llevar una vida santa. No
obstante, como veremos después, en la salvación de Dios encontramos la provisión que
nos permite llevar una vida santa.
2. La inmundicia de la humanidad
procede desde adentro
En contraste con la inmundicia en la dieta presentada en el capítulo 11, la cual proviene
de afuera, la inmundicia de la humanidad procede desde adentro. El capítulo 11 abarca
la inmundicia externa, pero el capítulo 12 abarca la inmundicia que hay en nuestro
interior, la inmundicia de todo nuestro ser desde que nacimos. Levítico 12, por tanto,
va al origen mismo de la inmundicia y toca la raíz de la inmundicia. El capítulo 11 sim-
plemente nos exhorta a llevar una vida limpia, teniendo contacto sólo con lo que es
limpio y evitando lo que es inmundo. Esta clase de limpieza es externa; sólo guarda
relación con nuestra conducta externa. Sin embargo, el capítulo 12 toca nuestro naci-
miento, no solamente nuestra conducta externa que viene después de nuestro naci-
miento. Por consiguiente, Levítico 12 aborda el origen del cual provenimos.
¿Cómo tomamos medidas con respecto a nuestra inmundicia? Los siguientes dos pun-
tos, que son de crucial importancia, contestarán esta pregunta.
Después de una semana de siete días, viene el octavo día. El octavo día marca un nuevo
comienzo, el comienzo de una nueva semana. En la Biblia, el octavo día se refiere a la
resurrección de Cristo. La resurrección, por supuesto, marca un nuevo comienzo. La
muerte pone fin a un viejo ciclo, mientras que la resurrección da inicio a un nuevo ciclo
y, por ende, constituye un nuevo comienzo.
Como cristianos, hemos tenido dos comienzos. Tuvimos el primer comienzo cuando
nacimos en inmundicia y fuimos introducidos en la inmundicia. Al nacer, éramos la
inmundicia misma. En cuanto a nacionalidad, tal vez seamos diferentes; pero en
cuanto a nuestro verdadero ser, todos somos iguales. Todo ser humano, independien-
temente de su linaje, nace en inmundicia. Éste fue nuestro primer comienzo.
Según el plan de Dios, la economía de Dios, Él ha hecho posible que tengamos un se-
gundo comienzo, un nuevo comienzo. Dios cuenta el tiempo por semanas. El fin de una
semana es el fin de un ciclo, el cual es seguido por un nuevo ciclo. Nuestro nuevo ciclo
no se halla en la creación original, sino en la resurrección. Nacimos en la vieja creación,
pero volvimos a nacer para ser una nueva creación. Según el primer comienzo, perte-
necíamos a la categoría de la vieja creación, la cual está representada por siete días. En
la economía de Dios, el ciclo de la vida humana dura siete días. Después de nacer en la
vieja creación, permanecimos ahí únicamente siete días. Luego, al octavo día, el día de
la resurrección de Cristo, tuvimos un nuevo comienzo.
Debemos estar llenos de gozo cada vez que, en nuestra lectura de la Biblia, encontre-
mos las palabras el octavo día o el primer día de la semana (Jn. 20:1, 19, 26). Hoy en
día, como creyentes en Cristo, no estamos en los primeros siete días, sino que estamos
en el octavo día. Estamos en el segundo ciclo. Este período es eterno, ya que en Cristo
viviremos para siempre. El Señor Jesús dijo: “Todo aquel que vive y cree en Mí, no
morirá eternamente” (11:26). Mientras que nuestro segundo ciclo es eterno, nuestro
primer ciclo es muy corto, pues dura sólo siete días. Ya sea que seamos salvos a co-
mienzos de nuestra vida o en una edad avanzada, a los ojos de Dios nuestro primer
ciclo tiene únicamente una semana de duración. Dios, en Su economía, ha acortado
nuestro primer ciclo, pero Él ha prolongado nuestro segundo ciclo, e incluso lo ha he-
cho eterno, así como Él es eterno.
Levítico 12:3 dice: “Al octavo día la carne del prepucio del niño será circuncidada”. Cir-
cuncidar equivale a cortar algo; significa el cercenamiento de esa parte de nuestro ser
que ha sido condenada por Dios. De hecho, todo nuestro ser debe ser circuncidado,
eliminado. Circuncidar todo nuestro ser equivale a darle muerte.
Desde el momento en que nacimos éramos la inmundicia misma, la cual sirve única-
mente para que se le dé muerte. Conforme a nuestro primer ciclo, éramos buenos úni-
camente para que se nos diera muerte. Ésta es la razón por la cual Juan el Bautista
mandaba que las personas se arrepintieran (Mt. 3:1-2). Luego, a aquellos que se arre-
pentían, Juan los bautizaba, los introducía en la muerte (vs. 5-6). Ser bautizado signi-
fica ser sepultado. Cuando nos arrepentimos, todo nuestro ser fue cortado, puesto a
muerte, y después fue sepultado. Según Colosenses 2:11-12, nuestro bautismo fue nues-
tra circuncisión. Por consiguiente, ser circuncidado sencillamente significa ser puesto
a muerte y sepultado.
A nuestro ser, por encontrarse en el primer ciclo, había que llevarlo a su fin dándole
muerte y sepultándolo. Esto sucedió en el octavo día, el día de la resurrección. En ese
día, la muerte puso fin al viejo hombre, el hombre del primer ciclo. En tipología, en
figura, esa muerte está representada por la circuncisión. Es por ello que, en el Antiguo
Testamento, conforme a la dispensación o economía de Dios, todo varón tenía que ser
circuncidado en el octavo día. Esto es un tipo que significa que todos debemos ser ani-
quilados, cortados, y que este aniquilamiento ocurre en la resurrección de Cristo. Esto
es conforme a la economía de Dios.
Nuestra salvación es el milagro más grande del universo. Antes de la fundación del
mundo, fuimos escogidos y predestinados en Cristo (Ef. 1:4-5). En la eternidad, fuimos
destinados a estar en Cristo. Luego, en el tiempo, nacimos, y a la postre llegamos a ser
creyentes. Ahora estamos en Cristo.
Como ya hemos dicho, la circuncisión significa que la carne de una persona inmunda
es desechada mediante la muerte de Cristo a fin de que dicha persona sea introducida
en la resurrección de Cristo, no sólo para ser lavada, sino también para experimentar
un nuevo comienzo en la vida divina. La carne es todo nuestro ser. Según la Biblia, los
seres humanos caídos son carne (Ro. 3:20). Nuestra carne fue desechada mediante la
muerte de Cristo, es decir, mediante la cruz. Como resultado, fuimos introducidos en
la resurrección de Cristo, no sólo para ser lavados, sino también para experimentar un
nuevo comienzo en la vida divina.
Cuando en el pasado ustedes leyeron Levítico 12, ¿llegaron a darse cuenta de que este
capítulo indica que se nos dio muerte y que después se nos introdujo en la resurrección
de Cristo? El hecho de que se nos diera muerte lo indica la palabra circuncisión, y el
hecho de que se nos introdujera en la resurrección de Cristo lo indican las palabras al
octavo día. La circuncisión representa la cruz de Cristo, y el octavo día representa la
resurrección de Cristo. Conforme a nuestro primer ciclo, nacimos en inmundicia y fui-
mos introducidos en la inmundicia; incluso al nacer éramos la inmundicia misma. Pero
en la salvación provista por Dios experimentamos el octavo día, el cual nos introdujo
en un nuevo ciclo. Éste es el nuevo comienzo que experimentamos en Cristo.
En este capítulo Cristo no sólo es revelado a través del octavo día y la circuncisión, sino
también mediante dos clases de ofrendas: el holocausto y la ofrenda por el pecado.
Tanto el holocausto como la ofrenda por el pecado son Cristo mismo. Cristo satisface
cada una de nuestras necesidades. Su muerte es nuestra circuncisión, y Su resurrección
es nuestro octavo día. Luego, una vez que hemos pasado por Su muerte y Su resurrec-
ción, aún necesitamos que Él sea nuestro holocausto y nuestra ofrenda por el pecado.
Nosotros necesitamos a Cristo como holocausto debido a que no llevamos una vida de
absoluta entrega a Dios. Cristo, en cambio, sí llevó tal vida. Por tanto, como holocausto,
Cristo toma nuestro lugar; Él nos reemplaza. Ahora nosotros lo tomamos a Él como
nuestro holocausto. En Él, somos uno con Él como holocausto que es ofrecido a Dios.
Por tanto, Él es nuestro holocausto, y en Él nosotros somos un holocausto para Dios.
Además de no llevar una vida de absoluta entrega a Dios, somos pecaminosos a los ojos
de Dios. Por consiguiente, necesitamos que Cristo sea no sólo nuestro holocausto, sino
también nuestra ofrenda por el pecado.
En Levítico 12, cuatro asuntos aluden a Cristo: el octavo día, la circuncisión, el holo-
causto y la ofrenda por el pecado. Cada uno de ellos indica que Cristo satisface nuestra
necesidad. Su muerte hizo que concluyera nuestro viejo ciclo, y Su resurrección dio
inicio a nuestro nuevo ciclo. Ahora necesitamos a Cristo para llevar una vida de abso-
luta entrega a Dios y una vida exenta de pecado. A fin de satisfacer esta necesidad, Él
es nuestro holocausto y nuestra ofrenda por el pecado.
El capítulo 12 revela que al nacer éramos la inmundicia misma y que nuestro ser debe
ser totalmente eliminado al ser cortado mediante la muerte de Cristo. Cuando Cristo
fue crucificado, nosotros también fuimos crucificados; de este modo, se nos puso fin,
fuimos cortados, fuimos circuncidados. Luego, en Él, fuimos introducidos en Su resu-
rrección, la cual marcó un nuevo comienzo para nosotros, el comienzo de un nuevo
ciclo. Ahora, en este nuevo ciclo, Él es nuestra vida y nuestro vivir, por cuanto Él es
nuestro holocausto, esto es, un vivir de absoluta entrega a Dios. Él es también la
ofrenda por el pecado que se encarga del pecado aún presente en nuestra carne mien-
tras vivamos en la tierra. ¡Él ciertamente satisface nuestra necesidad!
Mediante este estudio de Levítico 12, podemos ver una vez más cuán maravillosa es la
Biblia. En los ocho versículos de este capítulo vemos mucho en cuanto a lo que nosotros
mismos somos y a nuestro origen, y también con respecto a Cristo mismo, la muerte
que Él sufrió por nosotros y Su resurrección.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE TREINTA Y NUEVE
LA INMUNDICIA PROCEDENTE DEL INTERIOR
DEL HOMBRE
(1)
Lectura bíblica: Lv. 13:2-28
En Levítico 11 vimos que necesitamos ejercer discernimiento en cuanto a la dieta, dis-
cernimiento en el comer; esto es, debemos tener cuidado con respecto a lo que contac-
tamos y recibimos. En el capítulo 12 vimos que el nacimiento humano conlleva inmun-
dicia, ya que al nacer éramos la inmundicia misma. Ahora, en el capítulo 13 llegamos
al asunto de la lepra.
Es difícil analizar la lepra. Podríamos decir que la lepra se origina fuera de la persona,
es decir, que es causada cuando los gérmenes de la lepra entran en la persona. No obs-
tante, también podríamos decir que la lepra se origina en el interior de la persona, ya
que ella no desarrolla lepra sino hasta que el elemento de la lepra ha entrado en su ser
para dar lugar a dicha enfermedad. La lepra, por tanto, involucra una causa externa y
un efecto interno. La causa proviene del entorno, pero el efecto se da en el interior de
la persona.
La lepra en realidad no se origina en el interior de una persona, sino que empieza por
fuera, cuando ciertos gérmenes o bacterias entran en el ser de la persona. Entonces la
lepra brota del interior de la persona, tal como lo muestran tres casos del Antiguo Tes-
tamento: el caso de Miriam, el de Giezi y el de Uzías.
La lepra siempre es causada por la rebelión. Miriam se rebeló contra Moisés, quien era
la autoridad delegada por Dios. Su rebelión tenía una causa, la cual era que Moisés
había contraído matrimonio con una mujer cusita (Nm. 12:1). Como consecuencia de
su rebelión, Miriam se volvió leprosa (v. 10). Su lepra se debió a su rebelión.
En 2 Crónicas 26:16-21, el rey Uzías se rebeló contra lo que Dios había ordenado con
respecto al sacerdocio. Según esta norma, el rey no podía participar en el sacerdocio.
Pero Uzías se rebeló contra esta norma y, como resultado de ello, se volvió leproso. En
cada uno de esos tres casos, la lepra primero entró en la persona que se rebeló y luego
brotó de su interior.
Según el Antiguo Testamento, la lepra tiene una causa, y esta causa es rebelarse contra
la autoridad de Dios, contra la autoridad delegada de Dios, contra las normas dispues-
tas por Dios y contra la economía de Dios. Todos debemos reconocer que nos hemos
rebelado contra la autoridad de Dios y contra Su autoridad delegada. Además, a me-
nudo nos hemos rebelado contra las normas dispuestas por Dios. Por último, también
nos hemos rebelado en contra de toda la economía de Dios. Por consiguiente, a los ojos
de Dios, todos nos volvimos leprosos. La lepra entró en nosotros y luego brotó de nues-
tro interior.
El pecado, de hecho, es lepra. En el sentido bíblico, el pecado denota rebelión. Así que,
el pecado es rebelión contra Dios, contra la autoridad representativa de Dios o delegada
por Dios, y contra el plan, arreglo, gobierno y administración de Dios. En un sentido
general, el pecado es rebelión contra la economía de Dios. Esta rebelión fue inventada,
iniciada, por Satanás mismo. Con el tiempo, el pecado entró en la humanidad. “El pe-
cado entró en el mundo por medio de un hombre” (Ro. 5:12a). Este pecado, esta lepra,
habiendo entrado en el hombre, produce muchas clases de pecados. Como consecuen-
cia de ello, somos leprosos. Siempre que hacemos algo en contra de Dios, aquello es
leproso. Así pues, vemos que el pecado guarda relación con la lepra. La lepra representa
el pecado.
Cuando el Señor Jesús descendió del monte donde decretó la constitución del reino de
los cielos, lo primero que hizo fue limpiar a un leproso (Mt. 8:1-4). Este leproso repre-
senta a los descendientes caídos de Adán, todos los cuales son leprosos. El pecado que
fue inventado por Satanás entró en la humanidad a través de Adán y nos constituyó a
todos leprosos. Ahora la lepra produce muchas clases de pecados, es decir, diversas
expresiones o manifestaciones propias de la rebelión.
Fricciones con otros también son señal de lepra. No debemos pensar que las fricciones
que se dan entre los hermanos son insignificantes. Las fricciones son una erupción que
indica que la lepra está brotando del interior de una persona. Lo mismo es cierto con
respecto a la soberbia y la exaltación propia. Todos éstos son síntomas, señales, de que
uno está leproso.
C. La mancha lustrosa
es blanca en la piel del cuerpo
y no es más profunda que la piel,
y el pelo en ella no se ha vuelto blanco
El versículo 4a habla del caso en que la mancha lustrosa en la piel del cuerpo es blanca
y no es más profunda que la piel, y el pelo en ella no se ha vuelto blanco. Éstas son
buenas señales, buenos síntomas, no señales de lepra, pues significan que uno no en-
cubrió el mal comportamiento, sino que lo confesó, y que la fortaleza para llevar un
comportamiento apropiado no se ha deteriorado.
D. La infección se ha oscurecido
y no se ha extendido en la piel
Levítico 13:6 dice: “Al séptimo día el sacerdote lo examinará otra vez; si la infección se
ha oscurecido y no se ha extendido en la piel, el sacerdote lo declarará limpio; es sólo
una costra”. Que la infección se hubiera oscurecido y no se hubiera extendido en la piel
significa que la debilidad de la persona fue absorbida por la vida divina mediante la
obra de recobro que, con Su gracia, Cristo realizó en ella. Tal persona ha sido sanada,
recobrada.
En la vida de iglesia, todos somos probados en cuanto a cuán puros somos con respecto
a nuestras motivaciones, propósito y acciones. La vida de iglesia mostrará dónde nos
encontramos, qué somos y quiénes somos. Nuestra persona, nuestro corazón, nuestra
mente, nuestra parte emotiva, nuestras intenciones, nuestras motivaciones y nuestros
propósitos, todo ello será puesto a prueba por la vida de iglesia. Tal vez nuestros moti-
vos sean puros hasta cierto grado, pero no son absolutamente puros. ¿Quién de entre
nosotros puede decir que es completamente puro en cuanto a sus motivaciones, inten-
ciones, voluntad y propósito? Ninguno de nosotros podría afirmar esto. Recuerden que
somos la inmundicia misma por nacimiento, el conjunto total de la inmundicia. Es im-
posible que alguien que es el conjunto total de la inmundicia tenga absoluta pureza de
motivos.
Si vemos que somos el conjunto total de la inmundicia y que es imposible ser comple-
tamente puros en cuanto a nuestros motivos, intenciones y propósitos, nos daremos
cuenta de cuánto necesitamos la plena salvación de Dios. Necesitamos a Cristo junto
con Su muerte y Su resurrección. Necesitamos que Cristo sea nuestro holocausto y
nuestra ofrenda por el pecado. Como nuestro holocausto, Cristo es nuestro vivir. Como
nuestra ofrenda por el pecado, Cristo se encarga de nuestro pecado, no del pecado que
teníamos antes de ser salvos, sino del pecado que cometemos después de nuestra sal-
vación. Tenemos a Cristo junto con Su muerte y Su resurrección, y tenemos a Cristo
como nuestro holocausto y ofrenda por el pecado. Ésta es la plena salvación de Dios.
Antes de dormirnos en la noche, deberíamos dedicar algún tiempo para confesar nues-
tras faltas delante del Señor, pidiéndole que perdone nuestros pecados e impurezas.
En particular, debemos pedirle al Señor que nos perdone cualquier impureza en nues-
tros motivos. Debemos tomarle una vez más como nuestra ofrenda por el pecado y
como nuestra ofrenda por las transgresiones, y aplicar Su sangre preciosa y purifica-
dora a nuestra situación. Entonces, con una conciencia purificada, esto es, con una
conciencia que ha sido limpiada por la sangre y por el Espíritu, podremos dormir en
paz.
La segunda sección de Levítico, una sección que habla de un vivir santo, comienza con
estos tres asuntos: el discernimiento en cuanto a la dieta, la inmundicia de nuestro
nacimiento y nuestra condición leprosa. La lepra es el pecado que Satanás inventó. El
pecado entró en nosotros por medio de la caída de nuestro padre Adán. Cuando Adán
cayó, la misma lepra inventada por Satanás entró en nosotros. Esta lepra todavía per-
manece en nosotros. Fue por ello que Pablo declaró: “Si hago lo que no quiero, ya no
lo hago yo, sino el pecado que mora en mí” (Ro. 7:20). Pablo se dio cuenta de que el
germen de la lepra está dentro de nosotros. Habiendo entrado en nosotros, la lepra
ahora brota de nuestro interior en forma de pecados, ofensas y transgresiones. Al res-
pecto, necesitamos que Cristo sea nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por
las transgresiones.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CUARENTA
LA INMUNDICIA PROCEDENTE DEL INTERIOR
DEL HOMBRE
(2)
Lectura bíblica: Lv. 13:29-31, 33, 34b, 37-41, 45-46; 1 Co. 5:13
En el mensaje anterior hablamos sobre la lepra de modo general. En este mensaje hablaremos
sobre la lepra de una manera más detallada.
La barba, por su parte, no está relacionada con la gloria sino con la dignidad. No es fácil explicar
lo que es la dignidad. No sería acertado decir que la dignidad es una especie de honra. La dig-
nidad es, de hecho, el honor que una persona busca para sí. Una persona de alto nivel social
podría ser honrada por los demás; sin embargo, si ella se considera a sí misma digna de honor,
eso sería una cuestión de dignidad. En términos espirituales, la barba está relacionada con la
dignidad, o sea, con el honor que una persona busca para sí. Llevar barba es exhibir uno su
propia dignidad.
El hecho de que pudiera producirse una infección en la cabeza, la cual representa la gloria, y en
la barba, la cual representa la dignidad, indica que la lepra fácilmente puede esconderse detrás
de la gloria y dignidad humanas. Ser honrado por los demás no lo hace a uno leproso, pero
reclamar honra para sí mismo lo hace a uno leproso.
Levítico 13, un capítulo que nos revela la sabiduría de Dios, nos proporciona un diagnóstico
divino de nuestro pecado. La lepra es sinónimo de pecado, y el pecado es sinónimo de rebelión.
El pecado es rebelión. En el universo existe en realidad un solo pecado, y este pecado es la
rebelión.
Conforme a los principios que Dios estableció en Su creación, todo está en orden y está rela-
cionado con cierta clase de autoridad. La autoridad está presente por todas partes en el universo.
La autoridad se encuentra en la familia y en las escuelas. Si no hubiera autoridad en este país,
no habría paz ni orden. La rebelión es contraria a la autoridad. Los que se rebelan se oponen a
la autoridad.
Romanos 5 indica que pecar equivale a ser desobedientes. Fue por la desobediencia de Adán
que el pecado entró en el linaje humano (v. 19). ¿Sabe usted qué es la desobediencia? La desobe-
diencia es rebelión. La desobediencia es sinónimo de rebelión. La desobediencia es rebelión, y
la rebelión es sinónimo de Satanás. Así como la rebelión es sinónimo de Satanás, la autoridad
es sinónimo de Dios.
Todo lo que tenga que ver con la rebelión proviene de Satanás. La expresión de rebelión que
hoy está en nosotros tiene diversos aspectos. Cada aspecto constituye un pecado, una infracción,
una transgresión, un exceso o una ofensa. Estas cosas tal vez sean aparentemente insignifican-
tes, pero todas ellas son expresiones del pecado único: la rebelión.
Debemos recordar que el origen del pecado es la rebelión y que la rebelión es una invención de
Satanás. El pecado, por tanto, proviene de Satanás. Además, todo tipo de pecado posee la natu-
raleza de la rebelión y tiene la apariencia de la rebelión. Hasta el pecado más pequeño contiene
el elemento de rebelión. Por consiguiente, pecar es estar en rebelión contra Dios. Cada vez que
pecamos, nos rebelamos contra Dios.
Reclamar honra para uno mismo o procurar ser exaltado por los demás es señal de
lepra. El deseo de ser exaltados se puede observar en la conducta de los niños. Por
ejemplo, delante de los invitados, visitantes y parientes, el niño a menudo se exhibe
para ser admirado por ellos. El niño se comporta de esa manera porque procura ser
exaltado por los demás.
Incluso al dar mensajes es posible que procuremos ser exaltados por las personas. El
que habla puede arrogarse dignidad al mostrar cuán educado, culto y elocuente es. Es
muy fácil que alguien que habla en público se vuelva leproso de esta manera.
J. Calvo
El versículo 40 dice: “Si un hombre pierde el pelo de la cabeza, es calvo; es limpio”.
Esto significa sufrir menoscabo en nuestra sujeción a la autoridad, pero sin manifestar
rebelión. Aquí no vemos señal de rebelión; sólo vemos la señal con respecto a sufrir
menoscabo en la sujeción a la autoridad.
1. Prendas de lana
El versículo 47 habla sobre la infección de lepra en una prenda de lana. Las prendas de
lana representan mansedumbre en la conducta, en el contacto con los demás, etc. Por
ser suave, la lana representa un comportamiento manso.
2. Prendas de lino
Las prendas de lino (v. 47c) representan sencillez en la conducta, en el contacto con los
demás, etc. El lino es puro, sencillo y simple. Nuestra conducta, según es representada
por el lino, debe ser pura, sencilla y simple.
3. Prendas de cuero
Las prendas de cuero son abrigadas. Por tanto, las vestiduras hechas de cuero (v. 48b)
representan calidez en la conducta, en el contacto con los demás, etc.
Como representan estas tres clases de vestiduras, nuestra conducta debe manifestar
mansedumbre, sencillez y calidez hacia los demás. No debe haber lepra alguna —la ex-
presión de pecado y rebeldía— en ninguna de estas tres clases de conducta.
En la conducta manifestada en nuestro andar diario hay entretejidos, es decir, una con-
dición que incluye tanto a Dios como al hombre. No estamos completos si estamos bien
únicamente con Dios o únicamente con los hombres. Por tanto, debemos ser apropia-
dos tanto respecto a Dios como respecto a los hombres. De este modo, en nuestra ves-
timenta, es decir, en nuestra conducta, no habrá lepra ni en la urdimbre ni en la trama.
G. La corrosión leprosa,
una lepra corrosiva más penetrante
“Después que el objeto con la infección haya sido lavado, el sacerdote lo examinará; y
si la infección no ha cambiado de aspecto, aunque ésta no se haya extendido, dicho
objeto es inmundo. Lo quemarás al fuego; es una corrosión leprosa, esté lo raído en el
derecho o en el revés del objeto” (v. 55). La corrosión leprosa, una lepra corrosiva más
penetrante, es algo muy grave, pues representa al pecado que carcome, el cual cada vez
es peor y más profundo, sin que su aspecto sea alterado mediante el arrepentimiento y
la confesión. Ésta es la clase de pecado que puede dominar a una persona, devorándola
y consumiéndola completamente.
Debemos arrepentirnos y confesar toda falta que hayamos cometido en nuestra vida
matrimonial y en nuestra vida familiar. En nuestra vida matrimonial debemos estar
dispuestos a pedirle perdón a nuestro cónyuge. Si no estamos dispuestos a pedirle per-
dón, tendremos problemas con nuestro marido o esposa. En la vida familiar, los padres
deben estar dispuestos a pedir disculpas a sus hijos cuando los hayan ofendido. Las
palabras “lo siento” implican arrepentimiento y confesión.
El perdón que Dios otorga a Sus hijos tiene ciertos requisitos o condiciones. La condi-
ción principal es nuestra confesión (1 Jn. 1:9), y la confesión es resultado de nuestro
arrepentimiento. No podemos confesar algo si no nos hemos arrepentido.
Si hemos de llevar una vida santa, es necesario que conozcamos acerca del discerni-
miento en cuanto a la dieta, acerca de nuestro nacimiento y acerca de nuestra condi-
ción. Una vez que tengamos conocimiento de estas cosas, debemos darnos cuenta de
que necesitamos arrepentirnos a diario. Debemos arrepentirnos debido a que es muy
fácil cometer errores. Además, debemos arrepentirnos de lo que proviene de nuestro
interior. Podemos usar como ejemplo la limpieza de nuestro cuerpo. Durante el día, tal
vez nuestras manos no hayan tocado nada sucio; no obstante, lo que procede de nues-
tro interior nos ensucia. Por tanto, necesitamos un lavamiento diario. El mismo prin-
cipio se aplica a nuestra vida cristiana. Aunque no hayamos tocado nada inmundo, aún
debemos arrepentirnos de lo que procede del interior de nuestro ser. Esto significa que
debemos arrepentirnos no sólo de lo que hacemos, sino también de lo que somos. Re-
cordemos que somos el conjunto total de la inmundicia. Puesto que es así, diariamente
debemos arrepentirnos y confesar.
Los puntos que hemos abarcado en este mensaje nos muestran que debemos hacer
cuatro cosas: arrepentirnos, confesar, tomar medidas con respecto a ciertos asuntos y
eliminar ciertos asuntos. Si hemos de llevar una vida cristiana santa, apropiada y nor-
mal, diariamente debemos arrepentirnos, confesar, tomar medidas con respecto a las
flaquezas que tenemos e incluso con respecto a las que sospechamos tener, y eliminar
todas esas flaquezas de nuestra conducta. Esto nos muestra que tomar medidas con
respecto al pecado, la lepra y la rebelión incluye muchos detalles.
Los capítulos 13 y 14 de Levítico abarcan el asunto del pecado más detalladamente que
cualquier otro capítulo de la Biblia. Estos capítulos hablan del pecado que no sólo está
presente en nuestro ser y en nuestra conducta, sino también en nuestra casa, en nues-
tra morada. Por consiguiente, hay que tener en cuenta tres cosas al tomar medidas con
respecto al pecado: la lepra que hay en el cuerpo de uno, en sus vestiduras y en su casa.
Una persona puede ser inmunda primero con relación a su cuerpo, y luego con relación
a sus vestiduras y también con relación a su casa. Necesitamos ser purificados del pe-
cado, de la lepra, en estos tres aspectos.
Si queremos eliminar estas tres clases de lepra, debemos arrepentirnos una y otra vez,
incluso a cada hora. Por muy cuidadosos que seamos, no somos perfectos en nuestra
conducta ni en nuestro contacto con los demás. La única persona perfecta es el Señor
Jesús. Su comportamiento fue perfecto en todo aspecto. Nosotros, en cambio, definiti-
vamente no somos perfectos. Por nacimiento somos la inmundicia misma, y todo nues-
tro ser es inmundo. ¿Cómo, pues, podríamos ser perfectos? ¿Cómo podríamos ser pu-
ros? Para nosotros, esto es imposible. Por tanto, debemos arrepentirnos de nuestros
fracasos, confesar nuestros errores y tomar medidas con respecto a nuestros fracasos
y errores, e incluso buscar eliminarlos.
Debido a que este capítulo nos presenta un cuadro tan claro de nuestra situación ne-
gativa, ciertamente nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. Puedo testificar que
me ha ayudado mucho estudiar este capítulo a través de los años. No me es fácil olvidar
lo que soy, porque he sido alumbrado de una manera profunda y detallada por medio
de Levítico 13. He visto lo que soy en mí mismo. A menudo este capítulo me recuerda
que no tengo nada por lo cual sentirme orgulloso. Si no fuera por la misericordia del
Señor, esta lepra se extendería por todo mi ser y me consumiría.
Levítico 13 nos lleva a humillarnos. Este capítulo nos muestra que somos completa-
mente leprosos, que somos el conjunto total de la rebelión. La rebelión está presente
en cada parte de nuestro ser. En nosotros no hay sumisión, no hay sujeción, no hay
obediencia. Por tanto, debemos llevar una vida de arrepentimiento y confesión, una
vida en la que continuamente tomamos medidas con respecto a nuestras deficiencias y
las eliminamos mediante la cruz de Cristo. De este modo, podríamos llevar una vida
santa.
Digo “podríamos” porque por experiencia sé que no podemos ser perfectos ni siquiera
por un solo día. Tal vez tengamos un buen comienzo en la mañana, pero no nos vaya
muy bien el resto del día. ¿Ha sido perfecto usted alguna vez en llevar una vida santa
durante todo un día? Yo no recuerdo jamás haber tenido un día así. ¿Y qué de usted?
El capítulo 13 de Levítico revela que somos el conjunto total de la lepra. Cada aspecto
de la inmundicia en la que nacimos guarda relación con la lepra, con la rebelión. La
rebelión, la inmundicia, la lepra, el pecado: todos ellos son sinónimos. Decir que por
nacimiento somos la inmundicia misma equivale a decir que por nacimiento somos la
rebelión misma. Somos el conjunto total de la rebelión. Ya que ésta es nuestra situa-
ción, si deseamos llevar una vida santa, debemos arrepentirnos y confesar durante todo
el día.
Consideren la reacción de Isaías cuando vio la gloria de Cristo (Is. 6:1; Jn. 12:41). Él
dijo: “¡Ay de mí, porque soy muerto! / Pues soy hombre de labios inmundos, / y habito
en medio de un pueblo de labios inmundos” (Is. 6:5). En cuanto a nuestra lengua, Ja-
cobo dijo: “Ningún hombre puede domar la lengua” (Jac. 3:8a). Él también dijo: “Si
alguno no tropieza en palabra, éste es varón perfecto” (v. 2). ¡Cuántos problemas son
causados por nuestros labios y nuestra lengua! Cuando hablamos, es muy fácil decir
algo pecaminoso, algo que requiere nuestro arrepentimiento y confesión.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CUARENTA Y DOS
LA PURIFICACIÓN DEL LEPROSO
(1)
Lectura bíblica: Lv. 14:1-9
En este mensaje llegamos a un asunto muy maravilloso: la purificación del leproso. En
los mensajes anteriores vimos un cuadro negativo de lo que somos. Dicho cuadro ver-
daderamente pone al descubierto nuestro ser, revelando lo que somos en nosotros mis-
mos. Ahora llegamos al asunto de la purificación, la cual es la salvación todo-inclusiva
que Dios ha preparado y efectuado por nosotros. Aquí podemos ver a un Cristo que es
todo-inclusivo. Él tiene la sangre, el Espíritu y todo lo que necesitamos para ser lim-
pios. En Él tenemos la provisión de la salvación efectuada por Dios, una provisión que
es rica, completa y extensa. Todos debemos conocer esta purificación, esta salvación, y
experimentarla en plenitud.
El que había sido sanado de la lepra aún necesitaba ser purificado. Una cosa es ser
sanado, y otra, ser purificado. El proceso, el procedimiento, de purificación incluye
muchos asuntos, de los cuales hablaremos ahora.
1. Las avecillas
Las aves pueden trascender el ámbito terrenal. Las avecillas del versículo 4a represen-
tan a Cristo, quien vino desde los cielos, pero pertenece a los cielos y trasciende el ám-
bito terrenal.
4. Dos avecillas
Las dos avecillas representan, por una parte, que Cristo murió por nosotros para quitar
nuestra inmundicia, y por otra, que Él resucitó por nosotros para liberarnos de nuestra
debilidad. Cristo murió en la cruz para quitar nuestros pecados. Esto lo tipifica la pri-
mera avecilla. Cristo resucitó de entre los muertos para liberarnos de nuestra debilidad
por el poder, la fortaleza y la energía de la vida; esta vida es la vida de resurrección, la
vida que está en resurrección. También es la vida divina, la vida eterna e increada de
Dios. Nosotros recibimos esta vida de parte del Cristo resucitado, quien es tipificado
por la segunda avecilla. Por tanto, estas dos avecillas representan dos aspectos de
Cristo: Cristo en Su crucifixión y Cristo en Su resurrección.
C. Con hisopo
En 1 Reyes 4:33 Salomón “disertó sobre los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el
hisopo que brota en la pared”. El hisopo figura entre las plantas más pequeñas. El hi-
sopo mencionado en Levítico 14:4b representa que el Señor estuvo dispuesto a humi-
llarse al hacerse “semejante a los hombres” para estar cerca al hombre y ser su Salva-
dor. Por una parte, según lo tipifica la madera de cedro, el Señor posee el nivel de hu-
manidad más elevado; por otra, según lo tipifica el hisopo, Él estuvo dispuesto a humi-
llarse para hacerse accesible a nosotros.
D. Con escarlata
El color escarlata (v. 4b), un rojo oscuro, implica muchas cosas en la tipología. Aquí la
escarlata significa que el Señor se humilló al hacerse hombre a fin de hacer la voluntad
de Dios y derramar Su sangre en la cruz para nuestra redención, con lo cual llegó a ser
el Rey honorable y encumbrado. El color escarlata representa el derramamiento de
sangre; por tanto, representa la redención que Cristo efectuó al derramar Su sangre en
la cruz. El color escarlata también implica realeza. Cristo fue inmolado, crucificado,
para efectuar la redención, y por medio de dicha redención Él fue hecho Rey. El Salva-
dor no se hizo Rey luchando, sino al morir, es decir, al ser crucificado.
E. Una avecilla es degollada
en un vaso de barro sobre aguas corrientes
El versículo 5 dice: “El sacerdote mandará degollar una de las avecillas en un vaso de
barro sobre aguas corrientes”. La palabra hebrea traducida “corrientes” significa lite-
ralmente “vivas”. El vaso de barro lleno de aguas vivas, sobre el cual mandaban matar
la avecilla, significa que al morir el Señor en la carne, Él se ofreció a Sí mismo a Dios
mediante el Espíritu viviente y eterno (cfr. He. 9:13-14).
El vaso de barro representa la humanidad del Señor, y las aguas vivas representan al
Espíritu viviente y eterno de Dios. Una avecilla debía ser degollada en un vaso de barro
sobre aguas vivas. Esto significa que Cristo fue inmolado en Su humanidad, la cual
estaba llena del Espíritu viviente y eterno. En Hebreos 9:14 vemos el cumplimiento de
este tipo. Este versículo dice que Cristo, mediante el Espíritu eterno, se ofreció a Sí
mismo a Dios. Mientras moría en la cruz, Él se ofreció a Sí mismo a Dios mediante el
agua viva —el Espíritu eterno y viviente de Dios— que lo llenaba. Cuando Cristo estaba
en la cruz, Él no estaba solo, ya que el Espíritu eterno estaba en Él y con Él.
Sin las palabras que Pablo expresa en Hebreos 9:14 no podríamos entender el tipo de
Levítico 14:5. En el tipo se mencionan varios detalles de una manera muy sencilla. Aquí
tenemos un vaso de barro, aguas corrientes y una avecilla que era inmolada. Cuando
comparamos este tipo con Hebreos 9:14, vemos que cuando Cristo (la avecilla inmo-
lada) estaba siendo crucificado, Él estaba en Su humanidad (el vaso de barro), pero en
Él estaba el Espíritu eterno, el viviente Espíritu de Dios (las aguas vivas). Mediante el
Espíritu, el cual lo llenaba, Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios.
En 14:6 cuatro cosas —la otra avecilla, la madera de cedro, la escarlata y el hisopo— eran
mojadas en la sangre de la avecilla muerta. Yo creo que estas cuatro cosas eran atadas, o sea,
que la escarlata era el hilo con que se ataba a la avecilla, la madera de cedro y el hisopo, for-
mando así un solo manojo. Este manojo entonces era mojado en la sangre de la avecilla muerta
para después rociar siete veces con esa sangre al leproso que había de ser purificado.
La obra redentora del Señor, Su humanidad noble, elevada y humilde, y Su resurrección, as-
censión y glorificación, todo ello está implícito en este tipo. Hemos visto que la madera de
cedro tipifica la humanidad noble y elevada de Cristo, y que el hisopo representa Su humanidad
humilde. La avecilla inmolada, por supuesto, representa Su redención. ¿Qué es lo que repre-
senta Su resurrección, Su ascensión y Su glorificación? Su resurrección es representada por la
otra avecilla, la avecilla viva. Estas dos avecillas representan a Cristo en dos aspectos: en Su
muerte y en Su resurrección. Por una parte, Él fue inmolado, lo cual es representado por la
avecilla muerta; por otra, Él fue resucitado, lo cual es representado por la avecilla viva. El Cristo
que murió llegó a ser el Cristo viviente mediante la resurrección. La ascensión de Cristo es
representada por la avecilla viva que vuela y se eleva en el aire. La glorificación del Señor es
representada por la escarlata, que implica el reinado. Cristo es glorificado en Su reinado. Cristo
fue humillado en Su encarnación, fue avergonzado en Su crucifixión y fue glorificado en Su
reinado. Por consiguiente, en este tipo vemos al Cristo todo-inclusivo, puesto que aquí tenemos
Su humanidad, la cual es elevada y a la vez humilde, Su redención y Su resurrección, ascensión
y glorificación.
Reitero una vez más que para exponer este tipo es necesario conocer toda la Biblia. Ésta es la
teología apropiada, la teología bíblica. La teología bíblica tiene mucho que ver con la lepra en
Levítico 13 y 14. Si esta teología no incluyera el tema de nuestra lepra, estaríamos completa-
mente alejados de Dios. Él sería Dios, un Dios completamente ajeno a nosotros, y nosotros
seríamos leprosos, leprosos que estarían separados de Él. Pero la teología bíblica incluye el
asunto de nuestra lepra, y podemos ver a Dios en la tipología de Levítico 14:4-7. En este tipo
vemos la obra redentora del Señor y el poder salvador en Su resurrección. Fuimos redimidos
por el Cristo crucificado, y ahora estamos en el Cristo resucitado, elevándonos en el aire junto
con Él.
1. El pelo de la cabeza
El leproso que había de ser purificado tenía que rasurarse todo el pelo. El pelo de la
cabeza representa la gloria del hombre. Casi toda persona encuentra algo de que jac-
tarse, algo de lo cual pueda gloriarse en sí misma, algo de lo cual pueda hacer alarde
ante los demás. Esto es lo que tipifica el pelo de la cabeza.
2. La barba
La barba, que también debía ser afeitada, representa la honra del hombre. Por lo gene-
ral, las personas se consideran dignas de ser honradas y se sienten superiores a los
demás. Esto tiene que ver con la honra del hombre, lo cual es tipificado por la barba.
3. Las cejas
La belleza del rostro humano radica principalmente en las cejas. Así que, las cejas re-
presentan las características excelentes, méritos y virtudes del hombre. Éstos son los
aspectos buenos y fuertes que el hombre tiene por naturaleza, los cuales no provienen
de la experiencia que tenemos de la salvación de Dios, sino de nuestro nacimiento na-
tural.
5. Bañarse en agua
Bañarse en agua significa tomar medidas con respecto a todo nuestro ser. Esto equivale
a sepultar todo nuestro ser en agua.
Estos cinco aspectos, en conjunto, nos hablan de deshacernos del yo con toda su gloria,
honra, características excelentes, méritos, virtudes, fortaleza y capacidad. Si nos des-
hacemos de nosotros mismos en esta manera, ciertamente seremos limpios; no habrá
más lepra. Sin embargo, mientras exista el yo, tendremos lepra en alguna forma: en
nuestro cabello, en nuestra barba, en nuestras cejas, en el pelo de nuestro cuerpo, en
nuestro yo. Por tanto, todo nuestro ser debe ser lavado, sepultado, aniquilado, en aguas
profundas. Cuando no tengamos nada ni seamos nada, entonces seremos limpios.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CUARENTA Y TRES
LA PURIFICACIÓN DEL LEPROSO
(2)
Lectura bíblica: Lv. 14:10-32
Como creyentes neotestamentarios, nosotros disfrutamos ser purificados por el Señor.
Sin embargo, si tan sólo leemos y entendemos el Nuevo Testamento, no podremos ver
un cuadro claro y detallado de lo que conlleva esta purificación. Para ello necesitamos
los tipos presentados en Levítico 14. En estos tipos vemos que para limpiarnos de la
lepra, el Señor tuvo que encarnarse, es decir, hacerse un ser humano. Como lo tipifica
la madera de cedro, Su humanidad era elevada y honorable; y como lo tipifica el hisopo,
Él estuvo dispuesto a humillarse, haciéndose semejante a los hombres. Por una parte,
Su norma era elevada; por otra, descendió a un nivel de extrema humillación. Ambos
aspectos tenían como fin producir el hilo escarlata. Además, las dos avecillas tipifican
a Cristo en dos aspectos más: la avecilla muerta representa a Cristo en Su crucifixión,
y la avecilla viva representa a Cristo en Su resurrección. Si no tuviéramos a Cristo en
todos estos aspectos, no podríamos ser limpios de nuestra lepra, de nuestro pecado.
No creo que los israelitas de la antigüedad hubieran entendido el significado de las dos
avecillas, la madera de cedro, el hisopo, la muerte de la avecilla sobre un vaso de barro
lleno de aguas corrientes, el hecho de que se amarraran juntos la avecilla viva, el cedro,
el hisopo y el hilo escarlata y que se mojaran en la sangre de la avecilla muerta para
rociar con esa sangre siete veces al que había de ser purificado. Aunque los israelitas
vieron estas cosas y las experimentaron, no las entendieron. Sin embargo, hoy sí en-
tendemos estos tipos. Ahora podemos ver que para ser purificados necesitamos a un
Cristo en muchos aspectos, a un Cristo que ha pasado por una serie de procesos. La
sangre derramada por Él fue rociada sobre nosotros, los pecadores, y por ello estamos
vinculados a Cristo, el Redentor.
Aunque el Señor nos ha mostrado mucho en cuanto a estos tipos, esperamos que en los
años venideros Él nos muestre aún más.
En la purificación del leproso, Cristo es revelado no solamente como las dos avecillas,
la madera de cedro, el hisopo y el hilo escarlata, sino también como las cuatro clases
de ofrendas: la ofrenda por las transgresiones, la ofrenda por el pecado, el holocausto
y la ofrenda de harina.
La ofrenda por el pecado se encarga de nuestra naturaleza pecaminosa, del pecado que
constituye la naturaleza de nuestro ser caído. La naturaleza de nuestro ser caído es el
pecado mismo, y esta naturaleza pecaminosa es la esencia, la sustancia, el elemento,
de Satanás. Nuestra naturaleza pecaminosa —el pecado que mora en nuestro ser— es
satánica. Podríamos decir que incluso es Satanás mismo. El pecado, que es rebelión, es
Satanás mismo. Este pecado fue inyectado en nosotros, de modo que hemos sido cons-
tituidos pecadores (Ro. 5:19), es decir, pecadores en cuanto a nuestra constitución in-
trínseca. Así que, los seres humanos son una entidad constituida de pecado. Debemos
ver que nuestro ser está plenamente constituido de pecado, del enemigo de Dios.
La ofrenda por las transgresiones se encarga de nuestros pecados, los cuales son fruto
del pecado que mora en nosotros, el pecado que es nuestra naturaleza, nuestro ser,
nuestra constitución intrínseca. A los pecados, que son los distintos frutos del pecado,
también se les llama faltas, delitos y transgresiones. Así pues, necesitamos tanto la
ofrenda por el pecado como la ofrenda por las transgresiones. Necesitamos que la
ofrenda por el pecado se encargue del pecado, el origen de nuestros pecados. Necesita-
mos que la ofrenda por las transgresiones se encargue de todos los frutos del pecado.
En Levítico 14, el leproso es una de estas dos partes contrarias, el ofensor, y Dios es la
otra parte, la parte ofendida. Por supuesto, el problema es la lepra. Hemos señalado
que la lepra representa el pecado, que el pecado es rebelión y que la rebelión es Satanás.
Estas cuatro cosas —la lepra, el pecado, la rebelión y Satanás— son sinónimos. Esto
significa que son una sola entidad. Puesto que entre Dios y el hombre existe el pro-
blema de la lepra, es necesario que el conflicto sea apaciguado al eliminar la lepra, la
cual equivale al pecado, a la rebelión y a Satanás mismo. Para dicho apaciguamiento,
las dos avecillas no son suficientes. Las dos avecillas pueden efectuar la purificación,
pero no la expiación. Para hacer expiación es necesaria la ofrenda por el pecado, la
ofrenda por las transgresiones, el holocausto y la ofrenda de harina. Sólo una vez que
tenemos estas cuatro ofrendas puede efectuarse la expiación y la purificación.
Un leproso, un pecador que está bajo la condenación de Dios y que tiene un problema
con Dios, necesita tres cosas: sanidad, purificación y expiación. Decir que un leproso
necesita expiación equivale a decir que necesita ser llevado de regreso a la comunión
con Dios. La expiación quita el obstáculo que hay entre el leproso y Dios. Cristo vino
no solamente para purificarnos, sino también para hacer propiciación por nosotros. A
fin de hacer propiciación, Él tuvo que ser nuestra ofrenda por el pecado, nuestra
ofrenda por las transgresiones, nuestro holocausto y nuestra ofrenda de harina.
Cristo es el holocausto que nos capacita para llevar una vida de absoluta entrega a Dios.
Con este propósito, Él es también la ofrenda de harina que nos alimenta, que nos su-
ministra el alimento. Para hacer cualquier cosa necesitamos alimento, el cual nos pro-
porciona la fuerza para vivir. Si queremos llevar una vida de absoluta entrega a Dios,
necesitamos algo que nos brinde un suministro, algo que nos apoye, nos sostenga y nos
alimente. Lo que necesitamos es a Cristo como nuestra ofrenda de harina, como nues-
tro alimento. Cristo es la ofrenda de harina que podemos comer. Cuanto más disfrute-
mos a Cristo como ofrenda de harina, más podremos llevar una vida que sea un holo-
causto, una vida absolutamente entregada a Dios.
Una vez resueltos los problemas referentes a nuestro pecado y nuestros pecados, debe-
mos disfrutar a Cristo como ofrenda de harina. La ofrenda de harina está compuesta
de flor de harina y aceite. La flor de harina tipifica al Cristo fino en Su humanidad, y el
aceite tipifica al Espíritu. Estas dos cosas, la flor de harina y el aceite, al combinarse y
mezclarse, llegan a ser nuestra comida. Por la mañana, especialmente, podemos dis-
frutar a Cristo como la flor de harina mezclada con el aceite, el Espíritu. Éste es el Cristo
que, como ofrenda de harina, nos sostiene y nos sustenta para poder llevar una vida de
absoluta entrega a Dios como holocausto.
Mediante estas cuatro clases de ofrendas, el problema entre nosotros y Dios es com-
pletamente solucionado, y la situación entre nosotros y Dios es apaciguada. Ahora,
además de haber sido sanados y purificados, también se ha hecho expiación, o propi-
ciación, por nosotros.
En la purificación del leproso presentada en Levítico 14, podemos ver a Cristo en mu-
chos aspectos. Vemos a Cristo como la madera de cedro y como el hisopo en Su encar-
nación. Vemos que Cristo derrama Su sangre para producir el hilo escarlata. Vemos a
Cristo como las dos avecillas: la avecilla degollada en un vaso de barro (Su humanidad)
sobre aguas vivas (el Espíritu eterno), y la otra avecilla, que era soltada para volar en
el campo abierto. Ahora vemos también a Cristo como la ofrenda por el pecado, la
ofrenda por las transgresiones, el holocausto y la ofrenda de harina. ¡Cuán maravilloso
es este cuadro de Cristo!
Aquí vemos dos capas: la capa de la sangre y la capa del aceite. La sangre representa la
sangre redentora de Cristo, y el aceite representa al Espíritu de resurrección. En primer
lugar, se aplica la sangre sobre el lóbulo de la oreja derecha, sobre el pulgar de la mano
derecha y sobre el pulgar del pie derecho. Esto tiene como fin que las transgresiones y
las faltas sean lavadas. Luego, después de aplicar la sangre, se aplica aceite en los mis-
mos lugares donde fue aplicada la sangre. Esto indica que, sobre la base de la obra
redentora de Cristo, el Espíritu viene a nosotros para ayudarnos a hacer lo correcto:
escuchar la palabra de Dios, hacer las cosas de Dios y seguir los caminos de Dios. Esto
nos guardará de cometer cualquier tipo de transgresión.
Sólo una pequeña cantidad de aceite era puesta sobre el lóbulo de la oreja, sobre el
pulgar de la mano y sobre el pulgar del pie. El resto del aceite era puesto sobre la ca-
beza. Debido a que la cabeza es el origen de muchos problemas, se le aplicaba más
aceite, más Espíritu. Los problemas relacionados con la cabeza pertenecen a tres cate-
gorías. Primero, nuestra cabeza no está sujeta a la autoridad de Dios; segundo, nuestra
cabeza está llena con los pensamientos de la mente; y tercero, nuestra cabeza dirige
todo nuestro ser. Por consiguiente, la cabeza es la parte más problemática del cuerpo.
Es por esta razón que la cabeza necesita todo el resto del aceite, del Espíritu. El derra-
mamiento del Espíritu sobre nuestra cabeza nos ayudará a sujetarnos a la autoridad de
Dios, tomándolo como nuestra cabeza. Además, corregirá nuestros pensamientos y nos
ayudará a dirigir, a controlar, todo nuestro ser para que andemos en la senda correcta.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CUARENTA Y CUATRO
LA LEPRA EN UNA CASA
Lectura bíblica: Lv. 14:33-53
En los mensajes sobre Levítico 13 vimos que podía haber lepra en una persona y tam-
bién en sus vestiduras. En este mensaje consideraremos la lepra que hay en una casa.
Durante los más de cincuenta años que llevo en el recobro del Señor, me ha tocado
pasar por muchas situaciones tormentosas. En algunos casos la tormenta llegó al punto
en que hubo lepra en la casa. Cuando la iglesia se vuelve leprosa, enferma a causa de
los pecados y las maldades cometidas, tenemos la sensación de que hemos perdido
nuestro hogar, de que nos hemos quedado sin hogar. Más aún, cuando la iglesia está
enferma de lepra, perdemos nuestro disfrute de Cristo. Puesto que la vida de iglesia ha
dejado de ser apropiada, no podemos disfrutar de todas las bendiciones prometidas
por Dios en Su salvación.
Si queremos detener el contagio, debemos tener cuidado con lo que hablamos, ya que
los chismes propagarán la enfermedad. Por experiencia sabemos que los chismes ha-
cen que la enfermedad contagiosa se propague en la iglesia. Si escuchamos chismes,
nos contaminaremos. Si nos guardamos de los chismes, ayudaremos a detener la pro-
pagación de la enfermedad contagiosa.
A fin de resolver el problema de la lepra que hay en una casa, no es suficiente apartar a ciertos
creyentes y luego llenar el vacío que queda con otros creyentes. Debemos también tener un
nuevo comienzo en la vida de iglesia, o sea, renovar la iglesia con nuevas experiencias de las
obras de gracia del Señor. Esto lo tipifica el hecho de que se tomaba otro yeso con el cual se
recubría la casa. No se trata solamente de tomar medidas con respecto a un problema, sino de
introducir las riquezas de Cristo en una manera nueva. Si no somos capaces de hacer esto y
únicamente actuamos de forma legalista apartando a ciertas personas y reemplazándolas con
otras, esto dejará vacía a la iglesia, y en este vacío la iglesia sufrirá aún más. Por tanto, los que
llevan la delantera en la iglesia deben orar, quizás con ayuno, para que la iglesia pueda recibir
algo nuevo en las experiencias de las obras de gracia de Cristo. Entonces la vida de iglesia será
renovada, será recubierta con nuevo yeso, y todos los miembros se sentirán contentos con la
renovada vida de iglesia.
Cada vez que surge un problema en la vida de iglesia, los que llevan la delantera deben
esforzarse por obtener algo nuevo en la experiencia de Cristo a fin de que la iglesia
obtenga un nuevo comienzo. Este nuevo comienzo puede rescatar a la iglesia enferma
de los problemas que adolece. Sin embargo, si centramos toda nuestra atención en los
problemas, habrá más problemas o éstos se intensificarán. Por tanto, debemos buscar
—por medio de oración y ayuno— nuevas experiencias del Señor, experiencias que sir-
van para rescatar la vida de iglesia de su enfermedad. Esto significa que debemos hacer
todo lo posible por hacer que el viejo día de enfermedad de la vida de iglesia llegue a su
fin y ayudar a la iglesia a experimentar un nuevo comienzo.
Levítico 14:47 habla de los que se acuestan y comen en una casa infectada. Acostarse
en una casa infectada significa que uno no participa positivamente en el servicio de la
iglesia. Si participamos activamente en la vida de iglesia, no tendremos tiempo para
acostarnos. Acostarse es un indicio de que uno es indiferente con respecto a la vida de
iglesia o que no tiene una participación positiva en el servicio de la iglesia. Por otra
parte, comer en una casa infectada significa que a uno sólo le interesa el suministro y
disfrute que hay en la vida de iglesia. A una persona así sólo le gusta pasarla bien en la
iglesia. Ella no va a las reuniones para servir sino para comer, para disfrutar; no tiene
ni la menor intención de participar en el servicio de la iglesia.
En el versículo 47 podemos ver dos categorías de santos en la vida de iglesia: los que
vienen a la iglesia a acostarse, a descansar, y los que vienen a la iglesia a comer, a recibir
el suministro y disfrutar. Aunque estos santos no participan de una manera positiva en
el servicio de la iglesia, pues no están dispuestos a hacerlo, sí son buenos para criticar
a los demás. Ellos no profetizan en las reuniones, pero sí critican a los que lo hacen.
Mientras se acuestan en la iglesia y disfrutan del suministro, hallan defectos en los de-
más. Estos santos deben lavar sus vestiduras; esto significa que deben lavarse para
limpiar su conducta y comportamiento.
Debemos pedirle al Señor que tenga misericordia y no permita que ninguno de noso-
tros sea de los que se acuestan ni de los que únicamente les interesa comer. Todos de-
bemos ser personas que sirven en la iglesia.
D. La casa es limpia
Levítico 14:53b dice: “Así hará expiación por la casa, y quedará limpia”. Que la casa
quedara limpia significa que la iglesia está completamente limpia a fin de ser la morada
mutua de Dios y el hombre.
A menudo se presentan problemas en la iglesia. Tal parece que es inevitable que haya
problemas en la vida de iglesia. En una iglesia nueva, los problemas son pocos, si es
que los hay, pero en una iglesia más vieja se presentan más problemas. Así como es
fácil que se enferme una persona mayor, igualmente es fácil que haya problemas en
una iglesia más vieja.
Quizás cuando usted vino a la vida de iglesia, disfrutó de una luna de miel en la iglesia.
Sin embargo, esta luna de miel, al igual que la luna de miel en la vida matrimonial, no
dura mucho tiempo. Es posible que durante la luna de miel que experimentamos en la
vida de iglesia, pensemos que la iglesia es maravillosa, que es un verdadero paraíso.
Sin embargo, una vez que se acaba la luna de miel, nuestros ojos son abiertos y vemos
todos los problemas, defectos y deficiencias que hay en la iglesia. Al igual que los ojos
de Adán y Eva fueron abiertos después que comieron del fruto del árbol del conoci-
miento del bien y del mal, y se dieron cuenta de que estaban desnudos, así mismo se
abren también nuestros ojos y vemos cosas que no son positivas ni agradables. No obs-
tante, si nos quedamos viendo estas cosas, querremos una separación de la vida de
iglesia, y más tarde, un divorcio.
Debemos darnos cuenta de que la iglesia es el mejor lugar en la tierra. ¿Qué haremos,
entonces, con los problemas que se presentan en la iglesia? Debemos orar pidiendo ser
renovados en las experiencias de Cristo. No debemos dedicar demasiado tiempo para
orar por otros o por la situación; más bien, debemos orar por nosotros mismos a fin de
que podamos impartir algo nuevo de Cristo a la vida de iglesia. Es de esta manera que
una iglesia enferma es sanada. A veces la iglesia podrá ser sanada mediante las nuevas
experiencias que tienen los nuevos creyentes.
Cuanto más experimentemos a Cristo de una manera nueva, más se sanará la iglesia.
Una iglesia infectada no puede ser sanada mediante discusiones, argumentos y deba-
tes. Cuanto más hagamos esto, más problemas habrá. Debemos orar por nosotros mis-
mos y por la iglesia para que, por medio de las nuevas experiencias de Cristo, nosotros
—como miembros— y la iglesia —en conjunto— podamos experimentar un nuevo co-
mienzo y entrar en una nueva etapa. Ésta es la única manera en que una iglesia infec-
tada puede ser sanada.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CUARENTA Y CINCO
PURIFICARSE DE LOS FLUJOS
DEL CUERPO DEL VARÓN
Y DE LA MUJER
Lectura bíblica: Lv. 15:1-31
En Levítico 11—15, una sección que consta de cinco capítulos, se abarcan cuatro cosas
problemáticas: nuestro contacto con la gente, la inmundicia de nuestro nacimiento, la
lepra y nuestros flujos. En este mensaje, que trata sobre 15:1-31, hablaremos referente
al asunto de purificarse de los flujos del cuerpo del varón y de la mujer.
Hemos señalado que los capítulos del 11 al 27 de Levítico tienen como propósito mos-
trarnos la manera en que podemos llevar una vida santa como pueblo santo de Dios. Si
hemos de llevar esta clase de vida, debemos percatarnos de que estamos involucrados
con cuatro asuntos. Primero, estamos involucrados con algo común: el contacto que
tenemos con la gente. Segundo, tenemos que reconocer la inmundicia de nuestro naci-
miento. La fuente, el origen, de nuestro ser es inmunda. Tercero, tenemos el problema
referente a nuestra lepra. Nuestra condición es una en la que estamos llenos de lepra.
Cuarto, tenemos el problema de los flujos. Independientemente de qué clase de perso-
nas seamos, todos tenemos flujos, y, como nos lo muestra el capítulo 15, estos flujos
son totalmente inmundos. Además, la inmundicia de nuestros flujos es contagiosa.
Levítico señala enfáticamente que todo lo que procede de nuestro ser es inmundo. Por
esta razón, el capítulo 15 nos manda apartarnos de todo flujo que procede del cuerpo
humano y del contagio de la inmundicia.
Debido a que nacimos en inmundicia y somos por completo inmundos, todo cuanto
procede de nosotros es inmundo. Además, la inmundicia de lo que procede de nosotros
es contagiosa y, por tanto, hace inmundos a los demás. Éste es el punto crucial del
capítulo 15.
El capítulo 16 de Levítico es, de hecho, la continuación del capítulo 10. En los cinco
capítulos que están entre los capítulos 10 y 16, la intención de la revelación de Dios es
mostrarnos cuatro factores problemáticos fundamentales. El primero de estos factores
es nuestro contacto con la gente. No debemos pensar que esto sea algo insignificante.
Al contrario, nuestro contacto con la gente es de suma importancia. Si nos relaciona-
mos con la categoría equivocada de personas, esto podría contaminarnos y, por ende,
descalificarnos de llevar una vida santa como pueblo santo de Dios. El segundo factor
problemático es la inmundicia de nuestro nacimiento. Debemos comprender que nues-
tra fuente, nuestro origen, es la inmundicia. Nosotros somos la inmundicia misma.
Nuestro nacimiento, nuestro origen y nuestra constitución intrínseca, todos ellos son
inmundicia. El tercer factor es nuestra condición leprosa. Somos leprosos por dentro y
por fuera. El cuarto factor es nuestro flujo con su inmundicia y contagio. Todo flujo
nuestro, todo cuanto procede de nuestro cuerpo, es inmundo y contagioso.
En 15:1-13 vemos que aquel que tiene flujo es inmundo, y que toda cosa o persona que
él toque, se hace inmunda. Al considerar estos versículos, nos damos cuenta de que la
inmundicia está por doquier. Todo ha sido contaminado por los flujos humanos, por lo
que procede de nuestro ser. Cuanto más nos demos cuenta de esto, más valoraremos
esos versículos del capítulo 15 que indican que Cristo es el factor de nuestra purifica-
ción.
Estos cinco capítulos que abarcan cuatro asuntos negativos nos muestran que todos
nosotros somos un montón de corrupción. El mundo entero, toda la humanidad, es un
montón de corrupción. Fuera de Cristo, no hay ningún lugar donde estar. Tenemos que
estar en Cristo. Sólo el Señor Jesús puede purificarnos. Únicamente Él es el factor que
purifica.
El título de este mensaje es: “Purificarse de los flujos del cuerpo del varón y de la mu-
jer”. Aquí cuerpo alude a nuestro ser, a nuestra constitución intrínseca. Por tanto, los
flujos de nuestro cuerpo son las secreciones que proceden de nuestro ser o de nuestra
constitución intrínseca.
Si queremos estar limpios, con lo cual tendremos un lugar limpio donde estar, debemos llegar
a nuestro fin. Debemos tomar la cruz de Cristo a fin de morir. De este modo, llegaremos al
anochecer de nuestro viejo ciclo, al anochecer de la vieja creación. Entonces, por medio de la
cruz y después de experimentar la cruz, tendremos un nuevo día; estaremos en resurrección.
Necesitamos que la cruz de Cristo ponga fin a nuestra vieja vida, y necesitamos que la resurrec-
ción de Cristo nos dé un nuevo comienzo. Además de esto, necesitamos el agua de vida, que es
el Espíritu que lava y purifica. Necesitamos también la palabra, porque el purificador Espíritu
de vida está corporificado en la palabra. Cada vez que acudimos a la palabra en nuestro espíritu,
tocamos el elemento en la palabra que nos lava. Después de tocar en la palabra ese elemento
que nos lava, dicho elemento seguirá purificando nuestro ser durante todo el día. Por consi-
guiente, necesitamos la cruz de Cristo, la resurrección de Cristo y el Espíritu Santo como agua
de vida que está en la palabra de Dios. Ahora debemos acudir a la palabra valiéndonos de nues-
tro espíritu. Como resultado de ello, eliminaremos todo aquello que haya sido influenciado por
nuestra vida natural.
Una vez más quisiéramos recalcar nuestra necesidad de la cruz de Cristo, la resurrección de
Cristo, el Espíritu, la vida divina y la Palabra santa. Estas cosas constituyen el lugar donde
debemos estar. Debemos estar en la muerte de Cristo y en Su resurrección. También debemos
estar en el Espíritu, en la vida divina y en la Palabra santa. ¡Damos gracias al Señor porque
existe un lugar para nosotros! En términos naturales, no existe ningún lugar limpio sobre la
tierra, pero en términos espirituales, existe un lugar maravilloso donde podemos permanecer.
Este lugar es la muerte de Cristo, la resurrección de Cristo, el Espíritu de vida, la vida divina y
la Palabra santa.
Después de la caída nosotros, los seres humanos, nos volvimos seres muy complicados. Por una
parte, somos personas creadas por Dios; por otra, llegamos a ser personas caídas y corruptas.
Como personas caídas y corruptas, debemos ser quebrantados. Eso está representado por el
hecho de que el vaso de barro es quebrado. No obstante, como personas creadas por Dios, no
necesitamos ser quebrantados, pero sí necesitamos ser lavados con el Espíritu, con la vida di-
vina y con la Palabra santa. Esto está representado por el hecho de que el vaso de madera era
enjuagado con agua. Día tras día debemos llevar una vida en la que continuamente somos en-
juagados con el Espíritu, la vida divina y la Palabra santa.
H. La purificación del hombre que tiene flujo
1. Cuenta siete días para su purificación,
entonces lava sus vestidos
y baña su cuerpo en aguas corrientes
“Cuando el que tiene flujo se haya limpiado de su flujo, contará siete días para su puri-
ficación; entonces lavará sus vestidos, bañará su cuerpo en aguas corrientes y quedará
limpio” (v. 13). Esto significa que debemos tomar medidas con respecto a nuestra vida
natural al grado de que ésta sea aniquilada por completo y que nosotros debemos ser
purificados con la palabra de Dios en Su Espíritu.
Aquí Cristo es tipificado por las dos tórtolas o los dos palominos. Una de estas aves era
ofrecida como ofrenda por el pecado, y la otra era ofrecida como holocausto. La función
de Cristo como ofrenda por el pecado es poner fin a nuestra naturaleza pecaminosa, y
la función de Cristo como holocausto consiste en ser nuestra vida para que vivamos
absolutamente entregados a Dios. Necesitamos experimentar a Cristo de estas dos ma-
neras, en estos dos aspectos. Sólo Cristo puede satisfacer nuestra necesidad. Mediante
Cristo como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestro holocausto, es resuelto el
problema referente a nuestros flujos.
El versículo 31 muestra que los flujos humanos afectan la morada de Dios. Si aún tene-
mos flujos, contaminaremos la morada de Dios. En tipología, esto significa que si to-
davía tenemos la contaminación que proviene de la vida natural, contaminaremos la
vida de iglesia. Por causa de la vida de iglesia, debemos permitir que la cruz de Cristo,
la resurrección de Cristo, el Espíritu con la vida divina y el contacto que tenemos con
la Palabra santa mediante nuestro espíritu pongan fin a nuestra vida natural. De este
modo seremos resguardados de la contaminación de los flujos humanos naturales.
Aunque el flujo del hombre no es tan grave como la lepra, sus efectos son más serios
que los de la lepra. Por experiencia sabemos que aunque podamos parecer perfectos y
completos, y no hagamos nada malo, seguimos teniendo flujos, cosas que proceden de
la vida natural, tanto en nuestra vida familiar como en nuestra vida de iglesia. Debemos
percatarnos de que todo cuanto procede de nuestro ser natural es inmundicia, y esta
inmundicia es contagiosa, pues contamina toda persona, cosa o lugar con la que entra
en contacto. Ésta es la razón por la cual los efectos de nuestros flujos son aún más serios
que los de la lepra.
Tal vez nos resulte bastante fácil apartarnos de la lepra, pero no es fácil apartarnos de
los efectos de los flujos humanos. Para ser contaminados, no es necesario hacer nada
externamente. Basta con estar vivos, y tendremos flujos inmundos. Lo que fluya de
nuestro ser nos hará inmundos.
Este asunto de nuestros flujos nos debería llevar a perder la alta estima que tenemos
de nosotros mismos. No obstante, cada uno tiene alta estima de sí mismo. Quizás con-
sideremos que tenemos la razón y que todos los demás están equivocados. Quizás pen-
semos que somos excelentes y nos aferremos a nuestro prestigio. Con todo, hay algo
respecto a nosotros que no es digno de estima, a saber, nuestro flujo natural. Aparen-
temente no tenemos problemas; sin embargo, seguimos siendo contaminados por los
flujos inmundos de nuestra vida natural.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CUARENTA Y SEIS
LA EXPIACIÓN
(1)
Lectura bíblica: Lv. 16:1-16; He. 10:1-4
En este mensaje llegamos al asunto de la expiación. La expiación es un término teoló-
gico que presenta muchas dificultades. La definición dada en la mayoría de los diccio-
narios no concuerda con el significado de la palabra hebrea. La palabra hebrea tradu-
cida “expiación” en Levítico 16 significa “cubrir”; tiene la misma raíz que la palabra
usada para denotar la cubierta del Arca. En el Arca, el lugar donde Dios se reunía con
Su pueblo y donde el pueblo se reunía con Dios, estaban las dos tablas de los Diez Man-
damientos. Esto significa que las tablas de los Diez Mandamientos estaban delante de
Dios y delante de todo el que venía a reunirse con Dios. Los Diez Mandamientos saca-
ban a luz todos los pecados cometidos por aquel que se acercaba a Dios.
Existe un problema entre Dios y aquellos que se acercan a Él. El problema no radica en
Dios, por cuanto Él ama a Su pueblo y desea reunirse con ellos; más bien, el problema
estriba en que Su pueblo ha cometido pecados, pues ha hecho muchas cosas contrarias
a Sus mandamientos.
Los Diez Mandamientos nos presentan un retrato de lo que Dios es. Dios es amor y luz,
y Él es santo y justo. Estas cuatro palabras —amor, luz, santo y justo— describen la
clase de Dios que Él es. Dios está lleno de amor y luz, y Él es justo y santo. Por tanto,
Él nos dio los Diez Mandamientos para mostrarnos que Él es tal Dios.
Las tablas de los Diez Mandamientos estaban enfrente del que se acercaba a Dios y
ponían de manifiesto que él era un pecador. Por tanto, entre Dios y aquel que se acer-
caba a Él existía el problema del pecado y de los pecados. ¿Cómo podía una persona
pecaminosa acercarse a Dios y conversar con Él, quien es amor y luz y quien es justo y
santo? Este problema tenía que ser resuelto; de lo contrario, persistiría un obstáculo,
un estorbo, entre Dios y aquel que se acercara a Él.
Hemos visto que somos inmundos por nacimiento y que estamos rodeados de personas
inmundas. Por esta razón, el problema no sólo tiene que ver con nuestro nacimiento,
sino también con el contacto que tenemos con otras personas. Este contacto nos puede
contaminar muy fácilmente. Además, según nuestra condición, somos totalmente le-
prosos; de hecho, somos la lepra en su totalidad. Más aún, todo lo que procede de no-
sotros en forma de flujo es inmundo, contagioso y contaminante. ¿Cómo podría una
persona así acercarse a Dios, quien es limpio, santo y justo, y conversar con Él? Esto es
imposible. Dios ama al hombre, pero el hombre se encuentra en una condición lamen-
table. Esta condición, pues, revela lo que necesitamos. Necesitamos expiación, propi-
ciación.
Al predicar el evangelio, algunos han dicho que Dios está enojado con nosotros, pero
que Jesús, nuestro Amigo, le pide a Dios que le conceda el favor de perdonarnos. Según
esta clase de predicación del evangelio, Dios le concede al Señor la petición y nos per-
dona. Esta manera de predicar el evangelio es completamente errónea porque describe
a Dios de una manera totalmente equivocada.
Juan 3:16 dice: “De tal manera amó Dios al mundo”. Aquí mundo denota la humanidad
caída. Aunque la humanidad está en una condición caída, Dios la sigue amando. No
debemos pensar que Él está enojado con nosotros. En lugar de estar enojado con no-
sotros, Él nos ama. Él nos amó a tal grado que en la eternidad pasada preparó el camino
para primeramente cubrir nuestros pecados, y después quitarlos. En el Antiguo Testa-
mento, la economía de Dios consistía en cubrir los pecados del hombre; en el Nuevo
Testamento, la economía de Dios consiste en quitar los pecados del hombre.
Aunque en la época del Antiguo Testamento no se quitaban los pecados del hombre,
Dios proporcionó algo que cubría los Diez Mandamientos a fin de apaciguar la situa-
ción del hombre caído. Por encima de la cubierta del Arca se encontraban dos queru-
bines que velaban sobre los Diez Mandamientos. En tipología, los querubines repre-
sentan la gloria de Dios. Así que, el que los querubines velaran sobre los Diez Manda-
mientos significa que era la gloria de Dios la que velaba sobre ellos. La gloria de Dios
velaba sobre los Diez Mandamientos y estaba a la expectativa de ver lo que el Dios santo
y justo haría con el pecador que se acercara. Una cubierta fue puesta para cubrir los
Diez Mandamientos a fin de que la gloria de Dios no pudiera ver dichos mandamientos,
sino únicamente la cubierta. Esto mismo sucede con Dios: Él ve únicamente la cu-
bierta; Él no ve los Diez Mandamientos. En Levítico 16:2, 13-15, a esta cubierta se le
llamaba la cubierta expiatoria. Por tanto, en el Antiguo Testamento la expiación, según
el hebreo, consistía en cubrir.
Expiar significa restablecer la unidad entre dos partidos. Hacer expiación equivale a
hacer que dos partidos lleguen a ser uno, es decir, que la unidad entre ellos sea resta-
blecida. En el Antiguo Testamento, este acto de restablecer la unidad equivale a la pro-
piciación. En nuestra versión de Levítico usamos la palabra expiación.
Hebreos 10:5-9 es una cita de Salmos 40:6-8, la cual es una profecía acerca de Cristo.
Hebreos 10:5 dice: “Por lo cual, entrando en el mundo, dice: ‘Sacrificio y ofrenda no
quisiste; mas me preparaste cuerpo’”. A Cristo le fue preparado un cuerpo para que Él
fuese la verdadera ofrenda, no para cubrir el pecado y los pecados, sino para quitar el
pecado en su totalidad. Esto fue lo que hizo el Señor Jesús cuando murió en la cruz. En
la cruz, Él quitó el pecado para efectuar la plena redención. Ahora lo que encontramos
en el Nuevo Testamento no es el mero hecho de cubrir los pecados para apaciguar la
situación, sino una redención plena y completa que resuelve el problema del pecado en
su totalidad.
Los diez primeros capítulos de Levítico abarcan las ofrendas y el sacerdocio. Luego, los
capítulos del 11 al 15 son muy negativos, mostrándonos lo que somos, dónde estamos,
cuál es nuestra condición y lo que procede de nosotros. Estos capítulos ponen al des-
cubierto totalmente nuestra condición. Estos capítulos no son solamente un espejo,
sino rayos X que ponen en evidencia plenamente lo que somos. Ahora sabemos lo que
somos, dónde estamos y cuál es nuestra condición. Además, sabemos que lo que pro-
cede de nuestro ser natural es inmundo. Junto con Pablo podemos decir: “Yo sé que en
mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Ro. 7:18a). Nosotros somos el conjunto total
de la inmundicia, el conjunto total de la lepra. Por ser tales personas, necesitamos una
ofrenda por el pecado que solucione el problema fundamental del pecado. Además,
como pecadores que somos, no estamos absolutamente entregados a Dios, sino com-
pletamente dados a nosotros mismos. Por tanto, necesitamos también un holocausto.
Cristo es la ofrenda por el pecado y también el holocausto. Según Hebreos 10, Cristo
vino para hacer dos cosas: quitar nuestros pecados (vs. 10-12) y hacer la voluntad de
Dios (vs. 7, 9). Cristo vino para quitar nuestro pecado, para resolver el problema fun-
damental del pecado; Él también vino para hacer la voluntad de Dios, puesto que Él
está total y absolutamente entregado a Dios. Cristo, por tanto, es la ofrenda por el pe-
cado y el holocausto.
El Antiguo Testamento no fue una época en la que los pecados fueron quitados, sino
en la que éstos fueron cubiertos. Lo que vemos en Levítico 16 es la acción de cubrir los
pecados. En cuanto a la expiación mencionada en este capítulo, se necesitan dos ofren-
das para cubrir los pecados: la ofrenda por el pecado y el holocausto. Para cubrir nues-
tros pecados y, por ende, para apaciguar la situación conflictiva que tenemos con Dios,
necesitamos estas dos ofrendas.
Examinemos ahora todos los detalles relacionados con la expiación, hallados en Leví-
tico 16.
En los capítulos del 11 al 15 se nos muestra un cuadro del hombre caído. Este cuadro revela
que el hombre es el conjunto total de la inmundicia, el conjunto total de la rebelión, el conjunto
total de la lepra. En tales condiciones, el hombre no puede entrar en la presencia de Dios sin
Cristo como su ofrenda por el pecado y su holocausto.
Todas las prendas de lino que Aarón vestía tipifican la justicia y santidad de Dios. La justicia
de Dios y Su santidad son Cristo mismo. Por tanto, el hecho de que Aarón se pusiera estas
prendas de lino tipifica el hecho de que hoy en día nosotros estamos vestidos de Cristo. Cada
vez que entremos en la presencia de Dios, debemos vestirnos de Cristo como nuestra túnica,
nuestros calzoncillos, nuestro cinturón y nuestro turbante. Cristo, quien es la justicia y santidad
de Dios, debe ser lo que nos cubre totalmente. Una vez que Cristo cubra todo nuestro ser, le
expresaremos. Por consiguiente, necesitamos que Cristo sea no solamente nuestra ofrenda por
el pecado y nuestro holocausto, sino también nuestra cubierta.
La ofrenda por el pecado tiene que ver con un aspecto negativo, y el holocausto tiene que ver
con un aspecto positivo. En lo referente al aspecto negativo, se usaban machos cabríos (cfr. Mt.
25:32-33, 41), y en lo referente al aspecto positivo, se usaba un carnero. Nosotros, los santos
que servimos, debemos experimentar a Cristo como ofrenda por el pecado y como holocausto,
no sólo por nuestro propio beneficio, sino también por el bien de aquellos a quienes servimos.
Primero, experimentamos a Cristo como ofrenda por el pecado y como holocausto, y luego
ministramos a los demás lo que hemos experimentado para que ellos también experimenten lo
mismo.
Si estudiamos este capítulo detalladamente, nos daremos cuenta de que Azazel repre-
senta a Satanás, el pecaminoso, quien es la fuente, el origen, del pecado. El macho ca-
brío designado para Jehová debía ser inmolado, pero el macho cabrío designado para
Satanás, el diablo, debía ser enviado lejos. Éstas son buenas nuevas, el evangelio com-
pleto y perfecto, pues significa que el pecado ha sido enviado de regreso a Satanás, su
fuente. El pecado vino de Satanás y entró en el hombre, y no había forma de que el
hombre caído pudiera deshacerse de él. Pero Cristo murió en la cruz por nuestros pe-
cados y como nuestra ofrenda por el pecado. Según Hebreos 2:14, por medio de Su
muerte en la cruz Cristo destruyó “al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al dia-
blo”. Por medio de Su muerte, Cristo destruyó a Satanás, la fuente del pecado. Por con-
siguiente, la cruz le da a Cristo la posición, la fuerza, el poder y la autoridad para quitar
el pecado y enviarlo de regreso a Satanás. El pecado vino de Satanás y debe ser enviado
de regreso a él. Satanás llevará consigo el pecado al lago de fuego. Todos aquellos que
no sean salvos ayudarán a Satanás a llevar sobre sí el pecado en el lago de fuego por la
eternidad.
Alabamos al Señor porque hemos sido salvos y porque nuestro pecado ya fue quitado.
Todos deberíamos regocijarnos por las palabras proclamadas por Juan el Bautista:
“¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn. 1:29). Antes que
Cristo viniera, el pecado era cubierto, pero no era quitado. Aunque el pecado perma-
necía, éste estaba cubierto a los ojos de Dios, y el conflicto entre el hombre y Dios era
apaciguado. Como resultado, los santos del Antiguo Testamento podían tener paz con
Dios. Pero debido a que Cristo vino a morir en la cruz por nuestro pecado, fueron qui-
tados nuestros pecados así como los pecados de los santos del Antiguo Testamento y
enviados de regreso a Satanás. Tal es la eficacia de la cruz de Cristo. Mediante Su cruz,
el Señor Jesús tiene la posición y es apto —con poder, fuerza y autoridad— para quitar
el pecado de los redimidos y enviarlo de regreso a su fuente, Satanás.
VIII. AARÓN TOMA DEL ALTAR
UN INCENSARIO LLENO DE BRASAS DE FUEGO
Y DOS PUÑADOS DE INCIENSO AROMÁTICO
FINAMENTE MOLIDO,
Y LO LLEVA DETRÁS DEL VELO,
Y PONE EL INCIENSO SOBRE EL FUEGO,
DE MANERA QUE LA NUBE DE INCIENSO
CUBRA LA CUBIERTA EXPIATORIA
QUE ESTÁ SOBRE EL ARCA,
PARA QUE NO MUERA
“Después tomará del altar que está delante de Jehová un incensario lleno de brasas de
fuego y dos puñados de incienso aromático finamente molido, y lo llevará detrás del
velo. Pondrá el incienso sobre el fuego delante de Jehová, de manera que la nube de
incienso cubra la cubierta expiatoria que está sobre el Testimonio, para que no muera”
(vs. 12-13). Esto significa que en Su resurrección, el Señor Jesús fue hecho fragancia
grata a fin de ser el medio y la protección que nos permite acercarnos a Dios con toda
confianza y ser aceptados por Él sin tener que morir. Éste es uno de los resultados
producidos mediante la muerte del Señor Jesús en la cruz por la cual se derramó sangre
y se efectuó la redención (muerte representada por las brasas de fuego del altar y el
incienso de especias finamente molidas).
Por una parte, en la redención que Dios efectúa, Cristo es las ofrendas para que seamos
redimidos del pecado y para que nuestros pecados sean quitados. Él es la ofrenda por
el pecado y el holocausto. Por otra parte, Cristo es el incienso aromático que hace po-
sible que seamos aceptados por Dios. El olor grato, la fragancia, del incienso se produce
con el fuego. Si el incienso no fuese quemado, no se produciría un olor grato. El fuego
con el cual se quemaba el incienso provenía del altar que estaba delante del taber-
náculo. A fin de que podamos ser redimidos, Cristo es las ofrendas que se ofrecen sobre
el altar en el atrio; y a fin de que podamos ser aceptados, Cristo es el incienso que se
quema sobre el altar del incienso, el altar de oro, en el Lugar Santo, con el fuego pro-
cedente del altar del atrio. Esto significa que el hecho de que Él arda como incienso
para que seamos aceptados por Dios se basa en Su muerte en la cruz por nuestros pe-
cados.
Nosotros, como pecadores, éramos pecaminosos a los ojos de Dios. Además, de ningún
modo éramos aceptables delante de Él. De nosotros no procedía ninguna fragancia,
sino únicamente flujos inmundos. Así que, para ocuparse del aspecto negativo, Cristo
primero se convirtió en las ofrendas a fin de quitar nuestro pecado. Luego, para ocu-
parse del aspecto positivo, Cristo —sobre la base de Su muerte en la cruz— se convirtió
en el incienso para que Dios nos aceptase.
En Levítico 16 vemos, por tanto, dos cuadros particulares de Cristo. Un cuadro nos
muestra a Cristo como nuestras ofrendas, las cuales quitan el pecado y lo envían de
regreso a Satanás. Esto resuelve el problema de nuestro pecado. No obstante, aún no
somos una fragancia para Dios. Por consiguiente, en el segundo cuadro vemos que
Cristo, con base en Su muerte, es quemado como fragancia para Dios a fin de que sea-
mos aceptados por Él.
Ahora entendemos por qué debemos acudir a Dios en Cristo. En Cristo no sólo implica
el hecho de no tener pecado, sino también el hecho de ser una fragancia. Esta fragancia
satisface a Dios. Cuando Él la huele, se siente contento y satisfecho. En Su resurrección,
Cristo es fragancia grata para Dios.
El Señor Jesús derramó Su sangre en la cruz. Luego, esta sangre fue llevada al Lugar
Santísimo en los cielos y fue rociada sobre el propiciatorio y también delante de Dios.
De esta manera, Cristo efectuó una redención completa por nosotros. En las palabras
de Hebreos 9:12, Él obtuvo así “eterna redención”. Aquí la palabra eterna significa ab-
solutamente completa, no sólo en cuanto a cantidad sino también en cuanto a tiempo.
Esta redención también es completa en su eficacia. Por tanto, es eterna en cuanto a
tiempo, cantidad y eficacia.
Debido a que todavía estamos en la vieja creación y vivimos en inmundicia, aún esta-
mos conscientes del pecado. Por eso debemos decir una y otra vez: “Señor Jesús, te
tomo como mi ofrenda por las transgresiones y como mi ofrenda por el pecado”. De
hecho, tendremos conciencia de pecado hasta que seamos arrebatados y nuestro
cuerpo sea transfigurado, plenamente conformado a la imagen de Cristo en Su gloria.
Un día, llegaremos a tal estado. No obstante, mientras permanezcamos en la vieja crea-
ción, todavía tendremos conciencia de pecado y necesitaremos a Cristo como nuestra
ofrenda por el pecado y como nuestra ofrenda por las transgresiones.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CUARENTA Y SIETE
LA EXPIACIÓN
(2)
Lectura bíblica: Lv. 16:17-34
En este mensaje seguiremos considerando los detalles relacionados con la expiación
presentada en Levítico 16.
La sangre rociada sobre el altar tiene como finalidad nuestra paz, mientras que la san-
gre rociada sobre la cubierta expiatoria tiene como finalidad satisfacer a Dios. Primero,
la sangre era rociada sobre la cubierta expiatoria detrás del velo. Esto es hecho para
que Dios lo vea; esto tiene como finalidad Su satisfacción. Después, la sangre era ro-
ciada sobre el altar de las ofrendas, el cual estaba en el atrio. Esto es hecho para que
nosotros lo veamos; esto tiene como finalidad nuestra satisfacción. Por consiguiente,
Dios y nosotros estamos satisfechos por la sangre del Cristo redentor.
El Lugar Santísimo, el lugar más santo del universo, fue contaminado con la inmundi-
cia del pueblo redimido por Dios. Debido a que fue tocado por personas inmundas,
incluso el Lugar Santísimo necesitó expiación. Lo mismo se aplicaba a la Tienda de
Reunión y al altar. El hecho de que se hiciera expiación por todas estas cosas indica
que la ofrenda por el pecado no solamente es ofrecida para quitar la inmundicia, sino
también para que sea perfeccionada la santidad. Lo que Cristo efectuó en la cruz no
solamente es ofrecido para quitar nuestras inmundicias, sino también para que sea
perfeccionada la santidad de Dios, a la cual hemos sido introducidos. Ahora estamos
en esta santidad, disfrutando a Dios como nuestra santidad.
Antes de bañar su cuerpo, Aarón ofrecía la ofrenda por el pecado por sí mismo y por el
pueblo. Luego, después de bañarse, él iba al altar y ofrecía el holocausto por sí mismo
y también por el pueblo. Esto nos muestra que la ofrenda por el pecado tiene como
finalidad el holocausto, es decir, que la ofrenda por el pecado era presentada con miras
a ofrecer el holocausto. En otras palabras, la ofrenda por el pecado tiene un propósito:
conducirnos al holocausto. Esto significa que nosotros, los pecadores, fuimos redimi-
dos con el propósito de que llegáramos a ser la satisfacción de Dios. Fuimos redimidos
para que, al tomar a Cristo como nuestra vida y suministro de vida, lleguemos a ser
personas que, en Cristo, viven absolutamente entregadas a Dios. Por tanto, como per-
sonas redimidas, ya no somos pecadores sino aquellos que viven absolutamente entre-
gados a la satisfacción de Dios. La redención completa que Cristo efectuó no sólo im-
plica que el pecado ha sido quitado, sino también que vivimos absolutamente entrega-
dos a Dios. Éste es el propósito de la redención efectuada por Cristo.
Si la redención de Cristo sólo quitara nuestro pecado pero no nos capacitara para vivir
absolutamente entregados a Dios, Su redención no sería completa. Alabamos al Señor
porque la redención efectuada por Cristo no sólo quitó nuestro pecado, sino también
porque por medio de ella Cristo nos hizo personas que, en Él como nuestro holocausto,
podemos vivir ahora absolutamente entregados a Dios. En esta redención completa,
Cristo es la ofrenda por el pecado y también el holocausto. Él es nuestra ofrenda por el
pecado para quitar nuestros pecados, y Él también es nuestro holocausto para hacernos
aquellos que viven absolutamente entregados a Dios. Al tomar a Cristo como nuestro
holocausto y vivir en Él por medio de Su vida y con Su suministro de vida, somos he-
chos aptos y competentes para vivir absolutamente entregados a Dios.
En la escena descrita en Levítico 16 hay dos cosas que son gratas para Dios. En primer
lugar, el corazón de Cristo, el cual está volcado hacia Dios y cuya entrega a Dios es
absoluta, es grato para Dios; en segundo lugar, Cristo llega a ser el incienso que arde
en el altar del incienso con el fuego procedente del altar de las ofrendas, y este incienso
que arde llega a ser un olor grato para Dios. Ambas cosas son aceptables para Dios y
hacen que seamos aceptados por Él. Nosotros somos aceptados en Cristo, el incienso
que es quemado delante de Dios, y también en el corazón de Cristo, el cual es ofrecido
a Dios y dedicado a Él. Por consiguiente, con respecto a la ofrenda por el pecado vemos
dos cosas: Cristo como incienso que arde en el altar del incienso y el corazón de Cristo
representado por la grosura que arde sobre el altar de las ofrendas.
Esto significa, en primer lugar, que en la cruz el Señor Jesús efectuó, una vez y para
siempre, la redención eterna y perfecta, y que en tal obra Sus siervos no tienen parte
alguna. Él solo efectuó una redención perfecta y eterna en la cruz, lo cual está repre-
sentado por el altar que estaba fuera del tabernáculo. Asimismo, Él entró solo detrás
del velo en el Lugar Santísimo. Nosotros, Sus siervos, no tuvimos nada que ver con el
cumplimiento de la redención.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CUARENTA Y OCHO
CUIDAR DEBIDAMENTE
DE LOS SACRIFICIOS Y LA SANGRE
Lectura bíblica: Lv. 17:1-16
En este mensaje consideraremos dos asuntos abarcados en Levítico 17 que son difíciles
de entender: cuidar debidamente de los sacrificios y cuidar debidamente de la sangre.
Si hemos de entender el capítulo 17, debemos ver que este capítulo es la continuación
del capítulo 16.
A fin de ver la conexión que existe entre Levítico 16 y 17, es preciso ver el orden dis-
puesto en este libro. Levítico es un libro que trata sobre los que sirven a Dios, los sa-
cerdotes. En el libro anterior, en Éxodo, el tabernáculo fue erigido, el sacerdocio fue
establecido y, en cierta manera, se dispuso lo relacionado con las ofrendas. Al final de
Éxodo, el pueblo empezó a rendirle servicio a Dios. Después de Éxodo, se necesita un
libro que nos hable acerca de los servidores que participan en el servicio a Dios, los
sacerdotes, acerca de los detalles relacionados con todas las ofrendas y acerca de la
clase de vida y conducta que deben tener los sacerdotes. La vida de los sacerdotes debe
corresponder con lo que Dios es. Dios es santo, así que el vivir de los sacerdotes como
servidores de Dios también debe ser santo. Los sacerdotes deben ser santos así como
Dios es santo. Esto es indicado por la secuencia de los libros de Éxodo y Levítico.
Los primeros diez capítulos de Levítico nos muestran las ofrendas con el sacerdocio.
Los cinco capítulos subsiguientes nos muestran quiénes y qué son los servidores, cuál
es su origen, condición y situación y qué es lo que emana de ellos. Todas estas cosas
son negativas; sin embargo, el retrato negativo presentado en los capítulos del 11 al 15
constituye un fondo sobre el cual se nos presenta a Cristo como Aquel a quien necesi-
tamos.
El capítulo 16 nos presenta un tipo, una sombra, de la obra redentora de Dios, la cual,
cuando se escribió este libro, aún estaba por venir. Según el concepto de Dios y con-
forme a Su economía divina, era necesaria la redención. Debido a que el tiempo del
Antiguo Testamento no era el tiempo designado para que se efectuara tal redención, se
hizo necesario un tipo, una sombra, de la redención venidera. Esta sombra es la expia-
ción descrita en Levítico 16. En esta expiación se incluyen cuatro de las cinco ofrendas
básicas presentadas en los capítulos del 1 al 7: el holocausto, la ofrenda de harina, la
ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. La única ofrenda que no se
incluía todavía era la ofrenda de paz. Más adelante, particularmente en el capítulo 19,
veremos que el pueblo por el cual se hizo expiación disfrutó la ofrenda de paz. Así pues,
en el capítulo 16 la expiación es aplicada plenamente; no obstante, el resultado de las
cuatro ofrendas —la ofrenda de paz— todavía no es aplicado.
Al final del capítulo 16, todo es maravilloso. En la tipología, este capítulo nos muestra
que se ha hecho propiciación por nosotros y que ahora podemos disfrutar a Cristo como
holocausto y alimentarnos de Él como ofrenda de harina. Además, hemos salido del
campamento para seguirle a Él —Aquel que sufrió— llevando Su vituperio. ¿Qué más
podríamos necesitar? Pareciera que no necesitamos nada más. Empleando los térmi-
nos neotestamentarios, fuimos redimidos y, hasta cierto punto, reemplazados. Ahora
vivimos a Cristo en calidad de vida que se entrega absolutamente a Dios, lo disfrutamos
como nuestro diario suministro de vida y le seguimos fuera del campamento, llevando
Su vituperio y viviendo una vida piadosa. En lo que se refiere a nosotros, todo está bien;
no obstante la situación que nos rodea sigue siendo compleja. Es por esa razón que
necesitamos el capítulo 17.
Levítico 17 constituye un recordatorio y una advertencia en cuanto al abuso de los sa-
crificios. Abusar de los sacrificios es aplicarlos mal, aplicarlos indebidamente. Abusar
de los sacrificios es aplicar los sacrificios según la elección humana, y no según la eco-
nomía de Dios; es aplicarlos según nuestras preferencias, y no según el deseo de Dios.
Deberían haber restricciones con respecto a la aplicación de los sacrificios. Tales sacri-
ficios no debieran aplicarse en todas partes o en cualquier parte, ni en el lugar que más
nos guste. No debemos aplicar los sacrificios según nuestra predilección, deseo, inten-
ción ni disfrute, sino según la intención, el deseo y la predilección de Dios. Dios ha
determinado el uso, la aplicación, de los sacrificios que han sido preparados para Él.
Ésta es la razón por la cual el tema de este mensaje trata sobre dos cosas: cuidar debi-
damente de los sacrificios y cuidar debidamente de la sangre.
En la Biblia, la sangre hace referencia a la obra redentora de Cristo. Mientras que los
sacrificios hacen referencia a la persona de Cristo, la sangre hace referencia a la obra
de Cristo. Nuestra fe neotestamentaria, la fe única, se basa en la persona y obra de
Cristo. Cuando tenemos la persona y obra de Cristo, tenemos la fe cristiana. Nosotros
creemos en Cristo, y creemos también en Su obra. Ésta es nuestra fe, la cual es con-
forme a la enseñanza del Nuevo Testamento y conforme a la economía eterna de Dios.
Como creyentes en Cristo, valoramos mucho los dos elementos que constituyen la fe
en la cual creemos. Valoramos la persona de Cristo y valoramos la obra redentora de
Cristo. En Levítico 17, la persona de Cristo es tipificada por los sacrificios, y la obra de
Cristo es tipificada por la sangre. Debemos cuidar debidamente de los sacrificios y la
sangre, es decir, debemos cuidar debidamente de la persona de Cristo y Su obra reden-
tora.
En el capítulo 17 de Levítico se les mandó a los israelitas que no ofrecieran sus sacrifi-
cios en el lugar de su preferencia; más bien, era requerido que llevaran sus sacrificios
a un lugar único, al único lugar que Dios había escogido y designado. El único lugar
escogido por Dios era “la entrada de la Tienda de Reunión”, “delante del tabernáculo
de Jehová” (v. 4). Este único lugar —la entrada de la Tienda de Reunión— representa
la iglesia. Hoy en día la iglesia es el lugar del tabernáculo de Dios, el lugar de la Tienda
de Reunión. El sacrificio debía ofrecerse únicamente en el lugar donde estaba el taber-
náculo. Esto significa que hoy debemos aplicar a Cristo en la iglesia, el lugar donde
Dios mora. En Levítico, la morada de Dios sobre la tierra era el tabernáculo. En la era
neotestamentaria, la morada de Dios es la iglesia. Por tanto, según lo que significa ofre-
cer los sacrificios a la entrada de la Tienda de Reunión, debemos aplicar a Cristo en la
iglesia, el lugar donde Dios mora hoy. Aplicar a Cristo fuera de la iglesia es abusar de
Cristo.
Con respecto al tema de aplicar a Cristo en la iglesia, les pido que consideren por qué
no tenemos un nombre que designe lo que somos como iglesia. Nosotros simplemente
somos la iglesia. A menudo nos vituperan porque no usamos un nombre para designar
la iglesia, como por ejemplo, Episcopal, Luterana, Metodista, Presbiteriana o Bautista.
Denominarnos de esa manera equivaldría a ofrecer sacrificios en cualquier lugar, se-
gún nuestro gusto. Eso está tipificado en Levítico 17 por el ofrecimiento de los sacrifi-
cios de una manera indebida.
Aplicar a Cristo de manera indebida equivale a aplicarlo sin seguir ningún tipo de
norma, restricción o limitación. Hoy en día a muchos les gusta adoptar nombres para
designar la iglesia. Pero designar la iglesia de esa manera es denominarla, y ello equi-
vale a aplicar indebidamente los sacrificios.
Hace muchos años conversé con algunos cristianos que criticaban nuestra posición en
cuanto a la iglesia. Me dijeron: “Ustedes son demasiado estrechos. Cristo es omnipre-
sente. Él está en todas partes. Él está presente en China, en Gran Bretaña, en los Esta-
dos Unidos. Cristo está en cada iglesia: Luterana, Anglicana, Metodista, Bautista o
Presbiteriana”. A esto les contesté, diciendo: “Sí, es cierto que Cristo está en todas par-
tes. ¿Pero por qué le ponen tantos nombres? ¿Hay acaso un Cristo chino?, ¿un Cristo
británico?, ¿un Cristo estadounidense? ¿Hay acaso un Cristo luterano o un Cristo wes-
leyano?”. Contestar a estas preguntas con un “no” significaba perder el argumento.
Ponerle a la iglesia otro nombre además del nombre de Cristo es abusar de Cristo. Use-
mos el matrimonio como ejemplo. Una señora casada debe tener un solo marido y un
solo apellido. Supongamos que Mary Jones se casa con el señor Smith. Su nombre lle-
garía a ser Mary Jones de Smith. Si además del apellido de su esposo ella se pusiera el
apellido de otro hombre, estaría usando indebidamente el nombre de su marido. De
hecho, ella se estaría prostituyendo. El principio es el mismo con respecto a abusar de
Cristo al aplicarlo fuera de la iglesia, es decir, al aplicarlo en cualquier lugar de nuestra
elección conforme a nuestra preferencia. Esta clase de abuso, esta manera de prosti-
tuirse, es tipificada en Levítico 17, donde se usa de manera enfática la expresión “se
prostituyen” (v. 7).
Según Levítico 17, la adoración a Dios debe limitarse al lugar que Dios ha escogido.
Éste es el lugar donde Dios mora en la tierra. Cada sacrificio debe ser traído a ese lugar.
Esto significa que Cristo debe ser aplicado en la iglesia. Sin embargo, muchos obreros
cristianos de hoy no tienen este concepto; en vez de aplicar a Cristo en el lugar que Dios
escogió, aplican a Cristo en cualquier lugar. Hacer esto equivale a abusar de Cristo.
Levítico 16 habla de la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el ho-
locausto y la ofrenda de harina, pero no hace mención alguna de la ofrenda de paz.
Encontramos la ofrenda de paz en el capítulo 17. La ofrenda de paz es el resultado de
las cuatro ofrendas principales. En otras palabras, el capítulo 17 es el resultado del ca-
pítulo 16. Así que, los sacrificios mencionados en 17:5 son el resultado de la ofrenda
por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto y la ofrenda de harina.
Si somos estrechos al decir que la iglesia es el único lugar donde Cristo debe ser apli-
cado, entonces Dios mismo es estrecho en cuanto a este asunto, pues nosotros simple-
mente le seguimos. Únicamente el lugar que Dios ha escogido es el lugar correcto. Él
exige que los sacrificios sean ofrecidos únicamente en el lugar de Su morada. Al res-
pecto, tenemos que ser tan santos como Él y tan estrechos como Él. Dios es nuestro
modelo, y nosotros tenemos que seguirlo. De lo contrario, en lugar de ser una virgen
pura que ha de ser presentada a Cristo (2 Co. 11:2), nos comportaremos como la gran
ramera descrita en Apocalipsis 17. Levítico 17 indica que en lo referente a los sacrificios,
Dios es estrecho, y nosotros tenemos que ser como Él, aun cuando esto nos cueste tener
que llevar el vituperio del Señor (He. 13:13).
A lo largo de la historia, muchos héroes han derramado su sangre por otros. Pero esta
clase de sangre no puede redimirnos. Por consiguiente, debemos rechazarla.
2. La sangre de lo que ha sido
despedazado por fieras
La sangre de lo que ha sido despedazado por fieras representa la sangre de quien muere
como mártir a manos de personas salvajes, que se comportan como fieras, sangre que
tampoco puede redimirnos de nuestros pecados. Únicamente la sangre de Jesucristo,
a quien Dios juzgó en la cruz (Is. 53:8), puede lavarnos de nuestros pecados (Ap. 1:5).
En la cruz, Dios quebrantó a Cristo y lo juzgó por nosotros. Por consiguiente, la sangre
de Cristo es la única sangre redentora. Únicamente Su sangre puede redimirnos de to-
dos nuestros pecados.
Las religiones del mundo actual han sido formadas principalmente sobre la base de
una de las dos cosas tipificadas en Levítico 17:15a; se basan en alguien que se sacrificó
a sí mismo por el bien de otros, o en alguien que sufrió el martirio. En los Estados
Unidos existen diversas religiones que se basan en alguna persona. Formar una reli-
gión sobre semejante base equivale a recibir una sangre diferente. Por ejemplo, los que
forman una religión basada en Buda, beben de la sangre de Buda. Asimismo, los que
basan su religión en Mahoma, beben de la sangre de Mahoma. Esto nos muestra que
las distintas creencias, las distintas religiones, se basan en distintas personas, o sea, en
distintas sangres.
Dios ha establecido que bebamos de una sola sangre, que recibamos una sola creencia.
La sangre única dispuesta por Dios es la sangre que Jesucristo derramó en la cruz. La
creencia única es creer en el Cristo que murió en la cruz por nosotros. Sin embargo, los
modernistas predican a un Cristo distinto del Cristo que murió en la cruz por nuestra
redención. Esto significa que tienen otra creencia. Además, hoy en día se ofrecen sacri-
ficios en todas partes, según las preferencias personales.
En el recobro del Señor ofrecemos a Cristo en el lugar que Dios escogió, pues estamos
firmes sobre el terreno único de la unidad del Cuerpo de Cristo en pro de la vida de
iglesia. No tenemos ninguna otra posición. No tomamos como base ninguna otra cosa
ni persona que no sea la unidad del Cuerpo de Cristo. Así, al reunirnos sobre este te-
rreno, el lugar que Dios escogió, aplicamos debidamente a Cristo. Esto es lo que signi-
fica ofrecer los sacrificios, aplicar a Cristo, conforme a la elección de Dios.
Después de estudiar detenidamente este capítulo, siento plena paz de declarar que aquí
encontramos un tipo que nos muestra cómo debemos cuidar debidamente de Cristo en
Su persona y en Su obra redentora. Este tipo revela que debemos ofrecer a Cristo úni-
camente en el lugar que Dios escogió y que sólo debemos creer en la obra redentora de
Cristo, y no en ninguna otra cosa que lo reemplace.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CUARENTA Y NUEVE
EL VIVIR SANTO DEL PUEBLO SANTO:
DESPOJARSE DE LA VIEJA VIDA
Y VESTIRSE DE LA NUEVA
Lectura bíblica: Lv. 18—20
El tema de este mensaje es “El vivir santo del pueblo santo: despojarse de la vieja vida
y vestirse de la nueva”. Este mensaje abarca los capítulos del 18 al 20. Esta extensa
sección de la Palabra corresponde a Efesios 4:17—5:14 en el Nuevo Testamento, donde
se le exhorta al pueblo santo de Dios a que, en cuanto a su pasada manera de vivir, se
despoje del viejo hombre y se vista del nuevo hombre, que fue creado según Dios en la
justicia y santidad de la realidad (Ef. 4:22, 24), a fin de llevar una vida que sea santa
como Dios lo es.
Leer Efesios 4:17—5:14 nos ayudará a entender Levítico 18—20, y leer esta sección de
Levítico nos ayudará a entender el pasaje de Efesios. Cuanto más leamos Efesios 4:17—
5:14, más entenderemos los capítulos del 18 al 20 de Levítico. Usando los términos del
Antiguo Testamento, el pueblo de Dios no debía vivir como los egipcios, entre los cuales
vivieron en un tiempo, ni como los cananeos. Ellos debían despojarse del viejo hombre
junto con la pasada manera de vivir y debían vestirse del nuevo hombre junto con la
nueva manera de vivir. Levítico 18:3 dice: “No haréis como hacen en la tierra de Egipto,
en la cual morasteis; y no haréis como hacen en la tierra de Canaán, adonde Yo os llevo,
ni andaréis en sus estatutos”. Aquí vemos que los israelitas debían llevar una nueva
vida, una vida no a la manera de los egipcios, entre quienes alguna vez vivieron, ni a la
manera de los cananeos, a cuya tierra serían llevados, sino a la manera del pueblo santo
de Dios. Despojarse del vivir de los egipcios y de los cananeos equivalía a despojarse
del viejo hombre, y llevar una vida conforme a la santidad de Dios equivalía a vestirse
del nuevo hombre.
Muchos de los que leen la Biblia, e incluso algunos traductores de la misma, no saben
cuál es la diferencia entre los estatutos y las ordenanzas, y los consideran sinónimos.
En realidad, existe una importante diferencia entre una ordenanza y un estatuto. Una
ordenanza es un estatuto al que se le ha añadido un juicio. Sin embargo, un estatuto,
un precepto, que no incluye ningún juicio es simplemente un estatuto. En Levítico 18—
20 encontramos preceptos que no contienen juicios; estos preceptos no nos explican
cómo juzgar un caso determinado. Por tanto, estos preceptos son estatutos. Otros pre-
ceptos incluyen juicios y, por ende, deben ser considerados ordenanzas y no simple-
mente estatutos.
Hemos visto que la expiación descrita en Levítico 16 abarcaba cuatro de las cinco ofren-
das básicas: la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto y
la ofrenda de harina. El resultado de estas ofrendas es la ofrenda de paz. Esto significa
que las cuatro ofrendas tienen un resultado, y este resultado es que disfrutamos de paz
con Dios y con el pueblo de Dios. Ésta es la ofrenda de paz.
Los capítulos del 18 al 20 no abordan la expiación, sino el vivir santo del pueblo santo
de Dios. En esta clase de vivir es importante que experimentemos comunión, mutua
participación, mutuo disfrute, en paz. Esto lo representa plenamente la ofrenda de paz.
Por medio de las cuatro ofrendas mencionadas en Levítico 16, se hace propiciación por
nuestra situación negativa. Así que, con respecto al vivir santo presentado en Levítico
18—20, es necesario ocuparnos de disfrutar a Cristo como nuestra ofrenda de paz.
A. El sacrificio es comido
el día que lo sacrifican, o el próximo día,
pero lo que queda para el tercer día
es quemado en el fuego
“Será comido el día que lo sacrifiquéis, o el próximo día, pero lo que quede para el
tercer día será quemado en el fuego” (19:6). Esto significa que la comunión que los
santos tienen unos con otros y con Dios debe mantenerse fresca. El disfrute que tene-
mos de Cristo como ofrenda de paz con miras a nuestra comunión con Dios y unos con
otros, debe mantenerse fresco.
En la mesa del Señor no debemos tener ninguna práctica que sea carente de frescura.
No debemos llegar a la mesa del Señor trayendo algo carente de frescura, sino presen-
tarnos con algo nuevo. Para ello, es necesario experimentar un nuevo arrepentimiento,
algo nuevo que le hayamos confesado al Señor, y algo nuevo en lo cual hayamos sido
quebrantados y tocados por Él. En otras palabras, necesitamos un nuevo lavamiento,
un nuevo baño en la Palabra o en el Espíritu, a fin de recordar al Señor con frescura.
Cuando disfrutemos al Señor con frescura, Él también experimentará un disfrute
fresco debido a nuestro fresco disfrute.
C. Cualquiera que coma un sacrificio
que sea carente de frescura
lleva su propia iniquidad,
porque ha profanado lo que es santo para Jehová;
tal persona es cortada de entre su pueblo
“Y cualquiera que lo coma llevará su propia iniquidad, porque ha profanado lo que es
santo para Jehová; tal persona será cortada de entre su pueblo” (19:8). Esto significa
que quien participe en esta clase de comunión carente de frescura es culpable de haber
menospreciado las cosas santas de Dios y no tendrá parte en la comunión con el pueblo
de Dios.
Este asunto de que la tierra vomita a sus moradores tiene muchas implicaciones. Esto
implica que la tierra es el suministro que sustenta la existencia del pueblo de Dios y la
vida que éste lleva, y es, además, el suministro disfrutado por dicho pueblo. Si el pueblo
se conducía apropiadamente con relación a la tierra, la tierra permitiría que la disfru-
tasen; de lo contrario, la tierra los vomitaría, los expulsaría. Esto indica que si no tene-
mos una relación apropiada con Cristo, quien es la buena tierra, Él nos vomitará y no
permitirá que le disfrutemos más.
Las ordenanzas y los estatutos de Levítico 18—20 abarcan muchos otros asuntos. Pri-
mero, se nos prohíbe tener relación alguna con los demonios, los ídolos, el espiritismo
y la brujería (19:4, 26; 20:2, 6, 27). Estas ordenanzas y estatutos abordan también as-
pectos humanos e incluyen cosas tales como honrar a nuestra madre y nuestro padre
(19:3a; 20:9), respetar a las personas de edad (19:32), no maltratar al peregrino sino
amarlo (vs. 33-34), tener balanzas y pesas justas (vs. 35-36), no engañar ni obrar fal-
samente (v. 11), no oprimir al prójimo (v. 13), no maldecir al sordo ni al ciego (v. 14),
no cometer injusticia en el juicio (v. 15), no andar como calumniador (v. 16) y no odiar
a nuestro hermano en nuestro corazón (v. 17). Lo más crucial es que no debemos co-
meter ninguna clase de incesto. El incesto es lo que más destruye la humanidad, y estos
capítulos dedican una extensa sección para hablar de ello con detalle. Al respecto de-
bemos ser puros.
Los capítulos del 18 al 20 de Levítico nos muestran una norma de moralidad muy ele-
vada. Debemos llevar una vida humana elevada, una vida humana que sea conforme a
la imagen de Dios. Dios es santo y justo, y Él es amor y luz. Nosotros, por tanto, debe-
mos llevar una vida que esté llena de luz. Si queremos servir a Dios, debemos llevar
una vida santa con la norma más elevada de moralidad y ética. Si bien servimos a Dios,
debemos llevar una vida humana apropiada con relación a todos los que nos rodean,
no sólo con nuestros parientes y vecinos, sino también con los peregrinos. Debemos
tratar a todas las personas apropiadamente. Esto es lo que Dios requiere, porque Él es
justo, santo, amoroso y lleno de luz.
No debemos pensar que en el recobro del Señor únicamente nos interesa Cristo, el Es-
píritu, la vida y la iglesia, y no la ética ni la moralidad. En efecto, debido a las deficien-
cias del cristianismo, hemos hecho hincapié en Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia;
no obstante, esto definitivamente no significa que no nos interese la norma más ele-
vada de ética y de moralidad. En el Estudio-vida de Lucas presenté la norma elevada
de la humanidad del Señor, la cual es el modelo, el patrón, que debemos tomar y seguir.
Si hemos de llevar una vida que concuerde con el servicio que rendimos a Dios, debe-
mos llevar una vida que refleje una elevada norma de humanidad. Esta elevada norma
de humanidad es estricta, justa, franca, resplandeciente y amorosa.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CINCUENTA
EL VIVIR SANTO REQUERIDO
PARA EL SACERDOCIO
Y
SER DESCALIFICADO DE EJERCER
EL SACERDOCIO
Lectura bíblica: Lv. 21:1-24
Valoro muchísimo la secuencia que se sigue en el libro de Levítico. En los capítulos del
11 al 15 se pone al descubierto nuestra condición. Luego, en el capítulo 16 se nos pre-
senta la expiación. En el capítulo 17 se nos habla de valorar la persona de Cristo y Su
obra redentora. Después de esto, los capítulos del 18 al 20 tratan sobre el vivir santo
del pueblo santo de Dios. Esto nos trae a Levítico 21, donde se aborda el tema del vivir
santo requerido para el sacerdocio.
Es crucial que nos demos cuenta de que cada miembro del pueblo de Dios debe ser un
sacerdote. Todos los que conforman el pueblo de Dios, y no meramente un grupo entre
ellos, deben ser sacerdotes. El vivir santo del pueblo santo tiene como finalidad el sa-
cerdocio. Después de haber abarcado este vivir santo tal como se revela en los capítulos
del 18 al 20, debemos ver ahora que este vivir santo tiene como finalidad el sacerdocio.
Levítico 21 consta de dos secciones. La primera sección, que incluye los versículos del
2 al 15, trata sobre el vivir santo requerido para el sacerdocio. La segunda sección, que
incluye los versículos del 16 al 24, trata sobre lo que nos descalifica de ejercer el sacer-
docio. Aunque la regeneración nos introduce en el sacerdocio santo, podríamos ser
descalificados de ejercer el sacerdocio en algunos aspectos, incluso en muchos aspec-
tos.
I. EL VIVIR SANTO REQUERIDO
PARA EL SACERDOCIO
A. A los sacerdotes no se les permite
contaminarse o profanarse a causa
de una persona muerta entre su pueblo,
a excepción de sus propios parientes
Levítico 21:1-4 dice que a los sacerdotes no se les permitía contaminarse o profanarse
a causa de una persona muerta entre su pueblo, a excepción de sus propios parientes.
Esto significa que nosotros, los creyentes neotestamentarios, por ser sacerdotes de
Dios, no debemos comportarnos como la gente común contaminándonos ni profanán-
donos.
Nosotros, como pueblo santo, estamos destinados para el sacerdocio santo de Dios, y
como tales, debemos tener cuidado de no tocar nada que nos contamine o profane.
Profanarse es hacerse común, hacerse mundano, hacerse semejante a aquellos que es-
tán en muerte. Nosotros fuimos santificados, fuimos hechos santos, y no debemos pro-
fanarnos.
B. No raparse la cabeza,
ni rasurarse los bordes de su barba
ni hacerse incisiones en su carne
“Las sacerdotes no se raparán la cabeza, ni se rasurarán los bordes de su barba, ni en
su carne se harán incisiones” (v. 5). Esto significa que debemos aceptar lo dispuesto
por Dios para nosotros y sujetarnos a Su autoridad, sin hacer cambio alguno, ni hacer
demostración o actuación alguna fruto de nuestra propia labor, sino permanecer en
nuestro estado natural. Cuanto más naturales seamos en este sentido, mejor.
Raparse la cabeza indica que no nos sujetamos a Dios, nuestra Cabeza, que no acepta-
mos a Su autoridad sobre nosotros. Por consiguiente, no debemos raparnos la cabeza.
Rasurarse los bordes de la barba o hacerse incisiones en la carne indica que mediante
la labor humana procuramos alterar nuestro cuerpo, el cual fue diseñado y creado por
Dios. En cierto sentido, cambiarnos de esta manera equivale a contaminarnos. Por con-
siguiente, en lugar de hacer esos cambios, debemos permanecer en nuestro estado na-
tural.
F. Consagrados
para llevar las vestiduras
del sacerdocio
El versículo 10b habla del sacerdote “quien ha sido consagrado para llevar las vestidu-
ras”. Esto significa que debemos llevar una vida que haga honor a nuestro servicio sa-
cerdotal.
Aquí la palabra consagrado significa “investido”. En Éxodo 29 vemos que cuando los
sacerdotes fueron investidos, se les vistió con las vestiduras sacerdotales y, a partir de
entonces, ellos llevaron puestas las vestiduras de su consagración. Las vestiduras re-
presentan nuestro vivir, nuestra conducta. Hoy en día para nosotros, los sacerdotes de
Dios, llevar puestas las vestiduras de consagración significa llevar una vida que haga
honor a nuestro sacerdocio.
G. No dejar suelta
su cabellera
Según el versículo 10c, el sacerdote no debía dejar suelta su cabellera. Esto significa
que nuestras acciones no deben reflejar desobediencia, desenfreno o indisciplina al-
guna. Según el lenguaje de la tipología, debemos mantenernos bien peinados y mostrar
así que nos sujetamos a la autoridad divina, que nos sujetamos a nuestro Dios en Su
autoridad. Más aún, debemos restringirnos en nuestro andar, sobre todo en lo que ha-
blamos. No está bien hablar con ligereza, sin restricción alguna. Uno que anda en la
santidad de Dios es continuamente regulado por la presencia de Dios; por tanto, anda
ordenadamente en su vida diaria. En todo lo que hagamos y digamos, debemos condu-
cirnos en buen orden.
H. No rasgar sus vestidos
A los sacerdotes no se les permitía rasgar sus vestidos (v. 10d). Que un sacerdote ras-
gara sus vestidos era señal de que en cuestión de comportamiento, estaba en banca-
rrota. El hecho de que a los sacerdotes no se les permitiera rasgar sus vestiduras signi-
fica que no debemos fracasar moralmente.
Estos versículos indican que cuanto más elevado sea nuestro sacerdocio, más requisi-
tos habrá que cumplir. Los sacerdotes podían encargarse de su padre y su madre
cuando éstos morían, pero al sumo sacerdote no se le permitía contaminarse ni si-
quiera con la muerte de su padre o de su madre. Él tenía que permanecer en el sacer-
docio como sumo sacerdote por causa del santuario y debido a que el aceite de la unción
estaba sobre él. Él tenía que permanecer apartado y consagrado a Dios por causa del
sacerdocio santo de Dios. Hoy en día nosotros, al ejercer el sacerdocio más elevado,
también debemos mantener nuestro afecto natural bajo control y no contaminarnos ni
siquiera con el afecto que tenemos por nuestros padres. Humanamente, esto no es fá-
cil; sin embargo, tenemos una vida que nos da la fuerza para llevar tal vida santa.
J. Puro en el matrimonio,
incluso respecto a la descendencia
del sumo sacerdote
Levítico 21:7, 9, 13-15 habla de la pureza en el matrimonio, incluso con relación a la
descendencia del sumo sacerdote. Esto significa que quienes servimos a Dios como sa-
cerdotes y llevamos las responsabilidades más elevadas en el servicio a Dios debemos
ser puros en nuestras relaciones humanas más íntimas, en cuanto concierne a nosotros
mismos e, incluso, a nuestra descendencia.
Todos los asuntos presentados en esta sección son normas respecto a llevar una vida
que concuerde con nuestro sacerdocio. Según el Nuevo Testamento, todos somos sa-
cerdotes; no somos laicos. Puesto que somos sacerdotes, no sólo deberíamos llevar la
vida que es propia de un pueblo santo, sino también de sacerdotes santos. El pueblo es
común y ordinario, pero los sacerdotes son personas totalmente apartadas para Dios,
es decir, personas santificadas, santas, para Dios.
1. La ceguera
La ceguera (v. 18b) descalifica a una persona de ejercer el sacerdocio. La ceguera sig-
nifica carecer de vista a causa de estar carentes de Cristo, la luz que ilumina. Si carece-
mos de Cristo en Su luz, no tendremos suficiente visión, y esta carencia nos descalifi-
cará de ejercer el sacerdocio.
2. La cojera
La cojera (v. 18c) significa carecer de fuerza para actuar a causa de estar carentes de
Cristo, Aquel que nos fortalece. Actualmente muchos creyentes son cojos, están lisia-
dos y, por ende, están descalificados de ejercer el sacerdocio neotestamentario. La ma-
nera vieja de reunirse y de servir que se practica en el cristianismo tradicional es una
de las causas de esta cojera, porque anula la función orgánica de los creyentes, desca-
lificándolos para servir como sacerdotes.
Debemos aprender a hacerlo todo en el Cristo que nos fortalece. Pablo pudo declarar:
“Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder” (Fil. 4:13). Si aprendemos a disfrutar
el fortalecimiento de Cristo, no seremos cojos ni caminaremos como personas lisiadas.
6. Ser jorobado
Ser jorobado (v. 20a) significa tener vista únicamente para las cosas de la tierra, no la de los
cielos, a causa de no haber experimentado al Cristo celestial (cfr. Col. 3:1-3). Si carecemos de
la experiencia y disfrute del Cristo celestial, podríamos ser jorobados. Debemos mirar hacia
arriba y contemplar las cosas que están en los cielos, porque allá está nuestro Cristo. Nuestra
esperanza y nuestra ciudadanía también están en los cielos (Col. 1:5; Fil. 3:20). En lugar de ser
jorobados, debemos tener una espalda recta. Debemos ser un pueblo celestial.
7. Ser enano
Ser enano (v. 20b) significa carecer de la estatura de Cristo en cuanto al crecimiento en vida
(cfr. Ef. 4:13). Algunos santos son enanos espirituales. A pesar de haber escuchado muchos
mensajes y tener mucho conocimiento, no han aumentado de estatura. La medida de Cristo en
ellos permanece igual. Se han convertido en enanos viejos.
9. El eccema
El eccema (v. 20d) representa alguna expresión que es anormal con respecto a la vida divina,
la cual nos turba y hace que los otros se sientan incómodos, a causa de que estamos carentes
del Espíritu de Cristo. Algunos santos padecen eccema espiritual. Esto significa que tienen algo
anormal en vida que, debido a la “comezón” que sienten, hace que no tengan paz y les da un
aspecto desagradable, un aspecto que hace sentir incómodos a los demás.
10. La erupción
Las erupciones en la piel (v. 20e) representan algo que nos incomoda y cuya apariencia molesta
a otros, a causa de nuestra carencia en cuanto a vivir a Cristo.
Si nosotros, como sacerdotes neotestamentarios, tenemos algún defecto, esto nos descalificará
de ejercer el servicio sacerdotal. No obstante, seguiremos siendo aptos para disfrutar a Cristo
como nuestro alimento.
Si estudiamos Levítico 21 usando el bosquejo contenido en este mensaje, nos quedará claro qué
clase de personas debemos ser a fin de cumplir los requisitos necesarios para servir a Dios como
sacerdotes. Tenemos que llevar una vida santa, una vida que concuerde con nuestro sacerdocio,
y tenemos que conservarnos completos, perfectos y debidamente equilibrados. ¿Cómo podemos
ser esta clase de persona? La única forma de ser tales personas consiste en contactar al Cristo
perfecto, disfrutándole y experimentándole cada día. Él nos hará completos, perfectos y debi-
damente equilibrados. Entonces reuniremos todos los requisitos necesarios para servir como
sacerdotes en la era neotestamentaria.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CINCUENTA Y UNO
LA SANTIDAD EN CUANTO A DISFRUTAR
DE LAS COSAS SANTAS
Y
LA MANERA ACEPTABLE DE PRESENTAR
UNA OFRENDA POR VOTO
Y UNA OFRENDA VOLUNTARIA
Lectura bíblica: Lv. 22:1-33
El capítulo 22 de Levítico abarca dos cosas: la santidad en cuanto a disfrutar de las
cosas santas (vs. 2-16) y la manera aceptable de presentar una ofrenda por voto y una
ofrenda voluntaria (vs. 18-33).
I. LA SANTIDAD EN CUANTO A
DISFRUTAR DE LAS COSAS SANTAS
La santidad es necesaria para poder disfrutar de las cosas santas. Si deseamos ser aptos
para disfrutar de las cosas santas, requerimos cierto grado de santidad. Requerimos
alguna medida de santidad, santificación, separación ante Dios.
D. Alguien adquirido
por el sacerdote mediante su dinero
y los nacidos en su casa pueden comer
de las cosas santas
“Mas si el sacerdote adquiere a alguien mediante su dinero, éste podrá comer de ella;
y los nacidos en su casa podrán comer de su alimento” (v. 11). Esto significa que quienes
fueron comprados por Cristo con Su sangre preciosa y nacieron de Dios en Su casa,
pueden disfrutar a Cristo. Puesto que hemos sido comprados por Cristo y hemos nacido
de Dios en Su casa, definitivamente somos aptos para disfrutar a Cristo.
Que alguien sea la hija del sacerdote significa que tal persona pertenece al sacerdocio.
Si nosotros, que pertenecemos al sacerdocio, somos atraídos por un extraño, quedare-
mos anulados en lo referente al sacerdocio y al disfrute de Cristo. Sin embargo, si esa
atracción muere y regresamos a la vida de iglesia, nuestro disfrute de Cristo será reco-
brado.
Un voto es mucho más firme que una ofrenda voluntaria. Una vez que se hace un voto,
éste es muy estable, y tenemos que guardarlo. En cambio, una ofrenda voluntaria
guarda relación con nuestro libre albedrío. Es posible que presentemos una ofrenda
voluntaria y que luego no llevemos a cabo lo prometido o incluso nos olvidemos de ello.
Podríamos tener cierta ofrenda voluntaria para Dios, y más tarde querer cambiarla.
Por tanto, la ofrenda voluntaria equivale a un acto de consagración que no es estable
ni seguro. Un voto, en cambio, es como un juramento hecho a Dios del cual no es posi-
ble retractarse, pues tiene que ser cumplido. Un santo puede consagrarse a Dios volun-
tariamente, y después de cierto tiempo, olvidar lo que hizo. Pero un voto no puede ser
anulado. Por tanto, las ofrendas por voto son más firmes que las ofrendas voluntarias.
Además, hay ciertas ofrendas que son aceptadas como ofrenda voluntaria, mas no
como ofrenda por voto.
La ofrenda por voto, la ofrenda voluntaria y la ofrenda de paz, todas ellas podían ser
presentadas en holocausto. El holocausto significa que vivimos absolutamente entre-
gados a Dios. Debemos llevar una vida de absoluta entrega a Dios, pero a menudo no
vivimos así. Por tanto, podríamos tomar la decisión de hacer un voto con Dios de que
viviremos absolutamente entregados a Él por el resto de nuestra vida. Con el tiempo,
este voto que ofrecemos a Dios llega a ser un holocausto, en el sentido de que llevamos
una vida absolutamente entregada a Dios por el resto de nuestros días.
Una ofrenda voluntaria también puede convertirse en un holocausto. De nuestra pro-
pia voluntad podríamos escoger llevar una vida absolutamente entregada a Dios. Esa
ofrenda voluntaria también puede ser presentada a Dios en holocausto.
Resulta difícil explicar cómo una ofrenda de paz puede ser presentada a Dios en holo-
causto. Creo que muchos de entre nosotros hemos experimentado esto en la mesa del
Señor. Mientras disfrutábamos al Señor como ofrenda de paz en Su mesa, nos dijimos
a nosotros mismos: “En el pasado no he vivido absolutamente entregado al Señor. Pero
en este momento, mientras lo disfruto, decido que de hoy en adelante llevaré una vida
absolutamente entregada al Señor”. De este modo, la ofrenda de paz llega a ser un ho-
locausto.
En ocasiones, puede ser que tomemos la firme decisión de llevar una vida absoluta-
mente entregada a Dios. Esto constituiría un voto que llega a ser un holocausto. En
otras ocasiones, puede ser que de manera espontánea ejercitemos nuestro libre albe-
drío y decidamos vivir absolutamente entregados a Dios. Esto constituiría una ofrenda
voluntaria que llega a ser un holocausto. Otras veces, mientras disfrutamos a Cristo en
Su mesa, puede ser que tengamos el pensamiento de que debemos llevar una vida de
absoluta entrega a Dios. Esto constituiría una ofrenda de paz que llega a ser un holo-
causto. Vemos así que tres ofrendas distintas —la ofrenda por voto, la ofrenda volun-
taria y la ofrenda de paz— pueden llegar a ser un holocausto en el que nosotros vivimos
absolutamente entregados a Dios.
Según 22:18-21, cada una de estas ofrendas debía consistir en un macho sin defecto de
entre el ganado, de entre las ovejas o de entre las cabras. Aquí el macho representa a
un Cristo fuerte. De cualquier manera en que ofrezcamos el holocausto a Dios, nuestra
ofrenda debe ser un Cristo fuerte sin defecto, al cual hayamos experimentado.
El versículo 23 indica que es posible no ser equilibrados aun en la experiencia que te-
nemos de Cristo. A veces nuestra experiencia de Cristo puede rebasar el límite de lo
normal, y otras veces puede encontrarse por debajo de la medida normal. Por ejemplo,
algunos santos insisten mucho en que hay que disfrutar a Cristo, pero ellos mismos no
llevan ningún fruto. Juan 15 habla acerca de disfrutar a Cristo. “Permaneced en Mí, y
Yo en vosotros” (v. 4a). Si permanecemos en el Señor, absorberemos de Él la rica savia.
Entonces Él permanecerá en nosotros a fin de impartirnos el suministro y sostenernos
con todas Sus riquezas. El resultado de esto es que llevaremos fruto. Permanecer en
Cristo da por resultado que llevemos fruto. Sin embargo, algunos santos recalcan el
disfrute de Cristo que obtenemos al permanecer en Él, pero ellos mismos no llevan
fruto. Esta manera de experimentar a Cristo es tipificada en Levítico 22:23 por el
miembro que tiene algo superfluo. La falta de fruto demuestra que la experiencia que
ellos tienen de Cristo no es equilibrada.
El Señor Jesús dijo: “Todo pámpano que en Mí no lleva fruto, lo quita [...] El que en Mí
no permanece, es echado fuera como pámpano, y se seca; y los recogen, y los echan en
el fuego, y arden” (Jn. 15:2a, 6). Esto no significa que uno perezca, sino que pierde el
disfrute de Cristo. Si un pámpano es cortado de la vid, pierde el disfrute de la vid. He-
mos visto que esto ocurrió a algunos santos que afirmaban que lo único que les intere-
saba era disfrutar a Cristo, pero no llevaban fruto, aun después de pasados varios años.
Ellos se extralimitaban en su disfrute; esto es semejante al miembro que tiene algo
superfluo. Su experiencia de Cristo no producía ningún fruto.
Otros santos no disfrutan a Cristo lo suficiente, y como resultado, tampoco llevan fruto.
En lo que se refiere experimentar a Cristo, estos santos están por debajo de la norma.
Aquellos que se exceden en su medida respecto a la experiencia de Cristo así como los
que están por debajo de la norma, ambos tienen en común que no llevan fruto.
En Juan 15:16 el Señor Jesús dice: “No me escogisteis vosotros a Mí, sino que Yo os
escogí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto perma-
nezca”. El Señor no dice que simplemente debemos permanecer en Él, sin hacer nada
más, ya que ello significaría exceder el límite y, por ende, extralimitarnos en el disfrute
de Cristo. Debemos visitar a otros para poder llevar fruto. Entonces seremos equilibra-
dos en cuanto a permanecer en Cristo y llevar fruto. El objetivo de permanecer en
Cristo es llevar fruto, y llevar fruto es una prueba de que verdaderamente disfrutamos
a Cristo. Si realmente disfrutamos a Cristo, iremos y llevaremos fruto.
D. Todo lo que tenga
los testículos heridos, magullados,
quebrados o cortados,
no debe ser presentado a Jehová
“Todo lo que tenga los testículos heridos, magullados, quebrados o cortados, no lo pre-
sentaréis a Jehová; no haréis esto en vuestra tierra” (Lv. 22:24). Esto significa que no
debemos ofrecer a Dios como alimento al Cristo que hemos experimentado cuya fun-
ción espiritual haya sido dañada de algún modo. Debemos disfrutar a Cristo como
Aquel cuyo órgano reproductor no ha sido dañado. Esto significa que el Cristo que ex-
perimentamos debe poseer un órgano reproductor perfecto y completo, de modo que
podamos producir más y más de Cristo. Conforme a Juan 15, esto equivale a llevar
fruto.
Si hemos crecido en la vida divina, podremos ofrecer algo de Cristo a Dios como ali-
mento; pero si somos demasiado inmaduros en la vida divina, no podremos ofrecerle
nada a Dios que Él pueda aceptar como alimento.
Debemos tener experiencias frescas y nuevas de Cristo. Esto hará que en nosotros sur-
jan acciones de gracias. Entonces, lo que ofrezcamos a Dios del Cristo que hemos ex-
perimentado no será rancio, sino fresco y nuevo.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CINCUENTA Y DOS
LAS FIESTAS
(1)
Lectura bíblica: Lv. 23:1-14
En este mensaje llegamos a un tema maravilloso en el libro de Levítico: las fiestas.
Según la secuencia de este libro, para el final del capítulo 22 hemos pasado de nuestra inmun-
dicia al sacerdocio con su disfrute. El siguiente asunto presentado es las fiestas, las cuales tenían
como finalidad proporcionar reposo y disfrute, lo cual tipifica a Cristo como nuestro reposo y
disfrute. Esto indica que según Levítico, un libro que trata sobre el sacerdocio de Dios para el
servicio de Dios en comunión con Él, nuestro servicio redunda en que experimentemos a Cristo
—como reposo y disfrute— juntamente con Dios y unos con otros. En otras palabras, el resul-
tado de este servicio es las fiestas.
Estas fiestas no ocurrían de vez en cuando, en ciertas ocasiones; por el contrario, eran designa-
das por Dios, establecidas por Él. Estas fiestas fueron dispuestas por Dios para que Su pueblo
reposara con Él y se gozara con Él, para que disfrutase de todo lo que Él ha provisto a Su pueblo
redimido. Ellos debían disfrutar de todas estas cosas con Dios y unos con otros.
3. Santa convocación
Cada vez que se celebraba una fiesta, se efectuaba una santa convocación. Una santa convoca-
ción representa un reposo que se disfruta corporativamente; no es un reposo que disfrutan los
creyentes individualmente, sino la iglesia corporativamente. En esa reunión experimentamos el
disfrute de Dios, el cual se tiene ante Dios, con Dios y los unos con los otros.
En la Biblia, el número siete puede expresarse por medio de dos sumas: cuatro más
tres y uno más seis. Las siete fiestas de Levítico 23 están divididas en dos grupos, cuatro
en el primero y tres en el segundo. Las cuatro fiestas del primer grupo se celebraban
durante la primera mitad del año. Las tres fiestas del segundo grupo se celebraban en
el séptimo mes del año. Según su cumplimiento dispensacional, las primeras cuatro ya
fueron celebradas, y las últimas tres serán celebradas en el futuro.
1. La Fiesta de la Pascua
“Éstas son las fiestas señaladas de Jehová, las convocaciones santas, las cuales procla-
maréis en sus tiempos señalados: en el primer mes, el día catorce del mes, al cre-
púsculo, es la Pascua de Jehová” (vs. 4-5). La Fiesta de la Pascua representa a Cristo (1
Co. 5:7b) como nuestra redención, quien nos capacita para empezar a disfrutar la sal-
vación provista por Dios juntamente con Dios.
El hecho de que la Fiesta de los Panes sin Levadura durara siete días tipifica, o repre-
senta, el período completo de nuestra vida cristiana. El curso de toda nuestra vida cris-
tiana es una Fiesta de los Panes sin Levadura, una fiesta sin pecado. Nosotros fuimos
redimidos del pecado, y ahora el Redentor, quien no tiene pecado, es nuestra fiesta
para el curso completo de nuestra vida cristiana. Hoy estamos celebrando una fiesta,
disfrutando del reposo, disfrutando a Dios y disfrutando a nuestro Redentor, aparte
del pecado. Como personas que disfrutan de esta fiesta, no tenemos nada que ver con
el pecado.
Esta vida que se entrega absolutamente a Dios no solamente implica a Cristo mismo,
sino también a todos los que fuimos resucitados juntamente con Él. Cuando Cristo fue
resucitado, todos nosotros fuimos resucitados en Él y con Él (Ef. 2:6). Esto significa
que fuimos resucitados aun antes de nacer, un hecho revelado claramente en 1 Pedro
1:3. Todos nosotros, juntamente con Cristo, fuimos ofrecidos a Dios como holocausto
el día de Su resurrección. Ahora, en Cristo y con Cristo como holocausto ofrecido a
Dios, podemos llevar una vida de absoluta entrega a Dios.
d. La ofrenda de harina
de la gavilla mecida
es de flor de harina mezclada con aceite,
una ofrenda por fuego a Jehová
como aroma que le satisface
“Su ofrenda de harina será dos décimas de efa de flor de harina mezclada con aceite,
una ofrenda por fuego a Jehová como aroma que le satisface” (Lv. 23:13a). Esto repre-
senta al Cristo resucitado como nuestra ofrenda de harina, que está mezclada con el
Espíritu que unge, la cual es ofrecida como alimento a Dios en la resurrección de Cristo
en calidad de aroma que satisface a Dios.
Cristo fue crucificado y sepultado, y luego, al tercer día, se levantó de entre los muertos.
Algunos santos del Antiguo Testamento fueron resucitados juntamente con el Cristo
resucitado. Creo firmemente que ésta es una señal de que un día todos los que creen
en Él serán resucitados. El Cristo resucitado se ha convertido en un holocausto que
incluye a todos Sus creyentes, quienes ahora pueden llevar una vida absolutamente
entregada a Dios. Cristo también se ha convertido en una ofrenda de harina mezclada
con aceite, el cual representa al Espíritu Santo. De hecho, en Su resurrección, Cristo
mismo llegó a ser este Espíritu. Además, la flor de harina en la ofrenda de harina tam-
bién es Cristo mismo. Él era un solo grano (Jn. 12:24), pero después fue molido hasta
llegar a ser flor de harina, la cual se mezcla con el aceite para convertirse en la ofrenda
de harina, la cual es el suministro de vida que nos sostiene para que llevemos una vida
absolutamente entregada a Dios.
En la cruz Cristo no solamente fue crucificado, sino que también fue derramado. Él fue
crucificado como ofrenda por el pecado, como ofrenda por las transgresiones, como
holocausto y como ofrenda de paz, pero además fue derramado como libación, como el
vino que se vierte delante de Dios para Su satisfacción. Cristo nos incluyó a nosotros
cuando fue crucificado y también cuando fue derramado. En Cristo, todos nosotros
fuimos derramados en libación a Dios. Hoy debemos llevar una vida de holocausto,
una vida absolutamente entregada a Dios. Esta vida es sustentada por la ofrenda de
harina, que es nuestro alimento diario. Entretanto, puesto que a Dios le gusta beber,
nosotros también debemos ser una libación que es derramada para que Dios la beba.
Tal libación se ofrece totalmente para el disfrute de Dios, un disfrute que compartimos
con Dios y unos con otros.
La Fiesta de la Pascua, la Fiesta de los Panes sin Levadura y la Fiesta de las Primicias,
todas ellas, se celebraban en un período de tres días. Cristo fue crucificado durante la
Pascua y, en menos de tres días, resucitó en el día de la Fiesta de las Primicias. Entre
la Fiesta de la Pascua y la Fiesta de las Primicias, se daba inicio a la Fiesta de los Panes
sin Levadura. Por consiguiente, estas tres fiestas se celebraron durante el tiempo en
que el Señor murió y resucitó. Por medio de Su muerte y Su resurrección, nosotros
ahora disfrutamos la Fiesta de la Pascua, la Fiesta de los Panes sin Levadura y la Fiesta
de las Primicias. Como veremos en el siguiente mensaje, aún necesitamos la Fiesta de
Pentecostés, cuando el Espíritu Santo fue derramado desde los cielos para la comple-
ción de nuestra fiesta cristiana neotestamentaria. Disfrutamos a Cristo en Su muerte,
disfrutamos a Cristo en Su resurrección y disfrutamos al Cristo que fue derramado
desde los cielos como Espíritu económico de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CINCUENTA Y TRES
LAS FIESTAS
(2)
Lectura bíblica: Lv. 23:15-22
En este mensaje llegamos a la cuarta fiesta, la Fiesta de Pentecostés. Esta fiesta perte-
nece al primer grupo de fiestas, que incluye la Fiesta de la Pascua, la Fiesta de los Panes
sin Levadura, la Fiesta de las Primicias y la Fiesta de Pentecostés.
Estas cuatro fiestas se pueden aplicar tanto a la historia como a nuestra experiencia.
La Pascua se celebraba en el día catorce del primer mes del año judío. En ese día, Je-
sucristo fue sacrificado como nuestra Pascua. Mientras que la Pascua del Antiguo Tes-
tamento era un tipo, Cristo es para nosotros la verdadera Pascua. Él es la realidad de
la Pascua, el cumplimiento histórico del tipo de la Pascua. A la Fiesta de la Pascua le
seguían la Fiesta de los Panes sin Levadura y la Fiesta de las Primicias. La resurrección
de Cristo fue el cumplimiento de la Fiesta de las Primicias y es la realidad de esta fiesta.
Luego, a la Fiesta de las Primicias le seguía la Fiesta de Pentecostés.
Estos hechos históricos pueden ser aplicados a nosotros en nuestra experiencia con-
forme a la historia de Cristo. En otras palabras, lo que Cristo realizó y logró en Su his-
toria puede llegar a ser nuestra experiencia. Por esta razón, el primer grupo de fiestas
se puede aplicar de dos maneras: a la historia de Cristo y a nuestra experiencia cris-
tiana.
Cuando fuimos salvos, experimentamos la Fiesta de la Pascua. Debido a que Cristo fue
inmolado por nosotros, Dios pudo pasar por encima de nosotros. De esta manera, dis-
frutamos la realidad de la Pascua. Lo que los judíos disfrutaron en Egipto era simple-
mente un tipo; lo que nosotros disfrutamos es la realidad. Esto no sólo tiene que ver
con la historia de Cristo, sino también con nuestra experiencia.
Después de esos cuarenta días, el Señor Jesús ascendió a los cielos y dejó a los discípu-
los en la tierra. Durante los diez días siguientes, ellos oraron continuamente en unani-
midad. Luego, al quincuagésimo día, hubo un gran acontecimiento: la consumación
del Dios Triuno fue derramada. Esta consumación es el Espíritu todo-inclusivo, vivifi-
cante y compuesto del Dios Triuno procesado. Tal Espíritu —la totalidad del Dios
Triuno— fue derramado sobre los ciento veinte discípulos, los cuales representaban el
Cuerpo de Cristo.
Las primeras cuatro fiestas forman un grupo de suma importancia. Esta importancia
se debe a que incluyen la muerte de Cristo, la resurrección de Cristo, la ascensión de
Cristo y el derramamiento del Espíritu consumado del Dios Triuno procesado para
producir el Cuerpo de Cristo como agrandamiento, aumento, extensión y expansión
del ilimitado Cristo individual, quien así llegó a ser el Cristo corporativo y universal.
Históricamente, las cuatro primeras fiestas están todas relacionadas con Cristo. Él es
el cumplimiento y la realidad de la Pascua, de los panes sin levadura y de las primicias.
En Su forma espiritual, como consumación del Dios Triuno procesado, Cristo es tam-
bién el cumplimiento y la realidad del Pentecostés. Todos estos eventos históricos han
llegado a ser nuestra experiencia. Hemos participado de la Pascua, de los panes sin
levadura y de las primicias, y hemos llegado a formar parte del Pentecostés.
El Pentecostés consta de cuarenta y nueve días más el primer día de la semana. Este
periodo contiene ocho días que son el primer día de cada semana, el primero de los
cuales es el día de la resurrección y el último de los cuales es el quincuagésimo día. Esto
indica: de resurrección en resurrección. Aquí todo está en resurrección, pues tenemos
la resurrección multiplicada por ocho.
Cuando los ángeles nos miran desde los cielos, nos ven como testimonios de la resu-
rrección de Cristo. Sin embargo, es posible que nosotros aún sintamos que somos in-
mundos y leprosos, que tenemos flujos inmundos, y que estamos rodeados de confu-
sión y de toda índole de religiones. Pero a los ojos de Dios, todos formamos parte del
testimonio de la resurrección de Cristo. Ahora que estamos en Levítico 23 y en la Fiesta
de Pentecostés, debemos olvidarnos de todas las cosas negativas. Aquí no hay inmun-
dicia ni lepra; más bien, vemos la extensión de Cristo.
El tipo de Levítico 23:17 no habla de un pan ni de tres panes, sino de dos panes. Estos
dos panes representan las dos secciones de la iglesia como Cuerpo de Cristo: la sección
judía y la sección gentil. Estas dos secciones están representadas por los santos que
estaban en Jerusalén y por los que estaban en la casa de Cornelio.
¿Por qué los panes de 23:17 debían ser cocidos con levadura cuando, según Levítico 2,
la ofrenda de harina no debía llevar levadura? La razón es que en cada una de las sec-
ciones de la iglesia como Cuerpo de Cristo, según lo tipifican estos dos panes, todavía
existe el pecado. Vemos esto claramente en el libro de Hechos, por ejemplo, en el caso
del pecado cometido por Ananías y Safira en el capítulo 5, y en el caso de la murmura-
ción que hubo en cuanto a la distribución de los alimentos en el capítulo 6.
Como lo indica el tipo, no solamente Cristo es las primicias, sino también la iglesia. Los
dos panes cocidos con levadura, los cuales representan a la iglesia, eran primicias.
Cristo, como flor de harina, era las primicias en el día de la resurrección. A la postre,
esta flor de harina se convirtió en los dos panes. Por tanto, estos panes son el aumento,
la expansión, de la flor de harina procedente de las primicias en el día de la resurrec-
ción. En la tipología, esto indica que Cristo ha llegado a ser la iglesia, que la iglesia es
el agrandamiento de Cristo. Como tal agrandamiento de Cristo, la iglesia, en sus dos
secciones, es ofrecida a Dios para Su satisfacción.
A los ojos de Dios, la iglesia primitiva fue una libación porque muchos de los creyentes
sufrieron el martirio. Ellos derramaron su alma ante Dios para Su satisfacción, así
como Cristo derramó Su alma ante Dios en la cruz.
Con relación a la iglesia en el día de Pentecostés, vemos la ofrenda por el pecado, la ofrenda de
paz y la ofrenda mecida. La ofrenda por el pecado se ofrece a causa del pecado, la ofrenda de
paz se ofrece a causa de la comunión, y la ofrenda mecida representa la resurrección. Por su-
puesto, estas tres ofrendas hacen referencia a Cristo.
d. Hacen proclamación y tienen santa convocación,
y no hacen ningún tipo de trabajo
“Haréis proclamación en ese mismo día; tendréis santa convocación. No haréis ningún tipo de
trabajo. Será estatuto perpetuo dondequiera que habitéis por todas vuestras generaciones” (v.
21). Esto significa que el pueblo redimido por Dios, como iglesia, disfruta a Cristo junto con
Dios sin necesitar del aporte de la labor humana. Puesto que todo ha sido llevado a cabo, ter-
minado, no hay necesidad de ninguna labor humana; en lugar de ello, debe haber reposo.
Nosotros somos las personas tipificadas por los pobres y los extranjeros, y nuestra porción es
la rebusca de la siega. Ésta es la porción extraordinaria de la gracia de Dios. Un ejemplo de esta
porción es el caso de la mujer cananea de Mateo 15. Cuando el Señor Jesús le dijo: “No está
bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”, ella contestó: “Sí, Señor; también los
perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (vs. 26-27). En lugar de ofen-
derse por las palabras del Señor, ella admitió ser un “perrillo”. Además, ella se dio cuenta de
que Cristo, “el pan de los hijos”, había sido rechazado por los judíos y se había convertido en
las “migajas” que los perrillos gentiles disfrutaban debajo de la mesa. Ésta es la rebusca, la mies
que se hallaba en los rincones de la tierra, la cual se dejaba para los pobres y los extranjeros.
Nosotros podremos ser gentiles pobres, pero tenemos nuestra porción de la cosecha de Pente-
costés. Ahora podemos disfrutar como nuestra porción al Dios Triuno del Pentecostés, al Cristo
del Pentecostés y al Espíritu todo-inclusivo del Pentecostés. Esta porción nos ha hecho parte
del aumento, agrandamiento, extensión y expansión de Cristo.
Las primeras cuatro fiestas —la Pascua, los Panes sin Levadura, las Primicias y el Pentecos-
tés— guardan relación con el alimento y con el asunto de comer para satisfacción de Dios; sin
embargo, Dios tiene en Su corazón a los pobres y a los extranjeros y los recuerda. Debido a
ello, nosotros, los gentiles, podemos participar de la gracia de Cristo en la Fiesta de Pentecostés,
como aquello que se cumplió en la iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CINCUENTA Y CUATRO
LAS FIESTAS
(3)
Lectura bíblica: Lv. 23:23-44
El Señor Jesús, después de vivir en la tierra como Dios-hombre durante treinta y tres
años y medio, murió en la cruz como cumplimiento y realidad del tipo de la Pascua.
Por medio de Su muerte en la cruz, Él efectuó la redención y puso fin a todas las cosas
negativas del universo. El resultado de esta muerte fue la resurrección, de la cual
emanó la vida divina, que es la realidad del Dios Triuno consumado como nuestra por-
ción. En la resurrección de Cristo, todos tenemos una porción en este Dios Triuno con-
sumado.
Aunque nuestro Dios es eternamente perfecto, Él aún necesitaba llegar a una consu-
mación. Antes de Su encarnación, Él era únicamente Dios y no había alcanzado Su
consumación. Pero, como resultado de los procesos por los cuales pasó, Él alcanzó Su
consumación. La consumación del Dios Triuno procesado es el Espíritu todo-inclusivo,
vivificante y compuesto. Como tal consumación, Él se derramó a Sí mismo sobre noso-
tros, y nos hizo así parte de Su agrandamiento. Esto es lo que significa el Pentecostés.
El resultado máximo del Dios Triuno procesado es el Pentecostés. Para cuando llega-
mos a la Fiesta de Pentecostés, todas las cosas negativas han sido desechadas, y todas
las cosas positivas han sido liberadas. El Dios Triuno procesado, quien alcanzó Su con-
sumación, se ha derramado sobre nosotros con el fin de introducirnos en Sí mismo a
fin de hacernos Su extensión, agrandamiento, aumento y expansión. Ahora somos el
Cuerpo de Cristo, y en este Cuerpo se da la mezcla del Dios Triuno procesado y consu-
mado con el hombre tripartito escogido, redimido, regenerado y transformado. El uni-
verso entero existe para este propósito, y esto permanecerá para siempre. A la postre,
el Cuerpo de Cristo llegará a ser la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva
como un testimonio completo y eterno del Dios Triuno consumado junto con Sus redi-
midos.
Después de haber abarcado las primeras cuatro fiestas, en este mensaje abordaremos
las últimas tres: la Fiesta del Toque de Trompetas, la Fiesta de la Expiación y la Fiesta
de los Tabernáculos.
El primer grupo, compuesto por cuatro fiestas, se celebraba durante la primera mitad
del año. El segundo grupo, compuesto por tres fiestas, se celebraba durante la segunda
mitad del año. Las primeras cuatro fiestas apuntan al pasado y al presente. Estas fiestas
se cumplieron en Cristo, pero las seguimos experimentando y disfrutando. Disfruta-
mos la Fiesta de la Pascua, y seguimos en la Fiesta de los Panes sin Levadura y en la
Fiesta de las Primicias. Además, seguimos en la Fiesta de Pentecostés, que de hecho es
una fiesta de la iglesia.
El segundo grupo de fiestas apunta al futuro, a los días venideros, al tiempo de la venida
del Señor. Cuando el Señor Jesús regrese, se cumplirán estas tres fiestas.
5. La Fiesta del Toque de Trompetas
Levítico 23:23-25 nos habla de la Fiesta del Toque de Trompetas. Esta fiesta significa
que Dios convoca a Su pueblo que estaba esparcido (los israelitas dispersos) y les re-
cuerda que les haría tal llamado (Mt. 24:31; cfr. Is. 27:13; Sal. 81:3).
Entre la cuarta fiesta, Pentecostés, y la quinta fiesta, la Fiesta del Toque de Trompetas,
aparentemente no ocurre nada. En realidad, este intervalo corresponde a la era de la
iglesia, que es llamada la era de misterio. La era de la iglesia abarca desde el día de
Pentecostés, cuando la iglesia comenzó a existir, hasta el día en que Dios haga un lla-
mado para reunir a Su pueblo esparcido.
Durante los dos mil setecientos años que han transcurrido desde que los judíos fueron
llevados cautivos a Babilonia, ellos han sido un pueblo que no ha tenido reposo. Ellos
perdieron su tierra natal porque rechazaron al Dios del reposo. Sólo parte de su tierra
natal ha sido recobrada, y hoy en día los judíos siguen luchando, pues son un pueblo
que no tiene reposo. Cuando suene la trompeta, Dios llamará a Su pueblo disperso, el
cual ha vivido sin reposo durante tanto tiempo, para que regrese a la tierra de sus pa-
dres. Entonces ellos reposarán junto con Dios; ellos disfrutarán a Cristo como el reposo
absoluto y completo. Para los judíos, esto será una gran fiesta.
6. La Fiesta de la Expiación
La sexta fiesta es la Fiesta de la Expiación. El Día de la Expiación venía poco después
que Israel se arrepentía para con Dios (vs. 26-32). Esto significa que el día de la reden-
ción del hombre sigue después del anuncio que, a manera de toque de trompetas, se
hace del evangelio con el correspondiente arrepentimiento del hombre en reacción a
dicha proclamación.
Durante las cuatro dispensaciones, Dios labora con el hombre en la vieja creación. Dios
se imparte a Sí mismo en el hombre para hacerlo una nueva creación. Al final, después
de las cuatro dispensaciones, esta nueva creación alcanzará su consumación en la
Nueva Jerusalén, la cual será el resultado final de toda la obra que Dios habrá realizado
en la vieja creación para obtener la nueva creación. Hoy en día nos encontramos en la
tercera dispensación, la dispensación de la iglesia. En la era venidera estaremos en la
cuarta dispensación, la dispensación del reino, ya sea como vencedores o como aque-
llos que serán disciplinados.
El reino milenario será la cosecha completa de lo que Dios ha estado haciendo en las
últimas tres dispensaciones. Por tanto, el reino milenario será una fiesta tanto para
Dios como para Sus redimidos. Si leemos detenidamente el Nuevo Testamento, nos
daremos cuenta de que en el milenio, el pueblo redimido por Dios estará conformado
por dos pueblos: la iglesia y el reino de Israel. Ambos pueblos disfrutarán esta fiesta.
g. Toman para sí el producto de árboles majestuosos,
ramas de palmeras, ramas de árboles frondosos
y sauces del arroyo, y durante siete días
se regocijan delante de Dios
“El primer día tomaréis para vosotros el producto de árboles majestuosos, ramas de
palmeras, ramas de árboles frondosos y sauces del arroyo; y durante siete días os rego-
cijaréis delante de Jehová vuestro Dios” (v. 40). Esto retrata la rica, hermosa, nutritiva
e imperecedera escena conformada por la humanidad de Cristo, la cual es expresada
en las vidas del pueblo redimido de Dios.
Los árboles pertenecen a la vida vegetal, y en tipología, las plantas representan la hu-
manidad de Cristo. En el versículo 40, los árboles representan diversos aspectos de la
humanidad de Cristo. Cristo no solamente está lleno de fruto, sino también de hojas,
las cuales muestran de modo particular la belleza de Su humanidad.
“Durante siete días os regocijaréis delante de Jehová vuestro Dios (v. 40b). Esto repre-
senta la humanidad de Cristo expresada en el vivir del pueblo redimido de Dios durante
el milenio. Incluso hoy, mientras vivimos en la vida de iglesia, nuestros parientes pue-
den ver en nosotros algo verde, hermoso y triunfante. Algunos padres han testificado
haber visto tal expresión en sus hijos. Durante el milenio, todos los vencedores expre-
sarán en su vivir la rica, hermosa, nutritiva e imperecedera escena conformada por la
humanidad de Cristo.
Durante las cuatro dispensaciones, el hombre no podrá tener una morada firme. In-
cluso hoy en día seguimos morando en tabernáculos, en tiendas. Al final, los presentes
tabernáculos portátiles se convertirán en un tabernáculo firme: la Nueva Jerusalén, la
cual posee un cimiento de doce capas.
A. La Fiesta de la Pascua
La Fiesta de la Pascua se cumplió el día de la muerte de Cristo (Mt. 26:2, 17-19, 26-28;
1 Co. 5:7).
B. La Fiesta de los Panes sin Levadura
La Fiesta de los Panes sin Levadura se cumple durante la era de la iglesia (1 Co. 5:7-8).
D. La Fiesta de Pentecostés
La Fiesta de Pentecostés se cumplió cincuenta días después de la resurrección de
Cristo, el día del derramamiento del Espíritu Santo (Hch. 2:1-4; cfr. Hch. 1:3).
F. La Fiesta de la Expiación
La Fiesta de la Expiación se cumplirá el día que Israel retorne a Dios, después de haber
regresado a la tierra de sus padres (Ro. 11:26-27; Zac. 12:10-14). El retorno de Israel a
Dios no sólo conllevará regresar físicamente a la tierra de sus padres, sino también
regresar espiritualmente a Dios mismo.
Así pues, las últimas tres fiestas se cumplirán en el “séptimo mes” del año, cuando
Cristo volverá.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CINCUENTA Y CINCO
LA DISPOSICIÓN DEL CANDELERO
Y DE LA MESA DEL PAN DE LA PRESENCIA
Y
EL JUICIO DE MUERTE
POR HABER BLASFEMADO EL NOMBRE SANTO
Lectura bíblica: Lv. 24:1-23
Levítico 24 constituye un paréntesis entre el capítulo 23, que habla de las fiestas, y el capítulo
25, que habla del jubileo, la fiesta de fiestas que debía celebrarse cada cincuenta años. De hecho,
el capítulo 25 es la continuación del capítulo 23, pero en medio de ellos se halla insertado el
capítulo 24. En este capítulo se abarcan primordialmente cuatro asuntos: atender a las lámparas
en el tabernáculo, disponer el pan de la Presencia en el tabernáculo, blasfemar el nombre de
Dios y cuidar de la vida humana y de la vida animal.
A fin de servir a Dios como sacerdotes, debemos ocuparnos de dos asuntos apropiada y ade-
cuadamente. Estos dos asuntos son la luz y el alimento. Por supuesto, no nos referimos a la luz
y el alimento naturales y humanos, sino a la luz y el alimento divinos. Como sacerdotes que
sirven a Dios, debemos vivir, actuar, conducirnos y servir bajo la luz divina. Si en el tabernáculo
no hubiera habido luz, habría sido difícil entrar, actuar, andar y servir a Dios allí. Así que, lo
primero que necesitamos es luz. En cierto sentido, la luz es más importante que el alimento.
Además de la luz, necesitamos alimento. Necesitamos el alimento divino como nuestro sumi-
nistro para poder actuar apropiadamente, movernos, conducirnos y servir a Dios con suficiente
suministro y fuerza (véase el Estudio-vida de Éxodo,mensajes del 90 al 94, donde se aborda
con más detalle la mesa del pan de la Presencia y el candelero).
Debemos ocuparnos de estos dos asuntos: la luz y el alimento. Esto significa que necesitamos
ser iluminados por la luz divina, la luz que es la luz de la vida (Jn. 1:4). Esta vida requiere de
un suministro alimenticio. Por consiguiente, debemos recibir la debida suministración del Es-
píritu de Jesucristo en nuestro espíritu (Fil. 1:19) para obtener cada día el suministro de vida
necesario. Con esta suministración, seremos fortalecidos. Entonces podremos andar adecuada-
mente, movernos y servir a Dios con suficiente fuerza bajo Su luz divina.
Las olivas, que son un tipo de Cristo, debían ser prensadas para que saliera el aceite. Esto sig-
nifica que Cristo fue “prensado” al ser crucificado a fin de que el Espíritu Santo pudiera brotar
de Él como agua viva y también como aceite que hace resplandecer a Cristo, el candelero.
2. Hacen arder las lámparas continuamente
desde el anochecer hasta la mañana
Los hijos de Israel debían “hacer arder las lámparas continuamente” (v. 2b). El versículo 3
añade: “Fuera del velo del Testimonio, en la Tienda de Reunión, Aarón las mantendrá en orden
desde el anochecer hasta la mañana delante de Jehová continuamente. Estatuto perpetuo será
por todas vuestras generaciones”. Esto significa que la luz divina de Cristo resplandece conti-
nuamente en la casa de Dios.
Muchos de nosotros hemos tenido la experiencia en la que Cristo cuida de la luz en nuestro
interior. Por la mañana, tocamos al Señor, el Sumo Sacerdote. Al tener contacto con Él, Él cuida
de la luz en nuestro interior. Si por la mañana no tenemos contacto con el Señor, nos hará falta
la luz durante todo el día. Aunque quizás no estemos en tinieblas, tendremos la sensación de
que dentro de nosotros no hay luz. Sin embargo, si pasamos tiempo con el Señor por la mañana,
la luz aparecerá espontáneamente. Algo brillará dentro de nosotros durante todo el día. Este
resplandor es el propio Cristo a quien experimentamos y disfrutamos por la mañana, el cual se
manifiesta como luz resplandeciente en nosotros.
El número doce mencionado en 24:5 ciertamente se refiere a las doce tribus de Israel.
Esto indica que esta clase de suministro alimenticio es suficiente para nutrir a todo el
pueblo de Dios.
El hecho de que Cristo sea nuestro alimento está relacionado con la vida de iglesia. Esto
indica que si deseamos ser debidamente nutridos, debemos llevar una vida que esté
relacionada con la vida de iglesia.
De hecho, las tortas de pan servían de alimento para el sumo sacerdote y para los sa-
cerdotes. Sin embargo, el versículo 7 nos dice que éstas eran ofrenda por fuego para
alimentar a Dios. Esto nos muestra que lo que nosotros comemos es lo que Dios come,
y que lo que Dios come es lo que nosotros comemos. Esto indica que nosotros, como
servidores de Dios, los sacerdotes, somos uno con Dios. Lo que nosotros disfrutamos
es lo que Dios disfruta, y lo que Dios disfruta es lo que nosotros disfrutamos. Dios y
nosotros, nosotros y Dios, somos uno en Su servicio. Lo que tenemos aquí es a Cristo
como alimento.
La palabra Sábado comunica la idea de reposo. Sábado tras sábado, es decir, reposo
tras reposo, se disponían las tortas como alimento para Dios y también para nosotros.
En la oración de Mateo 6:9-11, la primera petición es: “Santificado sea Tu nombre” (v.
9). Santificar el nombre del Señor es separarlo como algo único. El nombre del Señor
es único, y no debe ser considerado igual que los demás nombres. Santificar, separar,
el nombre del Señor de los nombres comunes equivale a honrar y respetar el Nombre
santo.
Este capítulo también revela que debemos cuidar de la vida humana y de la vida ani-
mal. La vida humana tiene como finalidad expresar a Dios, y la vida animal, principal-
mente, tiene como finalidad ser ofrecida a Dios. La vida humana debe expresar a Dios,
y la vida animal es el recurso dado a nosotros para adorar a Dios. Por consiguiente,
debemos cuidar de la vida humana y de la vida animal, a saber, la vida que es útil para
expresar Dios y la vida que es útil para rendirle adoración a Dios.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CINCUENTA Y SEIS
EL AÑO SABÁTICO Y EL JUBILEO
(1)
Lectura bíblica: Lv. 25:1-22
En este mensaje llegamos a Levítico 25, un capítulo muy conocido que trata sobre el
jubileo. Sin embargo, este capítulo no comienza con el jubileo, sino con el año sabático.
Todos estamos familiarizados con el día sabático, pero tal vez no sepamos mucho
acerca del año sabático.
I. EL AÑO SABÁTICO
Levítico 25:2-7, 18-22 habla del año sabático. Este Sábado no era un día de reposo, sino
un año de reposo. El año sabático no sólo era un descanso para el hombre, sino también
para la tierra.
Dios es un Dios de reposo. Él laboró, pero después de laborar, reposó. En Génesis Dios
no reposó solo, sino que reposó con el hombre. Después de acabar Su obra, Dios dis-
frutó reposo con el hombre. Así que, en el séptimo día, Dios y el hombre reposaron.
Para que hubiera un jubileo, era necesario que el pueblo de Dios observara fielmente
el año sabático. Cada séptimo año debía haber un Sábado, y ese año debía ser de reposo
para el hombre y también para la tierra. Por tanto, éste era un año de descanso para
Dios, para el hombre y para la tierra.
El Sábado hace referencia a Cristo, y el año sabático también hace referencia a Cristo.
Cristo es nuestro Sábado, no solamente por un día sino por un año entero. Por tanto,
el año sabático denota a Cristo en Su plenitud como nuestro reposo. No sólo debemos
disfrutarlo como nuestro Sábado, sino también como nuestro año sabático, o sea, no
sólo como un reposo parcial sino como nuestro reposo en plenitud. El año sabático
hace posible que disfrutemos a Cristo en plenitud como nuestro reposo con Dios. Si
tenemos presente esto, disfrutaremos mucho más a Cristo.
En el séptimo año, el producto de la tierra pertenecía a todos. Aunque las tierras se-
guían perteneciendo a sus dueños, el producto de la tierra pertenecía a todos, a toda
clase de persona, e incluso al ganado y a todos los animales. Eso significa que el pro-
ducto de la tierra pertenecía a todos en común. Podríamos decir que esto es el comu-
nismo de Dios, un comunismo que procede de la gracia de Dios y que nos hace ricos,
no el comunismo humano que se le impone a las personas y las empobrece. En este
disfrute común del producto de la tierra hay verdadera libertad.
Durante los años antes del jubileo, algunas personas quizás no hubieran podido con-
servar su propiedad. Debido a la pobreza o a alguna enfermedad, probablemente se
vieron obligados a vender su propiedad totalmente o en parte. Sin embargo, en el
tiempo del jubileo, en el tiempo de dar gritos, la tierra regresaba a su dueño original.
La devolución de la tierra era la manera en que Dios equilibraba la posesión de la tierra
entre el pueblo. Por tanto, no podía haber terratenientes, pues en la sabiduría de Dios
el precepto divino, la ordenanza divina, repartía los recursos naturales de forma equi-
tativa. Esta ordenanza debía entrar en vigencia cada cincuenta años. Vemos entonces
que hace treinta y cinco siglos, mucho antes de que Marx inventara el comunismo, Dios
hizo provisión en la Palabra santa para que la posesión de la tierra fuese equilibrada.
Cada cincuenta años, sin que los dueños originales tuvieran que hacer nada ni pagar
nada, se les devolvía la tierra, y una vez más llegaba a ser su posesión.
En tipo, el jubileo describe nuestra situación como pobres pecadores. Nuestra situación
muestra que cuanto más pasaban los años, más perdíamos la porción que Dios nos
había asignado. Por vivir de una manera pecaminosa, perdimos los derechos divinos.
Cuantos más pecados cometíamos, más derechos perdíamos. Finalmente, vendimos
todo lo que habíamos heredado por nacimiento. Incluso nos perdimos nosotros mis-
mos; nos vendimos no a un comprador decente, sino a Satanás y al pecado. Por esta
razón, Pablo pudo declarar: “Yo soy de carne, vendido al pecado” (Ro. 7:14b). Al igual
que Pablo, nosotros también éramos esclavos vendidos al pecado; perdimos todos
nuestros derechos, con lo cual quedamos bajo el dominio de Satanás. No debemos pen-
sar que Satanás y el pecado son dos cosas separadas; éstos dos son idénticos. Por con-
siguiente, cuando nos vendimos al pecado, nos vendimos a Satanás, y caímos así en
manos de Satanás bajo el pecado. Como descendientes de Adán, todos vendimos los
derechos que Dios nos había otorgado, e incluso nos vendimos nosotros mismos al pe-
cado y a Satanás. Más aún, no podíamos hacer nada por nuestra situación; no teníamos
los medios para redimirnos a nosotros mismos. No teníamos esperanza alguna. Luego,
un día, llegó el jubileo.
En Lucas 4:18 y 19 el Señor Jesús proclamó el jubileo con palabras de gracia (véase
el Estudio-vida de Lucas, mensajes 12 y del 64 al 69). Cuando Él vino, vino también el
jubileo. Cristo ha efectuado la plena obra redentora de Dios por los pecadores. Ahora,
cada vez que predicamos el evangelio, hacemos una proclamación del jubileo neotes-
tamentario.
Tanto el primero como el último año de este período de cincuenta años eran años oc-
tavos, y dentro de este período había seis años octavos; por tanto, había un total de
ocho años octavos. Puesto que el número ocho significa resurrección, esto indica que
el jubileo íntegramente procede de la resurrección, redunda en resurrección, está en
resurrección y acompaña la resurrección.
El jubileo es la acumulación de un Sábado a otro, esto es, un Sábado óctuple que signi-
fica resurrección sobre resurrección. Este sábado óctuple representa la superabundan-
cia de la plenitud del reposo de Dios que nos satisface. Así que, no se trata simplemente
de un reposo, sino de un reposo acompañado de satisfacción.
Young’s Concordance nos muestra que hay dos palabras hebreas que se traducen jubi-
leo. La primera de ellas denota un tiempo de dar gritos; la segunda denota hacer sonar
la trompeta. La acción de hacer sonar la trompeta es, de hecho, una manera de dar
gritos. El jubileo tiene que ver con un gozo que se expresa dando gritos. Por consi-
guiente, el jubileo era un tiempo de mucha emoción. Muchos de nosotros experimen-
tamos este gozo y emoción cuando fuimos salvos. Nos sentíamos contentos y llenos de
regocijo. Nuestra salvación fue un verdadero jubileo.
La vida humana es difícil; está llena de responsabilidades, y a todos nos toca cumplir
con muchas responsabilidades. Pero en el jubileo no hay ninguna labor que realizar ni
responsabilidades que cumplir; todos somos libres. Ni siquiera hay necesidad de segar.
Sencillamente podemos ir al campo y comer sin necesidad de llevar ninguna carga y
sin asumir ninguna responsabilidad. En lugar de responsabilidades tenemos descanso,
disfrute y damos gritos. Muchos de nosotros tuvimos esta experiencia cuando fuimos
salvos. El día de nuestra salvación fuimos liberados y nos fueron quitadas todas nues-
tras cargas. Ésta es la experiencia y disfrute que tenemos en el jubileo.
Todos habíamos perdido la posesión que Dios nos había asignado, pero cuando fuimos
salvos, en el jubileo neotestamentario, volvimos a nuestra posesión. Además, volvimos
a nuestra familia, a la familia divina. Pese a que nos habíamos vendido a nosotros mis-
mos como esclavos y habíamos perdido de este modo el derecho de estar con nuestra
familia, cuando vino el año de jubileo, quedamos libres para regresar a nuestra pose-
sión y a nuestra familia. Ahora somos ricos, y también somos libres en nuestra familia
divina. Así que, debemos dar gritos de gozo, aclamando a Dios con alegría en las
reuniones de la iglesia. Éste es el verdadero jubileo.
A estas alturas quisiera resaltar que existen dos consumaciones con relación a las siete
fiestas de Levítico 25. El primer grupo de fiestas —la Fiesta de la Pascua, la Fiesta de
los Panes sin Levadura, la Fiesta de las Primicias y la Fiesta de Pentecostés— alcanza
su consumación en la Fiesta de Pentecostés, en la cual es producido el Cuerpo de Cristo.
Con respecto al segundo grupo de fiestas —la Fiesta del Toque de Trompetas, la Fiesta
de la Expiación y la Fiesta de los Tabernáculos— lo más destacado es el milenio. Estas
tres fiestas alcanzarán su consumación en el milenio. Por tanto, la primera consuma-
ción es el Pentecostés con miras a producir, introducir, la vida de iglesia, y la segunda
consumación es el milenio con miras a introducir el pleno jubileo.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CINCUENTA Y SIETE
EL AÑO SABÁTICO Y EL JUBILEO
(2)
Lectura bíblica: Lv. 25:23-34
Hay ciertas palabras cruciales que describen el jubileo. Algunas de estas palabras son: dar gri-
tos, libertad o liberación, posesión y familia. El jubileo es un tiempo de dar gritos. Es también
un tiempo en que somos liberados, emancipados, de la esclavitud y del cautiverio. Habíamos
perdido nuestra posesión divina, pero ésta nos ha sido devuelta en el jubileo neotestamentario
para nuestro disfrute. En el jubileo también volvemos a nuestra familia. Si consideramos todos
estos asuntos en conjunto, tendremos un entendimiento completo de lo que es el jubileo. Nos
encontrábamos en esclavitud y cautiverio pero fuimos liberados, de modo que volvimos otra
vez a nuestra posesión para disfrutarla y a nuestra familia para tener una verdadera comunión
en la gracia de Dios.
El año del jubileo era también un año sabático. Por esta razón, el primer asunto que se nos
revela en Levítico 25 es el año sabático. El jubileo caía en el octavo año sabático, un año sabá-
tico de completo reposo, liberación y disfrute. En este año de jubileo, todas las posesiones di-
vinas fueron nuevamente repartidas de forma equitativa, conforme a la economía de Dios. El
producto de la tierra era gratuito y podía ser consumido en común no sólo por los hombres, sino
también por los animales.
H. No se vende a perpetuidad la tierra
poseída por los hijos de Israel,
porque es de Dios
“La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra Mía es, pues vosotros sois para conmigo
extranjeros y peregrinos” (v. 23). Esto significa que nuestra posesión divina le pertenece a Dios,
y no podemos perderla para siempre, aun cuando seamos derrotados o caigamos. Ella está res-
guardada por la gracia de Dios.
En el Nuevo Testamento hay mucha enseñanza con respecto a la recompensa del reino y el
castigo del reino. Es posible ser derrotados, incluso al punto de tener que ser disciplinados
durante el milenio, pero no es posible perder permanentemente nuestro derecho de propiedad
espiritual sobre nuestra posesión divina. Después del milenio, a los creyentes que fueron disci-
plinados se les devolverá la posesión divina a la que tienen derecho, especialmente en el cielo
nuevo y la tierra nueva, a fin de que disfruten de la bendición que es la Nueva Jerusalén. Es en
virtud de la gracia de Dios que nos será devuelta nuestra posesión divina por la eternidad.
I. Lo tocante a la redención
de la tierra que fue vendida
Levítico 25:24-28 habla sobre la redención de la tierra que había sido vendida. Este relato es
muy significativo y al mismo tiempo es bastante complejo, por lo cual debemos estudiarlo de-
tenidamente.
1. Recuperar el disfrute
de nuestra posesión divina
Aunque es posible debilitarnos y descarriarnos y, por ende, perder nuestro disfrute de la pose-
sión divina, con todo, es posible recuperarlo. Tal vez perdamos este disfrute por algún tiempo,
pero al final nos será devuelto.
En Adán lo vendimos todo; pero el Señor Jesús es nuestro pariente, nuestro Redentor, y Él lo
redimió todo a nuestro favor. Esto está ejemplificado en el libro de Rut, donde vemos que Rut
fue redimida por su pariente Booz. En el libro de Rut, por tanto, encontramos un relato completo
del jubileo.
En estos versículos vemos que había tres maneras en las que un israelita podía recobrar su
posesión perdida. Primero, podía redimírsela su pariente más cercano. Esto es un asunto de
gracia. Segundo, si contaba con los medios, él mismo podía redimirla. Tercero, si no tenía un
pariente que se la redimiera, y si no podía redimirla por sus propios medios, podía esperar hasta
que llegara el año del jubileo, cuando la posesión vendida le sería devuelta espontáneamente.
Esto también es un asunto de gracia. El jubileo, por tanto, constituye un tipo muy claro de la
gracia de Dios.
J. Lo tocante a la redención
de una casa que había sido vendida
Levítico 25:29-34 habla de la redención de una casa que había sido vendida.
La casa en ciudad amurallada es un tipo de la vida de iglesia. Podemos vender cualquier otra
cosa, pero no debemos vender la vida de iglesia. Si vendemos la iglesia, tenemos únicamente
un tiempo limitado para recobrarla, y ni siquiera el jubileo nos podrá ayudar en este asunto. El
disfrute de la vida de iglesia puede ser restaurado únicamente dentro del corto plazo de la era
de la gracia de Dios, como lo indica el período de un año.
El año completo tipifica la era de la iglesia. No debemos pensar que la era de la iglesia es larga.
De hecho, la era de la iglesia es corta. El Nuevo Testamento nos advierte de que la era de la
iglesia es corta. El Señor Jesús dijo: “Yo vengo pronto” (Ap. 3:11). Sólo el esclavo perezoso y
ocioso dice: “Mi señor tarda en venir” (Mt. 24:48b). Sin embargo, el Señor acelera Su venida,
y no pasará mucho tiempo antes que la era de la iglesia termine. La era de la iglesia no se
extenderá, no se prolongará. Nadie sabe si la vida de iglesia concluirá o no mañana con la venida
del Señor. La era de la iglesia dura poco tiempo, el breve período de la gracia de Dios. Hoy
estamos en la vida de iglesia, pero ésta acabará cuando el Señor venga.
Perder el disfrute de la vida de iglesia es más grave que perder el disfrute de Cristo. La razón
es que podemos restaurar fácilmente el disfrute de Cristo. Si perdemos el disfrute de Cristo hoy,
podemos recobrarlo rápida y fácilmente. El Señor es bondadoso, y en cualquier momento Él se
vuelve a dar a nosotros para que lo disfrutemos. En cambio, se requiere mucho más tiempo para
recuperar la vida de iglesia que hemos perdido, pues se producen dificultades que obstaculizan
nuestro regreso a la vida de iglesia. Esto debe servirnos de advertencia para no vender la vida
de iglesia. No obstante, si la vendemos, debemos esforzarnos por recuperar lo antes posible la
vida de iglesia que hemos perdido, ya que la era de la iglesia podría concluir en cualquier mo-
mento. Si no recobramos en esta era la vida de iglesia que hemos perdido, seremos privados del
disfrute de la vida del Cuerpo de Cristo hasta que hayamos sido disciplinados durante el mile-
nio. Entonces, en la Nueva Jerusalén, nos será restaurada la vida del Cuerpo de Cristo.
Aunque el Nuevo Testamento enseña que es posible perder la vida de iglesia, no muchos maes-
tros cristianos han visto esto. Este pensamiento de que es posible perder la vida de iglesia y
recobrarla, nos ayudará a comprender nuestra necesidad de llevar una vida de iglesia apropiada
hoy. Una vez que perdemos la vida de iglesia, existe el peligro de perderla también durante el
milenio venidero. Por tanto, debemos entender que perder la vida de iglesia es más grave que
perder el disfrute de Cristo.
Aquellos que se encuentran en la situación tipificada por las casas de las aldeas que no
tienen muro alrededor, no pueden perder el disfrute de la vida de iglesia por cuanto no
existe la vida de iglesia en el lugar donde están. Ellos no viven la vida de iglesia porque
son simplemente un pequeño grupo de creyentes al que no se le puede considerar una
iglesia. Estos creyentes pueden recuperar el disfrute de Cristo que han perdido.
Los dos asuntos en estos versículos que guardan relación con los levitas nos motivan a
servir en la vida de iglesia. Cuanto más participemos en el servicio a Dios, mejor. Si
participamos en este servicio, no nos será fácil perder el disfrute de Cristo. Si perdemos
el disfrute de la iglesia, éste nos será restaurado fácilmente. Por consiguiente, si que-
remos disfrutar a Cristo y disfrutar de la vida de iglesia, debemos participar cada vez
más en el servicio de la iglesia.
Cuando éramos jóvenes, el Señor nos dio revelación en cuanto a la recompensa del
reino y la disciplina dispensacional que tendrá lugar durante el milenio, y comenzamos
a enseñar y a predicar esto. Algunos predicadores, maestros y pastores cristianos ar-
gumentaron con nosotros citando Efesios 2:8, que dice: “Por gracia habéis sido salvos
por medio de la fe”. Luego, añadieron que lo que enseñábamos no tenía que ver con la
gracia. Es cierto que Efesios 2:8 dice que somos salvos por gracia. Pero también debe-
mos prestar atención a Efesios 5:5, donde Pablo dice: “Ningún fornicario, o inmundo,
o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”. Aquellos que
lleven una vida inmunda no tendrán herencia en el reino de Cristo y de Dios. Esto sig-
nifica que en la era venidera del reino, algunos creyentes que han sido verdaderamente
salvos no tendrán herencia. Debido a la vida de inmundicia que llevan, ellos han per-
dido la vida de iglesia en esta era y perderán la herencia del reino en la era venidera.
No conozco ni siquiera a una persona que después de haber perdido la vida de iglesia
por hacer algo que ofendió a Dios, haya regresado. En cada caso, cierto creyente hizo
algo que lo llevó a perder la vida de iglesia, pero ninguno de ellos volvió a la vida de
iglesia por el resto de sus vidas. Todos ellos murieron sin que les fuera recobrada la
vida de iglesia que habían perdido.
Estas palabras no son una amenaza, sino una advertencia en cuanto al jubileo neotes-
tamentario. De hecho, estas palabras constituyen una proclamación del jubileo, ya que
le declaran al pueblo del Señor que el jubileo es ciertamente un jubileo; pero aun así,
existe un estatuto de prescripción respecto a la casa ubicada en una ciudad amurallada.
La advertencia en cuanto a perder la vida de iglesia termina también siendo parte del
jubileo. No debemos tomar el jubileo a la ligera, gritando de una manera liviana. En
lugar de ello, debemos ser cuidadosos y recibir la advertencia de que si perdemos la
vida de iglesia, tenemos sólo un límite de tiempo para recuperarla. Si perdemos la vida
de iglesia, debemos procurar recobrarla inmediatamente, puesto que no sabemos
cuánto tiempo durará la era de la iglesia. Para Dios, un día puede ser como mil años,
pero para nosotros, mil años son mil años, ya sea de disciplina o de recompensa.
El serio asunto de la recompensa y el castigo dispensacionales que tendrán lugar du-
rante la era venidera del milenio forma parte del evangelio, en particular, del evangelio
que se enseña en Mateo. En Mateo se nos presenta el evangelio del reino. Este evange-
lio nos da una advertencia en cuanto a la recompensa y el castigo. “Si vuestra justicia
no supera a la de los escribas y fariseos”, dice el Señor Jesús en Mateo 5:20, “no entra-
réis en el reino de los cielos”. Esta enseñanza referente al reino es diferente de la que
encontramos en el Evangelio de Juan. En Juan no tenemos el evangelio del reino, sino
el evangelio de la vida. Según el Evangelio de Juan, entramos en el reino de Dios sim-
plemente por medio de la regeneración (Jn. 3:3, 5). Éste es el reino de la vida, y mien-
tras recibamos la vida divina, estaremos en el reino de la vida. No obstante, lo que te-
nemos en el Evangelio de Mateo no es el evangelio de la vida, sino el evangelio del
reino. En este mensaje estoy haciendo sonar la trompeta, estoy pregonando, un aspecto
del jubileo que forma parte del evangelio del reino. Todos debemos prestar atención al
evangelio del reino.
Es posible tener la tierra sin la casa; pero tener la casa ciertamente implica tener la
tierra. Disfrutar la tierra no nos asegura que estemos disfrutando la casa, pero disfrutar
la casa definitivamente nos asegura que estamos disfrutando la tierra. Mientras disfru-
temos la casa, podemos tener la certeza de que también estamos disfrutando la tierra.
Si disfrutamos a Cristo, eso no nos asegura que también estemos disfrutando la vida
de iglesia; pero mientras estemos disfrutando la vida de iglesia, estaremos también
disfrutando a Cristo. En la iglesia ciertamente tenemos a Cristo como nuestro disfrute.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CINCUENTA Y OCHO
EL AÑO SABÁTICO Y EL JUBILEO
(3)
Lectura bíblica: Lv. 25:35-55
En este mensaje abarcaremos otros asuntos relacionados con el jubileo.
L. Lo tocante a un hermano
que se hubiera vendido a otro hermano
Levítico 25:39-55 habla de un hermano que se ha vendido a otro hermano.
En la vida de iglesia pudiera haber un santo que, en términos espirituales, quedara en deuda con
usted. Puesto que este santo le debe algo, le resultaría fácil a usted considerarlo su esclavo.
Podríamos albergar este sentimiento en nuestro corazón, y nuestra actitud y nuestro espíritu
podrían expresar el sentimiento de que la persona endeudada con nosotros es nuestro esclavo.
Eso está mal. Por mucho que le deba un santo espiritualmente, usted no debe considerarlo como
su esclavo, ni siquiera como un siervo suyo, sino como un ayudante, hasta que él sea avivado
por la gracia de Dios. Entonces el que ha estado bajo nuestro cuidado será plenamente reco-
brado.
En algunos casos, ciertos hermanos ayudaron espiritualmente a un hermano más débil, pero
esta clase de ayuda terminó siendo una ofensa para la persona ayudada. Cuanto más se le ayu-
daba a ese santo, más se ofendía. De esto vemos que el cuidado espiritual que proporcionamos
a los demás podría llegar a ofenderlos. Si nuestro espíritu y actitud no son apropiados, si nos
consideramos superiores a los que ayudamos y los menospreciamos, si los consideramos pobres
esclavos o siervos, nuestra ayuda y nuestro cuidado terminará por ofenderlos. Esto debe servir-
nos de advertencia. Cada vez que ayudemos o cuidemos a un hermano más débil, debemos
respetarlo. Incluso cuando predicamos el evangelio, no debemos considerarnos superiores a los
que les predicamos. Asimismo, en las reuniones de hogar y en las reuniones de grupo pequeño,
nunca deberíamos creernos líderes y pensar que estamos más arriba o que somos superiores a
aquellos que ayudamos. Esta actitud ofende a los demás.
Al ayudar a los demás, debemos tener la actitud de que somos siervos de ellos. En 2 Corintios
4:5 Pablo dice: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a
nosotros como vuestros esclavos por amor de Jesús”. Pablo era apóstol y tenía el oráculo de
Dios, pero no se condujo como si fuera superior a aquellos a quienes servía. Es totalmente
incorrecto asumir una actitud de superioridad. En cuanto a esto, debemos aprender del Señor.
Cuando Él vino como nuestro Salvador, vino a servirnos como esclavo. Él era el Esclavo de
Dios que servía a los redimidos de Dios. Éste es nuestro ejemplo. Si tenemos esto presente, a
la postre podremos ayudar debidamente a los hermanos.
De hecho, aunque quizás no podamos brindarle mucha ayuda a un hermano más joven
o a un hermano más débil, lo que sí podemos hacer es ayudarle a permanecer en la
iglesia hasta que le llegue el jubileo, un avivamiento. Este avivamiento traerá la gracia
de Dios, la cual es rica y suficiente para satisfacer la necesidad del hermano.
Debemos tener siempre presente que lo que podamos hacer por los demás realmente
no significa mucho. Cuando mucho, podremos ayudarlos a mantenerse donde están.
Pablo dice: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el
que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” (1 Co. 3:6-7). Aquí
vemos que ni el que plantó ni el que regó pudieron hacer nada para darle vida a aque-
llos a quienes servían. Dios es el que da vida. Por consiguiente, nosotros debemos
aprender la lección de ser humildes. Sí, quizás sea cierto que podemos hacer mucho,
pero eso no logrará mucho. Podemos plantar y regar, pero la planta no crecerá si Dios
no da el crecimiento. Cuando Dios da el crecimiento, se produce un avivamiento, un
avivamiento que trae toda la gracia necesaria para la vida espiritual.
En tanto que alguien sea un santo, debemos tratarlo como a hermano o hermana. Las
palabras hermano y hermana no son títulos religiosos. Cuando usemos estas palabras,
debemos decirlas de una manera sincera. Nuestros hermanos y hermanas en el Señor
son nuestros parientes espirituales en la vida divina. Los que no son creyentes, por su
parte, no pueden ser considerados nuestros hermanos y hermanas, puesto que no po-
seen la misma vida divina que nosotros poseemos. Pero debido a que nosotros y nues-
tros hermanos y hermanas poseemos la misma vida, la vida divina, en verdad pertene-
cemos a la misma y única familia divina. Por consiguiente, no debemos tratarlos igual
que a los de afuera.
Supongamos que cierto hermano no es humilde en su contacto con los vecinos, y que
por ser demasiado orgulloso, ofende a alguno de ellos. Como consecuencia, el hermano
se endeuda espiritualmente con su vecino. Si al visitar al hermano, usted se entera de
esta situación, debe ayudarlo a corregir su relación con el vecino. Esto lo salvará de esa
deuda y lo ayudará en su vida espiritual y en su testimonio. Sin duda, esto también
ayudará a que él pueda predicar el evangelio en su vecindario.
Asimismo, puede ser que otro hermano sea muy peculiar en su forma de vestir o de
peinarse. Esto hace que los que están con él se sientan incómodos. Puesto que él es un
querido hermano, debemos tener comunión con él, orar con él, digerir algunos versícu-
los con él y, sin corregirlo, ayudarle a que poco a poco vaya cambiando a medida que
crece en vida. Si este hermano recibe el crecimiento en vida, esto lo cambiará. En otras
palabras, el crecimiento en vida lo transformará, y él se dará cuenta de que es mejor no
ser tan peculiar o extraño en su manera de vestir o en su arreglo personal.
Muchos creyentes, en las situaciones que afrontan en su vida diaria, se endeudan con
los de afuera. Es posible que nos endeudemos con los de afuera debido a nuestra acti-
tud, a la manera en que nos expresamos, a la manera en que nos relacionamos con la
gente y a la manera en que tratamos a nuestros vecinos, parientes, compañeros de clase
y colegas. Es posible que ésta sea una de las razones principales por las cuales no pro-
pagamos el evangelio. A veces no podemos predicar el evangelio a los demás porque
estamos espiritualmente endeudados con ellos.
De hecho, no hay muchos hermanos en la vida de iglesia que sean ricos espiritual-
mente; por el contrario, muchos se han empobrecido espiritualmente. Los que son po-
bres necesitan ayuda. Quizás aun nosotros nos hayamos vuelto pobres espiritualmente
y necesitemos recibir ayuda de otros hermanos.
6. El precio de venta
y el monto del reembolso para redención
son calculados según el número
de años que faltan para el jubileo
El precio de venta y el monto del reembolso para redención debían ser calculados según
el número de años que faltaban para el jubileo (vs. 50-53). Esto significa que nuestra
liberación de la esclavitud guarda relación con la gracia de Dios y se basa en ella.
7. El que se ha vendido
y no es redimido conestos medios,
en el año de jubileo saldrá libre
“Y si no es redimido con estos medios, en el año del jubileo saldrá libre, él y sus hijos
con él” (v. 54). Esto significa que podemos ser liberados de nuestra esclavitud comple-
tamente por la gracia de Dios. No necesitamos contar con otros medios.
El que no tenía ningún medio para redimirse a sí mismo se encontraba en una situación
en la que no podía hacer otra cosa que esperar hasta el año de jubileo, el tiempo en que
quedaba libre. Esto indica que con respecto a nuestra redención, no necesitamos nin-
gún otro medio aparte de la gracia de Dios. Sin embargo, a todo ser humano le gusta
tratar de encontrar algún medio, alguna manera, de ser liberado, pero a menudo las
circunstancias que Dios nos dispone no nos permiten hacer nada a nuestro favor. Así
que, nos vemos obligados a permanecer en nuestra situación de incapacidad hasta que
llegue a nosotros el jubileo, la gracia. Entonces, quedaremos plenamente libres de
nuestra esclavitud.
En Levítico 25 la tierra tipifica a Cristo, y Cristo nos dijo que Él edificaría la iglesia
sobre Sí mismo (Mt. 16:18). Las casas edificadas sobre la tierra y dentro de las ciudades
amuralladas representan, por tanto, a la iglesia edificada sobre Cristo.
Ahora debemos ver que el disfrute que tenemos de Cristo se basa en el principio de la
gracia, mientras que el disfrute que tenemos de la vida de iglesia se basa en el principio
de la justicia. En Hebreos 5:13 encontramos la expresión la palabra de justicia. El libro
de Hebreos trata del disfrute que tenemos de la vida de iglesia, y lo que está escrito en
este libro es, en su mayor parte, la palabra de justicia. Esto indica que el disfrute que
tenemos de la vida de iglesia se basa en el principio de la justicia. Ya que este disfrute
está relacionado con la justicia, existe un estatuto de prescripción al respecto. Si guar-
damos este estatuto, disfrutaremos la vida de iglesia en esta era y también en la era
venidera. Debemos ser cuidadosos con respecto a este asunto.
Según Levítico 25, en la tierra había casas que no se encontraban en ciudades amura-
lladas. Según nuestra interpretación, esas casas representan a los grupos libres. En
cierto sentido, no es bueno estar en un grupo libre; pero en otro sentido, estar en un
grupo libre representa una ventaja, y ésta consiste en que allí no es fácil perder nuestro
derecho a disfrutar la vida de iglesia.
La tipología en Levítico 25 nos muestra tres clases de cristianos: los que permanecen
en la vida de iglesia, los que pierden el disfrute de la vida de iglesia y los que están en
los grupos libres. Debemos ser aquellos que permanecen en la vida de iglesia.
En este pasaje de Levítico referente al jubileo, hemos visto el disfrute que tenemos de
Cristo, el disfrute que tenemos de la vida de iglesia y la cuestión de mantener una buena
relación con los santos. Según mi experiencia, de estos tres asuntos el más fácil de prac-
ticar es disfrutar a Cristo. Disfrutar la vida de iglesia no es tan fácil como disfrutar a
Cristo. Y lo más difícil de practicar es mantener una relación apropiada con los demás
santos. Éste es un asunto de suma importancia, debido a que involucra nuestros moti-
vos, nuestro espíritu, nuestra actitud y nuestras palabras.
La vida de iglesia no sólo depende de que amemos al Señor o amemos la vida de iglesia;
la vida de iglesia depende especialmente del cuidado que brindamos a los demás san-
tos. Debemos cuidar bien a los santos, y este cuidado involucra nuestros motivos, nues-
tro espíritu, nuestra actitud y nuestras palabras. Al relacionarnos con los santos, po-
dríamos tener el motivo, la actitud y el espíritu equivocados, y nuestras palabras po-
drían no estar en lo absoluto bajo la dirección del Señor. Puedo testificar que gran parte
de mi confesión diaria al Señor tiene que ver con los motivos, el espíritu y la actitud
que he tenido para con los santos y también con las palabras que les he expresado.
Si el Cuerpo de Cristo ha de ser edificado, debemos vivir con los demás santos y ellos
deben vivir con nosotros. Si no podemos vivir juntamente con los santos, no habrá vida
de iglesia, y si no hay vida de iglesia, no se podrá llevar a cabo la edificación del Cuerpo
de Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE CINCUENTA Y NUEVE
PALABRAS DE ADVERTENCIA
(1)
Lectura bíblica: Lv. 26:1-20
Según nuestro entendimiento, tal vez pensemos que el libro de Levítico debiera con-
cluir en el capítulo 25, el cual habla del jubileo. Sin embargo, aún faltan dos capítulos
más. En el capítulo 26 encontramos unas palabras de advertencia, y en el capítulo 27
se nos habla de las dedicaciones por voto. El hecho de que el capítulo que contiene las
palabras de advertencia siga inmediatamente después del capítulo que habla del jubi-
leo indica que, en cuanto al jubileo, no debiéramos dar tantos gritos ni emocionarnos
excesivamente. En lugar de ello, debemos tener una mente sobria para considerar la
situación. Ésta es la razón por la cual, después del jubileo, un tiempo en el cual se daban
gritos y aclamaciones, vienen unas palabras de advertencia. Después de esto, en el ca-
pítulo 27, vienen unas palabras adicionales que son como una especie de epílogo. En
este mensaje empezaremos a considerar las palabras de advertencia.
Aparentemente Dios retiró Su mano de ellos y los dejó. Pareciera que durante veinti-
siete siglos la mano de Dios ha permanecido lejos de Su pueblo; sin embargo, éste no
es el caso. En estas palabras de advertencia vemos una especie de profecía que dice que
el Dios que escogió a Israel jamás lo ha abandonado. Su misericordia para con ellos
nunca ha cesado. Al final, en Su misericordia, Dios los traerá de nuevo a la tierra de sus
padres.
Estamos en el jubileo. Pero si buscamos algo aparte de Dios, podríamos perder el dis-
frute del jubileo. Aparte de Dios, toda otra meta que tengamos es un ídolo. Por ejemplo,
podríamos procurar obtener un título universitario de tal modo que ello se convierta
en un ídolo para nosotros, una meta que perseguimos aparte de Dios. Por supuesto,
esto no significa que no necesitemos recibir una buena educación. Lo que queremos
decir es que no debemos hacer del título una meta que perseguimos aparte de Dios.
Debemos tener una sola meta, una meta única, a saber: Dios como nuestro único obje-
tivo.
En el Antiguo Testamento, Dios usaba la lluvia, llamada la lluvia temprana y la lluvia tardía
(Dt. 11:14; Jer. 5:24; Jl. 2:23), para representar al Espíritu. Si obedecemos a Dios haciendo caso
de los tres asuntos mencionados anteriormente, disfrutaremos al Espíritu como lluvia derra-
mada sobre nosotros.
Según el versículo 8 cinco perseguirán a cien, y cien perseguirán a diez mil. En el primer caso
uno persigue a veinte, y en el segundo caso uno persigue a cien. Estas figuras hacen alusión a
la vida del Cuerpo y a la coordinación del Cuerpo. Cuanta más coordinación haya entre noso-
tros, mayor poder tendremos para perseguir a nuestros enemigos. Este principio se cumple en
el Cuerpo.
A. El primer nivel:
decretar sobre ellos terror repentino
En 26:14-17 vemos la disciplina que corresponde al primer nivel, a saber, decretar so-
bre ellos terror repentino. Esto se refiere a una amenaza que viene repentinamente.
B. El segundo nivel:
disciplinarlos siete veces más
En los versículos del 18 al 20 vemos la disciplina que corresponde al segundo nivel.
Aquí el pueblo de Dios es disciplinado siete veces más. “Si después de estas cosas no
me escucháis, os disciplinaré siete veces más por vuestros pecados” (v. 18). Esta disci-
plina es mucho más severa.
Lo dicho aquí acerca de que el cielo sería hecho como hierro se cumplió en la tierra de
Palestina hasta la Primera Guerra Mundial. La historia nos muestra que desde que se
profirieron estas palabras y los hijos de Israel desobedecieron a la advertencia de Dios,
el cielo que está sobre la Tierra Santa se volvió duro como hierro y no dio lluvia. Ade-
más, a causa de la sequía, el suelo fértil desapareció. Esta situación constituye el cum-
plimiento de lo que Dios predijo.
2. Hace la tierra como bronce,
la cual no da su producto
En Levítico 26:19b se nos dice que la tierra sería hecha como bronce. El versículo 20
añade: “Vuestra fuerza se consumirá en vano, porque vuestra tierra no dará su pro-
ducto, y los árboles de la tierra no darán su fruto”. Esto significa que careceremos del
producto espiritual necesario para obtener alimento espiritual. Si no hay alimento y,
por ende, no hay satisfacción, nos resultará difícil vivir seguros. Estar desprovistos de
alimento y seguridad es el resultado de no atender a la advertencia de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE SESENTA
PALABRAS DE ADVERTENCIA
(2)
Lectura bíblica: Lv. 26:1-20
En el próximo mensaje abarcaremos la segunda parte de las palabras de advertencia
halladas en Levítico 26. En este mensaje quisiera añadir algo a lo que abarcamos en el
mensaje anterior.
Hoy nuestro Dios es el Dios Triuno procesado. Como tal, Él no es lo mismo que lo que
era en Génesis 1. Dios ha sido procesado. Esto significa que Él pasó por muchos proce-
sos. Él pasó por la encarnación, el vivir humano, una muerte todo-inclusiva y una ma-
ravillosa resurrección. Además, Él entró en ascensión. También Él descendió a fin de
ganarnos y hacernos aptos para ganarlo a Él, lo cual ha hecho posible que Él sea uno
con nosotros y nosotros seamos uno con Él, y también que Él se forje en nosotros. Esto
guarda relación con la mezcla del Dios Triuno procesado con nosotros. Este Dios
Triuno procesado debe ahora ser nuestra única meta.
La labor que Dios realizó para nuestro reposo
El segundo ítem en cuanto al fundamento de nuestra obediencia es conocer lo que Dios
ha hecho. Esto significa que debido a ello, debemos aceptar la obra que Dios ha reali-
zado y reposar. Sin embargo, la mayoría de las personas no prestan atención a la obra
de Dios y, en lugar de ello, tratan de hacer algo para sí mismas y por sí mismas. Pode-
mos ver esto tanto entre los que son creyentes como entre los que no lo son. Muchos
creyentes pasan por alto lo que la obra de Dios ha logrado por ellos y trabajan por sí
mismos a fin de realizar algo para sí mismos. Pero es un insulto para Dios que pasemos
por alto todo lo que Él ha hecho a fin de que reposáramos en Él y en Su obra. Reposar
en Dios y en Su obra equivale a guardar Su Sábado.
Nosotros podríamos pasar por alto la obra de Dios y buscar hacer algo para nosotros
mismos y por nosotros mismos con el pretexto de que estamos haciendo algo para Dios.
Tal vez parezca muy bueno hacer tal cosa, pero en realidad esto constituye un insulto
para Dios, puesto que al hacerlo pasamos por alto todo lo que Él hizo por nosotros a
fin de que reposáramos en Él y disfrutáramos lo que Él hizo por nosotros. En lugar de
pasar por alto lo que Dios ha hecho, debemos negarnos a lo que podamos o queramos
hacer. Debemos negarnos a nuestra obra y, más bien, honrar la obra de Dios y reposar
en Él.
Estos tres asuntos —Dios, la obra de Dios y el resultado de la obra de Dios— se abarcan
plenamente en los sesenta y seis libros de la Biblia. En el Antiguo Testamento vemos
los tipos, y en el Nuevo Testamento vemos el cumplimiento. Así que, la Biblia en su
totalidad constituye una revelación de estos tres asuntos. Primero, vemos al Dios
Triuno procesado y la obra que Él efectuó para nuestro reposo; luego, vemos el resul-
tado de Su obra, esto es, la iglesia como expresión y agrandamiento del Cristo consu-
mado. Debemos ver esto. Ver estos tres asuntos nos ayudarán a obedecer a Dios, a
cooperar con Él.
Cuando Dios se hizo hombre, Él no dejó de lado Su Deidad. No, Jesús vivió por Dios y con
Dios; Él vivió en unidad con Dios. Como Él mismo lo declaró, Él nunca estuvo solo porque el
Padre siempre estaba con Él (Jn. 16:32; 8:29).
Debido a que Jesús era un hombre en el cual Dios estaba, un hombre que era uno con Dios, Él
era un misterio, incluso para Sus discípulos. Ellos sabían que Él era humano, porque lo habían
visto comer y llorar. No obstante, aunque era hombre, Él hizo cosas maravillosas, cosas que
ningún hombre ha podido hacer. Por tanto, los discípulos deben de haberse preguntado quién
era Él. Un día, Él les preguntó a ellos: “¿Quién decís que soy Yo?” (Mt. 16:15). Por ser una
persona que posee divinidad y humanidad, Él es una persona maravillosa; Él es todo un miste-
rio. Nuestro Dios ahora es tal Dios.
Cuando Moisés recibió de parte de Dios las palabras de advertencia que debían ser comunicadas
a los hijos de Israel, él no conocía a Dios como Aquel que había sido procesado. En aquel
entonces, Dios era únicamente el Dios perfecto; no obstante, aún no estaba completo. Pero el
Dios que nosotros conocemos hoy es diferente del Dios que conoció Moisés. Esto de ningún
modo quiere decir que hay dos Dioses. No, hay un solo Dios; pero podemos verlo en dos etapas.
Moisés conoció a Dios en la etapa cuando Él era únicamente Dios, y no hombre. Pero nosotros
no sólo adoramos a Dios como Dios, sino también como Dios-hombre. Hay un Hombre en el
cielo, y este Hombre es el propio Dios. Éste es nuestro Dios, el Dios de los cristianos.
Algunos cristianos no se dan cuenta de que su Dios es el Dios-hombre que pasó por la encar-
nación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Después de encarnarse,
Él vivió en la tierra como Dios-hombre, como el Dios que estaba en un hombre, durante treinta
y tres años y medio. Él vivió en la casa de un carpintero en la despreciada ciudad de Nazaret.
Él trabajó como carpintero, y en la historia algunos se han referido a Él como el Carpintero de
Nazaret. Él ciertamente era carpintero, pero también era el propio Dios. Es casi inimaginable
que Dios morara en un hombre que trabajaba en la carpintería.
Por treinta y tres años y medio, el Señor Jesús vivió en la tierra como un maravilloso hombre
que era la expresión de Dios. Después de pasar por el proceso del vivir humano, Él pasó por el
proceso de la muerte. Luego fue sepultado en una tumba y entró en el Hades, donde permaneció
por algún tiempo. Todo esto formaba parte del proceso de la muerte.
Después de pasar por el proceso de la muerte, el Señor Jesús entró en la resurrección, donde
fue liberado no solamente en Su divinidad sino también con Su humanidad. Por consiguiente,
en Su ser resucitado no sólo hay divinidad, sino también humanidad. Todo lo perteneciente al
estado natural fue introducido en la resurrección. Aunque nadie puede entender esto cabal-
mente, ni explicarlo adecuadamente, este hecho se revela con toda claridad en la Biblia.
El Señor Jesús, como Aquel que resucitó, ascendió a los cielos, a la cumbre más elevada del
universo, y hoy está allá como una persona que es Dios y que posee humanidad (Hch. 7:55).
Como tal Dios que posee humanidad, Él se ha “condensado” como Espíritu todo-inclusivo,
compuesto, vivificante y consumado que mora en nosotros. Este Espíritu es el Dios Triuno
consumado y procesado. Por haberse condensado, le resulta fácil impartirse a Sí mismo en
nuestro espíritu. Ahora Él es uno con nosotros, y nosotros somos uno con Él (1 Co. 6:17).
¿Quiénes somos nosotros entonces? Somos el agrandamiento del maravilloso Cristo que es la
corporificación de Dios. Este agrandamiento es la morada de Dios, la expresión de Dios y la
manifestación eterna de Dios.
Ver la visión del Dios Triuno procesado junto con Su obra y el resultado de Su obra nos cons-
tituirá personas obedientes. Diremos: “Amén, Señor. Te amo, amo Tu obra y amo el resultado
de Tu obra. En este resultado soy uno contigo, y Tú eres uno conmigo. Tú te forjas en mí, y yo
te recibo como mi elemento constitutivo. Señor, obedecerte no es algo duro ni difícil para mí,
sino algo muy agradable y placentero. Deseo disfrutar todo lo que Tú eres, deseo disfrutar Tu
obra y también el resultado de Tu obra. ¡Señor, aquí estoy, disfrutando Tu persona, Tu obra y
la vida de iglesia!”. Ciertamente, si vemos tal visión y tenemos tal disfrute, estaremos plena-
mente satisfechos y nos resultará fácil dejar el mundo y obedecer a Dios.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE SESENTA Y UNO
PALABRAS DE ADVERTENCIA
(3)
Lectura bíblica: Lv. 26:21-46
Según las palabras de advertencia en Levítico 26, los obedientes serían bendecidos (vs.
3-13), pero los desobedientes serían disciplinados para que se arrepintieran (vs. 14-
39). Esta disciplina se aplica en cinco niveles. Como hemos visto, el primer nivel es que
se decretaría sobre ellos terror repentino (vs. 14-17). Este terror incluye la consunción
y la fiebre así como el hecho de ser derrotados por los enemigos. La disciplina que co-
rresponde al segundo nivel es séptupla, en la que el cielo sería hecho como hierro, pues
no daría lluvia, y la tierra sería hecha como bronce, pues no daría su producto (vs. 18-
20). En este mensaje veremos los otros tres niveles de la disciplina (vs. 21-39) y des-
pués veremos el arrepentimiento del pueblo y el hecho de que Dios se acuerda de ellos
(vs. 40-45).
C. El tercer nivel:
traer sobre ellos plagas séptuplas
La disciplina que corresponde al tercer nivel trae plagas séptuplas (vs. 21-22).
1. Las plagas
“Si andáis en contra de Mí y no me queréis escuchar, traeré sobre vosotros siete veces
más plagas según vuestros pecados” (v. 21). Estas plagas representan los problemas
que se producen entre los creyentes en las iglesias (1 Co. 1:11; 2 Co. 12:20).
D. El cuarto nivel:
herirlos siete veces
La disciplina que corresponde al cuarto nivel consiste en herirlos siete veces.
E. El quinto nivel:
los disciplina siete veces nuevamente
En la disciplina que corresponde al quinto nivel, las personas son disciplinadas siete
veces nuevamente (vs. 27-39).
A. Confiesan su iniquidad,
se humilla su corazón incircunciso
y aceptan el castigo de su iniquidad
Los versículos 40 y 41 dicen que el pueblo de Dios confesaría sus iniquidades, su cora-
zón incircunciso se humillaría y ellos aceptarían el castigo que merecen por su iniqui-
dad. Esto significa que la iglesia que está en cautiverio sujeta a los enemigos finalmente
se arrepiente, confiesa sus pecados y acepta el castigo aplicado por Dios a causa de sus
pecados.
A estas alturas cabe señalar que el capítulo 25 de Levítico trata sobre la gracia de Dios,
representada por el jubileo, mientras que el capítulo 26 trata sobre la administración
de Dios (disciplina, gobierno, reino). En el Nuevo Testamento, el ministerio de Pablo
aborda el tema de la gracia de Dios, y el ministerio de Pedro aborda el tema de la ad-
ministración de Dios. Tener esto presente nos ayudará en nuestra lectura del Nuevo
Testamento.
Durante la primera Guerra Mundial, los británicos carecían de una sustancia química
crucial para la fabricación de municiones. Un científico judío, que vivía en Gran Bre-
taña, sabía cómo producir esta sustancia química. El gobierno británico y este cientí-
fico llegaron a un acuerdo, de que si él ayudaba a los británicos a producir la sustancia
química que necesitaban, ellos devolverían Palestina a los judíos después de la guerra.
(En aquel entonces Palestina estaba bajo el Imperio otomano, que se había unido a
Alemania durante la guerra). Cuando terminó la guerra, el gobierno británico no cum-
plió su palabra. La Liga de las Naciones, que era dominada por Gran Bretaña y Francia,
entregó el Líbano a Francia, y la tierra a ambos lados del río Jordán fue entregada a
Inglaterra como protectorados.
Los judíos se sintieron muy desilusionados porque Gran Bretaña no había cumplido su
promesa. Creo que esta falta fue una ofensa para Dios. A partir de entonces, la bendi-
ción de Dios se apartó de Gran Bretaña y siguió otro rumbo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Hitler mató a seis millones de judíos. Esto con-
movió los corazones del pueblo judío, y ellos comprendieron que mientras no tuvieran
su propia tierra y gobierno, no tendrían ninguna protección. Creo que los judíos orto-
doxos devotos deben de haber elevado muchas oraciones a Dios. Creo también que
Dios escuchó estas oraciones.
Al final de la guerra, los Estados Unidos propuso que los judíos regresaran a la tierra
de sus padres. Gran Bretaña estuvo de acuerdo, y se hicieron los preparativos para tal
fin. En 1948, las fuerzas británicas se adelantaron a los judíos y sacaron a los palestinos
de sus casas, y entonces los judíos se instalaron allí. Fue así como los judíos regresaron
a su patria y formaron un gobierno.
Aunque los judíos han vuelto a reposeer la Tierra Santa, aún no se han arrepentido
total y cabalmente ante Dios. La mayoría de ellos sigue en su incredulidad. Aunque el
gobierno de Israel muestra interés por la religión, no muestra interés por Dios. No sé
de ningún estadista judío que se haya conducido piadosamente. Con todo, a los judíos
más devotos sí les interesa Dios, y algunos oran día y noche. Creo que ellos saben lo
que dice Levítico 26 y, al menos en cierta medida, guardan estas palabras. Ciertamente
Dios está contestando poco a poco sus oraciones conforme a Su promesa. Un indicio
de esto es que Israel ha podido hacer frente a tantas naciones árabes y musulmanas.
Israel aún permanece debido al respaldo de Dios.
Este breve repaso de la historia es un testimonio de que las palabras proféticas conte-
nidas en la Palabra santa de Dios son verídicas. He visto el cumplimiento de estas pa-
labras, las cuales se siguen cumpliendo hoy en día. Dios es Dios, y lo que Él dijo acerca
de Israel se cumplirá completamente. Él resguardará a Israel hasta el regreso del Se-
ñor.
Hoy en día debemos acatar los principios espirituales de Levítico 26. Si hemos errado,
debemos arrepentirnos. Entonces nos será devuelta la bendición para nuestro disfrute.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE SESENTA Y DOS
LAS DEDICACIONES POR VOTO
(1)
Lectura bíblica: Lv. 27:1-15
En este mensaje llegamos al último capítulo de Levítico, un capítulo que habla sobre las dedi-
caciones por voto.
El libro de Levítico concluye con un voto que debemos hacer a Dios. Después de los veintiséis
capítulos anteriores, en los cuales se abarcan muchas cosas, este libro habla en el capítulo 27
acerca de un voto que uno hace a Dios. Este voto se manifiesta en cuatro clases de dedicaciones:
la dedicación de una persona a Dios, la dedicación de un animal a Dios, la dedicación de una
casa y la dedicación de un campo. Ciertamente estas cuatro clases de dedicaciones revelan lo
que Dios desea de nosotros, aquellos que hemos disfrutado de todas las bendiciones y visita-
ciones que se hallan en los capítulos anteriores.
En la primera sección de este libro vimos las ofrendas con el sacerdocio. Las ofrendas hacen
referencia a Cristo, y el sacerdocio indica el cuerpo de personas que desempeñan el servicio
sacerdotal que se ocupa de las ofrendas. En la segunda sección vimos nuestra condición, la cual
tiene que ver con la inmundicia y con flujos inmundos. Luego, después de haber visto nuestra
condición, se nos introdujo al disfrute de las fiestas, lo cual nos conduce al jubileo. Después de
esto recibimos una advertencia. Ahora, al final de Levítico, debemos hacer un voto.
De hecho, la vida cristiana debiera ser una vida caracterizada por votos. Creo que en el corazón
de cada persona salva hay, en cierta medida, un voto para con Dios. Este voto puede ser evidente
o puede no ser evidente; puede ser firme o ser débil. En cualquier caso, en el interior de cada
persona salva hay una especie de voto. Por lo menos existe un deseo que podría convertirse en
un voto. El deseo que tenemos para con Dios es la fuente, y este deseo da por resultado un voto
a Dios. El deseo que tenemos para con Dios se convierte finalmente en un voto que hacemos a
Dios.
Por nuestra parte, la vida cristiana debe ser una vida en la que continuamente hacemos votos a
Dios. Esto no debería suceder una sola vez en nuestra vida, sino una vez tras otra. Cada vez que
hemos experimentado un avivamiento, hemos hecho un voto a Dios. Cada mañana, al ser avi-
vados, hacemos una especie de voto a Dios. Por consiguiente, nuestra vida cristiana es una vida
caracterizada por votos.
Levítico concluye hablando de las dedicaciones por voto. La totalidad de todas las cosas con-
tenidas en este libro constituye un voto. Cuando tomamos las ofrendas, el sacerdocio, nuestra
condición, nuestro disfrute de Cristo y el jubileo, y consideramos todo ello en conjunto, lo que
tenemos es un voto. Entonces, este voto llega a ser nuestra vida, nuestro vivir. Por consiguiente,
el vivir levítico es un vivir caracterizado por votos.
El libro de Levítico comienza presentando los muchos aspectos en que ofrecemos Cristo a Dios
para satisfacción de Dios y del hombre, y termina mostrándonos la dedicación de nosotros mis-
mos y de nuestras posesiones a Dios por voto. Pero, ¿qué significa la palabra dedicar? ¿Qué
significa decir que nos dedicamos a Dios? Algunos podrían pensar que dedicar significa lo
mismo que ofrecer o consagrar. Según mi entendimiento, dedicar es una acción más firme que
ofrecer o consagrar; también es más firme que dar, presentar, rendir o entregar. La acción de
dedicar debe ir siempre acompañada de un voto. Uno puede ofrecer o dar algo sin necesidad de
hacer ningún voto; pero si uno da algo a una persona mediante un testamento, aquello es una
especie de dedicación acompañada de un voto. Tal dedicación no puede ser alterada. Es por eso
que decimos que dedicar es una acción más firme que ofrecer.
1. La valuación de la persona
El versículo 2 dice que cuando un hombre haga voto especial a Jehová, deberá hacerlo según la
“valuación de las personas”. Por consiguiente, aquí la dedicación involucra el valor de una
persona. Esto indica que cuando nos dedicamos a Dios, esta dedicación tiene que ver con nues-
tro valor.
Aquí quisiéramos hacer notar que en la redención efectuada por Dios, no hay ninguna
diferencia de grado, pero en nuestra dedicación sí hay diferencia de grado. Lo que so-
mos y lo que podemos hacer espiritualmente será estimado en el momento de nuestra
dedicación.
1. Es santo
“Si se trata de un animal de los que se pueden presentar como ofrenda a Jehová, todo
lo que de los tales se dé a Jehová será santo” (v. 9). Ser santos equivale a ser santificados
para Dios y, por ende, pertenecer a Dios, llegando a ser posesión Suya.
2. No lo cambia ni lo sustituye
“No lo cambiará ni lo sustituirá, bueno por malo, ni malo por bueno” (v. 10a). Una vez
dedicado a Dios, ello pertenece a Él para siempre, y lo dedicado ya no puede cambiar
su estatus mediante algún reemplazo o trueque. Es difícil revertir nuestro estatus una
vez que nos hemos dedicado a Dios. Cambiar de parecer después de habernos dedicado
a Dios únicamente acarreará problemas.
Una vez que algo ha sido dedicado a Dios al haber sido puesto en el altar, no puede ser
devuelto. Esto nos muestra que debemos ser cuidadosos con respecto al asunto de de-
dicarnos a Dios. Dios toma esto muy en serio; Él no juega al respecto. Si usted se con-
sagra a Él, debe considerarlo exhaustivamente. Nunca dedique nada a la ligera.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE SESENTA Y TRES
LAS DEDICACIONES POR VOTO
(2)
Lectura bíblica: Lv. 27:16-34
En este mensaje seguiremos considerando las dedicaciones por voto, lo cual es abar-
cado en el capítulo 27.
D. La dedicación de un campo
Levítico 27:16-25 habla sobre la dedicación de un campo.
1. El campo consagrado
a Jehová es valuado conforme a la semilla
que se necesite para sembrarlo
“Si un hombre consagra a Jehová parte de un campo de su posesión, tu valuación será
conforme a la semilla que se necesite para sembrarlo: un homer de semilla de cebada
al precio de cincuenta siclos de plata” (v. 16). Esto significa que nuestra dedicación
relacionada con el disfrute de Cristo como la rica tierra deberá ser valuada según la
semilla de la vida divina requerida para nuestro aumento espiritual.
El campo santificado, dedicado, para Jehová debía ser valuado conforme a la semilla
que se necesitase para sembrarlo. Supongamos que un campo era dedicado a Dios
treinta y cinco años antes del jubileo. Por cada uno de esos treinta y cinco años se re-
quería cierta cantidad de semilla. El valor de ese lote de tierra sería más elevado que
un campo dedicado a Dios solamente veinte años antes del jubileo.
Nuestra dedicación relacionada con el disfrute de Cristo deberá ser valuada según la
semilla de la vida divina requerida para nuestro aumento espiritual. Según la tipología,
cuanta más semilla sea requerida, mayor será el valor de la tierra. La valuación se hacía
conforme a la semilla que se necesitase para sembrar el campo durante el período que
precedía al jubileo. Según nuestra interpretación espiritual, la expresión conforme a la
semilla que se necesite para sembrarlo en realidad denota la proyección. Supongamos
que yo dedico algo relacionado con el disfrute de Cristo como buena tierra. ¿Cómo se
valuaría esa dedicación? Esa dedicación debería ser valuada conforme a determinada
proyección. Cuanto mayor fuese la cantidad de semilla requerida, mayor sería la pro-
yección de aumento. Cuanto menos semilla se requiriera, menor sería la proyección de
incremento numérico en la iglesia. Si nuestra dedicación relacionada con el disfrute de
Cristo brindara una proyección mayor de aumento para la iglesia, esta dedicación será
más valiosa. Pero si, por el contrario, nuestra dedicación o consagración ofreciera sólo
limitada proyección de aumento, esa dedicación no sería tan valiosa como la que ofrece
mayor proyección.
Quizás usted se pregunte por qué interpretamos el versículo 16 de esta manera. La ra-
zón es que la semilla tiene como finalidad el aumento. Por una parte, la semilla indica
el valor de la tierra; por otra, en términos espirituales, la semilla indica el aumento de
vida, es decir, la multiplicación. Aunque nos consagremos al Señor, quizás nuestra con-
sagración no ofrezca muy buena proyección de aumento para la iglesia. Si nuestra con-
sagración ofrece mayor proyección de aumento para la iglesia, ciertamente esa consa-
gración tendrá más valor que la que no ofrece tal proyección. Tomemos como ejemplo
a Pablo. Cuando Pablo se dedicó a Dios para disfrutar a Cristo, dicha dedicación ofrecía
excelente proyección de aumento para la iglesia.
2. La valuación también es hecha
conforme a los años a partir del jubileo
“Si consagra su campo desde el año del jubileo, conforme a tu valuación quedará. Mas
si después del jubileo consagra su campo, entonces el sacerdote calculará el precio para
él conforme a los años que queden hasta el año del jubileo, y se rebajará de tu valua-
ción” (vs. 17-18). Cuanto más tiempo faltaba para el jubileo, mayor era el valor de la
tierra dedicada. Esto significa que nuestra dedicación relacionada con el disfrute de
Cristo deberá ser valuada según la medida de la gracia de Dios a partir del jubileo.
Cuanto mayor sea el aumento que traigamos, mayor será la gracia que disfrutaremos.
Cuanto más aumento produzca nuestra consagración, más gracia disfrutaremos. Esto
guarda relación con el número de años. Si nos dedicamos al Señor en una etapa tem-
prana de nuestra vida, tendremos más años para traer pecadores al Señor y así contri-
buir al aumento de la iglesia. Este aumento a su vez indicará que hemos disfrutado la
gracia del Señor. La cantidad de gracia se mide por el aumento producido. Cuanto más
fruto llevamos, mayor es la medida de gracia que hemos disfrutado, y cuanto menos
fruto llevamos, menor es esta medida de gracia. Esta comprensión nos constreñirá a
consagrarnos pronto: cuanto antes, mejor. Por ejemplo, si hasta ahora usted no ha em-
pezado a visitar a las personas en sus hogares para predicarles el evangelio, ofrecerá
menor proyección de aumento que si hubiese empezado el año pasado; con todo, dicha
proyección será mejor que aquella que ofrecerá el próximo año si continúa esperando.
Esto indica que cuanto más pronto se dedique usted para predicar el evangelio, mejor.
Predicar el evangelio le ayudará a disfrutar a Cristo. Tal vez usted disfrute al Señor por
la mañana orando-leyendo unos cuantos versículos, pero ciertamente disfrutará más a
Cristo si sale a visitar a las personas para predicarles el evangelio. Visitar a las personas
con el propósito de llevarles el evangelio es algo que requiere dedicación. A medida que
nos dediquemos nosotros mismos a la predicación del evangelio, junto con nuestro
tiempo y nuestra energía, esto nos ayudará a disfrutar más al Señor. Esta clase de de-
dicación al evangelio no sólo dará por resultado que las personas sean salvas, sino tam-
bién que nosotros disfrutemos a Cristo. El mismo principio se aplica con respecto a
participar en las reuniones de hogar con el fin de alimentar a los nuevos creyentes.
El punto que deseo recalcar es el siguiente: cuanto más nos dediquemos al Señor en
algún aspecto, más estaremos relacionados con el disfrute de Cristo. La medida, el
grado, el nivel, de disfrute que tengamos de Cristo es tipificado por la cantidad de se-
milla requerida y por el número de años que faltaban para el jubileo. La semilla reque-
rida indica la proyección de aumento que ofrecemos para el Cuerpo. Cuanto mayor sea
la cantidad de semilla requerida, mayor será el aumento que produciremos para el
Cuerpo. Asimismo, cuantos más años falten para el jubileo, mayor será la gracia que
podremos disfrutar.
3. Si el que consagra el campo lo redime,
añade a su valuación la quinta parte
“Y si el que consagra el campo lo redime, añadirá a tu valuación la quinta parte del
precio de ella, y así volverá a ser suyo” (v. 19). Esto significa que debemos pagar un
precio por nuestra dedicación relacionada con el disfrute de Cristo como tierra rica.
Si hemos dedicado algo y deseamos recuperarlo, tenemos que pagar el debido precio.
Si no dedicáramos nada, no habría necesidad de redimir ni de pagar nada. En tal caso,
no se añadiría nada a nuestro disfrute de Cristo. Pero si dedicamos algo y queremos
volver a poseerlo, tenemos que pagar el precio y después añadir la quinta parte de éste.
Lo importante aquí no es la cantidad que se agregaba al precio, sino el hecho de parti-
cipar en el disfrute de Cristo.
Supongamos que el dueño de un campo dedicaba ese campo a Dios. Más adelante, quizás de-
bido a que había empobrecido, él vendía a otro el campo que había dedicado, quien se lo com-
praba pagando el precio señalado más la quinta parte de esa suma. De ese modo, el campo venía
a ser posesión de la otra persona. Sin embargo, según el estatuto del jubileo, el campo debía ser
devuelto al dueño original, quien lo había dedicado y vendido. Pese a que el dueño original
había vendido el campo, éste no era vendido como propiedad permanente. Cuando llegaba el
jubileo, el que había comprado el campo ya no figuraba más, pues sólo era poseedor de la tierra
hasta el jubileo, momento en el cual el campo era devuelto a su dueño original. Como hemos
señalado, esto significa que en nuestra dedicación relacionada con el disfrute de Cristo, no po-
demos aprovecharnos de otros y tenemos que ser justos con Dios.
Después de considerar todos estos asuntos, podemos ver cuánto anhela Dios que nos dedique-
mos a Él. Él valora en gran manera todo lo que le dedicamos. Esto debe motivarnos a dedicarle
al Señor nuestra persona, nuestras posesiones y todo lo que podamos hacer.
El capítulo 27 de Levítico nos impresiona con el hecho de que Dios aspira a que todos nos
entreguemos a Él con todo lo que somos, todo lo que tenemos y todo lo que podemos hacer.
Éste es el deseo de Dios, Su aspiración. Él tiene sed de esto. Él desea ver que nos dediquemos
a Él, incluso cuando lo hagamos de una manera equivocada. A Él le gusta ver que le dediquemos
nuestro tiempo, nuestra capacidad, nuestras posesiones, nuestra fuerza, todo lo que tenemos y
todo lo que podemos hacer. Mientras nos dediquemos a Él en tantos aspectos, Él estará com-
placido. Él aceptará tal dedicación. Éste es el énfasis de Levítico 27.
Levítico, un libro que trata sobre lo realizado por Dios para nuestro disfrute, termina expresando
la aspiración de Dios de que nos dediquemos a Él. Dios lo ha hecho todo por nosotros y, ahora,
Él necesita que nosotros lo disfrutemos. Él desea que haya más personas que lo disfruten. Él lo
ha preparado todo para nosotros. El banquete está servido, y debemos venir a cenar. Aquí, al
final de Levítico, Dios expresa Su aspiración y expectativa de que le dediquemos a Él mediante
un voto todo lo que somos, todo lo que tenemos y todo lo que podemos hacer. El propósito de
esta dedicación es que disfrutemos al Señor en todo cuanto Él ha preparado para nosotros. Todo
ha sido preparado, pero en Su banquete todavía hay muchos asientos vacíos. Por consiguiente,
Dios nos llama, nos alienta e incluso nos insta a que nos dediquemos a Él a fin de disfrutarlo
en todo lo que nos ha preparado y provisto.
A. En los tipos
Las profecías están implícitas en los tipos de las fiestas, en el tipo de la cosecha y del espigueo,
y en el tipo del jubileo. La Fiesta de la Pascua denota la muerte de Cristo (23:5). La Fiesta de
las Primicias denota la resurrección de Cristo (vs. 10-11). La Fiesta de Pentecostés denota el
que la iglesia sea producida (vs. 15-17). La mies que se dejaba en los rincones del campo y las
espigas que se dejaban para los pobres y los extranjeros denotan la salvación de Dios destinada
a los gentiles (v. 22). La Fiesta del Toque de Trompetas denota que Dios vuelve a llamar a
Israel, Su pueblo esparcido (v. 24). La Fiesta de la Expiación denota el arrepentimiento y la
salvación del pueblo, Israel, al cual Dios llama a que regrese (v. 27). La Fiesta de los Taber-
náculos denota el milenio venidero (vs. 34, 39-42). El jubileo que liberaba a las personas para
que regresaran a sus posesiones denota que en la segunda venida de Cristo, los hijos de Israel
serán liberados para que regresen a las posesiones que habían perdido (25:8-41).
B. En la advertencia
Incluso en la advertencia (26:1-46) se hallan implícitas algunas profecías. La advertencia indica
que si Israel obedece a Dios, será bendecido, pero si desobedece a Dios, será disciplinado. Ade-
más, en la advertencia vemos que Dios no abominará ni rechazará a Israel, ni lo destruirá por
completo. Finalmente, cuando Israel se arrepienta volviéndose a Dios, Él se acordará de ellos
y los visitará.
ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO
MENSAJE SESENTA Y CUATRO
PALABRAS DE CONCLUSIÓN
En los veintiocho mensajes anteriores abarcamos los últimos diecisiete capítulos de
Levítico. Estos diecisiete capítulos constituyen la segunda sección de este libro. Ahora,
en estas palabras de conclusión, quisiera hablar sobre seis asuntos que son los puntos
principales en los capítulos del 11 al 27 de Levítico.
NUESTRA SITUACIÓN
Los primeros cinco capítulos de esta sección de Levítico revelan nuestra situación. Se-
gún estos capítulos, nuestro contacto con los demás podría ser inmundo, y nuestra
fuente, nuestro origen, es la inmundicia. Además, nuestra condición es una de lepra, y
todo lo que sale de nosotros como flujo es inmundo. Ésta es nuestra situación según se
nos revela claramente en los capítulos del 11 al 15.
EL JUBILEO
El disfrute que tenemos de las riquezas del Dios Triuno procesado y consumado nos
conduce al cuarto punto: el jubileo. El jubileo es lo que completa y da consumación al
disfrute que, en Dios mismo, tenemos de las riquezas del Dios Triuno. Una vez que
hayamos disfrutado al Dios Triuno en todas Sus riquezas y dicho disfrute tenga lugar
en el propio Dios Triuno, habremos llegado a la etapa del jubileo, la cual durará por
toda la eternidad.
Obedecer a Dios
Con base en que Dios es nuestra única meta y en que respetamos Su obra consumada,
nosotros obedecemos a Dios. Obedecer a Dios simplemente significa seguirle. Obede-
cer a Dios significa estar de acuerdo con todo lo que Él es y ha logrado. Cuando obede-
cemos a Dios, estamos de acuerdo con Dios y Su obra. También estamos de acuerdo
con el resultado de la obra de Dios, que es Su agrandamiento. Una vez que estamos de
acuerdo con Dios y le seguimos, le obedecemos espontáneamente, y al obedecerle, re-
cibimos Su rica bendición.
HACER UN VOTO
Por último, debemos ver que existe la necesidad de personas que deseen y puedan dis-
frutar a Dios, disfrutar Su obra y disfrutar el resultado de Su obra. Si hemos de ser
personas que disfrutan a Dios, Su obra y el resultado de Su obra, debemos responder a
este deseo de Dios haciendo un voto. Nuestra respuesta al deseo que Dios tiene de que
le disfrutemos no debe ser una respuesta ordinaria, sino muy especial. Esto significa
que nuestra respuesta debe ser un voto. Debemos hacer un voto en el que le digamos a
Dios que le disfrutaremos conforme a lo revelado en el libro de Levítico. Debemos de-
cirle que deseamos disfrutarlo reverenciando Su persona, respetando Su obra y hon-
rando el resultado de Su obra. Este voto consiste en disfrutar al Dios Triuno procesado,
completado y consumado. Este Dios Triuno está corporificado en Cristo, y Cristo es
uno con Su Cuerpo, el cual es Su expresión.
Todos debemos tener en alta estima a Dios, Su obra y el resultado de Su obra, seguirlo
a Él, y ser personas que lo disfrutan. Para ello, debemos responder a Dios haciendo un
voto. ¿Están ustedes dispuestos a hacer esto? Los invito a todos a que hagamos este
voto hoy.