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¿Sólo Platón?
Como sabemos, se tata de una época teocéntrica; todo gira en torno a Dios y
el texto más importante de la civilización judeo-cristiana es, naturalmente, la
Biblia. Era preciso gestionar cuidadosamente los significados de las sagradas
escrituras, armonizándolos con la doctrina de la iglesia. No se podía hacer
decir cualquier cosa al más importante de todos los libros donde se
manifestaba la palabra de Dios. Una lectura que se desviara de la
interpretación oficial promovida por el papado, podía ser juzgada como una
herejía, con trágicas consecuencias para quien cometiera esa transgresión.
Desde luego. Con la Época Moderna y la ampliación del mundo que supuso
el descubrimiento de América, se verificaron grandes cambios en distintos
órdenes de las sociedades europeas y más tarde en América. La expansión
del mercado como superación del sistema feudal y la conformación de los
estados nacionales, trajo consigo la necesidad de nuevos marcos
regulatorios, y este desarrollo legal, fue de la mano de una hermenéutica
jurídica encargada de suministrar fundamentos y técnicas para interpretar
correctamente aquellas leyes que procuraban regir un mundo cada vez más
complejo.
Después llegó Wlihelm Dilthey, otro filósofo alemán, que distinguió entre la
explicación, propia de las ciencias de la naturaleza, y la comprensión
inherente a las ciencias del espíritu o ciencias humanas, como diríamos hoy.
Mientras que en el primer caso se opera una separación entre el sujeto y el
objeto, en el segundo, hay un involucramiento del sujeto en el objeto. Uno no
puede ser separado del otro. Enfrentarnos a un texto ajeno para
comprenderlo implica también un ejercicio autorreflexivo. Al comprender, me
comprendo a mí mismo.
Por otra parte algunos autores como Paul Ricoeur, ligado al pensamiento
hermenéutico, se ha interesado por la obra semiótica de Algirdas J. Greimas,
semiólogo lituano y figura central de la escuela de París, en un intento por
relacionar la explicación del texto, en términos semióticos, con el hecho
problemático de su interpretación.
Un idioma lleva incorporada una cierta visión del mundo. Esto ya lo había
observado en el siglo XIX Wilhelm Von Humboldt al expresar que “El hombre
se rodea de un mundo de sonidos para asumir en sí el mundo de los objetos,
y manejarlo. El hombre vive con los objetos tal como el lenguaje se los trae.”
¿Etnocentrismo?
Todo acto interpretativo está condicionado por la matriz del mundo implícita
en los lenguajes que manejamos, que varían de una cultura a otra y de una
época a otra. Nadie puede evadirse de su circunstancia concreta,
desprendiéndose de su lengua materna, para adoptar un punto de vista
privilegiado –“el ojo de Dios”, como diría Richard Rorty- fuera de toda
influencia social e histórica y a salvo del sesgo ideológico introducido
silenciosamente por las palabras que empleamos a diario. Estamos
condenados a observar siempre desde un ángulo determinado, pautados por
el estado evolutivo de nuestra lengua y su peculiar clasificación de las cosas
del mundo, así como por las coordenadas sociohistóricas.
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SEGUNDA PARTE: SEMIÓTICA
¿Y los no verbales?
Estudia los signos y, por supuesto, los conjuntos o cadenas, a veces de gran
complejidad, que ellos conforman. Incluso distintos tipos de signos, como ya
lo hemos señalado, pueden asociarse en un mismo mensaje como ocurre
cuando hablamos y gesticulamos al mismo tiempo o en el caso del cine,
fenómeno semiótico de naturaleza múltiple, por citar tan sólo dos ejemplos
entre muchos.
Cuando un cierto número de signos se articulan para dar lugar a una
estructura mayor, con el fin de producir un sentido no previsto en unidades
más simples, se suele hablar de un texto. En semiótica, debemos tener
presente, los textos no son simplemente formaciones de palabras. De modo
que tenemos textos de diversa índole, conformados con signos variados
procedentes a veces de diferentes sistemas. Por ejemplo, una proclama leída
en un estrado incluye signos lingüísticos, paralingüísticos, gestos, vestuario,
todo lo cual configura un signo complejo hecho de signos más simples.
En esa misma línea, Paolo Fabbri, señala que ningún sistema de semiológico
está constituido estrictamente por signos, contrariamente a lo que, a primera
vista, podemos llegar a creer. En realidad, el prejuicio que está en la base de
esa creencia es que el capital de signos de un sistema dado sería una
especie de léxico similar al de una lengua natural.
Los textos son un tópico central de la semiótica ya que rara vez en la vida
cotidiana apelamos a signos aislados. Por lo general, aprovechamos la
capacidad combinatoria de las distintas clases de signos elaborando
mensajes en función de nuestros propósitos y de la situación en la que nos
hallamos.
¿Y la semiosis?
¿Y los códigos?
Por más que uno y otro término parezcan sinónimos, en rigor, para la
semiótica no lo son. El significado es del orden de lo establecido, lo previsible
y lo socialmente compartido; suele haber un consenso sobre lo que significa
tal o cual signo en una cultura y en un contexto dados. En cambio el sentido
es del orden de lo inacabado, lo dinámico, lo que está en proceso; se capta
allí un pulso innovador. El sentido puede originarse en significados conocidos
pero se orienta hacia lo inédito o lo imprevisto y tiende a llenar un vacío
semiótico. Representa un verdadero desafío para la ciencia de los signos.
Por supuesto. Sería solo una propuesta entre otras que ayuda a describir la
complejidad de los estudios semióticos como algunos autores prefieren
llamarle a la semiótica. Es apenas un punto de partida.